Ciro Alegría Duelo de caballeros
Voy a contar una historia verdadera. Se trata de un singular duelo de caballeros cuyo interés principal reside en que los protagonistas fueron dos personajes del hampa de Lima, exactamente del barrio de Malambo. l nombre de resonan! cia africana abarca un dédalo de casas y callejones de ado! be, colorido emporio del negrer"o, del mulataje, de una m#s reciente cholada, de toda esa chocolateada me$colan$a racial ante la cual resalta la blancura de la minor"a cuyos antepa! sados dieron nombre a la %iudad de los &eyes. 'tro elemento de interés en la historia es que tal duelo no se llev( a cabo seg)n las puntillosas reglas del Marqués de %a! bri*ana. +ue a la criolla y usando el arma llamada chaveta, larga y delgada hoja de acero, filuda hasta poder afeitar, con la cual se dan tajos los pelanderos del pueblo coste*o del er). -ui$# tenga también interés anotar que mi informaci(n es de primera mano. La historia del duelo me la cont( el sobre! viviente, mientras ambos cumpl"amos condena en la peni! tenciar"a de Lima. Ser# necesario aclarar que yo estaba preso por ra$ones pol"ticas/ +ui sentenciado a die$ a*os de presidio por tomar parte de la revoluci(n de 0rujillo, hecha en 1234. %uanto vi, escuché y pasé en ese sombroso antro de altas paredes lisas y barrotes rechinantes, donde m#s de una ve$, por esos radiosos milagros del alma humana, afloraba tam! bién lu$, podr"a ser materia de una novela que acaso escriba con el tiempo. or el momento, quiero contar la historia del original duelo que, pese a algunas de sus caracter"sticas arrabaleras, fue considerado por la %orte de 5usticia de Li! ma como un duelo de caballeros. ara tan gallarda interpre! taci(n mediaron causas que ya aparecer#n. 6espués de ingresar en la enitenciar"a, pasé por siete d"as reglamentarios de aislamiento y luego entré en contacto con una treintena de compa*eros de lucha que me hab"a prece!
dido en la entrada, y los presos comunes. Los 7pol"ticos8 no tardaron en se*alarme a las notabilidades que hab"a entre los 7comunes8. 9ll" se encontraba %arita, mulato malambino de los que por su retadora condici(n de hombre de pelea, reciben el nombre de faites. %arita era m#s alto que bajo, de contextura recia: usaba $a! patos de tac(n alto, a la andalu$a: llevaba arreglado el uni! forme a rayas negras y grises seg)n su medida: se ladeaba sobre la frente la visera ancha de una gorra de apache y los domingos hac"a flotar en torno al cuello un pa*uelo rojo. n su cara cetrina y alargada, un tanto caballuna, la boca pro! minente luc"a una gran cicatri$: la nari$ era ancha y de tra$o enérgico: los ojos oscuros se mov"an #giles, pero a ratos ad! quir"an la fije$a de los de una fiera en acecho. 0en"a modales sueltos que denotaban aplomo, respond"a con una sobriedad no exenta de distinci(n a su prestigio legen! dario y miraba desde*osamente a lo que podr"a llamarse el vulgo del delito. or el tiempo en que lo conoc", all# en el a*o 34, %arita hac"a gestiones para conseguir el indulto y ofrec"a en cambio sus servicios de guardaespaldas a S#nche$ %erro, ra$(n por la cual y muy a su manera, guardando todo el so! lapado oportunismo de un tipo de experiencia, trataba tam! bién con cierta indiferencia a los 7pol"ticos8, que est#bamos all" por oponernos al régimen. n ese tiempo, cumpl"a una segunda condena a quince a*os de presidio por un crimen vulgar, pero la nombrad"a de bravura adquirida en el famoso duelo, le duraba todav"a. 6e 7puro macho8 ;as" comentaban los otros presos; no com"a con los dem#s, sino que en la mesa de los guardas, tal como suena.
