Directores
Javier Pradera / Fernando Savater
DE RAZÓN PRÁCTICA
Octubre 1999 Precio 900 pesetas. 5,41 euros
N.º 96
JUAN JU AN F. LÓ LÓPE PEZ Z AG AGUI UILA LARR ¿Hacen política los jueces?
JOSÉ JO SÉ MA MARÍ RÍA A RI RIDA DAO O
El laberinto de la identidad
JAV IE JA IERR MARIAS Contra la costurera ´
y el decorador
ADOL AD OLFO FO CAS CASTTAÑ AÑÓN ÓN George Steiner
O c t u b r e 1 9 9 9
FRANCISCO JARAUTA Qué pasó con Ulises
H. TERTSCH / T. GARTON ASH
De la esperanza a la tragedia: 1989-1999
DE RAZÓN PRÁCTICA
S U M A R I O
Dirección
JAVIER JA VIER PRADER A Y FERN ANDO SAVATER SAVATER
NÚMERO
96
OCTUBRE
1999
Edita
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA Presidente
JESÚS DE POLANCO Consejero delegado
JAVIER JAV IER MARÍAS
4
CONTRA LA COSTURERA Y EL DECORADOR DECORADOR
JUAN F. F. LÓPEZ AGUILAR
8
¿HACEN POLÍTICA LOS JUECES?
JOSÉ MARÍA RIDAO
16
EL LABERINTO DE LA IDENTIDAD
CAYETANO LÓPEZ
27
RETORNO AL ANTROPOCENTRISMO
AUGUSTO KLAPPENBACH KLAPPENBACH
34
¿EXISTE UN PROGRESO MORAL EN LA HISTORIA?
ENRIQUE GIL CALVO
41
LA RETÓRICA DE LA TELEFOBIA
Diálogo
45
De la esperanza a la tragedia Berlín 1989-Kosovo 1999
Semblanza
50
George Steiner
54
Qué pasó con Ulises
58
La línea del horizonte
63
La Tercera Vía: un análisis crítico
Teoría literaria
71
¿Cuál es el sitio, hoy, de la literatura?
Medios de comunicación
76
Pluralismo político e información
81
Samuel Johnson
JUAN LUIS CE BRIÁN Director general
IGNACIO QUINTANA Coordinación editorial
NURIA CLAVER Maquetación
ANTONIO OTIÑANO
Ilustraciones
LUIS ROMERO METANZA METANZA (Madrid, 1970) Diplomado en arquitectura de interiores por la Universidad Politécnica de Madrid, se ha especializado en el tratamiento de la madera; su obra (carteles, collages, dibujos y pinturas) ha sido expuesta individualmente individualmente en el Museo Español de Arte Contemporáneo y en muestras colectivas en salas alternativas de Madrid.
H. Tertsch/T. Garton Ash
Adolfo Castañón
Ensayo
Francisco Jarauta Steiner Caricaturas
Filosofía
Enrique Lynch
LOREDANO Correo electrónico:
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GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID. TELÉFON TELÉ FONO O 915 38 61 04. FAX FAX 915 2222 91.
Teoría política
Vicenç Navarro
Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª.
28013 MADRID. MADRID. TELÉFONO TELÉFONO 915 36 55 00. Impresión: MATEU CROMO. Depósito Legal: M. 10.162/1990.
Luis Seoane Pinilla
Esta revista es miembro de ARCE (Asociaci ón de Revi stas Culturales Españolas) Esta revista es miembro de la Asociación de Revistas de Información Para petición de suscripciones y números atrasados dirigirse a: Progresa. Gran Vía, 32; 2ª planta. 28013 Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91
Artemi Rallo
Casa de citas
Mauricio Bach
CONTRA LA COSTURERA Y EL DECORADOR JAVIER JA VIER MARÍAS
D
oce años han transcurrido desde el Prólogo con que se abre esta edición, y en principio no tengo apenas más que añadir*. Quizá tan sólo que, junto con las ochenta páginas que del original de Los dominios del lobo suprimí entre su conclusión primera y su definitivo término, hice también desaparecer una interminable dedicatoria, de una veintena de páginas si no más, en la que se mezclaban personas y lugares reales con personajes y territorios de ficción: de John Wayne a Elisha Cook Jr., de “Scott Carey” al “Barón de Arizona”, para entendernos un poco. Más que una dedicatoria parecía un reconocimiento o confesión de las fuentes de que me había valido o en que me había inspirado, acaso con una honradez propia de aquellos tiempos y de otros más antiguos: hoy en día la mayoría de los escritores se caracterizan por silenciar las suyas cuando las tienen y aun ocultarlas taimadamente, incluso cuando son evidentes. Podría poner docenas de ejemplos, me limitaré a lanzar al viento una adivinanza: ¿qué novela celebrada y premiada de un Premio Nobel calca calladamente su arranque y su penúltima página de los párrafos finales que acompañan el estupor o aflicción de “Gabriel Conroy”, protagonista del relato “Los muertos”, en Dublineses de neses de Joyce? Si lo pregunto es porque ni un solo crítico lo señaló en su día, no sé si por ignorancia inverosímil o por connivencia. (El calco, con todo, imperfecto y sin alma, estropeaba el original, como suele suceder). Si aquella abusiva dedicatoria mía cayó al final, fue sólo por redundante: o publicaba la novela o publicaba la dedicatoria, y en la primera se confesaban también sin disimulo las fuentes.
* Texto del epílogo a la nueva edición de Los dominios del lobo, Alfaguara, lobo, Alfaguara, 1999. 4
Así que ahora son veintiocho años los transcurridos desde la primera publicación de Los dominios del lobo, lo cual es bastante más que la mitad de mi vida y algo excesivo a todas luces. En ese periodo de tiempo he escrito otras ocho novelas, un ritmo respetuoso para con mis posibles lectores. Y acaso me habría limitado aquí a comentar con perplejidad estos cómputos si no fuera porque en la más reciente de ellas, Negra espalda del tiempo, de 1998, me referí muy de pasada –en alguna línea que no recuerdo ni tampoco encuentro– a Los dominios del lobo como a “mi mejor novela”, o “acaso mi mejor novela todavía”, algo así, no lo sé, no doy ahora con la condenada cita. Sea como fuese, quizá no esté de más dar una breve explicación de ese comentario aquí y ahora, cuando este libro vuelve a visitar la imprenta. Apart Apa rt e de qu quee hay a pe pers rson onas as pa para ra quienes en efecto pueda serlo –quiero decir mi mejor novela, mi hermano Miguel entre ellas–, si yo he llegado a tener la misma sensación a veces –a veces–, no es desde luego a causa de un espíritu autoflagelante que me atormente de noche susurrándome con convencimiento que no he hecho más que empeorar como novelista desde el remoto 1971, sino que más bien es debido a mi idea o certeza de que las más notables y perdurables obras dadas a la historia por ese género poco definible y mal definido siempre son obras que se han apartado sin vacilaciones de la convención y ortodoxia a que se lo ha querido ceñir a menudo, para así acotarlo, restringirlo, empequeñecerlo y trivializarlo. Cada vez que leo u oigo decir a un escritor o a un crítico perogrulladas o tautologías como “la novela consiste en contar una buena historia bien contada”; o que “una novela debe tener personajes y argumento”; o “trama”; o que “debe refle-
jar la vida o la realidad o su época”; o que “sus elementos deben estar bien hilados y encajar entre sí”; o que “la historia debe cerrarse”; o que “todas sus partes y episodios han de ser pertinentes”; o cuando se critica que tal o cual factor “no añade nada al conjunto del relato”; o cuando se hacen loas al “placer de narrar”, o a la “fascinación de la intriga”, o al “quehacer artesanal de contar”… Cada vez que leo u oigo decir estas simplezas –y se repiten hasta la saciedad, al menos en España y similares–, primero bostezo, y luego no puedo evitar pensar que quedarían fueran de tales méritos, virtudes o cualidades, e incumplirían tales deberes, tareas o preceptos, la mayor parte de las obras maestras que ese género ha dado, desde el dispersísimo, digresivo, episódico, siempre impertinente y esforzadamente ampliado Quijote hasta el vaivén constante de las novelas de Bernhard, pasando por la narración sincopada e interrumpida y frenada por mil incisos y casi anárquica de Tristram Shandy, la discursivamente bélica o bélicamente discursiva Guerra y paz, la abstraída y zigzagueante En busca del tiempo perdido, la microscópica lente aplicada a una boba en Madame en Madame Bovary, el estatismo vehemente de Lolita y la deliberadamente balbuciente, torrencial, atropellada y desdeñosa obra entera de William Faulkner. Para mí el género novela es, si algo, tan huidizo como abarcador, y pienso que sus verdaderas cimas no se cuentan entre aquellas obras –tantas, y cada vez hay más– que han procurado cazarla y atarla en corto y ponerle límites, sino entre las que han hecho uso efectivo y osado de su flexibilidad y su libertad, las que mejor han encarnado o dado a éstas cuerpo, por así decir. No es que baste con eso, en modo alguno y más bien al contrario: la historia de la novela también está llena de insoportables estafas y aspaventosas vacuiCLAVES
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dades que han encontrado en esa libertad y flexibilidad la perfecta excusa para disimular su impotencia o su nulidad o su afasia, para hacer ademanes geniales o virtuosistas, para oscurecer su significado y así no sólo ocultar su insignificancia, sino amedrentar con su opacidad (“No se me entiende bien porque soy muy comple jo”). Esa historia, en suma, y sobre todo en el siglo XX , está plagada de camelistas y charlatanes, algunos de los cuales todavía hacen masticar y tragar gato a generaciones de críticos y estudiosos póstumos. Para hacer un uso interesante de esa libertad y esa flexibilidad hace falta algo más que desparpajo o desfachatez, y muchísimo más que meras ansias de originalidad o, como prefieren decir los farsantes ya antiguos, de “ruptura”. Pero tampoco logro –o mucho me cuesta– ver grandes obras maestras que hayan obedecido a esos supuestos patroNº96
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CLAVES
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nes de la novela, los de la pertinencia y el argumento, la coherencia estricta y la estricta verosimilitud (a esta última la desplaza, cuando la hay, la veracidad de la ficción), el encaje de las piezas y la tupidez del tejido, la potencia reflectora, la pulcritud sintáctica, el apreciable y “deconstructible” trabajo artesanal: en suma, las virtudes de la costurera y el decorador. Tengo para mí que –suponiéndole talento y conocimiento al autor, y no sólo rabia, arbitrariedad, gracejo o anhelo de deslumbrar– cuanto más libre es una novela en su concepción y en su ejecución, cuanto más desenvuelto es quien la escribe cuando la escribe, cuanto a más se atreve con control de su atrevimiento, cuanto más dispuesto está a contar a su manera (esto es, lo que le venga en gana, como le venga en gana y en el orden en que le venga en gana según sus propósitos y su plan), con más probabilidades
contará su novela de durar y de ser releída una y otra vez –releída por los mismos lectores o por distintos y futuros, tanto da–, porque en ella habrá siempre algo nuevo o cambiante que descubrir o comprender. Sólo una historia, sólo una intriga, sólo un argumento por buenos que sean, o unos personajes graciosos o intensos o pintorescos o “entrañables” sin más, o una escritura meramente “donosa” u ornamental, no serán nunca nuevos ni cambiantes a la segunda vez, como tampoco lo sería un texto tan encajado y cerrado, tan hilado y liso y compacto, y todo él tan “pertinente”, que a la primera lectura ya no dejara ningún resquicio: también se quedaría sin ningún misterio. (Pero sólo se queda sin misterio lo que jamás lo ha tenido en realidad). real idad). En el fondo no es de extrañar que muchos críticos alaben estas virtudes de la costurera y el decorador: que todo case 5
CONTRA LA COSTURERA Y EL DECORADOR
bien y haga juego, que no haya puntos sueltos ni hilachos; ya que el interés de muchos de ellos es leer un libro y poder darle carpetazo de una vez para siempre. Esa clase de crítico –por suerte no la única, pero sus filas se ven continuamente engrosadas por reseñistas decimonónicos del siglo XXI– funciona como un archivero, tolera sólo la aparición de textos con vistas a su clasificación, su etiquetación, su sobreseimiento o su sepultura inmediatas, y así agradecen mucho los que ya nacen muertos, o los que no presentan “caso” en el sentido judicial, o los que se ofrecen a su consideración con su propio y servil rótulo ya puesto. Suelen detestar, en cambio, las novelas huidizas y abarcadoras. Más raro es, o a mí me resulta, que sean con frecuencia novelistas quienes defiendan a capa y espada o con aguja e hilo esas virtudes de la costurera y el decorador. Me temo que su abundancia en aumento no es sino la triste prueba de que un fondo de verdad hay y ha habido en la réplica de los críticos al golpe clásico de los artistas, y de que algunos novelistas no 6
son, en efecto, más que críticos o profesores frustrados. Parece fácil escribir novelas, y cualquiera se atreve hoy en día, el mundo está lleno de debutantes imberbes y ancianos, precoces y muy tardíos, procedentes de las más variadas profesiones o popularidades, o de cualquier otro género literario. Es algo perfectamente legítimo, jamás consideraría a nadie un “intruso”, no sólo porque la palabra me parece desagradable e inaplicable a las actividades artísticas, también porque tendría que verme de ese modo a mí mismo a mis diecinueve años, cuando publiqué Los dominios del lobo, y la verdad es que así no me he visto en los veintiocho transcurridos desde entonces, un poco tarde ya para variar mi perspectiva. Pero no deja de sorprenderme esa apariencia de facilidad tan engañosa que nadie se acerca a este género con miedo, ni siquiera con respeto. Y lo cierto es que –hablo por mí, desde luego– no es nada fácil escribir una novela. Ni siquiera una mala, chapucera, pedestre o trillada resulta fácil hacerla… y que aguante la lectura
de un lector algo exigente, o dejémoslo en experimentado. No digo ya el juicio, solamente la lectura. A mí en todo caso, lector resabiado y viciado, me la aguantan poquísimas de las actuales, tan adornadas de méritos, virtudes y cualidades según los doctos profesionales. Dudo que me la aguantaran las mías, de no leerlas –como hago– a la vez que las escribo, y en más de una ocasión he dicho que seguramente no leería a Javier Marías si no resultara que lo conozco desde la cuna y me obliga. No crean que no me resisto a veces, quizá por eso ha publicado sólo nueve novelas en veintiocho años y tiende a renegar de una de ellas. No es Los dominios del lobo precisamente. Lo que voy a decir ahora no atiende a los resultados, sobre los que malamente podría yo afirmar nada, y si lo hiciera carecerían de todo valor o crédito mis asertos y mis opiniones no contarían. Hablo desde la más estricta subjetividad –y de qué otro modo sería posible–, y si acaso de mis intenciones, y acaso de mis impresiones. Pero lo cierto es que, independientemente de su resultado que en realidad no me atañe, y quizá con la ún ica excepción de la mencionada Negra espalda del tiempo que puede no estar ni conclusa, no me he sentido más libre ni más flexible, más atrevido ni más despojado de servidumbres al género en su vertiente convencional y ortodoxa, más desenvuelto ni más huidizo, más abarcador ni más “impertinente” al escribir una novela, que cuando acometí, tecleé y acabé Los dominios del lobo entre mis diecisiete y mis dieciocho años. Lo que también recuerdo con claridad extrema es que nada de eso me la hizo fácil en modo alguno, sino quizá tan difícil como esa otra última, Negra espalda del tiempo. En esto sí que no he avanzado. n
Javier Marías
es escritor. Ha recibido los premios IMPAC de Dublín, Nelly Sachs en Alemania y Mondello en Italia. Sus últimas obras son Seré amado cuando falte y falte y Negra Negra espalda del tiempo. CLAVES
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¿HACEN POLÍTICA LOS JUECES? JUAN FERNANDO FERNANDO LÓPEZ AGUILAR AGUILAR
La expansión juridicista: la judicialización de la política y la politización de la justicia
Rompiendo una tradición de descuido y abandono, tanto por la ciencia jurídica como por la politología, la consolidación de la democracia constitucional en España ha venido acompañada de una formidable emergencia de reflexiones a propósito de la función judicial y del lugar del juez en una sociedad avanzada, pluralista, conflictual. Han sido, como consecuencia, cada vez más frecuentes entre los analistas del proceso político los ensayos dirigidos a reexaminar la situación de balance y perspectivas que sea posible desprender de una atenta observación del locus de la justicia, de la jurisdicción, del Poder Judicial y de la Administración de justicia en esta España que dobla la curva del siglo XXI. Ahora, incluso si este esfuerzo se emprende desde la óptica de las categorías del constitucionalismo como construcción del derecho democrático moderno, los mimbres con los que tejer un examen de este corte han de ser, ello no obstante, distintos a los usuales en el discurso técnico, pegados, como no podría ser de otra manera, a cada arquitectura normo-institucional. Procede servirse, por contra, de parámetros teóricos un punto más comprensivos, diacrónicos, conexos con la sociología jurídica y con un cierto ejercicio de prospección analítica. Porque el objeto demanda una aproximación dinámica, vistas sus transformaciones de forma y color ante nuestros propios ojos, y una actitud más despierta y crítica ante los perfiles que hayan podido adoptar algunas de sus inflexiones. Y cabe empez empezar ar por consta constatar tar hasta qué punto, con qué holgado fundamento, y sobre todo preguntándonos seguidamente por qué, se escribe y se reflexiona cada vez más sobre las transformaciones de la justicia en el Estado constitucional contemporáneo. Hablamos continuadamente 8
de una normalizada “crisis de la justicia” que sacudiría los cimientos de todas las sociedades conformadas al patrón de esta forma estatal a la que conocemos como Estado constitucional de derecho. De uno y otro lado del Atlántico, en uno y otro hemisferio, el reto está planteado y concita la atención de todo estudioso obligado a trabajar alrededor de los poderes del Estado. Pues bien, la “crisis de la justicia”, convertida en locución habitual del análisis social e institucional, aparece asociada cada vez más fuertemente a dos fenómenos paralelos, objeto de recurrente colación en el debate público: la judicia judicializació lizaciónn de la polític políticaa politización ación de la justicia. Y es éste, sin y la politiz lugar a dudas, a juzgar por la importancia que se le viene otorgando, uno de los fenómenos señeros de nuestro tiempo. Dos ópticas, a mi juicio al menos, concurren a la explicación de su extensión en las democracias pluralistas: a) la óptica predominante en la civilización jurídica de cuño anglosajón, que se ha hecho fuerte en América, fundada como es conocido en el valor preponderante de la jurisprudencia y de la cultura jurídica formada por precedentes, patrones de razonamiento y convenciones persuasivas; y b) como alternativa, la perspectiva europea, predominante en la Europa de tradición continental, allí donde quizá se ha sentido con mayor intensidad la “crisis” de la que hablamos. Se delinean con tal propósito hasta, quizá, tres métodos de análisis: La aproximación jurídico-institucional (predominante (predomi nante en EE UU: así, de acuerdo con John P. Roche, la razón de la importancia de la judicatura en el proceso político norteamericano residiría en la ausencia de un verdadero proceso pluralista democrático, competitivo y concurrencial, fundado en la confrontación de al menos dos grandes opciones ideológicas articuladas en partidos). 1.
