Valentín Andrés Álvarez
TARARÍ 1 (1929) Farsa cómica en dos actos y un epílogo En "Vanguardia Teatral Española" Ed. Biblioteca Nueva, 2006
PERSONAJES
El. DIRECTOR DEL MANICOMIO DON PACO, LOCO El ADMINISTRADOR ADMINISTRADOR EL PORTERO EL LOQUERO VIGILANTE 1 VIGILANTE 2 LOCO 1 LOCO 2 LOCO 3 LOCO 4 LOCO 5 EL VISITANTE EL NOTARIO LA SEÑORA LA SEÑORITA EL COMISARIO Locos, CUERDOS Y AGENTES DE POLICÍA La acción en cualquier lugar y en cualquier época.
ACTO ACTO PRIMERO
(El jardín de un Manicomio. Al fondo, un pabellón con puerta practicable. En primer término, tér mino, a la izquierda, izq uierda, un gran árbol; árb ol; a la derecha, dere cha, un banco de piedra o canapé de jardín y convenientemente distribuidas por la escena varias sillas de mimbre o hierro, propias para estar al aire libre. La puerta del jardín, que será también la entrada al establecimiento, se supone a la izquierda. Acaso convenga que el edificio, los asientos y los árboles, por su forma, estilización y colorido, produzcan una vaga sensación de irrealidad. Al levantarse el telón se s e verá al VIGILANTE (unos veinte años, gorra de uniforme, adornada con un galón) sentado, leyendo un periódico. Por el fondo, hacia la izquierda, pasan varios locos, que entrarán mas tarde en escena. Como están bajo la inspección del VIGILANTE , éste interrumpirá frecuentemente la lectura para observarlos. Otros empleados del Manicomio vigilan también.)
VIGILANTE 1 (Dirigiéndose adonde están los Locos.).—¡Eh!... ¡Eh!... ¡Bájese usted de ahí ahora mismo!... (Un pequeño silencio.) Como lo vuelva a ver subirse a un árbol lo llevaré a encerrarlo a su celda. (Se pone a leer de nuevo, sin descuidar su vigilancia) ¡Eh!... ¡Eh!... Venga aquí ahora mismo. (Después de una pausa entra el Loco .) LOCO 1.—Pero... ¿por que no puedo yo subirme a los árboles? ¡Vamos a ver! VIGILANTE. —Hombre... porque no está bien en usted. ¿A qué viene esa manía? LOCO 1.—Es que quiero injertarme en un árbol. VIGILANTE. —¡Hombre! LOCO 1.— Sí. Como por tener yo un talento original y desmedido me han encerrado aquí, quiero que mis hijos salgan injertos en
alcornoque para que puedan alternar con los hombres sensatos como usted. VIGILANTE. —Bueno; dejémonos de bromas. LOCO 1.—¡Cómo!... Pero si hablo muy en serio... ¡Ah... vamos! Quien bromeaba era usted. Ya decía yo... Entonces, como cuanto me dijo era broma..., me voy otra vez al árbol. VIGILANTE. (Sujetándolo.).—Venga usted acá. Quieto ahí. (Entra el ADMINISTRADOR por la puerta del fondo.) ADMINISTRADOR .—Buenos días. VIGILANTE. —Buenos días, señor Administrador . ADMINISTRADOR .—Acaban de avisar que de un momento a otro llegará al Sanatorio un loco furioso. Vaya a decírselo al Portero para que esté prevenido. VIGILANTE. —Al momento. (Sale.) LOCO 1 (Se acerca al ADMINISTRADOR con mucho misterio y le dice al oído.). —Me voy a subir a aquel árbol. No diga usted nada al otro... ¿eh? ADMINISTRADOR .—Como se mueva usted de ahí... LOCO 1.—Si es cuestión de un momento. Verá usted, en seguida estoy de vuelta. ADMINISTRADOR (Elevando el tono.). quieto, digo.
—Que
se esté usted
LOCO 1.—Si la cosa no tiene importancia. Además yo lo hago estupendamente. Verá... verá... (Intenta marcharse.) ADMINISTRADOR. —¡Que terquedad! Aquí ahora mismo. (Lo coge por un brazo, lo lleva violentamente hasta el banco de piedra y lo sienta allí con brutalidad.) A mí no se me desobedece. (Se levanta el
Loco 1 y el ADMINISTRADOR lo vuelve a sentar dándole un fuerte golpe contra el banco.) ¿Acabará usted por convencerse?
LOCO I (Levantándose quebrantado.).—Ya he acabado... Se expresa usted con una claridad que me ha dejado... (Poniéndose la mano en una cadera, tentándose los brazos y las piernas y haciendo gestos de dolorimiento.) ... completamente convencido... (Se toca ahora el pecho, la espalda y los lados.) Pero... que convencido por los cuatro costados. ADMINISTRADOR (Arrepentido de su brutalidad.).—¿Le he hecho daño? Lo siento, hombre, lo siento. LOCO 1.—¿Conque lo siente usted? ADMINISTRADOR .—Sí, señor, sí. Me duele mucho... LOCO 1.—¿Sí?... ¿Y dónde le duele? ADMINISTRADOR .—Lamento muchísimo... LOCO 1.—¡Ah... vamos... es cortesía!... De manera que ahora todavía tengo que darle a usted las gracias... (Molesto todavía por el golpe.) Es usted muy amable... pero muy amable... (Dolorido.) Estoy encantado. (Entra el VIGILANTE. El ADMINISTRADOR habla con él un momento y después se va por el fondo.) VIGILANTE (AL LOCO I.).—¿Pero está usted aquí todavía? Váyase, hombre, váyase a su sitio. (Entra DON PACO.) VIGILANTE 1.—Buenos días. DON PACO 2.—Muy buenos los tenga usted, señor Vigilante... ¿Molesto? VIGILANTE. —No, señor, no. Al contrario, puede sentarse aquí si quiere. Ya sabe usted que se le aprecia. DON PACO.—¿Se me aprecia... o se me compadece? Bueno... ¡qué más da! También yo le aprecio mucho a usted.
VIGILANTE. —¿También es porque me compadece? DON PACO.—Naturalmente. Mucho más que usted a mí. VIGILANTE. —Y ¿por qué, don Paco? DON PACO.—¡Oh! Me da tanta pena verle... Considerar que siendo tan joven lo tengan ya encerrado en esta casa..., como a mí. VIGILANTE. —¿Que me tienen aquí encerrado? Ja, ja, ja. DON PACO.—Ríase, pollo, ríase; pero no se dé tanto tono porque le permiten salir algunas veces. Vamos a ver, ¿cuántos días tiene usted libres al mes? VIGILANTE. —Dos. Como todos los empleados de esta casa. DON PACO.—Dos días libres al mes, veinticuatro al año; cada trescientos sesenta y cinco días sólo es usted libre veinticuatro. (Al decir «trescientos» extenderá los brazos, y al decir «veinticuatro» señalaré la punta del dedo.) Sólo disfruta usted de una pequeña fracción de libertad que no llega a un seis por ciento. Como ve, no tiene por qué compadecerse mucho de mí. ¡Seis centésimas de libertad! La cosa no es para presumir tanto. VIGILANTE. —Pero, Don Paco, a mí nadie me obliga a... DON PACO.—¡Qué engañado vive usted! ¿Tiene usted rentas? VIGILANTE. —No, señor. ¡Qué más quisiera yo! DON PACO.—¿Ni ningún otro medio de ganarse el sustento, sino este de vigilarnos? VIGILANTE. —Así es... DON PACO.—¿Y le parece poca esclavitud?... En resumidas cuentas: nosotros estamos encerrados aquí por causa de esto... (Señala la cabeza.) Y usted de esto... (Señala el estómago.) Total, pata.
VIGILANTE.- —Pero es muy diferente... DON PACO.—Sí, muy diferente, porque nosotros tenemos esperanzas de salir de aquí algún día y a ti no hay quien te saque. (Del lado de la portería se oyen varias llamadas de timbre, cortas y seguidas como indicando urgencia.) VIGILANTE. —Voy. ya voy. Debió haber llegado ya el nuevo pupilo. Adiós, Don Paco. (Se va.) DON PACO.—¡Adiós, infeliz! (DON PACO se queda solo, paseándose unos instantes por la escena. Luego se va hacia donde están sus compañeros, cuando ve venir al PORTERO , al LOQUERO I y al VIGILANTE , los cuales traen al Loco 2, sujetándolo cada uno por un brazo. El P ORTERO traerá colgada de un hombro la camisa de fuerza.) (El Loco 2 forcejea con los que le llevan, tirando hacia atrás.) Loco 2.—Que no entro... Que no entro... (Llegan al centro de la escena.) De aquí no paso. LOQUERO (Invitándolo a seguir andando.).—Vamos, sea razonable. Loco 2.—Yo rengo mi razón, como ustedes tienen la suya. Si yo digo incoherencias y hago disparates, ustedes dicen tonterías y hacen necedades. Conque estamos liquidados. LOQUERO (Explicativoy conciliador.).—Atienda... Atienda a lo que voy a decirle... Loco 2.—Es inútil; no me van a convencer sus razonamientos. PORTERO (Empujándole violentamente.).—¡Andando! Loco 2.—Ese argumento me convence más... Ahora que también sé yo razonar. (De dos golpes derriba a dos VIGILANTES. Lucha con los demás y se apodera de la camisa de fuerza que tiene en sus manos el PORTERO.) (Salen más VIGILANTES Y otros Locos.) ¡Compañeros... a mí! Ya es nuestro el poder de encerrar el emblema de la razón 3. Defen-
dámoslo, como una bandera de combate. ¡A ellos, compañeros! LOQUERO.—Ahora verás. (Se lanzan sobre él El Loco 2 sostiene en alto la camisa de fuerza como un estandarte.) LOCO 1.—Dejadle. LOCO 2.—¡A mí, compañeros!... LOCO 3.—¡Defendámosle!... OTRO LOQUERO.—¡Eh! ¿Qué es esto?... (Luchan Locos contra LOQUEROS , hasta que estos últimos quedan reducidos y amordazados. El Loco 1 ha puesto al P ORTERO la camisa de fuerza. Los Locos se han apoderado de las cuerdas que llevaban los LOQUEROS.) CORO DE LOCOS.—¡Bravo!... ¡Bravo!... OTROS.—¡Ya son nuestros! Encerrémosles... OTROS.—¡Y a los otros también! OTROS.—Sí, también a los otros. LOCO 1.—¡Hurra! LOCO 2 (Erigiéndose en general en jefe.). —Quedad vosotros (A Loco 1 y Loco 3) guardando este puesto. Vosotros, seguidme. ¡Viva la razón de los locos!4 TODOS.—¡Viva!... (Todos siguen al Loco 2 como a un caudillo. El PORTERO tiene puesta la camisa de fuerza. Los Locos 1 y 3 le vigilan. DON PACO, que ha permanecido en un rincón, a cobijo, presenciándolo todo, sale de su escondite.) PORTERO.—¡Socorro!... ¡Auxilio!... DON PACO .—Tranquilícese, amigo, tranquilícese y tenga resignación como hemos tenido todos los que pasamos por ese amargo trance. Compañeros-. Ahí tenéis un hombre cuerdo con una
camisa de fuerza. ¿Sabéis lo que significa eso? CORO DE LOCOS.—¿Que?... ¿Qué?... DON PACO.—Pues que sirve a los cuerdos lo mismo que a los locos; que está hecha a nuestra medida y a la de ellos. LOCO 1.—Y le está muy bien. Miradle. (Le da la vuelta para mirarlo por detrás y le pasa la mano por la espalda para quitarle las arrugas, como si estuviera viendo cómo le cae un traje nuevo.) LOCO 3.—¿Y qué hacemos con este hombre? Los OTROS encerrarlo.