ban y le tem"an, ra$(n por la cual le prodigaban atenciones o lo elud"an. %arita era todo un héroe de la prisi(n. >n d"a lo encontré en el despacho de recetas del hospital y le dije? ;Mire, %arita. %uando yo era rep(rter del diario l =orte, de 0rujillo, tropecé en la c#rcel con un negro chavetero y ladr(n apodado el Mono. Le hice un reportaje. 9firm( que él fue quién mat( a 0irifilo, cuando la pelea estaba en las )ltimas pero indecisa, por salvarlo a usted@ ;Mentiras del Mono ;replic( %arita, haciendo un gesto de desdén con la mano, y agreg(;? %ierto que el Mono estaba en mi barra, pero c(mo se iba a meter si ah" estaba tam! bién la barra de 0irifilo/ so dice el Mono por darse pisto, por vincularse de alg)n modo al asunto@ A=egro atrevidoB %uando yo salga, le advertiré que diga la verdad@ %arita me hi$o varias preguntas y sonri( con satisfacci(n al confirmar yo su fama. 9lentado por eso y mi condici(n de periodista, me dijo? ;Sentémonos aqu" y yo le contaré c(mo fueron las cosas. =o me gusta cont#rselas a todos, me entiendes/ A-ué va a hablarle uno a cualquier sucheB 0omamos asiento en dos sillas que hab"a por all" y %arita comen$( a hablar. ese a su desdén por los suches, es decir, la gente de poca monta, siempre lo escucharon varios a los que seguramente consideraba as", o sea quien despachaba las recetas, un guarda y varios presos comunes que entra! ron por remedios y se fueron a*adiendo al auditorio. Ca en! tusiasmado por el recuerdo de su ha$a*a, en pleno relato, %arita aceptaba la admirativa atenci(n de los suches con ocasionales miradas de condescendencia. Su vo$ era gruesa y opaca, pero adquiri( emocionadas mo! dulaciones a medida que avan$aba narrando. Sus palabras y frases ten"an color. n un momento se puso de pie y dio va! rios pasos, haciendo fintas, para reproducir los lances de la pelea. =o recuerdo sus palabras exactas. Se nos confinaba desde las seis de la tarde a las seis de la ma*ana en una celda pa! recida a un nicho, cuyas paredes laterales uno pod"a tocar
abriendo los bra$os. 9ll", mientras hab"a lu$, o sea hasta las nueve, me entreten"a tomando notas de mis impresiones diarias y escribiendo cuanto se me ocurr"a. >na ve$, con motivo de que a un compa*ero le encontraron una revista que conten"a un art"culo considerado 7subversivo8, hicieron un registro de celdas 7pol"ticas8 y se llevaron todos nuestros papeles. Las notas del relato de %arita estaban entre los m"os. =o sé a qué sabias conclusiones llegar"an las autori! dades después del concien$udo an#lisis que practicaron, pero a nadie le devolvieron una hoja. n muchos casos, los tales papeles eran simplemente esas cartas que vienen del mundo de afuera, con el mensaje de la familia, de la novia, de los amigos, y que para el preso constituyen un tesoro. Me procuré un grueso fajo de papel de estra$a en la cocina, pero no pude reconstruir cuanto hab"a apuntado y menos re;crear Daqu" no hay nada unamunescoE mi incipiente pro! ducci(n literaria. %on todo, a modo de revancha, prosé al! gunos nuevos versos libertarios que fueron bastante cele! brados y, ganando la calle, adquirieron una apreciable popu! laridad. 0ambién compuse cuentos. Mi instinto de novelista me dec"a que lo memorable se quedar"a en la memoria para después. 9s", narro la historia del famoso duelo de %arita y 0irifilo sin m#s auxilio que el de la memoria. Si hay fallas, que me dis! culpen los a*os trascurridos. n el barrio de Malambo, antes del a*o 4F, era lo que se llama el taita un negro apodado 0irifilo. Ser"a exagerado de! cir que tal sujeto no ten"a oficio ni beneficio. 6e oficio era ladr(n y como beneficio, por cierto exclusivamente personal, ten"a el de manejar la chaveta como nadie. +uera de contar con un cora$(n bien puesto, lo ayudaban sus condiciones f"sicas. 0irifilo levantaba una larga estatura, seg)n la fama de cerca de dos metros. sto m#s que fama resultaba leyen! da para muchos, pero en todo caso era muy alto y flaco, de una agilidad de puma, a todo lo cual se agregaba que sus bra$os extraordinariamente largos, armado de chaveta el uno, el otro sirviéndole de defensa mediante la manta arro! llada, no dejaban pasar los tiros del rival y en cambio lo al! can$aban con una facilidad extrema. 0odo ello hi$o que 0irifilo fuera el indiscutible mandam#s del hampa negra y mulata de Malambo, durante un n)mero de