La aproximación teórico-constitucional (centrada en la crisis de la democracia pluralista y en la relativa ineficiencia de la representación política: la perseverancia del conflicto y la expansividad del derecho, más allá de sus evidentes limitaciones limitaciones como instrumento de pacificación social y técnica de resolución de disputas, se perfilan como fenómenos conexos; de ahí a judicialización media un paso, ubi ius ibi iudex). 2.
La aproximación analítico-política (esto es, la que se pregunta qué pasa, por qué y con qué efectos y resultados: se apunta así el foco hacia la restricción de la democracia; pero de ella se deriva la oligarquización del circuito judicial; la judi3.
cialización incriminante y penalizante de la actividad política aparece de este modo
asociada a la desnaturalización del sufragio; y de ella se derivan fenómenos familiares a las dinámicas recientes de la democracia avanzada y conflictual –España, desde luego, entre ellas– tales como el ve judicial, al, como dettismo y el vendettismo judici eslabones de estrategias más complejas y profundas al servicio de episodios de neo golpismo incruento). Bien, a partir de ahí, los temas de la agenda diacrónica de la judicialización de la política son, a poco que se piense, conocidos y familiares. De la expansión del derecho a la criminalización de la política. De la tendencia constatable al hiperactivismo judicial, por parte de algunos jueces especialmente relevantes en la imagen del conjunto, se pasa sin dificultad al incremento exponencial de su manipulabilidad, siquiera sea por su mayor exposición a la creciente influencia y/o injerencia ejercitable desde la privilegiada tribuna de los medios de comunicación: se trataría así de practicar la vieja disciplina del “palo y la zanahoria” para “indicar” a los jueces lo que se espera de ellos…, lo que “deCLAVES
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ben” hacer, las críticas que pueden tener que arrostrar en caso de que no lo hagan… y las sabrosas recompensas que, en caso de que sí lo hagan, pueden proporcionarles los medios de comunicación en términos de imagen, prestigio y multiplicación en retributivos foros de opinión (caché como conferenciante, tertuliano, inaugurador o clausurador de cursos…). De todo ello se desprende la necesidad de una reflexión profunda sobre el lenguaje de los medios, sus limitaciones intrínsecas y sus contraindicaciones respecto del garantismo: simplificación, populismo, individualización y personificación de las estampas captadas en el imaginario colectivo de la “criminalidad” y la “peligrosidad”, prácticas de linchamiento y venganza expeditiva como expresión “popular” de una “justicia material”, e incompatibilidad, en suma, entre los tempos judiciale judi ciales s y los tempos mediáticos… con subordinación y desdoro de los primeros a los segundos. Principios constitucionales y realidad virtual aparecerán así incursos en márgenes de confrontación difícilmente salvaNº96
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bles. Pero, con todo y con eso, lo más grave, a mi juicio, seguirá siendo la irreparabilidad del daño irrogado al justiciable merced a la inexorable sumisión del juez al medio, en toda la amplia gama de técnicas y variaciones que esta subordinación registra (C. Niordia) Niordia).. El fenómeno fenómeno es tremendo. Se mezclan en él elementos objetivos y subjetivos, relativos en algunas situaciones, pero también de alcance general (G. Cáma Cámara ra Villar). Villar). Ahora, Ahora, lo que no se puede hacer es ignorar su trascendencia ni minimizar minimizar el reto (J. Delgado Barrio). Barrio). Y no se diga que el problema –presentado –presentado de esa guisa como un seudoproblema– sólo se habría hecho notar en cuanto “ciertos políticos” o “personajes importantes de la política política y las finanzas finanzas”” habrían comenzado a franquear portones penitenciarios. Presentarlo de este modo es confundir causas y efectos: es precisamente porque la tipificación de los delitos ha de jado de ser una operación sencilla de descripción de acciones imputables a sujetos determinados y determinables, y porque acusar de casi todo a casi todo el mundo queda al alcance de casi cualquiera, por lo
que resulta en nuestros tiempos más preocupante que nunca que “personajes importantes” (¡como cualquier ciudadano!, que es eso, como veremos, lo que a menudo está en juego) puedan sufrir como mínimo una “pena de banquillo” que, cabalmente por ser quien se es o por estar donde se está, es ya una victoria política para los adversarios que han puesto en marcha la acción judicial a través del ejercicio de la acción penal. El fenómeno en Europa
Para quienes se hallen familiarizados con las derivas que nos ocupan, quizá resulte pacífico convenir en que el fenómeno puede haber comenzado a hacerse notar en Italia, pero también que hoy ya se extiende en Francia, Bélgica y otros países de la Europa continental. Por su parte, en las democracias pluralistas de cuño anglosajón las “cosas de la justicia”” –su crisis, en otras palabras– no justicia han ido tampoco mejor. En los ordenamientos europeo-continentales, no obstante, el proceso ofrece marcados rasgos distintivos. Ello resulta relevante puesto 9
¿HACEN POLÍTICA LOS JUECES?
que tiene que ver con el intenso contraste que a estas alturas exhibe la posición institucion titu cional al que sus constitucione constitucioness y ordenamientos, de obediencia napoleónica, confieren al juez y a la jurisdicción y sus respectivas realidades. También, claro está, con otros escenarios de fondo, más complicados: notablemente, los métodos de reclutamiento del cuerpo judicial y la formación que éstos reciben, las instituciones de gobierno de la judicatura y el funcionamiento y papel en el sistema del ministerio público o acusación oficial. Pero igualmente tienen que ver con otros desajustes en apariencia no inscritos en el sistema judicial: la crisis de la responsabilidad política y parlamentaria, las transformaciones registradas en el sistema de partidos y el decisivo papel que en la democracia contemporánea han ido adquiriendo los medios de comunicación. Cabe imaginar, desde luego, que la extensión de los ámbitos de actuación del derecho y la correlativa expansión de la función represiva de la jurisdicción hayan influido en la problematización de la justicia frente a los viejos paradigmas. Pero sin duda el cuadro es más complejo: la universalización del sufragio, el desplazamiento de los centros de decisión fuera de las instituciones hacia nuevos circuitos de influencia y presión sobre el sistema (éstos, al contrario que el Parlamento representativo, no accesibles a todos los ciudadanos por igual), así como la insatisfacción de estas nuevas instancias de poder y mediación ante los rendimientos de la responsabilidad política institucionalizada, han contribuido también a disolver el debate político en seudodebates judiciales, que prolongan, por descontado, el primero, al tiempo que convierten al juez en el nuevo augur, schamann, hombre-medicina de todos los litigios y contraposiciones de intereses que habrían debido encontrar una solución pacificadora en el circuito de la política. En la medida, cabalmente, en que la solución ahí encontrada no ha resultado satisfactoria para las partes con mayor capacidad de respuesta, con mayores recursos y mejor disposición, por tanto, para conseguir –con buenos abogados, leguleyos y tiempo inagotable para esperar– retorcer el pescuezo de las letras de las leyes hasta que el derecho les dé la razón que no les ha dado la política, en esa medida, insistimos, ese Diritto mite, flexible, principial,, agudamente cipial agudamente teorizado teorizado por G. Zagrebelski (máxime cuando su interpretación recae, convenientemente, en manos de jueces “amigos” o “aliados”, ya obedez10
ca esta alianza a motivaciones subjetivas o a razones objetivas, que para el caso es lo de menos), viene a sustituir a la “letra de las leyes” que, desde un escenario teórico que ya nada tiene que ver con la realidad de las cosas, hubieran debido dictar las instituciones representativas. De este modo, es evidente que también la judicialización de la política (tan a menudo presentada como remedio de caballo contra las desviaciones de una política corrupta) puede llegar a convertirse en un antídoto contra la democracia. En otras palabras, en una enésima reedición de las estrategias antimayoritarias de las élites, de los estratos más potentes, influyentes, pero irreductiblemente minoritarios, minoritarios, de una sociedad compleja, surcada de contradicciones y, por ende, conflictual. En definitiva, dicha judicialización puede muy bien conducir a un resultado cabalmente contrapuesto a aquel al que pretextaba servir. So capa de garantismo, se abren nuevas espitas a la inseguridad y a una discrecionalidad que, en manos de una organización institucionalmente irresponsable, puede devenir arbitrariedad bajo peores condiciones que la que podría temerse de aquella que se derivara del circuito de la representación. Los desafíos planteados frente al pensamiento constitucional clásico
La secuencia aquí descrita impone, indudablemente, importantes desafíos a la conciencia crítica del constitucionalismo democrático. Veamos sólo algunos ejemplos, expresados en función de la perspectiva u óptica desde la que se los enfoque: Desafíos observables desde el interior del circuito judicial. Se trata de la formación y 1.
gobierno, desde la preocupación por su orientación democrática, de la judicatura. Ello nos conducirá a la vinculación de una judicatura orgánicamente no electiva (tal y como es la tradición eurocontinental, en la que la judicatura se integra por funcionarios miembros de un cuerpo, corporación o carrera vitalicia, reclutados a partir de un examen estatal) con la legitimación, de origen y funcional, de la jurisdicción; y ello a la compatibilidad de los controles políticos y los controles judiciales en el contemporáneo constitucionalismo democrático. Desafíos observables desde el interior del circuito político-representativo. Se trata 2.
aquí de reacondicionar el Parlamento, así como de restablecer los parámetros de la responsabilidad política y compatibilizar
la existencia de investigaciones judiciales con las parlamentarias (frente al problema, por ejemplo, de las comisiones de investigación). Desafíos observables desde fuera del circuito de la política representativa. Nos en3.
