A orillas del “Kusko” por el
P. Segundo Llorente, S. I. Misionero de Alaska
1951 2
NIHIL OBSTAT, LUIS IZAGA, S. I. Censor Ecco.
IMPRIMI POTEST: C. MAZON, S. I. Præpos. Prov. Costell. Occident. 28 Noviembre 1950.
IMPRIMATUR † CASIMIRUS, Episc. Bilbaensis. Bilbai, 15 Januarii1951
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ÍNDICE
MIS CUATRO CAJAS DE CARTAS................... CARTAS................................ .....................................................10 ........................................10 BETHEL, «CASA DE DIOS».................. DIOS»............................... .......................... .......................... ......................... ......................... ................18 ...18 EL PUESTO MISIONERO MISIONERO DE BETHEL............................... BETHEL.................................................................. ...................................23 23 LA SEÑORA LULÚ, LA «REINA VICTORIA» VICTORIA» Y LA «VICARIA,.................. «VICARIA,.............................. ......................... .......................... ................................. .........................29 .....29 ESTAMPAS ESTAMPAS DEL NATURAL.................... NATURAL................................ ......................... .............................................. ......................................36 .....36 LA ALDEA CATÓLICA DE KALSKAG.................. KALSKAG............................... .......................... .......................... ......................43 .........43 EL OASIS DE ANIAK................... ANIAK............................... ......................... .......................... .......................... ......................... ..........................50 ..............50 LOS «ASAMBLEÍSTAS «ASAMBLEÍSTAS DE DIOS».................... DIOS»................................. ......................... ......................... .............................58 ................58 MAGRAZ, EN EL CORAZÓN DE ALASKA.................. ALASKA.............................. ......................... .............................68 ................68 BIOGRAFÍA DE UN MECÁNICO MECÁNICO ALASKEÑO.................. ALASKEÑO.............................. ......................... .......................... .......................... ......................... ......................... ...............................75 ..................75 EL PEQUEÑO DE HOLY CROSS QUE "QUERÍA" "QUERÍA" MIEDO.................. MIEDO............................... .......................... ............................................................83 ...............................................83 25 AÑOS DE JESUITA................ JESUITA............................. .......................... .......................... ......................... ..................................... ...........................91 ..91 LA MINA DE ORO DE NAYAK..................... NAYAK................................. ......................... .......................... .......................... ....................96 .......96 MI CASA DE BETHEL................... BETHEL............................... ......................... .......................... .......................... ...................................101 ......................101 UN MAL ATERRIZAJE ATERRIZAJE EN NAYAK..................... NAYAK.................................. .......................... ...................................109 ......................109 DICIEMBRE DICIEMBRE EN KALSKAG................ KALSKAG............................. .......................... ......................... ......................... .............................118 ................118 LAS FIESTAS DE NAVIDAD................ NAVIDAD............................. .......................... ......................... ......................... ...........................124 ..............124 AÑO NUEVO EN ANIAK.................... ANIAK................................ ......................... .......................... ................................. .............................135 .........135 «ASAMBLEA CONSTITUYENTE» CONSTITUYENTE» EN AKULURAK.................. AKULURAK.............................. ......................... .......................... .......................... ................................. .................................142 .............142 EL VIAJE DE CONFIRMACIÓN CONFIRMACIÓN CON MONSEÑOR MONSEÑOR GLEESON........................150 GLEESON........................150
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EJERCICIOS EN EL HOSPITAL DE ANCHORAGE.................. ANCHORAGE............................... .......................... ......................... ......................... .......................... ...............................157 ..................157 BUEN TIEMPO EN MAGRAZ................... MAGRAZ................................ .......................... .......................... ......................... ......................167 ..........167 LA ISLA DE LAS ZANAHORIAS.......................... ZANAHORIAS....................................... ......................... ................................... .......................176 176 LA TIZONA Y EL CAMPEADOR............... CAMPEADOR............................ .......................... ..............................................186 .................................186 EN ANCHORAGE, FUERA DE PROGRAMA................ PROGRAMA............................. .......................... ......................... ......................... ................................. .....................193 .193 "DÍA DE CAMPO" EN PALMER................... PALMER............................... ......................... .......................... ................................20 ...................2011 SOBRE LA MESA DE OPERACIONES............. OPERACIONES.......................... ......................... .......................................205 ...........................205 UN ESPAÑOL ESPAÑOL QUIERE VERME.................... VERME................................ ......................... .......................... ...............................213 ..................213
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A LOS LECTORES
Por estas breves letras quiero comunicar a todas mis amigos que leen EL SIGLO DE LAS MISIONES, que anoche me llegó un telegrama anunciándome el cambio que yo esperaba, aunque no para donde yo esperaba. Yo me había quedado con ganas de volver a dar otra dentellada a Kotzebue, pero la santa obediencia ha querido que vaya a dársela a Bethel, en las riberas del río Kuskokwim, donde sucederé al Padre Menager, que es el actual párroco. La parroquia comprende todo el río, desde la desembocadura hasta Mc Grath, una distancia fantástica. Veremos cómo nos las bandeamos. Tan pronto como me establezca en el lugar y ponga los negocios en orden me pondré al habla con los lectores de EL SIGLO DE LAS MISIONES y les ' contaré cuanto me acaezca, según mi costumbre de hacerlo, por cuantos lugares he recorrido. El miércoles de Ceniza se nos comunicó el nombramiento del nuevo señor Obispo en la persona del Padre Francisco Gleeson, S. J., que, entre otras hazañas memorables, tiene en su haber él haber estudiado la sagrada Teología en Oña, villa muy noble de nuestra nobilísima Burgos. Cuando le traté, en 1935, enseñaba español y era a la vez Rector de nuestro Colegio de Tacoma, en el Estado de Washington. Por más que le pinché en español, se hizo el zorro y salió con la suya de conversar en inglés. Veremos a ver si tenemos mejor éxito cuando le coja a solas en Bethel y pasemos juntos varios días al amor de la lumbre. Akulurak sigue impertérrita, y pronto hablaremos de ella largo y tendido por vía de despedida, si Dios nos da vida para ello, que con tanto volar en tantos aviones nunca sabe uno por la mañana, si llegara a la cena con los huesos sanos. El Señor, en su infinita misericordia, nos asista y nos tenga de su mano, ya que, como dice el genial Gar-Mar: "Todo tiene arreglo en manos que pueden crear". Estamos en las manos de Dios y no hay sitio como ese. Con este traslado habrá el consabido trastorno en la respuesta a tantos amigos que me hacen la vida alegre con sus cartas. Bueno será que tomen nota y empiecen de nuevo escribiéndome a mi nueva dirección. Para todos 6
habrá, si no una carta larga, por lo menos una tarjeta y ciertamente una estampa. Creen ustedes que yo les entretengo con mis crónicas, y son ustedes los que me están sosteniendo con las suyas. Tal vez algún día hable del efecto de algunas cartas de cierto matiz marcadamente espiritual. Puede decirse que esas cartas han sido el medio de que Dios se ha valido para aliviarme, instruirme y alentarme. Al terminar de leerlas me siento muy pequeño y muy animado. Pero basta de esto, pues dentro de cuarenta y ocho horas llegara el aeroplano y no he hecho aún las maletas. SEGUNDO LLORENTE, S. 1. 22 febrero 1948
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I
Mis cuatro cajas de cartas
Reflexiones sobre la correspondencia correspondencia Antes de entrar de lleno en la descripción de mi nuevo género de vida, quiero hacer varias reflexiones sobre mi correspondencia con los lectores de EL SIGLO DE LAS MISIONES. Ya he hablado de este asunto en varias ocasiones; pero, por no haber puntualizado como debla, no he obtenido resultados satisfactorios. A ver si este capítulo pone fin a todos los capítulos sobre el tema de la correspondencia. En la primera guerra mundial Wilson dijo que iba a la guerra «para implantar definitivamente en el mundo la democracia». de mocracia». En la segunda guerra mundial Roosevelt nos dijo .que iba a la guerra «para acabar de una vez con todas las guerras». Yo, mucho más modesto que los citados señores, me contento con expresar el deseo de que estas líneas sean la línea de fuego donde sucumban las necesidades de volver a hablar sobre s obre la correspondencia. Ante todo debo advertir que las cartas de tantos amigos y entusiastas de las Misiones me han hecho un bien inmenso. No sé cómo hubiera aguantado tantos chaparrones de calamidades como han llovido sobre mí sin el aliento constante de tantas cartas que con sus frases sincerísimas de adhesión no sólo me han mantenido en pie, sino que me han aguijoneado a ser cada vez mejor. Durante la guerra pasada se hizo público ad los EE. UU, el hecho de que los soldados anteponían tres cosas a todas las demás, por este orden: cartas, tabaco y rancho. Tanto bien les hacían las cartas que el gobierno les permitió escribirlas sin sellos de correo, e hizo una llamada general a la nación rogando al público que escribiese lo más posible a los soldados. En las caricaturas de los periódicos de entonces se veían grupos de 10
sold soldad ados os en las las isla islass de dell Pac Pacific ificoo ab abal alan anzá zánd ndos osee sobr sobree el carte artero ro y apoderándose de las cartas en una rebatiña general. En Alaska damos un paso más. Una caricatura pinta la escena de un centro minero donde recibían correspondencia una vez al mes. Al correr la voz de que había llegado el correo, se echó la población sobre la oficina con tal brío que en el atropello consiguiente se ven delante de la puerta grupos furiosos a puñetazo limpio, coces y estacazos y por una esquina se ven dos camillas llevando sendos heridos. Ni que fuéramos andaluces. No creo deber volver a repetir que ya no existen los dos montones de antaño: el de la izquierda y el de la derecha. Han sido sustituidos por cuatro caja cajass co conn los los rótu rótulo loss sigu siguie ient ntes es:: acad académ émic icas as,, gó góti tica cas, s, pa part rtic icul ular ares es,, espirituales. Examinemos estos rótulos:
1.—Cartas académicas Las Las 99 ó 10 1000 Ac Acad adem emia iass de Misi Mision ones es espa esparc rcid idas as po porr Espa España ña e Hispanoamérica tienen la sección llamada de Correspondencia y en esta sección hay un joven encargado de ponerse en contacto con los Misioneros de todo el mundo o parte del mismo. La idea es genial. Los propagandistas españoles que no han sido Misioneros, nunca atinarán a describir lo que no han visto ni palpado. En cambio, una carta venida de la Cochinchina tiene ese no-sé-qué que les falta a los propagandistas mencionados. Si yo fuese media hora Cardenal Prefecto de la Propaganda Fide, oblligar ob igarla la a los Supe Superi rioores res de Misi Misioone ness a de deddicar icar un Pad adre re ún únic icaa y exclusivamente a responder cartas. En el Catálogo ese Padre aparecería con el Solo título de Cartero. Los Los otro otross Misi Mision oner eros os qu quee se vies viesen en ap apur urad ados os pa para ra de desp spac acha harr la corr co rres esppon ondden enccia, ia, le en envviarí iarían an al Pad Padre cart carter eroo las cart cartas as de ge gent ntee desconocida para que él las respondiese. Si el tal cartero llega a tal saturamiento que la sola vista de un sobre le hace subir la fiebre, se le sustituye por otro, y así sucesivamente. Pero las cartas deben ser respondidas todas. ¿Qué nos dice el joven de la Academia de Misiones? En una página sin imaginación, sin toques humanos, sin corazonadas y sin noticia alguna de interés, el joven académico pide a bocajarro datos y más datos sobre la Misión: Conversiones, escuelas, catecumenados, vocaciones, dificultades en 11
el apostolado, carácter de los neófitos, número de iglesias y de Misioneros y de catequistas y, en fui, una carta muy larga que se lea con provecho en la Próxima reunión de la Academia. Se quedan esperando la tal carta muy impacientes. Si se manda por avión les llegará más pronto. ¿Qué decir de esta carta? Esta carta es un atraco. O por .lo menos es tan individuo que llama a la puerta, entra y pide prestadas cinco mil pesetas. A esa carta no se la puede responder debidamente sin escribir un libro. Sin embargo, esa carta debe ser respondida. El Padre Cartero debe responderla con no menos de dos páginas a máquina. Ese joven que la escribió puede llegar a ser un Javier. Para ello necesita, como los arbolillos, cultivo y atención. Por desgracia, yo no la puedo responder, porque soy e1 único español y no tengo un Padre Cartero que me la conteste, Donde hay varios Padres, unos se ayudan a otros. Yo, solo para tantos, me declaro impotente y confieso que no puedo responder cartas académicas. Ahí está estánn mis libro ibross atiborra rrados de noticias, que sat satisfa sfacen ampliamente las preguntas de todas las cartas académicas razonables. Con todo, no pienso echarlas a la papelera, sino que las pongo las últimas para responderlas con unas líneas si me alcanza el tiempo. ¡Pobres académicos!
II. Cartas góticas Me escribió así un chico muy listo de Bilbao: «Padre, cuando le escriban esas chicas góticas y dé merengue no las conteste. Yo las he oído decir: «Anda que voy a escribir al Padre Llorente, y si me contesta, llevo la carta a Concha y se la paso por las narices para que rabie y patalee de envidia, Le escriben por eso.» ¿Qué ¿Q ué de deccir de de est estas as cart cartaas? Hay qu quee dis disti tinngu guir ir.. . Si son brevísimas e insulsísimas y no tienen otro objeto, que pedir contestación, se las pone las últimas, a no ser que haya a mano una tarjeta maja como la Giralda que baste y sobro para baste y sobre para hacer patalear a Concha. Si no son tan breves y si dicen algo que valga la pena, deben ser contestadas, .sean góticas, bizantinas o churriguerescas. Tal vez Concha tome a su vez la pluma y, para refregar vengativa las narices de su amiga, escriba a las Misiones y la gracia de Dios obre inesperadamente y veamos a Concha un día hecha una Javiera por esos 12
Japones donde nace el sol. De todos modos, las respuestas góticas han de ser por fuerza breves y escritas en papel fuerte que pueda lastimar el cutis nasal de la compañera de Colegio.
III.— Cartas particulares Estas son las más comunes y las que más me entretienen. No nos conocemos de vista ni tal vez nos conozcamos jamás: pero nos conocemos con el corazón y nos entendemos como si hubiéramos convivido toda la vida. Vienen de todas partes. Nada más ver el sobre, ya sé de quién son y casi sé lo que me van a decir. De ordinario husmeo en busca de tal o cuál y, sí están, las leo las primeras. No creo deber concretar qué cartas son la tal o la cuál; me llevaría muy lejos. Esas cartas trazan trayectorias de familias cristianísimas que me han como adoptado. Si el niño cogió un catarro, me entra tos; y si no es más que un resfriado, me contento con estornudar. Si Pepe sacó sobresaliente, tiro la gorra al techo; y si la madre está desahuciada, se me anuda la garganta y se me nublan los ojos. La vida es así. Una profesora dejó caer como al acaso esta pepita de oro en una de sus cartas: «Padre, lo encomiendo s Dios todos los días; y no sólo una vez al día, sine que cada vez que paso por una Iglesia y entro a saludar al Señor, le pido por usted. Tanto es así que me imagino que, al verme entrar, dirá Jesús para sus adentros desde, el sagrario: «Vaya, ya está ésta de vuelta; Padre Llorente tenemos.» Este párrafo lo echo yo a morder con el párrafo más humanamente divino escrito en el siglo XX. Oigan y aprendan los Misioneros que pasan 50 años en las Misiones y no escriben para el público. Vean lo que se pierden. El solo pensamiento de que Jesucristo pronunció mi nombre en un sagrario a 14.000 kilómetros de Alaska me da por bien pagados todos los sinsabores anejos a la vida misionera.
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De lo que me entero por carta Una carta de Buenos Aires me enteró de que yo había muerto. La muerte me sorprendió al volver en aeroplano a la Misión cargado de regalos Para los huerfanitos de Akulurak. El aeroplano chocó contra un monte cubierto de niebla. MI cadáver fue encontrado rodeado de juguetes. Un verdadero idilio. La que me lo escribió se rebeló r ebeló contra la noticia y dijo: «Imposible que se muera tan joven», y me lo comunicó para el caso en qué viviera. Nos reímos mucho, ella desde Buenos Aires y yo desde Alaska. Hará cosa de un año me enteré de que hice un viaje por España de incógnito riguroso; tan riguroso que ni yo mismo me enteré. Y como el rumor llene alas y vuela, me llegaron quejas de diversos sitios por no haber hecho una excepción aquí y allá y acullá. Asi Asimism mismoo me en ente teré ré de qu quee ha habí bíaa ido ido a Pue uebl bla, a, en Méji Méjico co,, al Congreso magno de Misiones. Lo supieron de fuentes relacionadas con el palacio arzobispal de aquella ciudad y me buscaron entre los congresistas, pero no me hallaron, ¿Dónde me escondí? Seis meses antes de que el Vaticano nombrase obispo de Alaska al P. Francisco Gleeson, S. J., me enteré por tres conductos distintos de que yo había sido nombrado para ese cargo. Aun en vida del obispo anterior me enteré de que me habían nombrado. Y el que me lo escribió lo supo nada menos que de un Padre Rector. Para acabar de una vez con estos sueños calenturientos, creo deber advertir quo Alaska es a los EE. UU. algo así como las Canarias a España. ¿Qué diríamos si el obispo de Canarias fuera fuer a francés o portugués? Monseñor Crimont —francés— fue obispo de aquí, allá cuando aún estaba esto por explorar y no se vio del todo mal el nombramiento de un extranjero. Hoy los EE. UU. tienen el orgullo de los españoles del siglo XVI y no comprenderían cómo se tuvo que echar mano de un extranjero, cuando ellos son los que se creen llamados a sostener a todos los extranjeros. El obispo do Alaska es y será siempre norteamericano. He dicho, Y a propósito de obispos, recemos mucho por ellos, que Santa Teresa se echaba a temblar cuando oía que había fallecido algún prelado; y aunque para ella prelado era todo Superior de una comunidad, el obispo lo es doblemente, y por tanto necesitan mucho de nuestras oraciones. Miramos 14
más más a los los capi capisa sayo yoss qu quee a las las ob obli liga gaci cion ones es.. Esta Estass son son trem tremen enda dass en Misiones. Una cocinera española me envió el récipe para hacer hacer rosquil rosquillas, las, dándome todos los ingredientes sin dejar uno. Un navarro que vive actualmente en Orduña me escribió para decirme, entre otras cosas, que es sobrino mío. Es decir, que yo soy su tío. Cuando se lo dice a sus amigos y éstos le preguntan incrédulos qué tengo yo que ver con él, les responde sin pestañar: —¡Tío Segundo! Como soy varón no puedo vengarme y decirle: —¡No hay tu tía! Una señora de Nueva York que me manda almendras de vez en cuando, me escribió consternada porque aquella noche soñó que me vio y estaba yo tiritando y descalzo. Como me preguntase por qué tiritaba así, dice que respondí: —Es que no tengo zapatos. La pobre señora se alborotó y me escribió por avión preguntando por la medida y el género más conveniente para enviarme un par a vuelta de correo. Al enterarse de que tengo un arsenal de botas de piel de foca más calientes que todos los zapatos de Nueva York, se rió mucho del sueño, que lueg luegoo cali califi ficó có de pe pesa sadi dill lla, a, y ha hast staa hizo hizo ex exam amen en de co conc ncie ienc ncia ia pa para ra averiguar eso de creer en sueños. Los puntos de examen se los di yo en una carta también por avión. Un teni tenien ente te co coro rone nell de dell Ejér Ejérci cito to espa españo ñol, l, muy muy afic aficio iona nado do a la grafología, me pidió unas líneas escritas a mano para estudiar mi carácter en los trazos de la pluma; p luma; y como lo dijo, lo hizo. Tan interesante me parceló el trabajo del bizarro coronel, que me di a buscar libros sobre grafología y hallé cuatro folletitos en inglés que me lo dan todo hecho. En ratos perdidos estudio esos folletos y ya me las echo de grafólogo, aunque esté aún en ciernes. Mucho ojo los que me escriban a mano, porque en los trazos de la pluma descubro yo quién es un presumido, o un visionario, o un haragán, o un desaliñado. de saliñado. ¡Ay, de la bachillera «gótica» que aparezca vanidosa, charlatana, suspicaz o quejumbrosa! ¡Menudas respuestitas que esperan a las tales! 15
IV.—Cartas espirituales Finalmente tenemos las cartas exclusivamente espirituales. Como vive tan solo y tan lejos de un P. Espiritual que me oriente, Dios ha suscitado almas buenas por esos mundos que me traigan a la memoria lo perecedero de todo lo humano y lo sublime de todo lo divino. Almas purísimas en cuyos escritos se transparenta un amor a Dios tan sincero y tan filial y tan fuerte que me saca de mis casillas Y me hace recoger y mejorarme. Regalado por el autor tengo siempre sobre la mesa el Libro de los Ejercicios comentado por el P. Oraá, S. J. Este libro basta para convertir a todo el mundo, si el mundo le leyera y meditara con el alma abierta de par en par a los toques de la gracia. Una madrileña me venía mandando pliegos copiados del Cántico Espiritual de San .Juan de la Cruz, hasta que tuve la osadía de pedir el libro a una familia de Logroño y a un profesor de Madrid. Los Los dos halla llaron ron el lib libro y me lo en envviaron ron prim rimorosa rosam mente encu en cuad ader erna nado do.. Me qu qued edéé co conn unoo y envi un enviéé el otr otroo a Anki Anking ng,, Chin China, a, par paraa que los Misioneros españoles que allí luchan por Cristo, lo pasen de mano en mano y se preparen con su lectura para nuevos sufrimientos. No doy por bien empleado el día si no leo varias páginas de San Juan de la Cruz. Cr uz. Un domingo por la tarde leí tanto que me descuidé, y como se me echaron encima el Rosario, la Bendición y otros menesteres parroquiales, no tuve tiempo de cenar hasta las once dadas, y cené cualquier cosa de prisa y corriendo, protestando que no se repetiría el desmán. Las cartas espirituales son siempre contestadas, por supuesto, y antes que el 90 por 100 de las otras. Por lo general, son de Religiosos y de monjas, aunque no creo faltar a la caridad si afirmo que a todos les gana una barcelonesa viuda y madre de tres hijos. Jesucristo tiene por el mundo un grupo de almas que le son incondicionales. En todas ellas se descubre al pernio la marca de genuinidad, pues usan el mismo vocabulario y las mismas ideas. Se ve que la fuente es la misma. Si yo viviera cien años, podría gloriarme de poseer cartas auténticas de santos canonizados. Como no los pienso vivir, lo celebraremos en el cielo. Voy a terminar advirtiendo que nadie me mande objeto alguno, a no ser impresos, que se esto no quiero poner límite. 16
Y cuando digo ningún objeto, no, excluyo nada. En cuanto a limosnas, resérvenlas para las ' Misiones asiáticas y africanas, que las necesitan más que la mías. El que quiera enviarme 10 pesetas para ayudarme a comprar sellos de correo, que se las envíe al SIGLO DE LAS MISIONES diciendo que son para Maquiavelo, y que Dios se lo pague,
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II
Bethel, «Casa de Dios»
Cómo nació Bethel El río Kuskokwim, en el corazón de Alaska, es el segundo después del Yukón, que, dicho sea de paso, es uno de los más caudalosos del mundo. Por aquí rara vez decimos Kuskokwim; Kusko basta y sobra y con Kusko a secas nos quedamos. El Kusko nace en las montañas centrales de Alaska, pasa crecidito por Mc Grath, recoge afluentes sin número en su trayecto y llega pomposo a la muy noble aldea de Bethel, donde ya es afectado por las mareas del Océano a 50 millas de distancia. Estas 50 millas de río «mareado» son de aguas navegables por los buques de cualquier calado; y esta circunstancia fatal es la que dio origen a Bethel, que está situada en una llanura encharcada donde no debiera haber ni rastro de habitación humana, por no haber aquí, en lo que alcanza la vista, ni árboles, ni suelo firme, ni agua decente, ni nada que nos defienda contra las tormentas típicas de las tundras alaskanas. Como el buque no podía navegar más arriba de aquí, echó anclas y se puso a descargar mercancía que fue luego trasladada al interior en barcas de calado insignificante. En 1885 pasaron por aquí unos moravos Con ansias de convertir indígenas. Les gustó el sitio y lo bautizaron con la palabra hebrea, tan bíblica, de Bethel o Casa de Dios.
La secta do las morases Estos moravos, tan escasos hoy en la Cristiandad, descienden, en línea recta del hereje Juan Hus, bohemio, condenado a la hoguera por el Concilio de Constanza en 1415, aunque no fueron organizados como secta hasta el 18
año 1457 por el apóstata Esteban, consagrado obispo por un obispo oriental ortodoxo. Como toda otra secta, la de los moravos se quedó en grupito o grupitos locales que languidecen interminablemente y nunca acaban de fenecer, gracias al pecado original que tantos males nos seguirá acarreando hasta que las trompetas del Arcángel San Miguel pongan punto final a la farsa. Como acontece en estos casos, al cabo de 500 años se apagan los resquemores iniciales y los hijos son lo que fueron sus padres, sin parar mientes en por qué lo fueron. Los pastores moravos de Bethel vienen a mi cocina a charlar con una campechanía digna de encomio. Yo les visito en las suyas y nos reímos candorosamente. Su iglesia es más bien un salón. Los feligreses entran hablando, se sientan a charlar, cantan himnos hasta enronquecer, escuchan una charla sobre la Biblia, que es una cantera universal de la que se sacan sentencias lau lauda dabi billísi ísimas, cada cada cua uall int interp erpreta reta los los text textos os segú segúnn se lo insp inspiira dire direct ctam amen ente te el Espi Espiri rita ta Sant Santoo o el espí espíri ritu tu qu quee sea, sea, seud seudoc ocom omul ulga gann anualmente con una galleta y un trago de jugo de fruta que llaman la Cena del Señor, invocan a Cristo y mueren en la creencia piadosa de que les irá muy bien en la otra banda. Como no vinieron otras sectas a hacerles competencia, todo este rincón del bajo Kusko se hizo moravo y lo fue exclusivamente muchos años, hasta que las hornadas de huérfanos educados en Holy Cross empezaron a desplegarse y extenderse por aquí en números respetables. Como por otra parte nuestro Padre Robaut, S. J., catolizó las riberas del centro del río y el nomadismo indígena trajo mescolanzas inevitables, el Kusko fue siempre una pesadilla para nuestro Vicario Apostólico, que nunca se satisfizo con las visitas periódicas y pasajeras que hacían por aquí los Padres de Holy Cross a larga distancia. Ya mismo gasté una semana se mana aquí, en Febrero de 1937, para que pudieran cumplir con Pascua los pocos católicos esparcidos por el contorno.
El cementerio do Bethel Cuando Cuan do se esta establ blec eciieron eron aq aquí uí los los morav oravos os,, ha habí bíaa un alto altoza zano no respetable cerca del río, y allí levantaron su residencia. Grupos de indígenas se fueron apiñando en su derredor y pronto se vio junto a la iglesia el cementerio poblado de cruces. 19
Las crecidas del Kusko con los bloques de hielo en Mayo fueron carcomiendo, y socavando las orillas, de modo que tuvieron que derribar las casas y levantarlas de nuevo a mayor distancia. El Kusko siguió socavando las riberas y obligando a los vecinos a mudarse más atrás. El altozano primitivo ha desaparecido casi por completo. Los vivos se mudaron; pero los muertos no lo pudieron hacer por sí propios, y como nadie les ayudó, fueron poco a poco desplomándose en las aguas turbias del bondadoso Kusko, que los ha venido recibiendo en su seno maternal. Hoyy mism Ho mismoo pu pued eden en ve verse rse escen escenas as maca macabra brass al remar remar en frent frentee de dell cementerio. Pueden verse —digo— esqueletos en las posturas más terroríficas: unos se asoman un poco, otros se asoman más, otros muestran una dentadura y unas cuencas vacías que mejor será pasar por alto, otros cuelgan en posturas estrafalarias sujetos por el maderamen carcomido del ataúd, y así por el estilo, dan al conjunto un aspecto idílico y hacen del sitio un lugar ideal para ir de merienda y solazarse ante los tintes arrebatadores del crepúsculo vespertino. Aquí un poeta se volvería loco de atar ante panorama de tan sin igual embeleso.
Bombardeando Bombardeando al hielo El Kusko sigue robándonos tierra de las orillas; por eso todos le huimos y levantamos nuestras modestas viviendas lejos de sus aguas, aunque para ello tengamos que levantarlas sobre estacas y hasta sobre postes elevados. En 1911, la inundación sobrepasó todo recuerdo. En 1946 entró el agua en las casas a un metro de altura. La gu guer erra ra,, qu quee tant tantos os male maless acar acarre rea, a, trae trae grac gracio iosa same ment ntee bien bienes es insospechados, por lo menos para los habitantes de Bethel. Es de saber que las inundaciones se deben en gran parte a que los bloques de hielo, en su arrastre hacia el mar, se apretujan y apelotonan y se estancan formando un vallado que echa el agua tierra adentro, adentr o, inundándolo todo. Hasta el año pasado nunca se hizo nada por romper el vallado formado en el recodo del río aquí detrás del cementerio. Luego se pensó en utilizar bombas desde los aviones de bombardeo. Este año tuve la suerte de presenciar desde el yerbazal próximo cómo cuatro aviones relucientes, después de evolucionar acrobáticamente para enttret en reten ener er a la po pobl blac aciión ón,, se de desp speg egab abaan un unoo a un unoo y dejab ejaban an caer aer 20
certeramente bombas que rompían el hielo y levantaban nubes fantásticas, mientras nosotros, como isidros abobados, estirábamos el cuello, abríamos la boca y dejábamos escapar un aaahhh simplón y pueblerino. Tres veces en 24 horas se repitió el bombardeo. Gracias a él no tuvimos agua dentro de casa, aunque para entrar en la mía tuve que hacerlo con botas de goma que me cubrían toda la pierna. El agua llegó a la puerta, pero no entró, gracias a las estacas que sostienen en alto la vivienda. Los aviones volvieron a darnos una sesión de circo dando vueltas y volteretas en el aire todos a una, como si tuvieran un solo piloto común, y cuando creyeron qué tendríamos dolor de pescuezo para el resto del año, se dispararon camino de Anchorage a más de 600 kilómetros por hora. Dios se lo pague y... hasta la vista.
El "agujero negro" del misionero En el otoño de 1942 fue encargado de establecerse aquí definitivamente el P. Francisco Menager, S. J. Bethel tenla entonces 800 soldados apostados aquí para que los japoneses no entraran en Alaska como Pedro por su casa. Con la ayuda de los católicos civiles y militares, levantó una capilla que da cabida a cien personas. Para residencia compró lo que yo he venido llamando «agujero negro», una choza tan pobre y tan oscura, que los que la ven se maravillan que el buen Padre resistiese res istiese aquí cinco años. Le animaban a mejorar de vivienda; pero él respondía que no merecía más, y en el entretanto e ntretanto tosía y estornudaba y se quejaba de que cada invierno le dolía más la espalda. A mí me recuerda al madrileño que fue al médico quejándose de que no podía respirar bien después de haber subido al hombro un piano al quinto piso. Ni en Kotzebue ni en Akulurak ni en ninguna otra parte en Alaska donde hace mucho más frío que aquí, tuve que lamentar jamás el que se me helase la tinta de la pluma fuente. Había visto espesarse la tinta de los tinteros y hasta vi en ellos algunos cristalitos negros; pero este agujero negro es una excepción. La primera noche que dormí aquí se me heló el tintero, que se convirtió en un bloque macizo de tinte azulado. Por fortuna, la pluma fuente 21
no estaba del todo llena, y al helarse la tinta el hielo llenó justamente el hueco que faltaba y no se me estropeó. es tropeó. Si se cierran puertas y ventanas y se cuelga del techo una cinta, se la ve cimbrearse al compás de las ráfagas de aire que se cuelan por resquicios y hendiduras. Este pecado de no habilitar la vivienda a prueba de corrientes de aire es de los que no tienen perdón ni lo deben tener. Me dijo el Padre que, cuando el frío arreciaba más que de costumbre, se iba a dormir a la venta, donde la calefacción realmente calienta y no se hiela la tinta.
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III
El puesto misionero de Bethel
Bethel, cruce de caminos Yo acabo de adquirir una casica donde estoy trajinando y haciendo acomodos para dos cuartos donde puedan pernoctar los misioneros y monjas que pasen por aquí; porque hay que hacer notar que Bethel es, geográficamente, un cruce de caminos aéreos. Al Sur de aquí están las pesqueras de la bahía de Bristol, que emplean miles de obreros entre mayo y agosto. Al Norte están el Yukón y Nome, donde se reclutan muchos de estés obreros. Al Este tenemos las minas del alto Kusko, que se abren en abril y se cierran a primeros de noviembre. Bethel, con su campo de aviación moderno y amplísimo, es la sede y vivero de pilotos y Compañías de aviación privadas que conocen el país palmo a palmo y no se desvían jamás de las rutas ya conocidas y probadas. Todo el que quiera ir desde Fairbanks o Anchorage a la costa del Estrecho, o viceversa, tiene que pasar por Bethel, donde lo mismo se puede detener un día que una semana; porque cuando el temporal se pone a ser pesado, lo es un rato. El Padre Manager ponía a los visitantes en casas de confianza, por no tener acomodo en el agujero famoso. Si mis planes cuajan, dentro de muy poco, tendré dos camas extras y en privado para alojar al Sr. Obispo, al Padre Fulano que va, al P. Zutano que vuelve y a dos monjas que pasan camino de Fairbanks llamadas por la Madre Provincial. ¡Que no me voy a dar poco postín guisando platos españoles y contando historietas a los visitantes! Claro que tienen que ayudarme a fregar los platos después del banquete. 23
Censo do la población En el censo que acabo de hacer, hallé que Bethel tiene 85 católicos, y el domingo que viene tendrá 87, pues tengo preparados dos moravos para recibir el bautismo. La población total de la aldea es de 297 adultos de 21 años para arriba, dejando a muestro buen sentido adivinar el número de menores de edad. La de los 297 tiene un poco de historia. Hasta hace poco se vendía aguardiente en Bethel. Las borracheras de los indígenas adquirieron tales proporciones que, por lo visto, aquí no se podía vivir en paz. El policía del distrito, que reside aquí, me cuenta que se acostaba todas las noches en pantalones, pues esperaba infaliblemente ser despertado hacia la medianoche para detener a individuos que se desangraban a botellazos en el barro de la calle, o rompían vidrios en las ventanas del vecino, o simplemente entraban en las casas sin llamar y lo alborotaban todo. Acostándose vestido, llegaba más pronto al campo de batalla. Con las borracheras viene siempre la pobreza; porque el borracho no se cuida de cazar ni pescar, y aquí el que no lo haga tiene que vivir del aire. Pues bien, la gente cuerda creyó que había llegado la hora de hacer algo y reunió una lista imponente de nombres que pedían al juez del territorio revocase las licencias de la venta del aguardiente. Los taberneros se echaron también a la calle en busca de firmas en su favor y reunieron otra lista no menos imponente. Se llevó el asunto a los tribunales y el juez falló contra los taberneros por tener éstos minoría de nombres en sus listas. En el escrutinio escrupuloso de nombres se halló que Bethel tiene 297 personas mayores de edad. Hoy día, sin aguardiente legalizado, (aunque se bebe a escondidas), las calles son verdaderas avenidas de paz, y el policía se desnuda todas las noches al acostarse. También se caza y se pesca más y los indígenas disfrutan de mejor salud.
Bebida y borrachera En presencia de una botella de aguardiente, el eskimal pierde los estribos, y, si la bebe, se convierte en un animal de cuatro patas. Por eso vienen los tanteos de regular, prohibir, permitir y volver a regular la venta del aguardiente. 24
El blanco bebe un litro y se tiene en pie. El eskimal es kimal bebe una copa y ya empieza a tambalearse. Ya sé que no me lo van a creer, pero conocí en Kotzebue un individuo rubio, de 45 años, que bebía todos los días 48 botellas de cerveza. Y cuando digo «todos los días», quiero decir siete días a la semana, todas las semanas. Los alaskanos no somos gente que se ahoga en poca agua, ni menos en poca cerveza. Debo hacer notar, sin embargo, que las tales botellas eran pequeñas. En el lenguaje yanki, los chistes sobre bebidas y borracheras forman una enciclopedia. El más típico que yo conozco es el del capitán de barco y su contramaestre. Alternaban escribiendo el diario del barco, y un día el capitán escribió: «El Contramaestre se emborrachó hoy». Al día siguiente el contramaestre vio el escrito y escribió a su vez: «Hoy el capitán no se emborrachó».
Cines y bailes Pero dejando el aguardiente para otra ocasión, digo que los católicos de Bethel tienen tantas tentaciones, que no es de extrañar no vengan todos a Misa como debieran. Hay dos cines todas las noches; uno empieza cuando el otro termina; y como los salones de cine están en los extremos opuestos de la aldea, todas las noches se ve una procesión de gente a la misma hora. No llevan santos, ni cruces, ni pendones. Llevan un dólar en el bolso y un ansia incontenible de sentarse otras dos horas delante de otra película. Hay dos salones de baile, a donde van al terminarse la segunda sesión de cine. Lo ordinario es acostarse a las dos de la madrugada. Tanta mundanidad e irregularidad de costumbres trae necesariamente una sequía espiritual que agosta y mata al alma más robusta. No es fácil ir a Misa cuando, se ha pasado la noche de ese modo; y si se va, se bosteza más que se reza. Me dijo mi antecesor que, si cumplían con Pascua 30 personas, me diera por satisfecho. Me pareció el colmo de la tibieza. Importunando mucho al Sagrado Corazón por las noches ante el Sagrario silencioso, que en vez de 30 fueron 55 los que se confesaron y 25
comulgaron, es decir, que no quedó casi nadie, porque entre los 85 católicos hay que contar a los niños que no tienen usa de razón.
Métodos de amor A mí me ha dado siempre buen resultado tratar a la gente con respeto y nunca reñir a nadie. El que no viene a Misa el domingo, sabe de sobra que ha obrado mal. Echarle una reprimenda en plena calle, es ahuyentarle; y reprenderle en el confesonario es un crimen. El día del Juicio veremos los daños desastrosos causados por el mal genio del sacerdote. El pecador es la oveja perdida que hay que buscar primero y luego cargar sobre los hombros sin darle de palos ni barbotar insultos. Es más. Hay gente que no vive vi ve como Dios manda y está esperando una reprimenda del misionero para poder luego disculparse de no ir jamás a la iglesia. Si el misionero, a estilo de Jesucristo, es manso y humilde de corazón, y no hace más que esparcir sonrisas y callar, la tal gente no tiene disculpas a qué agarrarse y más tarde o más temprano se rinde. Aunque haya qué esperar diez años, la espera merece la pena. Lo que importa es atraer, no ahuyentar; y los yankis dicen que una gota de miel atrae más moscas que una botella de vinagre; y tienen razón. Esto va para los misioneros noveles que piensan llevarse de calle reinos enteros y ganarlos para Cristo en pocos días. Si cada misionero catoliza pacientemente el grupito a él encomen e ncomendado, dado, pronto tendremos cifras considerables en el gran total de conversiones.
Los católicos de la isla Nelson En el verano la población de Bethel se ve aumentada con las caravanas de pescadores que vienen a proveerse aquí de salmones a la vez que obtienen diversos empleos y compran luego lo que necesitan a precios más reducidos de los que tendrían que pagar en los almacenes locales. Vienen de la costa, principalmente de la isla de Nelson, donde son todos católicos y, por cierto, buenos católicos. Con su llegada la Iglesia no da cabida a todos; por lo cual tengo que decir dos Misas los domingos. A la 26
primera vienen los forasteros. Como son gente primitiva y toman aceite de foca, despiden un olor original que los eskimales de Bethel no aprecian gran cosa. Por eso, al salir de Misa los forasteros, se abren puertas y ventanas y se ventila la iglesia. Estos eskimales de la costa se aferran a su lengua nativa y no entran por el inglés, sobre todo los viejos. Con ellos, el Rosario y las oraciones son en eskimal, que me recuerdan r ecuerdan no poco mis excursiones por las tundras de Akulurak; mientras que los de Bethel han perdido, o poco menos, la lengua de sus abuelos, y hablan un inglés respetable. Con estos en la Iglesia no se habla más que inglés. Es decir, que a tan corta distancia hay como dos naciones. Los de la costa caen aquí como si fueran visitantes extranjeros. El Sagrario de Bethel es el lazo de unión entre todos ellos. En general, la venida de los costeros es fuente de bendiciones; porque, como se confiesan y comulgan todos sin excepción, los de Bethel lo ven y se aplican el cuento. Los misioneros de la costa no ven con buenos ojos que sus ovejas vengan a los pastos de Bethel. Temen que adquieran hábitos reprobables, y les sobra razón.
Modas y divorcio En Bethel prevalece la moda de los blancos, que forman aquí un grupo considerable. No hay mujer que no fume, pitillo tras pitillo, todo el santo día; y luego andan sin medias, con las piernas al aire hasta la rodilla. No hay cosa tan repugnante como ver a una vieja con las piernas desnudas. Durante la guerra se hizo por patriotismo, para ahorrar lana y algodón. El demonio se metió de por medio y ahora se hace porque es la moda. Las eskimales, por alternar con las blancas, las imitan en todo. Más aún, ya empiezan a divorciarse legalmente como sus hermanas blancas. Pasa mucho del medio millón al año el número de divorcios en los Estados Unidos. Esta epidemia no podía menos de extender el contagio, y así ha ocurrido. Acabo de ver en una Revista que en la ciudad de Oakland, de California, la señora Ida Kelly tenía y tiene una rata favorita muy mimada que le sirve de entretenimiento. Esta señora exigió a su marido comprar más 27
carbón, ¡porque la rata tiritaba de frío! El marido no quiso hacerlo, y encima no hacía más que quejarse de quee la rata qu rata co com mía demas emasia iado do.. La señ señora ora pres presen entó tó qu quer erel ellla an ante te los los tribunales y obtuvo el divorcio sin dificultad. ¡Para que luego nos quejemos de que Dios conserve a Stalin en tan buena salud! Los eskimales van aprendiendo la palabra divorcio, aunque no con tanta rapidez como los blancos, ¡loado sea Dios! En la costa no; existe el divorcio legal, aunque se ven acá y allá parejas separadas que es muy difícil volver a juntar como Dios manda. Da pena oír a los indígenas de Bethel bromas sobre divorcios y nuevas nupcias.
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IV
La señora Lulú, la «Reina Victoria» y la «Vicaria,
La señora Lulú Bet Bethe hell tien tienee un ho hosp spit ital al con 40 cam camas qu quee de ordi ordina nari rioo está estánn ocupadas, pues no son sólo para Bethel, sino para un distrito de límites borrosos que comprende todo el bajo Yukón y toda la costa del Estrecho, más el Kusko y las llanuras hasta la bahía de Bristol. Pertenece al Ministerio del Interior y es preeminentemente para los indígenas a quienes no cuesta nada la hospitalización, mientras que el blanco que caiga en una de estas camas tiene que pagar cinco dólares diarios si los tiene o cuando los tenga. El medico actual es un señor dignísimo de Nueva York, con quien tengo charlas amenas con relativa frecuencia. Tiene en su casa a una señora de 74 años que fue enfermera en el Kusko cerca de 40 años y es una de esas almas queridas universalmente sin excepción. Se llama Lulú. Esta Señora se crió junto a la frontera mejicana y aprendió algo de español, que ha olvidado en gran parte. Se levanta a las nueve, desayuna y se sienta junto a la ventana hasta bien anochecido cuando vuelve al lecho siguiendo las prescripciones del médico que no tiene más que 36 años y la trata como madre. Ella le trata como a hijo. En esas asentadas diarias tan largas y forzadas la señera Lulú, cansada de leer y de cultivar tiestos de geranios, se agarra como lapa al visitante que entre a darle los buenos días o las tardes. Cuando entro yo, me tiene ya preparada una butaca junto a una mesa dond do ndee ha hayy un plat platoo ates atesta tado do de av avel ella lana nas, s, nu nuec eces es y alme almend ndra rass de dess29
cascarilladas, porque me oyó decir un día que no había cosa que me gustase tanto como moler y triturar almendras con mis caninos. Hay también en la mesa un vaso grande de jugo de naranja.
"Padresito mío" La señora Luid me llamaba Padresito mío y añade que casi podría ser ml ab abuuela. ela. Co Com mo toda toda la vida ida fue fue en enfe ferm rmer era, a, me clava lava los ojos ojos sesemiap iapagados para desc escubrir rir si pasé bien bien la noche, si me alimen entto debidamente, si sudo por nada, si tengo la lengua cargada, etc., etc. Entra luego el médico y hace lo mismo, preguntándome qué tal hice la digestión. Luego nos echamos por los campos variadísimos de todas las conversaciones dignas y respetables. Sale el médico; pero yo no puedo salir. La señora Lulú no me ha preguntado aún qué noticias tengo de España. Asimismo no se satisfizo con las razones que aduje para no haberla visitado en siete días seguidos, y vuelve a la carga. Entre col y col me da varios avisos para que me conserve santo, verdadero imitador de Jesucristo. Ella no es católica; pero no cree haber hecho en su vida nada de que tenga que ruborizarse el día del Juicio. Quiere que yo sea buen sacerdote, buenísimo, y dice que no me ha de perdonar el menor desliz si algún día llega a su conocimiento que caí en alguno. No No cree cree en un Infi Infier ernno eter eterno no.. Nos eter eterni niza zam mos argu arguyyen endo do y debatiendo. Si me ve una mota en el vestido, me echa el alto; y si no me corto el pelo a tiempo, lo tengo que hacer pronto, porque eso sería ya un desliz. Como me afeito todos los días, la pobre se lleva un chasco, ya que gozaría lo indecible mandándome afeitar. A todos los que la visitan les dice que tienen en Bethel un sacerdote graciosísimo y la mar de bueno, que me traten bien y me inviten a cenar con frecuencia. Esta señora ha hecho más propaganda en mi favor que ninguna otra persona que yo sepa. Como tiene tanta autoridad, sus palabras llevan mucho peso y me han granjeado amigos sin cuento. Es bastante puritanica. Creo que me ayuda porque no fumo ni bebo, cosas ambas elementales en un buen cristiano. A ver si algún alma buena reza por la señora Lulú, mi bienhechora y admonitora. 30
Misas y bautismos en el hospital Dos veces al mes digo Misa en el recibidor del Hospital. Técnicamente hablando, esto podía prohibirlo la Constitución; pero aquí hacemos las cosas caseramente y como en familia, y no pasa nada. La víspera reúno en el recibidor a los enfermos que andan levantados y los confieso. A los otros los confieso en sus camas. Por la mañana temprano, mientras el Hospital duerme en paz, la enfermera, avisada, me va trayendo enfermos en sillas de ruedas y hasta en cami camill llas as ambu ambula lant ntes es y se llen llenaa el reci recint ntoo de cató católi lico cos, s, ap apos ostó tóli lico coss y romanos. Comunión a las camas sin hacer ruido ni despertar a nadie. Un día tuve 16 enfermos. El día de Pascua, o mejor, el lunes, hubo 14. Van y vienen, naturalmente, y no se consideran residentes en Bethel para los censos de la aldea. Cuando nacen niños en el Hospital y los bautizo, tengo que cubrir la boca y la nariz con un paño desinfectado; pues es regla estricta que nadie eche directamente el aliento en el rostro de niños recién nacidos. Hasta el padrino tiene que enmascararse. Yo no puedo hacerlo sin mezclas de risa y de refunfuños. Parecemos bandoleros a punto de echar el alto.
Una viuda de 50 años Como la seño Como señora ra Lulú Lulú ya está está jubi jubila lada da,, su pu pues esto to de en enfe ferm rmer eraa ambulante ha sido ocupado por una viuda de 50 años, aunque ella insista en que tiene 38 cumplidos. Es católica de verdad., Viaja por las aldeas vacunando, sacando muelas y recetando píldoras, y vuelve a Bethel, donde el Gobierno la provee de una casa con calefacción, cuarto de baño, agua corriente, butacas, alfombras y un piano. Se las ingenió para adquirir un lavarropas mecánico, que es lo que más alabo yo en su casa; pues es el caso que esta buena señora lleva cuenta del día y hora en que debo llevar a lavar mi muda, y si no lo hago puntualmente, viene ella misma y se lleva en un fardo todo lo que atrapa por las sillas, cajones, rincones y otros lugares donde los solteros suelen tirar las prendas usadas. Me lo lava en un voleo y me lo plancha con mucho gusto. Sobre todo, se complace en lavar y almidonar los lienzos del altar y dem de más lino linoss de igle iglesi sia. a. Ah Ahor oraa qu quee ya sabe sabe do dobl blar ar litú litúrg rgic icam amen ente te los los 31
corporales y purificadores, se luce en toda regla. Viaja siempre en aeroplano y duerme en casa de los maestros locales. Insiste en que los eskimales no han entendido ni entenderán jamás la Religión. Lo sabe porque no ha logrado hacerles entender la necesidad de lavarse y cepillarse la dentadura, cortarse las uñas de los pies, usar pañuelos limpios, fregar los platos como es debido y lavar las legañas de los niños. Si no en enti tien endden eso eso, ¿cóm ¿cómoo va vann a en ente tend nder er los prec precep epttos tan tan complicados de la Religión? Yo me defiendo con hechos reales que ella interpreta interpreta a su manera manera y pasamos pasamos así dos horas horas sin darnos cuenta cuenta de de que pasaron.
Charlas de sobremesa Cuando se siente con bríos (y se siente con frecuencia), guisa una cena muy maja y nos invita a dos o tres solterones a cenar. Fregamos los platos en dos minutos y luego nos sentamos a departir sobre la vida en esta Alaska singular, trayendo razones de fuerza para probar nuestro aserto, porque no se da nada por supuesto y hay que probarlo todo. Como se lee tanto en estos inviernos tan largos, los blancos de Alaska adquieren pronto un barniz de erudición verdaderamente temible. Saben qué año inventó Ford el automóvil, cuántas toneladas de piñas exportan las islas Hawái, los diversos salarios semanales de los actores y actoras de cine, la grasa que produce anualmente la pesca de ballenas en el Antártico, lo que tardaría uno en llegar al sol en automóvil, lo que nos tocaría a cada uno si se repartiese equitativamente todo el dinero existente y que enfermedad causa más defunciones, el cáncer o el mal de corazón. Hechos reales, concretos, verificables. Y a todo esto no les he dado el nombre de la viuda enfermera. Se llama Esther Victory; pero yo la llamo reina Victoria y ella se ríe muy complacida. Mientras más años viva aquí la reina Victoria, más limpio y aseado me presentaré yo ante el público. Recen, pues, por ella, si estiman en algo mi presentación exterior. Cuando me trae la ropa lavada, mete casualmente un buen mollete de pan reciente, o por lo menos unas rosquillas para el chocolate, y a veces toda una libra de chocolate. 32
Cuando predico los domingos en Misa, la veo entre los eskimales muy atenta, con el rosario y el devocionario listos para cuando yo termine la arenga. ¡Viva la reina Victoria!
La "Vicaria" Pero la verdaderamente católica en Bethel es una mestiza de unos 55 años. El P. Menager la solía llamar «La Vicaria», y me dijo que no se daban mejores en ninguna parte. «La Vicaria» fue una de las primeras niñas educadas en Holy Cross, donde aprendió el Catecismo de memoria y lo entendió razonablemente. Se casó corno Dios manda con un blanco bonachón, tuvieron hijos vivieron felices hasta que un verano, navegando por el Kusko los dos en el barco de la familia, cayó al agua el marido con tal mala suerte, que no hubo modo de salvarlo. La corriente y las profundidades insondables lo tragaron para siempre, La pobre mujer tuvo valor para volver sola remando, viuda y con dos hijos pequeños, la que poco antes había salido tan risueña r isueña y confiada.