LOCOS
(Rápidos.).—Encerrarlo,
hombre,
DON PACO.—Bueno, pero primero quitarle la mordaza, a ver lo que dice. (Se la quitan.) PORTERO.—¡Socorro! ¡Socorro! ¡A mí! DON PACO.—¡Como hay Dios si no grita como un loco! PORTERO (Algo más tranquilo.).—Esto es horrible. DON PACO.—Sí, pero dura poco tiempo. En seguida lo llevarán a una celda acolchonada. PORTERO.—¿A mí?... ¿Pero qué van a hacer conmigo? ¿Qué ocurre aquí? DON PACO.—Amigo mío. ¿Creía acaso que iban a mandar ustedes siempre? ¿Que iban a estar hasta la eternidad en el poder? LOCO 3.—¿Qué? ¿Lo llevamos? DON PACO.—Llevadlo, sí. (Después de quitarle la gorra de uni forme, que dejarán en una silla los Locos 1 y 3, llevan al PORTERO.) LOCO 2 (Saliendo con los otros.).—¡Hurra!... ¡Hurra!... ¡Ya están
todos encerrados!... LOCOS.—¡Hurra!... LOCO 2.—¡El triunfo ha sido nuestro! DON PACO.—¡Es usted un héroe! Yo, como jefe de esta rebelión, le felicito con todo entusiasmo. LOCO 2.—Pero si usted no se ha expuesto a nada, ni ha luchado... DON PACO.—Eso es. Lo que siempre hacen los jefes de toda revolución. Usted quedará compensado con una cruz. LOCO 2.—¡Ah! (Se retira satisfecho.) DON PACO.—Tú. (Al Loco 5.) Vete a la portería. Quedas nombrado Portero. LOCO 5.—¡Ole! DON PACO.—Tú. (A otro Loco.) Vete también con él. Serás su ayudante. Tú (A otro Loco.) serás el Administrador, tú mi criado y vosotros los vigilantes. LOCO 4.—¿Y por qué ha de ser usted el que mande, vamos a ver?... DON PACO.—Pues muy sencillo. Éste (Al Loco 5.) será un excelente portero. Éste ( Al Loco 1) un gran vigilante y tú (Al Loco 4.) un estupendo criado. Únicamente yo, que no sirvo para vigilante, ni para portero, ni siquiera para criado, puedo ser vuestro jefe. LOCO 2.—¡Compañeros!... ¡Alerta!... Que aquí viene un hom bre cuerdo. (Al entrar el VIGILANTE 2 los Locos le rodean y le señalan con el dedo.) LOCO 3.—Un hombre cuerdo.
LOCO 1.—Cuidado que está cuerdo. LOCO 4.—¡Vaya un tipo! LOCO 3.—Mirad qué cara pone. (Se burlan del VIGITANTK.) LOCO 1.—Está más cuerdo que una cabra. LOCO 3.—Pero ¿no veis que cara?... LOCO 2.—Si está cuerdo que nos lo demuestre. LOCO 3.—Eso es, que nos lo demuestre, VIGILANTE 2.—¿Demostrar yo?... ¿Pero por que me van a obligar a mí a...? DON PACO.—¡Ahi... Pues por lo mismo que me han obligado a mí cuando me trajeron a esta casa. VIGILANTE 2.—¿Cómo quiere comparar el caso de un cuerdo con....? Además, a quien lo está, le es tan fácil, tan sencillo, hacerlo ver a todo el mundo... DON PACO,—Pues háganos usted ahí, ahora mismo, un acto cualquiera de cordura, el más sencillo, el más fácil de hacer. CORO DE LOCOS.—Venga... Venga... Ahora vamos a saber nosotros cómo se hace eso... (Mostrando mucho interés, todos se preparan para observar con gran atención lo que va a hacer el VlGILANTE.) DON PACO.—Salga ahí al medio y haga el acto de cordura. (Corriendo una silla.) Puede hacerlo de pie o sentado, como guste. No puede usted figurarse el gran interés que tenemos todos por ver cómo se hace eso. (El VIGILANTE sale al medio del corro. Al verse allí titubea, se azora, se pasa la mano por la frente; no sabe qué hacer.) LOCO 1.—Parece que la cosa no es tan fácil... ¿eh?
DON PACO (Cariñosamente.).—Si usted no sabe hacerlo... dígalo, dígalo sin miedo. Somos muchos los que no sabemos... ¡No le dé vergüenza confesarlo, hombre!.. Si está usted entre compañeros... VIGILANTE 2.—Verán ustedes... (Lanza una mirada alrededor y viendo un hueco sale huyendo por allí Los Locos salen tras de él y le dan alcance en seguida. Lo traen bien sujeto.) LOCO 3.—Conque ése era el acto de cordura, ¿eh?... VIGILANTE 2.—¿Cómo demostrarlo más que así? ¿No me pedían una prueba de sensatez? Pues, ¿cuál mejor que salir corriendo de aquí? DON PACO.—Pare usted, amigo. Cuando me estaban reconociendo a mí salí también de estampía, como usted; y al cogerme, uno de los que me observaban dijo: «Como comprenderán ya no es necesario continuar el examen. Con lo que acabamos de ver, bien claro demostró que está de remate.» VIGILANTE 2.—Es imposible entendernos, porque ustedes ¿cómo me van a comprender a mí? DON PACO.—Al contrario, si lo de usted es sencillísimo. Usted está cuerdo, pero no sabe cómo hacer para que se le note. (Hace una seña para que lo lleven. El loco 1 y el Loco 2 lo sujetan.) ¡Llevadle! VIGILANTE 2.—¡Soltadme! ¡Que me suelten, digo! LOCO 1.—Vamos... VIGILANTE 2 (Retirándose un poco.).—¿Qué? (DON PACO , llevándose el dedo índice a los labios le da a entender: «Silencio» y al mismo tiempo señala con el índice de la otra mano la camisa de fuerza.) DON PACO (Al Loco 1.).—Enciérralo en tu celda. Tú, desde ahora, ocuparás la habitación que hasta hoy ocupaba él; quedas nombrado loquero.
LOCO 1(Coge la gorra del VIGILANTE , se la pone y hace unas cuantas zapatetas extravagantes.).—¡Olé!... ¡Loquero!... ¡Ya no soy loco, soy loquero! DON PACO.—Pero, ¡por Dios!, no niegues que eres de los nuestros mientras haces esas hermosísimas piruetas. Y pensar que un infeliz cuerdo, ante una explosión de alegría semejante, se hubiera quedado con las ganas de hacerlas... ¡Desgraciados! Realmente es una obra bien humanitaria que le vamos a hacer al curarles la sensatez y la cordura. VIGILANTE 2.—Como hay Dios si estos hombres no van a conseguir volverme loco. DON PACO.—¿Volverle loco? Y que lo puede usted decir muy alto. Ustedes nos encerraron aquí para volvernos cuerdos y no lo han podido conseguir; ahora que encerramos nosotros no le quepa la menor duda de que lograremos volverlos locos a todos. Nuestros procedimientos curativos serán mucho más eficaces. LOCO 1.—¿Qué? ¿Lo llevo? DON PACO.—Sí, llévalo. (EL VIGILANTE retrocede un poco como para resistirse, pero DON PACO vuelve a hacer el gesto de «silencio» y a señalar la camisa de fuerza. El VIGILANTE , al verlo, sigue ya dócilmente al Loco 1. Lo que les queda de diálogo lo dicen el Loco 1 y el V IGILANTE , caminando muy despacio hacia la puerta del fondo, por donde saldrán.) Loco 1.—Lo que son las cosas. Hace apenas un mes íbamos usted y yo lo mismo que ahora, camino de aquella casa; pero entonces, en vez efe llevarle yo a usted, me llevaba usted a mí... Recuerdo muy bien que me sublevé un poco y me dio usted un capón. (El VIGILANTE 2 se prepara, levantando un codo a la altura de la cabeza, para esquivar un golpe.) No, no. No pase cuidado. Los malos tratos, el rencor, la venganza... todo eso son cosas de cuerdos. (Se van por la puerta del fondo. Una pausa. Luego vuelve el Loco 1.) LOCO 1.—Oiga, Don Paco. Ahora que mandamos nosotros...