a*os que ya nadie se encargaba de contar. Los m#s valientes y diestros chaveteros le hu"an. ero el poder es perecedero y la vida, huidi$a. M#s si dependen del filo de la chaveta. 0omaba vuelo entre los chaveteros de Malambo un mo$o al que hab"an apodado %arita por la acusada expresi(n jovial que ten"a su fa$ en aquellos a*os. =o pasaba mucho m#s all# de los veintiuno y ya hab"a puesto fuera de combate, con los pu*os o por medio de la hoja filuda, a cuantos se le enfrentaron. ra adem#s medio guitarrista y cantor, cliente distinguido de los burdeles baratos, bueno para el trago y amigo de sus amigos. Las nuevas promociones de faites, los negros y mulatos j(venes eran partidarios de %arita por esa solidaridad que hay entre los miembros de la misma genera! ci(n y sus colindantes y también porque es un natural im! pulso de la juventud perseguir la renovaci(n del lidera$go, aun en el mundo llamado bajo. Mientras tiraban los dados y beb"an pisco en las penumbrosas cantinas de Malambo, aseguraban que %arita era muy capa$ de hacerle pelea a 0irifilo, aunque pocos osaban afirmar que lo derrotar"a. l poderoso amena$ado, por su parte, no tomaba en cuenta las habladur"as. 0irifilo trataba a %arita con la natural supe! rioridad que va del maestro al disc"pulo, aunque la verdad era que a usar la chaveta no le hab"a ense*ado. =i siquiera lo hab"a visto pelear. Lo que s" quiso ense*arle fue el arte de robar y meterse en contrabandos y malas aventuras, por todo lo cual andaba siempre buscando al mo$o, quien con su madre ocupaba dos cuartos en un callej(n del barrio. La se*ora, madre al fin, mostraba cierta resistencia a que su hijo entrara en colaboraci(n estrecha con un tipo tan noto! rio, imaginando naturalmente que no tardar"a en me$clarlo en un l"o de gran clase malambina. Su actitud evasiva y po! co amistosa tra"a molesto a 0irifilo. C sucedi( que una ma*ana, en circunstancias en que el tai! ta hac"a planes para practicar un robo de importancia, lleg( al callej(n en busca de %arita. Gste no se encontraba en ca! sa y as" se lo dijo la se*ora con la frialdad que el otro ya co! noc"a. 0irifilo tron( afirmando que ella 7lo negaba8 para im! pedir que se juntara con él y le espet(, intercalando entre frase y frase el m#s selecto conjunto del repertorio de inju! rias arrabalero?
;AViejaB... A-uieres tener al hijo metido entre las pollerasB... A6éjalo que salga y se haga hombreB... l vecindario se revolvi( al o"r los gritos. Las puertas del ca! llej(n enracimaron cabe$as aguaitadotas. %orr"an voces di! ciendo? ;As 0irifiloB As 0irifiloB ra como si un h#lito de malos presagios cru$ara por el aire. 0irifilo sigui( gritando para que lo oyeran todos, inclusive %arita, a quien supon"a oculto en el otro cuarto? ;ALo vas a hacer un flojo, un cobarde, si es que ya no lo esB... AS#catelo de entre las polleras, viejaB... A-ue salga ese cobardeB... %arita carec"a del don de la ubicuidad y naturalmente no sali(. Se fue puertas adentro, entre sollo$os, la pobre negra defendelona y 0irifilo opt( también por marcharse, escu! piendo desprecio y amena$as frente al pobrer"o amedrenta! do. 9l poco rato apareci( %arita y encontr( a su madre llorando. lla no le quiso revelar nada de lo que hab"a pasado y %arita sali( a informarse entre los vecinos. %uando supo lo ocurri! do, se le enrojecieron los ojos y enmudeci(, adquiriendo la torva resoluci(n de una fiera herida. 6e ah" no m#s se fue a la calle, a fin de que 7la vieja8 no supiera lo que iba a hacer, y busc( a dos miembros de su barra para que fueran testi! gos del reto. n compa*"a de dos negros, uno de los cuales era el Mono, lleg( a casa de 0irifilo. Gste se encontraba sentado junto a la puerta, todav"a con se*as de mal humor. ;A=egro lisoB ;le grit( %arita, intercalando con exacta pro! piedad otro selecto conjunto de injurias del susodicho reper! torio;. or qué te has atrevido a insultar a mi madre/ Me la vas a pagar@ ;-ué/ ;gru*( 0irifilo con una desde*osa incredulidad;. Lo que he dicho, ah" se queda@ ;Se queda/ ;retruc( %arita;. Vas a ver que pa un hom! bre hay otro, negro abusivo@ 0e reto a pelear esta noche,