Viuda segunda vez Como tenía dotes sobresalientes, se pudo casar pronto con otro blanco, también muy bueno. Tuvieron a su vez hijos y vivieron felices hasta que un día de verano tuvieren que hacer un viaje rio Kuskokwim arriba, él, ella y una hija de 15 años. Cientos de veces habían hecho aquel trayecto en su vaporcito fluvial con casita pintada y todo y una estufa para hervir café y hacer unas sopas en plena navegación. Esta vez encallaron en la arena, y por más que maniobraron no lograron desatollar el barco. El marido tanteó alrededor del barco y lo halló tan raso que se echó a la arena con botas de goma. Todo Todo iba salie saliend ndoo bien. bien. Empu Empujo jone ness rítmi rítmico coss co comb mbin inad ados os desde desde adentro con pértigas y desde afuera con los puños iban produciendo el deseado resultado; pero muy despacio. El marido se apartó un poco para hacerse cargo mejor de la situación, cuando pisó en un hoyo profundo, se hundió, comenzó a gritar, la hija se tiró 33
al agua para salvarlo, se hundió también en el remanso engañador y los dos se ahogaron. La desconsolada mujer quiso también tirarse al agua; pero no sabía nadar, y el pensamiento de los niños que quedaban en casa esperándola, la contuvo, y allí se quedó petrificada llorando hola entre el cielo y la corriente del Kusko. Echó el áncora para estar segura y se puso a esperar a que pasase algún barco. ¡Qué horas aquellas! Cuando me lo cuenta en la cocina no hace más que llevarse el pañuelo a los ojos. Vino al poco un barco, y ahora viene lo terrible. Comenzaba a lloviznar. Los del barco iban dentro de la cubierta y no la vieron. Marchaba río arriba el tal barco impelido por una máquina que hacía mucho ruido; pasó casi rozando, pero nadie la vio agitar el pañuelo en la cubierta ni menos la oyeron los gritos que daba implorando auxilio. El barco pasó y se alejó. Cuando ya estaba lejos, un niño que no podía estar mucho debajo de la cubierta sin curiosear por de fuera, vio el barco encallado que habían dejado atrás y se lo dijo a su padre. Este se hizo cargo al punto y viró en redondo. Se acercó cautelosamente, se enteró de la tragedia y volvió a Bethel trayendo a la viuda llorosa, pero no desesperada. Luego hallaron que los dos ahogados habían perecido en un espacio reducidísimo de agua profunda. Dos brazadas bien dadas los hubieran sacado del peligro. El atolondramiento, el no saber nadar, el peso de los vestidos y la frialdad del agua contribuyeron de consuno a la catástrofe.
Modelo de Acción Católica Berta, que así se llama la «Vicaria» no se volvió a casar. Los hijos crecieron y Dios ha usado con ella de mucha misericordia. Ella nunca se quejó, ni se la escapó jamás ninguna tontería contra el cielo o su mala suerte. Dios es nuestro Padre, Él se encargará de nosotros sus hijos. Berta los fue colocando a todos cristianamente y hoy vive con el Benjamín, un mocetón de 18 años, más alto que yo, alegre, hábil, buen católico y el báculo de su buena madre. Le llaman Jackie, que quiere decir Juanito. 34
La «Vicaria» viene a Misa casi diariamente y para ella ir a Misa es sinónimo de comulgar. Si se me acabó el pan, o si mis calcetines necesitan ser repasado; o los forros de la sotana se deshilvanan, ahí está la «Vicaria» adivinándolo todo y viéndolo todo y saliéndome en todo al paso para que no me avergüence de sugerírselo yo mismo. Si algún católico se enfría en la fe, ya está ella visitándole como al acaso y ponderando el sermón del domingo. Si nace un niño católico y pasan los días sin que se bautice, ya se alarma la «Vicaria» y remueve al asunto para que nadie se haga el sueco. Con esta «Vicaria» junto a mí, la labor parroquial resulta más ligera. También Berta merece una oración de los lectores de EL SIGLO DE LAS MISIONES para que Dios la sostenga en el bien comenzado y la corone al fin en el cielo en compañía de los que han ayudado notablemente en la conversión del mundo infiel.
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V
Estampas del natural
El eskimal y el sacerdocio Bethel tiene el honor de ser la cuna del primer indígena con vocación para el sacerdocio. Roberto Corrigal, huérfano, hijo de blanco y eskimala y educado en Holy Cross está hoy en el Noviciado de los Padres Jesuitas en calidad de escolar y, si persevera, se ordenará un ella de sacerdote y vendrá a ser párroco de sus paisanos del Kusko. Este joven de 19 años necesita todas nuestras oraciones; y a ver si no queda por nosotros. Los indios de las Montañas Roqueñas han dado tres sacerdotes, los tres Jesuitas si no me engaño; uno en el Canadá, otro en el Estado de Nueva York, y otro que acaba de ordenarse en la Provincia de Oregón, cerca de aquí. Los tres son, indios puros, que yo sepa. La raza eskimal ha dado y está dando pastores a las sectas protestantes; pero para set pastor protestante no es menester más que descender de Adán y Eva, no fumar, no embriagarse y leer la Biblia. No se trata de eso. Se trata de si un eskimal puro puede o no llegar a ser sacerdote. Hoy por hoy vemos el horizonte bastante oscuro. Al llegar a los 18 años el eskimal pierde toda ambición de instrucción académica y llega como a un estancamiento definitivo en cuestiones escolares, mientras que por otra parte se despierta en él un prurito irresistible por la mecánica. Lo primero que hace al comprar un reloj, un motor, un rifle, lo que sea, sea, es de desm smon onta tarl rloo piez piezaa a piez pieza, a, ex exam amin inar arlo lo de desp spac acio io y vo volv lver erlo lo a componer muy complacido. Los dibujos de Física no le dicen nada. Tiene que verlo él mismo y palparlo. Asimismo no hemos encontrado aún el eskimal que haya entendido y reído debidamente un chiste nuestro. ¿Cómo va a entender filosofía y 36
Teología? Además no hay modo de hacerle perseverar en una misma ocupación seis meses seguidos. Tiene que variar y mudarse. Se me dirá que si tomamos al niño, eskimal y lo educamos con los blancos, se podrá parangonar con ellos, No hay tales. Lo lleva en la sangre. Hemos tenido en nuestras escuelas chicos desde los 5 a los 22 años y no han sido excepción a la regla general. No hay modo de hacerles aguantar el hastío que les produce una misma 'tarea día tras día. Sin constancia, ¿cómo van a resistir el estudio abstracto y pesado que supone la preparación para el sacerdocio? Añádase a esto su escasa fuerza de voluntad para sobreponerse al instinto sexual, y se verá que el horizonte aparece ciertamente poco halagüeño. En cambio, basta que haya una inyección de sangre blanca, para que cambien los términos. Cuando un blanco se casa con una mestiza, tenemos hijos guapísimos, esbeltos, robustos y en todo como los blancos. Si se casa con una eskimala pura, tenemos los mestizos que son aún un problema. Si reciben buena educación, pueden llegar y han llegado a ocupar puestos de responsabilidad y confianza. Conozco a tres aviadores mestizos que lo están haciendo bastante bien. Si no se les encauza bien desde el principio, resultan una mezcla detonante que da lástima.
Roberto Corrigal Nuestro Roberto Corrigal es hijo de blanco. Su madre tenía un poco de portugués según me he enterado. Vino hace años por aquí un aventurero de las Azores y me aseguran que la madre de Roberto era nieta suya; y esa inyección de sangre ibera, aunque perdida en el chorro de sangre eskimal, basta y sobra para elevar a Roberto a un rango superior al eskimal puro. Como por otra parte heredó de su padre sangre sajona, Roberto puede gloriarse de ser lo que más le guste: blanco, eskimal, mestizo, sajón, íbero, lo que quiera. Los yankis son muy amigos de cortar nombres por la mitad. Les horrorizan las palabras largas. Ricardo se dice «Dick»; Enrique se dice 37
«Harry»; Jacobo se dice «Jim» y Roberto se dice «Bob». Al aspirante al sacerdocio Roberto Corrigal no se le conoce ni se le conocerá jamás por otro nombre que Bob. En España no sé cómo se li brarían los «Bobs», de una segunda «o» en el nombre. El actual Superior de Holy Cross nació en Skagway, Alaska, y fue a la escuela en Juneau y de allí al Noviciado en los Estados Unidos; pero sus padres eran blancos, los dos con ojos azules, pecas y rizos rubios; por eso, aunque alaskeño, no es eskimal y no le contamos.
Jerry Dahl Mi monaguillo, Jerry Dahl, pudiera llegar a ser sacerdote, aunque tendré primero que verlo para creerlo. Su Padre es noruego y luterano; pero un alma de Dios incapaz de matar un mosquito. Cuando le digo que Jerry llegará a ser sacerdote, echa para atrás su cabezota rubia y se ríe bonachonamente. Luego, en serio, me dice que sería un honor inmerecido para él, Así es que, por parte del padre, Jerry puede ordenarse mañana mismo. Su madre es mestiza, sobrina de Berta la Vicaria, y católica práctica de lo mejorcito de Bethel. Si Jerry no se viste listo y viene a Misa derecho como una bala, su madre le trae por las orejas. Por parte de su madre, Jerry podía ordenarse hoy mismo. Jerry va a cumplir 9 años y es todo un muchacho. Guapo, en extremo, ojos de inocencia que hipnotizan, parlanchín que cuando viene a mi cocina no me deja meter una palabra en la conversación con lo que me gusta a mi monopolizarla, y así por el estilo. Hizo la primera Comunión el día de Pascua de este año. Cuando cuento historias a la gente menuda, Jerry es el blanco de las iras plebeyas. No puede estarse quieto ni callado; y encima nunca habla sin gritar por las nubes. Al empezar yo el cuento, ya está él con su letanía de preguntas. ¿Es un hecho cierto o lo invento yo? ¿Dónde ocurrió? ¿Era católico aquel tío? ¿Le cogió el oso al niño? ¿Alcanzaron los policías a los ladrones? ¿Se escapó de la cárcel el bandolero? La plebe le increpa que se calle y aguarde, que todo se aclarará a su tiempo; pero Jerry piensa rápido y con ráfagas de intuición y no puede 38
esperar en paz el desenlace largo del hecho en cuestión. Me le imagino en las clases de Teología poniendo en aprietos a más de un profesor. Dios lo haga. Jerry es contracción yanqui de Gerald que supongo equivaldrá a nuestro Gerardo. A ver si piden por la ordenación de Gerardo.
Las comunicaciones de Bethel Cívicamente considerada, Bethel es la urbe de la costa suroeste. Tiene en la actualidad seis tiendas o almacenes; dos salones de cine; dos salones de baile; un hotel que sería mejor llamar venta; una casa de comidas y una fonda diminuta donde le sirven a uno un tentempié en menos de diez minutos. Quiero decir que el que tenga dinero vive aquí como quiere. Tene Tenem mos tam también bién cu cuat atro ro Co Comp mpañ añía íass de av avia iaci ción ón.. Co Como mo no ha hayy carreteras ni parece que las habrá jamás en estas costas glaciales, y como la navegación se paraliza durante los hielos invernales, el único medio de locomoción rápida es el aeroplano. Los blancos han mandado a paseo el trineo y hablan de él como de una pesadilla lejana. Todo el mundo se ha echado a volar, con lo cual la aviación ha adquirido un auge insospechado. Tenemos correo dos veces por semana todo el año. Las cartas de Roma llegan a Bethel en 9 días; las de España en ocho; las de Méjico en cinco y las de Akulurak hay que distinguir. Si las escriben en abril, tardan dos meses justos, y lo mismo se diga si las escriben en octubre. Si las escriben en enero o en agosto, pueden llegar en 18 días. La causa de este fenómeno al parecer increíble es que Akulurak no tiene campo de aviación Y los aeroplanos no aterrizan más que en el hielo o en el agua. Durante las dos estaciones del hielo y deshiele, se interrumpe toda comunicación. Además el contrato postal vale sólo para dos servicios al mes. Se me olvidó decir que acabo de recibir una carta de Buenos Aires que tard tardóó ex exac acta tame ment ntee cinc cincoo días días.. Esto Esto da dará rá un unaa idea idea de la difi dificu cult ltad ad de comunicaciones dentro de Alaska en regiones que caigan fuera de las rutas aéreas ordinarias. Desde Bethel podría yo volar a Madrid en dos días y medio. El mundo ha cambiado y lleva camino de cambiar de suerte que a este paso podré algún día desayunar en Bethel, comer en León y volver a Bethel 39
a cenar. Tengamos paciencia y veremos cosas que hoy no sospechamos.
La cárcel modelo y mi organista Tenemos también aquí una cárcel modelo. Margarita, mi organista, se educó en Holy Cross, donde sobresalió por su talento y por su piedad; tanto que los últimos años tuvo a su cargo la instrucción de los pequeños. Se casó como Dios manda; pero no congeniaron y fueron de lío en lío hasta que él tiró por un lado y ella por otro. Vino a Bethel donde halló fácilmente empleo de cocinera. Una noche se embriagó lo que se dice de verdad. Cogió un garrote y allí no paró ni el gato. El policía, después de esquivar golpes furibundos, logró entrarla y la llevó a la cárcel donde llegaron los dos sin pizca de aliento. La guardiana encargada de custodiarla halló el ambiente de la cárcel algo deprimente. Con el debido permiso se llevaba por la mañana a Margarita a su casa y allí cosían y guisaban y charlaban juntas como dos palomas inmaculadas. Entre día saltan de paseo por la orilla del Kusko si hacia bueno. Por la noche la devolvía a la cárcel donde dormía Margarita el sueño del Justo. Los domingos Margarita venía la primera a la iglesia —con permiso— y nos alegraba con las melodías del órgano. Después de Misa la guardiana la llevaba a su cocina a freír unos huevos para el desayuno, A esto llamo yo cárcel modelo; y el que no me dé la razón es un zoquete.
Tres buscadores de oro Vive junto a mí un polaco muy viejo que atravesó el mar en los brazos de su madre y después de vagar de mozo por los Estados Unidos vino a parar al interior de Alaska. Dice que eran tres mineros exploradores o buscadores de oro: él y otros dos muy vivos. Vivían en sociedad y se turnaban en la cocina hasta que ninguno quiso guisar. El polaco, después de instarle mucho, aceptó guisar pero con esta condición: que el primero que se quejase de los guisos, tendría que cocinar. 40
Pasaban semanas y semanas y allí nadie se quejaba. El polaco estaba harto de guisar. Un día echó en el café mostaza, sal, pimienta y una cebolla. Al primer trago un minero dio un puñetazo en la mesa y dijo con voz de trueno: —Este café sabe a perros. Le brillaron los ojos de gozo al polaco, pero antes de que tuviera tiempo de abrir la boca, añadió el otro en voz baja: —Pero así es como me gusta a mí el café. Y el otro minero corroboró, también en voz baja: —Lo mismo digo yo. Con lo cual el pobre polaco tuvo que seguir cocinando mal de su agrado. Se llama Juan a secas. Está en vía de recobrar la fe perdida y espero que las oraciones de los lectores le ayuden a dar el paso definitivo. Háganlo aunque no sea más que por interés propio; porque si se condena, se verán privados en el cielo de chistes capaces de entretenerlos una buena porción de la eternidad.
Solo ante el Sagrario Las noches de Bethel son siempre deseadas por el misionero para darse la gran satisfacción de poder conversar con Jesucristo ante el sagrario después de haber terminado el Breviario, el rosario y el vía-crucis en el silencio de la iglesia con las tres consabidas indulgencias plenarias que la Santísima Virgen se encargará de aplicar según Ella vea ser de la mayor gloria de Dios. En aquellas horas nocturnas en que la gente va de cine en cine y de bailoteo en bailoteo es un privilegio inmenso poder hacer compañía a Jesucristo delante del altar. A la larga Jesucristo y el misionero son como si las dos no fueran más que uno. ¿Por qué todos han de tener músicas y nosotros hemos de estar siempre callados? A Jesucristo le he entretenido yo con el acordeón y lo considero una de las acciones más puras de mi vida. vida . Con el órgano también; pero esto se sobrentiende. Con el acordeón y a solas ya es otra cosa. El gozo de estas tertulias no es para descrito, sino para sentido, 41
Asimismo los martes y sábados a las dos de la tarde que es cuando se reparte el correo en la estafeta, tomo el puñado de cartas con sellos variadísimos y las leo en una silla junto a las gradas del altar. Lo hago por dos razones y son éstas: PRIMERA. ¿Con quién voy a comunicar yo mis penas y alegrías si no hay un alma en todo el Kusko que me entienda ni a mil leguas? ¿Con quién me voy a expansionar yo ante las noticias que me llegan si nadie sabe de mí más que soy cura, digo Misa, predico contra los vicios y explico el evangelio del domingo? Para ellos a mí me llovieron las nubes y soy diferente. En cambio con Jesucristo me desahogo hasta saciarme y quedar como nuevo. SEGUNDA.—En todas las cartas se me piden oraciones. Como lejos de ser un Salomón he sido y soy un hombre de pocas luces con no muy buena memoria y peor entendimiento, al llegar en la carta a una petición, se la leo alto al Señor y le digo: «¡Ojo!, ¡aquí!, que esto va con Vos», y se lo leo despacio. SI la necesidad es verdaderamente notable, se la leo dos veces y luego le ruego que no lo eche en saco roto. Con eso me descargo de la obligación de pedir por todos y cada uno especificando. Cuando la carta trae buenas noticias, le doy gracias por ello. Si sale algún chiste, me río en silencio y sigo leyendo. Si sale a relucir algún drama verdaderamente calamitoso, hago alto, y se lo encomiendo con particular insistencia. La vida espiritual e Interior, la vida de unión con Dios no puede ser cosa más fácil. A, Jesucristo se le hace tomar parle en todo, y eso es todo. Al salir de la iglesia por la noche e irme al Agujero Negro primero y ahora a mi nueva casa, echo la bendición a la aldea, sin más testigos que las estrellas y me retiro a dormir tranquilo como nadie.
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VI
La aldea católica de Kalskag
Kalskag, río arriba Subiendo río arriba desde Bethel, nos encontramos con Akiak. Como no hay más que cinco familias, no nos detendremos a explicar cosas ya sabidas; pues sabido es ya de todos qué hacemos en Alaska cuando llegamos a una aldea con un puñado de católicos. Seguimos río arriba y divisamos pronto colinas pobladas de vegetación que son como un oasis después de vivir en las llanuras cenagosas de Bethel. En las faldas de la primera colina se asienta la aldea de Kalskag. Para mí este nombre es música al oído y miel en el paladar. He aquí una aldea totalmente católica no sólo en teoría sino en la práctica, que son dos cosas muy distintas. En el centro se alza la Iglesia. Junto a ella acabo de levantar una casita muy pequeña para mí solo. Al extremo de la población sobresale la escuela del Gobierno. Lo primero que se hace al llegar es recibir un mensaje del Sr. Maestro anunciando que la comida, o la cena, son a tal hora. Se acepta la invitación con hacimiento de gracias.
Mike, el catequista Entramos luego todos en tropel en la iglesia sin hacer genuflexión, pues no está el Santísimo. La iglesia está limpia, limpia y está aún caliente, porque todos los días el catequista tiene clase de catecismo con los niños cuando salen de la escuela, y ensaya himnos con la gente entre raudales de armonías que saca al órgano un tipejo feo cuino el diablo, pero muy listo y de mucha autoridad en la aldea. 43
Una vez al mes tienen una colecta y con lo recogido pagan a un anciano que corta leña y enciende la estufa de la Iglesia; compra petróleo y atiende a las dos lámparas; barre, desempolva, pone los bancos en orden, y así por el estilo. Al catequista le tengo que dar de ml bolsillo 200 pesos; ciento en marzo y los otros ciento en septiembre. Bien poca cosa para lo mucho que trabaja; pero sus hijos le ayudan mucho. El catequista llene unos 66 años y es viudo. Se llama Miguel Pitka aunque nadie le llama así, sino Mike, que se pronuncia Maik. Maik tiene algo de sangre rusa en las venas. Él no lo cree, porque no sabe explicárselo; pero el bigote blanquecino, la voz de tenor, el tinte azulado de los ojos y sobre todo los arrestos y las buenas entendederas que llene, le delatan a la legua. Algún tatarabuelo fue ruso castizo y él no se preocupó de ello. Esta región fue explotada por los rusos cuando eran los amos de Alaska, y dejaron huellas profundas.
Las noticias del lugar Maik viene a ml casita a contarme las noticias del lugar y lo hace despacio, pero con buena letra. Es bastante exigente y quiere que se expulse de la aldea al viejo Alejandro que es un jugador temible, y que se dé un aviso en pública iglesia a Federico que se viene emborrachando no tan a escondidas como debiera. Poco a poco se acalora y van saliendo cosas más gordas. Hay una prójima que vive separada de su marido y se arrimó a otro con quien vive en la actualidad. El difunto obispo Fitzgerald tuvo dos horas de conversación con ella y se dio por vencido no sin proclamar delante del público que en su vida había visto una mujer tan charlatana y tan difícil de llamar al orden. Pues bien; el último Viernes Santo se reunieron los aldeanos en la Iglesia a adorar la cruz que colocaron en las gradas sobre una almohada en toda regla. Todos fueron en fila a besar los pies del crucifijo. Cuando llegó la prójima y se inclinó para besarla, la cruz se dio media vuelta ella sola y quedó el Cristo debajo de la cruz. Otra mujer que lo vio, se acercó, puso la cruz como era debido, y al ir 44
la prójima a besarla, se volvió la cruz a dar la vuelta. La gente quedó sin respirar. La buena mujer volvió a poner la cruz en la postura debida y sujetándola con las manos dijo a la prójima: —¡Bésala ahora! Besó Besó la prój prójim imaa y Jesu Jesucr cris isto to esta esta ve vezz no qu quis isoo ap apar arta tarl rlaa de Sí, Sí, dejándola besarle como hizo con Judas. —¿Qué le parece, Padre? ¿La toleramos más tiempo, o la atamos a un árbol en el monte para los osos? "Y otra cosa. Cuando el Padre Menager estuvo aquí, dejó el ciborio en el sagrario. Vacío, por supuesto." "Cerramos el sagrario y aguardamos a que volviese el Padre. Nos dijo que era imposible que tuviera agua el ciborio, porque le había purificado y dejado vacío y reluciente. Pero el agua estaba es taba allí. "Nos dijo que la recogiésemos y la usásemos con algún enfermo. Cayó pronto muy grave la mujer de Antonio que llevaba ya mucho tiempo sin venir a las oraciones. Dimos el agua a la enferma y sanó enseguida. Antonio se hizo muy fervoroso y una familia vecina que no era católica se movió a convertirse inmediatamente. ¿Qué le parece?
Instrucción después de cenar Después de cenar tocan la campana y entramos todos en la iglesia, que se llena hasta la puerta; los hombres a un lado y las mujeres a otro, mientras que les niños se apiñan indistintamente cerca de las gradas. Rompe el órgano muy animado y cantamos varias estrofas a todo pulmón. Rezamos el rosario cantando un himno después de cada misterio, y luego se sientan todos a escuchar el sermón. Yo me paseo entre ellos con el brazo derecho en alto rasgando el aire en todas las direcciones. La arenga dura hasta que yo me canso; pues ellos no tienen prisa y se encuentran bien en los bancos. La norma del eskimal es no estar de pie si puede uno sentarse; y nunca sentarse si puede uno tumbarse. Cuando me fatigo de tanto hablar, se ponen en pie, cantan un himno, les doy la bendición y se van a sus casas a comentar lo que oyeron. Yo me quedo con mi Jesús otro rato pidiéndole nos tenga a todos de su 45
mano. Me arrodillo sobre una piel de oso negro muy lanudo. Los osos abundan por estos montes; pero los eskimales son tan buenos cazadores que no hay memoria entre los vivos de que un oso haya hecho daño a nadie; mientras que por otra parte todos tienen una piel de oso en la cama, y en algunas casas hay lo menos media docena de pieles que hacen de mantas. El oso gris de Kodiak, muy lejos de aquí, es un tigre en ferocidad y hay que andárselas con cuidado. El oso polar también es peligroso. Pero el oso negro es un bicho bonachón y campechano que se pasea despreocupado por todas partes sin tener malas intenciones. El eskimal le espera detrás de un árbol con el rifle y al primer balazo le desnuca. Si el oso arremete, el cazador se encarama pronto en el árbol y sigue disparando hasta que el oso cae desplomado. Tiene carne muy sabrosa. Las gradas del altar de Kalskag están alfombradas con pieles de oso negro sobadas y forradas con tela fuerte que bordean flecos con visos artísticos.
Una asamblea eskimal Les hombres de Kalskag tienen asamblea en la casa más capaz del pueblo y me llaman a que la presida. Tienen dos jefes que no llegan a la categoría de caciques, pero son jefes por consentimiento unánime y quieren saber qué género de autoridad poseen. Los dos jefes dimiten en el acto y se procede a una votación en toda regla. Todos hablan inglés, loado sea Dios y benditas sean las escuelas de Holy Cross donde se educaron casi todos. Les propongo nombrar tres jefes; el jefe primero y don asistentes. Cuando estos tres señores vean que hay que tomar ciertas resoluciones para mantener el orden y la moralidad municipales, lo consultarán entre ellos y luego votarán. Dos contra uno deciden, y luego el primer jefe reunirá a los vecinos y les formulará el decreto aprobado. Todos asienten, —Los tres jefes tendrán la autoridad que ustedes les quieran dar. ¿Se la dan omnímoda, o con cortapisas? Hay varios debates sobre esto. Los borrachos y jugadores lo ven todo 46
perdido y les tiemblan las piernas visiblemente. Prevalece el deseo de dar a los jefes autoridad omnímoda y así se hace. Ahora vienen las elecciones. Se oye entre el público el nombre de Jorge y pregunto si quieren a Jorge de jefe primero; y los que le quieran que levanten el brazo. Todos levantan el brazo menos Jorge que queda proclamado jefe en el acto. A Jorge le ayudarán dos vecinos de mucho fiar. Por unanimidad sale jefe segundo Maik el catequista: Unánimemente también sale jefe tercero Julio el viejo.
Discursos y proyectos Terminada la ceremonia les echo un discurso mitinesco sobre la paz social y cristiana dentro de la aldea regulada por la caridad de Jesucristo. La casa de la Sagrada Familia en Nazaret debe ser nuestro modelo. —¿Se imaginan a San José borracho y dando de palos a la Virgen? ¿Se Imaginan a San José perdiendo por la noche en la taberna lo que ganó durante el día con el sudor s udor de su frente? ¿Se lo imaginan? Todos dicen que no. —¿Se imaginan a los santos esposos riñendo e insultándose en la cocina, o procurando cada uno comprar lo mejor para él sin preocuparse del otro? El marido y la esposa tienen que amarse como si los dos no fueran más que uno. etc., etc. Luego Luego disc discurr urrim imos os sobre sobre las las relac relacio ione ness en entre tre los los ve veci cino nos: s: ay ayud udaa mutua, perdón de ofensas reales o imaginarlas, frenar la lengua y dar a todos buen ejemplo. Asimismo ya es hora de que las hijas núbiles escojan su consorte libremente, y no como se ha venido haciendo con demasiada frecuencia, que los padres arreglan los casamientos de los hijos sin que estos tengan nada que decir sobre semejantes arreglos. Ella es la que se casa, no el padre; y ella es la que ha de tolerar de por vida la presencia del esposo. Da pena oír a jóvenes casadas que se quejan de que tienen que cargar con esposos que nunca quisieron ver ni pintados.
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Y finalmente vamos a levantar todos juntos un taller con herramientas comunes que los jefes se encargarán de vigilar, y allí podrán hacer sus barquichuelas, remos, kayaks, trineos y redes para el salmón. Si cada uno tiene que comprar esas herramientas, no lo podrán hacer; per peroo si todo todoss esco escota tann igua igualm lmen ente te,, co comp mpra rará ránn un jueg juegoo magn magnif ific icoo de herramientas modernas que les faciliten el trabajo. A todos les parece bien la idea y se va a poner manos a la obra. Lo importante es evitar celos, evitar poner obstáculos a los demás y que nunca sea usted el que empiece los líos y malas inteligencias. Sigo hablando hasta que caigo en la cuenta de que se me repiten las ideas y corta en seco. se co. Pregunto si tienen objeciones. Se oye el vuelo de una mosca en aquel silencio total hasta que un viejo observa en voz baja que no hay más que añadir a lo ya dicho. Poco a poco comienzan ellos a cambiar impresiones y yo me pongo a conversar en voz baja con el vecino. Por fin se levanta la sesión.
Pensando en Navidad Kalskag tiene unos 120 católicos. Las confesiones duran un rato que pasa de rato. En la Santa Misa rezan y cantan admirablemente y se acercan a comulgar en filas muy ordenadas y sin que falten más de dos o tres que tienen que reformar un poco sus costumbres, como la prójima conocida y algún otro. Se me quejan que solo un año han tenido al misionero en Navidad, y piden con ojos saltones que la pase con ellos este año. Les prometo solemnemente y con muchos testigos que así lo haré —si vivo— y se ponen alegres como niños con zapatos nuevos. Vamos a tener unas Navidades por todo lo alto. La Misa del Gallo va a ser algo fantástico. A los hechos nos atendremos. Al empaquetar la maleta momentos antes de llegar el aeroplano me entra una tristeza profunda al tener que dejarlos. Este continuo empaquetar y dese de semp mpaq aque ueta tarr male maleta tass sin sin tene tenerr luga lugarr fijo fijo es co cosa sa qu quee me de depr prim imee sobremanera y hasta me pone nudos en la garganta.
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Experiencia do vuelo Cuando más alegre me encuentro con los cristianos, se oye el zumbido del aeroplano correo que pasa todas las semanas por las aldeas pequeñas del Kusko, y dos veces a la semana por las aldeas grandes. Y luego no puedo ver el aeroplano sin que se me meta en los huesos que nos vamos a estrellar dentro de 20 minutos. En el aeroplano rezo un rosario tras otro, o hago simplemente oración. Cuando hay viento y el avión avanza como borracho con ladeos y cabeceas escandalosos, levanto los ojos al cielo y exclamo: —Padre, en vuestras manos encomiendo mi espíritu. Debo advertir que poco a poco me voy haciendo a volar. Se lo debo a la gracia de estado; pues mis vuelos son por fuerza misioneros y en el cumplimiento estricto del deber; y esto me pacifica los nervios. También me ayuda mucho ver la calma del piloto que, mientras másse balancea el avión, más cerillas enciende y más pitillos consume. Asim Asimis ismo mo los los eski eskima male less qu quee se sien sienta tann junt juntoo a mí, mí, se du duer erme menn infa infali libl blem emen ente te,, y es sum sumamen amente te seda sedant ntee ve verl rlos os cabe cabece cear ar do dorm rmil ilon ones es mientras el aparato nos zarandea inmisericorde. En algunos vuelos el viaje es tan monótono y nivelado que yo mismo cabeceo no poco; que ya es decir.
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VII
El oasis de Aniak
La aldea de Aniak Siguiendo río arriba y dejando aldehuelas insignificantes donde hay por lo menos una familia católica, llegamos a la conocida aldea de Aniak. La rodean montes cubiertos de vegetación sepultada en la nieve profunda que acumularon allí borrascas sucesivas. En el verano todo es verdura que sirve de descanso a la vista cansada de la blancura del invierno. Abundan los osos negros que surten de mantas a los eskimales con sus pieles tan calientes. Detrás de la colina del noroeste se extiende la faja llana que separa al Kusko del Yukón en cuya ribera se alza Holy Cross. Cross . El aviador me dice que en 20 minutos me puede poner en Holy Cross; pero aunque me agrada la idea, la desecho por ahora. Al entrar en Aniak por primera vez, tengo que arremeter con lo que yo más temo, y es el presentarse a las familias que lo están esperando a uno con una interrogante Implacable. ¿Qué tal será el Padre nuevo? ¿Será ya viejo? ¿Será un regañón? ¿Será generoso? ¿Será tacaño? Créanme que se necesita un valor más que mediano para arremeter impertérrito con lodo esto. Todas las caras son nuevas, y así aldea tras aldea hasta que lleva uno algún tiempo entre ellos. ¡Cuántos pasos hay que dar hasta que se llegue a conocerlos a todos por su nombre propio, y no sólo el nombre, que ya es en sí una tarea difícil, sino los problemas familiares en que tiene que intervenir forzosamente el misionero, corno matrimonios que necesiten arreglo, bautizos, conversiones, adopción de huérfanos, etc., etc. 50
Iglesia y habitación del misionero En Aniak tenemos la mejor Iglesia del Kusko. Es más sólida y más artística que la de Kalskag. Las gradas del altar tienen —por supuesto— pieles de oso bien trabajadas. Junto al altar hay una puerta quo da a la habitación del misionero que hace a la vez de sacristía. En el suelo, junto a la cama, la piel de oso que invita a pisarla descalzo. Hay también una mesa, pero sin silla. Un cajón algo desclavado hace por ahora las veces de butaca. Hay una estufa, naturalmente, y un cajón con platos y cucharas y hasta una sartén. Se ve a la legua que los misioneros nunca se detuvieron aquí cosa notable. A mí, en cambio, me encanta todo el conjunto y ya tengo visiones de días placenteros gastados en este oasis que llenaría las ansias de paz del inmortal fray Luis de León. "A mí una pobrecilla —mesa de amable paz bien abastada— me baste y la vajilla —de fino oro labrada— sea de quien la mar no teme airada… Y mientras miserablemente se están los otros abrasando —en sed insaciable— del no durable mando —tendido yo a la sombra esté cantando". ¡Con lo que me gusta a mí tararear mientras trajino silenciosamente en los quehaceres domésticos! Creo que la causa de que no haya mejores facilidades para cocinar en la casa rectoral de Aniak es que a cien pasos se alza la venta donde una familia del Estado de Tejas en los Estados Unidos tiene siempre mesa puesta y bien aderezada, aunque los precios son un tanto elevados.
Un capitán retirado El marido fue capitán en sus buenos días y le gusta hablar de la guerra. La esposa aprendió de chica varias docenas de palabras españolas jugueteando con niñas mejicanas que abundan en la frontera. Antes de llegar yo a Aniak, hablaba español, o por lo menos se lo había hecho creer lodos. Al llegar yo, lo olvidó y no se acordó más que de varias expresiones. Ella me llama «Padresito» y yo la llamo «señorita». Es un matrimonio modelo. Si todos fueran así, el mundo sería un paraíso. De sobremesa charlamos largo y tendido. El capitán retirado sabe 51
perfectamente los planes de Rusia, los de Inglaterra y los del resto del mundo en general. Tenía ideas algo oblicuas sobre Franco que yo me encargué de rectificar y que él aceptó después de la exposición tan convincente que le hice. Sabe cuántas divisiones de soldados tienen las distintas naciones y cuántas pueden poner en pie de guerra si llegara el caso. El único secreto que no ha llegado a desenterrar es el de la fabricación de la bomba atómica. El porvenir de Alaska no encierra secreto alguno para él. Este buen señor trabaja como el que más; quiere bien a todos; no tiene vicios y es un cocinero colosal. Detrás de su casa se alza el almacén propiedad de un señor ya entrado en años con quien es imposible aburrirse. El acento extranjero le delata; pero por más que agucé el nido no pude identificarle ide ntificarle con nación alguna conocida.
Samuel, el montenegrino No pudiendo resistir más la curiosidad, le eché una indirecta y me respondió que era montenegrino de nacimiento. Por entonces el emperador austriaco mangoneaba los destinos de Montenegro. Samuel, que así se llama nuestro héroe, emigró a Serbia y de allí a Turquía donde se alistó como voluntario en el ejército de infantería. infante ría. Terminada la milicia visitó Egipto, que no le gustó. Visitó las cuencas del Tigris y el Éufrates que tampoco le gustaron. Volvió al Mediterráneo. Intentó fijar su residencia en la Rusia de los Zares, pero tampoco le salió bien el experimento. Por fin sacó pasaje en un barco que venía a los Estados Unidos. Esta vez vio colmados sus deseos de ganar dinero y se quedó de este lado del océano. No ganó mucho que digamos; pero descargando mercancía en el Éufrates ganaba menos; así es que se quedó aquí definitivamente. Siempre en busca de pastos más verdes vino a parar al corazón de Alaska y lleva ya en las riberas del Kusko más de 30 años. Tiene una tienda en la que vende de todo. No es rico ni mucho menos; pero saca lo suficiente s uficiente para vivir independiente de todos. 52
Nunca se casó ni lo piensa hacer. Sentados los dos en el mostrador con las piernas colgando, le escucho un buen rato siempre que voy a la tienda a comprar algo. De vez en cuando alarga un brazo y toma dos botes de jugo de naranja que bebernos pausadamente. —¿Quiere un trago de aguardiente? —No, gracias. Se edifica mucho de mi sobriedad y templanza y luego se extiende contentando los estragos de la borrachera entre los indígenas. Un minero finlandés tenía licencia para vender bebidas alcohólicas aquí al doblar de la esquina. Ante tantos desmanes la población se apiñó contra la tal licencia y presentó al juez de Fairbanks una nota de ciudadanos aniakenses que pedían se revocase la tal licencia. Y el juez la revocó. r evocó. El finlandés se quedó con un buen surtido de aguardiente en el sótano. Un ella tuvo la debilidad de vender una botella sin licencia y dio con sus huesos en la cárcel 90 días.
Un amigo de Kotzebue Al otro otro ex exttrem remo de la ald aldea está está la tien tiendda de la omni omnipr pres esen ente te Compañía Comercial Norteña. La regenta mi amigo Ernesto, natural de Dantzig en el antiguo corredor polaco, que vivía en Kotzebue cuando yo anduve por aquella región. Es católico y se alegra de verme. Me invita a cenar, y al salir me entrega un bulto con varios tarros de alimentos escogidos. Ernesto viene a mi cocina y charlamos sobre Kotzebue donde le serví de intermediario con el padre de Federica. Al padre no le parecía del todo mal el casamiento; pero Federica me mandó decirle que si volvía a presentarse delante de ella, le asestaría un puñetazo en los mismísimos dientes. Ernesto desistió definitivamente y sigue solterón con los cabellos tirando a canos. Se ha puesto una dentadura postiza y mastica las palabras de modo que pierdo una buena parte de la conversación. convers ación. Menos mal que tomo la palabra y no la dejo en largo rato. 53
Ananías, el que mató a su mujer El Vicario de Aniak es un tal Ananías eskimal puro, sexagenario, pero rollizo y con bríos para todo. Sin Ananías me moriría yo de aburrimiento. Él es el que me trae tr ae leña y agua y me ayuda la Misa. Él me pone al tanto de todas y cada una de las familias de la aldea y aldehuelas limítrofes. Los conoce a todos perfectamente. Fue de los primeros que se educaron en Holy Cross cuando el difunto obispo Cremont era Padre inspector a secas y luego Superior de la casa, joven y lleno de energías. Ananías y su esposa formaron el matrimonio ideal. Dios les bendijo con una prole también. Gracias a esta circunstancia cir cunstancia Ananías vive todavía. Porque es de saber que un día —hace de esto cuatro años— Ananías y su esposa cayeron en la tentación de beber aguardiente y se embriagaron.En estado de embriaguez cantaban y hacían niñerías hasta que a ella le dio por salir afuera a ver qué pasaba por el mundo. Él se opuso a que saliera; pero ella insistió. Salió en efecto riéndose y tambaleándose. Ananías tomó el rifle —en bromas, claro está— y apuntando acá y allá en bromas intimó a su mujer que entrase en casa cuanto antes. En estos manoseos se disparó el rifle y la bala atravesó el cuello a la infeliz mujer que murió a los pocos minutos pronunciando el nombre de Jesús. Ananías fue juzgado en plenos tribunales con doce miembros del jurado que le sentenciaron, no por homicida, pues era de todos conocida la arm armon onía ía qu quee rei reinó siem siemppre en entr tree los los dos espo esposo sos, s, sino sino po porr ha habe bers rsee embriagado y haber puesto en peligro las vidas de los ciudadanos. El juez le dio tres años de cárcel en los Estados Unidos donde Ananías pasó cosa de ocho meses. El departamento de Justicia le puso en libertad condicional hasta que se cumpliesen los tres años. ¡Qué tragedia tan espeluznante! Hoy Ananías se esfuerza por reparar el escándalo portándose en todo como un santo. La pesadilla del disparo le persigue por doquiera; pero yo le convencí que lo mejor que puede hacer es olvidarlo, si no es cuando se le presente ocasión de volver a echar un trago. En el pecado llevó la penitencia, además de la que ya purgó tanto en la cárcel como en la vergüenza que le da presentarse delante de la gente. 54
Le hago cambiar de conversación y me entretiene con hazañas más humanas y más amenas. Dice que quiere acabar sus días ayudando al misionero en todo lo que pueda, y eso es lo que está haciendo. Un día fue por las casas proponiendo la idea de que si todos daban 50 céntimos, reunirían lo suficiente para pagar mi viaje desde Kalskag. Reunió 22 pesos que me entregó religiosamente. Este es Ananías el Vicario de Aniak a quien verán ustedes en la gloria si viven como él lo está haciendo al presente,
Las vicarias En Aniak como en todas las villas alaskanas no podía faltar la Vicaria. Hasta hace poco lo fue María, una vieja tan vieja que todos se pasman de quee aú qu aúnn se ten tenga en pie; pie; pe pero ro yo la rele relevvé de dell carg cargoo no nom mbrán brándo dola la entrenadora de Anastasia, una recién casada que se educó en Holy Cross y tiene más talento en el dedo meñique que la vieja María en e n toda la calavera. Ninguna familia me ha recordado la casa de Lázaro, Marta y María en el Evangelio como la de Anastasia. Tiene una hermana, Sofía, de 18 años muriéndose de tuberculosis, y viven en casa de su hermano Iván. Como Sofía se estaba muriendo, Anastasia vino a ayudarla en sus últimos días con el permiso de su esposo radicado en Kalskag. Una casa limpia con amplia cocina y un dormitorio. Sofía sentada en la cama cama,, jade jadean ando do,, pá páli lida da,, de delg lgad adís ísim ima, a, ojos ojos gran grande dess muy muy tris triste tess y meditabundos. Anastasia en pie haciendo las labores sin dar paz a la mano. Iván entra y sale. A veces va al bosque y está tres días cortando leña. Los tres se educaron en Holy Cross. Anastasia va a Misa y comulga todos los días. Dirige las oraciones y los himnos. Cuando sabe que yo no estoy en casa, se cuela calladamente y recoge toda la ropa sucia que halla. A los dos días aparece toda bien lavada, planchada y doblada sobre el cajón que me sirve de silla. La ropa de iglesia viene almidonada y dobladita que es un primor. Si me ve ir a la venta a cenar, llama pronto a alguna vecina y me barren la iglesia y la habitación que no hay más que pedir. Todos los días después de Misa llevo la Sagrada Comunión a Sofía. Un día le di la extremaunción. Por las tardes las visito y entretengo con 55
narraciones espirituales acomodadas a una enferma que está a punto de presentarse ante Dios. Para variar un poco, mezclo anécdotas un tanto amenas que las hacen reír.
Resultado de una novena Un día encontré a Sofía sola, sentada como siempre, pero con la respiración alarmantemente pesada, muy triste y en un decaimiento más que regular. Hablando hablando convinimos en que era una pena morirse a los 18 años, siendo así que ella podía ser a la vez organista, catequista y Vicaria general en ausencia del Padre. —Mire, —la dije— Dios puede curarla a usted en un periquete si quiere y si ve que es conveniente para usted. Conozco a una monja tan amiga de Dios que obtiene de El cuanto le pide. Es una monja que nació aquí a dos pasos de nosotros, en el Canadá, y murió hace pocos años. Se llamaba Dina, pero al profesar recibió el nombre de Sor María de Santa Cecilia. Vamos a hacer una novena poniéndola a ella por intercesora. Usted se compromete a ayudar al misionero en todo lo que pueda, si sana. Sofía me clavó unos ojos grandes y tristes y dijo que si con voz apagada, pues ya no tenía fuerza ni para levantar la voz. Tomé la pluma y escribí con letra clara en un papel que hallé a mano una oración que ella había de rezar todos los días, terminándola con el Padrenuestro, el Ave y Gloria. El resultado no pudo ser más satisfactorio. Sofía mejoró, se levantó y hasta salió a la puerta a espaciar la vista por los montes circunvecinos. Algunas noches las visitaba yo y me escuchaban historias largas inverosímiles que, recitadas en voz baja a la luz moribunda de una vela, parecían ecos lejanos de algo misterioso y encantado. Sofía, ahora en franca mejoría, disfrutaba lo increíble y quería más, más y más. Al cabo de tres años de languidecer en aquella cama con horas eternas de soledad, zozobras, dolores y silencios sepulcrales Sofía, que se sentía ahora mejor, experimentaba sensaciones inefables, de gozos que ella no había más que barruntado en aquellos años de malestar sempiterno. Como vi el bien que esto la hacía, las historias no llevaban camino de acabarse nunca. Por las mañanas, después de la comunión, me hacían 56
quedarme con ellas para desayunar. Me contaban que la noche anterior tardaron mucho en dormirse, riéndose como bobas de tal y tal escena que salió en la narración. Lo que más las intrigaba era el saber si las historias eran ciertas o inventadas. Preguntarme a mi eso, es como preguntar la edad a una señora. No hay modo de sonsacármelo. La historia es historia, y el que no lo crea, con su pan se lo coma. Iván, se me había olvidado decirlo, está sordo como un poste; así que se nos quedaba dormido en la silla a los cinco minutos de narración. En otras casas (y las visitaba todas regularmente) nunca logré romper del todo la cáscara e intimar como lo hice con las Vicarias. Gente buena toda ella, por supuesto, pero algo distante. En las las casas sas de no cató atólico icos, la fria rialdad del hielo quema ema en comparación con la que hallé al visitarlas.
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VIII
Los «Asambleístas de Dios»
Imitando al Señor
Cuando Jesucristo evangelizaba las aldeas judías, topaba con caras hostiles y ceños fruncidos. Se encontraba con familias suspicaces que no acababan de entregarse. Hall Ha llab abaa grup grupos os bu buen enís ísim imos os,, pe pero ro tan tan igno ignora rant ntes es y tan tan falt faltos os de delicadeza que no encontraba en ellos e llos ni inteligencia mutua ni expansión. Con tremenda tenía que batirse en batallas campales con los fariseos y demás gentuza que le insultaban, apedreaban y buscaban el modo de darle la muert muerte. e. Jesuc Jesucris risto, to, co conn aq aque uell co coraz razón ón reven reventa tand ndoo de amor amor y bo bond ndad ad;; chorreando amabilidad, mansedumbre y delicadeza; ansias abrasadoras de instruir, alentar, redimir y salvarlos a todos, al verse frustrado y al no hallar amigos en Su derredor, respiró y se regocijó al hallar a Lázaro, Marta y Marta que le entendían, le querían, le esperaban, le regalaban cuando venía y se dolían de que los dejara. Cuan Cu ando do en Jeru Jerusa sallén tod todo era era argü argüir ir,, y en eneemist mistar arse se y ay ayun unar ar,, Jesucristo doblaba la colina y pasaba a Betania a la casa de sus amigos donde entraba con toda confianza, se sentaba, se expansionaba, comía en la intimidad y los entretenla familiarmente con conversaciones de cielo. El misionero —que es o debe ser otro Cristo— aunque conservando siempre las debidas proporciones, pasa por situaciones muy parecidas en sus excursiones apostólicas. Se en encu cuen entr traa co conn cara carass ho hosc scas as,, acti actitu tude dess ho host stil iles es,, igno ignora ranc ncia ia,, indiferencia y también con almas buenas y delicadas que compensan en cierto modo la pesadumbre que causan las primeras. Es una regla sin excepción. 58
Una primera comunión con banquete En la escuela de Aniak casi todos los escalares son católicos. Al salir de la escuela vienen todos a mi cuarto como una tromba y me lleva por lo menos diez minutos sentarlos a todos en su sitio si tio y tenerles callados. Vien Vienen en a la do doct ctri rina na.. Tien Tienen en bu buen enaa mem memoria oria y ba bast stan ante te bu buen enas as entendederas, hasta el punto de maravillarme. Escojo a cuatro niñas pobrísimas que no han hecho aún la primera Comunión y las preparo debidamente para ello. Anastasia y compañía las visten de blanco con una corona de rosas artificiales en las cabecitas que las convierten automáticamente en ángeles terrenos te rrenos inmaculados. La maestra toca el órgano en la Misa de primeras Comuniones, y predico un sermoncito lo mejor que puedo hacerlo. Entra en aquellas boquitas la Hostia santa y yo pido a Jesús muchas cosas buenas para aquellas almas inocentes que pronto se tendrán que enfrentar con la vida dura de las montañas del Kusko. La víspera avisé al ventero que preparase el desayuno más opíparo imaginable y que yo lo pagaría. Cinco platos con manteles, servilletas y hasta floreros artificiales. Al salir de Misa tomé a las cuatro pichoncitas y nos dirigimos a la venta donde nos hallamos en presencia de una mesa lo que se dice regia. En vez de cinco platos, habla seis. El ventero quiso tomar parte en el homenaje. Huevos fritos, torreznos, chuletas, mantequilla, café con leche y azúcar y... —¿No comen más? Coman más, que todavía t odavía queda. Dos o tres veces pasó como ráfaga por mi mente el pensamiento de que la cuenta iba a ser tan exageradamente elevada que me iba a dejar sin un cuarto. Me consolaba el pensar que aquellas niñas habían banqueteado siquiera una vez en su vida: el día de su primera pr imera Comunión. Cuando llevé la mano al bolso para sacar la cartera, el ventero me agarró por la muñeca y con un meneo de cabeza me dijo que la pagaba él; que de sobra sabía el que lo que yo buscaba era ganar cielo con semejante acto de caridad; que también él tenía derecho al cielo. cie lo. Le oí todo esto con una sonrisa bonachona y cortamos pronto por lo sano: yo agradeciéndoselo y él encantado de lo hecho. Hay gente buena en los rincones donde menos lo podía uno esperar. 59
Vida católica en Aniak La población católica de Aniak responde satisfactoriamente a mis labores evangélicas. Quiero decir que se acercan a los Sacramentos con frecuencia y vienen todas las noches a escucharme la explicación del catecismo que tenemos después del rosario. Sigo el método consabido de pasearme desde el altar hasta la puerta con paradas estratégicas cuando quiero insistir en algún punto que considero esencial. ¿Qué les diría Jesucristo a estas pobres gentes si saliese del sagrario y les hablara como lo estoy haciendo yo? ¿Cómo se lo diría? Pues eso es lo que me esfuerzo yo por hacer al verme delante de la pequeña multitud apiñada en los bancos ba ncos mirándome con ojos saltones. Cuando terminamos y se van a sus casas, me examino ante el altar para ver si realmente lo hice así, o si busqué impresionarlos favorablemente, o peor aún si me dejé llevar del mal genio al condenar abusos, y así por cl estilo. Al condenar el pecado se corre peligro de hacerlo como si realmente se odiase al pecador; que son dos cosas muy distintas. Los católicos de Aniak han perdido el miedo a la confesión sin que me quepa de ell ello la menor duda, pues pues tuv tuve que echarle rles el alt alto cuando vi asustado que venían al confesonario todos los días. ¡Ni tan calvo que se le vean los sesos! Porque haya fiesta en el cielo cuan cu anddo un pe peca caddor ha hacce pe peni nite tenc ncia ia,, no vamos amos a an anda darr rebu rebusc scan anddo imperfecciones recónditas y confesarlas para que las bandas de música funcionen día y noche sin cesar. No seamos tan exigentes y dejémosles que descansen un poco allí arriba. Con todo seguí sentándome diariamente en el confesonario y hubo almas de Dios que se empeñaron en mantener a los ángeles en una fiesta perpetua. Sea Dios bendito por todo. Vaya por los tibios y fríos que sudan pez las pocas veces en la vida que se acercan al confesonario.
