-Escenario La Negative Dialektik de Theodor Wiesengrund Adorno es, tal vez, la más importante de sus obras. Publicada en 1966, es decir, tres años antes de su muerte, sintetiza, en no poca medida, los resultados de su amplia y densa construcción filosófica, signada por un período de desencanto y de desgarramientos políticos y culturales, a la sombra del terror de guerras mundiales en busca del predominio y consolidación de los absolutismos modernos, guiados, éstos últimos, por una racionalidad de naturaleza instrumental que pisotea la dignidad de los hombres h ombres y los aleja de sí mismos, reduciéndolos a desesperenzadas cifras –universo de estadísticas– en formato de bolsillo. Si en una expresión se pudiese resumir el significado y la importancia misma que tiene la Dialéctica Negativa para el discurso filosófico y político actual, ésta tendría que señalar que se trata de un ensayo cuyo decurso devela el misterio del lógos después de Auschwitz, porque: Después de Auschwitz, la sensibilidad no puede menos de ver en toda afirmación de la positividad de la existencia una charlatanería, una injusticia para con las víctimas, y tiene que rebelarse contra la extracción de un sentido, por po r abstracto que sea, de aquel trágico destino. Una tal sensibilidad se basa realmente en hechos que condenan al ridículo la construcción de un sentido de la inmanencia tal y como es irradiado por una trascendencia establecida afirmativamente2 . Quizá sea por eso que Adorno llega a afirmar, en las primerísimas páginas del Prólogo a esta obra, que la formulación de la Dialéctica Negativa es un atentado contra la tradición3 filosófica, y, en términos más amplios, un atentado contra la conciencia cosificada, la cual se siente acechada por el vértigo que ella –precisamente, la Dialéctica Negativa– le produce, al punto de llegar a sentir como si una rueda de molino le girase en la cabeza4 . Costumbre, ésta, propia de la mentalidad dominante, de una burocracia que frecuentemente lo reduce todo al sí o no –de acuerdo con sus mezquinos intereses–, en medio de una un a instancia político-administrativa que se ha convertido secretamente en el ansiado modelo incluso de un pensamiento que aun se supone libre5 . Tal es el escenario material y conceptual que abona el camino para la crítica inmanente y el antisistema de una sociedad formalizada al extremo, previsible, y, por ello mismo, vaciada de todo verdadero contenido. Como su propio autor lo indica, la obra se compone de una Introducción y tres Partes: La introducción expone el concepto de experiencia filosófica. La primera parte toma pie de la situación de la ontología dominante en Alemania. La segunda parte pasa a la idea de una dialéctica negativa. La tercera parte expone a continuación modelos de dialéctica negativa6 . A través del desarrollo de sus páginas, Adorno va
mostrando al lector, asistido por la hegeliana paciencia del concepto, la necesidad de vindicar la dialéctica de la libertad, más que para la filosofía y la moral, para la inteligencia del mundo contemporáneo. -La paradoja Frente a la compra y venta de teorías y métodos al por mayor y al detal, y de sus escogencias alternativas en el mercado filosófico, científico, cultural y político, la negatividad dialéctica se propone desmistificar la burda superficialidad y, más aun, el desabrimiento (historia sin su sal) generado por el predominio de la identidad sobre la diferencia. Una identidad que ha devenido índice de lo falso. Y eleva su voz para reclamar su más sagrado derecho: sagen nicht! De ahí que no detengan su dignidad conceptual los prejuicios y reproches que, no sin frecuencia, se formulan en su contra, es decir, que no pasa de ser mera superchería, especulación, arbitrariedad, “raciocinio” ilógico e impertinencias. En realidad, y por encima de tales formas de barbarie absolutista (en el fondo, de ignorancia e impotencia), propias del revestimiento de la lógica de la identidad frente al resquicio dialéctico, el paradójico título de la obra –pues, de suyo, el nombre de dialéctica implica negación– es un intento por liberar a la dialéctica de todo resultado positivo, es decir, de toda pre-su-posición. Lo positivo, de hecho, es lo quieto, lo inmóvil, lo que carece de vida: lo que está puesto. Por eso mismo, el propósito del autor consiste en fluidificar, incluso, al propio pensamiento dialéctico, él mismo, víctima de la positividad que comporta. En virtud de tal proceso de fluidificación, la dialéctica no puede ser concebida ni como un método ni como un ‘punto de vista’, sino sólo como el flujo continuo del he geliano seguir pensando y, en consecuencia, como la crítica de la crítica de la razón dialéctica. Todo lo cual implica, como dice Adorno, tanto la crítica a la idea de una fundamentación, como la prioridad del pensamiento concreto, porque: sólo en la realización alcanza el dinamismo de un tal pensamiento la conciencia de sí. Este dinamismo necesita de lo que, según las reglas del espíritu aun vigentes, sería secundario7 . Y se trata, por cierto, de dinamizar lo que ha terminado por convertirse en un contenido “dialéctico” que ha dejado de serlo, desde el momento en el cual atenta contra su propia naturaleza. Que lo pensado sea la conclusión de lo pensante es cosa que la dialéctica ha sostenido ya desde Sócrates. Pero cuando lo pensante llega a desvanecerse y sucumbe ante lo pensado, asumiéndolo como su condición esencial, la dialéctica tiene la obligación de emprender, de nuevo, el trayecto contra sí misma. Debe, pues, morderse la cola (Uroborós), con el propósito de curar las heridas que ella misma se inflige. Ese eso “secundario” que la lógica de la identidad mira de reojo, no sin cierta pretensión y desdén, es el Objeto, es decir, lo que contradice la norma tradicional de la adequatio8 . En este sentido, la Dialéctica Negativa se impone la tarea de enmendar el olvido del ser, incluso denunciando la hipocresía de quienes –según Adorno, como Heidegger– han convertido