¿no le parece a usted que debemos pedir cuentas a quienes nos han metido en esta casa? DON PACO.—Si, señor. Pero antes será necesario que cada uno de vosotros nos explique por qué le han encerrado aquí. LOCO 3.—Yo estoy aquí porque los hombres son los seres más absurdos que hay. Como sabéis, todos los hombres desean ser felices... ¿verdad? Bueno, pues a mí me encerraron por haber intentado resolver el problema de la felicidad universal. LOCO 4.—Yo había inventado el movimiento continuo. Las máquinas iban a moverse solas. Como ganaría así muchísimo dinero, lo repartiría en grandes cantidades. Bueno, pues a pesar de desearlo tanto, no me dejaron. Jamás se atropello a nadie como a mí. LOCO 1.—Anda, pues… ¿y a mí… que iba a curarles todas las enfermedades? CORO DE LOCOS.—Nosotros no podemos consentir ya eso (Comienzan a alborotarse.), porque somos los amos. LOCO 1.—Es indignante que la razón de los cuerdos, esa razón mezquina, vulgar y casera, se nos quiera imponer a todos. CORO DE LOCOS.—¡Bravo!... ¡Bravo!... ¡Muera la razón de los cuerdos! ¡Muera! (Pausa.) DON PACO.—Desde su punto de vista tenían quizá algunos motivos... LOCO 4.—¿Cómo? ¿Para traernos aquí? DON PACO.—Sí. Por ejemplo: tú habías inventado el movimiento continuo. LOCO 4.—Sí, señor, A pesar de que toda la Física afirma lo contrario, las máquinas iban a moverse solas.
DON PACO.—Ya ves. ¿Cómo te iban a permitir los físicos que echaras abajo sus ciencias y los industriales que arruinaras sus fábricas, montadas todas por el régimen antiguo? Tenían que encerrarte en seguida, para proteger tantos intereses. LOCO 4.—Y usted, ¿por qué está aquí? DON PACO.—¡Oh... yo!... Yo tenía una inteligencia prodigiosa y quise ser matemático. Creía que las Matemáticas afirmaban unas verdades puras, libres de todo bajo interés material. Pero me desengañé al estudiar los orígenes de las Ciencias Exactas. ¿Sabes de dónde salió la Aritmética? LOCO 3.—Pues de las investigaciones de los sabios. DON PACO.—No, señor. De Tos tratos de los mercachifles. No la han inventado los matemáticos, sino los comerciantes. LOCO 3.—¡Caramba! DON PACO.—¿Y a que no sabéis quién inventó la Geometría? LOCO 3.—Yo lo sabía, pero se me ha olvidado. LOCO 1.—¿No fue Euclides en Grecia? DON PACO.—Sí, eso dicen para engañarnos. La Geometría, antes que naciese Euclides en Grecia, la habían inventado los terratenientes egipcios para repartirse las tierras con comodidad y precisión. CORO DE LOCOS.—¡Ah!... ¡Ah!... DON PACO.—Los maremáticos no hicieron más que demostrar lo que ya estaba hecho; dar, para siempre, la razón a los comerciantes y a los terratenientes. Ahora diez y diez son siempre veinte, sin necesidad de echar la cuenta por los dedos, como sucedía cuando no estaban muy seguros, y los comerciantes pueden explotarnos con toda razón, comodidad y prontitud. Ahora, con
tomar unas pocas medidas en un solar, y gracias a la Geometría, os dice inmediatamente un casero: «Me pagarás tanta renta.» Yo me propuse quitar a la Ciencia todas estas impurezas e hice una Aritmética que no fuera la Aritmética mercantil de ahora. ¿No es absurdo que los matemáticos hagan una Aritmética para los comerciantes y no para ellos? CORO DE LOCOS.—¡Claro!... ¡Claro!... DON PACO.—Pues por eso hice yo una Aritmética para mí. Demostré los errores que hasta entonces se cometían en las sumas, en las restas, en las multiplicaciones, y a cuantos comerciantes me habían vendido alguna cosa les exigí que rectificaran sus cálculos con arreglo a las nuevas investigaciones y me devolvieran lo que me habían cobrado de más. Entonces sí que se armó la gorda. Las Cámaras de Comercio declararon la absoluta inconmovilidad de los principios y verdades científicos. La sociedad de tenderos de ultramarinos recaudó fondos para defender las doctrinas de los sabios y filósofos de la antigüedad y a mí me cogieron y me trajeron aquí por loco. Y ahora es cuando yo reconozco que la industria, el comercio, las deudas, las ganancias y las rentas dependen de principios que es menester mantener firmes. Aunque parezca mentira, todo principio, todo teorema, toda verdad científica tiene, más o menos remotamente, relación con las pesetas que uno lleva en el bolsillo. Por eso las grandes verdades han de ser inconmovibles y a quien las ataca hay que tenerlo por loco... por si acaso... Las grandes verdades tienen que ser sagradas porque, amigos míos, además de verdades... son pesetas. (Entra el Loco 5 por la izquierda.) LOCO 5 (Muy asustado.).—Señor... DON PACO.—¿Qué ocurre? LOCO 5.—Horrible, Don Paco, horrible. Acaba de llegar y está a la puerta el señor Director del Manicomio. ¿Qué hacemos?
DON PACO (Con grandes muestras de alegría.).—¿El Director? Que pase, hombre, que pase; déjalo entrar en seguida. (Se va el Loco 5.) Pues no faltaba más. (Una pausa breve. Luego entra el DIRECTOR. Durante la pausa, DON PACO coge la camisa de fuerza con gran cuidado y amorosamente la pone en el asiento de la silla., la cual coloca con el respaldo hacia delante, para que la camisa de fuerza quede invisible. Salen los otros Locos.) DIRECTOR (Sale con gorra galoneada que indica autoridad superior.)—¿Qué es esto? ¿Qué ha sucedido aquí? DON PACO.—Total., nada. Todavía estamos empezando. DIRECTOR.—Y ¿dónde se ha metido el portero? ¿Cómo ese hombre no está allí? (Señala hacia la portería.) DON PACO.—Pues muy sencillo. (Con mucho misterio.) No está allí (Señala hacia la portería.) porque está allí. (Señala al pabellón.) DIRECTOR.—¿Cómo allí? ¿En la oficina? DON PACO.—Más adentro. DIRECTOR.—¿En el despacho entonces? DON PACO.—Más adentro. DIRECTOR.—¿Y los vigilantes? ¿Cómo han dejado esto abandonado? ¿Qué ha ocurrido en esta casa? DON PACO.—Lo sucedido aquí es que los pupilos nos hemos sublevado contra los cuerdos. DIRECTOR.—¿Sublevado? DON PACO.—Sí, señor, contra el despotismo de la razón. Era una de las revoluciones que estaban por hacer. (A un movimiento del DIRECTOR.) ES inútil que pretenda escapar. No le dejarían. Tenemos muy bien organizada la vigilancia.
DIRECTOR.—Perfectamente. No creí que eran ustedes tan sensatos. Si supiera que eran tan cuerdos los hubiese tenido mejor encerrados. DON PACO.—Y haría bien. Por eso con usted, que es uno de los hombres más cuerdos y sensatos que conozco, tomaremos precauciones especiales. DIRECTOR.—¿Y si yo me resistiese? DON PACO.—Sería inútil. Tenemos en nuestras manos el poder, la camisa de fuerza. No me obligue a utilizarla. DIRECTOR.—¿Lo haría usted? DON PACO.—Sólo en último caso. La camisa de fuerza debe ser sólo un símbolo...¡Un símbolo!... Como si dijéramos: el cetro del poder que ahora está en nuestras manos. Muy malo sería para nosotros, como lo fue para ustedes, tener que servirnos de ella... Tan malo como sería para un rey tener que defender algún día su trono con el cetro... a cetrazo limpio. DIRECTOR.—De modo que solamente... DON PACO.—Sí, señor. Un jefe no debe olvidar nunca que, si un símbolo sirve para tanto, es porque nunca ha de servir para nada'2. DIRECTOR.—Nadie diría al oírle que es usted un loco. DON PACO.—¡Bah! Esa es una de tantas grandes frases o tonterías filosóficas que acuña la sensatez, dándoles un gran valor, pero que nadie admite porque nada valen. ¡Como que son los marcos de la cordura! DIRECTOR.—¿Y ustedes? DON PACO.—Nosotros nos hemos sublevado contra la razón y la filosofía y defendemos el pensamiento libre de toda traba lógica,