cuando salga la luna, en el 5ato del 0ajamar@ A>no de los dos se quedar# ah"B... 0irifilo mir( a %arita, midiéndole despectivamente, y respon! di(? ;9h" estaré@ La noticia del pr(ximo duelo corri( sigilosamente de calle en calle, de casa en casa, de callej(n en callej(n, de cuartucho en cuartucho, convocando lo m#s granado del hampa de Malambo. %ada bando reclut( una barra de unos veinte chaveteros escogidos. C ya no se hi$o nada m#s, salvo que los contrincantes afilaron bien sus mejores chavetas y todos esperaron. Lleg( la noche a Malambo. La luna deb"a surgir tarde. 9 eso de las dos salieron %arita, el Mono y otro m#s, rumbo a las afueras del barrio y por las callejas soledosas, brotando de la oscuridad de los callejo! nes: llam#ndose y respondiendo con r#pidos y peculiares silbidos, avan$aron también los miembros de las barras. %arita y sus acompa*antes, todos los cuales se le juntaron en un lugar convenido, fueron los primeros en llegar al 5ato de 0ajamar, sitio llano, cubierto de basura y latas viejas. ese a la oscuridad, unos cuantos limpiaron un ancho espa! cio, libr#ndolo de latas y lo que pudiera servir para trope$ar. 9 poco, llegaron varios del bando de 0irifilo y revisaron el trabajo hecho, ampliando todav"a m#s el espacio sin obst#! culos. %orri( un rumor entre las barras cuando 0irifilo arrib(, seguido de algunos m#s, delineando su alta silueta entre las sombras. 9l ser rodeado por toda su gente, dijo algo hablando sobre las cabe$as. 6e nuevo, ya no quedaba sino esperar. Los duelistas y sus barras sent#ronse en fila, a un lado y otro del espacio se*alado. Sus rostros y vestidos oscuros, apenas se ve"an en la sombra. S" fulg"a la lu$ de los cigarri! llos. C hablaban una que otra ve$, en vo$ baja, como se habla siempre en tales horas, que son de un anticipado res! peto a la muerte.
=o lejos pasaba el silencioso &imac, que separa a Lima de Malambo. l barrio negro se aplastaba a un lado, chato bajo la noche, entre un débil reflejo de luces roji$as. 9l otro lado del r"o, la ciudad al$aba hacia el cielo un p#lido resplandor. ero la sombra del 5ato del 0ajamar envolv"a a los duelistas y sus barras y hab"a que seguir en espera de la luna. La espera se hac"a tensa. n el silencio de la noche, no se o"a ya ni una palabra. 9lgunos masticaban coca, la hoja in! dia que amansa los nervios. La lu$ de los cigarrillos conti! nuaba brillando. %uando el reloj de la catedral marc( las tres y media, co! men$( a surgir la luna. Hubo que esperar un rato m#s, has! ta que saliera de una espesa mancha de nubes. %arita bebi( medio vaso de pisco me$clado con tabaco. 0irifilo hi$o otro tanto. >na vo$ surgi( desde la barra de éste, diciendo? ;Vamos. La lu$ de la luna hab"a llegado al 5ato del 0ajamar. Los contendores, seguidos de dos ayudantes, avan$aron a paso lento, en mangas de camisa, hacia el centro del campo. 6etuviéronse a corta distancia uno del otro y lentamente, casi ritualmente, envolvieron una manta en el antebra$o i$quierdo. 6eb"a quedar bien ce*ida, como una paca de cha! far punta$os. %on la diestra empu*aron la chaveta. Las hojas de acero y los ojos buidos refulgieron a la lu$ de la lu! na. ;ACaB... A6éjenlos solosB ;grit( alguien. Los ayudantes se apartaron. 0irifilo y %arita se quedaron solos y frente a frente, como dos hitos. La muerte parec"a estar entre ellos, reclamando otra calavera. ran muy pocos los que pensaban que no ser"a la de %arita. ero todos admiraban al mo$o, por atreverse a hacer lo que nadie. l negro 0irifilo, el as de la chaveta, es! taba all" ante un contendor al que aventajaba claramente en estatura y largo de bra$os. 9dem#s, doblaba en edad al no! vato, y nadie consideraba la pérdida del vigor, sino una ma! yor experiencia decisiva. 9 %arita no parec"a quedarle otra cosa que morir, salvo que 0irifilo, después de cortarlo a su gusto por v"a de distracci(n y ejemplo, le perdonara la vida.