Presencia protestante Aniak tiene un campo de aviación magnifico donde bajan a tomar un respiro los aviones que cruzan el interior de Alaska. Hay hileras de casas de empleados del Gobierno que mantienen el servicio aéreo en condiciones 60
excelentes. Donde quiera que haya un grupo de blancos, no puede faltar una capilla evangélica de alguna de las 250 sectas protestantes que no sé por qué han de llamarse protestantes, pues difieren entre sí como un huevo y una castaña. Si los luteranos y los de las Asambleas de Dios son protestantes, entonces los budistas y los musulmanes son también protestantes. En rigor se podría dividir el mundo en catolicismo y no catolicismo. Una vez que dejan de ser católicos y se adhieren a «otra cosa», esa cosa no importa mucho que sea luterana, sintoísta o una resurrección de los antiguos druidas. La verdad es una e indivisible. No nos meteremos aquí a discutir lo que Dios hará o dejará de hacer con los no católicos en buena fe; entre otras razones porque la Iglesia no lo ha definido. Hará cosa de dos años levantaron en Aniak, una capilla las miembros de una religión que se llama «Asambleas de Dios» que pasan ante el vulgo como protestantes. Pusieron allí dos señoritas repletas del Espíritu Santo, una con título de enfermera y otra con poderes de sacerdotisa. Una vez al año las visita un pastor para inyectarles una buena dosis de sagrada escritura y tener una especie de Misión por espacio de dos semanas o cosa así. Coincidió mi visita a Aniak con la del buen pastor. Debo advertir que al confiarme a mí el Señor Obispo la cura de almas de todo el río Kuskokwim, no hay alma en este río que caiga fuera de mi jurisdicción sacerdotal y tengo que dar cuenta a Dios de la salvación o condenación de todas y cada una de ellas.
Una charla con el pastor Mo encontré un día en la venta con dicho pastor. Es un sujeto esbelto y guapísimo como de unos 45 años. Tiene una pronunciación impecable y habla como quien está más acostumbrado a persuadir que a escuchar. Le dije que desearía charlar con él. Me invitó al punto a su casa y fuimos juntos como dos primos. Al entrar, las dos señoritas muy amables dejaron los quehaceres y, después de las presentaciones de etiqueta, nos sentamos patriarcalmente 61
alrededor de la estufa con unas caras de risa angelicales. Torné la palabra y expuse mis creencias comenzando por la existencia de Dios. Por espacio de diez minutos asintieron a toda hasta que entré por el campo vedado de la Eucaristía. Aquí, torcieron el rostro y se entristecieron. Lo sentían, pero tenían que disentir. Pasé con ellos toda la tarde. El pastor realmente nunca estudió gran cosa co sa.. Su prof profes esió iónn fue fue la de co coci cine nero ro en dive divers rsos os camp campam amen ento toss de serradores en las selvas del Oeste. Pero el Espíritu sopla donde le place y un día le sopló a él tan rectamente que dejó la cocina y se convirtió en pastor protestante. Lleva en el bolso el libro del Nuevo Testamento que se sabe poco menos que de memoria. Como mencionase yo una vez a Lotero, se me descolgó con la filípica más furibunda contra los luteranos a quienes condenó al infierno por toda la eternidad. Dijo que los luteranos han corrompido el espíritu divino de la Sagrada Escritura. El pertenece al grupo de Asambleístas de Dios. Este grupo es aún algo vago, pero es la resultante de la fusión de otros grupos que a partir de la primera guerra mundial fueron repletos del Espíritu Santo, en los campos de batalla y cruzaron luego el Atlántico trayendo a estas latitudes al divino Espíritu que a su vez se posesionó de grupos locales, principalmente al sur y en el centro de la nación. No levantan iglesias costosas ni menos catedrales. Su vocación es recorrer el mundo y persuadir a la humanidad que caiga de rodillas, crea en la divinidad de Jesucristo, acepte la remisión total de sus pecados lavados en la sangre del Gólgota, escuche el susurro del divino Espíritu que nos da el sentido genuino de la Sagrada Escritura y, una vez que haga eso la humanidad, los Asambleístas cumplieron su cometido y no se cuidan de que lueg luegoo la ge gennte se haga católica o lut luteran eranaa o mahometana. Realmente es una lástima que no den un paso más y acepten el dogma católico; porque tienen un cimiento magnifico sobre el que podrían edificar. Pero no; tienen que quedar truncados y pararse a medio camino. Por eso son herejes. ¡Qué pena, que a todas las razones que les daba yo para probar la Eucaristía, o la confesión, o el purgatorio, o lo que fuera, se agarraban a respuestas de cliché y no había modo de apearlos! 62
¿Pastores de buena fe? Hablando una vez con un empleado del Gobierno en Bethel, salió a plaza la religión. Él no tenía ninguna por la sencilla razón de que descendía de pastores protestantes. Aventuré la opinión de que los tales pastores están de buena fe; pero me salió al paso negándolo rotundamente. Dice que convivió con ellos y los ha visto de cerca. Afirmó que son una partida de holgazanes y zanganeo que se ganan la vida sin trabajar y se dejarían matar antes que alterar el estado actual de las cosas. Otro blanco, hijo de un pastor luterano, es ateo militante. Dice que su padre le obligó a sentarse horas y más horas en la iglesia oyendo tales vaguedades y tales majaderías que juró echarlo todo por la borda tan pronto corno llegase a mayor de edad; y así as í lo hizo. Parece que los hijos de los pastores son los menos religiosos. Un blanco me dijo que la Iglesia católica demuestra sensatez al prohibir a los sacerdotes casarse y llenar de ateos las poblaciones. Pero no nos hemos despedido aún de Aniak.
Oración patética Mi pastor toca la campanilla por la noche y se reúnen en su iglesia varias personas que flotan a merced de los vientos; más blancos que eskimales. Pregunta desde el estrado (no tienen altar, por supuesto) quién quiere recibir a Jesús. Todos se quedan pegados en los asientos sin osar respirar. De píe y con los brazos extendidos, mirando al techo en actitud estática lanza a los aires una oración patética pidiendo al Espíritu Santo que descienda, que no se haga el sordo, que se apresure, que caiga sobre toda aquella asamblea y los llene y los purifique y los salve. Me contaron los que lo presenciaron que a veces pasan horas de súplica a voz en cuello antes de que se obtengan resultados visibles. Por fin uno o dos gritan que el Espirito Es pirito ha bajado a ellos. El predicador entonces adopta posturas extravagantes y se excita y 63
exalta hasta que queda del todo afónico. Estos asambleístas parecen ser una rama desgajada de los llamados «Holy Rollers», que no sé cómo traducir inteligentemente, pero que a la letra quiere decir decir «revolcado «revolcadores res santos»; porque, porque, cuando cuando en sus asambleas asambleas cae sobre ellos el Espíritu Santo, se revuelcan como picados por víboras y gritan en lenguaje ininteligible; y como a veces el Espíritu cae a la vez sobre un grupo considerable, se arma una algarabía infernal muy común en cualquier población de los Estados Unidos. Si los españoles conocieran mejor el estado de degeneración a que ha venido a parar el protestantismo, no se multiplicarían por España esas capillas evangélicas que empiezan siempre con algo aparentemente bueno, y luego se descomponen putrefactas y lo llenan todo de confusión, vaguedad, escisiones familiares y el caos,
¡Salvación asegurada! El pastor de Aniak me dice que ha encontrado muchos pastores de diversas sectas que se irán al infierno irremisiblemente. Lo mismo le ha acaecido con sacerdotes. El conoce enseguida quién está salvado y quién no lo está. Con inefable placer me regaló el oído afirmando categóricamente que yo estoy salvado. Lo sabe él con solo mirarme. Replico que si yo lo afirmase sin revelación genuina sería un hereje corno él; pero le he entrado por el ojo derecho y no hay modo de convencerle: yo estoy salvado. Insisto con textos bíblicos que no podemos saber si nos salvaremos o no, aunque lo esperamos confiando en Dios; pero los Asambleístas son cosa diferente. Él está salvado con certeza matemática. ¿Quién puede dudar que dos y dos sean cuatro? A los judíos los condena en masa. Iba Iba a pred predec ecir irme me la fech fechaa ap apro roxi xima mada da de dell Juic Juicio io fina final; l; pe pero ro ya llevábamos tanto tiempo departiendo que presentí más horas de asentada y propuse dejarlo para otro día. Lo sintió, porque al día siguiente pensaba salir para el sur de Alaska donde tienen otra Iglesia como esta. 64
Etiqueta de las despedidas Así y todo me excusé y se levantó la sesión. Aquí cometí un error del que me quiero acusar en público. Todos han experimentado lo que es a veces poner fin a una visita etiquetesca. Hay cinco reglas que, si se cumplen, ponen fin a toda visita con un primor inefable, y son éstas: a) levantarse; b) darse la mano; c) decir adiós; d) caminar hacia la puerta; y c) cerrarla por fuera. Cualquiera de estas cinco reglas que no se cumpla, es causa de que la visita se eternice. Yo llegué a la puerta, pero no la abrí. ¡Ahí estuvo el pecado! De pie los cuatros como cuatro golondrinos charlamos inacabablemente. Nos pusimos muy cariñosotes y todo era ponderar la bondad de Dios y el poder redentor re dentor de la sangre de Jesucristo. Me preguntaron por qué no permitía a mis feligreses que asistieran a sus funciones de Iglesia. Respondí con bocanadas de risa que la única Iglesia verdadera era la católica, y con esto me incliné, abrí la puerta y la cerré por afuera.
Psicología de las discusiones Este buen señor se fue por ahí haciéndose lenguas de la amistad que había contraído conmigo. Acostumbrado a disputas acaloradas en que ninguno cede aunque no fuera más que por amor propio, se llevó una impresión extraña al verme escucharle tan paciente sin interrumpirle, lo que le hizo sospechar que yo asentía. Cuando me llegó la vez, como lo hice sin voces ni aspavientos, le gustó la manera y así debatimos horas enteras. Oyó lo que yo tenía que decir, lo negó, le urgí, lo volvió a negar, insistí, insistió él, no hubo más. Le escuché, se lo negué, insistió, insistí yo, pasamos a otra cosa. Todo con una paz inalterable Debemos convencernos de que las conversiones son obra de la gracia, y esta se alcanza mejor ayunando, venciéndose, mortificándose y viviendo muy unidos a Dios. 65
Decía yo para mis adentres mientras debatíamos: Si algún alma buena se estuviera disciplinando ahora y Dios aplicase la disciplina por la conversión de estas tres almas, tal vez nos cantase otro gallo. Pudiera ocurrir, digámoslo para consuelo nuestro, que la semilla allí sembrada produzca el ciento por uno a su debido tiempo. ¡Quién sabe!
Amabilidad… Amabilidad… intransigente intransigente El error más común hoy día entre las masas norteamericanas es que todos los cristianos, a pesar de las diferencias que llaman accidentales como es el pertenecer a esta secta o a la otra, vamos por caminos que nos llevan directamente al cielo. Todas las sectas son caminos que con más o menos rodeos nos llevan a Dios. Entre esas sectas Incluyen al Catolicismo. Esta herejía ataca incluso a muchos católicos poco instruidos que lo creen con toda sinceridad y necedad. Es lo pri primero ero qu quee pro procu curo ro yo de desb sbaarata ratarr en mis inst instru rucccion iones religiosas. A Dios hay que servirle y adorarle, no como a nosotros se nos antoje, sino como a Él le agrada que lo hagamos; y Él se dignó revelarnos el modo y manera por medio de Jesucristo que estableció la Iglesia con poderes absolutos para iluminarnos y guiarnos a todos en este punto. Esa Iglesia es la que desde Pedro continúa inmaculada hasta Pio XII y cont co ntin inua uará rá ha hast staa el fin fin de los los sigl siglos os,, sin sin sect sectas as,, sin sin va vagu gued edad ades es,, sin sin revolcarse por los suelos y chillar como locos en reuniones religiosas, sin sancionar el divorcio que permita nuevas nupcias, y sin quitar un segundo de tiempo a la eternidad del infierno en el que no creen la mayoría de los protestantes. El añ añoo pa pasa saddo pa pasa saro ronn de cien cien mil mil los que se co conv nvir irti tier eroon al Catolicismo. La vaguedad fría del protestantismo no llena los corazones que se conservan aún puros, sinceros y nobles. Hoy más que disputas acaloradas, se usa el sistema de charla íntima y amistosa con miras a esclarecer ideas. Es un hecho que, cuando en las discusiones se alza la voz, la luz se apaga y no queda más que humo y calor. Pero lo que se busca es luz. 66
La amabilidad de la charla no tiene nada que ver con contemporizaciones. Cuando el error y la verdad se ponen frente a frente no caben actitudes ambiguas ni gestos de colaboración. La Iglesia católica es la única verdadera. Si afirmarlo es ser tachados de fanáticos e intransigentes, lo somos y nos gloriamos de ello.
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IX
Magraz, en el corazón de Alaska
De Aniak a Magraz Pero estamos aún en Aniak, aunque la vamos a dejar por unos días. Mi «parroq roquia» se ex exti tien endde hast asta McGrath rath (se (se pron ronuncia Magraz raz) en el corazón de Alaska o poco menos. Con las maletas listas esperé al bimotor que pasa por Aniak camino de McGrath dos veces por semana. Es un avión magnifico capaz de acomodar 20 pasajeros y una carga considerable de mercancías. Puede uno pasearse por él y desperezarse sin peligro de tocar el lecho. Salimos de Aniak al oscurecer y cruzamos cadenas de sierras cubiertas de nieve, una tras otra en sucesión ininterrumpida sin acabar nunca de llegar. ¡Qué extensiones tan inmensas de terrenos deshabitados y, lo que es peor, inhabitables! Valles profundos que se retuercen doloridos entre montes nevados, con faldas más o menos largas algunos y cortados a tajo otros, uno tras otro, dominados de vez en cuando por algún pico terminado en cono perfecto, indicador del volcán que se apagó hace acaso cuatro mil años. Más picos y más valles estrechos como callejones. El avión zumba sobre las nubes que se van espesando e impiden seguir distinguiendo más valles y más picos coronados de nieve. Todo aquello es obra de la naturaleza no tocada por el hombre. La huella humana se distinguió perfectamente al divisar las hileras simétricas de luces que alumbraban el aeródromo. El piloto debe ser un maestro en el arte de aterrizar, porque nos posó tan insensiblemente que no pudimos advertir el momento en que las ruedas 68
tocaron la pista de cemento. ¡Un viaje perfecto!
Un recibimiento frío Aunque había yo enviado un mensaje anunciando mi llegada, noté con extrañeza que no había ni un alma esperándome. Tuve que arremeter con ese problema que a mí tanto se me atraviesa de presentarme solo, hablar mucho, darme a conocer, ganar amigos, preguntar unas dos mil cosas, cosas , etc., etc. Fui a la venta donde me informaron que las señoras estaban en una asamblea en la biblioteca pública, discutiendo varias mejoras sociales. Los varones estaban ocupados cada uno en su oficio. En general es buena señal tener un recibimiento frío. He notado en mis excursiones misioneras que cuando el recibimiento es frío, luego se torna en cali calien ente te;; mien mientr tras as qu que, e, cu cuan ando do es cali calien ente te,, no siem siempr pree pe perm rman anec ecee a temperatura elevada. Pregunté dónde estaba la iglesia. Me dijeron que al otro lado del aeródromo: que no se veía porque era de noche. Preg Pregun unté té si ha habl blaa acom acomod odoo en la igl iglesia esia pa para ra aloj alojar arme me.. Se me respondió que no. Me preguntaron si quería cenar. Respondí que ya lo había hecho; muchísimas gracias. Salí a dar una vuelta, pero volví pronto a la venta, pues no hallé más que casas a oscuras y mucha nieve a su alrededor. A las once me acosté. A medianoche llaman a mi cuarto con insistencia. —¡Vaya! —me dije—, ya tenemos una extremaunción. Era una mestiza que se educó en Holy Cross. Acababan de salir de la biblioteca donde habían discutido mejoras sociales desde las siete y cuarto. Lam Lamen enta taba ba qu quee po porr ese ese motiv otivoo no me hu hubi bieeran ran reci recibi bido do en el aeródromo. ¿A qué hora sería la Misa? Pregunté a mi vez dónde sería la Misa. No supo responderme y lo dejamos todo para la mañana siguiente. Amaneció Dios y me levanté sin la menor idea de lo que me esperaría. En aldeas de eskimales yo hago de mi capa un sayo. McGrath es un pueblo de blancos con algunos mestizos y casi ningún indígena puro. La hija de la ventera me llevó a una casa católica donde dije Misa con toda paz. Luego volvimos a la venta y desayunamos en la intimi69
dad de la cocina, más como miembros de la familia que como huésped.
Juan el mecánico y su mujer Y ahora se precipitan los acontecimientos. Mientras sorbíamos café con leche entra impertérrito Juan el mecánico que me agarra la mano y me hace crujir los huesos. —Este es el Padre nuevo, ¿eh? Véngase a mi casa que le tiene que hablar mi esposa. Quise pagar antes a la ventera, pero se negó a aceptar dinero de un misionero errante. Más aún, la venta era mía y podía entrar y salir a mi placer. El mecánico me llevó a su casa donde su esposa me clavó la mirada y me midió de arriba a abajo como se mira una pintura en e n un museo. Juan se excusó de tener que ir al taller y quedamos su esposa y yo en la cocina, mirándonos como dos gatos monteses. Por fin rompimos a charlar. A las doce volvió Juan tiznado y grasiento, pero en un santiamén se lavó y quedó limpio que daba gloria verle. Durante la comida la conversación se hizo general y nos entretuvimos admirablemente bien. Volvió Juan a salir como un relámpago y yo ayudé a la señora a limpiar los platos que ella fregaba. Al fin se me vuelve sonriente y da gracias al cielo. Confesó que había estado con verdaderos temblores de cuerpo y alma. No está bautizada; pero desea hacerse católica. Lo desea con verdadero anhelo. Lo que más la atemoriza es tener que tratar con un sacerdote. Trató algo al Padre Manager, pero ahora la venían con otro Padre nuevo. Pensó que el nuevo sacerdote sería serio, muy serio, muy serio, frío, distante, fanfarrón y con aires de suficiencia que la alejarían definitivamente de la pila bautismal. Una vez en los Estados Unidos se acercó a un sacerdote que llevaba un traje tan pulcro y tenía unos modales tan excesivamente correctos y finos que ella, pobre criatura, se asustó y se volvió atrás. A mí me perdió el miedo en seguida. Me enseñó la casa. Es una casa del Gobierno, porque Juan trabaja para el Gobierno como mecánico jefe del campo de aviación con tres o cuatro ayudantes que mantienen en buen 70
estado las complicadísimas maquinarias de este centro importante. Hay cuatro hileras de casas de empleados. Todas las casas son iguales: amplias, limpias, bien amuebladas y hasta con cuarto de baño y agua corriente fría y caliente. La buena señora, que nunca ha tenido hijos aunque se los ha pedido a Dios, me toma por hijo y me acomoda en una habitación donde guarda los tiestos de geranios y otras flores.
La capilla católica Salgo a ver el pueblo ahora que es de día. Atra Atrave vesa sado do el aeró aeródr drom omoo do doyy co conn la capi capill llaa cató católi lica ca qu quee es un armazón de metal cubierto de madera pintada como los que usó el ejército yanqui para cuarteles temporales durante la guerra. Tiene 36 pies de largo por 16 de ancho. Una señora de Chicago donó el altar que por cierto es muy lindo y muy artístico. El altar está desnudo y no hay en la capilla ni un mantel. Detrás del altar hay un tabique con una puerta por donde se entra al cuartito donde con el tiempo tendré la cama y la cocina. Hoy por hoy está vacío aunque no de trastos y polvo. Con el altar portátil que llevo arreglé convenientemente el altar y al día siguiente empecé ya a celebrar allí con toda formalidad. La gente se fue enterando de que el Padre había llegado y poco a poco nos fuimos entrevistando. McGrath no es una población católica ni mucho menos. Hay, si, no pocas personas bautizadas en la Iglesia católica; pero han estado sin sacerdote muchos años y las consecuencias son fáciles de sacar. Después de la escuela por la tarde logré reunir ocho niños para el catecismo. Una niña algo mayorcita y muy lista tuvo sesiones particulares y la preparé para la primera Comunión. Durante la sem semana ven eníían cinc inco o seis eis perso ersonnas a Misa que comulgaban infaliblemente. Los domingos reuníamos un grupito considera ble; todos bautizados. Después de la Misa del domingo nos llevaba en masa el tabernero a su taberna y nos embutía de rosquillas caseras y café con leche. Este tabernero tiene el pecho más ancho y saliente que he visto en mi 71
vida, y dentro late un corazón generoso de verdad. Con un poco de cultivo espiritual llegaría a ser cosa buena. Todos se disputaban el honor de invitarme a su mesa. Raro fue el día que comí con los mecánicos donde me alojaba; tanto que la señora se llegó a sulfurar y exigió que me sentase también a su mesa. Sin embargo este estado de cosas no es el mejor para el misionero que debe tener casa propia y cocina en toda regla.
Catequesis de adultos Todas las noches a las nueve venían los adultos a la casa del mecánico para asistir a las instrucciones que yo les daba. El piso estaba cubierto con una alfombra limpísima. Bombillas de luz eléctrica por todos los rincones. Sillas cómodas y algunas butacas con ceniceros, pues todos y cada uno, hombres y mujeres, fumaban cigarro tras cigarro sin darse casi cuenta de que fumaban. A mí me hacían sentar en el centro como el Niño Jesús entre los doctores del templo, aunque ni ellos eran doctores ni era yo niño. Desde las nueve hasta las once y media exponía yo un punto de doctrina: uno de los Sacramentos, o Mandamientos, o la contextura de la Iglesia, la Misa, etc., y ellos hacían observaciones sobre lo expuesto. Bien pronto advertí que con la esposa de un aviador no valían asertos al tun tun lun. lun. Todo Todo lo inqu inquir iría ía e inve invest stig igab abaa minu minuci cios osam amen ente te,, y todo todoss respirábamos cuando al fin asentía complacida y decía muy ufana: —Ahora lo veo. Otra señora bautizada en la secta presbiteriana, pero ansiosa de hacerse católica, hilaba también muy fino y lo cribaba todo hasta dejar el grano puro y limpio de toda paja. Entonces di gracias a Dios por los años de formación intelectual; por los años de filosofía y Teología que se me habían hecho largos, pero que ahora vi que no lo hablan sido; por el estudio serio y la lectura seria de libros de apologética que ahora me capacitaban para satisfacer la sed legitima de Dios que estos buenas gentes mostraban. Todos quedaban satisfechos y animados. Dando un paso más, les hablé también de las vidas de los Santos que 72
les pusieron ante los ojos horizontes nuevos y nunca soñados. A las once y media sacaban s acaban unas bandejas con bizcochos y chocolate y cuando el reloj daba las doce ya teníamos los labios limpios con las servilletas de papel que son aquí tan corrientes. Así podíamos decir Misa y comulgar al día siguiente. Nadie se acuesta en McGrath antes de la medianoche.
Visita al aeropuerto Por las tardes daba yo un paseíto por el aeródromo extasiado ante el panorama de crestas montañosas cubiertas de nieve por entre las cuales culebrea el Kusko que aquí no es muy caudaloso que digamos. Los paseos son aptos para rezar rosarios y reconcentrarse; aunque a veces se hastía uno de soledad y sueña con compañeros que aquí son un sueño. Juan el mecánico me llevó en camión a ver la maquinaria y los instrumentos de radio que distan bastante del aeropuerto para que el ruido no influya en ellos. Son todos instrumentos automáticos que actúan ciega y matemáticamente, ultramodernos, la última palabra en su género. Como yo tengo verdadera tirria a todo lo mecánico, le hice cortar por lo sano y pasar a otra cosa, pues mi Juan se eternizaba explicoteándome esta aguja y aquella brújula y la otra otr a válvula y todo así. Lo que me hizo harta gracia fue el comprobar que si se prendiese fueg egoo en el rec recinto, unos tubos pega gaddos a la pared red lo apagaría rían automáticamente. Gracias a estos instrumentos hay tan pocos accidentes de aeroplano relativamente hablando; pues ellos son los que le dicen al aviador qué tiempo tenemos en no sé cuántas millas a la redonda, y qué temporales se pueden esperar dentro de tantas horas y en tales y tales direcciones. Allí mismo donde estábamos advertimos el paso del avión que va desde los Estados Unidos al Japón pasando por Alaska. Iba a más de 3.000 metros de altura y se divisaban las luces de los extremos de las dos alas.
Religiosas españolas sobre Alaska En ese avión, o en uno como ese, volaron por aquí las religiosas 73
Esclavas españolas que aterrizaron sanas y salvas en Tokio. Como hicieron el viaje en el verano, se llevaron un chasco al ver una Alaska verde como una pradera sin fin. Tal vez la altura tan enorme las impidió distinguir el terreno y no se fijaron en que hay más charcos, lagos, ciénagas y aguazales que tierra firme verde y florida. Esta Estass Reli Religi gios osas as espa españo ñola lass me no noti tifi fica caro ronn de desd sdee Fila Filade delf lfia ia qu quee pasarían por Anchorage tal día y tal hora. Vivía yo entonces en Akulurak totalmente incomunicado con el resto del mundo y no me fue posible recibirlas en e n el aeródromo. Hoy tal vez sería diferente. Desde McGrath a Anchorage no es mucha que digamos la distancia, y hay aviones comerciales entre las dos todos los días o poco menos. Si desde McGrath me enterase yo de que un grupo de monjas españolas pasaban por Anchorage para el Oriente, no vacilaría un momento y sacaría pasaje en el primer aeroplano aunque me tuviese que empeñar hasta los ojos El solo pensamiento de ver una monja española después de 18 años de no ver ninguna me daría alas para volar aunque no hubiese aeroplano. No sé lo que haría o diría yo en presencia de un grupo de monjas españ español olas as aq aquí uí en Alas Alaska ka;; proba probabl blem emen ente te ha haría ría algun algunaa tont tonterí eríaa co come me abrazarlas, echarme a llorar o contarles un cuento. ¡Vaya usted a ver! ¿Y qué harían ellas? Desde luego no harían ninguna tontería como las mías. Pongamos las cosas en su punto.
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Biografía de un Mecánico alaskeño
Un perro de 17 años Cuando como en casa con el mecánico y su esposa, nos reímos él y yo tan estrepitosamente que la buena señora no sabe si enojarse o reírse también y nos riñe que comamos y nos dejemos de chistes. Reírse mucho en las comidas tiene sus inconvenientes si le entra a uno sed y se pone a beber un vaso de agua con un comensal enfrente; sobre todo si el tal comensal está es tá ya bautizado. Tiene Juan un perro faldero que acaba de cumplir 17 años. Es una sombra de perro; unos tres kilogramos de carne canina; pero es perro y vive todavía. No le matan porque dicen que se morirá él solo cualquier día y les ahorra el mal rato de cometer perricidio. Este perro no ha vivido en vano tantos años. Un día le encontraron durmiendo tan tranquilo en la cama matrimonial. Juan tomó un periódico, lo dobló en cilindro y le dio una paliza muy ruidosa por entre la cama y los baúles. A los pocos días al entrar en el dormitorio, hallaron al perro de pie junto a la cama; pero sus ojos le delataron como reo del crimen pasado. Tocaron la cubrecama y hallaron caliente el sitio donde el perro había dormido a pierna suelta. Juan volvió a doblar otro periódico y le dio otra paliza en toda regla. A los pocos días entró Juan de repente en el dormitorio y halló al perro soplando muy aprisa en el sitio donde había dormido un gran rato. Juan no tuvo valor para coger otro periódico. peri ódico. La señora habla con el perro sin dificultad. Si le dice que se eche en 75
aquel rincón, o que le traiga aquel libro, o que salga a la calle, el perro obedece ciegamente y sin equivocarse. A mí nunca me aceptó como miembro de la familia y, aunque no me lleg llegóó a mord morder er,, siem siempr pree me miró miró de reoj reojoo o co conn un de desp spre reccio de desscorazonador. Un día le dije en español que Dios le librase de que le encontrara solo en alguna parte. Y me lo debió de entender, porque evitó a todo trance tamaño peligro.
El minero sin dientes Juan nació cerca de la frontera mejicana donde aprendió bastantes frases españolas que se le van olvidando. Qued Qu edóó hu huér érfa fano no y lo pu pusi sier eron on en un orfa orfana nato to diri dirigi girl rloo po porr PP. PP. Franciscanos, si no me engaño. Allí aprendió a ayudar a Misa. La santidad allí reinante no se avenía muy bien con su temperamento brioso y explorador y se fugó. Andando andando vino a parar al río Yukón, junto a Ruby y Nulato, alternando entre las minas y las ventas y sin poner jamás los pies en una iglesia, que ciertamente estas no abundaban por allí. En este género de vida pasó los mejores años de su vida, procurando hacer el bien y evitar el mal, aunque no lo lograse siempre. Entre sus obras de caridad cuenta una famosa. Tenía él en cierta ocasión una taberna donde comían y bebían los mineros. Un minerote ya entrado en años y muy regañón tenía dentadura postiza; pero el pobre hombre no se hallaba a gusto con ella y la quitaba durante el día con tan mala pata que nunca recordaba dónde la había puesto. Llegaba la hora de comer y pedía unas sopas y una taza de café. Juan se hizo cargo de la situación en menos que se tarda en contarlo. Buscó y halló la dichosa dentadura y le dijo al minero desdentado que no se apurase, que le acababa de llegar por correo una dentadura modernísima que se adaptaba a todas las bocas y que se la alquilaría a él por sólo 50 centavos cada comida. Dicho y hecho. A la hora de las comidas Juan le daba la dentadura que el minero juraba caerle como la suya propia, y, y , al terminar de comer, Juan se se 76
la reclamaba y el minero la soltaba juntamente con 50 centavos extra por el servicio. Cien veces quiso el minero comprarla, pero Juan no cedió jamás; tenía que ser alquilada. Así logró Juan que el minero masticare y deglutiese chuletas que de otro modo nunca lo hubiera hecho. Cuando el minero se mudó a otra parte, Juan le envió por correo la dentadura regalándosela caballerosamente. El minero creyó y cree aún que no hay hombre en el e l mundo como Juan.
Historia de una vida En una visita que hizo a Anchorage se encontró con una joven que hoy es su esposa. Se casaron por lo civil por varias razones y la más importante es la más sencilla: ella no está bautizada, era divorciada, y Juan había perdido toda noción de leyes canónicas. Una mañana, mientras la señora planchaba un talegón de ropas blancas como la leche, me contó la historia de su vida. Yo la escuchaba sentado en una butaca con un libro en las rodillas, r odillas, mirándolo sin leerlo. Eran y son aún tres hermanas. Su madre era una santa. Su padre era un monstruo, y aun eso es alabarle. Las dejaba solas a veces dos años seguidas y volvía con unas barbas que no le reconocían. Tardan una labranza regularcilla en el centro de los Estados Unidos lejos de poblado, y allí crecían las niñas y la madre trabajando como hombres. El padre estaba con ellas varios meses y las volvía a dejar solas. Las niñas caminaban todos los días muy lejos a una escuelita donde aprendieron a leer y escribir; pero tuvieron que dejar pronto la escuela para trabajar y poder comer. Creci Creciero eronn co como mo amaz amazon onas, as, cu curti rtida dass a fríos fríos y calo calores res.. Lo mism mismoo segaban alfalfa que araban con una pareja de caballos u ordeñaban un cántaro de leche antes del desayuno. Se les murió la madre más de pena que de enfermedad alguna y entonces vino el padre a dirigir los negocios; pero no le pudieron tolerar y cada una tiró por su sitio. Nuestra heroína se casó con un joven que había sido marinero y estaba a la sazón divorciado de su mujer. No congeniaron tampoco, y nuestra 77
heroína se divorció de él. Con todo, no vacila en afirmar que el tal ex-marino nunca la obligó a hacer lo que hizo otro marino vecino suyo, que obligaba a su mujer a echar calderos de agua por fuera en las ventanas del dormitorio hasta que el ruido del agua en los vidrios le traían el sueño que de otra manera no podía conciliar. Hasta que una noche la pobre mujer se hartó de músicas y se divorció. Nuestra heroína vagó por varias ciudades y tuvo buenos empleos en hoteles y fondas de cocinera, que ésa era su profesión. Hasta llegó a tener fonda propia con un par de criadas que fregaban y servían. Pero un día se hartó de todo y vino a Alaska a guisar en alguna fonda de Fairbanks o Anchorage, y allí fue donde se encontró con nuestro Juan. Quiere hacerse católica sin tardanza. Lee todos los libros católicos que pesca y quiere leer más. Tomo yo la palabra alguna que otra vez y entonces deja el planchado y se sienta a escucharme sin perderme ni una aliaba, pues todo es nuevo para ella según me dice. Es que yo me echo a divagar por los campos de la perfección y unión íntima con Dios, y ella lo ve como ve el sediento caminante del desierto cataratas de agua cristalina que se s e despeña allá lejos, muy lejos. La validez o invalidez de su primer matrimonio será resuelta pronto en el tribunal de la curia episcopal; y si resulta ser inválido, entonces se casará con Juan como Dios manda; se bautizará; comulgará y se considerará la persona más feliz del universo.
El camino más corto al corazón Un día mientras escribía yo una carta en mi habitación, entró por la puerta un tufillo aromático que venía de la cocina tan penetrante que se me hizo la boca agua. Como se me cortó el hilo de las ideas, salí a ver qué se guisaba y vi que estaba amasando bollos de cinamomo que cubría con una costra de chocolate. Entonces entendí perfectamente lo que nos dice el sagrado Evangelio acerca del aroma que se esparció por la casa de Lázaro cuando María Magdalena quebró el vaso de nardo de ungüento precioso que ofrendó al Señor. 78
Ella me dijo, un tanto orgullosa de su arte culinario, que resulta más barato guisar bien algo rico que cocer de mala manera algo de bajo precio. Tomen nota les cocineros. Ahora entendí también por qué Juan se muestra tan reacio a una separación si el primer matrimonio resultase válido. Ella asegura que la línea más corta y derecha para llegar al corazón del esposo, es por el estómago; y Juan asiente sin vacilar. Y así, así, en entr tree cate catequ ques esis is,, inst instru rucc ccio ione ness reli religi gios osas as,, pa pase seos os po porr el aeródromo, bollos de cinamomo y chistes en la cocina se me pasan los días en McGrath sin darme cuenta.
Una charla con el Padre O'Connor Pero coma McGrath es solamente una de tantas aldeas a mí confiadas, tengo que volver a las dichosas maletas. Siempre que empiezo a hacer la maleta me invade una ola de tristeza. Parece como que voy a cruzar el Pacifico camino de las islas Filipinas o algo así. Esta vez al aterrizar el bimotor que me había de llevar a Bethel, ¿quién fue a salir de él sino el P. Pablo O'Connor, mi antiguo Superior de Akulurak a mi llegada a Alaska? Nos dimos un apretón de manos de los buenos y nos miramos sin hablarnos cerca de un minuto. Venía de Juneau camino de Hooper Bay, su actual parroquia, e íbamos a volar juntos hasta Bethel. Los pilotos, nos dijeron que tardarían cerca de una hora en levantar el vuelo, pues tenían que desayunar y luego arreglar no sé qué desperfectos. Aprove Aprovecha chamo moss ese tiempo tiempo para cambia cambiarr impres impresion iones es paseán paseándon donos os como dos príncipes por la pista de cemento del aeródromo. El habla sido operado de hernia y se hallaba perfectamente; mejor que nunca. Me lleva nueve años de edad y le va ya blanqueando el cabello. A mí me encontró más grueso que nunca. Cuando le expliqué lo de los bollos de cinamomo, se hizo cargo de todo y pasamos a otra cosa. Me dijo que me conocía en los ojos que estaba más contento que cuan cu ando do me vio vio en Ak Akuulura lurakk el añ añoo an ante teri rior or cu cuan ando do tuvi tuvimo moss aq aque uell llaa asamblea constituyente y él mismo me dice la causa: ser Superior de una escueta de huérfanos seis años seguidos lejos de toda civilización corroe, 79
por así decir, el sistema nervioso; pues todo se vuelven necesidades sin medios aptos para remediarlas, y ese estado perenne de responsabilidad y cavilaciones gasta a la larga. Él fue Superior seis años también, y dice que cuando me dio el bastón de mando y se puso en camino para Kotzebue, notó que se le quitaba de encima un peso cuya gravedad no había percibido hasta entonces. Por eso es bueno que se turnen los Superiores cada tres años, o a lo más cada seis.
Díez minutos de lágrimas Yo le digo que SÍ a todo y te explico que realmente me encuentro mucho más valiente que en Akulurak. Cuando salí de Akulurak, no me alteré apenas; tenía deseos de vida más activa y subí al aeroplano muy opti op tim mista ista,, algo algo así así co como mo cu cuan ando do Fran Franco co vo voló ló a Marr Marrue ueccos de dessde las las Canarias en julio de 1936. En Bethel todo me era desconocido. Tuve que empezar por los cimientos. Entre día me venían oleadas de recuerdos de Akulurak, y entonces vi cuán profundas eran las raíces que había echado en los casi nuevo años totales que viví allí. Los perros del trineo con Blondy, los eskimales que alivié con ropas y alimentos, los días de campo con los niños, la pesca del salmón, todo se me agolpaba en la fantasía y me traía inundaciones de nostalgia. Me parcela todo un, sueño. A los pocos días vino un aeroplano de Akulurak y me trajo dos cartas gruesas contándome cómo me echaban de menos y rogaban a Dios que me bendijera abundantemente como lo hizo conmigo en Akulurak. Si tenía ocasión propicia, debería aprovecharla e ir a visitarlos y contarles cómo me va por el Kusko. Me preguntaban quién me amasaba el pan y si remendaba yo mismo los calcetines. Podían mandarme pan por correo y podía yo mandarles los calcetines; Antonia y Frida y Cecilia los zurcirían gustosas. Al llegar aquí tiré las cartas, saqué el pañuelo y lloré por lo menos diez minutos. Tenía que llorar, y cuanto antes mejor ¡qué caramba! que el caballo 80
que no ha dado la carrera, en el cuerpo la tiene. Con esta lluvia mansa se disipó la nube y volvió a salir el sol que hoy brilla luminoso. Todo el Kusko está confiado a mí celo. Akulurak se fue disipando paulatinamente hasta convertirse en una especie de bruma lejana.
Lo que falta en Alaska Aquí el P. O'Connor se ríe campechanamente y afirma que él tiene un corazón de pedernal, aunque por parte de su madre tiene sangre francesa; hugonote por más señas. Sin embargo, hay en ese pedernal algunas vetas escondidas no tan duras. Así por ejemplo, fue una revelación para él, tan masculino, llorar un buen rato en los últimos Ejercicios un día en que leía reposadamente la muerte de Santa Teresita del Niño Jesús. No recuerda haberse emocionado hasta entonces y se extraña, pues no le han faltado ocasiones que lo merecían. El P. O'Connor cree que Akulurak debiera ser trasladada a Kotzebue y dejar a Holy Cross con todo el campo al sur de Nome. Hablamos largo y tendido sobre ello sin resolver nada, por supuesto. Discutimos varios métodos sobre la evangelización de los eskimales y convenimos en que lo que nos hace fal falta en Alaska ska es una Orde rden contemplativa; monjas virginales e inocentísimas que hagan penitencia y oren y hagan caricias al Señor y le roben el Corazón y obtengan con sus jaculatorias lo que jamás obtendremos viajando, voceando, sudando y predicando. Hay que unir las dos cosas. Todo se andará, que dijo el otro. El P. O'Connor me asegura que cuando él sea obispo de Alaska me hará capellán de monjas contemplativas. Yo acepto el nombramiento y quedamos en eso. Íbamos a continuar divagando y planeando todas las mejoras que debieran ser introducidas en la Misión, cuando nos avisaron que el aero plano estaba listo. Subi Subimo moss y no noss sent sentam amos os junt juntos os;; no noss suje sujeta tamo moss los los cint cintur uron ones es;; zumbaron los motores y nos elevamos a las nubes a contemplar las cordilleras y sierras nevadas que íbamos dejando atrás mientras conversábamos 81
elevando la voz para contrarrestar el ruido infernal de las máquinas. Estuvimos juntos en Bethel un día entero y él partió para Hooper Bay hecho un brazo de mar. Aquí en Bethel reorganizo la vida parroquia] y vivo a los pies del sagrario muy agradecido a Dios por tantos beneficios.
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XI
El Pequeño de Holy Cross que "quería" miedo
Viaje a Holy Cross Mis tareas parroquiales se vieron interrumpidas por la visita de un aviador que venía de Holy Cross y me traía una carta de la Madre Superiora rogándome fuese a darles los Ejercicios de año. Vuelta a la maleta y a concertar otro vuelo. ¿Cuándo estaremos en el cielo en paz inalterable sin maletas ni viajes en aeroplano? Todo llegará. Mientras llega, hago la maleta y subo a un aeroplano anfibio, de esos que tienen ruedas para aterrizar, pero que las esconden cuando amaran, como hacen los caracoles con los cuernos, que ya los sacan, ya los ocultan. Era poco después del deshiele. Desde las nubes no se ven más que cent centen enar ares es de lago lagoss pe pequ queñ eños os,, un unoo junt juntoo a otro otro;; ch char arca cass inme inmens nsas as;; riachuelos que culebrean y se entroncan y desentroncan en direcciones laberínticas, hasta que llegamos a los montes de Kalskag cubiertos de vegetación. Cruzamos la faja que separa a los ríos Kusko y Yukón en su área más estrecha y subimos río Yukón arriba hasta llegar a aquella hondonada entre colinas donde se asienta Holy Cross. Trazamos un círculo sobre la Misión y pude ver grupos de niños que corrían hacia el río. Al amarar y pararnos a la orilla, todos estiraban los cuellos para enterarse de quién venía; y al verme salir con mi maleta y una carota grande muy risueña, se armó un alboroto regular. Cami Camina nand ndoo co conn much muchaa co comp mpos ostu tura ra ve vení nían an pa paus usad adam amen ente te ha haci ciaa nosotros las monjas que sospechaban que fuera yo el pasajero. 83
Todo allí era afabilidad y bienaventuranza. De los seis jesuitas allí presentes, dos Padres, dos estudiantes (maestros), y dos Hermanos, no conozco más que a los Hermanos. Esta Alaska es tan grande y con vías de comunicación tan escasas que se pasan años y años sin que algunos misioneros se vean, dándose el caso de que algunos vivan aquí muchos años y mueran sin haberse visto nunca. Todavía estamos agrupados junto al río hablando varios a la vez y preguntándome todos, cuando se oye un ruido fenomenal allá lejos. Son las chicas que vienen a galope tendido dejando muy atrás a la monja que las inspecciona. Ahora el grupo es algo formidable. Nuestro ascenso hacia los edificios es por demás lento y con mucha algarabía. Los chicos y las chicas ya están riñendo sobre si he de contar cuentos primero a unos o a otras. Se pacifican cuando oyen decir que habrá para todos a su debido tiempo.
Repartiendo miedo Estos pupilos tienen muy poco parentesco con los de Akulurak. En primer lugar aquí no se habla hab la ni una sola palabra en es eskimal kimal o en indio. Las Madres me enseñan una niña muy tímida que acababa de llegar de Pilot Station, en el bajo Yukón, y no hablaba más que eskimal y la pobre no tenía con quien hablar. Hay una infinidad de caras rubias con pecas y hasta pelo rojo, cosa nunca vista en Akulurak. Hay tres secciones: «el infantado», los medios y los graduados. El infantado lo componen 42 niños y niñas, entre 4 y 7 años. Viven juntos y los cuida una monja canadiense con una paciencia a toda prueba. Se acuestan con sol y se levantan con él y no van a Misa más que los domingos y fiestas de guardar. Este grupo mete más ruido que la tropa en las cantinas. Aquello no es más que un griterío constante elevado a la última potencia. Al entrar yo en su salón me atacaron de frente y me rodearon como el agua al pez y allí quedé prisionero un buen rato sin poder hacer ni decir nada. Todos gritaban y me exprimían como a las uvas en el lagar. Me tapé 84
los oídos con las manos; les hizo gracia y gritaban más alto, si cabía, creyendo que me divertían. Al cabo de un rato logré que bajaran un poco los gritos, y, cuando esperaban quo dijera algo, extendí los brazos, abrí unos ojos y una boca de fiera salvaje con ademanes de tragarlos vivos y en su esfuerzo por huir cayeron todos unos encima de otros atropellándose estrafalariamente. Se rehicieron como por encanto y volvieron a la carga estrujándome y pidiéndome que les metiese más miedo. Lo hice de nuevo, y se repitió la catástrofe de la desbandada. No exagero si digo que me obligaron a meterles miedo 30 minutos seguidos. Todos gritaban: —Métanos más miedo, Padre, métanos más miedo. Un pequeñín chillaba desde lejos: —Yo quiero miedo. La monja tuvo que sentarse para no caerse de risa.
Ester López No son estos infantes los ínfimos de la casa Con la monja enfermera viven dos niñas, una de dos años y otra de 18 meses. La de dos años es una vieja comparada con la otra. Esta criaturita de año y medio se llama nada menos que Ester López. Tuvieron que repetirme el apellido, pues no lo creía. Un portugués de las Azores vino a parar al Yukón, donde se casó con una india. Hubo líos y más líos, y cuando Ester tenía un año se murió la madre y metieron al padre en presidio. Ester quedó en la calle y nadie la quería. La Madre Superiora la recibió un poco de mala gana, pues no tienen facilidades en la Misión para criaturas en mantillas. Hoy todo ha cambiado. Las monjas me llevaron al recibidor para ver y oír a Ester López, que es la alegría de la casa. Limpia como una seda y fresca como una rosa, Ester se sube a todas las sillas, trepa por las piernas de las .monjas, pasa de los brazos de una a los de la otra, disputándose dis putándose todas las Madres cogerla y preguntarla. Todo lo habla a media lengua. Cuando la preguntan dónde está Dios, extiende un brazo y gira sobre un tacón, t acón, que quiere decir: «En todas partes». 85
Un día la riñó la Superiora por dar puntapiés a un gato hasta que éste se enfadó y la arañó. Ester se fue a todas las otras monjas diciendo muy enfadadita: —Superiora yo no quiero más; ella mu mala—, y no volvió a querer a la Superiora hasta que la apaciguó con una rosquilla. r osquilla. Cuando le dan algún dulce (que es cada media hora), ya sabe ella que tiene que santiguarse antes de meterlo en la boca; lo que pasa es que la corre unaa pris un prisaa inm inmen ensa sa co comé mérs rsel eloo y así, así, mien mientr tras as qu quee se sant santig igua ua co conn la izquierda, lleva el dulce a la boca con la derecha. ¿Para qué perder tiempo? Todas las monjas convienen en afirmar que sin Ester López la vida les resultaría muy cuesta arriba. Yo me quedo embelesado ante aquel cuadro de inocencia candorosa y lo observo todo boquiabierto. Esta niña que quedó en la calle y corrió peligro de perecer en la lluvia y el frío, es hoy la niña más feliz del orbe. A mí me mira a distancia; y aunque la animan a que se me acerque, no está del todo segura y se queda lejos mirándome y remirándome con ojos torvos. ¡Haces bien, Ester, Ester , en no acercarte; yo tengo mucho de Herodes!
Mi primera noche Mt primera noche en Holy Cross no la olvidaré fácilmente. Después de cenar, cuando ya estaban acostados los niños, me llevaron los dos Padres al locutorio o sala donde pasan el recreo las monjas que me esperaban en ala y me recibieron con una venía muy ceremoniosa. Nos sentamos, y comenzó la sesión. Digo comenzó, porque duró hasta bien cerca de las doce; y duró hasta tan tarde, porque nadie se percató de que estábamos en el tiempo y no en la eternidad. e ternidad. No creo haya corrida de toros tan divertida y animada como lo fue nuestra sesión. Es lo cierto que entre las nueve monjas que forman la Comunidad, hay una que tiene miedo a una porción de cosas: a los ratones, a la oscuridad, a los muertos y a otros seres tan inofensivos como éstos. Para curarla de una vez para siempre, saqué a plaza varios episodios macabros que oí contar en las riberas del bajo Yukón acerca de algunos aparecidos nocturnos que se movían sin tocar el suelo, entraban por las puertas cercadas sin abrirlas, se quedaban mirando con ojos muy tristones y se acercaban poco a poco a las cabeceras de los desvelados, y a medida que se acercaban, los ojos se hacían mayores y adquirían un tinte verdoso que 86
poco a poco se volvía amarillento; y cuando ya estaban cerca del rostro del desvelado, abrían la boca y dejaban escapar un ¡ay! como un trueno que sacudía las paredes del edificio. El desvelado quedaba con la cabellera cana y sin poder hablar más el resto de sus días. Los demás que dormían, despertaban, y unos quedaban tartamudos, otros alelados y otros se volvían a acostar muy malhumorados. Nuestra monja veía ya una legión de aparecidos en su habitación a medianoche, y había que verla arrimarse a la monja próxima en busca de protección. Exigió palabra de honor de que la llevarían a su celda y no la dejarían sola hasta que ella dijese.
Les antiguos pupilos Pasamos luego a temas de más monta y conversamos sobre el tipo de católicos que dan los antiguos pupilos de Holy Cross, que son los que forman la población católica del Kusko. Los hay buenos, medianos y malos, como en todas partes. Los hay que comulgan diariamente. Los hay que lo hacen con menos frecuencia, y los hay que no vuelven a poner los pies en la iglesia, sobre todo entre individuos medio tontos que jamás se han parado a considerar si son hombres o brutos o las dos cosas a la vez. Salen a relucir nombres propios con sus apellidos y nos espaciamos comentando los pros y los contras de ciertas prácticas de nuestras escuelas, como el forzar los chicos a ir a Misa todos los días del año, tener muchas nove no vena nass y Bendi Bendici cion ones, es, ad admi miti tirl rlos os de muy muy niños, niños, tenerl tenerlos os de dema masia siado do tiempo, etc., etc. Por lo general, los que entran en el orfanato de infantes y no salen hasta los 18 años, los podemos dar por perdidos para la Iglesia. Como viven en un ambiente de invernadero, al salir por esos mundos dan una vuelta en redondo, se enfrían hasta helarse, se casan de cualquiera manera, huyen del misionero y en general viven como gente sin conciencia. Cité una infinidad de casos que hicieron no poca impresión. Los que entran de infantes y salen a los doce años, es como si no hubieran estado en la Misión, y no hicimos más que gastar tiempo y dinero con ellos. Precisamente cuando empezaban a distinguir los colores, los sacan. Tiempo perdido. El ideal es admitirlos a los 12 y mandarlos para casa a los 16. Entonces tenemos un tipo excelente que no vivió en invernadero mucho tiempo y 87
aprovechó cuanto se hizo con él por estar ya un tanto maduro. Al salir éstos de la Misión, no están hartos de ella; y como han aprendido lo suficiente para ser buenos cristianos, lo son con toda naturalidad. Lo que pasa es que, si no los admitimos de pequeños, los ponen en centros gubernamentales, donde crecen como plantas sin pizca de religión. Ese es el dilema. Hoy por hoy agarramos a toda criatura agarrable. Hay que notar que un niño español de diez años tiene el desarrollo mental de un alaskano de catorce; por eso la edad aquí no corresponde necesariamente a la nuestra. Hablamos mucho sobre estos problemas.