el pensamiento espontáneo sin la menor elaboración artificiosa. Nosotros vamos a poner en circulación el oro en pepitas. DIRECTOR.—¡Magnífico programa! ¡Que lástima que yo sea cuerdo!... DON PACO.—¡Bah! No se apure. Yo creo que usted es de los que se curan. (Entra el LOCO 5.) LOCO 5.—A la puerta hay un hombre que pregunta por el señor Director. DIRECTOR.—¿Qué desea? DON PACO.—¿Cómo?... Aquí, amigo mío, no hay más Director ahora que yo. (Le quita la gorra al DIRECTOR y se la pone él.) DIRECTOR.—Es verdad. Me había olvidado de que ahora ya no soy nada en esta casa. (Aparece al fondo el Loco 1.) DON PACO.—No, nosotros sabemos guardarle todavía todos los honores y consideraciones que merece. Oye ( Al Loco 1), lleva al señor a una celda de primera. (El Loco 1 con el DIRECTOR se van por el fondo.) Y tú (Al Loco 5) vete a decir que pase ese señor que está en la puerta. (Se va el Loco 5 por la izquierda. Una pausa. Luego entra el VISITANTE.) VISITANTE. —¿El señor Director del establecimiento? DON PACO.—Servidor. VISITANTE. —De manera que usted es... DON PACO (Atajándolo.).—Don Paco... VISITANTE (Extrañado.).—¿Don Paco?... (Saca una carta.) DON PACO.—Sí, señor, Don Paco... VISITANTE. —¿Cómo me han dicho a mí entonces que usted
se llamaba?... DON PACO.—Le han engañado. Pero no tiene nada de particular. Cuando uno viene a esta casa nunca le dicen la verdad. Todos vienen aquí engañados. VISITANTE (Retirándose.).—Usted, señor, me confunde... DON PACO.—¿Yo? Pero si sólo he dicho que ha venido usted aquí engañado como vienen todos... ¿Qué culpa tengo yo de que sean así las cosas? VISITANTE. —Sí; pero comprenderá que tampoco tengo yo culpa alguna de que un amigo se haya burlado de mí diciéndome que conocía mucho al Director de esta casa y me haya hecho venir con esta carta para usted. Cualquiera puede ser víctima de la mentira de un sinvergüenza. DON PACO.—No le culpe demasiado a él tampoco. ¡Es una mentira tan piadosa! VISITANTE. —¿Pero usted me toma acaso por...? Vamos, hom bre. Óigame, yo he venido aquí a hablarle de un hermano mío que está mal de... (Da a entender que de la cabeza.) Entendámonos. DON PACO.—Completamente entendidos. No faltaba más... ¿Por qué se ha sentado allí tan lejos? Siéntese aquí a mi lado. ¡Si yo no le he tomado a usted por nada malo! Al contrario, me parece un hombre tan agradable, tan simpático, en fin, le tengo ya tanto interés que quiero más ocuparme de usted que de su hermanito. VISITANTE (Levantándose bruscamente.).—Pero ¿por quién me ha tomado usted, caray? DON PACO.—Por Dios, tranquilícese... tranquilícese. Por nada de este mundo quisiera que se alterara usted. No se nos ponga nervioso, porque entonces sería horrible y nos obligaría a... no, no, sería muy desagradable. (El VISITANTE quiere decir algo.) No, no, quietecito, calma, mucha calma ¡por Dios! Si vino usted engañado ya
lo sé, como los demás, si cree que lo tenemos por quien no es, como todos; pero eso no es nada. Lo principal es que no se altere ni se nos ponga nervioso. Tranquilícese. ¡Si aquí está usted entre amigos! ¡Si es usted un barbián, hombre!... VISITANTE. —¡Ay!... ¿Pero qué me sucede hoy a mí, Dios mío? DON PACO.—Ño es de hoy. Eso tiene que venir de atrás. VISITANTE. —¡Ay! A mí me está ocurriendo algo. (Se pasa la mano por la frente.) Es imposible que yo no esté soñando, si no sería horrible. Óigame, señor, óigame... DON PACO,—Diga, diga usted lo que quiera; desahogúese, asi quedará usted mucho más tranquilo. VISITANTE. —Mire usted. Mis padres tuvieron dos hijos: yo, que por gustarme el comercio puse una tienda de coloniales, y un hermano mío que le dio por los libros y comenzó a estudiar una cosa muy rara que llaman filosofía. Decían que era un gran filósofo; pero es el caso que de tanto estudiar se pasó. (Hace el ademán de la locura can el índice en la sien.) Precisamente para hablarle de este hermano mío y traerlo a esta casa he venido yo aquí. Por eso digo que se confunde usted al tomarme por... vamos, por lo que no soy, ¿me comprende? DON PACO.—Sí, hombre, no le voy a comprender. ¿De manera que usted no vino por usted, sino por su hermano?... ¡Caray! Y qué bien le han dorado a usted la pildora. VISITANTE (Aterrado.).—¿Qué?... Pero... (Como encontrando la solución.) ¡Ah! ¡Sí! ¡Claro! Ahora caigo. Usted no es el Director. Usted es un... (Ademán de locura.) naturalmente. (DON PACO le mira compasivamente, pero sin decir nada.) Allí anda un empleado. (Hace señas al Loco 1 y éste se acerca.) Oiga, ¿es furioso? LOCO 1.—¿Éste? Usted sí que debe de... (Hace el ademán del índice en la sien.) Si es el amo, el jefe.
VISITANTE (Aterrorizado.).—¿Qué?... Pero... ¿es el Director? ¿Está usted seguro de que verdaderamente lo es? LOCO 1.—Naturalmente. ¿No le ve usted la gorra de mando? VISITANTE. —Es que... puede haberse puesto esa gorra y estar mal de la cabeza. LOCO 1.—Caballero, cuando se lleva una prenda como ésa, la cabeza no cuenta para nada. Lo importante es la gorra. VISITANTE. —¿Pero qué es esto, Dios mío? Yo, que nunca he dudado de nada en este mundo, más que de la formalidad y del crédito de mis clientes, dudo ahora de todo. Dudo del Director, dudo de usted, ¡dudo hasta de mí mismo! DON PACO.—Tremendas dudas para un honrado comerciante de esta plaza. Pero eso es que usted comienza a superarse y ha pasado ya de la duda comercial contable a la duda metódica cartesiana. VISITANTE .—No entiendo una palabra de lo que me dice, ni de lo que veo, ni de lo que sucede. Pero, Dios mío, ¿esto que tengo delante es la realidad o la ilusión de un sueño? DON PACO.—Le felicito, amigo. Es usted el primer tendero de ultramarinos que se plantea el problema metafísico de la existencia. Y ahora ya está explicado todo. VISITANTE. —Gracias a Dios, gracias a Dios, (Abraza efusivamente a DON PACO.) DON PACO.—Usted acaba de plantearse el problema metafísico de la realidad. VISITANTE (Sin entender nada.).—Sí. DON PACO.—Y hasta el de su propia personalidad.
VISITANTE (Con la misma actitud de no entender.). —Sí. DON PACO.—Y todo esto después de situarse ante el mundo poseído de la duda metódica filosófico-cartesiana. VISITANTE. —Bueno. DON PACO.—Lo cual quiere decir, amigo mío, que usted no es el hermano tendero, sino el filósofo. VISITANTE. —¿Eh? Esto es espantoso, horrible. ¡Ay de mí! (Lloriquea.) DON PACO.—No se apure, hombre. Si aquí estará usted muy bien. Se da un excelente trato a los enfermos, tenemos este hermoso jardín donde podrá pasear con otros compañeros. VISITANTE. —¡Compañeros! ¡Ay! DON PACO.—Vendrá a verlo su familia. VISITANTE. —¡Mi familia! ¡Pero si no es posible! Si todavía esta mañana, hace una hora, estaba yo muy tranquilo en mi casa y mi mujer me obedecía en todo... DON PACO.—¡Natural! ¿Quién se atreve a llevar la contraria al que está así? VISITANTE. —Bueno, yo me voy ahora mismo. (Se encamina hacia la izquierda. El LOCO I le torna el paso. Luego le sujeta por una mano.) Suélteme. Esto es un atropello. DON PACO.—Tranquilícese, hombre, tranquilícese. Siéntese aquí junto a mí. Si usted no tiene nada. Además está completamente engañado. (Tan amable y cariñosamente dice esto DON PACO que el VISITANTE se tranquiliza conmovido.) Se figura que esta casa es... y no hay tal cosa... Esto es... un gran hotel, un gran balneario de moda, eso es, un balneario y usted ha venido aquí a pasar una temporadita. A reponerse, ¿comprende?
VISITANTE. —Sí, señor, sí. Ahora comprendo la terrible verdad. (El LOCO I le invita a seguirle. Se dirigen al pabellón.) Pero, señor, ¿cuándo me habré puesto yo así? (Sigue caminando. Luego se vuelve.) Diga, señor. (A DON PACO.) Vendrá a verme mi familia, ¿verdad? DON PACO.—¡Pues claro! Vendrá a verle hasta su hermano el tendero. VISITANTE. —¡Hombre! Después de todo me alegraré mucho que venga ése. Porque imagínese: ahora resulta que aquello de «hombre prosaico y de ideas pedestres, tendero», que yo creía me decía él a mí, se lo decía yo a él. Además (Con reticencia.), aquellos pagarés que hacían firmar al pobre filósofo, antes de publicarse su estado mental, para pagar letras de la tienda... Todo eso tengo que echárselo yo en cara en cuanto lo vea. Porque le advierto que el tendero es un sinvergüenza. Un sinvergüenza. ¡Si lo sabré yo!... (Camina otra vez hacia el pabellón.) ¡Ah! [Pensando algo agradable.) De manera que la mujer de mi hermano, que a mí siempre me ha gustado tanto..., es mi mujer. Oiga. (A DON PACO.) Que me la traigan, ¿eh?, que me la traigan.
FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
(La misma decoración del acto anterior. Al levantarse el telón los Locos estarán reunidos en asamblea.)