frentamos aquí ante el problema de la desnaturalización de la antigua democracia representativa y su sustitución por una democracia mediática y mediatizada. Y ello aunque sólo fuera porque la proyección que recibe la acción de la justicia en los medios de comunicación no puede ser más desafortunada. Efectivamente, algunos ejemplos cercanos a la memoria visual del analista español resultan muy elocuentes. Así, habitualmente, las memorias anuales sobre el estado, funcionamiento y actividades de los juzgados y tribunales de justicia, editadas
por el CGPJ, insisten en remarcar la negativa incidencia de “la lentitud de la justicia” sobre el crédito social de la jurisdicción. Esa lentitud, en efecto, aparece percibida por los ciudadanos (y así lo muestran, por ejemplo, los estudios sociológicos efectuados efectuados en ese ámbito por J. J. Toharia) como el peor de los males de la justicia en España, y en buena medida es trasunto del desajuste entre los tempos judiciales y los tempos informativos. Primero fue, como es sabido, el desajuste entre los tempos parlamentarios y los mediáticos. Ahora, trasladado el foco de atención a la esfera judicial, consecuencia de la expansión juridicista (deriva ésta, repetimos, sumamente paradójica y antiliberal) y de la cultura cívica de la criminalización y la penalización, así como de la falta de acoplamiento entre tempos garantistas (¡forma, sobre todo forma!) y tempos instantaneístas (¡suceso, sobre todo suceso!), los resultados no pueden ser más chirriantes. De ahí, mil problemas nuevos han venido encadenándose. Piénsese, para calibrarlo, en el apretado prontuario que, a modo de botón de muestra, nos ofrecen los siguientes: a) la difícil convivencia de la protección de las garantías del justiciable con las libertades de información y de comunicación tendentes a la formación de una opinión pública libre sobre acontecimientos de interés social; b) la presencia de los medios (sobre todo, las cámaras de televisión) en la actividad jurisdiccional y la correlativa evaluación de consecuencias (cambio de ritos y formas de trabajo en sus profesionales); c) la modificación (no precisamente en un sentido “garantista”) del lenguaje en la actividad judicial; d) los CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº96 n
JU A N FE R NA N DO LÓ P EZ AG UI L AR
efectos de los sondeos de opinión sobre procesos en curso y la existencia de juicios paralelos (y de condenas, por supuesto) en los medios de comunicación; pero sobre todo repárese en la aplastante reinvención de la desigualdad de armas de las partes encartadas ante esos juicios paralelos sustanciados en los medios…; e) la presión ejercitable de cara a la “predeterminación” del comportamiento del juez, desde esos mismos medios…; los efectos de los scoops y de las filtraciones interesadas y selectivas desde el interior del proceso judicial; f f)) la responsabilidad derivada de la interacción espuria entre los jueces y los periodistas (¿amistad?, ¿parasitismo recíproco?: de lo que no cabe duda es de que, más allá de las mutuas recompensas que esas relaciones procuran, incurren verosímilmente en una desnaturalización del garantismo); g) los riesgos del desdoblamiento de los expedientes y los sumarios (de sumarios “reales” y sumarios “virtuales” nos habla el magistrado italiano C. Niordia) Niordia),, y h) la manipulabilidad, en suma, de una instrucción “pilotada”, con violaciones selectivas y continuas del secreto del sumario… Un panorama inquietante contra el que todo el trabajo históricamente acumulado por el garantismo constitucional se disuelve, así de claro, como un terrón de azúcar pura y sencillamente porque las amenazas que contra aquél impone no han sido hasta hoy contempladas (en algunos de esos casos no es que no lo hayan sido ni poco ni mucho; es que no lo han sido en absoluto) por los ordenamientos de las democracias avanzadas. Que son precisamente aquellas que, por su correspondencia con sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas, mayor riesgo corren de sufrir semejantes epifenómenos de la simultánea expansión del derecho y la influencia del poder mediático. Algunos perfiles del problema, vistos vistos desde el interior del circuito judicial
Con todo, la transformación más importante es la que atiene al propio objeto final de la actividad jurisdiccional: la elucidación de lo que nuestra civilización jurídica ha dado en llamar durante largo tiempo la tradicional dogmática de la verdad judicial ha quedado desplazada por una verdad material mediáticamente condicionada. Una verdad instalada difusamente en la percepción de una opinión pública cosida a retazos de sondeos y de encuestas, con absoluta abstracción de las garantías de un proceso debido, pero a la que, por razones, entre otras, de legitimación funcional (lo que se ha denominado Nº96
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en España “doctrina Cascos”) 1, la actividad judicial no puede ya contradecir. Todo esto ha dado lugar a inopinados episodios de linchamiento virtual, punto final o paroxismo de una más general revictimización del justiciable en la que el imputado es sometido a la tortura de la exposición al público, situación empeorada cuanto más conocido resulta éste socialmente o más rentables resultan, siempre mediáticamente, los hechos objeto de debate; y esta revictimización individualizada se nos aparece, a su vez, cada vez más asociada a una revictimización general, de largo espectro, de toda la sociedad. Se trata de esa deriva, a la que ya hicimos referencia (A. Garapon), de “encan “encanaa-
1 Bajo esta denominación se ha conocido en España la pretensión –aducida por el vicepresidente del Gobierno, Francisco Álvarez Cascos– de que los tribunales no puedan dictar, en casos de relieve social, sentencias que se aparten del supuesto “veredicto popular” previamente pronunciado por la opinión pública, en encuestas y sondeos, al hilo de la opinión publicada.
llamiento social” o recriminalización potencial, en clave neoinquisitorial, de toda actividad vertible en objeto de interés público. Merced al ejercicio “espurio” de la acción pública penal de acceso universalizado (a veces, en rigor rigor,, mercenario, no excepcionalmente filtrado con un criterio político), nadie está libre de pecado, nadie está limpio del todo, nadie resistiría, en un cargo público o no, la prueba del algodón (“¿Quién está libre de pecado?” o “The It-could-be-me-next Factor”, tal y como se ha llamado al síndrome en la literatura sociall de EE UU, al hilo socia hilo de los procesos procesos que ha padecido Bill Clinton en torno a su relación con la becaria Lewinsky). Dado que, por lo demás, el ordenamiento no puede garantizar su propio cumplimiento eficaz y coactivo al cien por cien (puesto que todos los sistemas están cuidadosamente diseñados para resistir un grado de incumplimiento no ya técnicamente soportable sino incluso exigible, dado que es funcional para que el resto del sistema pueda seguir operando), la vis repre11
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siva del Estado (o de su ius punindi) no se
proyectaría tampoco sobre todos los asuntos públicos por igual sino selectivamente. Y ello quiere decir que tal “selección” operará –y así sucede en la práctica– en función directamente proporcional al(los) afán(es) de venganza que ciertos hechos o sujetos o causas políticas hayan podido concitar… y de los medios que sus enemigos estén dispuestos a movilizar para destruirles por la vía del instrumento penal. En una nueva, enloquecida, República Garapo apon, n, A. Pa Paneb nebian ianco) co),, el penal pen al (A. Gar afán de venganza (“¡Crucificadle!”, nos recuerda G. Zagrebelski, “pero “pero la multitud siempre absuelve a Barrabás”) encuentra cauce en un derecho punitivo tendencialmente expansivo, teóricamente ilimitado, pero cuyos límites en la práctica vienen impuestos por la natural imposibilidad de reprimir todas las infracciones y perseguir todos los hechos criminosos. En modo que, muy a pesar de la farisaica “obligatoriedad de la acción pública penal” (art. 101 Lecrim o art. 102 Cost. It 2, en Italia), en la práctica el poder discrecional de “seleccionar” los frentes penalmente relevantes de los actores penales (jueces de instrucción, ministerio fiscal, acusadores a sueldo…) deviene inmenso y, al propio tiempo, inmensamente peligroso, por su potencial de injusticia y desestabilización del sistema (cfr. G. G. Di Federico, Federico, sobre la fantasía y realidad de la inviable obligatoriedad de la acción pública penal y su inevitable atenimiento a una discrecionalidad inconfesa y vergonzante). Al final, como es inevitable, se acaba acusando y “empurando” solamente a quien conviene en función del dinero que se mueve a su alrededor y de las recompensas esperables. Entre ellas, a qué negarlo, las de la notoriedad mediática y el relieve social, la adulación y el lanzamiento, siempre tan apetecible, del juez funcional al “estrellato”. Sólo que, tras todo ello, el garantismo y la búsqueda de la verdad judicial pueden haber resultado desplazados por la búsqueda a todo coste (aun de las garantías y de la presunción de inocencia) de una verdad mediática que puede llegar a fungir de presunción de culpabilidad iuris tantum. Un ejemplo español: el fenómeno tantea sus extremos
Nada más y nada menos que éste es el meollo de la inquietud que suscita otro 2 Lecrim: Ley de Enjuiciamiento Criminal de 1982; Cost. It: Constitución Italiana de 1948.
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ejemplo español: se trata del caso Marey (proceso penal de arranque de toda una larga cadena de ellos, tendentes a depurar responsabilidades penales contraídas por ex respon responsables sables de la lucha antiterror antiterrorista ista en España) y el cruce de argumentos contradictorios tradicto rios entre F. F. Savat Savater er (‘Pan Pan Pan’), Pan ’), y J. Pérez Royo (‘Sostiene (‘Sostiene Savater’) Savater’) en el diario El País, entre el 12 y el 15 de septiembre de 1998. De acuerdo con las tesis sostenidas por el primero, sólo si J. Barri Barrionuev onuevoo (ex ministro ministro del Interior Interior en los Gobiernos socialistas presididos por Felipe Gonzál González) ez) y R. Vera (ex (ex secret secretario ario de de Estado de Seguridad bajo los mismos Gobiernos) hubiesen sido capaces de construir una versión verosímil de los hechos hasta el punto de acreditar su inocencia ante la opinión pública hubiese resultado posible salvarles de su ineluctable condena judicial. judici al. Tal Tal como se preocupa preocupa en enfati enfatizar zar Pérez Royo en su refutación, es clara aquí la inversión de la lógica garancial. Empero, lo grave reside en la superposición perversa e inconfesada de planos: así, por un primer lado, se nos presenta como un hecho incontrove incontrovertible rtible cómo la opinión pública cree que “sí, que fueron ellos”; ello no obstante, es también cierto que no es esa misma opinión pública la que les ha “condenado”: de acuerdo con las mismas técnicas que nos dicen lo que piensa sobre la “autoría indirecta” o “putativa” de los sucesos en cuestión, esa misma opinión pública se muestra laxa y tolerante con la utilización discreta, inteligente y segura de técnicas de “guerra sucia” si sirve eficazmente contra ETA. Sucede simplemente que, a la vista de los desastrosos resultados cosechados por la línea de actuación de los GAL (comandos criminales contra ETA, respaldados, según apariencias judicialmente contrastadas, desde los aparatos de la Seguridad del Estado), esa misma opinión pública no ha podido evitar considerar responsables a Barrionuevo y Vera de unos hechos criminales (además de una cadena de miserables desaguisados) que no sólo no me joraron sino que empeoraron la situación. situación. (Por lo demás, dicho sea aquí con escándalo, sería esencialmente por esto último por lo que se habría reconducido y yugulado finalmente, en el arco de unos años, tan execrable línea de acción antiterrorista). Todo según nos lo explican los mediadores de ese estado genérico de “opinión”: los medios de comunicación… que van alumbrando, a un tiempo, la elucidación del problema y la de su solución. Pero no es la opinión pública la que en nuestro sistema tiene el poder de con-
denar (en apariencia, de acuerdo con los sondeos, parte de esa opinión habría estado dispuesta incluso a “perdonarles”, aun cuando convencida de que sí, que “fueron ellos”): ese poder lo ostentan exclusivamente los tribunales de justicia; y a tan concretos justiciables los ha condenado penalmente el Tribunal Supremo (TS), no ninguna otra instancia o poder en el sistema. Pasa así a segundo plano examinar hasta qué punto esto ha podido pasar sobre la exclusiva base de fundamentos jurídico-procesales y penales válidos, y no modulando en el caso –en orden a sintonizarlas con las coordenadas descritas– el funcionamiento concreto de las garantías procesales y penales implicadas (legalidad de la instrucción, de acuerdo con las reglas previas de jurisdicción y competencia, y regularidad de la actividad sumarial; prescripción de los delitos, objeto éste de debate; deducción de testimonios, pertinencia de las pruebas y destrucción de la presunción de inocencia a partir de la imputación efectuada por otros procesados que sí han confesado su participación y autoría en los hechos enjuiciados), todo ello en orden a encontrar el inexcusable acomodo procesal y penal a una “percepción social” previamente validada y asumida por los jueces: la de que sí, que “fueron ellos”. Esto es grave. Resulta imposible, a la postre, no coincidir con Pérez Royo en subrayar la pertinencia de una reflexión de fondo sobre lo que está pasando… y sobre las imaginables vías de contención del fenómeno. Las consecuencias del fenómeno para el pensamiento constitucional democrático
Volviendo ahora al núcleo de la cuestión, y a la vista de todas estas novedades, es obvio que la situación requiere un análisis completamente renovado, muchos de cuyos desafíos escapan a los confines del derecho constitucional y del derecho, sin más. Pero sigue siendo cierto que, a la luz de la vigencia alegadamente inalterada de la vieja teoría constitucional demoliberal al respecto, los tópicos a propósito de la posición del juez y de la función jurisdiccional en el sistema (y muy especialmente al respecto de la porfiada inexistencia de una corriente contramayoritaria en el expansionismo judicial), pura y sencillamente, ya no se sostienen en pie. Procede, pues, refutar las argumentaciones que, todavía a estas alturas, pretenden hacer abstracción del calado y judicializació lizaciónn de alcance de esta deriva, la judicia la política, otorgándole, en contrario, la atención que se merece. CLAVES
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Pero la consecuencia que de todo ello se infiere se perfila, en consecuencia, con claridad meridiana: es preciso construir, no ya un “nuevo enfoque teórico”, una “nueva explicación” a esas nuevas realidades de la justicia, sino también nuevo derecho, nuevas respuestas jurídicas para las situaciones que se vienen planteando y para las dimensiones que han venido adquiriendo algunas derivaciones especialmente problemáticas. Refutación de las principales líneas de argumentación
Varias son, aun en su mínima expresión, las líneas de argumentación que concurren al objeto de aminorar el impacto de la judicialización de la política. Varios son también los planos desde los que resulta posible articular su refutación. Veamos someramente unas y otros: Los jueces, se nos recuerda, no serían en realidad un verdadero poder poder,, en el sentido orgánico, esto es, en el sentido en que lo son los restantes poderes del Estado: los jueces no forman un “poder único”, están descoordinados y no responden a un impulso reconocible y unitario. Pero razonar de este modo contribuye tangencialmentee a la continuada negación tangencialment de la evidencia, además de, en cierta medida, hacer supuesto de la cuestión: aun 1.
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descoordinados y carentes de impulso unitario, sí que son un poder. De hecho, los jueces encarnan el poder estatal por excelencia. Es más, distintamente a cuanto acontece con el Poder Legislativo y con el Ejecutivo, el Judicial se halla encarnado en todos y cada uno de sus miembros, principal y preferentemente ahí. Ello se asocia al hecho de que la expansión del derecho principial y abierto haya destapado la lámpara del genio, del emergente y temible Leviatán judicializado, dando alas (y alimentando) la ambición política de sus titulares. Sabido es, sin embargo, que éstos carecen de legitimación y responsabilidad directa. Pero este dato no disuelve el problema; antes bien, recrudece su reto frente al constitucionalismo clásico, máxime si contemplamos la expansión de las esferas de poder, su desconcentración y su radicación intocada en las mismas terminales judiciales judic iales:: nos halla hallaríamo ríamoss así ante una nueva edad media, una situación histórica caracterizada por la desconcentración y proliferación de los centros de poder y de sus relaciones de alianza y vinculación a un orden crecientemente global (la nueva Universitas Christiana, en permanente crisis o en permanente fracaso), dominada, esto sí, por un universo jurídico proteico y pluriforme, cada vez más inabarcable y mistérico, una oscura nomocracia, en su-
ma, cuyo “revelador” o necesario medium viene a encarnarse en el juez, nuevo proveedor de respuestas, rabbí o sacerdote omnisciente de un derecho omnipresente. Los jueces, se dice en segundo término, no actuarían “por libre”: la jurisdicción, no se olvide, es una función rogada, accionable solamente a impulsos de quien ostente acción y legitimación. Cierto. Pero innegable es también que la configuración jurídica de la acción penal (con legitimación prácticamente universal, ex art. 102 Cost. It, y ex lege en las democracias continentales, como Francia, Alemania o España), así como la proliferación de los querellantes a sueldo, en disposición de estimular selectivamente el celo de aquellos jueces a quienes presumen, con mejor o peor razón, suficientemente “receptivos” o “amigos” de sus intereses, desmienten no solamente la apariencia de obligatoriedad de la acción pública penal sino también la dimensión teóricamente “aleatoria” de la proyección depuradora del universo jurídico que la jurisdicción cumpliría. En la práctica, la discrecionalidad técnica y política con que se ejerce la acción pública y la “selectividad” políticamente orientada con que se ejerce la acción penal universal de la denominada “acusación popular” contribuyen, de consuno, a 2.