n realidad, esto es lo que pensaba hacer 0irifilo: ya as" se lo hab"a confiado a dos de sus "ntimos, como se supo después. 9 )ltima hora hab"a dudado de que %arita aceptara el perd(n, recordando la forma resuelta en que lo ret(. l com! bate dir"a@ 0irifilo inici( la pelea dando un salto hacia atr#s y poniéndo! se en guardia. 9ga$apado para hurtar el vientre a los punta! $os, los hombros inclinados hacia delante, el enorme bra$o i$quierdo arqueando el antebra$o protector, con la chaveta en la diestra, jug#ndola a golpe de mu*eca, parec"a un gi! gantesco puma de $arpas prontas. C m#s lo pareci( cuando, una ve$ que %arita entr( en guardia, se puso a dar agil"si! mos saltos en redondo, como si quisiera aturdirlo, caerle por sorpresa, burlarse de él o todo junto. %arita, d#ndole la cara siempre, lo med"a y aguardaba sin moverse casi del sitio en que se plant( al comen$ar. ;Antra, hijo de putaB ;grit( 0irifilo. %arita continu( en su sitio, sin mostrar intenciones de ata! car. -ue no era cobarde lo probaba el hecho mismo de en! contrarse all". Gl sabr"a lo que iba a hacer. ara 0irifilo, en! tre tanto, la tarea de darle vueltas a saltos hab"a pasado a ser inc(moda. =o pod"a estarse as" todo el tiempo. Se decidi( a atacar dando un formidable salto hacia delante, como para cortar a %arita en el hombro, pero éste se hi$o a un lado a su ve$, con otro salto muy liviano, y dej( pasar al gigantesco puma limpiamente. ;A9s"B ;gritaron en la barra del mo$o. 0irifilo volviose con rapide$ y repiti( el ataque, esta ve$ al rostro, y %arita lo eludi( con un salto hacia atr#s, perdién! dose el chaveta$o en el aire. 0irifilo repiti( su reto? ;Antra, carajoB %arita no atac(. staba visto que se guardaba. l maestro de siempre comen$( a sospechar que ten"a un rival de vuelo. Volvi( a la carga una y otra ve$, y una y otra ve$ fue eludido. Si bien 0irifilo aventajaba a %arita en estatura, no le llevaba nada en astucia. l muchacho hab"a resuelto pelearle de lejos. 0irifilo alcan$( luego a clavarle varios punta$os en la manta arrollada. Mientras m#s se esfor$aba, menos parec"a lograr. %arita comen$( a tantearlo. %onfiado en el largo de
sus bra$os, 0irifilo se descuidaba un tanto después de saltar hacia adelante. n una de esas, %arita contraatac( logrando cortarle el bra$o i$quierdo, cerca del hombro. La primera sangre, sangre de 0irifilo, comen$( a chorrear. 9lgunas gotas brillaron en el suelo. Las barras, cada una por ra$(n contra! ria, miraban la sangre con sorpresa. 0irifilo se enfureci(, lan$ando m#s injurias que ataques. %a! rita se le escapaba con una agilidad felina. Luego, 0irifilo call(. Los contrincantes comen$aron a jadear. l resuello de 0irifilo era violento. roduc"a un ruido ronco y agudo. or poco rug"a. %arita logr( darle otro tajo en el antebra$o dere! cho, devolviéndole un chaveta$o que fall(. Las barras aulla! ron. S(lo la luna luc"a impasible. 0irifilo trat( de serenarse y de tomar las cosas verdadera! mente en serio. staba visto que ya no podr"a lucirse cor! tando a su placer a %arita y menos perdon#ndole. 