DON PACO.—Señores: He convocado esta asamblea porque como ahora somos nosotros los amos, los que vamos a imponer nuestra razón a todos los hombres, es menester que nos pongamos de acuerdo sobre lo que más conviene hacer con ellos. LOCO 3.—Lo que más conviene es poner en práctica mi sistema de la felicidad universal. DON PACO.—Muy bien. Como tú has resuelto ya ese problema de hacer felices a los hombres, nos vas a explicar ahora mismo el procedimiento. LOCO 1.—Sí, que nos lo explique. LOCO 3.—Es sencillísimo. Ahora verán. LOCO 4.—Vamos a ver. (Todos se acercan, llenos de curiosidad.) LOCO 3.—No hay más que extraer una raíz cuadrada y hacerse cosquillas en la planta de los pies. LOCO 1.—Y ¿haciendo eso se es feliz? LOCO 3.—Por lo menos se es tonto y ya se está más cerca de la felicidad. Locos.—¡Bah! DON PACO.—¿Y eras tú el que había de hacer felices a todos los hombres? LOCO 4.—No importa, porque estoy yo aquí con el movi-
miento continuo. La solución es el movimiento continuo, pues con esto nadie tendrá que trabajar. LOCO 2.—Vaya una solución. Condenarnos a todos a ser unos haraganes. Yo, señores, protesto. LOCO 1.—La solución la tengo yo, que curaré todas las enfermedades. LOCO 2.—Otro que tal. La salud es una gran cosa, no hay duda. ¿Pero cómo se va a apreciar bien lo que vale estando siempre sanos? No, señor, no. Nada de curar todas las enfermedades. Sí verdaderamente se quiere disfrutar de la salud, habrá que obligar a todo el mundo a tener un par de veces al año, por lo menos, un dolor de muelas y un cólico. DON PACO.—Vaya, vaya. Veo que ninguno de vosotros entiende gran cosa del arte de hacer felices a los hombres. Uno propone suprimir el trabajo, otro las enfermedades. ¡Infelices! ¿Pero no comprendéis que el trabajo es una virtud y el sufrir con resignación otra? Por mi parte, no consiento que se me supriman esas dos virtudes tan importantes y que se tienen siempre tan a mano, porque si algún día nos arrepentimos y queremos ser buenos, ¿cómo nos vamos a arreglar? Loco 4 (Dándose una palmada en la frente.), —Aquí está... La solución consiste en hacer a todos los hombres millonarios. LOCO 1.—Mira con lo que sale éste ahora. Sí hacéis a todos millonarios, yo quiero ser pobre. ¡Menudas ventajas iba a tener yo, siendo el único que no tiene una peseta en un mundo de millonarios! LOCO 3,—¿Ventajas de no tener una peseta? No las veo. LOCO 1.—Figúrate que siendo el único pobre del mundo todos los hombres tenían que contar conmigo para ser buenos y caritativos. Pues no es nada ser la única persona de la Tierra a quien
habría que hacer favores para ganar el Ciclo. DON PACO.—Nada, nada de extremismos. Mi programa es que no haya más ricos que los ricos, ni más pobres que los pobres. Obligaré a todos los enfermos a estar enfermos, a todas las mujeres a ser mujeres y a todos los hombres a ser hombres. Obligaré a trabajar a los trabajadores y a no hacer nada a los holgazanes. ¡Ah! Y obligaré a morirse a los enfermos de la última. LOCO 2.—¡Vaya una cosa! Pero si eso es dejar las cosas como están. DON PACO.—SÍ , amigo, sí. Pero para dejar las cosas como están, ¡menuda revolución hay que hacer! LOCO 1.—Bueno; pero esos que usted citó, los enfermos de la última, ¿no cumplen todos su deber de morirse? DON PACO.—Sí; ¡pero bastante se resisten!... LOCO 1.—Bueno, ¿y qué hacemos ahora? DON PACO.—Ahora id a ver cómo están los enfermos, y si los encontráis tranquilos, sacadlos al jardín. No vamos a ser más rigurosos con ellos de lo que eran ellos con nosotros. (Vanse algunos locos.) (Dirigiéndose al Loco 2, que permanece pensativo, en un rincón.) Y a ti, ¿qué te ocurre? LOCO 2.—Que me fastidia no hacer nada. A todos los manda usted algo, menos a mí. Y yo necesito luchar. Soy un libertador y un caudillo. DON PACO.—Lo eres. Y además un héroe. LOCO 2.—¿Entonces yo soy muy grande? DON PACO.—Eso sí. (Le toca los músculos del brazo.) Eres atlético y valeroso como un héroe legendario. Tienes las dos virtudes del heroísmo auténtico: valor y fuerza. Yo te admiro, sobre
todo, como rarísimo ejemplar de ese heroísmo auténtico, completo; porque, hoy, las virtudes del verdadero heroísmo, valor y fuerza atlética, se distribuyen por partes iguales en hazañas gloriosas y en números de circo. LOCO 2.—Entonces yo... DON PACO.—TÚ , como eres completo y lo posees todo, puedes elegir entte intervenir en grandes y memorables acontecimientos históricos o alternar con los clowns y los payasos en el circo. UN LOCO.—Ahí vienen los enfermos. (Salen, en efecto, todos los cuerdos custodiados por los Locos.) DON PACO.—¡Infelices! LOCO.—¡Desgraciados! LOCO 4.—¡Que pena de hombres! LOCO 1.—Y ¿no se curarán? DON PACO.—¿Quién lo ADMINISTRADOR Y EL VISITANTE.)
sabe?
(Se
destacan
el
ADMINISTRADOR (Mirando con extrañeza al VISITANTE.).—Usted... ¿quién es? VISITANTE. —¿Quién soy? Pues si he de decir la verdad, maldito si lo sé. ADMINISTRADOR .—¿Que no lo sabe? VISITANTE. —No. Yo creía ser un comerciante de ultramarinos que tenía un hermano filósofo, completamente chiflado. Un hombre muy raro que dudaba de todo... Decía que no existía el mundo ni los hombres, ni nada... ADMINISTRADOR .—Bueno, ¿y qué?
VISITANTE. —Ahora viene lo bueno. En cuanto entré aquí fui yo quien empecé a dudar de todo, del mundo, de los hombres. ¡Hasta de mí mismo! En fin, de todo. ¿Y sabe lo que resultó? Pues que yo había venido aquí engañado, que yo no era el tendero, sino el filósofo, y que no había tal hermano, pues este hermano era yo. ADMINISTRADOR .—De manera que hasta que entró en esta casa no supo usted quién era... VISITANTE. —Ní lo sé todavía; porque si he de decirle la verdad tengo todavía mis dudas sobre si yo soy yo o soy mi hermano. ADMINISTRADOR .—¿Pero es posible que no tenga usted idea alguna de lo que era antes, de la vida que llevaba, de lo que hacía?... VISITANTE. —Pues eso es, precisamente, lo que más me trastorna a mí; porque, por las cosas que he visto, estoy convencido de la verdad de cuanto me dicen respecto a quién soy, pero ¡figúrese qué tremendo!... yo no me acuerdo nada de mí, sino del otro. ADMINISTRADOR .—¡Hombre! Por lo menos usted sabrá cómo se llama. VISITANTE. —Ni eso siquiera... porque ahí está... si yo soy yo, me llamo Juan, pero si soy el otro, entonces me llamo Pedro. ADMINISTRADOR .-—¿Sabe que está usted bueno, amigo? (Ademán de locura.) VISITANTE. —Poco más o menos como usted. ADMINISTRADOR .—¿Cómo?... Pero usted se figura... VISITANTE. —Me figuro que si lo tienen también encerrado será por algo. ADMINISTRADOR .—Pues no, señor. Me han encerrado, sí. ¿Y qué? Yo soy el mismo que era; estoy como estaba, como he estado
siempre. VISITANTE. —Vamos, sí; lo de usted es de nacimiento. ADMINISTRADOR .—Venga usted acá y atienda un momento. Esos (Señala a los Locos .) se han sublevado hace unas horas. Se apoderaron de la camisa de fuerza y nos encerraron a todos. VISITANTE. —Me deja usted estupefacto. ADMINISTRADOR .—¿Qué tiene que decirme ahora? VISITANTE. —Pues, amigo mío, que está usted muchísimo peor que yo. ADMINISTRADOR (Le vuelve la espalda con desprecio.).—¡Bah! Es usted un imbécil. (Entra Don PACO y sale el V ISITANTE.) ¿Usted ahí?... Deben ustedes estar muy satisfechos de su obra, ¿verdad? DON PACO.—Satisfechísimos. Va todo como una seda. ADMINISTRADOR .—Cada vez que pienso en lo que han hecho conmigo... ¡Qué bárbaros!... DON PACO.—¿Bárbaros?... Pues ya ve, todo cuanto hicimos con ustedes, de ustedes lo hemos aprendido. ADMINISTRADOR .—Pero, ¿cómo quiere usted justificar lo que ha hecho con nosotros, el habernos atropellado así? DON PACO.—¡Qué superficialmente ve usted las cosas! ¿No comprende que les hemos hecho nuestra justicia como nos hicieron ustedes la suya? Lo que sucede es que la justicia de los cuerdos atropella a los locos, la de los locos a los cuerdos, así como la justicia de las personas decentes atropella a los ladrones y la de los ladrones a las personas decentes. ADMINISTRADOR ,—¿Y usted defiende eso?
DON PACO.—Mire usted, si le he de ser franco yo no defiendo ni a unos ni a otros. Ni a los cuerdos ni a los locos; ni a las personas decentes ni a los ladrones. Yo soy neutral, ADMINISTRADOR .—¡Jesús! DON PACO.—¡Bah!... Además la persona decente y el ladrón, el cuerdo y el loco... nada; matices nuestros sin importancia. En el fondo todos somos iguales, mitad cuerdos, mitad locos, mitad personas decentes y mitad sinvergüenzas. ADMINISTRADOR .—Lo será usted. De mí jamás ha dudado nadie en cuanto a mí sensatez y a mi decencia, DON PACO.—¡Bah! Usted, como todo el mundo, depende del lado por el cual se le mire. ADMINISTRADOR .—No le consiento a usted, ni a nadie, que dude de mi decencia. DON PACO,—¡Oh! No. Confieso que yo siempre le he visto a usted por el lado decente. Ahora que como en esta casa corre de su cuenta el mantenimiento y cuidado de los pupilos, debido a los extras y suplementos de mi pensión, mí familia nunca lo ha visto a usted más que por el lado sinvergüenza. (El ADMINISTRADOR le vuelve la espalda despectivamente y se aleja de allí. Entra el Loco 5.) LOCO 5.—DON PACO... DON PACO.—¿Qué hay?... LOCO 5.—Dos mujeres que traen a un cuerdo. ¿Los dejo pasar? DON PACO.—Sí. Llévalos a mi despacho. (Vase el Loco PORTERO.) Y vosotros no dejéis que estos infelices cometan alguna cordura con los visitantes. (Vase DON PACO. Un loco se lleva al ADMINISTRADOR , Salen el NOTARIO , la SEÑORA Y la SEÑORITA. Les guía el Loco PORTERO.)
LOCO 5.—Pasen. El señor Director está en su despacho. SEÑORITA.—¡Ay, mamá!... Qué miedo. Yo no quiero entrar en esa casa. SEÑORA.—Mujer, no seas tonta. SEÑORITA.—No. Yo no entro. NOTARIO.—Bueno. Pues esperadme aquí, en el jardín. Volveré en seguida. SEÑORITA.—Sí. Es preferible. LOCO 5 (Al N OTARIO.).—Venga usted. Le acompañaré al despacho del Director. (Vanse el Loco 5 y el NOTARIO.) SEÑORITA (Señalando a donde están EL ADMINISTRADOR , el VISITANTE , el PORTERO y EL LOQUERO.).—¿Y aquellos que están allí serán los locos? SEÑORA.—¡Claro! No hay más que verlos. SEÑORITA.—Da pena ver a esos hombres que están así. ¡Desgraciados! SEÑORA.—No creas, no son tanto; ellos no lo saben. Con seguridad se creen todos cuerdos y si sospecharan que esto es un Manicomio dirían que era una injusticia tenerlos aquí. SEÑORITA (Asustada.).—¡Ay! Ahí viene uno. (Se acerca el ADMINISTRADOR .) ADMINISTRADOR .—Señora, por lo que usted más quiera en este mundo, salga de aquí en seguida y avise inmediatamente a las autoridades para que vengan al momento. Usted no sabe lo que sucede aquí. SEÑORA (Haciendo un gesto a la SEÑORITA , como si dijera «¿Ves?»).—Que lo tienen encerrado injustamente, ¿verdad?