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“modular” eficazmente la supuesta naturaleza “reactiva” y “rogada” del quehacer judicial judic ial y, muy parti particular cularmente mente,, de sus interferencias en el proceso político. Los jueces –reza el tercer alegato– sólo aplicarían derecho; no lo crean ni lo inventan. Aplicarían, además, un derecho que puede ser siempre cambiado a través de la política, políti ca, esto es, por los políticos (J. Delgado Barrio). Los jueces no podrían, por tanto, ni desnaturalizar ni desdibujar la importancia de la creación política, políticolegiferante: todo lo que pueden hacer es aplicar –aun cuando interpretándola– la ley, la legalidad creada y modificable por la representación política. La realidad, como se sabe, es mucho más matizada. Tanto que las transformaciones operadas en el Estado constitucional contemporáneo desmienten la vigencia –si es que alguna vez la tuvo– de tan desfasado esquema: ningún teórico del derecho, ningún constitucionalista se atrevería ya a negar que los jueces crean derecho. El fenómeno de la expansión de las funciones del derecho se ha hecho paralelo al de la expansión de la dimensión interpretativa, integradora y completiva de la función jurisdiccional. En otras palabras: no ya frente a eventuales “lagunas”, sino ante cualesquiera supuestos de normación “principial”, los jueces subvienen crecientemente. En la práctica, a partir de la discusión acerca de la sustitución de la decisión administrativa e incluso política por la decisión judicial (con toda la problemática de la sustitución de la discrecionalidad administrativa por vía del control judicial), no es difícil concluir que, se quiera o no, lo jueces sí “inventan” derecho. Aún más: crean derecho con insuperable autoridad; alegando “revelar” una suerte de verdad sagrada a partir de las Escrituras. De este modo, el político que intentare atentar ex post contra esa “verdad revelada” (para modificarla, se entiende, a través de la legítima acción legiferante, aun cuando el cuestionado principio no se halle contenido explícitamente en la Constitución o en las leyes, sino que responda a una elaboración jurisprudencial) será descalificado como pretendido agresor contra el “espíritu” del Estado de derecho. 3.
Los jueces, se afirma ad abundantiam, no crearían ni inventarían tampoco la “dirección política”: ésta corresponde al circuito de la representación, al genuino circuito integrado por las Cámaras en que se residencia la soberanía popular y 4.
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el Gobierno que obtiene de ella su legitimación y ante el que es políticamente responsable. Sin duda, es así, o lo era en los orígenes de la construcción teórica de la que el Estado constitucional moderno trae causa. Pero en la actual dinámica de la democracia avanzada –pluralista y conflictual– se sobreimponen otros retos que no parecen atendibles con estos esquemas simplificados. Los jueces, efectivamente, no han sido instituidos para crear la orientación política, pero disponen de creciente influencia sobre la misma, sobre la determinación y conducción de la agenda. La politología contemporánea habla de democracia judicial como de una más de entre las muchas adjetivaciones desvirtuadoras de esa forma política. Incluso es, a juicio de muchos, su desviación más preocupante: en su combinación con el poder de la prensa (en lo que se ha llamado democracia ‘mediático-judicial’), hablaríamos no ya del poder, tercer o cuarto poder, pod er, sino del cuarto del poder. O, en otras palabras, de esa sensacional –pero carente de forma, desde el punto de vista jurídico– rampa r ampa de proyección de intereses contramayoritarios que no tienen primacía en el circuito de la representación política…, pero que pueden, invirtiendo la suficiente dosis de tiempo y pericia, hacer valer sus posiciones o retardar la efectividad de las decisiones que se les escapan.
Los jueces, se afirma finalmente, son muchos, miles de ellos, la mayor parte anónimos, mientras que los que supuestamente crearían el problema –la impresión generalizada de que la política está judicializada y de que la justicia está politizada– sumarían “apenas cinco o seis”. Y es verdad, pero eso no disuelve el problema; éste sigue estando ahí. En rigor, lo empeora, toda vez que, de forma increíble (por, a menudo, descontrolada e irresponsable), irresponsa ble), personalidade personalidadess concretas, ciudadanos que no han sido reclutados ni ascendidos con filtro político alguno, adquieren –según el azar, o según sus designios– un inopinado perfil político. Y no hay en el sistema, vista la imprevisibilidad del suceso, modo eficiente alguno de reconducir,, corregir o depurar las disfuncioconducir nes que de éste puedan venir a derivarse. La combinación de todo ello con la paralela amenaza de la democracia mediática (juicios de papel, conducentes, a menudo, a virtuales condenas prejudiciales) forma un cóctel explosivo, una amenaza a la vigencia del principio representativo, una enésima, en suma, resurrección del siempre temido fantasma de Leviatán. 5.
Una reflexión conclusiva: el desafío de la justicia frente a la imaginación del constitucionalismo
En suma, y en definitiva, no bastan los paradigmas que, hace más de dos siglos, acuñara Montesquieu; los mismos de los CLAVES
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que se nutre, y no sólo formalmente, sino también conceptual y hasta culturalmente, el constitucionalismo contemporáneo. Muy a pesar de su flagrante falta de correspondencia, por su pura obsolescencia, con la realidad de las cosas tal y como hoy se presenta al estudioso del derecho (no, pues, para el antropólogo ni para el politólogo, sino, insistimos, para el jurista práctico y para la imaginación del jurista prospectivo). La república penal que emerge tras todo ello debe ser abortada… a menos que estemos dispuestos a permitir que devore algunos de los apreciados valores irrenunciables de la democracia representativ representativa. a. Es éste, en rigor, un reto a la antigua conciencia y civilización democrática, casi la recuperación de la idea de democracia por oposición al derecho –o, rectius, a una difusa e informe conciencia panjuridicista. Dicho con otras palabras, nos hallaríamos de nuevo, bajo una novedosa veste, circular y paradójica (desde la reclamación de “todo el poder para el derecho” rozaríamos el tránsito hacia nuevas formas de absolutismo), ante una enésima y penúltima reactivación de la vieja antagonía entre democracia y Constitución, presentida desde antiguo por sus más afinados teóricos teóricos (H. (H. Kels Kelsen en y M. Kriel Kriele, e, entre entre otros). De cuál respuesta seamos capaces de arbitrar ante el mismo dependerá, en buena lógica, el futuro del prestigio y de la aceptabilidad de esa irremplazable técnica de pacificación que es, en última instancia, el derecho democrático. Que es el único derecho –bueno es recordarlo de nuevo, en su vigésimo cumpleaños– por el que ha apostado y reconoce la Constitución española (CE) de 1978. Y esta Constitución, en cuanto que normativa y jurisdiccionalizada, necesita de un Poder Judicial Judici al bruñi bruñido do en sus princ principios ipios fundantes para su realización cotidiana, efectiva, normalizada –no en crisis– de su proyección positiva. Ésa es, y no otra, la pista que puede conducir el valor de la justicia (art. 1.1 CE), tan cuestionado en este siglo que a punto está de concluir, hacia el siglo XXI. n
NOTA BIBLIOGRÁFICA Sobre el Poder Judicial en España, a partir de la Constitución de 29 de diciembre de 1978, puede acudirse acudi rse a C. Movill Movillaa y P. André Andrés: s: El Poder JudiTecnos,, Madrid, 1986; 1986; J. L. Requejo Requejo Pagés: cial, Tecnos Jurisdicción e independencia del juez, CEC, Madrid, 1989; L. L. M. Díez Picazo Picazo:: El régimen constitucional del Poder Judicial, Civita Civitas, s, Madrid, Madrid, 1991; V. Hernández Martín: Independencia del juez y desorganiNº96
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Civitas, s, Madrid, Madrid, 1992; J. F. López zación judicial, Civita Agu ila r: La independencia del juez, C L AV Aguila AV ES ES D E R AZÓN PR Á CTICA 1995; La justicia y sus CTICA , núm. 51, 1995; pro ble blemas mas en la Con sti stituc tución ión , Tecnos, Madrid, 1996 (contiene también un capítulo sobre el ministerio nister io fiscal); L. López Guerra: Guerra: ‘La legitimación democrática del juez’, Cuadernos de Derecho Público, núm. 1, INAP, Madrid, 1997. Acerca del del CGPJ, véase véase J. A. Xiol, J. Rodrígu Rodríguez ez Zapata y J. J. González González Rivas: Rivas: El Consejo General del Poder Judicial en el Estado social y democrático de derecho, Poder Judicial, Judicial, Madrid, Madrid, 1986; M. Terol Becerra: El Consejo General del Poder Judicial,
CEC, Madrid, 1993; E. Álvarez Conde: ‘El ámbito competencial del CGPJ’, en Revista del Centro de 17, 1993; J. M. PoEstudios Constitucionales, núm. 17, rras: ‘La potestad reglamentaria del CGPJ’, en REP núm. 81, 1994. Sobre la actual problemática del gobierno de los jueces, P. Lucas Murillo: ‘El gobierno del Poder Judi cia l: los mod modelo eloss y el cas o esp año añol’, l’, RCG, núm. 35, 1995; L. López Guerra: ‘La legitimidad democrática del juez’, Cuadernos de Derecho Público núm. 1, INAP, 1997; 1997; del mismo autor: ‘El gobierno de los jueces’, en Parlamento y Constitución, núm. 1, UCM, 1998. 1998. Sobre la organización judicial en el Estado autonómico puede puede consultarse consultarse J. F. López Aguilar: Aguilar: Jus tic ia y Est ado aut onó mic o, Civitas, Madrid, 1994. Sobre el ministerio fiscal, F. Granados: El ministerio fiscal (del presente al futuro), Tecnos, Madrid, 1989; M. Marchena Gómez: Gómez: El ministerio fiscal (su pasado y su futuro), Pons, Madrid, 1992; J. F. López Aguilar: ‘El ministerio fiscal como problema’, Sistema, núm. 130, 1996. Acerca de la posición del ministerio público en el proceso democrático, imprescindible es, a mi juicio, la lectura de J. García Morillo: La legitimación democrática del AV ES ES D E R AZ ÓN P R Á CTICA C TICA , ministerio fiscal, C L AV núm. 80, 1998. Por lo que respecta a la Policía Judicial,, véase J. Barcel dicial Barcelona ona Llop: Policía y Constitución, Tecnos, Madrid, 1997. En referencia a la visión que del “Poder Judicial” (“en cierta manera nulo”) tuvo el Barón de Montesquieu, en su clásico El espíritu de las leyes, Ed. Orbis, Madrid, 1984 1984 (trad. esp: M. Blázquez y P. de Vega) Vega).. En cuanto a la problemática de la judicialización de la política, y viceversa, véase, en perspectiva comparada, el punto de vista norteamericano en John P. Roche: The Supreme Court in the Political System, Nueva York, 1966; y M. Schapiro: Politics and the Courts, Nueva York, 1967; Courts: A Com par ati ve and Pol iti cal Ana lys is, Chicago Univ. Press, 1981. Una comparación de las ópticas americana y europea, europ ea, en M. Cappel Cappelletti: letti: Giudici irresponsabili?, Il Mulino, Bologna, 1981; y en su Judicial Process in Comparative Perspective, Oxford Clarendon Press, 1988. Para una óptica europea, europea, cfr. C. Guarner Guarneri:i: Pubblico ministero e sistema politico, Cedam, Padua, 1984; Magistr Magistratura atura e sistema sistema politico politico in Italia, Italia, Il Mulino, Bolonia, Bolonia, 1992; 1992; C. Guarnie Guarnieri ri y P. Pederz Pederzoli: oli: La democrazia giudiziaria, Il Mulino, Bolonia, 1996; F. Zan Zanott otti:i: L’attivitá extragiudiziaria dei magistrati ordinari, Cedam, Padua, 1981; La magistratura ¿Un gruppo de pressio pressione ne istituzio nale?, Cedam, Padua, 1989; G. G. di Federico: Federico: Pubblico ministero e Accusa Penale, Bolonia, 1977; A. Garapon: Le Gardien des promesses,s, París, 1996; La Repubblica Penale, Bolo promesse nia, 1996; 1996; C. Niordia: Giustizia, Roma, 1997.
Las referencias a los ensayos de Gustavo Zagrebelski acerca de la evolución del derecho principial y la democracia mediática, en sus obras El derecho dúctil, Ed. Trotta, Madrid, 1995 (trad. esp.), y Crucifixión y democracia, Ariel, Barcelona, 1997 (trad. esp.). Sobre la tensión intrínseca que, desde un punto de vista jurídico, cabe identificar en la relación entre Constitución y democracia, véase H. Kelsen: Teoría general del derecho y del Estado, UNAM, México, 1983 (3ª ed., trad. esp.); M. Kriele: Introducción a la Teoría del Estado, Ed. De Palma, Buenos Aires, 1980 (trad. esp.). En perspectiva perspectiva española, española, J. F. López Aguilar: Aguilar: ‘La crisis de de la justicia’, justicia’, en AA VV Estudios de derevol. l. II II,, cho público público en homenaje homenaje a J. J. Ruiz Rico, vo Tecnos, Madrid, 1997; del mismo autor, ‘La justicia y sus problemas en la Constitución’, op. cit.; véase también J. García Morillo: ‘Desparlamentari‘Desparlamentarización, judicialización y criminalización de la política’, en J. F. Tezanos Tezanos (ed.): La democracia posliberal, Ed. Sistema, Madrid, 1996. Para un seguimiento de la percepción social de la justicia y del funcionamiento de juzgados y tribunales en la España constitucional, resultan imprescindibles los trabajos del sociólogo J. J. Toharia: ‘Pleitos tengas’: los españoles ante la Administración de justicia, Civitas, Madrid, 1986, y La Administración de justicia (sondeos de opinión patrocinados por el CIS), CIS, 1993 y 1996.
Desde una óptica institucional, es recomendable la lectura de J. Delgado Barrio (presidente (presidente del TS y del CGPJ): ‘El poder de los jueces’ (1997) y ‘Los derechos y los jueces’ (1998), en las sucesivas Memorias sobre el estado, funcionamiento y actividades de los juzgados y tribunales de justicia, CGPJ,
1997 y 1998, respectivamente. En fin, junto al penetrante penetrante ensayo de C. C. Guarnieri nie ri y P. Ped Pederz erzoli oli (Democrazia Giudiziaria) ya citado, puede verse también, sobre la problemática planteada por la emergencia de “los jueces” como “contrapoder”, “contrap oder”, R. Gargare Gargarella: lla: La justicia frente al Gobierno. Sobre el carácter contramayoritario del PoBarcelona, ona, 1996; J. F. López der Judicial, Ariel, Barcel Aguilar: Aguil ar: Lev Leviat iatan an & CO, CO, en CLA LAVE VESS DE R AZ ÓN CTICA , núm. 71, 1998; PR Á CTICA 1998; P. Andrés Ibáñez: Ibáñez: ‘El Poder Judicial en momentos difíciles’, y C. Auger: ‘La justicia ante el fenómeno de la corrupción’, LAVE VESS DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA , núm. 56, 1995. CLA
Juan Fernando López Aguilar es catedrático de derecho constitucional en la ULPGC. Autor de La justicia y sus problemas problemas en la Constitución (1996). 15
EL LABERINTO DE LA ID IDEN ENTI TIDA DAD D JOSÉ MARÍA RIDAO
l afirmar que “la pregunta filosófica primordial no es ¿qué somos?, sino ¿quiénes somos?”, Richard Rorty está desmintiendo una convicción generalizada en nuestros días, y es la de que la definición de las identidades sólo compete y preocupa a algunos grupos sociales o políticos1. En concreto, a aquéllos que, como los nacionalistas, pretenden hacer de la salvaguarda de unos supuestos rasgos colectivos el motivo último de su acción. Para Rorty, la pregunta ¿quiénes somos? estaría implícita en cualquier representación del mundo y, se quiera o no, es la que fundamentaría una “visión no kantiana de la moralidad”. En este sentido, “los dilemas morales no son”, siempre según Rorty, “el resultado de un conflicto entre razón y sentimiento, sino entre identidades alternativas, autodescripciones alternativas, formas alternativas de dar sentido a la propia vida” 2. Por otra parte, Rorty destaca el “alcance político” de la pregunta, ya que cuestionarse acerca ¿quiénes énes somo somos?, s?, en lugar de ¿qué sode ¿qui exige orientarse hacia el futuro, no mos?, en “demanda de predicciones, sino de proyectos” 3. Pese a lo que pudiera sugerir la preocupación por la identidad que impregna la obra de Richard Rorty, la recepción de su filosofía en España –quizá uno de los países europeos donde la reflexión sobre el ser colectivo sigue resultando más acuciante– no ha despertado tanto interés como cabría suponer, a la vista de los numerosos estímulos y perspectivas que ofrece para el debate. Puede que una primera razón sea coyuntural, y se deba a la insisten-
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1 Rorty, Richard: ‘Quiénes somos? Universalismo moral y selección económica’, en Revista de Occidente, núm. 210, página 97, noviembre de 1998. 2 Rorty, Richard: Pragmatismo y política, pág. 110. Paidós ICE-UAB, Madrid, 1998. 3 Rorty, Richard: ‘¿Quiénes somos?…’, pág. 97.