5ug( los bra$os simulando contradictorios ataques y luego entr( a fondo, logrando cortar a %arita en la boca. ;AGse es tajo que valeB ;grit( uno de la barra adicta al ma! estro. C agreg( m#s fuerte;? A&"ndete, %aritaB A0e va a ma! tarB %arita comen$( a beber su propia sangre, que del labio su! perior partido le chorreaba a la boca. l sabor de su sangre lo enfureci( m#s, aturdiéndolo un poco, circunstancia que aprovech( 0irifilo para lan$arle nuevos chaveta$os que lo hirieron en los hombros. ;A&"ndete, %aritaB ;conmin( de nuevo la vo$. La respuesta fue agacharse, saltar a un lado y otro, desviar la diestra armada de 0irifilo entrando de costado y darle un formidable punta$o en el rostro. %arita sinti( el hueso del p(mulo. 0irifilo rugi( de dolor y las barras se excitaron a tal punto que alguien demand( calma a gritos. l novato volvi( al ataque pero el maestro, ya prevenido, lo par( en seco. %arita sinti( que le desgarraba la camisa, a la altura del pecho. La chaveta cru$( de costado. >n poco m#s y lo habr"a muerto. %arita se puso a dar saltos en torno a su enemigo, rehuyen! do un entrevero. 0rataba, mientras tanto, de pensar con cla!
ridad. La intimaci(n al rendimiento le pareci( un indicio de que la pelea estaba indecisa. Si bien la segunda ve$ lo hab"a indignado, atacando como lo hi$o, ahora ve"a que si conti! nuaba entrando, 0irifilo acabar"a por ganarle a pura dimen! si(n de bra$o, encaj#ndole un chaveta$o mortal. ntonces, deb"a volver a su t#ctica de pelearle de lejos, haciéndole el mayor n)mero de tajos, cans#ndolo y desangr#ndolo hasta debilitarlo en tal forma que la tarea de rematar ser"a cues! ti(n de tiempo. 0irifilo, con toda su experiencia de luchador, entendi( bien lo que %arita se propon"a. 6esde el principio, trat( de indignarlo para que entrara. Luego vio que no le hi$o caso, pero m#s tarde se arrebat( en forma que pod"a aprovechar. 9hora, que %arita volv"a a escurr"rsele, entendi( que llevaba las de perder si no terminaba pronto con el 7vi! vo8 y se lan$( al ataque. Lo persegu"a de un lado a otro del campo, hasta trope$ar con los miembros de las barras o al! guna lata vieja. %arita retroced"a a saltos, lo esquivaba, no sin lan$arle un chaveta$o alguna ve$. Los bra$os de 0irifilo se iban llenando de heridas. C parec"a que %arita siempre le iba a quedar lejos. ;A=o corras, hijo de putaB ;grit( 0irifilo. n su vo$ hab"a un acento de contenida desesperaci(n. Le daba rabia no poder acabar con ese rival novato, de sor! prendente agilidad, que no s(lo iba a dar al traste con su prestigio de chavetero sino que le pod"a quitar la vida. Habiendo abandonado la idea de lucirse con él y perdonarlo hac"a mucho rato, resultaba que ahora tampoco pod"a ma! tarlo. l gigantesco puma bufaba lan$ando chaveta$os de frente y de costado, sin lograr herir a %arita. Hab"a sangre en los aceros y en los cuerpos, pero la sangre de 0irifilo corr! "a m#s. n un momento en que éste se tir( a fondo como para atravesar a %arita, fue esquivado en forma tal, que la chaveta del muchacho, quien hi$o un quite agachado y lan$(se hacia delante, le parti( un muslo. 0irifilo volvi(se r#pido para encontrar que %arita le pasaba por un lado, cort#ndole el molledo del bra$o i$quierdo. l maestro se de! tuvo, como si para él todo eso constituyera el colmo de la sorpresa. Luego reinici( la terca persecuci(n, resollando an! gustiadamente. %omen$aba a clarear el d"a. %arita vio la congestionada fa$ de 0irifilo. 6e los ojos rabiosos sal"an l#grimas que dejaban