este reclamo en alimento de la falsa conciencia9 , a pesar de que su ontología fundamental –la de Heidegger– se presenta como abogado del interés escamoteado, de lo “olvidado”10 , como consecuencia del supuesto del que parte, a saber: la “ontología fundamental” heideggeriana se reduce a un análisis semántico de la palabra ser, por lo cual lo que se llama ser o existencia equivaldría al sentido del ser o de la existencia, pero no al ser mismo de las cosas. Se trata, en suma, de un mal juego de palabras el hacer sin más del sentido de la palabra ser el del ser mismo. Mas, con ello, la filosofía de Heidegger se transforma en el reverso de la moneda del positivismo, para el cual los conceptos no son más que fichas arbitrarias e intercambiables, siempre y cuando se cumplan las reglas del mercadeo proposicional. Por eso, le resulta fácil sacar la consecuencia ( el ‘p>q’) del discurso heideggeriano, extirpando la verdad en honor de ella misma. Y así, la unidad de toda dialogía se transparenta en su implícita diferencia. Heidegger lo olvida al hablar del sentido, dejándose llevar de su tendencia a la substantivación… Tal es el consuelo de una tal filosofía12. Más allá de la facta bruta, la cosificación del concepto ha aislado al Sujeto de la totalidad y lo ha reducido a concepto cosificado. Ahora se trata de desmitologizar al concepto. Es por eso que, en el presente, la tarea de la filosofía consiste, justamente, en decir aquello que no se puede decir. Devenido Objeto de sí mismo, el Sujeto ha terminado siendo una ideología encargada de administrar el encubrimiento del sistema objetivo de funciones en el que se ha transformado la sociedad. De este modo, inmerso en la decadencia, el sujeto cumple con la triste función de atenuar el sufrimiento de su propia subjetividad. La paradoja se hace, así, ‘carne y sangre’ de sí misma. -Reducto del ser, o del ‘decir que no’ En el fondo, el problema central que se plantea Adorno en la Dialéctica Negativa es el problema del sujeto y de su crítica inmanente en cuanto tal. La expresión “torre de marfil”, utilizada para condenar su pensamiento, reduce a simple estereotipo la incomodidad frente a sus inquietantes conclusiones, a objeto de ocultar el drama de un mundo en el que el ‘individuo’ carece de libertades individuales y en que el estatismo termina en totalitarismo. En efecto, resultado de la conciencia del individuo burgués-liberal, en una época signada por el capitalismo monopólico, por la pérdida de la autonomía y por la disgregación, el pensamiento dialéctico no puede ser suplantado por una doctrina cuyos esquemas son vociferados en nombre de supuestos principios que se derivan de una no menos supuesta “verdad más elevada”. La pérdida de la subjetividad y de la autonomía por parte de los individuos frente a la tiranía del concepto y de las ideologías (el Objeto, precisamente, al que hace referencia Adorno), es la ‘materia prima’ que posibilita la comprensión de las razones histórico-sociales dentro de las cuales se forma el horizonte problemático –a un tiempo, individual y
social– de la Dialéctica Negativa. La acusación de ‘individualista’ que el marxismo-leninismo aun le imputa no es menos ideológica: ignora que su ‘individualismo’ es la consecuencia necesaria del fallecimiento de la praxis revolucionaria, que impone mediante la ideología represiva del Estado o mediante dogmas derivados de esquemas extraídos de los ‘libros sagrados’ en manos de partidos burocratizados y de corte militarista, que contradicen de plano la libertad que Marx le demandaba a la cultura de su tiempo. El individuo, atrapado entre la tecnocracia capitalista y el burocratismo bizantino, es el nervio de la Dialéctica Negativa de Adorno, quien se pregunta por la verdad social y política al interno de la estrechez de sus límites: su hipostatización –la de los individuos– culmina en su nulidad a través de su completa integración al ‘sistema’. La libertad ha invertido lo que ella misma produjo. La autonomía ha sido negada desde su propio nacimiento. Ni la organización social capitalista ni la socialista necesitan ya de la autonomía individual, porque la autonomía se vuelve un anacronismo en una sociedad en la cual la racionalidad económicoinstrumental desarrolla poderosos mecanismos de autoregulación. Ahora los individuos deben actuar ‘funcionalmente’, devorados por una maquinaria que los priva de toda iniciativa. El Yo se autosacrifica para poder participar en la gracia de ‘el colectivo’, de ‘el Partido’ o de ‘la Iglesia’, todas éstas, organizaciones totalitarias. El precio de su inseguridad interna es el sacrificio de su seguridad externa. Y la sociología o la psicología funcionales, e incluso las filosofías de la identidad, cumplen el rol de “facilitadoras” de los métodos de “auto ayuda” requeridos para remediar, en parte, la debilidad del Yo. Como en Matrix, el individuo vive en la apariencia de un mundo de individuos. La crítica hace, pero molesta. Mantiene la resistencia tenaz ante las ideologías de todo signo, o bien “conservadoras” o bien “revolucionarias”. La denuncia formulada por Adorno en la Dialéctica Negativa muestra al hombre -con su cosificación y consecuente aplastamiento, su vacuidad mecánica y sus debilidades neuróticas- el camino para decir que no.