De nuevo, el jolgorio Luego quisieron saber cómo me iba por el Kusko y volvimos al jolgo jolgorio rio en grand grande. e. Mis Mis qu queh ehac acere eress caser caseros os pint pintad ados os muy muy al vivo vivo les les hicieron morirse de risa. Estuve realmente inspirado aquella noche y las anécdotas se agarraban unas a otras como las cerezas. Es que yo necesitaba ya compañía de verdad como esta que me entendía y con quien me expansionaba y esponjaba. Con los cristianos siempre hay una distancia discreta: y si son blancos, no son religiosos; que no es lo mismo ser buen católico que ser religioso. Son planos distintos. No hablamos el mismo lenguaje ni tenemos las mismas aspiraciones. Con estos dos Padres Jesuitas y estas nueve monjas alrededor de una mesa abro yo de par en par las válvulas del corazón, y ellos hacen lo mismo, y la conversación es un cielo. Como San Pedro en el Tabor que quería el muy simplón levantar tres tiendas, quería yo aquella noche que no amaneciese nunca y que continuase indefinidamente aquella bienaventuranza. Recuerdo que en la descripción de algún caso gracioso me levantaba inconscientemente y describía figuras en el aire con los brazos mientras el cuerpo seguía el compás y los ojos eran retratos vivos de las imágenes que me bullían allá en el alma sabe Dios dónde. Todos me seguían con el aliento contenido, como hipnotizados, y al fin estallaba la carcajada espontánea mientras yo me sentaba a limpiarme el 88
sudor con un pañuelo que debla haber sido lavado la semana anterior. Varias Var ias veces les rogué que contasen ellos algo; pero no, se sabían ya de memoria y querían aprenderme a mí; por eso tuve que hacer el e l gasto muy a mi gusto. Lo que colmó la medida fue el hecho histórico que les conté, a saber, que yo dudé bastante entre hacerme Jesuita o Cartujo. No pudieron concebir que yo alimentase pensamientos de Cartujo ni un solo día, y así quedó la bacía convertida en yelmo de Mambrino. Al día siguiente, pasé un buen rato con los chicos. Tienen dos salones y dormitorios diferentes; los medianos, hasta los 16 años, viven separados de los mayores que llegan a veces hasta los 22 años. Los medianos van a la escuela. Los otros, los graduados, se dedican a oficios mecánicos o son leñadores. Tenemos allí un taller muy bien montado. En el verano se ara con un tractor una extensión considerable de tierra que nos da patatas, berzas, zanahorias, guisantes y tomates. Como el río va carcomiendo las orillas y nos va robando terreno, se lo robamos nosotros al monte que se eleva a nuestro alrededor. Hay también una vaquería con seis vacas, cuatro terneros y un toro muy manso y muy hermoso a quien llaman Ferdinando. En marzo traen algunos cerdos pequeños en aeroplano y los ceban todo e1 verano. En octubre son ejemplares bien cebados y dan carne para todo el invierno. Durante el invierno resultarían una carga insoportable. Resulta más barato traerlos de pequeños en aeroplano, como he dicho.
Contando cuentos Para mantener al rojo las 18 estufas de la Misión se necesita una cantidad exorbitante de maderos que hay que serrar y rachar, y para esas labores pesadas se necesitan chicos ya medio hombres, Los prefectos de los chicos son dos estudiantes jesuitas que no han comenzado aún la Teología. Uno de ellos está al cuidado de la Radio y habla con los pilotos y otras estaciones por lo menos cuatro veces al día todos los días, informando sobre el estado del tiempo y cruzando mensajes y telegramas. telegr amas. Entre niños y niñas tiene hoy Holy Cross 162; el mayor de todos los orfanatos de Alaska. Los Los chicos me aco acorral ralaron ron en uno de sus sus sal salones y tuve que entretenerles con historias un rato largo. Luego vinieron las chicas. A éstas las hablé al oscurecer con sola una lucecita en un rincón del salón inmenso 89
para amedrentarlas en serio. A los 15 minutos de sesión me entró miedo a mí de que alguna se desmayase y mandé encender todas las luces y hasta cambié de disco y cantamos al piano. El pánico que se apoderó de ellas fue sin precedentes. Se levantaron de sus asientos y se me vinieron corno un enjambre con los ojos aterrados y las manos en ademán de quien implora misericordia, y tuve que cambiar de conversación. Las había empezado a informar sobre los coloquios del hechicero Jacques con el demonio en noches de luna en lo espeso del bosque entre sepulturas, y no acerté a prever la explosión de pánico que se suscitó. Luego cantamos y les dije muchas cosas graciosas y con eso se fueron a la cama completamente normales y muy regocijadas.
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XII
25 años de jesuita
Ejercicios espirituales A las monjas les di unas pláticas preparatorias para los Ejercicios y por fin entramos en ellos. Por falta de tiempo los hice yo a la vez que se los di a ellas. Había algunas que ya los habían hecho privadamente, por no tener los Padres oportunidad de dárselos. Esas no quisieron perder ninguna migaja y, con el debido permiso, asistían a los puntos y a las pláticas. A mí me gusta dar los puntos en alguna sala recogida, no en la capilla. Se los di en su sala de recreo y las que venían a oír traían consigo ropas que cosían o bordaban a la vez que escuchaban, para que no se entorpecieran las labores. Las otras formaban un semicírculo muy compungido que de vez en cuando estaba muy lejos de compunciones, pues no faltaban ocasiones para hacer amable la virtud. Al terminar los puntos yo me subía al montecillo a meditar entre los pinos junto a una estatua de la Inmaculada que domina todo el panorama. Subía por el cementerio y me paraba a rezar un «De profundis» delante de la sepultura de mi antiguo compañero P. Lucchesi, muerto a los 80 años. Hay enterrados allí unos ocho jesuitas y dos monjas y un verdadero bosque de crucecitas de indígenas. Los pinos despedían un olor muy agradable. Si se restregan en las manos las yemas o brotes de sus ramas, queda un olor exquisito que le acompaña a uno el resto del día. Es aq aque uell un luga lugarr ex exccelen elente te pa para ra en ensi simi mism smar arse se co conn Dios Dios en la contemplación. Por desgracia ya empezaban los mosquitos a molestarnos. Se pasaron volando los ochos días. El último tuvimos un «Tedeum» muy devoto. 91
25 años de Jesuita A la mañana siguiente, 18 de junio, cumplí yo 25 años de vida religiosa. Se lo avisé para que me ayudasen a dar gracias a Dios por todos los beneficios recibidos, y así lo hicieron. Hicieron más. Tienen una cocinera como no la ha tenido Holy Cross desde su fundación. Es bastante fea, valga la verdad, y por eso mismo Dios derramó a manos llenas sobre ella dotes y cualidades culinarias, para que todos tengamos algo bueno entre lo mucho malo. Leí una vez que un señor visitó por primera vez la galería de retratos de ingleses célebres en el Museo de Londres y notó con extrañeza que, siendo los ingleses tan guapos, aquellos personales eran más feos que Picio. Y se le respondió que precisamente por eso hablan llegado a ser célebres, porque habían sido feos. El señorito guapo como un Apolo, todo lo encuentra hecho y se atrofia y muere un don nadie; mientras que el feo lo tiene que hacer todo a puño, y con el ejercicio se desarrolla y llega a entrar entre epinicios por el templo de la Fama. No está en heredar ni en que se lo den a uno, sino en saberlo ganar y conservarlo. Pues bien, nuestra monja cocinera de Holy Cross hace unos guisos que dejan a los comensales estupefactos. Y todo con patatas, carne, alubias, pan y cosas así de ordinarias. El 16 de junio apareció apare ció junto a mi plato un mazapán soberbio en forma de libro abierto por el medio. Descansaba sobre un atril, mazapán también, y tenía cintas, letras, números, todo ello mazapán. En la página de la izquierda se veía un botón de rosa. En la de la derecha la rosa estaba medio abierta, un capullo que parecía real. Me dijo que cuando celebrase los 50 años de vida religiosa, el capullo estaría en la página izquierda, y en la derecha se vería una rosa totalmente abierta y con los pétalos a punto de desprenderse. ¡Vivan las monjas feas!, dije para mis adentros. No tuvimos valor para comer aquel despilfarro de arte y alegoría. Luego lo pensamos mejor y arremetimos con el libro. Si todos los libros entrasen como éste, daría gusto ser estudiante. Luego los niños me cantaron canciones de homenaje.
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Las bodas de oro del Padre Lucchesi Para que se vea cómo arregla Dios la trama de nuestras vidas cuando le place hacerlo, me había venido algunas veces el pensamiento de que celebraría las bodas de plata con la Compañía de Jesús como celebró el P. Lucchesi sus bodas de oro de sacerdote. Iba en una barquilla de remos a visitar a unos pescadores que vivían en tiendas de lona en un afluente del Yukón, cuando se levantó un viento brioso con mucha lluvia. Afortunadamente halló al poco rato una choza abandonada, sin estufa, sin cama, con cl techo lleno de agujeros, y en ella se metió hasta que amainase el temporal. Como éste no amainó durante todo el día siguiente, y aquel era el día de sus bodas de oro, lo pasó con el Ángel de la Guarda en ayunas y tiritando. Como a hombre de mucha virtud que era, Dios le dio a gustar hieles y ajenjos; en cambio a mí como a niño mimado y enfermizo me preparó el mazapán más rico que han visto los siglos y en compañía de la Comunidad religiosa más numerosa de Alaska Boreal. Y todo acaeció como al acaso, con una naturalidad que me dejó muy pensativo y muy agradecido a la bondad paternal de nuestro Padre que está en el cielo y no nos pierde ojo ni nos lo puede perder. Lo dijo maravillosamente Gar-Mar: «Si Dios se echase a dormir, despertaría sin cosas.» La Madre Superiora de Holy Cross lleva dos años en la casa y la ha renovado notablemente. La extrañó mucho cuando vino que todos los tránsitos y salas, y lo mismo las capillas, estaban llenos de Dolorosas, crucifixiones y santos penitentes en actitudes agonizantes. Dice que cada vez que salía del cuarto era como hacer el «ViaCrucis». Con la disculpa de blanquear las paredes, descolgó todos los cuadros y los sustituyó sust ituyó por otros más alegres y no menos devotos. Ahora da gusto darse un paseo por los tránsitos y escaleras y ver Ángeles de la Guarda cubriendo con sus níveas alas dos niños de rizos rublos y ojos azules que cazan incautos una mariposa al borde de un abismo bordeado de flores; o al Niño Jesús jugando con su primito Juan Bautista entre palomas junto al arroyo que, si no pasó, debió haber pasado por Nazaret; o a la Sagrada Familia en situaciones idílicas, y sólo muy rara vez se ve un cuadro que traiga pensamientos de tristeza; porque la vida en Alaska para 93
nosotros es ya de por sí expuesta a tristezas y melancolías y no conviene echar gasolina en el fuego.
Mi traje nuevo En recompensa por los Ejercicios que les di, además de las oraciones que me ofrecieron, me regalaron un traje negro magnífico que habían recibido de un capellán del Ejército a quien ya no le venía bien por haber engordado mucho en poco tiempo. El sombrero me caía muy pequeño. El traje, debidamente planchado, me caía como hecho a la medida y le metí en la maleta para lucirle en Bethel los domingos y días de fiesta. En Norteamérica no se usa la sotana en la calle. Los sacerdotes vestimos de negro con alzacuello y se nos conoce a simple vista. Los pastores protestantes hacen de su capa un sayo y cada uno viste como se le antoja. Los episcopalianos visten como nosotros casi sin excepción. Si se ve un «clérigo» del brazo de una señora honestamente ataviada, ya se sabe que es protestante y se le dice: —Adiós, reverendo. Si el clérigo va solo, se le dice: —Adiós, Padre. En Alaska vestimos como salteadores de caminos. Cada uno echa mano de lo primero que pilla. Como nos conocemos tan bien, cada uno es lo que es, sin parar mientes en cómo viste. Yo ya tenía en el baúl un traje menos malo; pero éste que me dieron las monjas es mucho mejor y no venía bien a ningún otro; así que me vino de perlas. Con el traje me dieron lienzos de lino para mis altares y cuanto necesi necesité té en mater materia ia de co corp rpora orale less y pu purif rific icad adore oress qu quee ellas ellas tenía teníann en abundancia.
El decano do Holy Cross El decano de Holy Cross es el H. Juan Hess (Jess) que tiene 65 años y lleva ya 34 en Holy Cross sin haber salido nunca de allí. Fue soldado del Kaiser en su juventud y aún habla con acento alemán inconfundible. 94
Como no hubo guerra en su temporada de soldado, le pusieron a remendar zapatos en el cuartel y llegó a ser un zapatero dignísimo. Fue una providencia de Dios, porque ahora durante el invierno arregla los zapatos de los pupilos y ahorra a la Misión un dineral. Este hermano lo es todo. Dirige las labores labradorescas, el establo de las vacas, las estufas, la luz eléctrica, cuantas necesidades ocurren en una casa de tantas dependencias. En los 34 años que lleva allí, no ha dejado de levantarse ni un sólo día a las cinco menos cuarto para despertar a la Comunidad a las cinco con la campana. Sólo un alemán puede gloriarse de un hecho tan prodigioso. Me recordó al filósofo Kant, de quien se cuenta que daba el paseo diario tan a la misma hora, que la gente ajustaba o regulaba los relojes con su paseo. Da gusto ver a otros tan exactos y tan fieles a sus deberes. Antes de salir para Bethel quise ver reunidos a todos los niños y niñas procedentes del Kusko. Resultó un grupo considerable. Todos eran feligreses míos y tuvimos nuestro rato a solas. Tomé nota de todos para informar luego a las familias en mis visitas por sus aldeas respectivas. Insistí en que aprendiesen a tocar el armonio, y, a ser posible, los chicos; pues si es mujer la organista, los hijos le impiden con frecuencia ven enir ir a Misa Misa y no noss qu qued edam amos os sin sin músic sica. Toda Todass esta estass pe pequ queñ eñec eces es desempeñan un papel más importante de lo que pudiera parecer.
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XIII
La mina de oro de Nayak
Una mina en toda regla Con esto di por terminada mi estancia en Holy Cross; pero no volví a Bethel directamente. En el camin amino, o, co conn sólo sólo desv esviars iarsee un po pocco, est están los los cerro erross de Tulúksak, por entre los cuales serpentea un arroyo profundo que tiene la característica de guardar pepitas de oro en sus escondidos senos. Desde hace veinte años viene funcionando allí una mina en toda regla. Durante la pasada guerra se cerró por falta de maquinaria; pero al poco de haber caído la bomba atómica en el Japón, se consiguió la maquinaría necesaria y se reanudaron las labores. Trabajan unos 60 hombres desde abril hasta primeros de noviembre. Hay unas 14 casas particulares. La Compañía que la explota tiene un comedor común, dormitorio también común para solteros y forasteros, garajes, talleres, un salto de agua que provee de fuerza eléctrica a todo el sistema y una draga modernísima que es todo un mundo en pequeño. Este año lograron que el Gobierno les pusiese una escuelita para que los niños no anduviesen todo el día cayéndose en el arroyo ar royo y dando sustos. El gerente y vicepresidente es un señor de 44 años, oriundo del Canadá, domiciliado en los Estados Unidos, hombre nacido «ex profeso» para los negocios. Tiene una casa espaciosa y limpia, con agua corriente y una verdadera biblioteca. En dos asentadas leí la traducción Inglesa del «Diario» del infortunado Conde Ciano. El gerente me recibió con toda cortesía. Es anglicano en religión, pero hay un buen grupo de católicos en la mina, y es su deseo que venga el Padre por lo menos dos veces durante el verano para administrar los Sacramentos. 96
Este año su esposa y sus hijos no pudieron venir con él a la mina y vive solo y algo triste en su magnífica casa. Me sube a una habitación con dos camas ultramodernas y me dice casualmente que escoja la que me plazca. Al darles un puñetazo, las camas se quedan temblando diez minutos. Acostarse en ellas es subirse a un columpio en actividad. Menos mal que ya me voy haciendo a dormir en muelles. El nombre propio de la mina es Náyak. Pocos paisajes superan al de Náyak. Las casas están alineadas a lo largo del arroyo de aguas cristalinas que se precipitan entre guijarros limpidísimos. Un sistema de tuberías provee de agua corriente a todas las casas. A los dos lados del arroyo se elevan unos montículos cubiertos de vegetación por donde merodean los osos negros gordinflones e inofensivos. Una mañana, mientras desayunábamos, pudimos ver en la loma una osa descomunal con dos oseznos que la seguían brincando y divirtiéndose coma nenes. Cuando no ladran los perros, es que no hay osos a la vista. Cuando ladran, nadie se alarma; es que pasan por allí dos o tres osos camino del valle que se extiende a lo lejos. El cocinero de la mina mató tres osos desde la ventana de la cocina. Habían bajado al olor del basurero y gruñían y hozaban a dos pasos de la cocina. No necesitó más que cargar el rifle y apretar el gatillo. Me lo contaron los que vieron muertos a los osos y oyeron los dispares; así que no tenemos más remedio que creerlo. creer lo.
La draga y el polvo de oro El gerente me enseñó por menudo y con cierto orgullo muy natural todas las dependencias. La draga es algo colosal. Flota en un lago de 4 metros de profundidad que ella misma se va abriendo a medida que mete el hocico en terreno virgen, mezcla de arcilla, tierra y muchas piedras, algunas verdaderas peñas, y lo traga todo con un ruido infernal de piedras zarandeadas en metal y catapultadas por la puerta trasera formando montículos de piedra. El llamado polvo de oro, por ser más pesado, se queda en los canalitos puestos allí para eso, y cuando se cree que vale la pena, se paran las máquinas por espacio de diez minutos, que suele ser una vez a la semana. 97
Para dar una idea de la escasez de oro comparado con la tierra que lo circunda, por cada columna de tierra de 7.000 metros de altura con un metro cúbico por base, no tenemos más que una columna de oro de dos decímetros cúbicos; y eso en un yacimiento aurífero como es éste. ¡Tanto revolver tierra para tan poco oro! Pero al fin el oro es oro y se lo irá rebuscando debajo de tierra hasta el día del Juicio. Me enseñaron algunas pepitas que vienen muy raras veces grandecitas y con muy poca escoria. Lo ordinario es polvo amarillo. Lo limpian con la escrupulosidad con que el sacerdote purifica la patena después de la Comunión; que ese fue el pensamiento que me vino al presenciar la operación. Por estos polvos de oro se declaran guerras, se cometen homicidios y se van a los infiernos los hombres. Se lo digo así al gerente que me toma del brazo y se ríe socarrón.
Labor catequística A falta de Iglesia en Náyak tenemos las reuniones en casa del Sr. Clark, un mestizo criado en Holy Cross que se ha distinguido siempre por sus fervores católicos. Tiene cinco hijos guapos como soles. Los dos más pequeños, Lucila y Donato, saben de memoria todas las oraciones. Los preparo con alguna detención y tenemos el consuelo de verlo erloss ha hace cerr la prim primer eraa Co Com mun unió iónn co conn traj trajes es muy vist vistos osos os qu quee les prepararon en un santiamén su madre y dos tías, todas católicas. En la escuela no hay más que nueve niños y todos son católicos. La señora maestra me espera por la tarde, y al entrar yo se va ella a visitar a las vecinas dejándome dueño de la situación. Como hace buen tiempo, dejamos la escuela y salimos recitando las oraciones por las orillas del arroyo. En algún sitio más ameno y propicio nos sentamos y yo les explico la vida de Jesucristo y los Sacramentos. Cuando nos cansarnos, vamos para casa sin que nadie nos tome cuenta de nada. Todas las noches nos reunimos en la casa del Sr. Clark: hombres, mujeres y niños; todos blancos con algunos mestizos. Primero entonamos algunos himnos. Luego tomo la palabra que no la dejo lo menos en hora y media y terminamos con el rosario de rodillas Hay una chica de once años que sin duda va a llegar a ser gran cosa. 98
¡Qué rapidez en entender lo que todavía no ha acabado uno de decir! Explicaba yo al público una noche cómo Dios es nuestro Padre y se halla con nosotros como tal proveyéndonos de lo necesario, etc., etc., y añadí que eso no nos dispensaba a nosotros de trabajar. Pronuncié esta frase: —Dios nos dará el pan... Y la chica la remató en alta voz: —Pero lo tenemos que amasar nosotros. Me dijo la maestra que no se la puede hablar sin que se descuelgue con salidas oportunísimas. Su madre es una señora piadosísima que no se cansa nunc nu ncaa de escu escuch char arm me cu cuan ando do les les visi visita taba ba en su casi casita ta limp limpia ia y bien bien amueblada. La Misa la teníamos muy temprano para que los trabajadores pudiesen estar a tiempo en sus puestos. Después de Misa me invitaban al desayuno a una casa diferente donde se reunían las señoras a desayunar conmigo en un espíritu de lo más patriarcal. Hablaban todas tanto y tan alto que yo aprovechaba la ocasión para dar a mi garganta un bien merecido descanso. Discutieron por activa y por pasiva el modo de escribir a mi madre en España invitándola a que viniera a Náyak, o por lo menos para decirle que no se preocupase por mí, que ellas me trataban bien. El desayuno con aquella especie de tertulia, duraba lo menos dos horas.
Jerry y sus 20 dólares Los hombres no comen en sus casas, sino en el comedor común. Una de las reglas de aquella mina es que por tres pesos diarios comerán en el común todos los obreros; y esos tres pesos se descuentan de la paga mensual coman allí o no coman. Como las comidas son excelentes y un peso por comida es aquí comer de balde, todos comen en el comedor general que funciona magníficamente bajo la férula del de l cocinero Jerry Franki, otro cocinero feo pero per o muy hábil. A mí me sentó en una esquina desde donde pude observar impunemente a los grupos de obreros fornidos que venían, engullían en silencio, encendían la pipa y Salían al fresco sin hacer ningún movimiento en balde. 99
Un día Jerry me guiñó el ojo y cuando me tuvo en un rincón, me metió en el bolso un billete de 20 dólares. Acto seguido me echó de si con un empujón y se dio media vuelta. Son caricias yanquis muy típicas. Al día siguiente tuvo que confesarme que estaba bautizado en la Iglesia, pero que no había puesto los pies en ella en más de 30 años. Tiene un genio de todos conocido. Nadie se queja de las comidas. Como le ven siempre con un cuchillo de medio metro o con un machete, todos le alaban los guisos o se callan como muertos. Este fue el que mató los tres osos.
Un minero excepcional excepcional Entre tantos mineros de corteza un tanto dura, fue para mí un consuelo hallar un joven de 19 años que me pareció pare ció un San Luis Gonzaga. No fuma ni bebe ni juega ni va al cine ni habla mal ni pierde una sola instrucción religiosa y comulga todos los días que hay Misa. Le hablé a solas en el sótano del Salón del Cine y le encantó la idea de hacerse Hermano Coadjutor en la Compañía de Jesús. Tropieza con las dificultades ordinarias de la familia que se ha de oponer, pero los dos quedamos en mantener vivo el fuego de esta idea. A ver si los lectores de EL SIGLO toman a su cargo rezar alguna vez por la vocación de Alfredo, a quien llaman cariñosamente Butch.
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XIV
Mi casa de Bethel
Repaso de cartas Se terminaron los días de mi estancia en Náyak y volvimos a poner en orden la maleta. Raro es el e l día que no va y viene un aeroplano entre Bethel y Náyak; así que no tuve que esperar gran cosa para encontrar uno que me volvió a Bethel en 45 minutos justos. Cuando al die siguiente reservé el Santísimo, me quedé muy contento. No estoy tranquilo cuando no hay por lo menos un sagrario con el santísimo en mi querido Kusko. Con el Amo presente, respiro mejor y le paso a Él los problemas y negocios de las almas a mí confiadas. En la estafeta de correos hallé un montoncito de cartas que tuve el gusto de leer junto a las gradas del altar para que Jesús en persona tome parte en mis zozobras y regocijos. Tuve que darle gracias especiales cuando leí en una carta cómo se las arregló para favorecer a una pobre de Andalucía. Es lo cierto que unos bachilleres castellanos me mandaron en papel moneda español 9 pesetas. ¿Para qué me servía a mí aquel papel? Se lo envié a una señora granadina para que se lo diese a algún pobre. Ella añadió otra peseta para redondear el número de diez y se las entregó a una pobre que vendía décimos de lotería. La vieja se hizo cruces y afirmó que eso era precisamente lo que ella necesitaba para cierta necesidad que la oprimía, y que se las había pedido a Dios los últimos días. Y mire Vd. cómo aquellas pesetas castellanas vinieron al Polo Norte, volvieron a España y remediaron a la vieja granadina. Y luego dicen que hay ateos en el mundo. Le di gracias g racias al Señor por tanta bondad. Un P. Capuchino español que lleva 32 años en Costa Rica y leyó hace poco mi libro sobre las lomas del Polo Norte donde sale a relucir el gato 101
«Negrín», hizo reír sin duda al Señor cuando escribió así al final de su carta: «A su «Negrín», un pellizco y un pedazo de chorizo, ya que no le gusta cazar ratones». No olvidemos que el tal Negrín murió de una pulmonía doble, por no haberla triple. En otra carta leí que oyeron que me habla muerto y que me habían ofrecido un sinnúmero de sufragios. Bueno, algún día será ser á de verdad.
La fiesta de la Independencia Aquí en Bethel seguimos viento en popa. Como somos parte de los Estados Unidos, celebramos las fiestas nacionales por todo lo alto. La mayor de todas es el 4 de Julio, que es la fiesta de la Independencia. Unos días antes me visitó el señor Juez, que hace de alcalde, y me rogó que me encargase del discurso patriótico de rúbrica, pues todos los otros personajes consultados le hablan dado carpetazo. Parecía incongruente que tuviese el discurso un extranjero; pero al fin y al cabo, Norteamérica no es más que Europa trasplantada aquende el océano. Le dije que lo dejara a mi cargo y con eso respiró el buen señor. Si las monjas de Holy Cross no me hubieran dado aquel traje tan bueno, tal vez le hubiera dado yo carpetazo también; pero con ese traje me animé a presentarme delante de cualquiera. Nos reunimos unas 400 personas en el aeródromo. Se instaló un alta altavo voz. z. Se izó izó sole solem mne neme ment ntee la ba band nder eraa y se an anun unci cióó qu quee pres presta tase senn atención al discurso que iban a oír. Me despaché sin tropiezo alguno y hubo los aplausos de rúbrica. rúbr ica. Esta Esta inte interv rven enci ción ón de dell Padr Padree en un acto acto co como mo éste éste,, robu robust stec ecee la posición de los católicos que con eso cobran brío y carraspean algo, más fuerte y caminan con la cabeza algo más alzada y el pecho algo más hacia afuera. Técnicamente yo soy súbdito español. Prácticamente el misionero pertenece al mundo, como Jesucristo, cuyo embajador es. Recuerdo que al cantar las glorias estadounidenses, mi alma entera suspiraba por cantar las españolas. Cada nación tiene sus glorias; pero unas tienen más que otras. Cada uno debe creer que las suyas son las mayores; o si no, hacerlas uno mismo 102
para que lo sean. Desde luego, la gloria mayor es la de los altares. Con frecuencia se cacarean como glorias nacionales tipos ateos que se emborrachaban en la intimidad. No olvidemos nunca que debemos estimar lo que Dios estima, y despreciar lo que a Él le disgusta, aunque les guste a los hombres; pues nunca debemos anteponer éstos a Dios.
Aviso a los aspirantes a misioneros Al llegar aquí hago punto final, pues no es cosa de seguir indefinidamente. Otro día, si Dios quiere, reanudaremos el hilo. Sólo quiero hacer saber a las aspirantes a Misioneros que necesitan arrojados y lanzarse; de lo contrario, todo quedará por hacer. El misionero que va a un distrito nuevo tiene que abrirse camino, si no a codazos, que tiene mucho de bruto, si a fuerza de contacto con las almas, que lo miran a uno con recelo y como a distancia, hasta ver cómo actúa en diversas circunstancias. Hay que revestirse de amabilidad y lanzarse, comunicarse, preguntar, llamar, entretener, volver a llamar y así sucesivamente hasta que la masa popular ve y palpa que no tiene uno cuernos ni muerde, y se le entregan a uno más o menos confiados. El tímido, el reservado, el miedoso o cambian o que no vengan, porque para estar sentados y leer o rezar no es menester gastar tiempo ni dinero en atravesar océanos y cruzar continentes. El misionero tiene que meterse con todos para ganarlos. Es una cruz que a veces parece querer aplastarle a uno, pero hay que caminar con ella hasta el fin a imitación de Jesucristo, ¡Qué penoso es tener que arremeter con caracteres desconocidos y zarandearlos hasta conocerlos! ¡Si vinieran ellos mismos a mi habitación a darse a conocer! Pero esto sucede una vez entre mil. Yo soy el que tengo que entrarlos como quien sitia una ciudad y observa los puntos flacos por donde puede dar el asalto. Esto a la larga se hace costoso. Dios da sobreabundantemente las gracias necesarias para ello. Unidos a Él no habrá fortaleza que se nos resista; y si algunos se resisten, por lo menos aparecerán en el día del Juicio como inexcusables, sin disculpas de que el misionero nunca les habló de Dios. 103
Pido a mis amigos y lectores una oración para que llegue pronto el día en que todo el Kusko sea católico y mis parroquianos me agobien en mi cuarto en vez de tener yo que ir a agobiarlos a los suyos. Y que llegue pronto el día en que las riberas del Kusko tengan a Jesús Sacramentado en muchos puntos de su larga travesía por el corazón de nuestra legendaria Alaska.
Mi casa prefabricada Mi primer verano en Bethel ha sido uno de los más lluviosos; pero así y todo me las arreglé para terminar la casa donde ahora vivo. Es una casa que yo llamarla «el Arca de Noé» por la forma convexa del tejado. Es de las que fabricó el Gobierno yanqui para los soldados durante la guerra: un armazón de barras metálicas guarnecidas con planchas de zinc por fuera y con material plástico aislador por dentro. Fabricadas a millares y para todos los climas, resultan muy frías en Alaska. Al terminarse la guerra fueron vendidas en pública subasta, y en Bethel se compraron, poco menos que de balde. Para hacerse una idea de lo frías que son, baste decir que gasté mil dólares en acondicionar la mía, y todavía dista mucho de ser lo caliente que debiera. El verano que viene, si Dios quiere, daremos los últimos retoques, y entonces esperamos que sea regularmente r egularmente cómoda y caliente. «El Arca» tiene 16 pies de ancha por 36 de larga, o sea, más del doble de lo que era el e l famoso «agujero negro» de grata memoria. Tengo tres camas, y las tres han sido ya ocupadas simultáneamente cuando coincidieron pasar juntos por aquí los Padres Convert y Menager, franceses, uno de Lyon y el otro de Nantes. El P. Menager hizo de cocinero y nos preparó unas ensaladas que hubieran sido deliciosas si no las hubiera recargado tanto de vinagre. Tiene verdadera pasión por salsas y condimentos picantes y nunca se harta de ajos. Si pasa tres días sin cebolla, ya chilla y no deja piedra por mover hasta que se hace con ellas. No puede ver las nueces, de lo que me alegré; pues yo me muero por ellas. Tampoco le gusta el aceite de oliva. Le dije un día que a mí me gustaba el aceite, pero que no lo compraba porque aquí está por las nubes. Él se calló; pero al marchar me compró nada menos que seis litros de aceite refinado, con el cual he podido freír todo lo freíble. 104
El Padre Convent, huésped de veinticuatro horas El P. Convert no estuvo más que 24 horas; así que no tuvimos tiempo de charlar gran cosa. Lleva seis años entre Kashunas y Kayáluvik en la costa del mar de Bering, la región alaskeña más atrasada, más sucia, más salvaje, y más irreductible. No creo haya debajo del sol una región tan primitiva como ésta. No hay correo ni lo habrá nunca. No hay barcos, porque todas las bahías son rasas y los ríos son muy pequeños. Ningún aviador se atreve a meterse en aquel desierto si no es muy de paso y en días claros, pues un aterrizaje forzoso sería la sepultura del aviador. El P. Convert tiene siete perros y un trineo, y cuando se le acaban las municiones de boca y se cansa de estar solo, haca una visita a Hooper Bay, donde se lava y se peina y se provee de todo. Hooper Bay tiene oficina de correos. El Padre O'Connor es el cartero. El P. Convert fue soldado del ejército francés y sirvió en el Líbano donde aprendió algunas palabras árabes. Todavía sujeta los pantalones con el cinto militar que le dieron, y tiene serios escrúpulos si está o no obligado a restituirlo al Gobierno francés. Yo le dije que no; que lo dejara sobre mi conciencia; y como si no tuviera bastante de qué dar razón el día del Juicio, me he echado encima el hurto al Gobierno francés de todo un cinto militar. Tan falto de noticias estaba el Padre, que tuve que decirle quién era presidente de Francia y quién presidía aquella semana el Gobierno de París. Me dijo que era monárquico, y que Francia no tuviera rey, le importaba un bledo quién desgobernaba la nación. No he visto ningún francés tan despreocupado de los asuntos internos de su patria. Él se entregó a los eskimales, y que los franceses se cuiden de Franela. Dios le ha de premiar pr emiar con este desinterés tan católico. ¿Y cómo es que yo, pobre misionero eskimal, sé quién gobierna a los hijos de San Luis? En primer lugar no siempre lo sé. Saber quién gobierna en Francia todos los días del año es una tarea muy difícil. Pero heredé del P. Menager un aparato de radio y todas las noches escucho los 15 minutos de noticias que radian desde San Francisco de California. Si se descarrila un tren español, o si detiene la policía de Madrid a un borracho en una esquina, me entero yo aquella misma noche; pues las agencias noticieras mundiales que pasan por alto cuanto haya o pueda haber 105
de bueno en España, se despepitan por anunciar al mundo en alguna manera pueda redundar en desdoro del actual Gobierno. El P. Convert tenía la dentadura estropeada y fue a Fairbanks donde hay dentistas que le han de dejar la dentadura como nueva.
Un blanco de Nueva Escocia El P. Menager se encariñó con mi vivienda de Bethel de tal modo que pasó conmigo la friolera de 18 días. Creo que contribuyó notablemente a ello el sillón que acababa de adquirir. Es el caso que murió de repente en Bethel un blanco de Nueva Escocia que llevaba aquí muchos años. Era católico en teoría, pero muy abandonado en la práctica. El pobre tenía alguna excusa, pues fue marino de joven y no puso los pies en ninguna iglesia durante muchos años; parte por no haber iglesias en el mar, y parte por no preocuparse de ellas en tierra. Al fin, con los escarmientos que traen los años, se fue reblandeciendo e iba viniendo a Misa alguna vez. Una noche al terminar de cenar, cuando iba a encender la pipa, se desplomó y falleció sin más debajo de la mesa. Cuando me dieron la noticia, corrí y le administré la Extremaunción «sub conditione». Acudió al entierro la población adulta de Bethel, y aproveché la ocasión para echar un sermoncito y meter la daga hasta la empuñadura, en medio del silencio más grave que he visto entre esta gente; pues la muerte es siempre cosa muy seria. Pues bien, este señor murió soltero y sin testamento y se vendieron sus bienes en pública subasta. Fuimos todos a su casa poco después del entierro para presenciar la escritura oficial de sus posesiones y comprar lo que se pudiera. Debajo de la cama tenía once pares de zapatos y una tabla de logaritmos. La emprendimos con los zapatos, y yo tuve la buena suerte de comprar dos pares buenos y baratos. Los logaritmos nadie los quiso. Como hacía mucho frío aquel día, fueron condenados por unanimidad a la estufa que nos calentaba. Compré asimismo una cama con colchón y cinco mantas bastante polvorientas; pero quedaron como nuevas después de apaleadas al aire libre. Compré también pintura y brochas para pintar paredes, y sobre todo compré 106
muy baratos dos sillones inmensos que nadie quiso por no tener sitio para ellos en sus casas. Cuando el P. Menager se sentó en uno de ellos y se puso a leer un libro debajo de una bombilla eléctrica, se olvidó por completo de Akulurak y no hubo modo de arrancarle del sillón. —Convénzase, P. Llorente —me decía sin cesar— vive usted aquí como un rey.
Ascética y chistes Otra cosa que le encantaba al Padre era la Iglesia que él edificó, pero que estaba muy rústica y sin terminar cuando yo vine. Aprovechando un gen eneeros roso donativo ivo de una señ señora yanqui, encomendé la tarea a un pintor de profesión y a un carpintero muy diestro que en poco tiempo dejaron la Iglesia tan reluciente y tan hermosa que deja boquiabiertos a los que la vieron antes y la ven ahora. El P. Menager rezaba el Breviario y hacia visitas largas ante el sagrado silencioso y se extasiaba ante el crucifijo (imitación del de Limpias, aunque más pequeño) que adquirí y coloqué en el centro entre las seis velas litúrgicas. Por las noches nos entreteníamos comentando los libros de Santa Teresa que él conoce muy a fondo, o discutiendo puntos de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio que él ha estudiado muy de propósito. Entre col y col no faltaban anécdotas menos serias, como cuando me dijo que una vez fue visitar a León XIII una peregrinación francesa en la que estaba representada la ciudad de Nantes. El Papa iba preguntando a los diversos grupos de dónde procedían y llegó el turno al grupo de Nantes, que por cierto era pequeño. Al oír que venían de Nantes, les dijo el Papa con amargura simulada: —De Nantes teníais que ser: de Nantes. Bien profetizó de vosotros Virgilio: «Apparent rari Nantes!...». En otra ocasión celebraban con mucha pompa la fiesta del Corazón de Jesús en un Colegio francés de estudiantes jesuitas. Hubo himnos y poesías en que los estudiantes anhelaban derramar su sangre por Cristo. Terminada la cena se anunció que se deseaban voluntarios en la cocina para fregar platos; y como nadie se dirigiera a la cocina, el Padre Ministro los paralizó a todos con esta exclamación a voz en cuello: —¡A ver esos mártires; que vengan a fregar platos! 107
Cuando un día el cielo apareció sereno y vino el piloto a decir al Padre que ya era hora de volver a Akulurak, nos despedimos con un abrazo ignaciano y me invitó a visitarle y a visitar a tantos conocidos como dejé por allá.
El Padre Greif, virtuoso del acordeón El mismo aeroplano que llevó al P. Menager me trajo al P. Greif que volvía de Akulurak, camino de Holy Cross. Este Padre tiene el honor de ser considerado el mejor músico de todos los jesuitas yanquis. Le viene de raza. Su familia familia se gana la vida vida en orquestas orquestas y bandas de música. música. Cuando estuvo de capellán en el Pacifico durante la guerra con el Japón, le mandaban frecuentemente a los hospitales a entretener con música a los enfermos. Los soldados de un batallón le compraron el mejor acordeón en el mercado; un acordeón que es a la vez órgano y costó nada menos que 650 dólares. El Padre lo lleva siempre consigo por dos razones: para tocarlo, y para que nadie lo toque en su s u ausencia. Es un inst instru rume ment ntoo pe pesa sadí dísi simo mo qu quee cu cuel elga ga de dell cu cuel ello lo y ha hayy qu quee desayunar fuerte para soportarlo. El P. Greif se transfigura tocándolo y tiene sin aliento a los que le escuchan. Le llevé a visitar varias casas de amigos para darles un concierto, y todos lamentaron que se tuviera que ir tan pronto. En los dos meses que estuvo en Akulurak sustituyendo al P. Menager, hizo algunos viajes en trineo, y me dejó estupefacto al decirme que viajaba con ocho pares de calcetines, cuatro de algodón y cuatro de lana; dos pares de pantalones, tres camisas de lana, y todo así. Cuando se despidió de mí, me quedé sin melodías que hubieran arrancado a fray Luis de León una oda mejor que la que dedicó a Salinas.
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XV
Un mal aterrizaje en Nayak
Mi primer reloj de pulsera En una de mis visitas a un soltero amigo mío que vive del juego y otros entretenimientos no menos inocentes, le encontré borracho en toda regla. Es blanco y veterano de la guerra mundial del 14. Se alegró mucho al verme. Me ag agar arró ró co conn aq aque uell llas as mana manaza zass lanu lanuda dass de oso oso pa pard rdoo y qu quis isoo obligarme a que aceptase una copa o un billete de 5 pesos o algo. La cuestión era que aceptase algo. Como yo insistiese en que me sobraban millones y no necesitaba nada, me miró a las muñecas en busca del reloj de pulsera, y al ver que no lo usaba, me obligó a aceptar uno nuevo que tenía sin estrenar. Le pregunté si el reloj era para par a el monasterio o para mí. Se quedó de una pieza. pie za. Aguzando el cacumen replicó que era para mí, por supuesto, ¿dónde hay monasterios por aquí? Y aunque los hubiera, ¿qué tenía que ver él con los monasterios? Acepté el reloj provisionalmente hasta enterarme de si era para el monasterio o para mi uso personal; pues reloj de pulsera, aun con permiso, me parece un derroche de lujo y mundanidad. El pobre reloj fue pronto víctima de un desastre fenomenal que paso a describir, como si Dios quisiera darme a entender que no aprueba en mi semejantes se mejantes inventos.
Vuelta de campana Ya hablamos más arriba de las minas auríferas de Nayak donde hay un grupo respetable de católicos, parroquianos míos, aunque distan de Bethel 60 millas por avión. 109
Escogí para visitarlos el 17 de octubre, domingo y fiesta de Santa Margarita María de Alacoque. Como iba a ser una visita de unos días, no consumí el Santísimo de Bethel. Cargué con las maletas, hice una visita muy fervorosa al sagrario y salí para el aeródromo, que para mí es siempre salir para el matadero. Creo que lo único que me da miedo en Alaska es el volar. Como para Dios no hay secretos, se enteró de ello y me destinó al Kusko donde todos los viajes principales tienen que ser forzosamente en aeroplano. Esto me recuerda lo que Jesucristo hizo con Santa Margarita María, cuyo hermano exigió de la Madre Superiora que no se había de dar queso Margarita, pues los Alacoques abominaban el queso. Cuando el Señor se decidió a obrar cosas grandes en Margarita, la exigió que tomara queso. Es decir, que las almas que El escoge, no le han de negar absolutamente nada, y cualquier temor implica en sí cierta desconfianza en Dios que Él no puede tolerar. Comparando lo grande con lo pequeño, digo que a mí me ha exigido el Señor el sacrificio de volar cuando sabe que la vista de un avión me pone los pelos de punta. Esta vez cargaron en el aeroplano varias cajas de gasolina y una carga regular de mercancías mer cancías para la mina. Junto al piloto se sentó un muchacho de 17 años amigo suyo y muy amigo de volar. Yo me senté detrás. El piloto es muy experimentado. Baste decir que pasó los años de la guerra bombardeando a los japoneses en la famosa carretera de Birmania, en Singapur y sus cercanías, y voló muchas veces entre los picos formidables del Himalaya, Despegamos sin novedad y nos remontamos por las nubes como la cosa más natural del mundo. Yo me puse en oración, y tanto me consoló el Señor en ella que me extrañó ver cómo habíamos llegado a la mina. Aquella mañana en Misa había predicado sobre los misterios dolorosos (estábamos en el mes del rosario) y recuerdo que al hablar de la coronación de espinas me vinieron inesperadamente unos escalofríos que yo no pude explicar. Ahora estábamos circunvolucionando sobre el aeródromo. aer ódromo. El aparato fue bajando según las reglas universales de aviación, y al tocar el suelo lo hizo con una violencia inusitada que me hizo agarrarme a lo primero que pillé a mano. Botó hacia adelante unos 12 metros y, al tocar el suelo por segunda vez, hocicó, dio una vuelta de campana y quedó tendido de espaldas en un golpazo macabro seguido de ruidos de cajas y objetos que se estrellaron 110
atropelladamente contra la parte delantera. Siguieron unos segundos de un silencio total. Si no hubiéramos estado atados a los asientos, no hubiera quedado en nosotros un hueso sano. Hay que hacer notar que al invertirse la posición del aeroplano, el pasajero queda cabeza abajo y pierde toda noción de lugar. El primer pensamiento que me vino fue éste: el motor se prenderá fuego y arderemos todos fulminantemente. El hecho de que pude pensar con lucidez me dijo que por lo menos no estaba herido de cuidado. No sentí dolor alguno.
Saliendo de entre las ruinas Quedé aprisionado entre las mercancías y la pared del aparato, y a fuerza de forcejeos titánicos que no sé cómo no me produjeron una hernia o me dañaron el tejido muscular, logré abrirme calle hasta la portezuela que abrí mecánicamente, y dando un salto sobre el ala tendida en el suelo, me vi sano y salvo en la nieve fresca con un ¡gracias a Dios! que no entibió cuando noté con pasmo que iba dejando un reguero de sangre y que mis vestidos parecían la túnica de José que entregaron a Jacob sus hijos vengativos y sin entrañas. Hasta me pareció poético el contraste de la sangre tan roja en una nieve tan inmaculadamente inmaculadamente blanca. Los otros dos estaban inmóviles. En ráfagas sucesivas de pensamientos que se sucedían por fracciones de segundo, noté que la hélice estaba retorcida como cuerno de carnero viejo; por los engranajes del motor goteaba gasolina que no formaba aún vapores, pero que los iría a formar enseguida y tendríamos una explosión de llamas que ennegrecerían las nubes; mis compañeros, muertos sin duda, debían ser extraídos al punto para que recibieran honrosa sepultura en el cementerio familiar de Bethel. Bet hel. Me lancé al interior del aeroplano a darles una absolución general y condicional y pude oír que forcejeaban allá abajo sepultados en un montón de escombros, o por lo menos así me parecieron las mercancías apretujadas en desorden sobre ellos. Apenas quité dos o tres cajas pesadas, el joven pasajero se desenredó como pudo y salió de un salto mágico muy explicable. Volvió en ayuda del piloto que salió luego de otro salto acrobático con cara enrojecida y ojos de espanto. 111
Nos quedamos mirando los tres a una distancia respetable del aparato y descubrimos que el único herido era yo; ellos sólo tenían algunos renegridos y magullamientos muy leves. Yo tenía una herida en la cabeza, y era tanta la sangre que me salía, que se alarmaron razonablemente, pero ¿qué íbamos a hacer? Me senté silencioso mientras ellos descargaban la mercancía. Cuando salían con cajones al hombro, se les metían los pies por los forros de las alas que quedaron hechas jirones.
Lo inexplicable inexplicable No hubo modo de explicar por qué el motor no se prendió fuego. Tampoco se pudo explicar por qué no se dio la vuelta al primer encontronazo con el suelo cuando con la violencia nos hubiéramos hecho añicos, sino en el segundo cuando la velocidad inicial había perdido ya mucho momento y resultó menos fatal. Tampoco se pudo explicar la coincidencia de que las mercancías cayesen sobre nosotros sin aplastarnos instantáneamente. Y mucho menos se pudo explicar a qué se debió el accidente. A mí me alcanzó una caja de gasolina que me dio de esquina en la cabeza y cortó la piel hasta el hueso. Se me ocurrió mirar al reloj y ver a qué hora había ocurrido aquello; pero mi reloj, el reloj de pulsera que me regaló el borracho, estaba parado, víctima también del accidente, y marcaba 19 minutos para las cinco.
Envuelto en sangre En esto llegó el auto de la mina con varios mineros que se alborotaron mucho al verme y me llevaron a toda t oda velocidad al dispensario que tienen allí para casos de urgencia. La enfermera, una señora católica muy afable, perdió la serenidad al verme hecho un «ecce-homo» y desde entonces no vi en mi alrededor más que consternación y pánico, por mucho que me esforzaba yo en sosegarlos dici dicien enddo qu quee era era más el ruid ruidoo qu quee las nu nuec eces es y qu quee me en enccontra ntraba ba totalmente normal. Me sentaron junto a un grifo delante de un espejo grande y entonces pude ver que realmente aquello era para poner miedo. El abrigo de pieles, la 112
camisa, los pantalones..., todo era sangre. La oreja y mejilla izquierda eran un cuajarón horripilante. De la cabeza no hablemos. Al cabo de lavados y vendajes, quedé ba bast stan ante te presen presenta tabl ble; e; pe pero ro la enferm enfermera era se ne negó gó rotun rotunda dame ment ntee a pa pasa sar r adelante en la curación, diciendo que era demasiado para ella por carecer de rayos X y por temor a complicaciones, etc. Es muy afecta a los misioneros y creo que esto influyó en ella. Mientras más pronto me viera el médico de Bethel, mejor. Al fin y al cabo los sacerdotes no se hacen como los juguetes.
Otra vez volando volando En reso resolu luci ción ón,, se de deci cidi dióó en juic juicio io sum sumarís arísim imoo qu quee me vo vola lara rann inmediatamente a Bethel donde tenemos hospital y médico. Un minero aficionado a la aviación tenía allí mismo un aeroplano diminuto en el que me podían lleva sin novedad. Entretanto iba anocheciendo. Creo no exagerar si afirmo que jamás en la vida he sentido tanta paz y gozo interno como en aquellas horas que siguieron al accidente. Con el susto y excitación nerviosa todo adquirió muy pronto caracteres de tragedia catastrófica, aunque en realidad y mirado en frío, no pasó de un susto y de un aeroplano menos. Por primera vez en la vida me pareció que Dios me pedía algo que valía la pena, y corrí a dárselo con las manos extendidas como rogándole que lo tomase todo. Por primera vez en la vida me pareció que juntaba mi sangre a la sang sangre re rede redent ntor oraa de Cris Cristo to pa para ra ay ayud udar arle le a co comp mple leta tarr la rede redenc nció iónn y salvación del mundo; pues como había celebrado Misa aquel día y había consumido el cáliz, me pareció que aquella sangre era tanto de Cristo como mía. Me inundaban oleadas de gozo interior al ver y palpar que Dios se acordaba de mí y me trataba como trató a su Hijo, aunque el parecido era de proporciones infinitamente menores; y entonces tuve atisbos de que el martirio puede ser una explosión de gozo y es y debe ser un privilegio inmerecido que nunca podremos agradecer bastante. Por eso, cuando me dijeron que me pusiera los guantes y me abotonase el abrigo, pues ya me esperaba el aeroplano para volverme a Bethel, no me importó nada volver a caer y estrellarme de una vez, siendo así que yo tenía 113
tanto miedo a volar, y ahora los hechos demostraban que mis temores tenían su fundamento.