un tra$o brillante en una mejilla. n la otra, mal herida, las l#grimas se confund"an con la sangre. %arita vio también que en esos ojos estaba grabada la muerte, a fuego de odio y orgullo. -uer"an la muerte para %arita o 0irifilo mismo, pero nada menos. Las barras se hab"an callado. l final ya parec"a anunciarse, pero la derrota de 0irifilo se ten"a a)n por cosa incre"ble. Muchos esperaban que acertara haciendo un )ltimo esfuer! $o. 6e algo habr"an de servirle su gran valor, sus bra$os lar! gu"simos, su experiencia de a*os. 9caso terminar"a por ma! tar a %arita, pese a las malas condiciones en que estaba. Se hab"a desangrado mucho, pero ninguna de sus heridas pa! rec"a mortal. La cuesti(n consist"a en que resistiera. 9)n podr"a atacar@ s lo que trat( de hacer 0irifilo. ero no pudo persistir en el esfuer$o. 6io visibles muestras de debilidad. Sus saltos eran menos #giles. l bra$o de la manta afloj( mucho. Se hubiera dicho que perd"a la guardia. l otro, se mov"a con poca agili! dad al lan$ar los chaveta$os. %onfundido ya, insult( de nuevo a %arita, a la loca, como se vio luego? ;ntra, hijo de puta. %arita salt( de un lado a otro, confundiendo m#s a su rival y midiendo la situaci(n. 6e repente entr( a fondo. %on el an! tebra$o enmantado, hi$o a un lado el arma de 0irifilo y como la defensa de éste era floja, le clav( la chaveta en el pecho, empuj#ndola con la palma de la mano ahuecada y sac#ndola luego inmediatamente, de modo que todo aquello pareci( suerte de torer"a. 0irifilo derrumbose largo a largo y muri( dando un r#pido estertor. Viendo las camisas blancas enrojecidas a trechos, uno co! ment(? ;Se han pintao la bandera peruana. %arita se march( hacia Malambo solo, la manta ensangren! tada en una mano, la chaveta en la otra. Llegando al pobla! do, ech( a andar por media calle, el paso vacilante, por poco sin fuer$as.
%uando pasaba frente a la casa de 0irifilo, encontr( a la mu! jer de éste, esperando a su marido en la puerta. 6"jole en! tonces? ;9nda, recoge a tu negro, que no se levantar# m#s@ %alle adelante, trope$( con dos polic"as. ese a que camina! ba con dificultad, llevaba en el rostro tal expresi(n de fiere! $a, y todo su continente re$umaba tanta disposici(n de lu! cha, as" con la manta chorreando sangre y la chaveta lista, que los polic"as lo dejaron pasar, limit#ndose a seguirlo. %a! rita lleg( por fin a la puerta de una botica, donde se des! plom( gritando? ;%)renme. La noticia fue recibida con incredulidad por los cronistas policiales. Muerto a chaveta 0irifilo, el as de Malambo/ Luego que la confirmaron viendo el cad#ver en la morgue y entrevistando a %arita en el hospital, los diarios lucieron cr(nicas y reportajes a grandes titulares, durante muchos d"as. l alma del pueblo vibr(. %arita ten"a en su favor, m#s all# de toda consideraci(n de valor y victoria sobre el temible 0irifilo, el hecho de haber defendido a su madre. Valses crio! llos y marineras cantaron la ha$a*a. >n nuevo héroe popu! lar hab"a surgido. 9 la larga fue envuelto en una aureola de leyenda. %uando la %orte de 5usticia vio el caso, %arita ten"a ganada su causa en la opini(n. Los magistrados consideraron la re! yerta entre un negro y un mulato de Malambo como una clara cuesti(n de honor, un duelo de caballeros, y dictaron la sentencia correspondiente? tres a*os de prisi(n. Los negros y mulatos de Malambo, de ordinario arrogantes, abombaron un tanto m#s el pecho al pasar por las calles de la %iudad de los &eyes.