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cia con que los representantes más dogmáticos del nacionalismo vasco y catalán han denunciado como nacionalismo español cualquier intento de poner en entredicho sus quimeras sobre el pasado o sus políticas más sectarias. Rorty y su convicción de que la respuesta a ¿quiénes somos? resulta inevitable avalarían, en apariencia, esa idea nacionalista de que, en realidad, no es posible escapar al nacionalismo, de modo que la única opción que le resta al ciudadano es la de saber a qué nación y a qué proyecto nacional adscribirse. La recepción de la obra de Rorty habría resultado, así, víctima del mismo prejuicio que ha llevado a consentir una de las falsificaciones recientes que mayores consecuencias pueden tener en el futuro: la consagración de la generación del 98 como momento fundacional de la cultura española contemporánea. A juicio de algunos intelectuales y creadores de opinión alejados del conservadurismo desde el que se han promovido las conmemoraciones del centenario, desvelar el espíritu nacionalista que anima la reflexión de Ganivet, Maeztu o Unamuno y constatar, además, que la visión de España al que ese espíritu condujo sigue vigente en muchos casos, podría dar nuevos vuelos a los nacionalistas del País Vasco o Cataluña, al convalidar su argumento de la simetría. Por consiguiente, más vale cerrar los ojos, hacer como quien no sabe o no escucha o, a lo sumo, adoptar la actitud del puede ser, pero no conviene. Y este argumento de oportunidad que se utilizó con alguna frecuencia para acallar las críticas al 98 es el que, quizá, habría servido también para minimizar el impacto de la obra de Rorty en España. Pero es que, en segundo lugar, éstos no son buenos tiempos para la política, y la reflexión de Rorty sobre la identidad carece en buena medida de sentido si se separa de su dimensión política, de esa
demanda de proyectos con que responder a la “pregunta filosófica primordial” de nuestro tiempo. Desde el instante en que la política se considera un obstáculo para resolver los problemas de la identidad, no un instrumento para alcanzar la solución, cualquier construcción teórica que, como la de Rorty, conduzca a la necesidad última de la política, estaría condenada de momento a la hibernación o la cuarentena. Una hibernación o cuarentena que, además, puede que resulte deseable desde la política misma, desde todas y cada una de las opciones que hoy aspiran a responder, en proyección hacia el futuro, la pregunta básica de la identidad. Por lo que se refiere a los grupos o partidos que defienden una respuesta nacionalista, aceptar los razonamientos de Rorty les colocaría ante la tesitura de desvelar el punto de llegada al que dirigen su acción, desbaratando así esa estrategia de la ambigüedad que siguen desde el inicio de la transición y en la que cada paso, cada medida, cada acuerdo con el poder central, tiene pleno sentido en dos lógicas radicalmente diferentes: la de quienes, de acuerdo con la Constitución del 78, creen estar avanzando en la profundización del Estado de las autonomías y la de quienes, más allá de lo que se prevé en ella, ven esa profundización como un progreso en su propia construcción nacional. Por lo que se refiere a los grupos o partidos no nacionalistas, los motivos para desatender la obra de Rorty son, si cabe, más terminantes. Sea por convicción, desinterés o, incluso, por un cierto pudor universalista e ilustrado, los no nacionalistas carecen sencillamente de respuesta para el ¿quiénes somos? que propone Rorty, algo que reduce su margen de maniobra a una simple contestación de las visiones nacionalistas. Son éstas, en efecto, las que llevan la iniciativa y fijan los términos de la controversia, como lo prueba esa dispoCLAVES
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sición generalizada –esa resignación– a debatir entre todos y, en términos políticos, sobre los “hechos diferenciales” que, desde el punto de vista lingüístico y tal vez cultural4, existen en España. Al menos desde Locke, el consenso social que permite el nacimiento y consolidación de la democracia se ha construido siguiendo el camino exactamente inverso: el de concentrar el debate político en la búsqueda de “hechos comunes” y asumibles por todos como propios, confinando los “diferenciales” al ámbito de lo privado. De ahí que exista una cierta inconsecuencia, una sutil contradicción, en el propósito de profundizar la convivencia democrática 4 Del mismo modo que sería más correcto hablar
de la “cultura española de las tres religiones” que de la “España de las tres culturas” para referirse a lo que sucede en la Península con anterioridad a 1492, habría que preguntarse si expresiones culturales que se producen en catalán, vasco, gallego o castellano son inteligibles hoy fuera del marco general de la cultura española, en el que esas cuatro expresiones se han ido encabalgando y oponiendo desde hace siglos. Nº96
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en España mediante una acentuación de los contrastes identitarios. La relación entre las identidades que resulten al término de este proceso puede, sin duda, articularse sobre las bases de la colaboración leal, el mutuo respeto y hasta el afecto entrañable. No, en cualquier caso, sobre principios democráticos en el sentido en que éstos se interpretan desde Locke, puesto que lo diferencial habrá terminado por convertir en políticamente irrelevante lo común y, por consiguiente, el equilibrio entre el espacio público y el privado se encontrará invertido. En tercer y último lugar, puede que la limitada recepción de la obra de Rorty en España obedezca al hecho de que, aunque ofrece valiosos instrumentos para comprender la contingencia de las identidades, no esté entre sus propósitos inmediatos el de formular una crítica expresa del nacionalismo.. Rorty, en efecto, se concennacionalismo tra en la proyección hacia el futuro de la ¿quiénes nes somos? y, desde esta respuesta a ¿quié perspectiva, parece que su reflexión deje
de lado el peso trascendental que la preocupación identitaria de los nacionalistas concede al pasado. Y, sin embargo, su afirmación de que “la identidad es un centro de gravedad narrativa”5 constituye, quizá, una de las formulaciones no sólo más concisas, sino también más brillantes, de la incidencia que la relativización de los relatos del pasado, de la historiografía, tendría sobre las convicciones macizas, densas, impregnadas de milenarismo, que suelen servir de fundamento a la idea que los nacionalistas se forjan de la nación. La historia, en este sentido, no sería una y definitiva, sino que, por el contrario, exigiría que el nosotros con que ha de encabezarse forzosamente la respuesta a ¿quiénes somos? opte por subrogarse con mayor o menor precisión y legitimidad en la posición de un grupo u otro –de uno u otro nosotros– entre los diversos que tomaron parte en acontecimientos del pasado. Acontecimientos que, a su vez, se presentan tamizados por la criba de la memoria y el olvido. La mirada de la zorra
Para Rorty, los individuos que, buscando la independencia, imaginaron ser “nosotros, el pueblo de Estados Unidos” no eran, en realidad, más que “nosotros, los representantes de los propietarios blancos de Estados Unidos”; si emplearon aquella fórmula en lugar de ésta fue porque estaban enunciando un proyecto, una voluntad de convertir la colectividad en que vivían en algo diferente y aún hoy no concluido en toda su extensión 6. Sin embargo, ¿qué impediría utilizar este razonamiento de Rorty para desvelar, no los procedimientos con los que se busca determinar el porvenir, sino también aquéllos con los 5 Rorty, Richard: Pragmatismo y política, pág. 110. 6 Rorty: ‘¿Quiénes somos?…’, pág. 101.
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que se pretende reconstruir o reinventar el pasado? La filosofía de Rorty aparecería entonces emparentada con la visión de una estirpe de escritores que no ha dejado de interrogarse, ante los requerimientos muchas veces dramáticos de la identidad, sobre el auténtico contenido del nosotros historiográfico. Escritores como Flaubert, quien, en clave de humor, recreó en Bouvard y Pécuchet las consecuencias de lo que Paul Ricoeur ha llamado la “transferencia analógica”, esa operación que, inspirándose en lo que le sucede al individuo, permite “emplear la primera persona del plural y atribuir a ese nosotros, sea cual sea su titular, todas las prerrogativas de la memoria: carácter propio, continuidad y polaridad pasado-futuro”7. Preocupados por disponer de la mejor historia de Francia que se hubiese escrito en su época, Bouvard y Pécuchet alternan la lectura de las cartas de Augustin Augu stin Thierry y los dos volúm volúmenes enes de Genoude. “Según este último escritor”, relata Flaubert, “la realeza, la religión y las asambleas nacionales eran los ‘principios’ de la nación francesa, que se remontaban a los merovingios. Los carlovingios los derogaron. Los capetos, de acuerdo con el pueblo, se esforzaron en mantenerlos. Bajo Luis XIII se estableció el poder absoluto para vencer el protestantismo, último esfuerzo del feudalismo; y el año 89 supone una vuelta a la constitución de nuestros antepasados. Pécuchet admiró estas ideas. A Bouvard, que que había leído leído a Augustin Thierry Thierry en primer lugar, le parecían lamentables. –¿Qué es eso de la nación francesa? ¡Si Francia no existía, ni las asambleas nacionales! Y los carlovingios no usurparon nada en absoluto. Y los reyes no eximieron las comunas. Toma, léelo tú mismo. Pécuchet se rindió a la evidencia y pronto le superó en rigor científico. Hubiera considerado una deshonra decir Carlomagno en lugar de Karl el Grande, Clovis en vez de Clodowig. Sin embargo, le seducía Genoude, porque le parecía hábil lograr que se juntaran los dos extremos de la historia de Francia, pues es bien cierto que lo de en medio era relleno”8.
El núcleo de la ironía de Flaubert se nutre, es evidente, de la reflexión sobre las limitaciones de un nosotros historiográfico que, arrojado hacia atrás en el tiempo, da como resultado una línea argumental de afinidades y contrastes, de herencias y repudios sin otro fundamento que el capricho, el interés o los prejuicios de quien escribe el relato.
También Tolstói, que desde 1850 muestra deseos de escribir la novela histórica que acabará siendo Guerra y paz, publicada finalmente en 1868, parece sumergirse en la reflexión sobre la viabilidad del recurso a un implícito nosotros que opera como corsé de la realidad, una manera de embridar y dar sentido al caos y a la diversidad que ofrecen los sentidos. De algún modo, lo que Tolstói se propone en Guerra y paz es convertir en eje central de la narración, y hasta en filosofía de la historia, el episodio que ha leído en Stendhal, en el que la participación de Fabrizio del Dongo en la batalla de Waterloo se limita a un ir y venir sin sentido, ajeno por completo al devenir general, histórico, de cuanto sucede. Tolstói sostiene que “el objeto de la historia es la vida de los pueblos y de la humanidad”, constatando, a continuación, que “es imposible abarcar con palabras y describir esa vida vida”. ”. En consecuencia, los historiadores tienen por fuerza que recurrir a un procedimiento característico, y que consiste en mostrar la actividad de los gobernantes. “Esa actividad, según ellos”, concluye Tolstói en lo que podría considerarse como un antecedente de las ideas que sugiere la lectura de Rorty, “expresa la de toda la nación”9. Con demasiada frecuencia, las opiniones de Tolstói sobre la historia han sido consideradas como un añadido superfluo dentro de la prodigiosa construcción narrativa que es Guerra y paz. Razonando desde los presupuestos de una aproximación literaria excesivamente estrecha y especializada, ha sido habitual la invitación de prologuistas y editores a pasar por alto esos dos centenares de páginas, cuyo interés e importancia no resultó patente hasta la aparición del ensayo que les dedica Isaiah Berlin en 1953. Berlin subraya en él las similitudes entre el pensamiento histórico de Tolstói y el de Joseph de Maistre, pese a la distancia ideológica que separa a ambos autores. Contra lo que suele ser un recurso frecuente de la crítica, el propósito de Berlin no es descalificar la hermandad universal que defiende Tolstói mediante la exhibición de sus coincidencias con “los reclamos de la violencia, del sacrificio ciego y del sufrimiento eterno” en los que se recrea De Maistre. Lo que Berlin pretende es algo más radical y decisivo: demostrar que existe una mirada sobre la realidad consciente
7 Ricoeur, Paul: La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, pág. 18. Arrecife/UAM Ediciones, Ma-
drid, 1998. 8 Flaubert, Gustave: Bouvard y Pécuchet, traducción de Marga Latorre y Mónica Maragall, págs. 105106. Montesinos, Barcelona, 1993. 18
9 Tolstói, Liev Nikoláievitch: Guerra y paz, traducción de Francisco José Alcántara y José Laín Entralgo, pág. 1416. Planeta, Barcelona, 1988.
“de las diferencias de facto que dividen –y de las fuerzas que descalabran– el mundo humano”. Tolstói y De Maistre comparten esa mirada, lo que les convierte en “observadores por completo incapaces de dejarse embaucar por los muchos y sutiles artificios, por los uniformadores sistemas de convicciones y ciencias a través de los cuales los hombres superficiales o desesperados pretenden ocultar el caos ante sí mismos y ante los demás”10.
La mirada, ésa es la clave. La incapacidad de percibir el orden o, al menos, el orden admitido, consagrado, ortodoxo, como expresión única de la racionalidad; la imposibilidad de contemplar la realidad desde el interior del consenso cultural o social y no desde lo ajeno a él, desde lo excluido o repudiado. Cuando se habla de las virtudes del viaje como modo de conocimiento, de la lucidez que proporciona el exilio o, incluso, del destacado papel que los judíos, los conversos, los homosexuales y, en general, los rechazados u obligados al disimulo han desempeñado en las transformaciones de la cultura europea, puede que no se esté haciendo otra cosa que declinar las variaciones de un único tema: el de la mirada exterior, el de la dificultad de reconocerse en ninguna de las “identidades alternativas, autodescripciones autodescripcion es alternativas, formas alternativas de dar sentido a la propia vida”. Es quizá este carácter excéntrico del punto de vista lo que determina la radicalidad de la crítica y establece un sutil parentesco entre la visión histórica de Tolstói y la de De Maistre, y entre la de éstos y la de Flaubert. O, incluso, entre la de todos ellos y la de Robert Musil, quien, empleando un recurso y hasta una metáfora en la que luego coincidirá Borges al imaginar un personaje como Funes, escribirá que “la idea de perro, por ejemplo, no hay quien la conciba, ya que es una alusión a determinados perros y actitudes caninas; con el patriotismo o con la más bella y más patriótica de las ideas –concluye Musil– ocurre otro tanto”11.