¿Perdidos en el aire? El mismo piloto del accidente se ofreció a volarme, y nos metimos en aque aq uell llaa somb sombra ra de av avió ión: n: un ve verd rdad ader eroo cajó cajónn co conn alas alas do dond ndee ap apen enas as cabíamos aunque el piloto iba entre mis piernas. Ya era de noche; pero había algo de luna, y sobre todo esperábamos guiarnos por el faro gigante de Bethel que ilumina las rutas aéreas por las noches y días de niebla. Despegamos sin novedad y nos vimos pronto en las nubes iluminadas por una luna lánguida. Por más que mirábamos en dirección de Bethel, no descubríamos el faro. El motor seguía zumbando. Pasó un rato muy largo sin que notásemos rastros de faro Al cabo de otro rato muy largo, sin ver faros, nos convencimos de que allí ocurría algo muy serio. ¿Estábamos perdidos? ¿Íbamos hacia el mar o hacia los montes? Allá abajo todo se volvía manchones oscuros de arbustos y zizagueos irritantes de ríos pequeños que entraban y salían del caudaloso Kusko. Como la cantidad de gasolina era muy limitada, llegué a prever la posibilidad de tener que aterrizar a bulto en la selva enlodada. ¡Menuda noche que nos esperaba, aun dado el caso que el aterrizaje fuera feliz! Después de ofrecer muchas veces mi vida a Dios por la salvación del mundo, pensé que el Santísimo Sacramento de mi Iglesia de Bethel pudiera serv servir ir muy muy bien bien de imán imán qu quee atra atraje jese se de dere reccha hame ment ntee el aero aeropl plan anoo al aeródromo que hay junto al hospital. ¡Con qué fervor se s e lo pedí al Señor! Leemos en las vidas de algunos Santos que tenían a su disposición los teso tesoro ross de dell Co Cora razó zónn Jesú Jesúss y alca alcanz nzab aban an cu cuan anto to pe pedí dían an,, po porr no po pode der r negarles nada Jesucristo. ¡Quién fuera de estos Santos; y cuánto bien hacen al mundo los tales! Yo interpuse las oraciones de las almas buenas que rezan por Alaska y las Misiones en general; tal vez alguna o algunas de esas almas pertenecen al grupo de Santos arriba mencionados. Mientras divagaba yo sobre esto, se vuelve el piloto y me dice: —Hurra, amigos, estamos sobre Bethel. 114
¿Qué le había ocurrido al faro? Había sufrido no sé qué desperfectos y lo estaban arreglando los mecánicos del Servicio Civil de Aeronáutica. Hicimo Hicimoss varias varias circunv circunvolu olucio ciones nes sobre sobre el aeródro aeródromo mo y aterriz aterrizam amos os sin novedad a la luz pobre de una luna enfermiza que, al fin y al cabo, nos dio la vida. El instinto animal de conservación gritó dentro de mí: «ya no vuelvo a volar»; pero lo acallé al punto, pues sería una barbaridad rechazar el cáliz que tan amorosamente nos regala Dios. Entramos en el hospital y el médico, después de examinarme, dijo que aquello no era nada. Una cortadita de tres pulgadas que se había detenido al llegar al hueso. Afeitó el área correspondiente; congeló la piel rasgada; pidió una aguja; dio tres puntaditas majísimas y dijo que eso era todo. Dijo que las heridas en la cabeza asustan mucho por la gran cantidad de sangre que ocasionan; pero no son nada en realidad. Se lava la herida, se cose, se pone un emplasto encima y a dormir.
Cebando las sobras A todo esto yo no había cenado. Como tampoco había comido, tenía un hambre más que regular. Coincidió que en la casa misma del médico habían tenido una gran cena aquella noche tres familias amigas. La esposa del médico me llevó a cenar las sobras. ¡Vaya sobras! Habían sobrado zancajos de pollo sin tocar, guisantes, patatas con grasa, ensalada, un buen trozo de mazapán y hasta helados. Todo lo despaché reposadamente mientras les contaba a los presentes las las an anéc écdo dota tass más más sali salien ente tess de dell suce suceso so.. Co Conn aq aque uell cabe cabezó zónn ve vend ndad adoo semejaba un herido de guerra que venía de bombardear trincheras. En mi viaje de vuelta temía un aterrizaje en la selva nocturna, y Dios me estaba preparando este banquete tan suculento y patriarcal; para que luego nos atrevamos a medir a Dios por el rasero miserable de nuestra pequeñez ramplona. Quedé aquella noche en el hospital a descansar del susto más que del dolor. A la mañana siguiente, en uno de tantos movimientos como hace uno despierto, noté que me dolía en diferentes sitios, principalmente en las piernas. En estas hallé varios renegridos que chillaban al tocarlos, y allá junto a un pie descubrí con pasmo que me había despellejado y no lo había sentido. 115
Este fenómeno de no haber sentido nada me recordó al dentista mejicano que prometía sacar las sin dolor. dolor . Tenía en el asiento as iento un mecanismo que, al pisar en un pedal, daba un pellizco retorcido al incauto paciente. Cuando la muela estaba a punto de salir, pisaba el pedal. El paciente saltaba de la silla sin acabar de localizar el dolor que le corría por todo el cuerpo, y en la confusión consiguiente se olvidaba momentáneamente de la muela; que de eso se trataba. Como no podía menos de suceder, vino un indio quejándose de una muela en la mandíbula inferior. Al salir la muela y llevarse el pellizco consabido, exclamó estupefacto: —¡Quién iba a pensar que llegaran las raíces tan abajo!
Mi 42º cumpleaños (18-XI-48) Un mes y un día después del accidente llegó mi cumpleaños. Ya no soy aquel joven de 29 años que entró un día en Alaska boquiabierto. En el rodar implacable de la vida me veo ahora con 42 años a cuestas. Cuando amaneció y me vi tan viejo, pensé que ya era hora de que me entrara el juicio; pero luego lo pensé mejor y decidí no darle entrada jamás. Allá el juicio para el que lo quiera. Yo seguiré tan boquiabierto como cuando entré en Alaska, y procuraré anotar en mi cartera todo lo que se me ponga a tiro, sean procesiones, entierros, conversiones, golpazos en la cabeza o pellizcos mejicanos. Pero volvamos a mi cumpleaños. Ese día fue día de correo. Pregunté al cartero si había algo. Por toda respuesta me entregó tres cajas respetables que acababan de llegar, enviadas desde California por la monja franciscana Sor María Juana Millcr que tiene a su cuidado la puerta de un hospital de su Orden en San Francisco, y tiene tie ne también la loable costumbre de dar sablazos a los que entran y salen para beneficio de mi despensa. Una caja venía llena de pastas finas. Otra de chocolate. La tercera era de nueces tan apretadas que no hacían ruido. Y me llegaron el día de mi cumpleaños después de atravesar golfos, montañas y llanuras encharcadas; para que conste una vez más que el que dé a Dios uno, recibirá de Él un millón a vuelta de correo. Yo no había dicho a nadie que aquel día era ml cumpleaños, para no meter a nadie en apuros. Cené en una fonda para celebrar el acontecimiento sin tener que fregar platos. Al volver a casa guiado, por la linterna, encontré a la puerta un bulto 116
que resultó ser un mazapán enorme con un baño de diversos colores que me encandilaron los ojos. Una mestiza católica, madre de seis hijos, se había enterado sabe Dios cómo y me lo había confeccionado para darme una sorpresa. Que Dios nuestro Señor se lo pague haciéndola entrar conmigo a partes iguales en el botín de almas que se salven por mi medio. Amén.
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XVII XV
Diciembre en Kalskag
Mi casita de 300 dólares Al entrar en diciembre tuve que volver a la tarea ingrata de preparar las maletas; pues había prometido a los cristianos de Kalskag que pasaría con ellos las Navidades y nunca creyeron que les hablaba en serio. Ningún Padre las había pasado allí. Para que se convencieran de una vez de que yo cumplía lo prometido, me presenté en Kalskag el día 4, día frigidísimo, aunque en el aeroplano la temperatura no era mala. Lo primero que hice fue decirles que íbamos a preparar una Misa cantada para la fiesta de la Inmaculada. Se alegraron sobremanera. Cargamos con las maletas y nos dirigimos dir igimos en procesión a mi casita que humeaba como las demás y nos invitaba a refugiarnos y defendernos contra el frío que nos traspasaba los huesos. Entramos y nos apelotonamos Alrededor de la estufa recién encendida. El catequista, que es a la vez carpintero, me fue enseñando las distintas piezas del ajuar que él é l mismo había hecho recientemente. En primer lugar habla puesto piso doble como se hace en Alaska para alivio de los pies. Luego reforzó las paredes con cartones aisladores, invención moderna que aquí nos da la vida. Reforzó el tejado por dentro y por fuera que es un primor. Me hizo dos mesas con sendos taburetes, una para comer y otra para escribir, y puso encima de ellas respectivamente palomillas para los platos y plúteos para los libros. En el medio puso una estufa nueva que mantiene la temperatura al nivel que uno quiera, con sólo regular el consumo de leña. Afuera, junto a la 118
puerta, me puso un montón de leña cortada a la medida. Me hizo asimismo un catre de madera sobre el cual pusimos un colchón nuevecito con cuatro mantas. Se me olvidó encargar una almohada y como no la había en la tienda local, tuve que echar mano de los pantalones bien dobladitos y con una toalla por almohadón. Es decir, que por 309 dólares sarnosos que me costó el material, más 90 dólares que le di al catequista por el trabajo, tengo ahora en Kalskag casa propia; pequeña, es verdad; como que no tiene más que 12 pies de ancha por 14 de larga (1); pero casa propia e independiente, bonita, caliente, silenciosa, a diez pasos de la Iglesia, en fin, que no hay más que pedir.
Alejandro, el batallador Lo que yo llamo «mi escritorio» está entre la estufa y la ventana. Después del desayuno me siento delante de la máquina de escribir y tecleo hasta que llaman a la puerta. Estos eskimales se van civilizando visiblemente, pues llaman a la puerta. Los del bajo Yukón no han entrado aún por esas y entran sin llamar. Aun aquí, si llaman, ya sé que son adultos; pues los niños se meten sin llamar y no hay manera de hacerles entender que deben debe n llamar. Todo el santo día entran y salen esquimales que se sientan en el banco que puse junto a la cama y me entretienen e ntretienen con preguntas y respuestas. Uno de los más viejos es Alejandro. De joven era muy robusto. Cuando se emborrachaba (que era con mucha frecuencia), se peleaba con todos y casi siempre salía ganando. Sus hijos le imitaron a la letra; y como eran tres casi iguales, los Alejandros se hicieron temibles en todo el contorno. Se casaron los hijos y se dispersaron dejando al padre sin refuerzos en las refriegas bacanales. Entonces los habitantes de la aldea discurrieron un medio original de quitarl tarlee las las ga gannas de pele elearse. rse. Un día de dan anzzas se emb emborrac rachó medianamente y comenzó a insultar y dar pechugones a todo el que se le ponía delante. Le invitaron a pelearse en una casa vacía donde cuatro de los más forn fornid idos os se cu cuad adra raro ronn cada cada un unoo en un unaa esqu esquin inaa de dell reci recint nto. o. Cu Cuan ando do 1
Aproximadamente Aproximadamente 4 x 4,50 metros.
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Alejandro se acercaba a uno, recibía un puñetazo bien puesto que daba con él en tierra. Se levantaba hecho una furia y arremetía con el más cercano. Este le daba otro puñetazo que también lo tumbaba. Com Co mo Alej Alejaand ndro ro esta estaba ba bo borr rrac achho y los otro otross no lo est estab aban an,, se relevaban hasta que Alejandro quedó tendido en el suelo más muerto que vivo. La aldea en pleno rió el suceso. Alejandro, al volver en sí, se enteró de que cada vez que quisiera pelearse tendría que habérselas con cuatro, pues el experimento había dado buen resultado y pensaban repetirlo «ad infinitum». Pensó bien los pros y los contras y se decidió a cortar las borracheras, pues le iba en ello poco menos que la vida; ya que para él eran cosas idénticas embriagarse y pelearse. Hoy Alejandro tiene ya un biznieto y lleva camino de llegar a tatarabuelo.
Jorge, el infortunado infortunado Jorge me visita con frecuencia. Se casó con una mestiza muda. Hablan por señas y pocas, pues no parece sino que se comunican por pensamiento como los bienaventurados en el cielo. Tuvieron siete hijos, pero todos se les murieron de pequeños. Ya no esperan más. No han dejado piedra por mover para adoptar algún hijo; pero los aldeanos han perdido tantos hijos entre accidentes y muertes naturales que no tienen ninguno de sobra. Jorge se resignó y puso todos sus amores paternales en un gato que creció en su regazo muy gordinflón y mimado. Este verano fue a cazar almizcleras en los lagos limítrofes y fijó la tienda de lona entre arbustos que adquieren aquí un tamaño regular. Por las copas de los arbustos se veía todos los días un águila que, al parecer, iba en busca de ratones silvestres silvestres.. Al gato también le gustaba cazar ratones. Una tarde se oyó un ruido extraño a corta distancia, y Jorge tuvo la pena de ver con sus propios ojos al gato remontarse por los aires en las garras aceradas del águila que se perdió en la lejanía. ¡Pobre Jorge! Dice que todo le ha salido mal en la vida; pero vive sumamente resignado como buen eskimal. Además no es cierto que todo le haya salido mal. Precisamente hará sólo cosa de un mes tuvo una suerte monumental. Salió a cazar conejos con escopeta de perdigón. 120
Pasa Pasaro ronn ho hora rass y más más ho hora rass po porr rast rastro ross muy muy difí difíci cile les, s, cans cansad ado, o, hambriento, siempre con la esperanza de que se le pusiera a tiro algún gazapo... y nada. Desesperado, echó la escopeta al hombro y, al cortar por un atajo entre breñas, se halló de sopetón delante de una madriguera en la que invernaban unos osos al parecer dormidos. Corrió a casa, y sin pensar que iba ya anocheciendo, tomó el rifle y volvió jadeante a la madriguera con el dedo al gatillo. La osa madre le había olido y habla tomado las de Villadiego dejando en la nieve un rastro magnifico. Dentro quedaban osos dormidos y confiados. Matarlos dentro era improcedente; pues, como son tan pesados, cuesta mucho sacarlos. Disparó al aire. Al cabo de algunos desperezos, protestas y rezongueos salió uno a ver qué pasaba. Una bala a quemarropa le dejó tendido. Salió el segundo y le pasó lo mismo. Salió el tercero algo más duro de pelar, pero dos balazos certeros le paralizaron y se fue desangrando a torrentes como sus dos hermanos. No salieron más. Entró Jorge gateando y me contó que la madriguera tenía el suelo cubierto de yerba seca muy caliente. Las paredes tenían una costra de escarcha formada por el aliento congelado de los osos. Al día siguiente cayó una nevada fenomenal que cubrió el rastro de la osa fugitiva. Los tres osos, acarreados en trineos, proveyeron de carne a la aldea; y a él le proporcionaron más alimento que todos los conejos del contorno.
Margarita, la charlatana Margarita estuvo en Holy Cross y habla un inglés muy pasable. Tiene siete hijos. —¡Ay, Padre —me dice suspirando—, si viera lo que me cuesta criarlos! Son muy holgazanes y no me hacen caso; y como su padre ya es viejo, tampoco le hacen caso. »Nuunc »N ncaa de debí bí casar asarm me co conn él; él; pe pero ro a mí nu nunc ncaa me ha gu gust stad adoo contradecir a nadie; así es que cuando me dijeron en casa que me casara con él, me casé. Lo hice a regañadientes, bien lo sabe Dios que lee los corazones; pero me casé. »Si no fuera por el agua bendita, no sé qué hubiera sido de nosotros. 121
Cuando los chicos se pelean en la cocina, les echo agua bendita y con eso se pacifican. Cuando se pelean en la cama, aguardo a que se duerman y luego los rocío con el agua santa. »Algunas veces cuando no hacen caso ni al agua bendita, me pongo por detrás y les echo la bendición; así se sosiegan y se sueltan y volvemos a tener paz. »Una vez se me quemó una niña, Teresa, la que viene aquí al catecismo. ¡Qué horror, Padre, ni que la hubiéramos metido en una hoguera! Cuando se lo escribimos al médico, se alarmó y no nos dio esperanzas de vida. Entonces yo invoqué a Santa Teresa y la dije que si me la curaba, la haría una novena. »Y mire usted, Padre, me la curó. Yo cumplí mi palabra y en agradecimiento hice la novena. Da gusto tener Santos en el cielo que nos ayuden. »Y cuando voy a comulgar siempre le digo a Jesús: «Jesús mío, que mis hijos mueran antes de que te ofendan», —como nos dijeron que dijo una madre muy santa de un pueblo muy lejos de aquí. »Por eso cuando se nos murió un niño de dos años y no podíamos menos de llorar, yo le decía a mi marido: «A lo mejor es que iba a ser malo, y Dios se lo llevó ahora que es un ángel», y mi marido me dijo que tenía razón; y con eso nos conformamos. »Mi marido es muy bueno; siempre me deja hacer lo que yo quiero; pero el pobre ya es viejo. Cuando nos casamos, el pobre no sabía nada de Dios; pero ahora ya reza y comulga; y cuando le digo: «Vamos a rezar», es el primero que se arrodilla. »Algunas veces le dan un trago y vuelve algo incoherente, pero se le pasa en seguida. Al principio se empeñaba en fermentar en la cocina bebidas fuertes; pero yo me cuadré y le dije que si las fermentaba, me marchaba a casa de mis padres y no volvía; y como él me quería tanto, se acobardaba y no lo hacía. »Luego para que no cayera en la tentación, le echaba agua bendita mientras dormía, y con eso hemos vivido siempre en paz, loado sea Dios». Di os». Margarita, cuando toma la palabra (que es casi, siempre) no la suelta hasta que tomo el Breviario y me santiguo. Esa es e s la señal de partida.
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Celedonia, Celedonia, mi vecina Mucho menos habladora que Margarita es Celedonia, Ce ledonia, mi vecina. Estuvo también en Holy Cross. Se casó con un viudo criado en la rel religión rus rusa orto rtodoxa; pero ell ella le convirt irtió; ió; y tan a pech echos tomó la conversión que ahora es puritanico y mira con ceño los entretenimientos más inocentes. Tuvieron una hija que se les murió a los 18 años: María Rosa. Fue un ángel toda la vida. A los 10 años la quisieron casar; pero se opuso y no hubo modo de hacerla dar el brazo a torcer. Un día que su padre le preguntó formalmente por qué no se quería casar, María Rosa respondió con gran aplomo: —Porque presiento que me voy a morir pronto y quiero ir al cielo como una virgen. El padre calló y ya no se volvió a hablar de casorios. Efectivamente cayó pronto enferma del pecho y se vio forzada a guardar cama. A medida que se iba acabando, crecía en ella la fe en las cosas celestiales y la alegría de morirse. Fue visitada varias veces por San José. Supo que era este Santo, porque era lo mismo que la estatua de San José de la iglesia. Asimismo se la veía extasiada en la cama, cuando se la preguntaba por qué estaba tan inmóvil, respondía que estaba escuchando melodías del cielo que la arrobaban. El día antes de morirse preguntó a su madre si no veía a nadie allí junto a la cama. A la respuesta negativa replicó María Rosa que allí mismo junto a ella estaba un ángel á ngel hermosísimo que la miraba muy complacido. Su madre la rogó que delinease con el dedo el espacio ocupado por el ángel. Entonces María Rosa, ayudada por su madre, se incorporó y delineó con el dedo todos los contornos con alas y todo. Lo digo tal y como me lo dijo Celedonia, que se horrorizaría de saber que los filósofos discuten si los ángeles ocupan o no lugar, y cuántos podría Dios poner en la punta de una aguja.
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XVII
Las fiestas de Navidad
El cielo anticipado anticipado
Todos los días de la semana tenemos en Kalskag un promedio de 25 comuniones. Les domingos llegan a 60. El día de la Inmaculada tuvimos 64. Días antes de la fiesta ensayamos en mi casa la Misa de Angelis con armonio y todo. Era la primera vez que se iba a cantar le Misa en el río Kuskokwin que nace en el corazón de Alaska y desemboca en el mar de Bering. Hubo que salvar dos pasos difíciles en el «Gloria». Convinimos en que al llegar a ellos, afinasen y me siguiesen a mí que los ayudaría desde la silla donde me sentaría mientras se cantaba el Gloria. En efecto, cuando llegamos a los pasos temidos, saqué toda la voz que tenía adentro hasta que cogieron el hilo y siguieron s iguieron muy ufanos y confiados. Por vía de motete cantaron un himno que me gusta sobremanera. Tan bien lo ejecutaron que me emocioné y tuve que agarrarme al altar para mantenerme en pie. Esa juventud inquieta que anda por el mundo buscando alegría sin encontrarla nunca, que venga a Misiones. De mí puedo afirmar que el gozo interno es a veces tan grande que temo me pague Dios en esta vida lo que yo creí ser patrimonio de la otra. En el altar de Kalskag con la sagrada Hostia en las manos y oyendo los himnos de los eskimales no me cambio yo por nadie. Es sencillamente un cielo anticipado.
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Una reunión familiar En esto se nos estaban echando encima las vacaciones de Navidad. El señor maestro trata entre manos una reunión familiar de toda la aldea en la escuela con alguna comedia o cosa por el estilo, Coincidió que su esposa cayó enferma y él no veía la manera de llevar a cabo lo empezado. Me ofrecí a dar feliz remate a la aventura. Todas las tardes reunía a chicos y chicas y ensayamos una mezcolanza de entretenimientos la mar de originales. En un escote general reunimos 20 dólares que gastamos en dulces, pasas y maíz tostado, lo suficiente para que a todos nos tocase un buen cucurucho. Llegado el día, nos juntamos en la escuela con gran alboroto y gran expectación. Al entrar cada uno recibía su paquetito. Por fin se sentaron todos en un gran semicírculo charlando, riendo y comiendo. Se abrió una puerta lateral y entraron los actores muy serios como si fueran seres extraños venidos de otro otr o mundo. Desde entonces ya no hubo más que algazara y río revuelto yendo de novedad en novedad y siempre en espera de algo nuevo que los cogía de sorpresa; el maestro encantado, los actores muy en su papel y yo sudando la gota negra; pues es de saber que con la aglomeración de gente y la estufa y mi ropa de lana allí no había más remedio que sudar aunque afuera se apelotonaba la nieve hasta las ventanas. Salieron todos encantados y con muchas ganas de que se repitiera.
Turrón de Jijona Entre tanto se iba decorando la iglesia para la Misa del Gallo que iba a ser cantada. Después de comer ensayábamos la Misa gregoriana hasta que quedamos satisfechos del buen resultado. Además tuve que buscar un rato aparte para preparar cinco niños que iban a hacer la Primera Pr imera Comunión. Mi casita parecía un enjambre. Para colmo de bendiciones llegó el aeroplano correo y me trajo dos kilos de turrón de Jijona que me enviaba la señora Bertha Téllez de Méjico. Este año lo envió con tiempo. En los días de Akulurak me llegaba durante la cuaresma; y como la presencia del turrón me turbaba demasiado, lo comía descarado en aquella 125
estación santa de penitencia cuando ni siquiera nos viene a la imaginación la palabra turrón. Esta vez me llegó tan a tiempo que no pude menos de dar gracias al Jesús de mi sagrario tan callado y escondido, pero tan activo y atento para que no me faltase turrón en mi refugio de Kalskag.
Las confesiones de la víspera La víspera de Navidad no salí de casa. Era el día de confesiones para los hombres mientras las mujeres daban los últimos retoques a los adornos recargados de la iglesia. Con la estola al cuello y sentado a la máquina de escribir los iba despachando según venían, que solía ser uno o dos cada tres tr es cuartos de hora. La razón de este aparente desorden es que los eskimales son de una independencia feroz y vienen cuando se les antoja, no cuando se les manda. Con todo y con eso yo he hallado un medio de que vengan a montones y acabar pronto, y es éste bien sencillo. Me pongo a hacer chocolate, no con intención de hacerlo y tomarlo, sino de ocuparme en algo que no admite interrupción. Apenas comienza a hervir la chocolatada, llaman a la puerta. Se confiesan cinco o seis con toda paz mientras se me estropea el chocolate. Reanudo la operación y así logro despacharlos a todos en bloques regulares. Quedan siempre rezagados, naturalmente. Los hay que ni el olor del chocolate los trae. Entonces me pongo a freír un par de huevos y el resultado es maravilloso. Mientras doy la absolución echo una mirada de lástima a las yemas de los huevos que se achicharran solas en la sartén. Luego recapacito y me maravillo de la calma, la paz, la flema y la pachorra que he adquirido en Alaska, yo que antes era todo prisas y actividad. Es que me han domado los eskimales. Algo parecido a lo que pasa con esos mozos tan bravíos y montaraces de solteros, que luego se casan, y entre la esposa y los hijos dejan a mi mozo más manso que un cordero. ¿Qué va a hacer uno contra muchos a la larga?
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La Nochebuena A las nueve de la noche se habían confesado todos sin quedar uno. Entonces vacié el pote de habichuelas que estaban hechas una pasta de tanto hervir y las despaché tranquilamente. Miré despacio al turrón hasta que se me hizo la boca agua y despaché una porción respetable dando de nuevo gracias a Dios por habérmelo traído con tanta oportunidad. Fregué los platos y me quedé sumido en meditación sobre el portal de Belén; portal bien distinto de nuestros Belenes, sobre todo de algunos ultra idealizados, con lagos, cisnes, cascadas, trenes, rebaños en la loma verde, palomares, etc., etc., cosas todas que no existieron en el verdadero portal de Belén. La que llamamos Portal de Belén fue una cueva. En Alaska estamos familiarizados con cuevas de osos y lobos y zorros. Así fue la de Belén; sólo que más grande. Yo me meto en espíritu en esa cueva y pido a la Santísima Virgen que me explique todo lo que en ella veo. Tantas explicaciones me da nuestra Santísima Madre que me hago cruces cuando da el reloj las once y media y viene a despertarme la ronda que va de ventana vent ana en ventana cantando un villancico apropiado. El ambiente no puede ser más católico. A las doce menos cuarto la iglesia está abarrotada. El altar está hecho un ascua de tantas luces. Además de los dos monaguillos ordinarios hay otros dos con el incensario y la naveta respectivamente, tiesos como pinos, y dispuestos a probar que no han de cometer ni un solo error, gracias a los ensayos de los días precedentes. Misa con incienso era cosa nunca vista por acá. Cinc Cincoo minu inutos tos an anttes de las las do docce en ento tona na el co coro ro el pa pasa saje je de dell Martirologio narrando el hecho del nacimiento del Mesías. Al terminarlo, se descorre la cortina que ocultaba el Nacimiento, y todo el pueblo clava los ojos en aquel portento de novedad churrigueresca.
Las tres Misas de Navidad Entonces hacemos una venia y nos dirigimos al altar con gran mesura y seriedad según el orden prefijado. Se canta la Misa «de Angelis» sin tropiezo serio mientras el altar es una nube de incienso. 127
Echo un sermoncito sencillo y al grano, que me sale de lo íntimo del alma; tan de lo íntimo, que si no los convierte a ellos, me convierte a mí. Lo termino sudando por la sencilla razón de que yo sudo s udo por nada. Llegamos a la Comunión y tuve el gozo de repartir 76 formas consagradas, loado sea Dios, que hoy como ayer se complace en conversar y convivir con los humildes y sencillos de corazón. Los eskimales de Kalskag no podemos ser más sencillos s encillos y competimos en pobreza con los pastores bíblicos de Belén. No hay entre nosotros sabios. Tan ignorantes somos que ni siquiera sabemos ser incrédulos ni mordaces ni sarcásticos. Somos tan pobres, que si nos registrasen, no hallarían entre todos nosotros arriba de cien pesos. Pero en cambio no hay quien nos gane a reírnos ni a cantar villancicos ni a pasarnos las horas muertas en la iglesia adorando a nuestro Dios escondido en el sagrario. Al terminar la primera Misa, comienzo la segunda. Durante toda ella se suceden cánticos de Navidad que entonan todos a voz en cuello mientras yo me remonto en espíritu a los cielos que esta noche, destilan miel y nos están rociando con lluvia divina. Como San Pedro en el Tabor, quisiera que esta segunda Misa no se acabara nunca, porque da gusto estar en compañía de Jesús, el único que llena el vacío infinito de nuestro corazón. Al terminar la segunda Misa salimos todos a la calle que tiene medio metro de nieve apisonada y dura como cemento, y mientras nos damos la mano y nos felicitamos las Pascuas con gran efusión y familiaridad, los mozos nos recrean con salvas de rifle cuyos ecos cruzan el río y, cuando los creemos perdidos, vuelven a resonar repetidos por el monte cubierto de pinos que se eleva detrás de la aldea. Dura Du rant ntee diez diez minu minuto toss todo todo es fogo fogona nazo zoss co como mo si estu estuvi viér éram amos os repitiendo una invasión armada del enemigo. El cielo está cuajado de estrellas fulgurantes con claros grandes acá y allá que tal vez son ráfagas de la aurora boreal que no aparece esta noche en forma discernible. El termómetro marca 39 grados bajo cero. Las chimeneas vomitan bocanadas de humo negro que se queda sobre los tejados formando nubes aisladas cada vez más negras. Yo me meto en la cama ca ma donde muy pronto pierdo de vista el e l mundo de 128
los vivos. A las diez y media tenemos la tercera Misa con un lleno absoluto; porque como no tenemos nada que hacer, y como no hay entretenimientos que nos distraigan, la iglesia es hoy el centro de todas nuestras actividades, y entre el portal de Belén y el sagrario se lo llevan todo.
La tentación de la soledad A las cuatro de la tarde volvemos a la iglesia a rezar el rosario y tener bendición con el Santísimo. Les echo un sermoncito casero paseándome entre ellos desde la puerta hasta el comulgatorio, y terminamos con el «Adeste fideles» en latín y a todo pulmón. Yo ceno solo. Tengo arroz y una lata de carne, pan, mantequilla, té y la última ración, de turrón turr ón que guardé para esta hora. Mientras me doy el gran banquete solitario, me animo a mí mismo hablando en plural y me digo: «Comamos y bebamos, que hoy es Navidad y tenemos que echar una cana al aire». Esta noche hubiera deseado cenar en compañía de alguien; pero no se vieron cumplidos mis deseos; que al fin y al cabo estamos en Misiones, y los gozos tienen que ser espirituales. En cenas solitarias como ésta le asalta a uno tentación de tenerse lástima a sí mismo; tentación que nunca debe arraigar ar raigar por ser muy peligrosa. peligr osa. Yo la arranco de raíz recreándome con el pensamiento de la compañía tan noble que me espera en el cielo cuando vaya a celebrar las Navidades eternas. La tentación pasa. Friego los platos y voy a charlar con el maestro, o más bien a consolarle, pues con la enfermedad de su esposa las Navidades este año no le saben a mucho.
El especialista en pájaros El buen señor se ha especializado en pájaros y flores y ha venido aquí a estudiar los que se crían en Alaska. De las 813 especies de pájaros de este hemisferio, había una —sólo una— el «curiew», que no se sabía dónde anidaba. 129
Este pájaro de pico excepcionalmente largo y algo encorvado pasa los inviernos en la isla de Tahití e islitas circunvecinas al extremo sur del gran Pacífico y en un vuelo fantástico, que deja tamañitos a todos los demás, cae sobre las co1inas del bajo Yukón lejos de toda t oda habitación humana. El ve veran ranoo pa pasa sado do organ organiz izaro aronn un unaa exp exped edic ició iónn en aerop aeropla lano no tres tres señores ornitólogos dispuestos a jugarse la vida en busca de un nido de «curiew». El maestro de Kalskag es uno de los tres. Después de muchas tentativas inútiles, amararon en un lago rodeado de altozanos cerca del río Andreafski. Clavaron allí las tiendas de lona dispuestos a no dejar yerba por pisar ni agujero por escudriñar. Tomando por los extremos una maroma larguísima iban peinando la periferia del terreno hasta que, cansados y hambrientos, se dieron por vencidos. Caminando a la buena de Dios cada uno en direcciones opuestas, dieron por fin con dos nidos. El «curiew» se había apegado al terreno al pasar la maroma sobre él y no había levantado el vuelo. Ahora, pisado y todo, tampoco alzó el vuelo; pero su carne, le delató. Tan parecido era su plumaje a las yerbas, que resultaba casi imposible distinguirlos. El «curiew» se dejó coger y manosear. Le sacaron varías docenas de fotografías. Coincidió que al día siguiente salieron los pollitos de los huevos. Las fotos de estos pollitos superan en número a las del principito inglés y a las de cualquier principito. Con esta colección de fotos ya se ha enterado la ciencia del lugar que escoge el «curiew» para anidar; cuántos huevos pone; tamaño y color de estos huevos; color de los pollitos recién salidos y así por el estilo; porque cuando un científico se pone a investigar, es una declaración de guerra sin cuartel. El señor maestro y yo nos sentamos a la pantalla y estudiamos un sinnúmero de diapositivas en las que vemos «curiew», nidos, aves y flores sin fin. Ha sido una noche sumamente poética en consonancia con el espíritu del día. No sé qué tiene la pantalla que nos presenta como interesante lo que visto en la realidad no nos llama la atención. Así termina el día de Navidad en Kalskag. 130
Cuando venga el correo recibiré cartas de España preguntándome cómo pasé las Navidades y deseándomelas muy felices. Lo han sido de verdad. Unas Navidades envidiables aun con la cena solitaria que, como todas las cenas, siempre recrea y enamora.
Nombres propios Al día siguiente de Navidad, por ser domingo, pasamos largos ratos de charla en mi casita donde me visitan con la sencillez patriarcal tan en boga por aquí. Hablamos de los nombres. En otro tiempo todo esto fue ruso. Los sacerdotes rusos levantaron capillas por doquier y bautizaron con nombres rusos que se conservan aún por tradición. Más aún, son contadísimos los que nacieron de padres católicos. La parroquia de Kalskag la forman parroquianos venidos del rito ortodoxo. Los nombres de varón más comunes son: Milska (Miguel), Saska (Alejandro), Nicolai (Nicolás), Golga (Nicolasito), Guama (Cosme), Yago (Jacobo), Vaska o Waski (Guillermo), Wassili (Basilio), Alexi (Alejo), y así por el estilo. Los nombres rusos de mujeres son: Massa (María), Anutka y Aniska (Anita), Násak (Anastasia), Olinga (Olguita) y Palaskoviak que parece ser Paulinita. Es de notar que casi todos son diminutivos. La rusa que se casó hace poco con un católico se llama Estefanita, así como suena. Me dicen que a la esposa del sacerdote ruso la llaman siempre Matuska, que sin duda en ruso no significa una mata pequeña.
Mortalidad infantil Hago un recuento de la población católica do la aldea y hallo 114 católicos contando niños. Las familias actualmente son veinte. Entre todas han perdido por defunción 89 niños. ¡Qué hecatombe de muertes inocentes! Pasimika, de 65 años, ha enterrado 15 de los 22 hijos que ha tenido con dos mujeres. Otro ha enterrado enterr ado diez. Dos han enterrado nueve cada uno. Los demás han enterrado menos; pero no hay ni una sola familia que no haya enterrado algunos, fuera de las recién casadas que no tienen más que uno o dos. A éstas les llegará el turno. ¿De qué se mueren? Nacen muy débiles por estar los padres atacados 131
de tuberculosis. Luego viene una nutrición deficiente. En el invierno caen sobr sobree ello elloss temp temper erat atur uras as ho horr rrib ible less qu quee caus causan an cata catarr rros os y pu pulm lmon onía ías. s. Meningitis es bastante común. Total, que mueren como moscas. La raza eskimal pura está llamada a desaparecer, aunque tarde cien años en hacerlo. La población en el interior aumentará considerablemente, gracias al mestizaje. Los mestizos nacen mejor equipados para sobrellevar las penalidades de los climas alaskanos, En la costa occidental donde apenas existen blancos, los eskimales van trampeando como pueden. En tiempos normales la borrachera los debilita, y cuando se ceba sobre ellos una epidemia de las buenas, no se oyen las campanas si no es para tocar a muerto.
Los apuntes de eskimal del Padre Robaut Kalskag es una aldea relativamente nueva. A pocos kilómetros de aquí se divisa una llanura a las faldas del monte donde se alzó en otro tiempo la aldea llamada Ojógamiut. Allí fue donde el P. Robaut, S. J., levantó una casa e iglesia y se inició en las lides misioneras. Como nadie hablaba inglés, el Padre hizo de la necesidad virtud y arremetió con el aprendizaje de la lengua eskimal que dominó gramaticalmente, aunque dicen que la hablaba con un acento muy extranjero como nos pasa a todos. El Padre era muy espiritual y muy robusto, pero poco práctico. Tenía horror a máquinas y mecanismos y chismes complicados. Tenía también un sueño sumamente profundo, lo que no nos extraña si es cierto lo que nos dicen; pues el buen Padre predicaba tres horas seguidas, por este orden: la primera hora para todos; la segunda para los que estaban más despiertos, y la tercera para los que tuvieron la mala suerte de caer junto a él y no podían pegar los ojos por los vozarrones que daba y manotazos en la mesa con que los tenía en vilo. Una noche se acostó como de costumbre a dormir el sueño del justo. En la estufa ardían como siempre los leños que le traían los feligreses. Antes del amanecer despertó medio sofocado por el e l humo negro que le envolvía. Asustado sobremanera saltó del camastro y se echó a la calle en camisón pidiendo socorro. Como la población dormía profundamente, cuando despertaron los 132
primeros hombres el edificio del Padre era pasto de las llamas y no se pudo salvar absolutamente nada. Al Padre le vistieron como pudieron. El viejo que me lo cuenta dice que el Padre Robaut lloraba desconsolado, no tanto por el edificio u otras ppér érdi dida das, s, sino sino po porr los los ap apun unte tess de eski eskim mal qu quee ha habí bíaa pa paci cien ente teme ment ntee compuesto y ordenado en el correr de los años, y ahora se habían ido a las nubes convertidos en humo. Triste y alicaído marchó a Holy Coss, donde vivió el resto de sus días. Su partida fue la señal de la desbandada general que tuvo lugar en seguida. Unos fueron a Paimiut y otros vinieron aquí. Hoy viven aquí muy contentos al parecer. Cuando me piden que ensanche la iglesia o haga mayor mi escondrijo, les respondo que no estoy seguro de que vivan aquí mucho tiempo; y, si ha de llegar la hora de desmantelar, mientras menos bulto más claridad. Ellos menean la cabeza y me aseguran que estarán aquí de por vida.
Las voces del bosque Antes de partir tengo que bendecir un barril enorme de agua bendita que les llegue a todos y con abundancia; pues no contentos con aspergeos, la beben cuando tienen tos o dolor de estómago. La conservan siempre para prevenir eventualidades como la de aquella chica del otro lado del monte que dio señales de posesión diabólica. Era una chica de unos 13 años, católica y normal hasta que empezó a escaparse al monte. Decía que la estaban llamando continuamente desde el bosque. No veía a nadie; Pero oía las voces. Un día, al oírlas, se escapó y se perdió de vista; pero volvió ella sola diciendo que había visto dos personas, y que una la llamaba hacia sí, pero la otra se acercó a ella y la mandó no hacer caso y volverse a casa. Aquello sé iba poniendo malo. La vigilaban continuamente. Una mañana desapareció. Al Al cabo de una rebusca minuciosa la hallaron tendida en la maleza, como muerta, y con unas señales evidentes de lucha y forcejeo formidables. La llamaron, la empujaron, todo en vano. Su tío Miska trajo agua bendita, y al rociarla con ella, la chica dio un respiro a manera de quejido. Mientras más agua bendita le echaban, con más rapidez volvía en sí, hasta que abrió los ojos despavoridos y comenzó a gritar que llevasen de allí 133
aquel hombre negro. Miska respondió que no tuviese miedo, que al negro lo acababan de matar a palos. Con esta respuesta ingeniosa la chica se sosegó y se levantó extrañadísima de no ver al negro por ninguna parte. Desde entonces no volvió a oír voces desde bosque ni fue molestada por ningún personaje blanco ni negro. Los eskimales que presenciaron el hecho y que lo oyeron, están prevenidos con la botella de agua bendita que yo tengo que llenar hasta el cuello cada vez que baja a menos de la mitad.
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XVIII
Año Nuevo en Aniak
La muerte do Sofía Había prometido a los de Aniak pasar con ellos el Año Nuevo, y así lo hice. Mi llegada no pudo ser más oportuna. Aquella Sofía que había mejorado tanto después de haber estado a las puertas de la muerte, recayó y estaba ahora de nuevo a punto de expirar. Me costó trabajo conocerla. Allí no había más que huesos. Se confesó y recibió el Viático. Al día siguiente volvió a comulgar. Cuando volví el tercer día con la Comunión, tuve que volver a la Iglesia con la Sagrada Forma. Sofía estaba delirando. A eso de las diez de la mañana comenzó la agonía. A las doce, el estertor estaba en su apogeo. A las cuatro, lo mismo. A las cinco llevaba camino de nunca acabar. A las seis el estertor no había variado. Sin pretenderlo, no podía echar de mí el recuerdo de José Afkan, el de Akulurak, que estuvo agonizando catorce horas seguidas y que, si no hubiese muerto cuando lo hizo, me hubiera matado a mí, que llevaba dos días junto a la cabecera, a punto de desplomarme de fatiga. Sofía tampoco acababa de acabarse. A las siete y media de la noche toqué la campana y tuvimos Rosario y Bendición. Al terminarla me vinieron a decir que Sofía había fallecido. Mis sueños de convertirla en catequista y organista, se desvanecieron. Dios lo quiso así, bendito sea. Esta mortandad eskimal tan elevada es la causa de que no se pueda planear con ellos gran cosa., pues, cuando ya creía uno que iban a dar fruto, enferman y se mueren, así, sin más. Sofía tenía 18 años. Durante el entierro caía pausadamente la nieve, como si el cielo quisiera llorar de la única manera que aquí puede hacerlo en el invierno: 135
copos de nieve por lágrimas. Su he herm rman anaa An Anas asta tasi siaa vo volv lvió ió a casa casa de su mari marido do en Ka Kals lska kag, g, quedándose Aniak sin más vicaria que la vieja María.
¿Se hielan los perros? Paró de nevar y comenzó a soplar el cierzo, le nos trajo un aire polar insoportable. Vino en seguida una calma que aquí es muy conocida con una neblina flotante indicadora de un bajón gordo de temperatura. El termómetro se estacionó en los 52 bajo cero y ¡sálvese el que pueda! Me info inform rmar aroon qu quee ha habí bíaa un niñ niño sin sin ba baut utiizar zar como omo a un unoos 3 kilómetros de mi casa. Aguardé unos días a que mejorase el tiempo; pero como nunca mejoraba y yo tenía que irme a otra aldea, un domingo por la tarde decidí arremeter con la aventura del bautismo. En trineo, ni pensarlo, por dos razones: se helarían los perros y me helaría yo. ¿Nunca he dicho que se hielan aquí los perros? En temperaturas tan bajas se les hiela a los perros la ingle si caminan en el arnés. Si están sueltos, se echan y la calientan instintivamente con el hocico y así resisten cualquier temperatura. No hay inviernos en que no haya que matar perros que se inutilizaron por forzarlos a caminar en temperaturas de 50 bajo cero. Y en cuanto a lo de helarme yo en trineo, baste indicar que los perros van al trote y me sería imposible respirar con viento alrededor de la cara; o peor aún, moverme yo de prisa y forcejear agarrado al trineo. Esto hay que experimentarlo para entenderlo.
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El record del frío Lo que hice fue abrigarme todo lo más que pude, no dejando al descubierto más que los ojos. Caminé hasta el almacén, donde entré a res pirar y calentarme. De allí fui a la última casa de la aldea, donde entré para lo mismo. Atravesé despacio el aeródromo y me metí en casa de un empleado a tomar un respiro. Me eché luego por la senda, entre maleza, caminando despacio y respirando siempre por las narices. El pañolón que llevaba en la cara tenía una costra de escarcha que nos es muy familiar. Lo importante es no sudar; pero con abrigos de pieles tan fuertes y caminando, es muy fácil sudar. Por fin llegué a la vivienda anhelada, que no era otra cosa que una tienda de lona con más agujeros que una criba, como si hubiera servido de blanco a todo un batallón de infantería. Me quedé asustado; pero no por mucho tiempo. Mientras arda el leño en la estufa, las tiendas son de lo más caliente que hay. Como vivían en pleno bosque, abundaba la leña y en la tienda se estaba bien. Al volver a casa hice las mismas paradas que a la ida, y con eso cumplí mi cometido, sin tener que lamentar efecto alguno del frío. La experiencia enseña a uno a ser prudente en semejantes casos. En la iglesia era poco menos que imposible arrodillarse, pues el aire caliente sube hacia el techo y deja el piso como si fuera hielo. Y así día tras día. En las noticias que radian todas las noches pudimos enterarnos que Aniak tenía el honor de ser entonces e ntonces el punto más frío de Alaska. Ese honor le duró tres días, hasta que el valle de Tanana se impuso y nos arrebató la gloria. Tanana tiene el promedio más frío de Alaska. Más, mucho más que Point Barrow, que, por estar en la costa, nunca llega a las temperaturas atroces de los valles del interior. Los aeroplanos tienen prohibición de volar si el termómetro marca 45 grados bajo cero o más bajo, claro está. Un día que mejoró el tiempo y no tuvimos más que 38 bajo cero, vino el aeroplano que me voló a Mc Grath.
Mi casa rectoral Aquí me esperaban buenas sorpresas. Por de pronto, mi casita estaba 137
terminada. Mi vivienda propiamente tal es la tercera parte de la casa; las otras dos son la iglesia. Nos separa un tabique con una puerta que casi siempre está abierta, para indicarme que vivo en la iglesia y que en todo mi porte debo obrar como quien está delante del Santísimo. Me pusieron una cama, dos sillas, una cocinilla diminuta, una mesita y una jofaina. Esa es mi casa rectoral. En la iglesia no tenemos más que el altar con el sagrario, velas y unos bancos. Dejo el copón casi lleno de formas consagradas y me animo a mí mismo a vivir una vida de cielo. Por las noches tenemos instrucción religiosa en casa de Juan, porque nos alargamos considerablemente y ellos tienen que fumar y sentarse en sitios más cómodos que los bancos descarnados de la iglesia. Hay que ir poco a poco.
Margarita quiere bautizarse Margarita, casada con un católico —blancos los dos— quiere hacerse católica. Su madre sintió tanto la noticia, que hizo un viaje desde Chicago a Alaska para disuadida; pero Margarita se sostuvo en sus trece, y la buena madre volvió a Chicago triste y descorazonada. Cuando Margarita iba a la iglesia presbiteriana de pequeña, si volvía la cabeza o reía o no se estaba quieta, su madre luego la castigaba a pasar una hora en silencio sentada delante de una pared. A falta de Sacramentos, abundaba una rigidez feroz que prohibía el vino, las cartas, el cine, los juegos y cuanto en una palabra pudiera hacer llevadera la vida en este valle de lágrimas. El fumar se consideraba un crimen. Margarita se rebeló. Pero antes de dar el paso, no dejó en la cabeza ni una duda que la atormentase. Hubo sesiones que se gastaron poco menos que en responder a sus preguntas. Por fin un día se rindió y dijo que quería bautizarse.
Leonor, la aviadora Su vecina, Leonor, de cuarenta y tantos años de edad, es viuda. Tiene 138
un empleo lucrativo en el Servicio Civil de Aeronáutica y en las oposiciones llevó el número uno. No se quiere volver a casar, porque dice que dio todo el afecto de su corazón al marido y, muerto éste, no le queda afecto para ningún otro. otro. Antes de casarse fue aviadora. Su padre fue senador en tiempos del presidente Wilson. Leonor nunca se bautizó en ninguna secta, y ahora quiere nada menos que hacerse católica. Hace menos preguntas que Margarita, pero son de orden universal; tanto, que para responderlas debidamente hay que sacar a plaza tratados enteros de Teología. Como tiene que estar en la oficina durante las sesiones generales, viene previamente a mi casa y yo la instruyo en la iglesia, sentados los dos en un banco junto al altar. Nos asustamos cuando notarnos que han pasado dos horas, y nos había parecido un minuto. Por fin se rinde también y pide ser bautizada. Su madre, que tiene 80 años y vive con ella, lo siente mucho y se la ve a veces llorar a solas; pero Leonor no da el brazo a torcer y la vieja se resigna como puede; tanto es así, que hasta mostró deseos de conocerme personalmente. Leonor me previno que no me asustase si la ancianita me decía algo impropio por haberle «robado» a su hija. A la hora convenida entré en casa muy torero, con el brazo alargado y reventando amabilidad por ojos, boca y demás sentidos corporales. La vieja me clavó una mirada de acero que se derritió en menos que se tarda en decirlo, y allí mismo, de pie, antes de sentarnos, me invitó a cenar el próximo domingo.
Daniel, el no bautizado Cerca de la iglesia vive un matrimonio también blanco. Ella es de Nueva Orleans y católica; él es del interior de los Estados Unirles y nunca se ha bautizado en ninguna secta. Hizo el servicio militar en la Marina de Guerra, a cañonazos con los japoneses. Es más alto que yo, más fuerte y muchísimo más joven. Cuando choca los cinco, crujen los huesos de la víctima que no esté sobre aviso. Se llama Daniel. 139
Daniel viene a las instrucciones, y, cuando no puede hacerlo, viene a mi casa a instruirse privadamente. Lo que más le agrada es que, como no está bautizado, no tiene que confesarse antes del bautismo; y luego no estará obligado a confesar más que los pecados que cometiere después del bautismo. Con eso no tiene que meterse a resolver su pasado entre marineros y prisio prisionero neross japones japoneses, es, ni las and andanz anzas as por esos mundos mundos de Dios Dios que él corrió sin trabas de ningún género cuando se escapó de casa al apuntarle el bigote. Pero, por más que se humille él, no nos la pega; pues basta mirarle a la cara para ver que es todo honradez, cordura y sensatez. Bueno como un pedazo de pan. A éste no le ponen obstáculos en casa. Su padre es mormón y su madre es de la secta llamada Ciencia Cristiana, Daniel, es libre, para escoger lo que lo plazca, y aun para no escoger nada. Por fortuna, Dios le tocó el corazón, y Daniel se dio por aludido. Me pregunta poco; más bien absorbe lo que yo le digo.
Los tres bautizos Al cabo de un mes entero de instrucciones diarias nos decidimos a proceder al bautismo, y lo hicimos con toda la solemnidad a nuestro alcance, uno cada noche. Rompió el fuego Leonor. Hizo de padrino Juan el mecánico, por poder; que el verdadero padrino lo fue un pariente lejano de Leonor que vive en los Estados Unidos y es un católico muy fervoroso. Juan apareció en la iglesia vestido de punta en blanco con un traje estupendo, que nos dejó a todos boquiabiertos. Luego, en la intimidad, confesó que era la tercera vez que lo usaba, aunque lo había comprado hacía 24 años. La primera vez que lo usó fue cuando lo compró; la segunda, cuando se casó; y hoy era la tercera. Añadió que le había costado un triunfo meterse hoy en él, pues con los años había echado carnes, y como el traje no era de goma, ya ven ustedes. Le dijimos que la cuarta vez que lo use será de mortaja. Quedamos en 140
ello. La ceremonia del bautizo resultó muy bien e impresionó no poco a los circunstantes. A la mañana siguiente, Leonor recibió por primera vez el Pan de los Ángeles. La próxima noche se bautizó Margarita. Como había sido bautizada en el Protestantismo, el bautizo fue condicional, y condicional fue también la absolución, después de una confesión general. Leonor fue la madrina, encantada de poder, actuar ya como católica en el sentido pleno de la palabra. En la Misa del día siguiente, Margarita comulgó por primera vez, y, por cierto, al lado de su marido, para que los ángeles tuvieran algo bueno de qué hablar en el cielo. El último fue Daniel. Su padrino fue un señor que se convirtió del Protestantismo hace varios años. Así, poco a poco, se va engrosando el rebaño de Pedro, hasta que llegue el día venturoso en que no haya más que un rebaño bajo el cayado de un solo Pastor. Pastor .
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XIX
«Asamblea Constituyente» en Akulurak
Invitación oficial Estando yo entretenido en estos quehaceres pastorales, una mañana después del desayuno me vienen a decir que en la lista de pasajeros en el avión de línea está el nombre del Sr. Obispo y que el avión aterrizaría en menos de media hora. Barrí de prisa lo más gordo que se veía por los suelos, me lavé las manos y la cara y a esperar a su ilustrísima. Al abrirse la portezuela del avión nos encontramos frente a frente. Como él expresase sorpresa de que le esperase sin haberme notificado con antelación su venida, le dije que los profetas no se habían acabado con el Antiguo Testamento. Me miró con ojos torvos y pasamos a otra cosa. Por cierto que la cosa resultó bien de mi agrado. Dentro de tres semanas íbamos a tener una asamblea magna en Akulurak, mi querida Akulurak, y aunque técnicamente hablando yo no pertenezco a aquel distrito y no tenía derecho a asistir, sin embargo, por muchas razones que sería prolijo enumerar, fui invitado oficialmente y comencé a preparar cl viaje.