ADMINISTRADOR .—¡Ah! Pero... ¿Lo sabe usted ya? SEÑORA.—Naturalmente. ¡No lo iba a saber! ADMINISTRADOR .—¿Y cómo no va inmediatamente a la calle a decirlo? SEÑORA.—¿A la calle? ¿Para qué? En la calle lo sabe también todo el mundo. ADMINISTRADOR .—Entonces, ¿cómo no vienen? SEÑORA.—Ya vendrán, no se impaciente tanto. ¿Lleva usted así mucho tiempo? ADMINISTRADOR .—Unas horas. SEÑORA.—¿Nada más? ADMINISTRADOR .—Nada más. SEÑORA.—Pues nadie lo diría viéndole a usted. Yo apostaría cualquier cosa a que llevaba usted así muchos años. ADMINISTRADOR .—Llevo sólo unas horas y ya creo haberme vuelto loco de veras. SEÑORA.—Claro. ADMINISTRADOR .—Fue esta mañana cuando ocurrió esa cosa terrible... espantosa... horripilante. SEÑORA.—Vamos, sí. El ataque. ADMINISTRADOR .—¿En? ¿Pero me toma por... loco? Míreme usted. ¿Tengo yo cara de loco? Míreme, míreme bien. (Con gestos de loco.) SEÑORITA.—Me da mucho miedo.
SEÑORA.—Y a mí. ADMINISTRADOR .—Esto es horrible, espantoso, la desesperación, el caos. SEÑORA Y SEÑORITA (Amedrantadas.).—¡Ay! Ahora le da. (Entra el Loco 1.) LOCO 1.—¿Qué es eso? Váyase de aquí. (Amenaza con el bastón.) ¿Les ha faltado? SEÑORA.—No. Nada. Al infeliz hay que perdonarlo, como no sabe lo que hace ni lo que dice. (El ADMINISTRADOR mira y sale furioso.) LOCO 1.—Es claro, ustedes dirán que desean. SEÑORA.—Ya ha pasado mí esposo a hablar con el señor Director. LOCO 1.—¿Su esposo?... SEÑORA.—Sí, soy la señora del que ha entrado antes. LOCO 1.—¡Ah!... Entonces... SEÑORA.—Nos ha escrito una amiga que vive fuera, diciendo que se ha puesto loco su marido; no dice si se ha puesto él o si lo ha puesto ella; lo que dice es que lo quiere traer a esta casa. LOCO 1.—Vamos, que lo quiere encerrar. SEÑORA.— Justo. Por eso hemos venido aquí; para enterarnos de las condiciones LOCO 1.—¿Condiciones? Estupendas, ahora se admite aquí a todo el mundo. SEÑORA.—¿Qué?...
LOCO 1.—Hasta es posible que nos quedemos con ustedes. SEÑORITA.—¡Ay, qué miedo! (Se oye un timbre.) LOCO 1.—Voy, voy... Con permiso... (Desaparece.) SEÑORITA.—¡Ay, mamá, tengo un pánico que no puedo sostenerme en pie! SEÑORA.—¡Bah! ¿No ves que ha querido burlarse de nosotras? Tranquilízate. (Entra el VISITANTE.) VISITANTE. —¿Dos mujeres? ¿A qué habrán venido aquí? Y qué bien está la jovencita... qué bien... La verdad: si uno pudiera hacer lo que le viene en gana... Qué bien está esa chica. Pero, vamos a ver, si yo estoy chiflado, ¿para qué voy a andar con miramientos? Si estoy loco, ¿qué necesidad tengo de ser persona decente? ¡Ca, hombre! Me voy a aprovechar. Alguna ventaja había de tener el estar así... (Intenta dar un abrazo a la SEÑORITA.) SEÑORITA.—¡Ay... mamá! SEÑORA.—Grosero, maleducado. ¿Qué es eso de faltar así a una dama? Usted no tiene decencia. VISITANTE. —Absolutamente ninguna. SEÑORA.—Es usted un sinvergüenza. VISITANTE (Abrazando a la SEÑORITA otra vez.).—Completo. SEÑORITA.—¡Ay...! SEÑORA.—Pero, ¿qué hace este hombre, Dios mío? VISITANTE. —¿Qué hago? ¿No me llamó usted sinvergüenza? Pues no hacía más que darle la razón. SEÑORA.—Sinvergüenza, indecente, canalla. No hay otros calificativos para su atrevimiento.
VISITANTE (Mirando cínicamente a la SEÑORITA ,).—¡Cuánto lo siento, caramba! Porque me pondría ahora mismo a merecerlos. SEÑORA.— Jesús! Pero en esta casa no hay ni un director, ni un jefe, ni siquiera un vigilante que encierre a este energúmeno. (Entra el Loco 1.) LOCO 1.—¿Quién pregunta por el Vigilante? SEÑORA.—¿Es usted? Pues llévese a ese hombre y enciérrelo en sitio seguro, porque no hace más que ofendernos con sus disparates. LOCO 1.—¿Qué quiere usted que haga el infeliz?... SEÑORA (Compadeciéndose.).—Tiene usted razón, ¿el desgraciado qué va a hacer? VISITANTE. —Claro, hombre, claro. ¡Si no tengo mas remedio! (Abraza a La SEÑORITA.) (Sale el VISITANTE y entran el Loco 3 y varios Locos más.) SEÑORA (Gritando alarmada.).—¡Mi marido! ¿Dónde está mi marido? LOCO 3.—Tranquilícese, señora. Su marido ha quedado cómodamente instalado en una celda de primera. LAS DOS.—¿Eh? SEÑORA.—¡Qué horror! SEÑORITA.—¡Pero sí mi papá está cuerdo!... LOCO 3.—Ya lo sabemos, pero no tardará en curarse. SEÑORITA.—¡Ay! Esto es espantoso. SEÑORA.—Pero, el Director...
LOCO 3.—No vaciló un instante en el diagnóstico. El Director es un sabio. Es el más loco de todos nosotros. LAS DOS.—¡¡Ay!! (Desaparecen horrorizadas.) LOCO 1.—¿Por qué no las encerramos a ellas también? LOCO 3.—¿Para qué? Mujeres... cordura incurable. (Salen todos.) VISITANTE. —¡Caray! Pues se pasa muy bien siendo loco, libre completamente de las molestias y trabas de antes... hablar lo que uno quiera, hacer lo que le viene en gana, así sea lo más disparatado y absurdo. Y no digamos nada de las ventajas y encantos de no tener vergüenza y de lo descansado que uno se queda no teniendo educación... Allí viene el tío que me encerró a mí; lo voy a desconcertar a disparates. (Entra el Loco 1. EL VISITANTE se va hacia él, le pone la gorra de lado, lo coge por la barbilla con una mano y le hace cosquillas en la nariz con la otra.) Je... Je.„ LOCO 1 (Defendiéndose.).—¿Qué hace usted? VISITANTE. —Nada. Divertirme. LOCO 1 (Algo incomodado.).—Pues conmigo no se divierte nadie, ¿lo entiende? VISITANTE. —Sí, pero llega usted tarde, amigo, porque yo me he divertido ya. LOCO 1 (Cambiando de tono.).—Vaya, hombre, eso tiene gracia. VISITANTE (Tocándole otra vez en la nariz.). —¡Ya lo creo! LOCO 1.—¡Qué capricho más extravagante! ¿Por qué hace usted eso? VISITANTE. —¿Por qué? Porque sí, nada más que porque sí, porque me da la gana, porque se me antoja. ¿Qué?...
LOCO 1.—Ésas son razones. Las oye uno muy pocas veces, ¿eh?, pero a mí me entusiasman . VISITANTE (Sorprendido por estas palabras.).—¿Cómo? ¿De verdad lo encuentra usted natural?... LOCO 1.—¡Naturalísimo! VISITANTE. —¿Sí? Pues ahora, ahora verá. Hay otra razón. LOCO 1.—¿Otra? VISITANTE. —Sí, verá usted... (Hace un zapateado y lo remata con una actitud ridícula. La frase siguiente la dirá manteniéndose en esta actitud.) ¿Qué dice usted de esto? LOCO 1.—¡Bah! Lo he hecho yo tantas veces. VISITANTE (Incomodado.).—Pues todavía sé hacer mayores disparates. LOCO 1 (Con grandes muestras de alegría.).—¿De verdad? Pues venga acá a darme un abrazo; usted está ya completamente curado. VISITANTE. —¡Ah!... ¿Sí? ¿Tiene usted ganas de broma, eh? Pues yo no. ¿Ve usted aquel árbol? (Señala hacia la izquierda.) Me voy a subir a él. ¿Entiende? LOCO 1.—¿Al pequeñito aquel? Pillín. Ese árbol es el mío. VISITANTE. —Pues, sea de quien sea, me subiré a él, porque me da la gana. ¿Qué dice usted ahora? LOCO 1.—¡Qué voy a decir, hombre!... Que ahora ya no me cabe la menor duda. Está usted tan sano como yo. ¡Don Paco! ¡Don Paco! ¡Venga usted acá en seguida! VISITANTE. —¿Pero va a decírselo al señor Director? LOCO 1.—Es mi obligación.