El autor de El hombre sin atributos volverá aún sobre esta idea, con una claridad aún mayor, aún más indiscutible. En la nación, asegura Musil, “todo ropaje ideológico se siente como un falso Nosotros. Un Nosotros que no corresponde a la realidad”12.
10 Berlin, Isaiah: El erizo y la zorra, pág. 135. Muchnick Editores, Barcelona, 1998. 11 Musil, Robert: El hombre sin atributos , tomo II, pág. 18. Seix Barral, Barcelona, 1992. 12 Musil, Robert: Ensayos y conferencias, pág. 103. La balsa de Medusa, Madrid, 1992.
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La cuestión, entonces, radicaría en saber si la nómina de escritores que, según la expresión de Berlin, comparten la visión o mirada de la zorra acaba aquí. Es decir, si esa actitud concomitante con lo que Nietzsche consideró como indagación sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral y Freud malestar en la cultura constituye una rara excepción en la que sólo por casualidad ha coincidido un puñado de autores o, por el contrario, puede ser considerada como una réplica a la identidad, a cualquier identidad, en los momentos en que ésta se hace compacta, estática, asfixiante. O, dicho de otro modo, en los momentos en que la respuesta a ¿quiénes somos?, la construcción del nosotros historiográfico, se emplea como argumento para justificar la persecución, el crimen o la barbarie. Nº96
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“Nosotros somos ingleses y ellos franceses: una banda de pordioseros bribones. Nosotros somos franceses, y ellos ingleses: ¡Sacr ¡Sacre! e! Nosotros somos españoles, y ellos americanos. Nosotros somos mexicanos, y ellos españoles. Nosotros somos rusos, y ellos polacos. Nosotros somos polacos, y ellos moscovitas. –¿No es curioso que palabras de tan distinto significado como inglés, francés, español, polaco, etcétera, produzcan el mismo efecto en los sentimientos y pasiones de la humanidad? –Se equivoca usted al atribuir los efectos en cuestión a la palabra errada. Es la palabra nosotros la que los origina”13.
Escritas en el exilio londinense y publicadas en 1845, estas palabras de Blanco White no dejan lugar a dudas: en la vi13 Goytisolo, Juan: Obra inglesa de Blanco White, pág. 304. Seix Barral, Barcelona, 1982.
sión o mirada de la zorra no se coincide por casualidad. Parece existir, por el contrario, una desgarradora lucidez, una manera de asimilar la experiencia íntima de la exclusión, que lleva a descubrir la contingencia y estrechez de los relatos ortodoxos que sirven de fundamento a la identidad, y, acto seguido, añorar alternativas más hospitalarias e integradoras. Blanco White pertenece, así, a esa estirpe de escritores de los que se podría decir lo mismo que Berlin dice sobre Tolstói, lo mismo que se puede decir sobre Flaubert o sobre Musil. Tampoco por lo que se refiere a España constituye un caso aislado. En realidad, no podría constituirlo: tantas han sido las ocasiones de persecución y de exilio a lo largo de los cuatro últimos siglos que, en verdad, lo que hubiera hecho de la historia de España un caso único y hasta prodigioso, una excepción inexplicable, es que sólo una entre las incontables víctimas hubiera tomado conciencia de las auténticas razones que propiciaron en nuestro país los sucesivos fracasos de la tolerancia. Cuando en los últimos tiempos historiadores e hispanistas se han impuesto como tarea la de demostrar la “normalidad” de la historia de España en relación con la de Europa, tal vez el mejor argumento a su disposición no es el de relativizar y quitar hierro a los episodios de autoritarismo y a los repetidos contratiempos de la modernización. En realidad, si algo hizo de España un país europeo fueron sus excluidos, sus heterodoxos, entre los que se encuentran quienes defendieron con más determinación los valores sobre los que se construyó la Europa que ha servido de pauta a la convivencia y al pensamiento libre. El erasmismo de Cervantes; la vocación ilustrada de Olavide, Macanaz y Jovellanos; la defensa del método experimental por parte de Cañuelo y de Revilla; el liberalismo de Miquel S. Oliver: Europa y lo europeo encarnan mejor aquí que en el fanatismo de los Habsburgo, el absolutismo clerical de Fernando VII, la corrupción política de la restauración o la dictadura de Franco. Buscar en algunos episodios europeos justificación para esta interminable letanía de sucesos que no la tienen equivale, en el fondo, a querer fundamentar la normalidad de la historia de España en lo que, pese a haberse producido también en Europa, la propia Europa considera como anormal y contrario a sus valores. Esta inversión de la perspectiva constituye, quizá, el triunfo más relevante y duradero de las corrientes conservadoras 19
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instaladas de nuevo en el poder intelectual, puesto que da un aval de europeísmo a su narración casticista de la historia de España y, por tanto, vuelve a dejar en las tinieblas –o vuelve a interpretar según su conveniencia, al modo de la generación del 98– a escritores que arrojaron sobre las realidades de su tiempo la visión o mirada de la zorra, cuestionando un nosotros que les excluía. Es el caso de Manuel Azaña, reivindicado hoy por los mismos que no encuentran motivos suficientes para expresar una condena sin paliativos de Franco y su dictadura, bajo la que se fraguó la leyenda que persigue desde entonces al último presidente la República. La imagen de Azaña que se prefiere entre sus insólitos mentores actuales es la del intelectual de mérito mediano y político incapaz. ¿Incapaz quien sucumbió al mismo vendaval que, terminada la guerra de España, dejó 40 millones de muertos en Europa? ¿De qué margen de maniobra disponía el jefe de un Estado miserable, cogido en tenaza por las fuerzas del estalinismo y del nazismo? Y en lo tocante a su supuesta medianía intelectual, ¿quién como Azaña percibió la herencia ultramontana que latía en la obra de Ganivet y, en general, de la generación del 98? ¿Qué análisis contemporáneo de los hechos alcanza la profundidad de sus artículos sobre la guerra civil, escritos durante los primeros meses del exilio francés, mientras el Gobierno de Franco le calumnia y expolia la intimidad de sus diarios robados por un diplomático insustancial? En cualquier otro país dispuesto a responder de manera más hospitalaria a la pregunta de ¿quiénes somos?, Azaña constituiría un referente de talento, lucidez, honestidad y entrega. Él fue, sin embargo, el primero en intuir la suerte que correría su figura, consciente desde el infortunio y la derrota de que en España se fraguaba una identidad no sólo incapaz de acogerlo, sino precisamente construida para dejar al margen cuanto representaba. “Muchos españoles admiten y aplican –más o menos conscientemente– un concepto de la nacionalidad y lo nacional demasiado restringido. Según ese concepto, una sola manera de pensar y de creer, una sola manera de comprender la tradición y continuarla son auténticamente españolas. El patriotismo se identifica con la profesión de ciertos principios, políticos, religiosos u otros. Quienes no los profesan, o los contradicen, no son patriotas, no son buenos españoles; casi no son españoles. Son la “antipatria”. Con semejante disposición de ánimo, todos los obstáculos se remueven fácilmente, y resulta fácil hacer, invocando la patria, lo que, a juicio de otros hombres, menos convencidos del valor eterno de sus opiniones personales, puede conducir tan sólo a destruirla. Esta disposición trágica del al20
ma española, inmolada en su propio fuego, produ jo ya en nuestro pueblo mutilaciones memorables, que tienen más de un rasgo común con el resultado inmediato de la guerra civil”14.
Las coincidencias con Blanco White llegan al extremo de que, sin que nada haga suponer que Azaña tuviese presentes sus escritos, las palabras con que éste censura el patriotismo parecen traducción directa de las que aquél emplea en su autobiografía aparecida en 1845. Y, de idéntica manera, las reflexiones de Azaña sobre la estrechez del “concepto de la nacionalidad y lo nacional” que manejan los vencedores de la guerra civil y sobre las “mutilaciones memorables” de otros tiempos –en las que se admira de su parecido con el exilio republicano– parecen proyectarse en la obra de algunos escritores más recientes, como Salvador Espriu. Poeta bajo una dictadura que prohibió su lengua y, ahora, referente de un nuevo nacionalismo que purga sus opiniones y fuerza el sentido evidente de sus palabras, Espriu sugiere, en la línea intelectual de Blanco y Azaña, que su posición como catalán bajo el franquismo es equivalente a la de los judíos expulsados en 1492, y de ahí que, en sus invocaciones, nunca se refiera a España, sino a Sefarad. Al mismo tiempo, Espriu ofrece una hermosa versión de la necesidad de ampliar el nosotros –el restringido “concepto “concepto de la nacionalidad y lo nacional” que lamenta Azaña– al elaborar uno de sus más conocidos poemas en torno a la idea de la diversidad, tal vez del caos. “Diversos són els homes i diverses les parles,” escribe Espriu, “i han convingut molts noms a un sol amor”. Quizá por la índole de su quehacer intelectual, la desgarradora lucidez de Blanco, Azaña o Espriu se manifiesta a través de ráfagas, de rápidas intuiciones en las que queda al desnudo el carácter convencional de las identidades, su pertenencia al mundo de la representación y de la ideología, su condición de mero relato en el que, como afirma una vez más Paul Ricoeur, “el hecho no es el propio acontecimiento, sino el contenido de un enunciado” 15. En Américo Castro, por el contrario, la puesta en cuestión de los mecanismos que conducen a la elaboración de un nosotros denso e inexpugnable, excluyente y cerrado sobre sí mismo, adquiere la dimensión de empresa o proyecto intelectual, al que consagrará la prácti-
14 Azaña, Manuel: Causas de la guerra de España, pág. 35. Crítica, Barcelona, 1986. 15 Ricoeur, Paul: Op. cit., pág. 44.
ca totalidad de su obra. A medida que avanza su investigación, Castro va adquiriendo conciencia de lo que pretende y de por qué lo pretende, hasta el punto de que en 1964, esto es, casi cuarenta años después de dar a la imprenta su revisión de la figura de Cervantes, publica El ‘nosotros’ de las historias, una de las formulaciones más explícitas y acabadas de sus presupuestos historiográficos. No sólo el título, también los hallazgos y apreciaciones de este ensayo, parecen guardar un innegable parentesco con las reflexiones de Rorty sobre la identidad. “El nosotros adquiere dimensión histórica, digna de historia”, escribe Castro anticipando el “alcance político” de la respuesta al ¿quiénes somos? rortyano, “como un proyecto de vida colectiva, como un hacer dirigido hacia ciertas metas, como un proceso en el cual el hacer es inseparable del hacerse de quienes van infundiendo realidad de vida –de vida nuestra– al construir ciudades, naciones, estructuras económicas, formas de pensar, de creer, de embellecer”.
Incluso la concepción de la identidad como relato entre otros relatos posibles aparece en Castro con términos similares a los que empleará Rorty décadas más tarde: “Desde el siglo XIII hasta el XX –sostiene el autor de La realidad histórica de España– la expresión ‘nosotros los españoles’ ha pasado por diferentes alternativas, por no haber sido siempre coincidentes el área de sus dimensiones político-geográficas y las de la conciencia y la subconsciencia de los varios nosotros llamados españoles” 16.
Lejos de haberse agotado en Castro y en sus indagaciones historiográficas, en las que late en todo momento el rumor de la guerra civil y el de su propio exilio personal, el grado de exasperación y dramatismo que ha adquirido durante los últimos años en España la confrontación entre los nacionalistas vascos y quienes no comparten su credo ha dado lugar a una literatura, a un estilo de reflexión, que reincide en los temas y en la perspectiva de la estirpe de escritores opuestos a las definiciones cerradas, asfixiantes de la identidad. En este sentido, es difícil no encontrar ecos de la sorpresa de Bouvard ante el relato histórico de Genoude, admirado por Pécuchet, cuando Mikel Azurmendi escribe que “si en el comienzo no había Euskadi, difícilmente podía haber habido luchas por la independencia de Eus16 Castro, Américo: Sobre el nombre y el quién de los españoles, págs. 142-147. Sarpe, Madrid, 1985.
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Historia como palimpsesto
kadi”17. De igual manera, es difícil no advertir las semejanzas de su posición con la de Castro cuando dice que “ha habido muchas identidades vascas en suelo vasco”. “De entrada –señala Azurmendi–, hablar de suelo vasco es ya una opción identitaria, no es hablar ‘de manera neutra’, sino emplazarse en un punto de vista narrativo que evita reificar el proceso vital y experiencial de cuantos a través de los tiempos nos hemos sentido como vascos”18.
Todas estas resonancias evidentes, todas estas reminiscencias recurrentes y cruzadas no han conducido, sin embargo, a destacar la estrecha relación que existe entre los críticos más lúcidos del nacionalismo vasco –Azurmendi, por supuesto; pero también Elorza o Juaristi– y quienes, antes que ellos, cuestionaron los mitos del nacionalismo decimonónico y, más en concreto, del nacionalismo español. De algún modo, la incomprensión que sigue pesando muchas veces sobre el propósito de la obra de Blanco, Castro, Azaña o Juan Goytisolo (último representante
17 Azurmendi, Mikel: La herida patriótica, pág. 179. Taurus, Madrid, 1998. 18 Azurmendi, Mikel: Op. cit., pág. 35.
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de esa estirpe de autores inconformes con el sectarismo de un nosotros inhospitalario) es lo que ha permitido crecer, ya en plena democracia, el monstruo contra el que ahora deben batirse los mejores intelectuales y escritores vascos. Y más aún: la tranquila inconsecuencia con que el actual poder conservador (heredero en esto, como en tantas otras cosas, de la sempiterna derecha) se ha propuesto dulcificar algunas de las páginas más sombrías de la historia de España ha ofrecido una gratuita legitimación a los mitos del nacionalismo vasco o catalán. Al reafirmarse en un Felipe II travestido travestido de humanista, humanista, un Cánovas disfrazado de campeón de la democracia y una generación del 98 convertida en fundamento de la modernidad, los conservadores se han colocado en mala posición para denunciar las manipulaciones historiográficas de los vascos y catalanes nacionalistas. Al mismo tiempo, han acabado por conceder alguna verosimilitud a las acusaciones de españolismo que éstos vierten contra quienes no comulgan con sus representaciones alucinadas de la historia, puesto que, en el fondo, tanto centenario y efemérides oficial no ha servido más que para jalear otras igualmente alucinadas.