Tres pasajeros honorables Estando en Bethel tuve el honor inmenso de alojar en mi casa a tres viajeros que vinieron a dar aquí porque los aeroplanos de la costa juzgaron oportuno aterrizar en esta base aérea que es el centro de todo el suroeste de la región. 142
El pri primer mer pe pers rsoona najje no era era otro otro qu quee nu nues estr troo rev reveren erendí dísi sim mo P. Provincial de Oregón que venía a visitarnos oficialmente. Estudiamos juntos un año en Teología e hicimos juntos la Tercera Probación. En casi once años que no nos veíamos, me sorprendió verle tan cano y tan grueso. Después de un forcejeo animado logré agarrar yo solo la maleta que traía y dejé que se las arreglasen como pudiesen los otros dos veteranos, PP. Deschout y O'Connor. Entramos en mi «Arca de Noé» que ellos no hablan visto y nos sentamos junto a la estufa a combatir los 30° bajo cero que hacía fuera. Así sentados me empezaron a disparar preguntas sobre los vaivenes de la vida en las riberas del Kusko; pero yo les dije que como soy tímido y hombre de pocas palabras, prefería oírles a ellos sobre sus vidas y milagros. Al oírme decir que yo era hombre de pocas palabras, armaron un verdadero escándalo y me preguntaron si había oído hablar del octavo Mandamiento. A las seis de la tarde los llevé a la fonda y cenamos unas chuletas para celebrar tan memorable ocasión. Vueltos a casa charlamos hasta cerca de la media noche. Previendo casos como éste me había hecho de antemano con cuatro colchones y tres camas. El P. O'Connor cargó con el pato y durmió en el colchón que armó sobre dos bancos bien metidito en un saco de dormir. A la mañana siguiente, después de las Misas, me arremangué y puse sobre la mesa un desayuno que nos dejó alegres como unas pascuas. pas cuas. Ellos partieron inmediatamente para Akulurak y yo lo hice dos días después.
Horizontes conocidos Al volar hacia el noroeste comencé pronto a divisar horizontes que me eran muy conocidos. Aquel pico que se pierde en las brumas del firmamento no puede ser otro que el monte Kúsilvak, especie de islote en unas llanuras sin fin. ¡Cuántas veces viajé en trineo por sus faldas! Allí viven Fulano y Zutano. Allí me perdí dos veces en una tormenta de nieve. Allí nos proveíamos de renos. Allí… etc. Los cerros que se divisan a la derecha son los del río Andreafski donde 143
íbamos por el verano a recoger endrinas y donde marcamos el terreno para trasladar Akulurak el día de mañana. El avión sigue zumbando y vuela a 150 millas por hora. Pasamos por encima de Mountain Village donde viví temporadas enteras y viramos hacia la izquierda en línea recta de Akulurak que será la primera aldea que topemos. Los ojos se me salen de las órbitas. En ese riachuelo cazamos veinte gansos un verano. En aquel matorral me extravié un día y el Ángel de la Guarda me llevó —sin saber cómo— al afluente que dio conmigo donde menos lo esperaba y siguiendo río abajo llegué sano y salvo a mi destino. El avión acorta la marcha, señal de que estamos ya sobre Akulurak. En vano miro por todas partes. Allí no se ve más que nieve, nieve y más nieve. Pero los instrumentes del avión dicen que allí tiene que estar Akulurak y el aviador comienza a evolucionar y bajar en busca bus ca de la aldea.
De nuevo en Akulurak En una de las circunvoluciones, de contra luz, se vieron los edificios sepu sepult ltad adoos en verda erdade dera rass mont montañ añas as de niev nieve. e. Volan olando do en círc círcul ulos os conc co ncén éntri trico coss cada cada ve vezz más más bajos, bajos, pu pudi dimo moss disce discern rnir ir los los más más míni mínimo moss detalles y aterrizamos en el río en frente de los edificios. Toda la rapacería nos esperaba alineada; y cuando el aparato se paró del todo, se nos vinieron vinier on en medio de una gritería indescriptible. Hacía un año justo que había salido yo de Akulurak y no había vuelto a ve verl rlos os.. Allí Allí esta estaba ban. n. Al echa echarm rmee a tier tierra ra me vi ap apri risi sion onad adoo po porr ello elloss como pez en el agua. Subimos apelotonados con mucha algazara hasta que llegamos donde nos esperaban las monjas. La escena toda se redujo a un mínimo de palabras y un máximo de venias y sonrisas mientras nos mirábamos con una avidez como si nos fuéramos a comer mutuamente. Volví los ojos en todas direcciones en busca de alguien que no aparecía. Silbé como lo hice en otros tiempos y tuve el consuelo de ver venir a Blondy, mi amiga Blondy, la perra blanca que creció a mi lado y me lloraba cada vez que no la llevaba en mis excursiones. Todos se apartaron y la dejaron treparse a mis hombros contentísima. Mientras yo le tiraba de las orejas, ella me miraba complacida con aquellos ojos tan azules que son el distintivo de la raza siberiana de perros de trineo. 144
—¡Bravo, Blondy, bravo; tú y yo seremos siempre dos; ya ves cómo volví a verte y a darte un estirón de orejas!
Solo, ante el Sagrario Akulurak tenía entonces más nieve que en ninguno de los nueve inviernos que yo pase allí. Al pisar de nuevo aquel suelo me pareció soñar. Entonces caí en la cuenta de que no hay en Alaska trozo de terreno que me atraiga tanto corno aquel, por más que en ratos de lucidez me empeñé en convencerme a mí mismo que no que no es así. No sé lo que es. Parece cosa de embrujo. Tal vez sea por tratarse del primer amor, pues Akulurak fue donde me inicié en mis lides apostólicas en este país de hielos eternos; y aunque tuve mucho que sufrir en trances apurados y difíciles, Akulurak me atrae como un imán. Al subir a la capilla y verme de nuevo ante aquel sagrario, no pude zurc zu rcir ir ni un solo solo pe pens nsam amie ient nto. o. Me pa pare reccía soña soñar; r; Los Los espa españo ñole less no noss apegamos demasiado a cuanto tocamos. Los otros misioneros no son así. Van, vienen, vuelven a ir y a venir como si no dijera con ellos. Nosotros somos diferentes. Por eso somos mejores o peores que los demás, no dándose entre nosotros ese tipo frío, calculador, neutral, estólido... que con tanta frecuencia se ve por el Norte. Quiere decir que el español que se enamore de Jesucristo, como no se para en barras, llegará a la cima de la perfección. Miremos el lado bueno de las cosas, qué caramba. Digo, pues, que al verme solo de nuevo ante aquel sagrario de Akulurak me pareció todo ello un espejismo. Pero, luego reaccioné. Arrodillado en el reclinatorio que nos hizo el Hermano Kío, volví a vivir aquellas efusiones íntimas que tuve con el Señor por las noches mientras la Misión dormía amparada por los ángeles custodios. Le dije al Señor que la visita sería breve, pues le había dejado a Él en el sagrario de Bethel y tenía que volver pronto a hacerle compañía y entretenerle, pues en mí, ausencia no lo haría nadie. Conn esto Co esto me dio dio fuer fuerza zass y grac gracia ia pa para ra de desp speg egar arm me de dell terr terruñ uñoo akul ak ulura uraqu queñ eñoo sin dejar dejar jiron jirones es prend prendid idos os en ning ningun unaa pa parte rte.. Todo Todoss los los 145
problemas tienen solución ante el sagrario.
Charlas nocturnas El P. Menager, mi sucesor, se las apañó para que durmiésemos en cama de verdad los TRECE jesuitas que nos reunimos aquellos días; el señor Obispo, el P. Provincial, nueve Padres Misioneros Mis ioneros y dos Hermanos. Al Padre Donohue Donohue —mi compañero compañero seis años— y a mí nos puso en la carpintería por ser más jóvenes y para que charlásemos toda la noche como lo hicimos, La carpintería tiene una estufa de primera clase. Ya en la cama, el Padre iba respondiendo a todas las preguntas que yo le hacía sobre las aldeas, sobre Fulano o Zutano, sobre las supersticiones y borracheras, sobre matrimonios, nacimientos y defunciones, etc., etc. Asimismo me puso al tanto del estado actual de todos y cada uno de los perros del trineo; que si Lobo era holgazanico, que si Tigre se tiraba a matar, que si Judas ya iba para viejo, etcétera, etcétera. Imposible conciliar el sueño. La segunda noche le tocó a él preguntarme sobre el Kusko, y le puse brevemente al tanto de todo, lo mejor que supe s upe hacerlo. Ya no está en Akulurak Sor Catalina, la cocinera, cociner a, que fue enviada a los Estados Unidos por tener entre 70 y 80 años, aunque cualquiera que la vea no creerá que tiene arriba de 50. La Madre Superiora, con la que tuve tanta intimidad antaño, me enseña ufana las dependencias para que admire los cambios que han tenido lugar desde mi partida. Nos eternizamos comentando lo que a otros pudiera parecer baladí. En las escuelas visito despacio a los escolares y les cuento hazañas que escuchan boquiabiertos; todo, todo como en los buenos tiempos que ahora —por ser pasados— nos parecen mejores; pero que en realidad de verdad fueron como los de ahora. Los eskimales vienen en grupos a saludarme. Todo es efusión y alegría en nuestro derredor, El Sr. Obispo confirmó unos 70 niños y mayores en una ceremonia por todo lo alto.
Consultas y debates Entretanto se tuvieron las consultas oficiales y las extraoficiales en debates animadísimos, cada cual cobrando fuerzas con las rosquillas y 146
cacahuetes que hay en el centro sobre la mesa. Akulurak será trasladada a Andreafski, y cuanto antes mejor. Para atender a los eskimales que viven aislados en la costa y no han aprendido aún inglés, se imprimirá un catecismo en eskimal que compuso el P. Lonneux con la ayuda de catequistas viejos que conocen la mentalidad eskimal. Donde se entienda el inglés, hágase hincapié en esta lengua y déjese al eskimal morir paulatinamente como tiene que acontecer quiérase o no se quiera; pues el inglés lo está invadiendo todo, como lo hizo el español en Hispanoamérica y Filipinas. La concentración de pescadores de salmón por el verano en la bahía de Bristol ha puesto sobre el tapete problemas nuevos que debemos resolver antes de que sea demasiado tarde. El establecimiento de una Comunidad de vida contemplativa que rece y sufra por Alaska fue el objeto de debates sin cuento, llegando a la conclusión de que es menester establecerla tan pronto como dispongamos de los medios medios adecuados. adecuados. El Sr. Sr. Obispo dispone dispone de de monjas monjas de clausura clausura que vendrán cuando llegue la hora, que ojalá llegue pronto. En estos y parecidos debates pasaron los días sin darse cuenta.
Una parada en Hooper Bay Una mañana amaneció con sol sol limpio de nubes, ¡co ¡cosa rara rara!, !, oportunidad que aprovecharon los aviadores para caer sobre nosotros como buitres y arrancarnos de Akulurak. El. Padre O'Connor y yo alquilamos juntos uno que nos había de llevar a Hooper Bay y desde allí a Bethel. Bet hel. Sentad adoo a la ven enta tannilla pude contem templar all allá abajo la serie erie interminable de chozas aisladas me salpican las llanuras entre Akulurak y Scammon Bay; llanuras que yo recorrí en trineo invierno tras invierno y que ahora desde el aeroplano semejaban una cinta cinematográfica. Cruzamos volando los montes de Eskinok donde estuve a punto de perder la vida una noche viniendo de Hooper Bay, y caímos sobre esta aldea en menos que se tarda en contarlo, siendo así que en trineo me llevó a mí diez horas de amargura ininterrumpida. El P. O'Connor es sumamente limpio y ordenado. Su casa no parece la casa de un soltero, sino la de una viuda sin hijos, y escrupulosamente aseada. Se lo digo así a él y nos reímos. 147
En Hooper Bay hay una niña que debe ir al hospital de Bethel. Se sienta junto a mí en el aeroplano y nos remontamos por las nubes dejando detrás de nosotros llanuras y más llanuras sin rastro alguno de vegetación ni de habitantes; llanuras que hoy son una sábana blanca y monótona y que en el verano son una serie sin fin de lagos, charcas, lagunas, yerbazales y más char ch arca cas. s. ¡Ay ¡Ay de dell aero aeropl plan anoo qu quee sufr sufraa un acci accide dent ntee en esta estass llan llanur uras as inhabitadas! Nosotros llegamos a Bethel sin novedad.
Por el mundo adelante fiados en Dios La lámpara del Santísimo me dio la bienvenida al entrar en mi iglesia tan callada y tan sola, y tan fría. Arrodillado en las gradas del altar entendí que los cambios de casa por obediencia ayudan sobremanera a despegarse de las criaturas y a abrazarse con el Creador. Cuando estamos mucho tiempo en la misma ocupación, fabricamos inconscientemente un nido blando y calentito en el que lo tenemos todo a pedir de boca. Es bueno y saludable echar a volar fiados en Dios y vivir en otro nido más rústico. Cuando con el correr de los años hayamos adornado ese nido con pajitas blandas y plumas suavísimas y volvamos a vivir sin que nos falte nada, se nos hará un favor inmenso destruyéndonos el nido y echándonos a volar de nuevo para hacer bien en el mundo. No aspiremos a otro descanso que al que nos deparen en el cielo. También entendí, o mejor sentí, que aun mirándolo de tejas abajo la vida en el Kusko es mucho más pacífica y placentera que en Akulurak, donde los cien pupilos meten un ruido infernal y encima lo tienen a uno mareado con tantos zapatos que se rompen, tantos sacos de harina que se van y tantas mantas que desaparecen sin que nadie lo pueda explicar. Y finalmente, para dar de una vez el tiro de gracia a Akulurak y sepultarla en olvido sempiterno ¿cómo se iban a enterar del Kusko los lectores de «E L SIGLO DE LAS MISIONES» si no hubiera venido yo aquí para contárselo? Meditando en esto se me ha ocurrido que cuando ya no me quede nada que contar sobre el Kusko, va a haber otro cambio de personal en la Misión y tal vez vaya yo a parar a algún otro rincón de Alaska que no ha salido a relucir en mis crónicas. 148
Con la máquina de escribir en una mano, el Breviario en la otra, y Jesucristo Jesucristo en mi corazón corazón iré yo mismo mismo por el mundo, mundo, impávido, impávido, a caza de almas y de noticias.
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XX
El viaje de Confirmación con Monseñor Gleeson
La pesadilla del tiempo En la asamblea constituyente que tuvimos en Akulurak me dijo el Sr. Obispo que iría u Nelson Island y desde de sde allí, por Chivak, vendría a Bethel Be thel en viaje de Confirmación. Sería cuestión de cuatro o cinco días. Me apresuré a ponerlo todo en orden para la visita episcopal; pero no me apresuré mucho, pues aquí, en el litoral occidental de Alaska, el hombre propone y el temporal dispone. Los cuatro o cinco días se convirtieron en cerca de tres semanas. Borr Bo rras asca cass de niev nievee co conn nieb niebla lass y brum brumas as tene tenebr bros osas as impi impidi dier eron on po por r completo los viajes aéreos. No creo haya otro lugar en el orbe donde se hable del tiempo tanto como lo hacemos aquí. Días y noches de temporales pésimos nos tienen continuamente en vilo, y todo nuestro afán es preguntarnos si mañana tendremos buen tiempo. El eterno mañana que, por no ser nunca hoy, no llega jamás. Otra pesadilla que gravita constantemente sobre nosotros es que el amanecer bueno no quiere decir que haya de seguir así todo el día. En un santiamén se vuelven las tornas y quedamos a merced de lo inesperado. ¡Cuántas veces los aeroplanos se lanzan alegres bajo un sol luminoso y tienen que volverse a toda máquina porque detrás de aquellos montes ha empezado a nevar furiosamente y la nieve pugna por alcanzarlos! En algunos casos la nieve los coge y tienen que aterrizar en tierra de nadie antes de que la nieve se espese y no vean donde aterrizan. En mi última visita a Kalskag, cuando ya estábamos a cinco minutos de la aldea comenzó nevar con tanta furia que nos vimos envueltos en verdaderos remolinos de nieve sin poder distinguir los extremos de las alas del avión. El piloto dio media vuelta a la derecha y volvió atrás a toda 150
máquina, logrando caminar más aprisa que la borrasca y saliendo al fin a un cielo diáfano que nos dio la vida. A los diez minutos de aterrizar en el aeródromo de partida, llegó la nieve, envolviéndolo todo en oscuridad. Yo la miré como se mira al toro desde la talanquera. A esto se reduce el viajar por estos llanos costeros; un verdadero juego de escondite. Pero, en fin, todo pasa y más tarde o más temprano llegamos siempre a nuestro destino.
Mons. Gleeson estudió en España El Señor Obispo llegó con mucho retraso, pero llegó. Era su segunda visita a Bethel. La primera había sido en el verano anterior, a poco de su consagración episcopal, cuando vino en plan de explorac ración y reconocimiento del terreno a él confiado. Llegó a Bethel a media tarde y aterrizó al otro lado del río, que aquí tiene 4 kilómetros de anchura. Le esperé de este lado; pero no venía. Le fui a buscar en una gasolinera: Al meterme por el aeródromo distinguí un bulto negro debajo de un bimotor y no me equivoqué. Allí estaba su Ilustrísima sentado con toda paz, en espera de acontecimientos. Ya nos conocíamos, pues convivimos unas semanas en el Colegio de Tacoma, Estado de Washington, en el verano de 1935. Después de los saludos de ritual, volvimos en la gasolinera que, por apechar contra el viento y la marea nos cargaba de espuma. Ya en casa, nos sentamos a charlar sin prisas. Estudió la Teología en Oña. Llegó a Espolia dos días después del golpe de Estado de Primo de Rivera y en aquel rinconcito burgalés estuvo cuatro años. Como había cerca de veinte yanquis en Oña, la tentación de hablar en inglés era muy grande y no siempre la venció. Por eso, aunque habla aún español, lo hablaría mucho mejor si no hubiera habido tantos yanquis en Oña. Le regalé un ejemplar de mis librejos alaskeños para refrescar el español. Los leyó a su tiempo; y como le preguntase yo un día si se había reído con ellos, me respondió que no era todo risas en esos escritos, sino que había de un pasaje y más de dos que arrancaban lágrimas. No dije más ni le volví yo a preguntar sobre el caso. 151
El nombramiento de Obispo Lo que si le pregunté fue si hubiera podido rechazar el nombramiento de Obispo siendo un jesuita que por vocación debe rehuir toda dignidad eclesiástica. Me respondió que hubiera sido demasiado tarde, pues no parece sino que todo el mando se enteró de su nombramiento antes que él. Una mañana después del desayuno le llegó una felicitación de los niños de la escuela de su pueblo natal a mil kilómetros de distancia. Él se echó a reír y continuó trajinando en su cuarto. A las pocas horas le llegó un telegrama del director de un semanario católico. Aquello empezaba a complicarse. Echó un sondeo en nuestra Universidad de Spokane y averiguó que allí ya lo sabían todos. Al día siguiente la noticia estaba en los periódicos. Dejó correr el agua sin más ruidos. Después de todo: «Roma locuta est, causa finita est»; habló Roma, no hay más que decir. Le pregunté si vivían sus padres; me respondió que no; que su padre había fallecido cuando él tenía once años, y su madre no hacía aún mucho tiempo. Aunque él es un cocinero consumado y yo tampoco lo hago del todo mal si me pongo a ello, no comimos en mi casa muchas veces. Entre invitaciones y la fonda sobrevivimos sin perder un adarme de peso. No hay cosa que le guste tanto como escuchar. Como a mí no hay cosa que me guste tanto como hablar, hacemos una pareja ideal.
Catorce confirmaciones En esta esta segu segund ndaa visi visita ta a Beth Bethel el co conf nfir irm mó cato catorc rcee en entr tree niño niñoss y mayores. Hay que hacer notar que aquí como en los Estados Unidos, la Jerarquía eclesiástica sigue la práctica de no confirmar sino después de haber hecho la primera Comunión por lo menos, para que así los confirmandos puedan ser instruidos y sepan lo que reciben. Esta práctica no la observó con toda rigidez el difunto Obispo Crimont que a veces confirmaba hasta los niños de pecho si preveía que no había de 152
volver a la aldea en muchos años. Nuestro actual Señor Obispo sigue la práctica de confirmar sólo a los que hayan comulgado, Terminada la confirmación en Bethel volamos a Kalskag. Como mi casita no estaba en condiciones de albergar a dos, su Ilu Ilustrí stríssima se alojó en la escu scuela ela del Gobierno rno donde convivi ivió familiarmente con el maestro que no es católico. Aquella primera noche en Kalskag me despertó el catequista y me informó que su hija se estaba muriendo. Corrí a su cabecera y pude ver que se trataba de un ataque cardiaco ocasionado tal vez por el cansancio de velar a su hijita recién fallecida. Como ella estaba medio consumida por la tisis, la fatiga la había postrado y puesto en trance de agonía. Pasé un par de horas junto al lecho. La pobre mujer se quejaba con bastante frecuencia, hasta que su padre —mi catequista— tomó en las manos el crucifijo y la increpó furibundo: —¿De qué te quejas, estando en cama con colchón? Mira al Señor en este leño. ¿Qué tiene? Espinas y clavos. ¿Y te atreves a quejarte tú? La enferma quedó atónita unos segundos y luego rompió a llorar. Dije yo para mis adentros: ¡Con este catequista estamos como queremos! Sin embargo, tomé la palabra para suavizar un poco la orenga del espartano catequista. La enferma no falleció. En Kalskag se confinaron once, todos niños de la escuela. Visitamos las casas de los eskimales para que se hartasen de ver de cerca al Señor Obispo y luego partimos por avión para Holy Cross. Como nos estaban esperando, pudimos recrearnos desde las nubes con la vista de grupos de niños muy agitados, verdaderas manchas negras en movimiento sobre un suelo blanco. Aquí en Holy Cross estábamos en casa propia, gracias a Dios, ¡y cómo se notaba!
Una Misa pontifical Desde luego se decidió celebrar una Misa pontifical por todo lo alto, sin omitir el más mínimo detalle prescrito por las rúbricas. Su Ilustrísima se revistió para la ceremonia en el edificio próximo a la Iglesia y marchamos en procesión como en las catedrales ca tedrales de verdad. Los dos Hermanos estudiantes jesuitas que están haciendo allí el Magisterio hicieron de diácono y subdiácono de honor, siempre al lado el Señor Obispo. Obi spo. 153
El Padre Superior hizo de preste asistente. El Padre Grif hizo de sub subdiáco ácono y yo de diác iácono. En el pres resbit biterio rio había bía una flo flota de monaguillos debidamente entrenados. El coro cantó magníficamente los himnos rituales y la Misa, y la iglesia estaba atestada de gente ente entre escolares y aldeanos. Salió todo como una seda. Yo me dejé saturar de liturgia, buena falta me hacía después de tantas aventuras por las riberas del Kusko siempre solo. Tuve distracciones de no poca duración recapacitando sobre la paz y el gozo que como lluvia primaveral caen mansamente sobre el alma durante las ceremonias rituales de Misas como éstas tan comunes en países católicos, y como nos vemos privados de eso los que andamos entre matorrales sin tener con frecuencia ni un sacristán que nos ayude la Misa. Cuantas veces he tenido yo Bendición con el Santísimo y he tenido quee en qu enccen ende derr las velas elas,, man manejar ejar el inc incen ensa sari rioo y aten atende derr a toda todass las las ceremonias por no tener en la iglesia un hombre inteligente a quien confiar semejantes menesteres. Y al terminar la Bendición y salir los parroquianos, tengo que apagar las velas, doblar las vestiduras, cubrir el altar, volver a su sitio el incensario sin otra compañía visible que la de los bancos, aunque con los ojos del espíritu veo legiones de ángeles postrados de hinojos ante la majestad divina del Señor tan escondido en el sagrario. Una Misa Pontifical en toda regla hace un bien inmenso al misionero solitario que va por esos andurriales roturando el terreno para que un día no muy lejano pueda producir frutos de bendición, feligreses tantos en número que nuestros sucesores puedan celebrar entre ellos Misas Pontificales como la que tuvimos hoy en Holy Cross. .
Las confirmaciones en Holy Cross Si por la mañana se regocijó tanto mi espíritu en la santa Misa, por la noche no me regocijé menos al presenciar la ceremonia de la Confirmación. Sesenta niños y niñas perfectamente alineados y entrenados se iban acercando de dos en dos a las gradas del altar donde estaba sentado el Señor Obispo con el báculo y la Mitra. Cada C ada uno traía su nombre en una esquela. Yo tomaba el papel, y pronunciaba en voz alta en latín el nominativo del nombre. Su Ilustrísima formaba el vocativo y procedía a impartir el 154
Sacramento. En sitios estratégicos estaban colocados los que limpiaban el óleo dé las frentes y los que entregaban un cuadro a modo de estampa que era todo un certificado de la recepción del sacramento de la Confirmación. Cuando confirmamos en aldeas eskimales, tengo que hacer yo de todo. Aquí hay un oficial para cada oficio. Al día siguiente tuve el honor de ayudar a su Ilustrísima a dar la primera Comunión a 37 niños y niñas, vestidos ellos con un trajecito limpio y un lazo en el brazo izquierdo, y ellas con un velo blanco y una corona de rosas artificiales. Estas monjas son admirables. ¿Qué haríamos aquí sin monjas? Estuvimos cinco días en Holy Cross. En el comedor nos sentábamos a la mesa nueve Jesuitas: su Ilustrísima, tres Padres, dos estudiantes y tres Hermanos Coadjutores. Cada comida era una verdadera tertulia para mí, acostumbrado a comer sólo con un libro en la izquierda y la cuchara en la derecha. Y luego eso de no tener que fregar platos es otro alivio que no pueden apreciar los que no han pasado por ello. Cuando el Señor Obispo está en mi casa y comemos aquí, yo lavo los platos y él los seca. Los que quieran saber qué es democracia, ya lo saben ahora.
Por Aniak y McGrath a Anchorage De Holy Cross ross sal salimos para Aniak donde confirm irmamos sei seis esk eskimalitos tos y de aquí volamos en un bimotor tor a McGrath donde confirmamos nueve, seis niños y tres adultos. Aquí me dijo el Señor Obispo que siguiera con él hasta Anchorage donde me esperaban las monjas del hospital para darles los Ejercicios. Subimos a otro bimotor y nos remontamos a 3.000 m. de altura para cubrir con holgura los picos de las sierras que son como el espinazo de Alaska con el monte McKinley por centro y cumbre, con su elevación de algo más de 7.000 metros. Al terminar de pasar la cordillera tuvimos que habérnoslas con unas corrientes de aire que produjeron cabeceos y retortijones del avión más que regulares; y como dicen que el gato escaldado huye del agua fría y yo estaba bastante escamado de accidentes aéreos, no me regocijé gran cosa. Pero no 155
pasó nada. Es de notar que estábamos en plena noche. Al caer sobre Anchorage y presenciar desde el avión las calles iluminadas, el espectáculo es algo grande.
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XXII XX
Ejercicios en el Hospital de Anchorage
La Hermana Solange En el hospital me dieron un cuarto con agua corriente y baño de los reservados para huéspedes. La encargada de barrerme el cuarto y de servirme las comidas es la Hermana Solange, canadiense de Montreal, de 50 años de edad. Su aspecto despide santidad y no me extrañaría que la viesen viese n un día en los altares. La pregunté inocentemente mil cosas y ella, incauta, me las respondió todas, sin saber que la iba a relucir relucir en EL SIGLO DE LAS MISIONES. Entró en el noviciado a los 18 años. En todos los jóvenes que la pretendían halló defectos. Ella aspiraba a lo perfecto. Hizo providencialmente los Ejercicios y se enamoró de Jesucristo, en quien no halló defecto alguno. Sintió la vocación y la siguió, saltando salta ndo por encima de todo. Nunca jamás ha tenido un minuto de tristeza en la Religión, aunque afirma que a los principios en días lluviosos o de borrasca lloraba a solas pensando en su hermanito; pero sin tristeza real; corrían las lágrimas sin que ella supiese apenas por qué corrían. Poco a poco, ni aun en lluvias torrenciales lloraba, hasta que por fin vino a reírse de que en otro tiempo llorase por eso. La trajeron a los Estados Unidos, donde estuvo 30 años seguidos, al fin de los cuales la enviaron a Saskatchewan, en el Canadá, donde se entrevistó con su familia. La volvieron a traer a los Estados Unirlos, y de allí vino a Alaska, donde lleva nueve años largos. Dice que el mayor sacrificio que la ha exigido Dios es el cambiar de 157
casa; pues por lo visto, la sangre francesa que corre por sus venas es como engrudo que se adhiere a cuanto toca, como nos acontece a los españoles castizos. Esa misma sangre tal vez sea la causa de que tenga tanto amor a Santa Teresita del Niño Jesús. En primer lugar, lleva el mismo apelativo cariñoso que la Santa, a saber: «gota de rocío», por el cual es conocida entre sus íntimas.
Cuadros, flores y frutas En mi cuarto puso seis cuadros de la Santa, empezando por el de la primera comunión y acabando por el de su glorificación en el Paraíso. Pregunté si no había en la casa algún cuadro de Santa Teresa de Jesús, la de Ávila, la Madre de la otra, y me respondió que no, pero que si yo quería uno —o varios— me los adquiriría. Respondí que lo dejase estar. No contenta con los cuadros de la Santa de Lisieux, me llenó de flores el cuarto; flores naturales, verdaderas, de esas que huelen, no como las que usamos en las costas de Bering, de papel, artificiales, sin olor. Dice que cada vez que hay un entierro, mandan las flores fúnebres al hospital para que se recreen con su vista los enfermos. Yo mismo presencié la entrega de verdaderas brazadas. Las cultivan en invernaderos y las venden caras en los funerales; porque el mundo moderno, que tiene en tan poco a santa Misa por los difuntos, gasta un dineral en flores que están verdes por la mañana y se secan por la tarde. Además de flores me trae una bandeja con manzanas y naranjas y un cuchillito muy bonitito para desmondarlas. Se lo agradezco, naturalmente; pero cuando estoy solo las como a bocados, por tres razones: a) para no manchar el cuchillo; b) para ahorrar tiempo, y c) porque así saben mucho mejor; y ésta es la verdadera razón. Esta Hermana no sabe hablar más que de cosas espirituales. Como estas conversaciones hacen tanto bien al alma, yo me meto por ellas muy ufano y descorro ante los ojos de la monja vistas panorámicas celestiales que ella retoca con frases muy atinadas, mientras el tiempo no pasa, sino que vuela. Ella no hace estos Ejercicios, porque tienen que quedar tres o cuatro libres para el trabajo, y se alegra; porque así puede conversar conmigo de 158
cosas de Dios, puede asistir a todos los puntos y pláticas y luego espera que el Señor Obispo me permita dar otros Ejercicios en Fairbanks, donde los hará ella por el verano. Sin pretender ofender a nadie con comparaciones odiosas, digo y afirmo que no he topado almas que me hayan hecho mejor impresión que la de esta monja canadiense.
Esclavas y Mercedarias españolas Un día me trajo una fotografía donde se veían las monjas Esclavas españolas que pasaron por aquí y pernoctaron en el hospital. Me dijo que lo primero que hicieron al llegar fue preguntar si estaba allí el Padre Llorente. Al oír la respuesta re spuesta negativa, las demás se sosegaron más o menos; pero una pequeñuca dio muestras de una decepción en todo regla. Llegaron bastante mareadas, pero se repusieron en seguida. En la sala de recreo se despacharon con ellas en inglés como pudieron. ¡Y que no estuviera yo allí! A ratos entre día por espacio de varios días me perseguía siempre la misma exclamación lastimera: ¡que no estuviera yo allí! Más tarde las Madres Mercedarias de Bérriz residentes en los Estados Unid Un idos os me co comu muni nica caro ronn qu quee cier cierto to día, día, a cier cierta ta ho hora ra,, ater aterri riza zarí ríaa en Anchorage su Madre General, que iba a visitar las Casas del Lejano Oriente. Me fue imposible volar a Anchorage en aquella coyuntura. ¿Volveré yo a verme con un español genuino? Dios lo haga.
Reflexiones sobre una fotografía Volviendo a la fotografía de las Esclavas, digo que al verlas quedé sumido en un pensamiento bien profundo por cierto. Todos habréis visto alguna vez fotografías como ésta de monjas o sacerdotes que parten para el Oriente con el crucifijo al pecho. pe cho. En algunas fotos se les ve subiendo al aeroplano de cuatro motores diciendo adiós con el sombrero o con la mano a secas. Rara vez pasan de media docena. ¿Qué nos dicen las monjas de esta fotografía tornada a medio camino del Japón? ¡Misterios de Dios! Estos son los instrumentos de que se quiere valer para conquistar el Imperio del Sol Naciente. Cuando los Estados Unidos y el Imperio Británico se pusieron a 159
conquistarlo por las armas, mandaron escuadras formidables con centenares de miles de guerreros armados hasta los dientes; flotas aéreas cargadas de bombas exterminadoras; escuadrillas de submarinos traidores con torpedos a punto de ser disparados en alta mar para dar con los barcos en el abismo Acechar, disparar, matar, torpedear, aniquilar, bombardear. Y vengan hombres y mueran hombres y vuelen ciudades y siémbrense los pueblos de huérfanos, de viudas, de mutilados y de desamparados. Y llámese a todo esto patriotismo, cruzada, democracia y civilización. Así conquistan los hombres.
Los instrumentos de Dios ¿Cómo conquista Dios? Ved a estas monjitas. No llegan a una docena. No tienen más arma que el crucifijo. No llevan en los ojos odio satánico a los japoneses. Al contrario, quieren a los japoneses. Y en cuanto a los ojos, van llorando aún por estar todavía reciente la despedida de sus familias que también quedaron llorando. Van llorosas, temblorosas ante la incertidumbre de lo que las espera esper a en el Lejano Oriente. A éstas y a otras otr as pocas como éstas ha encargado Dios la conquista para El del pueblo japonés. Dios quiso mandar más, muchas más; pero las otras no le escucharon. Prefirieron los bailes, los cines, las modas, los casorios y el hacer en todo su voluntad. O tal vez se opusieron a ello los padres, convertidos de repente en seres barbarizados que tendrán que dar de ello una cuenta tremenda el día del Juicio. Total, que lo único de que dispone Dios para convertir todo el Asia, son grupitos insignificantes de monjitas temblorosas como éstas; grupos de sacerdotes asimismo temblorosos que caen boquiabiertos en un mundo pagano para ellos desconocidos; grupos, en fin, de Hermanos legos sin otra instrucción que la de cocinar, cultivar la tierra o encuadernar libros. ¿Qué conquistan los hombres en la guerra? Conquistan odios. ¿Qué conquista Dios con sus monjitas y sus frailicos? Conquista los corazones. Poco a poco el Cristianismo se va extendiendo. Tiene, sí, avances y retrocesos, ganancias y pérdidas; pero se va extendiendo. En países antes paganos, ya hay almas vírgenes, sacerdotes celosos y verdaderos mártires de Cristo. Al volver a mirar a estas monjas en la foto, no las envidio; porque 160
también yo soy misionero. Pero si no lo fuera, no creo que pudiera ya vivir en paz el resto de mis días. ¡Qué gracia tan extraordinaria ser escogidos entre millones para salir de la casa paterna con ojos húmedos y pulso tembloroso y surcar los mares para caer en el mundo pagano como un grano que, al pudrirse, ha de producir el ciento por uno en conversiones, en santidad y en glorificación de Dios por toda la eternidad!
Dios llana a muchos Cada vez que veo estudiantes rebosando salud; chicos guapísimos con el cabello partido en crenchas muy galanas; jóvenes esbeltos que parecen cincelados por el buril del mismísimo Fidias; al pensar luego que o no son católicos, o si lo son, no aspiran más que a terminar una carrera que les facilite trabajar a la sombra, cobrar un sueldo ramplón, criar media docena de hijos y llegar luego a viejos sentados en la butaca de algún casino con compadres tan canos y calvos como ellos, se me subleva la sangre y me viene tentación de agarrarlos por las solapas s olapas y decirles con acento lastimero: —Pero, hombre, ¿no ves que estás perdiendo la ocasión de poderte cubrir de gloria marchando a las Misiones donde con tus fatigas, con tus dolo do lores res,, co conn tus tus esfue esfuerz rzos, os, co conn sufri sufrimi mien ento toss de todo todo gé géne nero ro lleva llevado doss alegremente por amor de Dios puedes convertir un sinnúmero de almas que glorifiquen eternamente contigo a Jesucristo? Nos sobran ya abogados, ingenieros, médicos y veterinarios. Lo que nos hace falta con toda urgencia son chicos como tú que vayan hoy mismo a los Noviciados y marchen luego a conquistar el mundo para Cristo. Si me dices que Dios no te llama, vete a la iglesia; arrodíllate ante el sagrario; di a la Santísima Virgen que presente Ella tu petición a su Divino Hijo. Diles que tú quieres venirte aquí de voluntario. Veremos luego si te llama Dios o no te llama. Dios llama a muchos; pero son pocos los que se dan por aludidos. Se excusan con que si la, novia, si la madre viuda, si la salud, si me comerán vivo los indios, si el suelo patrio, y en estas excusas se les pasa la juventud. Entre tanto Jesucristo sigue dando toquecitos a otros corazones jóvenes. «Mañana te abriremos —le responden— para lo mismo responder mañana». Total, que lo único de que dispone Dios para convertir al Japón — repitámoslo— son esos grupitos de almas temblorosas que van a ser la simiente de la gran cosecha venidera. 161
Quitémonos reverentes el sombrero e inclinémonos ante esas monjas españolas, hermanas nuestras que marchan a conquistar para Dais todo el Imperio del Sol Naciente. Todo esto se me ocurrió en Anchorage al ver la foto que me trajo la Hermana Solange.
En la azotea del hospital Esta misma Hermana me llevó un día a la azotea del hospital para que se me despejase la cabeza contemplando los montes nevados y los bloques de hielo llevados y traídos por las mareas que en este lugar son las segundas del mundo en ascenso y descenso de nivel. En estas aguas anclaban los galeones españoles enviados por el virrey de Méjico hace doscientos años. Hoy, a falta de galeones y por impedirlo los hielos flotantes, los barcos se han convertido en aéreos y da gusto ver como cruzan el cielo aviones de todas las marcas y tamaños. Debido a la tirantez de relaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin, Alaska posee una fuerza militar aérea considerable con base principal en Anchorage. Asimismo por estar en el cruce de caminos entre los Estados Unidos y el lejano Oriente, Alaska tiene en Anchorage —según dicen— el aeródromo mayor del mundo. Lo cierto es que en cualquier día del año se posan y alzan el vuelo en Anchorage más aviones que en Nueva York. Desde la azotea donde estuve unos veinte minutos no dejé de ver en ningún momento aeroplanos volando, y a ratos se veían escuadrillas de caza a velocidades fantásticas venir y perderse de vista en formación militar impecable. Pude ver también autogiros estrafalarios que me recordaran a nuestro Juan de la Cierva de tan ta n recio abolengo castellano.
Dentistas y médicos Estábamos en abril; pero con tanta nieve y tanto hielo era como estar en enero. Entre los edificios de la ciudad se destaca nuestra Iglesia recién edificada. Es de cemento, costeada por la ciudad a fuerza de rifas y loterías y con donativos considerables de personas sin religión como se acostumbra en este país original donde el amigo más generoso del sacerdote es el masón más 162
significado del lugar, en una mezcolanza político-religioso-social como no creo se dé en parte alguna del universo. La Iglesia no está terminada, pero está acondicionada para celebrar en ella y se llena tres veces todos los domingos. En uno de ellos dije yo la Misa de las nueve con unos 500 asistentes, todos blancos, como si estuviéramos en Chicago. Seguramente que pasan de 2.000 los católicos de Anchorage; sino que como son la mayoría semi-aventureros no acaban de radicarse nunca en un lugar fijo y de todo tienen menos de religión. Así y todo se va formando un núcleo de familias estables que son las que forman la espina dorsal de la parroquia. Una de esas familias es la de un dentista muy amigo nuestro. Este buen señor me examinó la dentadura y me dijo que estaba en condiciones excelentes. De los siete hijos que tiene, quiere que salgan por lo menos un cura y una monja. Dios le oiga. Hayy aq Ha aquí uí un médi médico co sin relig religió iónn amig amiguí uísi simo mo de los los misio misione nero ros. s. Abrigamos fundadas esperanzas de que entre pronto en el seno de la Iglesia. Oyéndome contar historias se reía tan estrepitosamente que sin poder contenerse en la butaca se echaba en el suelo y quedaba sobre cuatro patas con espasmos estentóreos de risa. Estando así, si pronunciaba yo una sola ppal alab abra ra,, me ha hací cíaa seña señass qu quee call callas asee ha hast staa qu quee se le no norrmaliz alizas asee la respiración. Dos veces huyó del cuarto, pues por lo visto su organismo no tenla capacidad para tanto ejercicio e jercicio muscular involuntario. Me regaló un par de botas rojas que le debieron costar un dineral. Más aún, me examinó de pies a cabeza y, me halló —son sus palabras— «como uno de esos toros que torean tore an en España».
Fruto de Ejercicios En cuanto a las monjas que hicieren los Ejercicios, quedaron muy animadas a continuar viviendo la tercera manera de humildad y a no salir jamás del Corazón ele Jesús donde las dejé a solas con su Amado. Al terminarlos, me invitaron a pasar el recreo de la noche y charlamos largo y tendido sobre una variedad poco menos que infinita de temas. El vuelo sobre las cordilleras camino de Bethel no tuvo cosa digna de 163
mencionarse. Cuatro horas seguidas por esas es as nubes parduzcas en un bimotor cargado de correspondencia y mercancías. Cuatro horas de oración y de rosarios. Otros pasajeros se dormían en posturas graciosísimas. En avión yo sólo me duermo en las kalendas griegas. El que no sepa cuándo son estas kalendas, que se lo pregunte a un bachiller. b achiller.
"Un llamamiento al amor" Al llega legarr a Beth ethel en enccon ontr tréé en el corre orreoo un libr libroo titu titula laddo «U «Unn llamamiento al amor» y dictado nada menos que por el mismo Jesucristo a nuestra madrileña Sor Josefa Menéndez que profesó y murió en la vecina Francia. Como ya tenía un ejemplar, éste me ha venido de perlas; pues así tengo uno siempre en Bethel y puedo llevar el otro en la maleta cuando viajo; porque yo ya no podría vivir sin este libro que parece estar escrito para mí solo. Para que nadie se asuste, sepan que el tal libro lleva la aprobación autógrafa de Su Santidad Pío XII cuando era aún cardenal. A este libro le llamaría yo una explicación casera de los Evangelios dada por Jesucristo en persona. Todo está resuelto en este libro: los problemas sociales y políticos, las virtudes, el pecado, la salvación de las almas, el aprovechamiento en la santidad, la teología mística; la unión más íntima con Dios, todo. Leyendo este libro, todos los otros libros pierden el gusto y se rebajan a una categoría de inferioridad increíble. No hablemos de novelas u otra literatura barata indigna de toda persona culta; sino los mismos tratados religiosos escritos por los Santos, si los comparamos con este libro, son tanteos a ciegas; y esto no porque se nos digan cosas nuevas, sino por la manera en que se nos dicen. Es imposible digerir este libro y continuar siendo una medianía en la vida espiritual. Este libro se abrirá camino inconteniblemente y hará bien a las almas hasta el fin del mundo. Debiera haber un ejemplar en todos los hogares; por lo menos la edición especial del Mensaje del Señor al mundo. No sé qué más puede decirnos el Señor para darnos a entender lo mucho que nos ama y el gusto con que nos perdona, ni cómo se nos va a decir más claro nuestra ingrata correspondencia a tanto amor y cariño. 164
El que compre una novela y diga que no tiene dinero para comprar c omprar este libro, que no se queje luego cuando al morir se le presente el porvenir negro y pavoroso. En su mano está ahora vivir feliz y morir con ardores de serafín. Porque este es uno de les efectos de la lectura de este libro; trae lágrimas felices y quita el miedo que tenemos a la muerte. ¿Qué más podemos pedir nosotros pobres mortales que vivimos tan preocupados y tememos tanto morirnos? Sor Josefa Menéndez, madrileña, subirá un día a los altares, y si vivo yo entonces, la nombraré patrona de la primera iglesia que edifique en este país de los eternos hielos.
El Hermano Morfi y la nostalgia de Alaska Asimismo en Bethel me encontré con el Hermano Morfi, el de Akulurak, que volvía de los Estados Unidos donde lograron dar con la raíz de sus dolencias interiores, que es ni más ni menos que una úlcera en el duodeno. Akulurak entera se echó a temblar ante el temor de que no volviese el Hermano, y elevaron al cielo preces y novenas por su retorno. Debido a la escasez de Hermanos no tenemos más que dos en Akulurak. Si perdemos al Hermano Morfi, la Misión queda perniquebrada, pues el otro es nuevo y sin experiencia. De ahí el alegrón general al volver a ver entre nosotros al experimentado Hermano Morfi. Sentados junto a la estufa departimos ampliamente sobre temas y problemas misionales. Me mira incrédulo y no poco intrigado cuando le digo que le conoce media España. Volvía resuelto a no volver a los Estados Unidos y prefiere morir y ser enterrado en Alaska. Dice que el ruido de tranvías y autos y radios y la aglomeración de gente en los cruces de calles y todo el tinglado moderno de las ciudades son como para volverle a uno loco de atar. a tar. El barullo del puerto de Scatle le tenía sencillamente atontado. Soñaba con los espacios infinitos de Alaska sumidos en silencio sempiterno. sempiterno. Nos pusimos a argüir sobre la causa de que los veteranos de Alaska, tanto misioneros como seglares, se encariñen tanto con Alaska; y convinimos en que la causa principal es que en los Estados Unidos hay libertad política y social, pero no individual. Allí el individuo no puede dar un paso sin que pise o le pisen en los callos. 165
Aquí un blanco es un ser excepcional. Para reunir dos docenas de blancos en las costas de Bering, hay que cubrir un terreno tan extenso como Extremadura. Una vez aclimatados a estas soledades, los codazos y empujones de las turbas al subir al tranvía resultan insoportables. El Hermano Morfi volvió muy ufano a su Akulurak donde lleva 34 años y donde vivirá contento el resto de su peregrinación sobre la tierra.
Conclusión Aquí en Bethel seguimos todos de buen humor haciendo frente a los fríos invernales, a las inundaciones del mes de mayo, a los mosquitos de junio y julio, a las lluvias incesantes del otoño y a cuanto se nos atraviese en el camino que nos hemos trazado. No estamos solos. Tenemos con nosotros a Jesucristo que vive en medio de la aldea y, sin que nosotros tal vez lo notemos, desde su escondite del sagrario nos bendice y aparta de nosotros todo género de males y peligros. Sea El bendito y alabado para siempre. Amén. Dado en la muy loable ciudad de Bethel a los 21 de junio del año de gracia de mil e novecientos e cuarenta e nueve.
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XXII
Buen tiempo en Magraz
Ante un cielo azul Por fin, al cabo de catorce años de esperanzas frustradas, he logrado lo que con tanto anhelo deseaba ¿Y qué es lo que esperaba? Pues esperaba un día con buen tiempo en Alaska, y nunca lo había conseguido. Unas veces era el viento, otras la cellisca, otras la lluvia, otras los mosquitos, otras el cielo gris y tristón, otras el frío extremado, otras las tormentas desencadenadas, y así siempre. Pero hoy, por fin, al mediodía, apenas traspuse los umbrales de mi modesta casa, tuve que admitir que efectivamente éste era el día que había hecho el Señor para saciar mis ansias almacenadas de un tiempo bonancible por dondequiera que se le mirase. Estarnos en McGrath, en el centro de Alaska, en un centro geográfico casi equidistante de las cuatro metrópolis del interior de la península, a saber: Nome, Fairbanks, Bethel y Anchorage. Estoy en la pista pavimentada que llamamos aeródromo. Camino como doscientos pasos de Norte a Sur y me siento en un ribazo pedregoso cubierto de yerbajos que doblo y desdoblo hasta formar con ellos una almohada que me encanta. El cielo está de un azul rara vez visto por aquí, con jirones blanquecinos que flotan perezosos, sin prisas, casi estáticos.
Todo paz y silencio A mi derecha y a respetable distancia, se alza el monte Takotna poblado de abetos resinosos que ocultan en su espesura osos negros reventando de gordos. En los claros de pradera que hay entre los árboles crecen moras que son el postre predilecto de los osos cuando vuelven al amanecer 167
del río donde se embuten de peces. En frente de mí se extiende una llanura inmensa cortada abruptamente por las cordilleras de nieves eternas que parten del monte McKinley y llegan hasta las islas Aleutianas A leutianas formando la espina dorsal de la península. A mi izquierda se suceden montículos poblados de árboles verdinegros por entre los que culebrea el río Kusko de aguas tan profundas como sucias durante el verano por las crecidas que ocasionan las lluvias que por aquí parecen no tener fin. A mi espalda están las casas de la aldea, alineadas unas y en bonito desorden otras, pero todas limpias y bien cuidadas. Me quito la gorra de aviador que llevo y me extasío contemplando el panorama. No hay viento, ni hace frío ni calor. El sol brilla sereno e inmutable. Todo es paz y silencio. ¡Qué bien se está aquí! Leí en cierta ocasión que un grupo de profesores yanquis de ambos sexos fue a Grecia en e n plan de turismo y educación clásica. Come Co menz nzaro aronn muy muy ufan ufanos os la subid subidaa al Parte Partenó nón. n. Un Unaa señor señorit itaa se adelantó al grupo y al llegar a cierta cima se sentó a contemplar el panorama. Lo que allí vieron sus ojos, unido a las nostalgias de clasicismo ático multisecular la impresionó tanto, que sin poderse contener rompió a llorar. En esto se acercaba el grupo jadeante y sudoroso, y un profesor al verla llorar la dijo condolido: —¡Ay, hija, no me extraña que llore; a mí también me duelen los pies una atrocidad! Yo me pregunto a mí mismo: Si abrumado por lo placentero del día, por la paz, el silencio y la hermosura del ambiente rompiese a llorar y me sorprendiese algún curioso ¿a qué lo achacaría? Por eso, para evitar interpretaciones rastreras, mantengo secas las pupilas y sigo bañándome en esta atmósfera impregnada de belleza natural incomparable.