VISITANTE. —Entonces estoy perdido sin remedio, porque ahora me encerrarán, con razón, en la celda de los más graves. (Lamentándose.) ¡Pero qué he hecho... Dios mío! (Entra DON PACO. El VISITANTE se quedará completamente acobardado y encogido.) DON PACO.—¿Qué sucede aquí? LOCO 1.—Pues que ese hombre, que tiene usted ahí delante, está curado ya. DON PACO (Mirando de arriba abajo al VISITANTE.).—¿Éste? Me parece que es usted muy optimista. LOCO 1.—Sí. Verá usted: hace un rato, cuando yo me acerqué aquí, me saludó, haciéndome cosquillas en la nariz. DON PACO.—¿Nada más? LOCO 1.—Nada más. Le pregunté por qué hacía eso y me dio dos razones. Una, porque le daba la gana y la otra, un zapateado graciosísimo que se marcó. DON PACO (Mirando al VISITANTE.).—¡Hombre! Eso ya me gusta, me gusta. Siga. LOCO 1.—Luego, sin más ni más, quiso subirse a un árbol y era el de marras. ¡Aquel que tantos disgustos me dio a mí! Aquel mismo que, por subirnos a él usted y yo una vez, nos encerraron en una celda de castigo. DON PACO.—¡Pero qué alegría! De manera que este hombre hace ya lo que le da la gana sin trabas ni preocupaciones... Pues nada, ha recuperado el uso pleno de sus facultades. (Va a dar un abrazo al VISITANTE , el cual, al oír lo que han dicho DON PACO y el Loco 1, se habrá ido acobardando cada vez más y estará ahora completamente encogido de miedo.) VISITANTE (Aterrado.).—No; no es posible. Ustedes no han dicho lo que yo acabo de oír. Son mis oídos, mis oídos, que se han
contagiado. DON PACO.—¿Pero qué le ocurre a usted, hombre? VISITANTE. —Don Paco, que estoy peor. LOCO 1.—¿Y por qué dice usted eso? VISITANTE. —¿Por qué? Porque antes decía disparates; pero ahora, además, los oigo. DON PACO.—Estupendo. Mejor curado, imposible. VISITANTE (Horrorizado siempre.).—¡Déjeme, déjeme... por Dios!... A lo mejor ni están ustedes aquí conmigo y todo cuanto presencio es producto de mi imaginación desquiciada. DON PACO.—Nada, completamente bueno y sano. (Le toca cariñosamente en un hombro.)
VISITANTE. —Apártate, fantasma. DON PACO.—Pero qué bien, qué bien está usted ya, hombre. VISITANTE (Furioso.).—Déjeme, déjeme; mire que soy capaz de hacer alguna barbaridad. DON PACO.—Venga, hombre, venga. Si ya no le falta más que eso para que le demos de alta. FIN DEL ACTO SEGUNDO
EPILOGO
(La misma decoración. Algunos Locos por la escena, cerca del NOTARIO , a quien interroga DON PACO.)
DON PACO.—De manera que usted es un famoso abogado y notario, ¿verdad? NOTARIO.—Sí, señor. He consagrado mi vida al estudio y aplicación de las leyes. DON PACO,—¡Oh... las leyes! Cosa admirable, ¿eh? ¿Cuánto le dan de ganancia al mes? NOTARIO.—Despotrique, despotrique. Afortunadamente todavía hay en el mundo autoridades para imponer el orden y la cordura. DON PACO.—Y que lo puede usted decir muy alto, afortunadamente. Las autoridades son el sostén de la razón y de la propiedad, de los preceptos de la ley y de las verdades de la ciencia. NOTARIO.—Pero... ¿La ciencia también? DON PACO.—¿La ciencia?... Más que ninguna otra cosa. Cada cierto número de años las verdades y teorías científicas se renuevan, cambian. Pero las que están ahora en vigor, defendidas por los sabios oficiales, por las universidades y las academias, ésas ¡cualquiera las ataca!... Porque las mismas fuerzas que mantienen el orden sostienen la ciencia. ¿Sabe usted cuál es el verdadero fundamento del principio de la relatividad? NOTARIO.—¿Cuál? DON PACO.—Pues la gendarmería. NOTARIO.—Es usted un infeliz. Un pobre loco. DON PACO.—Y usted... ¡A saber las felonías que habrá come-
tido escudado en su ecuánime sensatez!... NOTARIO.—¡Caballero! Sepa que yo jamás he intervenido en ningún negocio que no fuera limpio, es decir, justo. Soy un hombre honrado, una persona decente. DON PACO.—Y ¿quién lo duda? En su despacho nunca se consintieron más trampas que las permitidas por la ley, porque es usted un hombre honrado, ni nunca se consintió engañar ni despojar a nadie como no fuera con el Código en la mano, porque es usted una persona decente. NOTARIO.—¡Bah! Un loco. DON PACO.—Sí; un loco corriente y moliente. En cambio, usted es un cuerdo de cuidado... (Hace seña a un Loco.) NOTARIO.—Yo no digo necedades como usted. Yo pienso y hablo como todo el mundo. DON PACO.—Vamos, sí. Piensa y habla como todo el mundo, es decir, no piensa ni dice nada por su cuenta. (Allxx.:o que se ha aproximado.) Llévalo. NOTARIO (Se resiste. Salen más Locos.) (A DON PACO.).—Es usted un canalla. (Se lo llevan.) DON PACO.—¡Caramba!... ¿Olvida usted que para ser canalla hay que ser cuerdo? (Dentro suena un grito.) ¿Eh?... ¿Qué pasa?... (Entra el Loco 4.) LOCO 4.—Don Paco... DON PACO.—¿Qué hay?... LOCO 4.—Uno de los inquilinos, el filósofo... DON PACO.—¿Qué? LOCO 4.—Que ha intentado fugarse, saltando las tapias; cayó
y se ha lastimado en una pierna. NOTARIO (Dentro.).—¡Ay!... ¡Ay!... (Entre varios Locos sacan al VISITANTE en brazos y lo dejan en el canapé.) DON PACO.—¿Qué le ocurre? VISITANTE. —¡Ay!... ¡Ay!... Me he caído y creo que me la he roto. (Se toca una pierna.) ¡Ay! Vais a tener que salir a la calle a buscar un médico. DON PACO.—¿Salir a la calle a buscar un médico?... Pero si tenemos aquí uno magnífico. Si ya ha visto usted los hermosos disparates que sabe hacer, ¿por qué no se ha de poner usted en sus manos? VISITANTE. —¿Eh? DON PACO (Al Loco 1).—Acércate y reconoce al señor. LOCO 1.—Conque se ha caído usted, ¿eh? VISITANTE. —Sí, señor. LOCO 1.—Bueno; confíe usted en mis manos, porque... menuda ciencia tengo yo. VISITANTE. —¡Ay!... ¿Y qué piensa hacer conmigo? LOCO 1.—¡On!... Ya veremos, ya veremos. Yo no puedo decirle, por ahora, sino que toda la habilidad de estas manos que no saben lo que hacen, y la ciencia que hay dentro de esta cabeza completamente desquiciada, están a su disposición. DON PACO.—Acérquese, acérquese, hombre, y reconózcale. LOCO 1.—Voy a aplicarle unos procedimientos míos, especiales, originalísimos y nuevos. DON PACO.—Tú haces lo que te parezca, pero sin imitar a los
médicos, ¿eh? Los médicos de ahora dicen que los de hace cincuenta años estaban in albis respecto a la verdadera medicina, vamos, que no sabían nada, y tienen razón; los de dentro de cincuenta años dirán que tampoco sabían nada los de hoy y tendrán razón también. Resultado: que según el testimonio de ellos mismos, los médicos ni saben ni han sabido nunca nada. LOCO 1.—Tiene usted muchísima razón, pero conmigo no va nada de eso, porque como yo sé muy bien que los procedimientos de la medicina actual se modificarán dentro de unos años... pues me adelanto y no los aplico ahora tampoco. LOCO 3.—¡Bah! Con eso y sin eso como los demás. ¡Pero si ningún médico sabe curar el catarro! LOCO 1.—¡Ah! Yo he resuelto ya ese problema. Por cierto que es bien sencillo. Verá usted: en cuanto se notan los primeros síntomas, si las noches están bien frías, sale uno a dormir al sereno; sin más que esto el catarro desaparece inmediatamente y se transforma en pulmonía. Luego no hay más que tratar la pulmonía por los procedimientos ordinarios y conocidos. LOCO 3.—Vaya procedimiento bonito. LOCO 1.—Pues tengo todavía otro, que yo llamo procedimiento progresivo. Viene a ser el anterior, aplicado con más suavidad para hacer que el catarro desaparezca transformándose simplemente en bronquitis, la bronquitis en pulmonía y la pulmonía en bronco neumonía y... no hay que hacer más. Pero en fin, ya hemos hablado bastante y vamos a lo nuestro. Voy a reconocerle a usted, a ver lo que hacemos. VISITANTE. (Dando voces.).—No, señor. Me niego. No creo en la medicina de usted. LOCO 1.—Tranquilícese, hombre, tranquilícese. Si lo de usted no es de medicina, es de cirugía.
VISITANTE (Aterrado.).—¿De cirugía? ¡Ay, mi madre! LOCO 1.—Y tenemos que hacer en seguida la operación. Oye. (Al Loco 3.) Mira, vas al despacho y traes de la vitrina del instrumental un escoplo, el termocauterio, tres bisturís y una sierra. Loco 3 (Contentísimo.).—Muy bien, muy bien. LOCO 1.—El termocauterio es un aparato para poner botones de fuego, ¿comprendes? LOCO 3.—Sí, sí. Ya sé. LOCO 1.—Es que hay dos: uno pequeño y otro grande. Traes el grande. VISITANTE. —¡Ay!... ¡Ay!... (Sale el LOCO 3.) LOCO 1.—No tenga miedo, hombre, no tenga miedo. Si sobre la cirugía tengo también ideas propias. VISITANTE. —¡Acabé! LOCO 1.—Mire usted, los cirujanos corrientes no operan a nadie sin tener la operación muy bien aprendidita de antemano, no saben improvisar. Pero yo no. Yo improviso, lo improviso todo. Primero abro (Da un tajo al aire.) y luego hago lo que se me ocurre. VISITANTE. —¿Y qué se le ocurrirá hacer conmigo? LOCO 1.—¡Oh! ¡Quién lo sabe! Hay tantas cosas... Huesos, visceras, órganos superficiales y profundos. Hay tanto para elegir... Porque el cuerpo humano es una verdadera maravilla y por donde se quiera que se tire se tropieza con algo interesante. VISITANTE. —¡Bah! En mí no hay nada interesante; ¡si soy un infeliz! (Entra EL LOCO 3.) LOCO 3.—Ahí está todo. Traigo dos sierras, por si se estropea una.