Con todo, conviene recordar que las narraciones del pasado son sólo eso: narraciones. Como señala Rorty, lo determinante en ellas es el “centro de gravedad”, esto es, el lugar en que se coloca la voz que las enuncia, los valores de los que esa voz se sirve para dar coherencia y continuidad a una sucesión tasada de acontecimientos. La identidad va adquiriendo sus perfiles a través de ellos y, para subrayarla, el relato histórico suele recurrir a una gama de procedimientos de complejidad y elaboración crecientes. El más rudimentario sería el de asignar a cada carácter nacional un valor expreso, como cuando se afirma que el inglés es flemático, el italiano incumplidor o el español individualista. Puesto que no existe procedimiento para medir la flema, el incumplimiento o el individualismo, resulta imposible establecer una jerarquía contrastable que ordene los distintos “caracteres nacionales” en relación con cada uno de esos valores. Es decir, que determine con algún fundamento diferente de la mera impresión o el ojo del buen cubero si los españoles son más flemáticos que los italianos pero menos que los ingleses, o éstos menos individualistas que los españoles pero más que los italianos. Intentar comprender las mismas afirmaciones, no por esta vía de la gradación o la intensidad de los valores, sino por la de contabilizar el número de ciudadanos de cada nacionalidad que los encarna, demostraría, una vez más, que la realidad es la realidad más la manera en que se la interroga. Muchos ingleses que nunca habrían tomado posición personal frente a la flema de su nación tendrían que hacerlo, lo mismo que muchos italianos frente al incumplimiento o muchos españoles en relación con el individualismo: ser o no ser dependería, pues, de un único criterio, que agotaría la infinita variedad de los caracteres individuales. Borges dejó al descubierto la arbitrariedad e insuficiencia de este procedimiento reproduciendo en uno de sus textos la clasificación de los animales recogida en una apócrifa Enciclopedia de conocimientos benévolos, supuestamente descubierta en China. De acuerdo con ella, la primera categoría sería la de los animales que pertenecen al emperador. Contra lo que pudiera imaginar el lector desavisado, a ésta no le sigue una segunda y última categoría incluyendo a los animales que no tienen cabida en la precedente, esto es, todos los que no pertenecen al emperador; en nuestro caso, todos los ingles ingleses es que no son flemáticos, flemáticos, todos los italianos que no son incumplido21
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res o todos los españoles que no son individualistas. La lógica de Borges, tan implacable como burlona, se entretiene en barajar los criterios dentro de una misma clasificación y distinguir así hasta diez categorías adicionales e inconexas, entre las que destaca la deliciosa extravagancia de las dos finales: la de los animales que acaban de romper un jarrón y la de aquellos que, de lejos, parecen moscas. Un segundo procedimiento de que se vale el relato histórico para realzar la identidad consiste en subrogar el centro de gravedad más reciente en la posición del más antiguo, hasta fagocitarlo por completo y hacerlo desaparecer. Cuando Bouvard se sorprende del crédito que Pécuchet concede a una narración como la de Genoude, en la que se da a entender que la nación francesa existía en tiempos de los carlovingios, no está haciendo otra cosa que denunciar esa subrogación. Idéntica posición mantiene Américo Castro cuando pide que se ponga fin “a la farsa de llamar españoles al emperador Trajano, al filósofo Séneca y a san Isidoro de Híspalis. Ninguno de los cuales es español”, concluye Castro, “porque entonces no los había” 19. Francés por carlovingio, español por romano: el procedimiento es, en efecto, más elaborado que en los discursos en que flema, incumplimiento o individualismo son considerados rasgos distintivos de los diversos caracteres nacionales. Exige, al menos, una somera dosis de erudición, un mínimo acopio de datos que se dirigirá, no a explicar un contexto o unas formas de vida ya extinguidas, sino a encontrar un punto de conexión, por marginal o extravagante que sea, entre las culturas o las instituciones del pasado y las que se quieren instaurar o relegitimar en el preciso presente desde el que se escribe la historia. De este modo, suele resultar habitual en los relatos históricos más preocupados por definir las identidades (y usuarios, por eso mismo, del procedimiento que consiste en fagocitar centros de gravedad precedentes y en subrogarse en ellos), que cualquier organismo colegiado de hace un milenio aparezca como un embrión de democracia, cualquier revuelta del medievo como prueba de la temprana voluntad de independencia nacional y cualquier medida de los más remotos monarcas como ejemplo de anticipación visionaria y radical modernidad. En definitiva, que se junten “los dos extremos de la historia” y se convierta 19 Castro,
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Américo: Op. cit., pág. 31.
“lo de en medio” en “relleno”, como, según Pécuchet, hacía tan seductoramente Genoude. Existiría, además, un tercer procedimiento que, como el anterior, también se valdría de la subrogación, aunque de naturaleza distinta a la que opera cuando se establece una equivalencia impropia entre carlovingios y franceses o entre romanos y españoles. En ambos casos, la identidad carlovingia o romana es fagocitada por la de franceses y españoles a través del anacronismo en que se incurre al considerar que éstos han existido en todas las edades. Ahora, en cambio, franceses y españoles existen ya; lo que sucede es que, frente al “centro de gravedad” narrativo en que consistiría la identidad de franceses y españoles, habría que contar con otros “centros de gravedad” más determinantes, con otras identidades que, durante algún tiempo, habrían ordenado las comunidades humanas de manera que la frontera entre “lo francés” y “lo español” ocupara un segundo plano en contraposición con otras fronteras consideradas más profundas e insalvables. Durante los siglos XVI y XVII, estas fronte fronteras, ras, estas identi identidades dades,, estos “centros de gravedad”, se articulaban en torno al credo religioso. Los acontecimientos de entonces tienen su origen en la lucha de católicos contra calvinistas, anabaptistass o luteranos: el origen geográanabaptista fico de los fieles de cada uno de esos credos no cuenta tanto, no tiene el valor identitario decisivo que alcanzará a lo largo del siglo XIX o en la víspera de la guerra del 14. En resumidas cuentas, el problema es que, según la conveniencia, franceses y españoles, pero también holandeses y alemanes, italianos y austriacos, se subrogarán ahora en la posición, no de carlovingios y romanos, sino en la de protestantes y católicos. La narración resultante afirmará, así, que los españoles se enfrentan a los alemanes durante el reinado de Carlos V o Felipe Felipe II, cuando la realidad realidad es que quienes combatieron fueron católicos y protestantes, entre los que había, indistintamente, españoles y alemanes, además de valones, italianos o, incluso, franceses. Las consecuencias de esta nueva subrogación, más sutil que la que borra el “centro de gravedad” carlovingio o romano en las historias de Francia y España, adoptan ahora la forma de la intolerancia y la exclusión: al escribir español por católico y alemán por protestante, el catolicismo se convierte, por esta vía de reconstrucción histórica, en esencia de lo español y el
protestantismo en esencia de lo alemán. La disidencia adquiere entonces los perfiles de lo antiespañol y de lo antialemán. O, expresado en palabras de Azaña, “el patriotismo se identifica con la profesión de ciertos principios, políticos, religiosos u otros. Quienes no los profesan, o los contradicen, no son patriotas, no son buenos españoles; casi no son españoles. Son –concluye Azaña– la antipatria”.
Ahora bien, ¿antipatria o antinación? Bajo la apariencia de una trivial cuestión semántica –si es que las cuestiones semánticas pudieran ser alguna vez triviales–, se advierte un peligro del que habla Federico Chabod en uno de sus más sugerentes trabajos. De acuerdo con el razonamient razonamientoo del profesor italiano, “valerse de términos modernos, o más bien de hoy día, para designar pensamientos, sentimientos, doctrinas de épocas pasadas”, puede hacer que inconscientemente se transfiera “el significado actual de dichos términos a esos tiempos pasados” 20 . Chabod está constatando un hecho de trascendental importancia, y es que la relación entre las palabras y las cosas no es fija e inmutable, sino que evoluciona y se transforma con el uso y con el tiempo. De algún modo, los significados parecen estar en perpetuo movimiento bajo una red, bajo un sistema de significantes, de palabras que no varían, y que tratan, no obstante, de apresarlos. Desde el momento en que la narración del pasado, de la historia, se construye con palabras, existe el riesgo de que se ahormen las realidades más antiguas de acuerdo con los significados más recientes, de manera que, en efecto, se puede acabar argumentando, con textos y expresiones al apoyo, en favor de la continuidad milenaria de las esencias y contra la existencia de ningún “centro de gravedad” que sea narrativo y no decantación de una experiencia contrastable. Se estaría, pues, ante un cuarto procedimiento –el más complejo, el más sofisticado– de que se vale el relato histórico para reforzar la identidad. Siempre desde las perspectivas que abre a este respecto la reflexión de Chabod, ¿carece de consecuencias para la relación entre las palabras y las cosas el que el “centro de gravedad” religioso de los siglos XVI y XVII fuera sustituido, durante el romanticismo y su elaboración historiográfica del pasado, por un “centro de gravedad” político? Cuando autores como Gellner, Hobs20 Chabod, Federico: La idea de nación, pág. 169. Fondo de Cultura Económica, México, 1987.
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valor, subrogando en el “centro valor, “centro de gravedad” más reciente todos los anteriores y considerando que el significado actual de los términos que nombran la diferencia es el mismo que tuvieron desde el origen, o bien se contempla el pasado como palimpsesto. Como palimpsesto, es decir: se rechaza que la heterogeneidad humana pueda resumirse en un valor específico y determinante, se niega legitimidad a cualquier subrogación de los “centros de gravedad” más antiguos en los más recientes y se percibe la lengua como un campo sembrado de minas, capaz no sólo de determinar la intelección del pasado y del presente, sino de erigir fronteras entre hombres iguales y de enmascarar e imposibilitar la solución a sus diferendos sobre las identidades colectivas. Las evidencias demuestran que, desde la consolidación del relato ortodoxo del pasado, elaborado por el romanticismo, las preferencias se han inclinado con insensata frecuencia por la primera alternativa, dejando un rastro sobrecogedor de odio, brutalidad, persecución, exilios y masacres. Morfología del relato histórico
bawm o Elorza afirman que el nacionalismo del siglo XIX reviste los caracteres de una nueva religión, ¿no estarán, en el fondo, advirtiendo las consecuencias de esa subrogación, en virtud de la cual el nuevo “centroo de gravedad” político se instala en “centr la posición del religioso, sin duda el más determinante a la hora de definir las identidades de hace cuatro siglos? Y esas consecuencias ¿derivan de la mímesis entre los comportamientos religiosos y los políticos o podrían proceder, además, del peligro que señala Chabod, de esa transferencia hacia el pasado del significado actual de algunos términos? Existen fundadas razones para creer que la progresiva evolución del “centro de gravedad” religioso hacia el político, que acabaría sustituyéndolo y fagocitándolo, habría dejado sus huellas en forma de sustanciales alteraciones del sentido de los términos que se empleaban para nombrar aza, a, li li-la diferencia. Significantes como raz naje, nación, patria, imperio o Estado siguieron siendo los mismos. Los significados que se les asocian debieron sufrir, en cambio, amputaciones y adherencias que Nº96
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modificarían el sentido originario de esos vocablos, así como las relaciones que, dentro del sistema de la lengua, mantenían entre ellos. Durante los siglos XVI y XVII, la idea de raza no parece vinculada a la biología, sino al credo. Aludiría a la ascendencia judía o musulmana de las personas y, por consiguiente, se oponía al linaje, término reservado para los limpios orígenes cristianos. Por su parte, cristianismo, islam y judaísmo eran naciones, mientras que patria hacía exclusivament exclusivamentee referencia al lugar geográfico del nacimiento. Estado, por último, parecía estar en relación con la idea de dinastía, en tanto que imperio significaba poder . Referidos al ámbito de los relatos del pasado, “los muchos y sutiles artificios”, “los uniformadores sistemas de convicciones y ciencias”, todos esos procedimientos para definir la identidad a los que Isaiah Berlin opone la visión o mirada de la zorra, aparecen más claros ahora. La alternativa radical, última, se resume en dos únicas opciones. O bien se escribe la historia articulando la comunidad en torno a un solo
“Quienes independizan a la Argentina de España”, escribe Santiago Kovadloff, comentando la obra de Domingo Faustino Sarmiento, “no la independizan, pese a sus esfuerzos, de la inmovilidad, porque no logran extraer enseñanza de la historia española. Simplemente se oponen a esa historia, reniegan de ella. No la elaboran, no la procesan. Y esa historia se vuelve contra ellos. Se abalanza sobre la república independiente. Ese aterrador predominio del pasado estático sobre el presente, ese retroceso de tan costosas consecuencias se llama, para Sarmiento, rosismo”21.
Hágase la prueba: donde Kovadloff escribe Argentina, escríbase el nombre de cualquier nación que se tenga por oprimida y sustitúyase la mención a España por la de la nación que se tiene por opresora. El texto de Kova Kovadloff dloff conserva plenamente su sentido, poco importa que se hable en él de Eslovenia o Cataluña, del País Vasco o de Croacia, de Córcega o de Serbia: esa “inmovilidad”, ese “a “aterrador terrador predominio del pasado estático sobre el presente”, ese “retroceso” o, lo que es lo mismo, ese querer ser lo que ya fuimos, es común a todos los relatos que sirven de fundamento a las concepciones nacionalistas de la historia. De ahí que la identidad, o mejor, la defensa de la identidad, haya llegado a convertirse en una pauta o
21 Sarmiento, Domingo F.: Viajes, edición crítica coordinada por Javier Fernández, pág. 773. Archivos/Fondo de Cultura Económica, 1993.
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modelo historiográfico, en un invariable guión narrativo al que acabarán por ajustarse, incluso, buen número de quienes, sintiéndose excluidos, pretenden cuestionar ciertos relatos de la historia, ciertos modos de identificar el nosotros. En lugar de adoptar la visión o mirada de la zorra, de aceptar los los desafíos desafíos e incertidumbres que representa el pasado entendido como palimpsesto, se limitarán a ofrecer quimeras equivalentes a las quimeras ya consagradas, articulando nuevos relatos que, tras la aparente variedad, sólo tienen de nuevo los nombres propios, las fechas, no siempre los escenarios. ¿Extraña, inexplicable casualidad? Es una hipótesis, pero habría otra. “En el estudio del cuento cuento”” escribe Vladímir Propp, “la única pregunta importante es saber qué hacen los personajes; quién hace algo y cómo lo hace son preguntas que sólo se plantean accesoriamente”22. La conclusión parece manifiesta: la polivalencia del texto de Kovadloff no se explica por casualidad alguna. Existiría, por el contrario, una morfología del relato histórico, y de ahí que Kovadloff haya podido encontrar similitudes sustanciales entre la historia de España y la de Argentina. Como en la variante fantástica o infantil, también en el relato histórico “las funciones son extremadamente poco numerosas, mientras que los personajes son extremadamente numerosos”23. En realidad, tan o más numerosos que las naciones, puesto que cada una de ellas se considera descendiente de un puñado de héroes cuya misión providencial consiste, invariablemente, en defender la identidad colectiva con tanto más ahínco y determinación cuanto más adversas y dramáticas se representen las circunstancias. También aquí se puede apreciar la paradoja que Propp advierte en el cuento maravilloso, es decir, esa “extraordinaria diversidad” o “abigarrado pintoresquismo” que prolifera en los relatos y que coexiste, no obstante, con “una uniformidad no menos extraordinaria”, incluso con la “monotonía” 24. En este sentido, las narraciones históricas parecen ajustarse a dos únicas series. En la primera, los héroes son preferentemente vencedores y la identidad se perfila como una sucesión de glorias pasadas. Incluso cuando las batallas concluyen con la derrota del héroe nacional (normalmente
por la acción inmoral y reprobable de algún traidor), el acento se coloca sobre la determinación y la capacidad de resistencia del pueblo, capaz de seguir a su caudillo hasta una muerte segura. Así, todo cuanto no puede incorporarse al relato de las glorias nacionales en tanto que victoria, se incorpora, al menos, por la vía de la ejemplaridad. Por el contrario, los relatos históricos de la segunda serie, más frecuentes en la última mitad de este siglo y concebidos, muchas veces, con la pretensión de deslegitimar a sus predecesores, no parecen tan interesados en exaltar las glorias como en perfilar una identidad victimizada. El acento se pone entonces sobre las derrotas en tanto que tales derrotas, porque, como ha observado Mikel Azurmendi en relación con el nacionalismo vasco, lo que articula el relato es “un deseo de pérdida para alimentar una intención luctuosa, pues narra como pérdida lo que nunca se perdió, infundiendo en los hechos pasados otras intenciones que las que realmente tuvieron sus propios agentes”25.