La llegada do un "Douglas" De pronto se oye un ruido de moscardón lejano que se va acentuando cada vez más. Es un bimotor «Douglas». No le veo aún, pero me apostaría la cabeza a que es un «Douglas». 168
Los soldados en las trincheras conocen el calibre del obús que pasa por el timbre peculiar del silbido. En estas trincheras imaginarías donde me bato yo cuerpo a cuerpo y lucho por la extensión del reinado de Cristo en la tierra, me he familiarizado ya tanto con los aeroplanos, que distingo, sin mirarlos, al Douglas, al Cessna, al Vega, al Stimson, al que sea. Cada motor tiene su sonido peculiar. Este zumbido que se está acentuando por momentos es efectivamente de un Douglas. Ya lo diviso allá lejos en las nubes. Al ser herido por los rayos solares el metal que lo cubre refleja la luz como un espejo. Viene a velas desplegadas, con los motores como fauces de monstruo prehistórico a punto de caer sobre la presa. Ahí viene; ya está cerca. Traza un círculo sobre el aeródromo a unos 300 metros y de repente se ladea y desciende buscando la línea recta de la pista Norte a Sur que es la más larga. Afloja la marcha. La afloja más. Enfoca la pista y viene bajando, bajando, sobre las colinas, cruza el rio, salva unos plantíos de arbustos y se posa sobre el cemento con esas llantas de goma monumentales. Rueda delante de mí con velocidad vertiginosa que poco a poco decrece hasta que, a punto de pararse, vira en redondo y vuelve a pasar ante mí despacio y majestuoso camino de las oficinas. Da unos resoplidos fuertes y al fin queda inmóvil como atleta que ha terminado la carrera y se tiende a descansar sobre el mullido césped. Este Douglas tiene capacidad para tres toneladas y vuela a 250 kilómetros por hora, aunque pudiera volar más rápido si hubiera prisa. Sin mercancías da cabida a 25 pasajeros. Cuando viajo en él me siento siempre en medio, entre las alas, pues es un hecho científico que, en el centro hay menos vaivén que en los extremos. Del aeródromo salen varios pasajeros. Desde mi asiento noto que algunos parecen cohibidos; señal de que son nuevos en Alaska. Otros, en cambio, se mueven muy garbosos y saludan acá y allá; señal de que son veteranos que vuelven de un viaje de negocios o recreo por los Estados Unidos. Sale Salenn tambi también én del aerop aeropla lano no sacas sacas de co corre rresp spon onde denc ncia, ia, cajo cajone nes, s, paquetes, cajas y maletas. Pasados unos 25 minutos giran de nuevo las hélices y el aparato comienza a pavonearse por la pista. Zumban los motores cada vez más fuerte. El Douglas embiste la pista de Este a Oeste, acelera la marcha y en un 169
infierno de ruido desesperante despega y se pierde detrás de un monte lejano. Quedo envuelto en un silencio sedante rodeado de luz; de paz y de verdura.
Un día sin precedente Sobre todo la paz. ¡Qué paz reina hoy en MacGrath! Tal vez en estos momentos cruza el mar Caribe un tifón catastrófico que deja a su paso barcos hundidos e islas destrozadas. Tal vez se está librando una batalla campal en los campos milenarios de la China. Tal vez acaba de nacer un volcán que pone en huida despavorida a los incautos habitantes de una isla filipina. Tal vez... Aquí, en McGrath, en este día del mes de agosto no hay tifones, ni guerras, ni volcanes, ni siquiera frío ni calor. Ello es lo que me tiene como embrujado. Ni frío ni calor; ni viento ni lluvia; ni nubarrones ni mosquitos; ni niebla, ni escarcha, ni nada que pudiera considerarse mancha o arruga en la bonanza de este día sin precedente memorable. Este es un día perfecto. ¿Cuánto tiempo voy a estar sentado aquí? No lo sé. Probablemente seis o siete horas, hasta que haya anochecido. Los que viven en climas bonancibles no lo saben apreciar; como no apreciamos la vista los que no estamos ciegos, ni apreciamos la respiración fácil los que no tenemos asma. Hoy me voy a vengar de catorce años de tiempo más o menos desagradable y voy a mirar al cielo azul y a las sierras lejanas hasta que me duela el pescuezo pes cuezo y se me cansen los ojos. Sobre los picos elevados de la sierra blanca aparecen y desaparecen nubecillas blancas como vellones de lana purísima. A medida que el sol y la tierra cambian de postura, el tinte del arbolado en las faldas de los montes sufre cambios apreciables dentro del verde básico.
Las garzas, criaturas de Dios Sobre la aldea veo volar en perfecta formación siete garzas preciosas. La ley veda cazarlas y ellas parece que lo han adivinado, pues tienen la osadía de posarse en un charco tan cerca de mí que las alcanzaría con un tirador de goma. Ahíí están Ah están,, tiesa tiesass co como mo torre torres, s, qu quie ieta tas, s, impá impávi vida das, s, he herm rmos osís ísim imas as.. 170
¿Quiénes son las madres y quiénes las hijas? Imposible discernirlas. Las hijas han crecido y alcanzado el tamaño normal. Dos o tres dan una zancada y un picotazo en el lodo y vuelven a otear el ho hori rizo zont ntee con sus sus cu cuel ello loss de grúa grúa legí legíti tima ma,, qu quie ieta tas, s, impá impávvida das, s, hermosísimas. Sin mover el cuerpo tiro unas piedras en su dirección. Lo han notado. Los cuellos ahora se estiran como si fueran de goma y lo mismo se diga de las zancas. Aunque algo lejos, me parece ver sus ojos a punto de salirse de las órbitas. ¡Qué hermosas las hizo Dios! Como a mí también me hizo Dios (aunque más feo), resulta que somos hermanos. Garzas, hermanas mías, no me tengáis miedo, no me tengáis miedo, que no os haré daño. Si para San Francisco de Asís el lobo era un hermano, mucho más lo sois vosotras para mí. Me han debido adivinar los pensamientos, pues han depuesto la tirantez y han vuelto a picotear y a dar zancadas en el lodo del charco vecino. ¡Qué mansas parecen, como si fueran domesticadas! De pronto se me alarman. Por entre dos montes cercanos se ve venir un aeroplano con flotadores y el ruido crece y se acerca con velocidad inquietante. Las garzas se alborotan e intentan echar a correr; pero el ruido está ya tan cerca que optan por alzar el vuelo en un «sálvese el que pueda». Lo que ahora veo parece cosa de magia. Al elevarse las garzas sobre los árboles, pasaron tan cerca del aeroplano que no las aplastó por un milagro. Si las hubiera tocado la hélice, hubiéramos tenido un aterrizaje fatal. Se han dado casos de estos en Norteamérica con pérdida de vidas humanas. Nuestro aeroplano pasa veloz sobre mí y se dirige a la izquierda donde zigzagu zigzaguea ea el Kusko Kuskokw kwim im que le espera espera en sus sus aguas aguas mansas mansas y lodosa lodosas. s. El piloto traza un círculo elegante sobre el río, afloja la marcha, enfoca la corriente y cae suavemente sobre el agua con una gracia que le enaltece. A los pocos minutos para el motor y vuelvo a quedar en e n un silencio ideal.
Lo que perdieron los yanquis En las faldas de los montes las sombras van cambiando de puesto. Yo me entretengo tirando piedrecitas a un palitroque cercano. Soy mal tirador y doy uno en el clavo y ciento en la herradura. 171
El suelo que antes me pareció mullido, ahora me resulta duro. ¿Me levantaré? ¡Si tuviera con quién pasear! Los yanquis han perdido el arte de pasear. Les parece tiempo desperdiciado y no lo es. Asimismo han perdido el arte de conversar. La radio, el cine, la revista y el periódico llevan la conversación en un monólogo irritante. Ya no se conversa ¡con lo que me gusta a mí conversar! La falta de conversación es una de las cruces más pesadas que he tenido que ofrecer a Dios en el Nuevo Mundo anglosajón. Siempre tienen prisa. Correr, producir, ganar dinero. Claro que hay excepciones; pero esa es la tendencia general. Un diplomático yanqui en la ciudad de Méjico al ir todas las mañanas al consulado, tenía que doblar una esquina donde vendía naranjas una mestiza entrada en años. El buen señor compraba todos los días tres naranjas. Un día le visitaron unos familiares y quiso comprar toda la canasta para agasajarlos. La vieja se negó a complacerle y dio esta razón: —Si a media mañana vendo todas las naranjas, ¿qué voy a hacer el resto del día? El yanqui se quedó sin respirar. En los Estados Unidos se corre por otra canasta y se vende. Entre hispanos bástate a cada día su canasta. «Sufficit diei malitia sua». Tampoco tienen los yanquis palabras para siesta y nos la han robado. Es decir, nos han robado la palabra, porque la siesta no la duermen. Duermen, sí, cuando se sienten cansados; pero no a una hora determinada como lo hacemos nosotros con la siesta. Lo que hizo pasajeramente simpática por aquí la guerra civil española antes de la llegada de la hez roja internacional, fue la noticia noti cia reminiscente de tiempos heroicos de que los dos bandos habían convenido en no disparar durante la siesta. Yo mismo, aunque apenado por la guerra, me reí complacido y sentí como nunca el orgullo de ser español. ¡Viva la siesta española, y mal año para el que nos despierte de ella!
Viendo correr el agua Pero volvamos a Alaska. Bendito sea Dios, que nos ha dado un día tan humano y tan ameno. Me levanto al fin y doy un paseo a lo largo del aeródromo. Cruzo unos matorrales y llego al río. Camino río abajo un buen trecho que vuelvo a desandar río arriba. 172
Las orillas tienen yerba crecida. Arranco unas brazadas y me siento de nuevo contemplando la corriente reposada del río profundo y silencioso. s ilencioso. Ver correr el agua es de lo más sedante y poético que existe. Viendo correr el agua del río Cardoner tuvo San Ignacio inteligencias inenarrables. Yo, pobre de mí, no hilo tan t an fino y me contento con elevarme a Dios a mi manera, pero también me elevo, De estas elevaciones me saca una bandada de patos que caen sobre el agua ag ua co como mo si fuer fueran an pied piedra ras. s. Pare Parecce impo imposi sibl blee qu quee se tire tirenn tan tan vio violentamente sin hacerse daño. Nadan y se divierten juguetones. Se hunden, y vuelven a salir donde menos se esperaba. Cazan insectos y moscas. Se sumergen y salen a flote. Ya se juntan, ya se apartan. Se están dando la gran vida. ¡Con qué cariño tan paternal los cuida Dios! Esto Estoss son son tamb tambié iénn he herm rman anos os míos míos.. ¿Me ¿Me qu queerrán rrán ello elloss a mí po por r hermano? Los llamo con una voz que saco de no sé dónde, y los muy descastados alzan el vuelo y se pierden en lontananza. En el aeródromo zumban motores de marca Vega. Siempre que oigo este nombre me acuerdo de aquel señor viejo de mi pueblo que vivía cerca de la torre de la iglesia. Los chicos tirábamos piedras a las campanas y casi todas caían en su corral sembrando el pánico entre las gallinas. El buen viejo salía tras de nosotros, pero no nos pillaba. Al darse por vencido nos voceaba con el puño en alto: —Si no estáis enducáus, yo vos enducaré. Aquí junto al Kusko estas palabras me alegran el alma.
La puesta del sol En esto me va entrando hambre; pero me hago el desentendido. Mi manjar hoy es saciarme de la paz y belleza del día que Dios nos ha concedido. Pan y alubias nunca me faltarán; en cambio un día como éste no lo tendré siempre conmigo. Me levanto y camino hacia el aeródromo cruzando maleza sin temor a picaduras venenosas por no haber en Alaska culebras ni reptiles venenosas de ninguna especie. El sol se empieza a ocultar detrás de los montes; primero un poco, luego más; ya se ocultó. Ahora la luz sobre las crestas de los montes lejanos tiene tintes fantásticos, semiazulados, purpurinos. 173
El sol se pone de verdad dejando tras sí en el horizonte verdaderas hogueras rojas que me tienen hipnotizado. No corre la brisa ni hace frío ni calor. Yo estoy de pie medio alelado. ¿Cuándo voy a guisar la cena? ¡Que la guise Rita! Yo tengo que apurar el placer embriagador de esta puesta de sol inusitada. Por dos dólares sarnosos me darán en la venta una cena de príncipe. En todo el firmamento al poniente las nubes son un despilfarro de luces y colores, Me canso de estar de pie y no es cosa de volver a sentarme. Pronto sald saldrá ránn las las estr estrel ella las. s. Tal Tal ve vezz maña mañana na teng tengam amos os torm tormen enta ta.. ¿Cuá ¿Cuánd ndoo volveremos a tener otro día como éste? ¿Tendré que esperar otros catorce años? Pero no es esta hora de pesimismos ni pensamientos tristes. Vuelvo a casa totalmente renovado y me postro reverente ante el sagrario iluminado por la lámpara ritual. A solas con el Señor le doy gracias sincerísimas por habernos dado este día tan hermoso y tan inmerecido. Me acuesto en espera de otro día parecido.
Al otro día Al amanecer me despertó el ruido placentero de la lluvia sobre el tejado. Envuelto en mantas de lana (nunca en sábanas porque son muy frías) no hay gozo comparable al que se experimenta oyendo llover sobre las tejas. Pero ¡hay que levantarse! A los bizarros misioneros que se baten con denuedo y mueren al pie del cañón, les cuesta levantarse por la mañana lo mismo que les acontece a los estudiantes de medicina o a los comerciantes. Si yo fuera Papa 24 horas y me probasen que un Religioso murió sin haber dejado nunca de levantarse al toque de la campana, le canonizaría aquella misma tarde. En Alaska cuesta levantarse más que en Cuba, pues al salir de la cama corre uno peligro de convertirse en carámbano en los meses que van de octubre a mayo. En agosto da gusto saltar del lecho y contemplar los montes verdes y soleados. El «quid» está en levantarse puntualmente los 365 días del año durante toda la vida religiosa. Desde hoy quedo esperando otro día de bonanza como el que acabo de desc de scri ribi bir; r; y si lleg llegaa —q —que ue lleg llegar ará— á— ha haré ré lo po posi sibl blee po porr po pone nerl rloo en conocimiento de los lectores de E L SIGLO DE LAS MISIONES que creen que aquí 174
vivimos siempre en casas de nieve y se nos pasan seis meses justos sin ver el sol. ¡Ni tan calvo que se le vean los sesos! Nadie se amedrente. Hay, si, meses enteros de climas horrendos; pero no faltan durante el año días placenteros como el del aquí en McGrath en el centro mismo de Alaska, a distancia relativamente corta de las lomas del Polo Norte. Y a propósito de lomas. La aviación militar norteamericana hace vuelos periódicos sobre el Polo Norte. Lo único que nos han dicho los que lo han visto es que el Polo Norte es un mar profundo y helado. En agosto se ven por allí aberturas en el hielo con bloques flotantes, en una soledad espantosa. El Polo Sur por el contrario es una verdadera cadena de montañas cubiertas perpetuamente de nieve añadida a más nieve. En adelante tal vez sea más correcto cambiar la palabra «lomas» por las «hondonadas» del Polo Norte. Allí es donde no se ve el sol en seis meses. Comparados con aquellas hondonadas, los valles alaskanos son restos que nos quedaron del paraíso terrenal.
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XXIII
La Isla de las Zanahorias
Buscando silencio Aunque alguno no me lo crea, digo y afirmo que el silencio de Alaska en ge gene nera rall nu nunc ncaa me ha sati satisf sfec echo ho po porr co comp mple leto to.. Todo Todo es rela relati tivo vo.. Comparados con los que viven en ciudades, los eskimales vivimos en un cementerio; pero aun los eskimales hacemos ruido. Todos los días viene alguno a mi casa; y si no viene, puede venir; y esta posibilidad de que venga, corta de raíz toda seguridad de poder guardar silencio. Yo había venido soñando varios años en una choza solitaria en la espesura del bosque o en la pampa deshabitada, para poder hacer en un silencio total los ocho días de Ejercicios Espirituales que tenemos que hacer los Religiosos todos los años. En Akulurak aúllan los perros y grita la chiquillería; en Kotzebue mi casa estaba justamente en mitad de la aldea y todo se volvía ir y venir de transeúntes; en Holy Cross el ruido es paralelo al de Akulurak, sólo que mucho mayor; en Fairbanks o Anchorage es como meterse por las calles de Nueva York; y así todo. Aquí en el vastísimo Kusko, por más que estudié la situación, no hallé nunca lo que pretendía. Ya me había resignado a lo inevitable, estando Dios nuestro Señor que oye los clamores de los pobres y los socorre en tiempo oportuno, vino en mi ayuda y me deparó benignamente la soñada mansión solitaria. Es el caso que las monjas de Holy Cross me volvieron a pedir que les diese los Ejercicios por segunda vez. Accedí gustoso a sus ruegos y me prese present ntéé en Ho Holy ly Cross Cross preci precisa same ment ntee cu cuan ando do esta estaba bann recog recogien iendo do las las hortalizas, que es a mediados de septiembre. Como tendría que aguardar unos días a que estuviesen listas, decidí 176
hacer yo mismo los Ejercicios, que no los había hecho aún y que serían la mejor preparación para dárselos a ellas. Hablando sobre mis sueños de chozas solitarias, me propusieron los misioneros de Holy Cross monopolizar el barco fluvial de 14 toneladas que tienen allí; alejarme con él a algún paraje solitario; echar el ancla en alguna playa pedregosa y pasar allí yo solo los ocho días reglamentarios. Casi lo hice; pero vine a desechar la idea por la repugnancia innata que tengo a flotar sea en el agua, sea en el aire. A mí me gusta pisar en tierra firme, y allá las olas y los vuelos para el que los quiera.
La cabaña de maderos El Hermano Luis Laird, S. J., mencionó casualmente una cabaña de maderos a unas dos leguas de Holy Cross entre árboles y a la orilla de uno de los muchos afluentes del gran Yukón. Se trataba de una isla entre afluentes sin más viviendas que la mencionada cabaña. Me empezó a gustar la idea. La tal cabaña pertenecía a un eskimal de buena pasta que vive en la aldea aldea de Ho Holy ly Cros Cros y la usa usa alg algun unaa que que otra otra vez vez en el inv invie iern rnoo cuan cuando do va va de caza de zorras y visones. Me entrevisté con él y me dijo que usara la choza cuando y como quisiese. Como quien dice la cosa más natural del mundo, me previno que estuviera siempre armado, porque la tal isla está infestada de osos negros. ¡Santos cielos! Se me cayó el alma a los pies. Pero el Hermano Laird, que es un cazador cazador de fama, me me animó animó a seguir adelante adelante con la aventura. aventura. La solución no podía ser más sencilla; juntamente con el altar portátil y el saco de dormir llevaría un rifle y un puñal; el rifle para levantarle al oso la tapa de los sesos, y el puñal para desollarle. ¡Menuda figura que pintaría yo arremangado y desollando un oso negro entre dos meditaciones!
Prácticas de puntería Para disipar de una vez todo temor, fuimos el Hermano y yo a las afueras y allí me ejercité e jercité en tirar al blanco. Pusimos una hojalata a 20 metros y ¡pun, pun! Las balas son del tipo dun-dun con punta blanda que al penetrar 177
en el cuerpo se abren abr en a manera de hongo y causan un destrozo fenomenal. Fue para mí una revelación lo cerca que le rondé a la hojalata, y hasta la perforé un par de veces. El Hermano me dijo que tuviera confianza; que si le daba a la hojalata, mucho mejor le daría al oso que era cincuenta veces mayor. El hecho de que la hojalata se estaba quieta y el oso no lo estaría, no lo discutimos; como tampoco discutimos la probabilidad casi cierta de que la presencia del oso me pudiera ocasionar tal temblor de piernas y brazos que diera al traste con todos mis tiros al blanco. El Hermano ha cazado muchos osos, y lo mismo se diga del dueño de la choza. Me aseguraron que por lo general el oso negro huye del hombre y hace cuánto puede por evitar con él todo encuentro; pero si acontece encontrarse con él de repente, el oso ataca feroz e infaliblemente. Y eso es precisamente lo que hace el buen cazador: se mete por los árboles sin hacer ruido y con la mano al gatillo. Salta el oso y ¡zas! dos balazos: uno en la espina dorsal y el otro en el corazón. El primer disparo le paraliza y el segundo le mata. Con un balazo en el corazón corre el oso 50 metros destrozando cuanto encuentra a su paso. Por eso es e s menester paralizarle primero. El disparo infalible es en los sesos; pero resulta que tienen el cráneo tan duro y con una curvatura tan especial que con frecuencia resbala el proyectil. En tales casos el cazador se juega la vida en cada fracción de segundo que sigue.
Pan y zanahorias Con esta teoría tan bonita en la cabeza y con mi experiencia de tiros al blanco, me decidí a arremeter con la aventura. Pedí a la Hermana cocinera cuatro molletes de pan y cuatro libras de zanahorias. En Holy Cross cultivan hortalizas que crecen muy guapas en los meses de verano. Yo prefiero las zanahorias a todas las demás. Son tan rojas, tan frescas y tan jugosas que me da gusto molerlas con los caninos. La cocinera me preguntó qué más deseaba. Resuenen que pan y zanahorias bastaban y sobraban. Estábamos en la cocina y todos se rieron en grande. —¿Pero va a vivir de zanahorias toda la semana?— me preguntaban incrédulos. 178
Respondí que sí. Aduje como razón que una de las causas porque hoy no prod produc ucen en los los Ejer Ejerci cici cios os el frut frutoo sens sensac acio iona nall qu quee prod produj ujer eron on a los los principios es que no ayunamos cuando los hacemos. Yo iba a hacer los Ejercicios, no a banquetear. Pan y zanahorias y algún trozo de pescado pes cado ahumado eran suficientes para mantenerme hecho un Hércules. Los Santos pasaban varios días sin comer. Estas razones dichas en tono de quien riñe, los acallaron a todos. La Hermana cocinera bajó la cabeza y me entregó en un cajón el pan y las zanahorias. Su corazón de madre prevaleció sobre la cabeza y añadió de su cosecha otros alimentos en latas que no quise abrir abr ir cuando los descubrí. El Hermano Laird y yo cargamos con los bártulos y nos dirigimos a la isla que desde aquel punto y ahora quedó bautizada con el nombre de Isla de las Zanahorias.
En la isla solitaria Salimos en gasolinera después del desayuno; subimos río arriba unos tres cuartos de hora; cruzamos el gran río; nos metimos por un afluente tortuoso que se entroncaba con otros no menos tortuosos, y a eso del mediodía hicimos alto junto a una playa arenosa, La orilla estaba cortada a tajo. Trepamos sin dificultad y nos vimos en presencia de una caseta de maderos sobre cuyo frontispicio se erguía la cornamenta de un reno gigante clavada allí según la usanza del país. país . Entramos en el recinto saturado de humedad. Una estufilla, una tarima para dormir y un tajo para sentarse. Eso era todo. Ni mesa ni silla ni nada más. La tarima era tan corta que tendría que encogerme mucho para caber en ella. El espacioso suelo me sonrió acogedor, y yo acepté agradecido su ofrecimiento. La casa tenía exactamente dos metros de ancha por cuatro de larga. Metimos el pan y las zanahorias que pusimos en un rincón. Metimos asimismo el altar que llevaba en la maleta, el saco de dormir, el rifle y las balas, un hacha para partir leña y un farol de petróleo. Hici Hicim mos fueg fuegoo pa para ra ve verr có cómo mo func funcio iona naba ba la estu estufa fa —fun —funci cion onóó perfectamente— y el buen Hermano se despidió de mí rogándome no le olvidase en mis oraciones y sacrificios. 179
Partió a toda mecha en la gasolinera. Desapareció en el primer recodo del río y al poco rato ya no se oía el motor. De pie a la orilla del río giré sobre los tacones y de un vistazo me hice cargo de la situación. La vegetación era exuberante. El río culebreaba al lado sur; pero al norte se abría anchísimo como un lago y se perdía al doblarse en la espesura a cosa de 2 kilómetros. Entre el agua y la orilla se extendía una faja de arena no muy seca. Para consuelo mío no descubrí ninguna huella de oso. Entre en la caseta tan pequeña, tan pobre, tan oscura y tan silenciosa que se me empezó a regocijar el alma con gozo que parecía afluir a los mismos huesos.
Distribuyendo el tiempo Esto era lo que había estado ambicionando tanto tiempo. Dios tiene secr secret etos os impo import rtan antí tísi simo moss qu quee co comu muni nica carr al alma alma y yo me he esta estado do muriendo por conocer alguno de esos secretos. Dios obra en esto como nosotros, que cuando hablamos a alguien, esperamos que nos preste atención; y si no nos la presta, puede ocurrir que nos disgustemos, demos media vuelta y marchemos con la música a otra parte. Dios espera vernos desocupados y en silencio para que le podamos oír el mensaje. Entre el ruido, las ocupaciones que nos distraen, los planes que hilv hilvan anam amos os cu cuan ando do ap apare arent ntam amos os estar estar en silen silenci cioo y las imag imagin inac acio ione ness estériles que nos persiguen a sol y a sombra, Dios Nuestro Señor se ve y se desea para acechar un momento oportuno y entrarnos como El quisiera. Evidentemente que será un acierto rotundo darle a Dios por el gusto y ponerse uno en tales condiciones que el silencio s ilencio esté garantizado. En la Isla de las Zanahorias leería yo los puntos de meditación y luego me sentaría sobre el tronco de un árbol a meditar 60, 80, 100 minutos seguidos en la convicción plena ele que mi contemplación no había de ser interrumpida ni por carraspeos de vecinos, ni por estornudes extemporáneos de seres humanos, ni por puertas que se abren o se cierran, ni por ladridos de perros, ni siquiera por el zumbido rápido de un aeroplano que se aleja. ¿A qué hora seria la comida? Cuando ya no me tuviese de hambre. ¿A qué hora me acostaría? Cuando estuviese realmente fatigado. ¿A qué hora me levantaría? Cuando se colase la luz por aquel ventanuco pegado al suelo. ¿Con qué lecturas entretendría el tiempo libre? Con el Nuevo Testamento, el 180
Kempis y el Libro de los Ejercicios comentado por el P. Oraá, S. J., que tuvo la delicadeza de regalármelo desde su sitial rectoral de Loyola.
En plenos Ejercicios Me levantaba, efectivamente, al colarse la luz por la ventana y me daba un verdadero lavado en el rio. Nada de afeitarse. Encendía una fogata y me ponía a hacer la meditación y a prepararme para la Misa. Esta la decía sobre la tarima muy despacio y rodeado de varias legiones de ángeles que me envidiaban a mí y yo les envidiaba a ellos. Me envidiaban porque ellos no podían consagrar ni sufrir por Cristo, y yo los envidiaba porque ellos eran ángeles y yo una miseria. Aquella choza era un pedazo de cielo real y verdadero, dígase lo que se quiera. Desayunaba con un buen trozo de pan y dos o tres zanahorias y luego arremetía con el Breviario. Seguía otra meditación y examen y ya eran las doce. Como no tenía hambre, en vez de comer, partía leña hasta que me venía sudor, que solía ser muy pronto. Rezaba otro poco de Breviario y luego venía otra meditación. Al terminarla me lavaba los pies en el río. Por cierto que el agua estaba tan fría que no se podía tener el pie adentro más de dos minutos sin un dolor agudo. Hacía luego lectura espiritual seguida de otro poco de Breviario. Para entonces ya tenía hambre, la verdad ante lodo. ¡Qué ricas son las zanahorias de Holy Cross con pan fresco fre sco y agua corriente! Después de cenar, rezaba los quince misterios del Rosario y me enfrascaba luego en la cuarta meditación, que se parecía al mar en que no se le veían las orillas. Para entonces brillaban fulgurantes las estrellas. En los tres meses que estudié Astronomía en Granada, hace justamente veinte años, me familiaricé con las constelaciones y planetas. Ahora vi con estupor que se me había olvidado casi todo. Sin embargo, a fuerza de mirar al cielo y repasar memorias inflé un poco mi vanidad convenciéndome de que, en efecto, aquel planeta que salió el primero y despedía una luz tan bella hasta que desaparecía detrás del río, era Venus. 181
Aquella estrella tan luminosa no podía ser otra que Sirio. La de más allá pudiera muy bien ser Arturo, a no ser que fuera Antares. Las dos Osas brillaban majestuosas sobre mi cabeza con la estrella Polar destacándose entre todas. Me vinieron a la memoria los versos de Fray Luis: «¿Por qué están las dos Osas — de hallarse en el mar siempre medrosas?»
Noches de frío y miedo Las noches eran frías. Bien envuelto en el capote militar de un capellán condiscípulo mío que siguió a McArthur hasta el Japón y que nos lo envió cuando terminó la guerra, y sentado en el tronco de un árbol sobre la orilla elevada del rio, me extasiaba yo ante aquel firmamento que se reflejaba sobre las aguas tranquilas. Era alucinante contemplar el cambio paulatino pero constante de los colores del ciclo a poco de ponerse el sol hasta cerrarse en un oscuro total. Grises primero, purpurinos después, rojos y de fuego luego y por fin negros, todos se reflejaban en las profundidades imaginarias de aquel como lago que se extendía a mis pies. Por fin cerraba la noche. Las noches en sí no podían ser más medrosas; pero yo me las bandeé para gozar durante la noche tanto o más que durante el día. Supongamos, por ejemplo, que el demonio no aprueba mi manera de hacer los Ejercicios y le da por estorbármelos. Los monjes del desierto tuvieron que habérselas con él a cada paso. pas o. Yo estaba allí más solo que la mayor parte de los monjes. El rifle era para los osos, no para los demonios. Para éstos me proveí de agua bendita y procuré colocar el crucifijo en el lugar más prominente de la choza. Allí estaba yo entre el cielo y la tierra, expuesto a encontronazos con satanás, y a zarpazos de osos negros que gustan de merodear por la noche y pasearse por las orillas de los ríos a caza de pescados incautos que devoran crudos. Como lo que yo pretendía era meditar y no andar a mojicones con nadie, pedí a la Reina de los Ángeles que encargase a uno de espantarme los osos, y luego rogué a San Miguel Arcángel que se las hubiese él con Lucifer. Y dicho y hecho. En los ocho días y tres horas que viví solo en la isla, no sólo no vi ningún oso, pero ni siquiera los oí aplastar palitroques en la 182
espesura que se extendía detrás de la choza. En cuanto a demonios, permanecieron tan quietecitos y tan invisibles como lo habían estado hasta entonces conmigo; o por lo menos así me pareció a mí.
El rezo del Breviario A fuerza de pasearme entre los árboles hice un rastro que partía de la choza y se internaba en la espesura e spesura unos 200 metros. Era sumamente poético rezar el Breviario por aquel paseo. A veces la brisa meneaba las copas de los árboles y caían como nieve las hojas otoñales, amarillentas, unas grandes, otras pequeñas, unas enteras y otras carcomidas de insectos. A las que caían sobre el Breviario las ahuyentaba ya poniendo el libro boca abajo, ya soplándolas con vigor. Me acordaba de las procesiones del Corpus en España; cómo tiran pétalos y flores al Santísimo Sacramento desde los balcones; y como Dios mora en toda alma que esté en gracia, y yo sospechaba vehementemente que lo estaba, le recordaba al Señor que, a falta de rosas y balcones, le tiraban hojas las copas de los árboles que se erguían a los lados del camino. Había tres ardillas en distintos sitios próximos al rastro y era de ver cómo se parecían a nosotros en tener cada una un carácter distinto. La más próxima a la choza se enfurruñaba un poco al verme venir; pero se aquietaba pronto. La segunda se alteraba más; pero también se aquietaba. La tercera era una fiera. Subía y bajaba el árbol a 100 kilómetros por hora; iba de rama en rama chillando como energúmena; castañeteaba los dientecitos; soplaba furiosa y así por el estilo, sin apaciguarse nunca; tanto que, para evitar ruidos, tuve que acortar el paseo. Dos o tres veces la ataqué con astillas y palos cortos que no hicieron sino enfurecerla más. Como digo, me retiré del campo cabizbajo y derrotado. A fines de septiembre se congregan los gansos silvestres para emigrar a climas más benignos y nos abandonan hasta la primavera siguiente. Todos los días al oscurecer pasaban sobre mí bandadas graznadoras volando en perfecta formación, marcando en el espacio una V mayúscula más o menos perfecta. Algunas bandadas caían sobre el río allí cerca y armaban un ruido 183
fenomenal. Un par de disparos del rifle los ahuyentaba, y con eso volvía a renacer la calma en un silencio legendario. Varias veces oí el crocitar de un grato; pero nunca vi al pajarraco. Había asimismo en la espesura un buho que emitía periódicamente ayes lastimeros durante la noche, y se oía perfectamente el lamento lejano y nocturno de un ave que me fue imposible identificar,
Arenga al infierno Así pasé ochos días con sus noches en ambiente de cielo. Los secretos que Dios me comunicó en este retiro son secretos de guerra que no me es dado divulgar. Creo que la única vez, que hablé en voz alta, bien audible y en buen castellano, fue cuando, avergonzado de los crímenes de mi juventud y de la superficialidad y vaciedad de mi vida madura, en un arranque de quijotismo místico y con una sinceridad a toda prueba, declaré la guerra a todo el infierno desde Lucifer hasta el portero, y les dije que en adelante no habría cuarteles. Sus armas me son bien conocidas. También ellos conocen las mías, que son tres: pobreza; desprecio y dolor. dolor . No me creen que las vaya a usar. us ar. Pero a eso vino precisamente mi arenga al infierno: a hacerles saber que las voy a usar a todas horas, y que pierden el tiempo en quererme persuadir a lo contrario. El tiempo dirá.
Adiós a la isla A los ocho días de mi desembarco en aquella isla, volvió por mí la gasolinera de Holy Cross y nada menos que el P. Superior venía a rescatarme y volverme a la civilización. Al verme con barbas de nueve días, se reía a rabiar. Venían con él dos chicos de los grandecitos. Traían un saco vacío. Pregunté la causa de traer el saco y me respondió el Padre Superior que temían me hubieran devorado los osos y esperaban encontrar acá y allá algunos huesos que pensaban enterrar cristianamente. Por un lado me dio rabia que hubieran venido por mí, y por otro me regocijó de que hubieran venido. Aten cabos los que sepan y distingan de colores. Todavía tenla pan y zanahorias para rato. ra to. 184
Cargamos con el bagaje y emprendimos el camino de vuelta río abajo. De pie en la barca y con la vista en la isla que se alejaba, sentí escalofríos extraños. Queda con Dios, Isla de las Zanahorias, antesala del paraíso, pedazo de cielo, queda con Dios. Yo te prometo volver y morar en ti de nuevo, y no sólo el año que viene, ni el que viene, sino todos los años que me sea dado aislarme en ti para declarar de nuevo la guerra a Lucifer y sellar una vez más la entrega total a Dios en ese silencio que tú sola me has brindado en mis años de peregrinación por estas lomas del Polo Norte. Hasta la vista.
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XXIV
La Tizona y el Campeador
(Diálogo de despedida) En el verano de 1935, recién terminada mi larga carrera y a punta de emba embarc rcarm armee pa para ra Alask Alaska, a, me en enco cont ntré ré feliz felizme ment ntee co conn nu nuest estro ro Padr Padree Provincial —futuro obispo alaskeño— que me visitó en mi cuarto y me preguntó qué era lo que estaba leyendo. Leía un articulito mío publicado en la Revista De Bromas y de Veras. Al enterarse de mis aficiones a la pluma, no sólo me dio permiso para adquirir una máquina de escribir; sino que me ordenó formalmente comprar una y llevarla siempre conmigo para dar con ella gloria a Dios, salvar almas y ayudar según mis fuerzas a las Misiones entre eskimales. Ni tardo ni perezoso, compré una «Underwood» portátil que, por un dólar sarnoso de más, traía los caracteres españoles que faltan al inglés: la eñe, la diéresis, el acento ortográfico y los signos iniciales de interrogación y admiración. Al verla tan nuevecita y reluciente no hay modo de expresar lo que me encariñé con ella. Pensé en darle al punto un nombre de bautismo, y como un relámpago me vino a la boca el nombre de TIZONA; nombre castellano —sí los hay—, evocador como pocos y símbolo de lo que habían de ser las relaciones entre nosotros dos. Ella, a su vez, me puso a mí por nombre CAMPEADOR. No sé si habrá habido madres terrenales que hayan prodigado tantos mimos y caricias a sus hijos como los que he prodigado yo a mi Tizona. En primer lugar nunca nos hemos separado. Juntos hemos cruzado el Pacífico del Norte, las bahías del mar ártico, los afluentes del caudaloso Yukón, las tundras nevadas y los cielos alaskano-canadienses. Los demás bultos de mi equipaje podían manosearlos y trasladarlos manos extrañas; pero a la Tizona nunca me la tocó t ocó nadie. 186
Agarrada a mi mano derecha o sentada en mis rodillas corrió ufana por el mundo, defendida contra caídas, empujones, magullamientos y puntapiés; que a todos estos contratiempos están sujetas por esos mundos las piezas indefensas del bagaje. La primera carta que escribí, si mal no recuerdo, fue a don Miguel de Unamuno. Acababa de leer uno de sus escritos y me creí en la obligación de protestar. Por desgracia la carta salió tan extremadamente violenta, tan atestada de insultos, tan vehemente, que temí complicaciones internacionales y la rasgué. Al ver la cantidad de veneno que salió de mis fauces viperinas, me entró miedo y prometí irme a la mano en lo sucesivo y ser más humano e indulgente. Como se ve, el principio de mi campaña con la Tizona no fue del todo halagador. En 1940, en Kotzebue, se me descompuso la Tizona; pero, gracias a esa paciencia que adquiere uno en los días eternos del Polo Norte, logré componerla razonablemente y volvimos a los tajos y mandobles como si allí no hubiera ocurrido nada. Tres años más tarde en Akulurak se me volvió a descomponer; pero los dedos dedos mágicos mágicos del antiguo antiguo aviad aviador or Hermano Hermano Jorge Jorge Feltes, Feltes, S. J., la compusieron de nuevo y volvimos a los campos de batalla a cubrirnos de heridas y de polvo. . Hace cosa de tres meses, en Magraz, la Tizona sufrió un revés de muy mala catadura. Un aviador amigo mío la llevó a Anchorage a una oficina donde reparan máquinas de escribir, y me la devolvió remendada y con esta esquela colgada al cilindro: "All worn out. Useless to fix it. Better buy a new one" . O sea: «Completamente gastada. Inútil repararla. Compre otra nueva», ¡Pobre Tizona mía! Después de dar los pasos necesarios, me llegó de Boston hace unos días otra máquina tan nuevecita y reluciente como la Tizona. La miré con saña. Estuve a punto de darle un puntapié. Nunca la querré tanto como a esta Tizona idolatrada que renquea, si, y tropieza y cae con la carga; pero se levanta con bríos y hace alarde de querer arremeter como en los días de su juventud florida. Sentados la Tizona y yo frente a frente tenemos el siguiente diálogo, el último sin duda, y por tanto el más triste y el de mayor envergadura de cuantos hemos tenido. CAMPEADOR—Dime, Tizona, ¿cómo te hiciste tan vieja en tan poco tiempo? ¿Qué son quince años? ¿Por qué no tienes siete vidas como los 187
gatos? Precisamente ahora que te conocía tan bien por dentro y por fuera, enfermas de muerte y me dejas. TIZONA.—Tuya es la culpa, Campeador, Me has dado 13 millones de mojicones. Dime si hay cabeza que aguante semejante palotina sin quebrarse e inutilizarse. CAMPEADOR.—No llames mojicones a los teclazos, Tizona. Fueron caricias, o por lo menos eso fue siempre mi intento al pasarte las manos por el teclado. Lo mismo hacen los pianistas con sus pianos. ¿Y no hay acaso tirones de orejas que son otras tantas expansiones de cariño y familiaridad? Y vamos, Tizona; ya que has vivido 15 años a mi lado y has sido la confidente íntima de lo más recóndito de mi corazón ¿qué avisos de despedida me das? ¿Cuál es tu testamento? tes tamento? TIZONA.—Ni te daré avisos ni haré testamento; pero ya que me lo pides, te traeré a la memoria lo que ya te dije mil veces mientras tú y yo fuimos una sola cosa. Y sin más preámbulos paso a decirte que cuando veas sobre la mesa un montón de cartas y no sepas cuál hayas de contestar primero, da la primacía a las de los enfermos de sanatorios, y tras éstas responde a las de los que guardan cama en sus propias casas. Porque los sanos, como salen a la calle, se distraen y entretienen; mientras que los enfermos, como no pueden salir y viven entre cuatro paredes, no tienen distracciones y empiezan a esperar tu carta a las 24 horas do haber echado la suya al correo. Los enfermos que viven en sus casas aún tienen algunas distracciones; pero los que viven en sanatorios es como si vivieran en un bosque cerrado, o peor aún, en un cementerio. Estos son los que necesitan cartas con toda urgencia. Escribir a éstos es como hacer de un golpe las catorce obras de misericordia. CAMPEADOR.—Entendido. CAMPEADOR.—Entendido. Así lo haré. har é. TIZONA.—Cuando estés enojado, no escribas cartas, y esto por dos razones, a saber, o pierdes el tiempo o cosechas enemigos. Si al terminar una carta enojado, la lees, por lo general la rompes; y a esto lo llamo yo perder el tiempo. Si no la lees y la echas al correo, el destinatario (que tiene corazón de carne como tú) te responderá con otro disparo, y ya tenemos guerra. Y tú no eres hombre de guerra, sino de paz. ¡Cuántas veces le he visto entrar en el despacho furibundo, agarrarme con garras de león, apretar las quijadas corno una hiena y empezar a golpearme sin misericordia! Y aunque me dolía la paliza de teclazos, me 188
dolía más pensar que todo era tiempo perdido, cuando no dañoso. Sigue mi consejo. Cuando estés enfurruñado, si hace mal tiempo y no puedes salir a la calle, duerme una siesta o estudia Moral, pero no escribas. CAMPEA CAMPEADO DOR.— R.—Gra Gracia cias, s, Tizona Tizona;; pero escucha escucha una observa observació ción. n. Hay trances y ocasiones en la vida que exigen una actuación rápida y a fondo, llamando al pan, pan, y al vino, vino. Hay dolencias que sólo se curan con el bisturí, no con emplastos ni cataplasmas. TIZO TIZONA NA.— .—De De acue acuerd rdo, o, Camp Campea eado dor; r; pe pero ro si echa echass un unaa mira mirada da retrospectiva por la baraúnda de cartas escritas y recibidas, verás que no ha habido un solo caso en el que hayas acertado al usar el bisturí; mientras que todas las veces que usaste lo que in llamas emplastos, el resultado ha sido, si no un exitazo, por lo menos un éxito, que no es poco. Es decir, que si has de matar al toro, hazlo galantemente con el traje de luces y el espadín silencioso; no lo mates a cañonazos. Lo primero admira; lo segundo espanta. CAMPEADOR.—Tal vez tengas razón, Tizona; procuraré seguir tu consejo. Y dime, de todos los temas que ensayé contigo, ¿cuál crees tú que ha sido el mejor recibido y el más provechoso? TIZONA.—El tema espiritual sin género de duda. Bien están los chistes si son pocos y en su punto. Bien están los cuentos si son breves y tienen miga. Pero lo que agrada y satisface es lo espiritual; porque el corazón ansía la felicidad perfecta; y aunque ésta no se da más que en el cielo, lo espiritual es un trasunto de él y nos da ya acá abajo con cuentagotas lo que en el cielo se nos dará sin medida, o sin más medida que nuestra capacidad. La felicidad del chiste o del cuento apenas si pasa de la epidermis mientras que la de lo espiritual entra y se asienta en el corazón. CAMPEADOR.—Es cierto, y desde hoy voy a dar de mano a todo lo que no sea estrictamente espiritual. TIZONA.—Despacio, Campeador, despacio, no seas extremoso. Lo espiritual es como el postre, o como la copa de vino generoso después de una comida abundante de viandas menos generosas. No escribir más que temas espirituales y querer que la gente viva de eso, es como querer vivir de miel y turrones que a los dos días empalagarían. CAMPEADOR.—¿Y CAMPEADOR.—¿Y cómo va a haberse uno para acertar en e n esto? TIZONA.—Muy sencillo: mezcla lo útil con lo dulce. Patatas y turrón; garbanzos y miel; pan y mantequilla. Que nunca falte una historieta, una salida inesperada, una noticia interesante; y entre col y col mete asuntos 189
espirituales que satisfagan el corazón. Aprende de los Evangelios donde entre tantas sentencias sentencias espirituales espirituales salen a relucir relucir la gallina y sus polluelos, el pastor y su rebaño, los lirios de los campos, los cerdos endemoniados y los perros que lamen las heridas de un pordiosero. CAMPEADOR.—Bien, Tizona, de acuerdo. ¿Y qué tema crees tú que sigue en importancia al espiritual? TIZONA.—A esta pregunta me es muy difícil responder. Siendo tantos y tan variados los lectores, no podrá jamás llover a gusto de dos. Mientras te mantengas en el terreno abstracto de catequizar eskimales, visitar les enfermos, enterrar los muertos y rogar a Dios por ellos, todos te lo alabarán y te dirán amén. Pero pobre de ti si te sales del sendero trillado y te descuelgas un día con una opinión sobre temas discutibles. Tú no puedes ser monárquico ni republicano ni falangista ni requeté ni rebelde ni leal; y si eres algo de eso, no lo digas. Tú no eres del norte ni del sur ni del éste ni del oeste, sino que te llovieron las nubes, o mejor aún te elevaron los cielos alaskeños. A ti te tiene que gustar todo; y aun entonces te expones a peligros por aquello de que hay gustos que merecen palos. Como al fin y al cabo eres hombre y todo lo humano te atañe hasta cierto punto, creo que lo mejor será que hagas de tu capa un sayo y te expreses como lo veas delante de Dios sin esquivar ningún tema que juzgues ser de la mayor gloria de Dios dadas las circunstancias. Escribir y dar palos de ciego no dejan de tener sus puntos de contacto. ¡Cu Cuáántos párraf rafos que creí reía el autor qué valí alían un Potosí, sí, pasan inadvertidos, mientras que otros que salieron como al acaso sin advertencia plena dan en el blanco y hacen furor! Difícilmente acertarás a pronosticar la reacción del público. CAMPEADOR.—Bien, Tizona; con estas divagaciones ya sé a qué atenerme. ¿Tienes más quo decirme? TIZONA. Sí, y con esto terminó. No aguardes a que las cartas se te amontonen. Despacha cada día unas pocas; si no, se te amontonan y luego un día te pones a despacharlas como una furia, y todos se vuelven errores y empotramientos de teclas sobre el papel. Cada empotramiento de teclas es una cana que le sale a la maquina; por eso tengo yo tantas; por eso he envejecido prematuramente. CAMPEADOR.—Así es, Tizona, y me arrepiento de lo hecho. Tres cartas diarias breves y al grano después del desayuno nos dejarán contentos 190
a todos. Y perdona que te haga otra pregunta. ¿Crees tú, Tizona, que debo aceptar la dirección espiritual de almas que viven a 12.000 kilómetros de Alaska? TIZONA.—Hubiera preferido que no me lo hubieras preguntado; pero ya que lo hiciste, quiero darte mi cándida opinión. No cabe duda que hay preguntas que se pueden responder sin que sean óbice las distancias. A esas preguntas puedes responder lo mejor que sepas. Pero te aconsejo que no aceptes la dirección espiritual de gente que no conozcas. Ya tienen allá un Padre Espiritual y un confesor que los conocen. Venir con eso al país de los eternos hielos, aunque sea sincero, tiene mucho de romántico. Nunca le digas a un seminarista si tiene o no vocación para la Religión o las Misiones. Y lo mismo a las bachilleras que tienen ya aprobada la Reválida. Apenas leas en una carta la palabra VOCACIÓN, encógete de hombros y encomiéndalo a Dios en el silencio nocturno del sagrario. CAMP CAMPEA EADO DOR. R.—B —Bie ien, n, Tizon Tizona, a, ha haré ré co como mo me sugi sugiere eres, s, au aunq nque ue procuraré ensanchar un poco la manga en casos dudosos. Y dime ¿no tienes nada más que decirme? TIZONA.—Nada más, Campeador, absolutamente nada más si no es desearte un porvenir de felicidades con tu nueva máquina a la que deseo también una vida muy larga y muy próspera. CAMPEADOR.—Adiós, Tizona mía, adiós. Lástima que no tengas un alma inmortal como la mía, para que nuestra unión perdurase eternamente en el cielo. Tú volverás a la nada. Mientras viviste, fuiste para mí un escalón en mi subida hacia Dios. Te quedo sumamente agradecido, aunque sé que no te das cuenta de mi agradecimiento. Mien Mientr tras as ya yace cess emp empolv olvad adaa «D «DEL EL SALÓ ALÓN EN EL ÁN ÁNG GULO ULO OSCURO» hasta que manos extrañas den contigo en el basurero, recuerda nuestras lides por los lomas del Polo Norte. Tú fuiste la primera que viste brotar mis canas, y te reíste de ellas por dentro. Tú escuchaste mis canciones, mis invectivas, mis oraciones, mis silencios, mis tartamudeos en eskimal y mis exclamaciones en español castizo. Juntos nos maravillamos de las auroras boreales, de las ballenas, de la nieve perenne y de los hielos eternos. Juntos liberamos a Moscardó en el Alcázar, apresarnos al «Mar Cantábrico», triunfamos en todos los frentes y 191
desfilamos por la Castellana tras las banderas victoriosas. Junt Juntos os he hemo moss segu seguid idoo los los va vaiv iven enes es de dell mund mundoo en sus sus va vari riad ados os aspectos, ora batiendo palmas, ora llorando, ora llenos de esperanza y siempre encomendándolo a Dios en cuyas manos está el verdadero remedio. Todo llega en este mundo caduco. Adiós, Tizona. Manos extrañas te destruirán. Yo no podría cometer jamás semejante atropello. Recibe el adiós final, no sólo el mío, sino el de todos aquellos que recibieron carta o cartas que tú deletreaste generosamente aquí en el país de los eternos hielos. ¡Descansa en paz!
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XXV XX V
En Anchorage, fuera de programa
Viaje a Magraz frustrado Verdaderamente que el hombre propone y Dios dispone. En mi última gira por las riberas del Kusko me pasaron cosas que nunca soñé que me fueran a pasar. Unos días antes de salir a visitar a los cristianos comencé la serie de preparativos rutinarios para un viaje de dos meses río arriba. Lo primero que hago siempre es una lista con aquellos objetos que por ningún motivo se pueden olvidar so pena de trastornos irremediables: el vino de Misa, las hostias, el Breviario, los óleos, el Ritual, calcetines, varias mudas, la máquina de escribir y así por el estilo. A medida que deposito estos objetos en las maletas, los borro de la lista. De ordinario el demonio se encarga de que no se me olvide nada importante. Me lo recuerda mientras digo Misa; preferentemente durante la consagración; o por lo menos durante la meditación o los exámenes de conciencia. Así es que entre el demonio, la lista y mis experiencias pasadas rarísima vez se me olvida ahora nada de importancia. En mi primer viaje en 1935 se me olvidó el Misal y tuve que volver a Akulurak con las orejas gachas y con bufidos de toro protestando que nunca jamás se volvería a repetir semejante trastorno. Luego tengo que dejar la casa en orden. Hay que vaciar todo lo que pertenezca al género líquido para evitar que se hiele y se quiebren los recipientes. El vino de Misa hay que dejarlo en una casa de confianza; pues se hiela sin excepción y se desvirtúa no poco. Puesto todo en orden y con las maletas cinchadas, saqué billete de ida 193
y vuelta para Magraz en el bimotor marca Douglas que hace el recorrido de Bethel a Anchorage tres veces por semana. El vuelo fue ideal hasta que llegamos a Magraz. Allí comunicaron por radio a los pilotos que no aterrizasen, pues se estaba formando una capa gruesa de niebla sobre el aeródromo y corr orreríamos peligro de descalabrarnos. Los Los pil pilotos otos sigu siguiiero eron ad adel elan ante te en líne líneaa rec recta y ater aterri riza zaro ronn en Anchorage sin percance alguno. A los dos días me devolverían a Magraz. Aparentemente era para mí un trastorno; pero acostumbrado como estoy a ver en todo la mano de Dios, callé y hasta me alegré.