LOCO 1.—Vamos a reconocer el terreno. (Coge una pierna al VISITANTE.) VISITANTE. —Oiga, que no es ésa. LOCO 1.—Pero la que le duele ¿no es ésta? (Señala la otra.) VISITANTE. —Sí. LOCO 1.—Pues por eso la que vamos a operar es la otra. VISITANTE. —¿La sana? LOCO 1.—Es claro, hombre, la sana. LOCO 3.—¡Pero qué castizo es este cirujano! ¡Qué castizo! Vamos a operar la sana... (Hace una pirueta de contento que está.) VISITANTE (Sujetando fuertemente al Loco 1.).—¡Pero si estamos tocando el violón!30 O somos castizos de verdad o no somos. Si doliéndome la pierna izquierda se debe operar la derecha, siendo yo el enfermo, en vez de operarme a mí, soy yo quien debo operarle a usted. (Acuesta violentamente al Loco en el canapé.) LOCO 1.—¿Qué? (Suena dentro el «tararí» de un cornetín.) DON PACO.—¿Eh?... ¿Qué es esto?... (Óyeme rumores en el pabellón de los Locos.) (Entra jadeante el Loco 5.) LOCO 5.—Don Paco, están ahí los gendarmes. Se disponen a entrar en la casa. (Van saliendo todos los cuerdos, confundidos con los locos.) NOTARIO.—¡Ya viene la fuerza! DON PACO.—Enhorabuena, señor Notario. NOTARIO.—La revolución está vencida. Dentro de unos instantes entrará en esta casa la autoridad a imponer el orden y la cordura. Ahora va a saber usted quiénes son los cuerdos.
DON PACO.—Usted será uno de ellos, ¿eh?, pero gracias a los gendarmes. (Salen corriendo el ADMINISTRADOR , el LOQUERO , elPORTERO y luego, con más calma, el DIRECTOR y el VISITANTE. Éste dará muestras de no enterarse de nada de lo que ve y oye.) ADMINISTRADOR , PORTERO Y LOQUERO.—¡Ya están ahí, ya están ahí! DON PACO.—Ya pueden estar tranquilos. Y con qué oportunidad vienen, ¿eh? Porque aquí se dudaba ya de todo y estaba todo en el aire. Usted y usted (Señala al ADMINISTRADOR y al NOTARIO.) dudaban ya de sus ideas más arraigadas, como duda éste (Señala al VISITANTE.) de su cordura y éste ( AL DIRECTOR.) de su medicina, porque, para sus adentros, sabe que nunca ha servido para nada. Ya están ahí los que van a resolver todas las dudas. CORO DE CUERDOS.—Yo no he dudado nunca... ni yo... ni yo... DON PACO.—Quién va a dudar ahora de nada si está ahí la Seguridad. Ahora no puede haber ya más ideas que las grandes ideas del señor Notario, del señor Administrador y del señor Tendero de ultramarinos. (Señala al NOTARIO , al ADMINISTRADOR y al VISITANTE.) DIRECTOR.—Conmigo no va nada de eso. DON PACO.—Perdone. Me había olvidado de usted. Tampoco puede haber ya más medicina que los camelos del señor. (Entran el COMISARIO , los AGENTES y los Locos que faltan, los cuales se colocan en grupo frente al que formen los CUERDOS.) COMISARIO (Entra revólver en mano.) (Mirando con desconfianza.).—Quietos todos. DON PACO.—Gracias a Dios. Pero, ¿vienen ustedes solos? COMISARIO.—No. A la puerta hay gente a mis órdenes.
DON PACO.—Pues no sabe usted la falta que me estaba haciendo a mí todo eso, porque ya había perdido ante esta gentuza (Señala a los CUERDOS) toda mi autoridad. CUERDOS.—No haga usted caso... ése es un farsante. (Vociferan, gesticulan y accionan.) COMISARIO.—¿Pero cuáles son los locos? DON PACO.—¿No los conoce usted por esas voces de energúmenos y esos ademanes descompuestos? COMISARIO.—¿Estos?... (Señala a los CUERDOS.) DON PACO.—Sí, hombre, sí... y hay que meterlos en cintura ahora mismo. CUERDOS (Dando grandes voces.).—No haga usted caso, señor COMISARIO. Los locos son ésos... Nosotros somos los cuerdos, sí, señor, los cuerdos. DON PACO.—Como ve, nosotros somos los locos pacíficos y ellos los cuerdos de atar. UN CUERDO.—Cállese. Ese es el culpable de todo, el que mandó encerrarnos. LOCO 2.—Mentira. Aquéllos son los locos. DIRECTOR.—No. Aquéllos. LOCOS.—¡Embusteros! CUERDOS.—¡Canallas! LOCOS.—¡Desvergonzados! (Los CUERDOS comienzan a increpar a los Locos , y éstos a los CUERDOS , haciendo entre todos un griterío enorme.) COMISARIO.—Pero, ¿cuáles son los locos? ¿Qué dice usted?
(A DON PACO.) (Otro griterío, en el que cada uno se señala a si como cuerdo.)
DON PACO.—Pues que ahora no respondo por nadie más que por mí. COMISARIO.—Bueno; aquí hay que ser enérgico. Voy a mandar que los encierren a todos. (Sale el POLICÍA.) Los CUERDOS.—¡Es una barbaridad!... ¡Ay, Dios mío!... Qué atropello... encerrar a los cuerdos... ¡A los cuerdos! DON PACO.—¡Bah! En cuanto los encierren se volverán en seguida locos todos; encerrados injustamente no estarán más que los primeros días. (Viendo que vuelve el COMISARIO.) ¿Vuelve usted solo? COMISARIO.—Lo he pensado mejor. Lo que iba a hacer no era justo. DON PACO.—Pero era rápido y expedito. COMISARIO.—No, no. Hay que obrar sin precipitación. (A la llegada del COMISARIO habrá algún movimiento en la escena, a consecuencia del cual se disgregarán los dos grupos de CUERDOS y LOCOS.) ¡Eh!... ¡Eh!... No mezclarse. Cada uno a su grupo. Como se mezclen... estoy perdido. (Se rehacen los grupos y queda solo, en medio, el VISITANTE.) Y usted ¿qué hace pasmado ahí en medio? VISITANTE. —Yo, señor, soy un pobre chiflado. Estoy aquí en medio porque... francamente, ya no sé cuál es mi bando y quisiera que me lo dijese usted. COMISARIO.—¿Que se lo diga yo? (Mirando a los dos grupos.) Amigo mío, no tengo tanta penetración. (Se queda, durante un momento, pensativo.) Pero, vamos a ver, ¿aquí no había un Director? TODOS.—Sí, señor, sí.
COMISARIO.—Acabáramos. A ver, el Director, que salga ahí al medio; tres pasos al frente. (Salen de sus respectivos grupos dando tres pasos bien marcados, el DIRECTOR Y DON PACO.) ¿Cómo?... ¿Dos?... ¿Uno de aquí y otro de allí? ¿Y cómo voy a saber yo?... (Como encontrando otra solución.) ¡Ah! Aquí había también cinco empleados. TODOS.—Sí, sí. COMISARIO.—A ver los cinco empleados, cuatro pasos al frente. (Salen de sus filas, marcando los pasos, de un lado el ADMINISTRADOR , el PORTERO, el LOQUERO Y LOS VIGILANTES , y del otro, el Loco 1, el Loco 2, el Loco 4, etc.) ¿Pero de aquí y de allí? ¡Esto es intolerable! ¡Fuera! DON PACO.—Hombre, no comprendo por qué se enoja. Pregunta por un Director y se le ofrecen dos; busca a cinco empleados y se le ofrecen diez. ¿Por qué se enfada? ¿No ve que así puede elegir los que más le gusten? VISITANTE. —Pero, hombre, ¡si el Director es aquél! (Señala a DON PACO.) COMISARIO.—¿Ese? Entonces éste... Venga usted acá, sinvergüenza. DIRECTOR.—Deténgase. Yo era el Director antes de la revuelta... y me encerraron como a los demás empleados. COMISARIO.—Bueno; es una barbaridad, pero no hay más remedio que encerrarlos a todos. NOTARIO (Enérgico.).—Usted no puede hacer eso sin averiguar antes quiénes son las personas sensatas; sin reflexionar sobre lo que debe hacer en justicia, ni puede atropellar así a ciudadanos que tienen su libertad garantizada por la Constitución y las leyes. (Todo este párrafo lo dirá el NOTARIO con entonación mitinesca.) DON PACO.—¡Bah!... Oratoria; mitin; verdades de arrabal. (Al
COMISARIO.) Si lo que usted quiere lo ejecuta inmediatamente, sin más que dar una orden ahí fuera, ¿para qué les hace caso? Lo que ellos quieren es quitarle ese magnífico poder que Dios le dio. Teniéndolo usted todo en sus manos quieren que vaya a buscar la cordura en un tratado de Patología, la justicia en el Alcubilla y la libertad en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. ¡Ganas de perder el tiempo y de complicar las cosas!
COMISARIO.—No hay duda de que el caso es de mucha responsabilidad. (Enérgico.) Pero vamos a ver, ¿es que se han vuelto locos todos? ¿Quiénes son aquí los cuerdos, señor? DON PACO.—Mire usted; por la mañana eran éstos. (Señala a los CUERDOS.) Por la tarde estos otros. (Señala a los Locos.) COMISARIO.—Ahora, yo quiero saber los que son ahora. DON PACO.—Pero, vamos a ver, ¿con usted no han venido fuerzas? COMISARIO.—Sí, señor. A la puerta hay gente esperando mis órdenes. DON PACO.—Entonces (Con entonación de gran seguridad y al mismo tiempo de gran broma.) no hay más que hablar; los locos y los cuerdos son los que usted diga. VISITANTE (Descubriendo al ADMINISTRADOR entre los CUERDOS.).—¡Ah!... ¿Pero está usted ahí?... Pues ya sé yo los que son. COMISARIO (Anhelante.).—¡Claro! Usted es el que me puede decir los que estaban encerrados con usted, los que estaban como usted. VISITANTE. —Sí, señor. Los que estaban como yo y los que estaban peor que yo. COMISARIO.—¿Quiénes?... ¿Quiénes?...