Hacer y dar Ejercicios Apenas me presenté en nuestro hospital, las monjas batieron palmas y me rogaron insistentemente que les volviera a dar este año los Ejercicios. No era cosa de repetir y mostré señales de extrañeza; pero ellas lo arreglaron con la Curia de Juneau y no tuve más remedio que acceder. A decir verdad, a mí aquello me supo a miel, pues no hay cosa que me agrade tanto como dar o hacer los Ejercicios. Vinieren de Fairbanks cuatro monjas y otras dos del hospital de Kodiak que con las de Anchorage formaron una Comunidad respetable. En esto estoss ho hosp spit ital ales es nu nunc ncaa pu pued edee ha hace cerr los los Ejer Ejerci ciccios ios toda toda la Comunidad a un tiempo, a causa de que siempre tiene que haber algunas, ocupadas en la dirección de los negocios propios de un hospital. Dar y. hacer los Ejercicios es, sin duda, el acontecimiento más serio del año. Es muy difícil darlos bien. Aún comentamos en la intimidad el estilo de un misionero que dio los Ejercicios a las monjas de Holy Cross y empleó seis días con sus noches en las las med edit itac acio ione ness de los los pe peca cado dos, s, co com mo si las las po pobr bres es monj monjas as fuer fueran an cargadores del muelle que llevasen 30 años sin confesarse. Y en cuanto al hacerlos, si se han de hacer como Dios manda es menester trabajar muy a fondo en un ambiente de generosidad sin límites con Dios, y esto martiriza no poco al hombre viejo que todos llevamos metido en las entrañas. Se comete con frecuencia el error de creer que con oír puntos y conferencias de una hora, se hacen los Ejercicios. Se oyen, sí; pero no se 194
hacen; que no es lo mismo oírlos que hacerlos. Lo primero lo deja a uno medio amodorrado; lo segundo nos convierte a Dios de verdad. Con estas ideas directrices y generales nos pusimos respectivamente ellas a hacerlos y yo a dárselos. Los días pasaban sin sentirse, y una mañana en el desayuno nos encontramos con que se habían terminado. Eso fue en el desayuno. Aquella misma noche después de cenar comencé una serie do meditaciones ignacianas a un grupo selecto de católicos que reunió el párroco de Anchorage, el Irlandés P. O'Flanagan. Se reunieron al pie de 70 adultos de ambos sexos; todos blancos.
El Anchorage de hoy Quiero decir dos palabras sobre Anchorage. Cuando yo vine a Alaska en 1935, Anchorage era una aldehuela dormida en la nieve durante el invierno y en polvo callejero durante el verano. ver ano. Casi ni había calles. Cuando las relaciones entre el Japón y los Estados Unidos comenzaron a estirarse y amenazaron con romperse, el Gobierno yanqui pensó en Anchorage como punto de apoyo o trampolín para saltar sobre el Japón, o por lo menos para contener a los nipones si saltaban ellos sobre los Estados Unidos. Anchorage brotó del fango poco menos que de repente como los hongos de los bosques húmedos. Cuarteles y más cuarteles, hileras de casas para oficiales y trabajadores, pistas magnificas en diversas direcciones, aeródromos, en fin que no parecía sino que se nos iba a volver sobre Anchorage Yanquilandia entera. Las obras del Gobierno en Anchorage trajeron obreros sin cuento de todas partes y hoy es el día en que Anchorage se jacta de tener 20.000 habitantes con 109 tabernas, 18 sectas protestantes con sus respectivas iglesias, una cárcel que está siempre rebosando de presos, cines, taxis y nada menos que 10.000 automóviles. Lo primero que hace un yanqui cuando tiene dinero, es comprar un automóvil. Tener casa o no tenerla les tiene sin cuidado; siempre hallarán una habitación en un hotel o en una pensión; pero no tener automóvil es entre ellos el colmo de la indigencia. Barberos, porteros, dependientes de comercio todos tienen un Ford. En este Anchorage de hoy la gente no conoce de Alaska más que el nombre. Me invitaron a dar algunas conferencias a diversas asociaciones y 195
se me salían de las órbitas los ojos al ver y palpar la ignorancia total que tienen del resto de Alaska. Nunca habían oído hablar del río Kuskokwim ni sabían quién habitaba las regiones costeras desde Bristol Brist ol Bay hasta Point Barrow. El gerente de la radio me invitó a describir mis actividades entre los eskimales, pues decía que todo ello era cosa nueva para la población. Como Anchorage está rodeado de sierras impasables a no ser por aeroplano, nadie viaja hacia el oeste donde está la genuina Alaska, y por eso viven como si fueran una nación aparte.
Panorama espiritual Nosotros no nos dormimos. Levantamos a tiempo un hospital con 90 camas que es todo un primor. Como la iglesia resultó pequeña, levantamos otra, mayor que no se ha pagado todavía, pero que se pagará a su tiempo. En este año de 1950 la deuda es de 47.000 dólares que tienen que salir de las colectas dominicales, rifas, loterías y donativos particulares. Para atenderlos espiritualmente tenemos tres sacerdotes seculares que no han logrado aún hacer el censo católico de la ciudad por el continuo ir y venir de familias forasteras. Calcúlase en 3.000 católicos bautizados los que vegetan por aquel maremagnum en continuo flujo y reflujo. Cada año se convierten al catolicismo unos 25 adultos. Si no fuera por el lío de matrimonios viciados por divorcios, se convertirían muchos más. Pero hay que tener en cuenta que en los Estados Unidos hay un promedio de medio millón de divorcios cada año, y como la población de Anchorage se nutre de los Estados Unidos, nos vienen centenares de familias divorciadas sin arreglos posteriores posibles. En no pocos casos, después de varios meses de pesquisas y de informes oficiales en un verdadero rompecabezas, la Curia pronuncia el matrimonio inválido, y la parte interesada procede a un matrimonio válido en el seno de la Iglesia católica. Pero lo más frecuenté es haberse casado con cónyuges divorciados que se habían divorciado de cónyuges a su vez divorciados hasta perderse de vista los eslabones en una cadena sin fin de divorcios. Un joven de 23 años se había divorciado ya dos veces. Una señorita de 196
31 añ años os se ha habí bíaa divo divorc rcia iaddo cua uatr troo veces eces.. Un Unaa seño señora ra qu quee de dese seaaba ardientemente ser bautizada en el catolicismo, se había divorciado seis veces y vivía y vive con el séptimo marido. Los que lamentan la inmoralidad en España, hacen bien en lamentarla. Los que vivimos lejos de España y vemos las habas que se cuecen fuera de ella, nos inclinamos a tratar a los españoles con más benignidad. Una señorita madrileña me escribió que fue a ver a unas monjas y que la reprendieron porque las mangas no llegaban más que hasta el codo. Y era en pleno verano cuando se asaban los pájaros en las acacias. Claro que el ideal es vivir vida de perfección y ser otros Cristos acá en la tierra.
Meditaciones de Ejercicios Pues en este Anchorage babilónico se iban a dar por primera vez meditaciones de Ejercicios. El grupo selecto de católicos se portó muy bien y asistió todas las noches por espacio de una semana. Como son todos empleados y viven del salario, no podían venir durante el día. Aquí fue donde las señoritas entraron en juego. Acordaron hacer dos días de retiro en silencio absoluto desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. En los sótanos de la Iglesia bien iluminados hay agua corriente y una cocina en toda regla Reunieron comida a propósito que requería un mínimo de atención y se juntaron 20, la más joven de 18 años y la más vieja rayando en los 45: solteras, casadas y viudas. Venían a Misa y comulgaban. Desayuno en silencio. si lencio. Dos meditaciones con puntos de 60 minutos cada una. Comida en silencio y lectura. Otra meditación. Oraciones de la noche y a casa a dormir. Al día siguiente lo mismo. Cada vez que les hablaba era por espacio de una hora. Luego rumiaban a su manera en silencio, rezaban el rosario, hacían el vía-crucis, borrajeaban notas. Todo en los sótanos espaciosos y bien iluminados y con buena calefacción. Al terminar nuestro experimento quedaron tan entusiasmadas que se propusieron empezar a planear el modo de hacer una casa de Ejercicios donde puedan hacerlos todos los años en absoluto silencio. 197
Lo que oyeron las impresionó sobremanera. Hartas de cine, ci ne, de músicas insulsas, de programas radiofónicos tan superficiales, de modas necias y de conversaciones y lecturas más necias aún, las pobres criaturas se quedaban anonadadas al ver destilar ante su consideración temas tan nutritivos, tan razonables, tan salvadores y tan propios del alma humana que, como ya dijo Tertuliano, es naturalmente cristiana. Tal Tal vez po porr fal falta de co cost stum umbr bree lo cier cierto to es qu quee qu qued edaaron ron muy fatigadas. Yo quedé exhausto de fuerzas, loado sea Dios.
La vocación do un exsargento Me llevaba desde el hospital a los sótanos de la iglesia un mecánico católico que, por supuesto, tenía su automóvil. En la guerra fue enviado al Pacífico donde ascendió a sargento. Tomó parte en la expedición de las Filipinas e hizo toda la campana desde el desembarco de MacArthur en Leyte hasta la caída de Manila. Fue también de los primeros en desembarcar en la isla de Okinawa donde estuvieron 68 días seguidos, entre dos fuegos, sin relevo, en medio de explosiones ultraterrenas y encuentros a la bayoneta muy frecuentes. Raro Raro era era el día día qu quee no en enlo loqu quec ecía ía algú algúnn sold soldad ado, o, ge gene nera ralm lmen ente te señoritos llevados al cuartel en las redadas inmisericordes de las levas y completamente incapacitados para aquellos trotes. El no enloqueció; lo que considera como un milagro. Hoy está sano y muy frescote como si no hubiera habido guerra. Tiene 800 dólares en el Banco. O mejor dicho, los tenía. Se enamoró de una chica y la compró un anillo que le costó 200 dólares. El padre de la chica dio gracias al cielo por haberle escuchado y haberle deparado un yerno y se adelantó a anunciar la boda en los periódicos, aunque sin dar fechas. Pues, hete ete aquí, que est este sar sargen ento to desga esgallonado asi asisti stió a las meditaciones de la noche y se decidió nada menos que a pedir ser admitido de Jesuita en lugar de Hermano Her mano Coadjutor. Por más que insistí en que lo pensase despacio, se plantó en sus trece y me rogó le explicase brevemente las reglas de la Compañía de Jesús. Cortó en seco lo del casorio. Mis explicaciones sobre las reglas de la Compañía le parecen muy razonables menos aquello de dejar por terminada letra comenzada al oír la señal de la campana. Por ahí no entra mi sargento. Dice que está terminando algo y toca la 198
campana, lo terminará; y la campana puede irse al cuerno de la luna. Debatimos sobre esto largo rato. No logró hacerle apear, y vi que comenzó a preparar el baúl para irse al Noviciado dispuesto a no dar el brazo a torcer en lo de la campana dichosa. El tiempo dirá si se ablanda o no nuestro sargento; pues se dan casos de jóvenes píos que fracasan, mientras que otros que parecían jabalíes resultan luego de primera. El misterio de las almas es muy profundo.
Más vocaciones Una señorita que asistió a las pláticas se entrevistó conmigo para que la facilitase ingresar en las Carmelitas descalzas. Es mecanógrafa y vive de su sueldo en las oficinas federales de aduanas. La animé mucho y dije Misa el primer viernes de mes a su intención para que Dios reblandeciese el corazón empedernido de la Priora que rehusase admitirla. Nos reímos no poco comentando la figura que pintaría ella vestida de monja. Esta es la cuarta vocación monjil de blancas alaskanas que ha llegado a mi noticia. La población blanca de Alaska comienza así a arrimar el hombro y a participar de las obligaciones y privilegios de la vida religiosa dentro del seno común de la Iglesia. Del sur de Alaska han salido tres sacerdotes seculares y un jesuita; todos blancos. Como ya he notado en otras crónicas, nuestras esperanzas de hacer sacerdotes indios o eskimales son muy tenues. El tiempo dirá. Yo tengo por norma no desperdiciar nunca la ocasión de proponer a los jóvenes la posibilidad del sacerdocio o del convento. Como Dios me ha colocado entre eskimales, y como estos son tan cerrados, me veo atado de pies y manos por así decir y no saco más que risas escépticas y meneos de cabeza negativos. Lo hago para que Dios, al ver mis ardientes deseos, los escuche a su modo despertando vocaciones en otros climas más benignos donde los chicos —y las chicas— tienen más talento y mejores dotes y cualidades para abrazarse con la vida de más perfección. En mis ratos de sueño despierto (que no son pocos) me veo en colegios de blancos trayéndolos a docenas a la Religión. 199
Es una especie de obsesión que tengo y que tal vez se deba al deseo de ver a muchos otros compartir conmigo la vida del cielo que vivo en mi revoloteo perenne alrededor del sagrario y en la administración de los Sacramentos.
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XXVI
"Día de campo" en Palmer
El valle de Matanuska Cuando termine los Ejercicios a las seglares me invitaron a pasar un día fuera de Anchorage a manera de descanso. El sitio escogido para este «día de campo» fue la villa de Palmer. Para los que no lo sepan, diremos aquí que en los últimos años se ha venido ensayando le posibilidad de labrar la tierra de Alaska y producir lo que se pueda en el corto verano de que disponemos por estas latitudes. Si en Noruega y en Finlandia se cultiva la tierra, t ierra, ¿por qué no cultivarla en Alaska? Desp De spuués de muc ucho hoss en ensa sayo yoss se ha hall llóó qu quee el llam llamad adoo valle alle de Matanuska era el más a propósito y allí fue donde se parceló el terreno, que se dio gratis a los que lo aceptasen. Vino de los EE. UU. un buen contingente de familias agrícolas; pero las dos terceras partes se volvieron por no poderse aclimatar a los rigores alaskanos. Los que quedaron y otros que fueron viniendo calladamente han logrado sacar de la nada una villa en toda regla rodeada de labranza que desde mayo hasta septiembre dan alfalfa y vacas lecheras, hortalizas de todos los tamaños y colores, gallineros y buenas fresas; pero ni trigo ni árboles frutales ni mucho menos viñedos se darán jamás en el valle de Matanuska. En la gran península de Alaska el subsuelo está helado permanentemente, con excepción de zona sureste, que se extiende desde la península de Kenai hasta Matanuska y luego línea abajo hasta Juneau. Con un subsuelo permanentemente congelado es imposible laborar la tierra. . Como en la zona más benigna hay tantas sierras y abundan los valles inaccesibles, el área cultivable es muy reducida y hoy por hoy se halla localizada en el mencionado valle de Matanuska y en las lomas soleadas de 201
Homer y Seldovia, donde se ven acá y allá casitas de blancos emigrados de los EE. UU. que vienen huyendo del ruido y de las bombas atómicas. Entre Homer y Seldovia abundan los osos grises, que tienen en jaque a los nuevos colonos y que acabarán por desaparecer del mapa gracias a los rifles automáticos que pueden verse en todos los hogares.
Palmer, centro geográfico Palmer, centro geográfico del Matanuska, dista de Anchorage unos 50 kilómetros por una carretera moderna que bordea montañas colosales y es el placer de los veraneantes. La policía de tráfico de Anchorage manda tres veces por semana a un agente que vigile la circulación. Uno de estos agentes, recién convertido al catolicismo, fue el que me invitó a visitar a Palmer sentado en el pescante de su automóvil oficial. Como estábamos en pleno invierno, todo era nieve y más nieve. Las labranzas del valle estaban sepultadas bajo la nieve y nos era imposible distinguirlas de cualquier otro terreno salvaje. Allí no había más que un silencio de muerte, como si estuviésemos en las tundras del oeste inhabitado. En mayo reverdece la campiña y en agosto se recogen las hortalizas. Desde octubre hasta abril allí no hay más que nieve y silencio. La villa no tiene calles. Es un conglomerado de casas a la buena de Dios en lo que pudiéramos llamar la plaza central, y luego vienen casas aisladas muy separadas del resto siguiendo los caprichos del valle metido entre montañas y charcas anchas y profundas. En estas charcas es donde se incuban los mosquitos que son el terror de la comar omarcca y qu quee no ha hann logr lograd adoo ser ser de desa sallojad ojados os po porr el fam famoso oso insecticida DDT que tanto nos prometía y que tan poco nos ha dado. Tan pronto como se anunció el establecimiento de esta colonia, no diré corrieron, volaron a salvar del de l infierno a sus moradores cantidades increíbles de pastores protestantes que estaban bostezando en los EE.UU. y sintieron de repente sobre sí el fuego de un nuevo Pentecostés. Hoy, pasado el polvo de la batalla, se descubren acá y allá capillas evangélicas, bastante pobres por cierto, que llevan una vida raquítica como no podía menos de suceder dadas las circunstancias de la escasez de la población y la naturaleza de los colonos. 202
Los católicos tampoco nos dormimos. Allí se alza bien visible nuestra Igle Iglesi sia, a, de un esti estilo lo co colo loni nial al muy muy grac gracio ioso so,, pu pues es está está fabr fabric icad adaa ex ex-clusivamente de maderos descortezados y barnizados con la única excepción del altar. Las sillas, los bancos, el confesonario, el coro... todo está hecho de maderos y ramas de árboles con sus ribetes de arte no despreciable.
Susi, la zalamera El párroco actual es un sacerdote oriundo del estado de Oregón. Nacido en el seno de una familia protestante, se convirtió al catolicismo siendo bachiller; y tan a pechos tomó la conversión que ingresó en el Seminario y tiene hoy a su carga toda la colonia del valle Matanuska. Ya nos conocíamos. Cuando entré en su casa de sopetón, dio muestras de gran alborozo y me agasajó por todo lo alto. Lo primero que hizo fue entretenerme con una mona que tiene en una jaula en la mismísima cocina entre la estufa y la mesa. Es una mona auténtica de cerca de un año, que pesa 10 kg. y se llama Susi. Susi me dio la bienvenida con todo género de zalamerías. Puesta en libertad, se me subió a los hombros de un salto y me abrazó muy emocionada. Luego me registró todos y cada uno de los bolsos en busca de bombones, que la gustan a rabiar. rabiar . Luego me quitó un zapato y me lo volvió a poner perfectamente acordonado. Luego me entretuvo con juegos malabares como sostenerse de cabeza sobre mis rodillas, saltos de altura, saltos de distancia, colgarse de aquí, colgarse de allá, vuelta a registrarme los bolsos y vuelta a echarme los brazos al cuello no sin cierto escalofrío por mi parte; pues es lo cierto que Susi tiene unos dientecitos que se las trae, y además huele a todo menos a esencia de violeta. Cada vez que pronunciamos su nombre con acento de conmiseración, Susi se llevaba las manos al pecho y pretendía estar enferma o algo así, emitiendo unos sonidos lastimeros que a mí me maravillaron sobremanera. No le faltaba más que hablar. Si la reñíamos, se mordía las patas traseras; con eso pretendía hacernos creer que, caso de que hubiera hecho algo malo, ya ella misma se castigaba por ello, y por tanto no la debiéramos castigar nosotros. 203
Origen de la colonia Y todo así. Susi es conocida en todo el valle, y poco a poco se va abriendo camino en el Mismo Anchorage donde se la identifica con la parroquia católica. Hasta me aseguraron que besó el anillo al señor Obispo; y lo creo. Terminado nuestro programa con Susi, me llevó el Padre a dar una vuelta por los contornes de Palmer. En un matorral tuve la suerte de ver por primera vez un alce, o mejor una mosa, que es la variedad del alce gigante del norte; mezcla de caballo y de toro con una cornamenta frondosa muy vistosa. Los protege la ley de venados; de lo contrario estarían ya exterminados. e xterminados. Por Palmer pasa el tren que une a Anchorage con Fairbanks en el interior de la península y que hace el recorrido dos veces por semana en el invierno y cuatro durante el verano. El porvenir de Palmer es un tanto incierto. Sus hortalizas crecen aprisa en el verano cuando apenas hay noche y son muy peco nutritivas. Desde luego no se pueden comparar con las de los Estados Unidos. Repollos de berza muy abultados y patatas corpulentas tienen un porcentaje excesivo de agua y se consumen aquí a más no poder. Con todo, la colonia sigue adelante, loado sea Dios. El origen verdadero de la colonia fue político. Los consejeros de Roosevelt previeron la posibilidad de la captura de Alaska por un poder enemigo, y se apresuraran a dotar a la colonia de alim alimen ento toss prop propio ioss co conn qu quee ir tira tirand ndoo ha hast staa qu quee las las trop tropas as ya yanq nqui uiss la liberasen. Ayer fue el Japón. Hoy es Rusia la que contribuye con sus amenazas al desarrollo de esta Alaska dormida eternamente en un lecho de nieve y escarchas,
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XXVII
Sobre la mesa de operaciones
En capilla Al volver por la noche a mi cuarto de Anchorage, me encontré con una nota del doctor Brandon Br andon que tenía órdenes de examinarme e xaminarme minuciosamente. minuciosamente. Por espacio de varios años, aunque muy de tarde en tarde, había venido sintiendo un malestar indefinible en el costado derecho. Después de un examen minucioso el médico sacó la consecuencia de que se trataba de una apendicitis crónica que había que eliminar cuanto antes. A mí siempre me dio escalofríos la sala de, operaciones. Tanto en Fairbanks como en Anchorage me negué infaliblemente a visitar esas salas, muy limpias, sí, pero atestadas de bisturís, tijeras, garfios y un sinnúmero de instrumentos de tortura. Luego el olor de cloroformo siempre me provocó náuseas. Y mire usted por donde hoy tenía yo que someterme a una operación después de haber perdido el conocimiento con drogas a propósito. Las monjas se guaseaban de mí en toda la línea. Decían a coro: —A usted se le da bien predicarnos la cruz; vamos a ver ahora con qué garbo la lleva usted. Y yo reía con desinterés aparente y replicaba: —Aunque me hicieran salchichas, no me inmutaría yo lo más mínimo. Todo se nos volvían bromas, pero la procesión iba por dentro. Justamente entonces arribó a Anchorage una estatua preciosa de la Virgen de Fátima que me envió la Madre Ibarlucea, de la Sociedad del Sagrado Corazón, residente en Madrid. Hasta Nueva York la trajo un matrimonio español, y desde allí vino en avión sin percance alguno. Cuando la desembalamos en ml cuarto, nos hicimos cruces de la 205
belleza de la estatua. Para mí personalmente fue un verdadero regalo del cielo. La expusimos inmediatamente a la veneración de los fieles en la capilla del hospital, y el primer sábado de mes la engalanamos con floreros y candelabros como sólo las monjas lo saben hacer. Algunas enfermeras aficionadas a la fotografía sacaron varias fotos desde diversos diversos puntos puntos de la capilla. capilla.
En el quirófano Como todo llega en este mundo, llegó la tarde en que me mandaron acostar y tomar una cena muy ligera. Me acos acosta taro ronn en el cu cuar arto to rese reserv rvad adoo al seño señorr Ob Obis ispo po y a otro otross huéspedes distinguidos, por la sencilla razón de que nuestro prelado estaba entonces en los Estados Unidos y no había peligro de colisión de derechos. der echos. Por la noche me dieron una inyección que me serviría para descansar mejor y ayudaría a una relajación general de los músculos. Por la mañana me trajeron la comunión. Luego hice una confesión general en medio minuto y me dispuse a morir placenteramente. Rogué a las monjas que en mi funeral debían atenerse ante todo a la pobreza y sencillez religiosas y por ningún motivo se hablan de comprar flores. Que el ataúd debía ser de tablas ordinarias, etc., etc. En estas risas llega una enfermera de blanco que parecía una aparición del otro mundo. Venía empujando la camilla ambulancia y me dice con una frescura horrible: —Tiéndase aquí que le vamos a llevar a la sala de operaciones. Así como quien no dice nada. Mientras me llevaban por los tránsitos, yo iba cubierto para no ver nada, y encima cerré los ojos. Llegamos al ascensor. Salimos del ascensor. Entramos en la sala de opera op eraci cion ones es muy muy ilum ilumin inad ada; a; yo siemp siempre re co conn los los ojos ojos he herm rmét étic icam amen ente te cerrados. Sor Sabina que es la encargada de administrar la anestesia me habla, pero yo no la entiendo bien, porque me estoy ofreciendo a Jesucristo para ayudarle a redimir al mundo. Le digo también: —Señor, mientras yo esté despierto, yo cuidaré de Ti; pero cuando me cloroformen, cuidad Vos de mí. 206
Sor Sabina insiste en hacerse oír y me dice que me va a poner una inyección que me adormecerá en diez segundos. Me agarra el brazo y me pone la inyección. Recuerdo que al ponérmela aguardé lo que a mí me parecieron diez minutos y dije en voz muy alta: —¿Adormecerme? Estoy aún en condiciones de predicar. predi car. No dije más.
Después de la operación Al volver en mí, estaba de nuevo en el e l lecho episcopal y una monja me limpiaba el sudor de la frente con una toalla húmeda. Habíamos pasado el Rubicón. Poco a poco recobré el sentido, pero por espacio de 24 horas queda uno tan débil y estropeado y le inyectan a uno tantas drogas que no sabe uno si vive o muere o resucita. Luego viene lo más grave. Hoy día le obligan al operado a levantarse al día siguiente, para que con el ejercido muscular se eviten las adhesiones que tanto molestan más tarde. Tiene uno que levantarse por espacio de cinco minutos y dar un par de vueltas alrededor de la cama. Al segundo día debe uno levantarse tres o cuatro veces y dar las consabidas vueltas. Al tercer día ya tiene uno que sentarse en una silla a ratos y hasta puede salir del cuarto si le place. Yo apostaba la cabeza a que si me levantaba, se me rasgarían las puntadas. —Levántese, Padre, levántese y no sea testarudo —me decía la monja que había hecho conmigo los Ejercicios dos años antes. Nunca se me olvidarán los equilibrios malabares que tuve que hacer para incorporarme, bajarme, volver a subir al lecho y acostarme. Como entran en juego todas las moléculas del cuerpo para defender a la parte más débil; y como eché mano de muñecas, codos, puntas de los pies y apretones de dientes en mi afán de no perturbar la zona operada. Con muy buen acuerdo la Hermana Solange había puesto la estatua de la Virgen de Fátima enfrente de mi cama, de modo que no podía abrir los ojos sin posarlos en Ella. Creo que salvamos algunos pecadores y aliviamos no poco a las almas del purgatorio. 207
Investigaciones científicas Al cuarto día ya estaba con inteligencia tan lúcida (¡ojo con poner lucida, corrector de pruebas quienquiera que seas!) que pensé en aprovechar el tiempo de alguna manera, además de cumplir la voluntad de Dios estando en el lecho. En un ir y venir continuo de pensamientos, me hizo hincapié uno muy singular. Recuerdo que de pequeño vi en una hoja del calendario zaragozano el origen verdadero de algunas prendas de vestir y algún otro objeto casero. Recordé sólo dos: los pantalones los inventó San Pantaleón, y los vestidos los inventó Vesta la de las vestales. Entonces sin poderme contener pedí lápiz y papel y me enfrasqué en unaa invest un investiga igaci ción ón cient científi ífica ca de depu purad radís ísim ima. a. El prime primerr día lo de dedi diqu quéé a prendas de vestir, y he aquí lo principal de mis hallazgos sensacionales: Las medias se inventaron en el antiguo reino de Media; las calzas y calzones en Calcedonia; las capas en Capadocia; las mantas, según unos en Mantua, y según otros en Palencia; las corbatas, un capitán de corbeta natu na tura rall de Para Paracu cuel ello los; s; las las go gorr rras as,, en Mend Mendig igor orrí ría; a; las las almo almoha hada dass y almohadones los inventaron los Almohades; las bragas se las disputan entre Braga y Braganza; las sayas, un sayón malagueño natural de Sayalonga... Al llegar aquí quedé tan rendido por el esfuerzo mental, que tuve que dejar las investigaciones hasta el día siguiente. Armado nuevamente de lápiz y papel arremetí con el origen de varios objetes caseros. Hallé que la cama la inventó Cam (el hijo de Noé) durante el diluvio que se prolongó más de lo esperado y trajo el cansancio consiguiente. Los platos los inventó Platón, y las cucharas el torero Cuchares. Las zarandas un tal Zarandona, y las hormas un tal Hormaeche. Los paraguas en el Paraguay, por supuesto. Con esto se me pasó la mañana. Al atardecer me volví a sentir científico y hallé el origen de cosas relacionadas con la alimentación. La comida se inventó en Como de Italia. La cena, proscrita en un principio por el concilio Niceno, fue luego restaurada con creces por Zenón. Los churros, el almirante Churruca, y las moras el poeta Moratín. El caldo, un alcalde de Baracaldo, y no un rey de Caldea como aseguran los envidiosos del ingenio español. El pan se lo disputan Panamá, y Villafranca del Panadés. 208
Y como se relacionan algo con el comer, diremos que las copas se inventaron en Copenhague; los vasos en Basilea; las jarras en las Alpujarras, y las mesas en Mesopotamia. Al día siguiente volví a echar mano del famoso lápiz, y entre visitas y tazas de caldo hallé que las damas se inventaron en Damasco; los bolos en Bolivia; las cartas en Cartago, y en cuanto a la pelota hay que distinguir: desde luego la pelota misma fue inventada por un pelotón de los torpes en un rato de descanso; la jugaron con cesta en Cestona, con pala en el Palatinado, y a mano en Manila. De esto no cabe duda. Parece también fuera de toda duda que los primeros osos aparecieron en Osuna; los primeros lobos en Lovaina; las chinches en Chinchilla, y los leones en la muy noble corte de León donde como en embrión se formó todo el futuro imperio español. Finalmente hallé que los saludos empezaron en Buendía. La monja que me cuidaba se alarmó al veme borrajear papeles y me los quitó, aunque me prometió no destruirlos, para no privar a la posteridad de hallazgos tan importantes. Sin lápiz ni papel seguí meditando en los orígenes de las cosas; pero como no apunté mis hallazgos se me olvidaron. En mis divagaciones iba construyendo palabras: la caspa, de Caspe; los alambres, los moros, de la Alhambra; los bailes en Bailén a raíz de la victoria sobre los franceses. Aquí hice punto final definitivo.
Maestro en teología mística Al séptimo día de la operación pude ya decir Misa, aunque las genuflexiones no eran tan litúrgicas como debieran. ¡Qué consuelo volver a celebrar después de una semana sin hacerlo! En aquella capilla tan mona que las monjas tienen siempre tan limpia, y ayudado por el capellán P. Walsh, dije Misa con todo el fervor que pude acaparar, y la ofrecí de primera intención por Sor Florencia, mi enfermera, como se lo prometí. Ella la oyó muy devota desde el primer banco, y luego no se hartaba de agradecérmelo. Como me ayudó tanto a raíz de la operación, la prometí decir a su intención la primera pr imera Misa que dijera al levantarme, y lo cumplí. En los los ho hosp spit ital ales es de dell Go Gobi bier erno no rege regent ntad ados os po porr pe pers rson onas as civi civile less asalariadas, cuando uno está enfermo, lo está doblemente; es decir, lo está en el cuerpo y en el alma; pues enfermedad del alma es la soledad que 209
gravita sobre el enfermo como una tonelada de acero frío. En los hospitales regidos por monjas, la soledad se reduce a la mínima expresión, pues van siempre de acá para allá como ángeles de caridad consolando penas y enjugando lágrimas. Yo,, cier Yo cierta tame ment nte, e, no pu pude de qu quej ejar arm me. Las Las He Herm rman anas as Flor Floren enci ciaa y Solange venían por turno, o las dos a la vez, y convertíamos el cuarto en una clase de Teología mística. Todo me lo preguntaban. Y yo, como si fuera un santo Padre, lo respondía todo sin parpadear, seguro de no ser cogido en herejías por aquellas monjas tan inocentes. —¿Tuvo la Sagrada Familia ángel de la guarda? —Sí. —¿Quién fue? —El arcángel San Gabriel. —¿Tienen los santos otros ángeles además del de la guarda? —Sí, por supuesto; y mientras más responsabilidades pone Dios sobre sus elegidos, los protege con ángeles de más alta jerarquía. —¿Se bautizó la Santísima Virgen? —No me cabe duda. Seguramente la bautizó San Juan. —¿Por qué se bautizó si nació sin pecado original? —También Jesucristo nació sin pecado original, y le bautizó el otro Juan. Ella siguió en todo las huellas de su hijo. —Después de las virtudes teologales ¿qué virtudes tiene usted por superiores? —La humildad. —¿Y luego? —La virginidad. —¿Y luego? —La paciencia. —¿Por qué no menciona el martirio? —Mire, Hermana, el martirio cruento tiene mucho de romántico y de bizarro. Ya sé que el dar la vida por el Amado es lo supremo del amor. Pero el martirio diario de la caridad, de la humildad, de la pureza y de la paciencia encierra en sí y presupone al otro martirio; por tanto es tan agradable a Dios como el otro martirio, me parece a mí; y tiene la ventaja de dejar al alma en estado de humildad que es el estado ideal de las almas 210
justas. Piensen menos en martirios cruentos y abrácense gustosas con el incruento. Ya sabe lo que dijo aquel Maestro de Novicios a un novicio que preguntaba donde mataban por Cristo. Con una socarronería muy teresiana le respondió: «Aquí matamos por Cristo, hijo, aquí matamos; pero matamos a alfilerazos». Esta salida, me dijeron, les hizo tanto bien corno unos Ejercicios, y se aprestaron a morir por Cristo sufriendo alegremente todos los alfilerazos de la vida ordinaria en este valle de lágrimas, Y así por el estilo me venían con letanías de preguntas que yo espantaba corno se espantan las moscas. ¡Ojalá! no las indujera en error por haber respondido «sí» o «no», cuando debiera haber respondido con un «no sé» limpio limpio y a secas; porque porque es increíble lo lo poco que sabe uno uno cuando cuando se mete un poco en honduras.
Sor Sabina, "la anestesiadora" Sor Sabina, la más vieja de la Comunidad y que se queda dormida nada más más sentarse en cualquier cualquier sitio, sitio, es aún lo suficientem suficientemente ente joven joven para desempeñar el oficio delicadísimo de «anestesiadora». Se necesita un diploma oficial para ejercer ese cargo pues la vida del que se opera depende totalmente de la anestesiadora. Me explicó en algunas visitas que me hizo cómo anestesian hoy día. En esto la ciencia ha venido avanzando a pasos de gigante. Hasta hace poco, no contentos con aplicar el cloroformo, ataban al paciente para evitar movimientos bruscos de músculos en el curso de la operación. Hoy día le aplican al paciente una inyección que lo adormece por completo. Luego, para doble seguridad, le aplican un gas muy superior al éter que no trae los efectos de náusea ni convulsiones de ningún género. En dos minutos queda el paciente en un estado de quietud absoluta, y puede luego el cirujano campar por su cuenta sin temor a movimiento alguno reflejo. Tienen siempre a mano plasma y oxígeno y le miden continuamente la presión de la sangre. Todo esto corre a cuenta de la anestesiadora. Sor Sabina asiste diariamente a una o varias operaciones. Me dijo que mi apéndice estaba enterrado debajo del intestino y llevó no poco tiempo desembarazado. Asimismo había adquirido un tamaño excesivo y estaba acribillado de cicatrices. Dijo que cada cicatriz suponía 211
una inflamación pasajera que se curó a sí misma. Entonces nos explicamos aquellos ratos de malestar que yo sentí tantas veces sin saber la causa.
Las tres clases de enfermos Conviene pasar en la vida por alguna enfermedad. Saber estar enfermo es un arte, y un arte difícil. A las 24 horas de estar en un hospital, ya saben las enfermeras si el enfermo conoce o no ese arte difícil. Las enfermeras de Anchorage catalogan a los enfermos en estas tres clases: malo, mediano y bueno. El malo se queja continuamente; las llama a todas horas por nada; pone el grito en el cielo al ver la aguja de la inyección intravenosa; espera que todo el mundo caiga de hinojos ante él y le compadezca, etc., etc. El mediano tiene todos estos vicios, pero en un grado muy moderado; por eso no da tanto en rostro. El bueno es un alma de Dios. Todo le viene ancho; no se queja de nada; deja a las enfermeras hacer y deshacer y da las gracias por el más mínimo servicio; mejora continuamente sin dejar de mejorar hasta que lo meten en el ataúd. Sor Florencia me leyó esta cartilla el primer día, y añadió de su cosecha que bien sabía ella que un misionero había de pertenecer al grupo de los buenos. Yo me mordí los labios y me apliqué el cuento. Asi Asimism mismoo co conv nviien enee pa pasa sarr po porr algu alguna na en enfe ferrmed edad ad pa para ra sabe saber r compadecerse luego de los que padecen. Y elevando un poco el tiro, es evidente que el dolor nos purifica y nos hace comprender mejor lo que sufrió Jesucristo en la cruz. Es muy verosímil que después de la gracia santificante no haya otro don comparable al del sufrimiento. Pero tiene que ser un sufrimiento divinizado por su unión con el sufrimiento de Cristo en la tierra; no un sufrimiento estoico y pagano. La sabiduría y el amor eterno de Dios no hallaron cosa mejor para redimir al mundo que el sufrimiento, Aprendamos la lección.
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XXVIII
Un español quiere verme
Gregorio Real Fernández En uno de aquellos días de convalecencia entró una enfermera en mi cuarto y me anunció la visita de un español que quería verme. ¿Español? ¡Santos cielos; se me salían los ojos de sus órbitas! —¡Que entre inmediatamente! No creo que haya habido molino de viento que haya dado tantas vueltas como dio mi cabeza en aquellos pocos segundos que pasaron hasta que se abrió la puerta y entró un señor guapísimo vestido de punta en blanco, campechanísimo, con un bigote de lo más aristocrático. Mientras nos dimos la mano me dijo que se llamaba Gregorio Real Fernández y que era de la provincia de Orense. Leoneses y orensanos primos hermanos. Se había enterado casualmente de que había un misionero español en el hospital, y le faltó tiempo para venir a verme. Me reí a voces cuando me cuchicheó que me traía en el bolso una botella de coñac. Me la entregó, en efecto, y la escondimos debajo del colchón; no fuera que alguna enfermera puritana la viese y se escandalizase horrorosamente. Digamos de antemano que más tarde bebí algunos sorbos y hallé el coñac tan ardiente que me deshice de la botella en la primera ocasión que se me ofreció. Un amigo mío muy bueno cura los catarros con sorbos de aguardiente azucarado; y una botella de coñac vale por diez botellas de aguardiente ramplón y barato. Me lo agradeció en una carta tan llena de faltas de ortografía inglesa como de expresiones cariñosas. Volviendo a don Gregorio Real Fernández, digo que nació en una hacienda a dos pasos de Carballeda, del partido judicial de Barco de Valdeorra, en la provincia de Orense. 213
Los valdeorreses tienen fama de ser los más diestros en el manejo de la hoz, y durante el verano se desparraman por las provincias fronterizas donde hacen su agosto segando y engavillando trigo.
La recela de la longevidad Nacido en 1880, don Gregorio tiene hoy 70 años redondos; pero nadie le echaría arriba de 55. Precisamente se sacó una foto el verano pasado; y díganme los que la vean si don Gregorio aparenta tener 70 años. Le pregu regunnto cómo se las ha arre arregglado para lleg llegaar a viejo ejo sin sin aparentarlo, y me da la siguiente receta que quiero pasar a mis lectores sin omitir un ápice. No es una receta simple que quepa en un renglón, sino una serie de recetillas que, unidas y fielmente observadas, traen consigo infaliblemente una salud de roble durante un tiempo inacabable. Allá van: a) No casarse jamás. En esto le estoy imitando yo a la letra; loado sea Dios. b) No enfadarse jamás. Aquí ya no estoy tan seguro de que le imito al pie de la letra; pues recuerdo que hace unos años me enfadé una mañana cuando me enteré que la ONU se ingería en los asuntos internos de España. c) No dejar pasar un día sin beber por lo menos cinco botellas de cerveza. Aquí sí que estoy perdido; pues la cerveza y yo nunca nos compenetramos. Resignémonos, Resignémonos, pues, a morir en la primavera de la vida. d) Tener siempre en el baúl una botella de ron con una condición: se echan 14 gotas de azúcar; luego se llena el vaso con agua caliente; luego se revuelve todo el tinglado con una cucharilla y luego se bebe despacio, a sorbos, y si se hace así todas las mañanas en ayunas, no hay peligro de morirse. Aquí fue donde me di por muerto y enterrado, pues tendría que beber ese brebaje antes de Misa; y, ¡ya ven ustedes! e) No acostarse jamás sin comer antes una manzana bien madura y con la monda. Dice que una manzana a esas horas actúa como lubrificante y lo tiene a uno siempre más limpio que un jaspe. Al buen entendedor, pocas palabras.
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Bilbao, Madrid, Panamá Antes de cumplir 20 años salió de Galicia y se hizo minero en las minas de hierro de Bilbao que dice son las más ricas del mundo. Los domingos se afeitaba y se ponía el traje nuevo y frecuentaba los salones de baile. Con un valor que él no acierta a concebir ahora, logró rechazar todos los atentados de matrimonio; pues asegura que por entonces era muy buen mozo y las bilbaínas se morían por él. Pero nuestro gallego tenía ya entonces ambiciones tan anchas como el mundo y no hubo modo de hacerle casarse y asentarse definitivamente en un lugar. Salió de Bilbao en 1905 y fue al Guadarrama a trabajar en los túneles y tuberías que surten de agua y energía eléctrica a nuestro Madrid. Allí tuvo el honor de chocar los cinco con don Antonio Maura que visitó las obras y se mezcló con los obreros en un ambiente muy democrático. En 1907 oyó cantar una copla que comenzaba así: Todo el que quiera emigrarse al canal del Panamá, gana dos pesos en oro pero no vuelve acá más. Le entra fiebre amarilla viruelas y otros estragos, que deja allí la pelleja en menos que canta un gallo. Gregorio creyó que su pelleja era de un tejido superior al de los demás y zarpó al punto para par a el Panamá donde halló trabajo en seguida en el e l famoso canal. Como tenía tanta experiencia en el trabajo de las minas, ascendió muy pronto a mayoral y le pusieron al frente de 40 peones internacionales: españoles, italianos, suecos, americanos y negros de la Martinica. Trabajaba nueve horas diarias y ganaba 87 pesos y medio al mes; y si trabajaba los domingos, le daban el doble. A lo largo del canal se tendió un ferrocarril como todos saben; pero lo que no sabe nadie en que, cuando se vieron en la necesidad de abrir un túnel 215
en un cerro arcilloso, todos los ingenieros fracasaron en su intento de impedir que se cayese la arcilla de los techos. Entonces le consultaron a él. Con su experiencia de minero sumada a un sentido común nada común, ideó una manera de colocar los maderos transversales que dio un resultado estupendo. Desde aquel día el Ingeniero jefe del canal le quiso a Gregorio como a un hijo.
¿Quién voló el Maine? Esto le dio la vida a nuestro gallego; pues es un hecho histórico que los españoles carecían allí de simpatías con los yanquis. Como hacía muy pocos años que se había terminado la guerra de Cuba, no había yanqui que no hubiera perdido allí el padre, el hermano, el yerno o lo que fuese; y las heridas estaban muy lejos de cicatrizarse. Cuenta como cierto el hecho relativamente frecuente de yanquis que manejaban vagonetas rápidas que se metían por todas partes cargando y descargando tierra. Llevaban un pito muy potente y tenían órdenes de pitar cada vez que se acercaban a grupos de obreros obrer os que obstruían el paso. —Pu —Pues es,, mire mire uste usted, d, seño señor; r; cu cuan ando do sabí sabían an qu quee los los ob obre rero ross eran eran españoles, no pitaban y metían las vagonetas por el medio aplastando y estropeando a los obreros. Luego venían las lágrimas de cocodrilo y los perdones y las excusas: que no nos fijamos, que no los vimos; mentiras todas, Padre, mentiras como casas Y aquí apostilló don Gregorio: —¿Pues qué culpa teníamos nosotros de la guerra, si además fueron ellos los que volaron el MAINE? Sin poderme contener, me incorporé y le estreché la mano. Dice que enfermó unos días. Una de las enfermeras yanquis había perdido a su esposo en la guerra de Cuba. La muy raposa les dijo un día a los enfermos españoles: —Os voy a envenenar a todos; que por vosotros estoy viuda. Dieron parte al capellán que era español, y éste se lo comunicó al jefe. El jefe se cercioró por Gregorio de la veracidad del caso, y la tal enfermera tuvo que hacer al punto la maleta y volverse a los Estados Unidos con órdenes de no volver. La justicia y la paz se dieron ósculo. 216
En las minas de oro de África del Sur De Panamá salió Gregorio para Costa Rica. Allí en Puerto Limón se encontró con un bóer; un holandés gigantesco llamado Juan Hárterberg que estaba arreglando el pasaporte de vuelta al Afaca del Sur. Juan Juan ha habl blab abaa el espa españo ñoll ba bast stan ante te bien bien.. Hab abla lanndo ha habl blaand ndoo se concertaron en partir juntos para el Transvaal. Hicieron escala en Puerto Rico; luego en Curaçao; luego en las islas de la Madera; luego en las Canarias donde hallaron pasaje en un barco inglés que los llevó a los puertos del extremo meridional de África haciendo escala en todos ellos hasta Lorenzo Marques. Aquí se apearon nuestros héroes; descansaron tres días.; compraron mil cosas inútiles y tomaron el tren para Joannesburgo. Tres días horribles de tren por aquellos campos africanos. Inmediatamente hallaron empleo en aquellas minas de oro. Me asegura que aquellas minas están a 2.000 metros de profundidad; que tienen doce pozos de entrada, y que cada pozo tiene 16 metros de anchura. Allí le hicieron capataz y tenía bajo su férula catorce cafres negros como el betún. En muy poco tiempo Gregorio dominó la lengua cafre lo suficiente para pasar con ellos ratos deliciosos. Dice que los cafres hablan cantando y cantan cuando trabajan. Todo se les les vu vuel elve ve cant cantar ar.. Co Cont ntra ra lo qu quee se cree cree vu vulg lgar arme ment ntee los los cafr cafres es son son sumamente mansos y muy sencillos; tan sencillos que había que tratarlos como a niños. Por ejemplo, si se les mandaba meterse en algún pozo o ir a cualquier lugar subterráneo, obedecían al punto aunque se estuvieran desprendiendo rocas que infaliblemente los aplastarían. En aquel oficio ganaba Gregorio una libra esterlina cada ocho horas; es decir, cada día; pues no les estaba permitido permanecer en aquellas profundidades más de ocho horas entre sol y sol. Al salir de la mina fraternizaba con los cafres que le querían a rabiar. ¡Lástima de misionero, dije yo aquí para mis adentros!
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La guerra de 1914 Al cabo de 22 meses entre cafres, volvió a España donde gastó casi todo su dinero visitando las ciudades principales, deteniéndose deteniéndose más en León donde una hermana suya se estaba graduando de maestra. El recuerdo de los canturreas con los cafres no le dejaba ni a sol ni a sombra. Por fin un día se embarcó de nuevo para el Transvaal y allí pasó días deliciosos hasta que ¡zas! la guerra del 14 vino a echar por tierra todos sus planes. Como Inglaterra era nación beligerante, Gregorio se negó a luchar por el Albión y tomó las de Villadiego. Atracó en Vigo y se internó en su Galicia natal. La vida pastoril y patriarcal de su patria chica ya no se avenía bien con sus ambiciones de ver mundo. Sacó pasaje en el «María Cristina», fondeado en Vigo y atracó en la Habana, donde no estuvo es tuvo más que tres meses. Entró en los Estados Unidos por Nueva Orleáns y se internó en el inmenso estado de Tejas donde halló pueblos enteros de mejicanos que le acogieron como a un hermano. Cuando Wilson declaró la guerra a Alemania, Gregorio se vio entre la espada y la pared. Si no se apuntaba de voluntario, probablemente le forzarían a apuntarse; y él é l no pensaba coger el fusil por nada de este mundo. Discurrió ofrecerse a trabajar para la guerra en la retaguardia. Se ajustó en los arsenales de Filadelfia como remachador en los cascos de los buques de guerra, y con eso se libró de vestir el uniforme. Cuando el Kaiser se refugió en Holanda y se acabó la guerra, ya no hacían falta remachadores de cascos de acorazados
Minero en Alaska Gregorio anduvo algún tiempo a la deriva, hasta que en 1920 oyó hablar de las minas de cobre de Kénnicoth al sur de la península de Alaska. La tentación de viajar era demasiado fuerte y no la pudo resistir. Gregorio se embarcó para Alaska y trabajó siete años seguidos en aquellas minas de cobre. En 1927 dio una vuelta por la España de Primo de Rivera donde gastó los dólares con tanta rapidez que tuvo que volver en seguida a las minas de Kénnicoth. 218
Aquí volvió a juntar dólares y más dólares a fuerza de trabajar, y en 1930 volvió a España a descansar en los cafés de la Coruña. En 1931 no le gustó el cariz político que iban tomando las cosas y se reembarcó para Alaska donde vive todavía hecho un brazo de mar. Nunca ha estado en el norte ni en e n el oeste donde habitan los eskimales. Al co com men enzzar la segu segunnda gu guer erra ra mun undi dial al,, ad adqu quir iriió empl empleo eo en Anchorage donde el Gobierne, gastó millones y millones en la erección de cuarteles y pistas de aterrizaje para aeroplanos. Por todas partes abundan los obreros parados. Gregorio no recuerda haber estado nunca sin empleo. A raíz de la segunda guerra mundial se hizo súbdito yanqui, como hicieron más de dos mill illones de ex extr traanjero eros cuando vieron ron que el no ser ciudadanos norteamericanos les privaba de un sinnúmero de privilegios.
«¡Mu viejo pa cambiar!» En su vertiginoso correr por el mundo, Gregorio dejó jirones de castellano por doquier y hoy día lo habla muy graciosamente. Forma terminaciones verbales españolas con raíces inglesas, y viceversa, que lo parten a uno de risa. Gregorio y yo en mi cuarto somos dos avanzadas de la hispanidad en las lomas del Polo Norte. En materia de religión el pobre D. Gregorio necesita un poco de nuestras oraciones. Ha asistido a funciones religiosas en sinagogas, capillas protestantes e iglesias católicas, todo revuelto. Dice que tiene en su habitación una imagen de Jesucristo que le ha de salvar. Últimamente adquirió otra de la Santísima Virgen. —Mire usted, D. Segundo —me dice sonriendo— ya estoy mu viejo pa cambiar. Y como le apremiase yo a que no dejase nunca la Misa del domingo, me replicó más sonriente aún: —Ah, señor Padre, usté no sabe lo que es vivir por tol mundo ganándose la vida como yo. En sus sus lectu ecturras al azar ha adquiri irido un arsen rsenal al inmen enso so de conocimientos religiosos. Sabe las gotas de sangre que derramó el Señor en la Pasión y las veces que cayó con la cruz camino del Calvario; que según él no fueron tres, sino muchísimas más. 219
Tan interesante se me hizo D. Gregorio que le urgí a que me volviese a visitar, y lo hizo dos veces más; así puede redondear mis apuntes sobre su vida y milagros. Yo le remiraba sin hartarme nunca de mirarle. Aquí está un español, gallego, vecino mío como quien dice, que visitó la catedral de León donde asistí yo a tantas Misas solemnes. Me pareció mucho más guapo que todos los yanquis; más caballeroso; más tipo de hidalgo; más abierto; más desinteresado; en fin, más hombre. ¡Lástima que hablase un español tan acuchillado de frases extranjeras! e xtranjeras! Me preguntó cómo me las arreglo yo para hablar el español sin extranjerismos. No sabiendo qué responder, me encogí de hombros y dejé escapara un ¡velay! Ramplón y chabacano. Honor y loa al invicto D. Gregorio Real y Fernández que ha llevado la alegría española de polo a polo y ha sido representante digno de la raza en tierras bañadas por todos los océanos.
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