Pascal Bruckner, por su parte, ha expresado esta misma idea con lacónica, certera concisión: “La victimización es la versión lacrimógena del privilegio”. Un privilegio que se concreta en “una contradicción fundamental, y es que quienes pretenden ser los nuevos titulares de la estrella amarilla no ven en el genocidio la cima de la barbarie, sino el motivo para obtener un trato diferencial en razón de su desgracia, la concesión potencial de una inmunidad o de una irresponsabilidad imprescriptibles”. De ahí que “cuando un pueblo aspira a la santidad en virtud de sus sufrimientos, cuando exhibe sus plagas o convoca a sus muertos” no es porque espere que la memoria sirva para “prevenir el retorno del asesinato en masa”, sino para poder “perpetrarlo de nuevo”26. El círculo, pues, se cierra, y las dos series de relatos históricos se entrecruzan de tal modo que allá donde se agota uno, el otro toma el relevo. Dar comienzo a la historia por la victimización o por la exaltación de las glorias resulta, al cabo, indiferente, puesto que, en razón de una estricta lógica narrativa o argumental, iniciar el recuento del propio pasado por una de esas opciones equivale a una invitación para que los excluidos o derrotados inicien el suyo por la opción contraria. La
22 Propp, Vladímir: Morfología del cuento, 7ª ed edii-
ción, pág. 32. Fundamentos, Madrid, 1981. 23 Propp, Vladímir: Op. cit., págs. 32-33. 24 Propp, Vladímir: Op. cit., pág. 33.
25 Azurmendi, Mikel: Op. cit., pág. 174. 26 Bruckner, Pascal: La tentation de l’innocence,
víctima se convierte entonces en verdugo; el perseguido, en implacable perseguidor; y todos, en suma, acaban participando de una alucinación retrospectiva que nubla y desmiente la auténtica memoria, y que no suele desvanecerse sino después de que se haya satisfecho un desproporcionado tributo de sufrimiento y destrucción. Pero, encaminada la historia por la senda de este eterno retorno, en el que el relato de la víctima parasita el del verdugo hasta trastocar por completo sus papeles, el problema narrativo que se presenta no es otro que el de encontrar la legitimidad última, el fundamento incontestable de la identidad, ese momento germinal en el que lo que somos no depende ni de lo que nos hicieron ni de lo que nosotros gloriosamente hicimos. También aquí la narración se ajusta a una morfología, a un tipo invariable en el que se produce esa relativización del quién y del cómo en detrimento del qué, ya señalada por Propp: toda historia nacional, toda defensa de la identidad, debe comenzar, así, por la primitiva población del territorio. Como la doctrina escolástica que demuestra la existencia de Dios a través de la metáfora del primer motor, capaz de transmitir el movimiento a todos los que le siguen, el relato que da forma a la identidad precisa de esos inmigrantes originarios que llegan a un territorio vacío e instituyen una manera de ser, que es la auténtica porque es la primera. A continuación, una interminable sucesión de invasiones ofrecerá el pretexto para que la nación, ya constituida, demuestre su inquebrantable voluntad de mantenerse intacta. Los matices, con todo, resultarán impredecibles, puesto que algunos de los extranjeros que irrumpen en este escenario primigenio serán asimilados y pasarán a enriquecer el carácter colectivo, en tanto que otros no dejarán de ser jamás gentes venidas de fuera, usurpadores. Se les podrá reconocer, quizá, la sinceridad de su sentimiento hacia el país que les ofrecerá hospitalidad durante siglos, pero el estigma de huestes de aluvión, de cuerpo exótico e inasimilable, pesará sobre ellos hasta la conclusión misma del relato. Prueba de que la lógica narrativa, la morfología, podría imperar sobre la veracidad de hechos muchas veces irreconstruibles es que el presupuesto de que existen territorios vacíos, imprescindible para narrar el comienzo de la historia y, por consiguiente, la incontestable propiedad de un pueblo caracterizado sobre un solar geográfico cede y se evapora a medida que los acontecimientos se aproximan en el tiempo. El relato sobre la arribada de
págs. 138, 224 y 244. Grasset, París, 1995. 24
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iberos o celtas a la Península (o la de galos, anglos o sajones a las regiones que hoy ocupan Francia o Reino Unido) parece pertenecer, así, a un género adánico, en tanto que la de castellanos a América o la de ingleses y franceses al África del XIX se encuadraría, presumiblemente, en un género épico. Siempre de acuerdo con Propp, esa disparidad afectaría únicamente al quién y al cómo de la narración, no al qué . Porque, en efecto, el qué es en ambos casos invariable: legitimar nuestros títulos de propiedad sobre un territorio. En el caso de iberos y celtas se consigue recurriendo a imaginar una res nullius originaria que, en la medida en que hace invulnerable su derecho, hace invulnerable también el nuestro, ya que, en efecto, cierto nosotros historiográfico (aquel que considera, por ejemplo, que los iberos y los celtas son españoles, pero no los musulmanes) se construye mediante la subrogación del “centro de gravedad” más reciente en la posición de los más antiguos. De Nº96
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ahí que si los títulos territoriales del primero son legítimos, también lo serán los nuestros y los de todos aquellos que se decida considerar como parte del nosotros. ¿Debe extrañar, entonces, que la defensa de la identidad acabe siempre por traducirse en segregación y exilio? En el caso de la América colombina o del África posterior a la Conferencia de Berlín cambia, lógicamente, el quién del relato, en tanto el cómo empleado con anterioridad se revela inviable: cuando llegan el descubridor y el colono existen comunidades autóctonas. Y la sola evidencia de que existen impide a éstos fundamentar la legitimidad de sus ambiciones geográficas –es decir, el qué invariable bajo el “abigarrado pintoresquismo” de los relatos– con el viejo argumento de la res nullius, obligándoles, por tanto, a buscar un nuevo ropaje u oropel narrativo. Ahora, en efecto, la legitimidad no se podrá derivar de la fantasía de haber sido los primeros en tomar posesión de un territorio vacío, sim-
plemente porque no lo estaba. La legitimidad derivará de la superioridad de la causa. Los paralelismos que pueden establecerse entre los argumentos de Las Casas y Burton o entre los de Sepúlveda y Lorimer (aquéllos defendiendo la complejidad y validez de las instituciones nativas y éstos menospreciándolas y equiparándolas a un monstruoso, aberrante estado de naturaleza) constituyen una indicación precisa del nuevo disfraz en que se envolverá el relato histórico a partir del siglo XVI: ganar almas para Dios o para la civilización, dos de las más grandes ideas que hayan honrado jamás Euro Europa pa y Occident Occidente. e. Es difícil imaginar, no obstante, que la morfología a la que parece ajustarse el relato histórico –provocando esa sensación de monotonía a la que se refiere Propp– no tenga reflejo alguno en el “abigarrado pintoresquismo” con que se envuelven y disfrazan las diversas narraciones concretas, las múltiples variantes, nacionales u otras, de la identidad. Puede, en efecto, que lo constante y esencial en el relato histórico haya acabado contaminando de algún modo las imágenes en que encarna lo accesorio, generando un tipo de soluciones narrativas que, lo mismo que el esqueleto formal, acabarán repitiéndose con alguna frecuencia. Soluciones narrativas como, por ejemplo, la metáfora, figura retórica que, empleada fuera del estricto ámbito de la poesía, permite como pocas desplazar la observación directa de la realidad por el prejuicio, sin menoscabar por ello la apariencia de rigor y verosimilitud de cualquier discurso. Desde esta perspectiva, expresiones del tenor de “t “tanto anto los pueblos como los individuos”, hoy aceptadas y exentas muchas veces de revisión crítica, abundan en una metáfora habitual en el relato histórico: la del antropomorfismo antropomorfismo.. Castellion contra Calvino
Los riesgos que entraña la metáfora antropomórfica fueron resumidos en 1554 por Sebastien Castellion, uno de los polemistas europeos más olvidados y, sin embargo, más singulares y modernos. En Contra el libelo de Calvino, obra sencillamente admirable, redactada para desbaratar la argumentación justificando la muerte de Servet, asegura que ajusticiar no equivale a “amputar un miembro”, como sostiene el ginebrino. “Cuando un magistrado condena a un ciudadano a la pena capital”, afirma Castellion, “no le está privando de la ciudadanía, sino de la vida. De igual manera, cuando se mata a un hereje no se le está amputando del cuerpo de Cristo, 25
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sino de la vida del cuerpo”. Páginas después, la idea reaparece con nuevos matices de sorprendente modernidad, idénticos a los que emplearán, cuatro siglos más tarde, los juristas de formación liberal contra el derecho penal del III Reich. Los magistrados no deben condenar a los ladrones “porque sean delincuentes”, observa a este respecto Castellion, “sino porque han cometido un delito o un error” 27. En resu resumi mi-das cuentas, Castellion rechaza las representaciones antropomórficas de la sociedad porque, instrumentadas por un poder autoritario, pueden enmascarar una relativización inaceptable del valor de la vida humana, convalidar un desmentido apócrifo a esa estremecedora obviedad, invocada con angustioso dramatismo en defensa de Servet, de que “matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre”. Puesto que “Servet ha combatido con argumentos y con escritos”, le reprocha Castellion a Calvino con una rabia apenas disimulada, “se le tendría que haber combatido con argumentos y con escritos”28. La vehemencia de ésta y otras observaciones reiteradas a lo largo de la invectiva contra el reformador de Ginebra, la insobornable firmeza con que Castellion defiende el valor absoluto de la vida humana, no sólo desenmascara el propósito al que suele servir la metáfora antropomórfica. Desenmascara, además, otra idea frecuente en el relato histórico, y es que ese valor absoluto de la vida sólo se reconoce en los tiempos recientes, de modo que las crueldades o las matanzas cometidas en el pasado deben ser consideradas como ejercicio ordinario del poder y, por esta vía, relativizadas o, incluso, exculpadas. Castellion escribe en 1554 y lo hace contra Calvino. Sin embargo, ¿qué razones permitirían sostener que cuanto dice y argumenta no es de aplicación, también, para las atrocidades que llevan a cabo Felipe II, Isabel de Inglaterra y tantos otros príncipes y monarcas de la época? ¿Qué evidencias permitirían concluir que la de Castellion es una voz aislada cuando, precisamente en 1550, los indigenistas no cesan de insistir en idénticos argumentos durante la Controversia de Valladolid, dirigiéndolos en este caso a la defensa, no de Servet, sino de las poblaciones americanas? ¿No será que, junto a la metáfora antropomórfica, la morfología del relato
histórico exige un abuso del juego de la perspectiva dirigido a banalizar el dolor que nosotros produjimos en una lejanía temporal o geográfica, permitiéndonos así asumir lo que nuestros antepasados hicieron sin sentir repugnancia ante sus arbitrariedades y tropelías? ¿Y no quedarían, acaso, reminiscencias de tal actitud en estos días cuando, a través de un mecanismo muchas veces inconsciente, parece considerarse que los africanos no sufren como los europeos por la muerte de sus seres queridos, o que la inmensa mayoría de los musulmanes no se horroriza ante las amputaciones penales en nombre de la sharía? La voz enérgica de Castellion podría haber sido rescatada del olvido en 1936, cuando un judío de nacionalidad alemana descubrió que el drama que se abatía sobre él y sobre los suyos guardaba un extraordinario parecido con el de los disidentes como Servet. Por consiguiente, los argumentos que emplearon quienes lo defendieron en su día podían ser esgrimidos de nuevo frente a los seguidores de Adolf Hitler, recién alzado al poder del Reich. El judío era Stefan Zweig y la obra en la que sumó su voz a la de Castellion para desmentir a Calvino, incurriendo en un deliberado anacronismo que el lector avisado podía resolver sustituyendo tan sólo el quién y el cómo del relato, se tituló Conciencia contra violencia. El libro llegó a estar impreso, pero no salió jamás de los almacenes editoriales porque, como Freud en relación con su la religión religión monoteísta, monoteísta, ensayo sobre Moisés y la también Zweig pensó que la publicación del que constituye, quizá, el más original y estremecedor de sus escritos podría agravar en aquellos momentos la suerte de las víctimas del nazismo. En Conciencia contra violencia, Zweig insistía una vez más en la vieja denuncia, la misma que, antes, habían abanderado Blanco, Flaubert o Tolstói; la misma que repetirían, después, Musil, Azaña, Castro, Espriu, Goytisolo, Juaristi o Azurmendi: “La tentación de transformar la mayoría en totalidad” 29. “Sólo una muerte prematura salvó a Castellion de la hoguera o del exilio –escribe Zweig a continuación–. Pero el odio frenético de los dogmáticos triunfantes no se detiene ante su cadáver. Hasta en la tumba le cubren de lodo, puesto que silencian su nombre. Porque es necesario que el recuerdo del único hombre que ha combatido la dictadura totalitaria de su época y, en general, el principio de toda dictadura del espíritu sea olvidado para siempre”30.
Acuciado sin duda por su propia circ ircunstancia, Zweig vuelve a constatar lo que no ha dejado nunca de constatarse en la pugna recurrente entre tolerancia e intolerancia: que en la visión o mirada de la zorra no se coincide por casualidad, sino que parece existir, por el contrario, una desgarradora lucidez, una manera de asimilar la experiencia íntima de la exclusión, que lleva a descubrir la contingencia y estrechez de los relatos ortodoxos que sirven de fundamento a la identidad. Castellion participaba de esa mirada, lo mismo que Zweig; y por eso la respuesta de s omos? de Rorty no poambos al ¿quiénes somos? día coincidir con la que, en cada caso, promovía el poder desde Ginebra o desde Berlín. Como tantos otros autores, antes y después de ellos, Castellion y Zweig eran incapaces de conformarse con “los muchos y sutiles artificios”, con “los uniformadores sistemas de convicciones y ciencias” que contribuyen a forjar el nosotros desde el que se escribe el pasado. Ellos advirtieron el caos bajo la apariencia del orden, la multiplicidad y el abigarramiento bajo la unidad impuesta por convenciones y creencias; y, quizá por ello, intuyeron que emprender el camino de la identidad conduce a un callejón más estrecho cada vez, hasta cegarse. O mejor, conduce al vértigo, al laberinto de la identidad, para el que sólo existen dos salidas: o se prescinde brutalmente de quienes no encajan en la imagen o representación de lo que somos o, sencillamente, se arremete contra la historia. Castellion y Zweig no lo dudaron, lo mismo que tantos otros: siempre contra la historia. Conciencia contra violencia se publicó, finalmente, en 1987, y, tal vez al amparo del éxito que obtendría una posterior traducción francesa, acabaría también reeditándose la obra en que Castellion salía en defensa de Servet. Sus razones contra la versión que impuso Calvino de la muerte del español, quemado vivo el 26 de octubre de 1553 bajo la acusación de incurrir en desviaciones teológicas propias de “t “tururcos y arrianos”, habían tardado más de cuatro siglos en ser escuchadas. n
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Castellion, Sebastien: Contre le libelle de Calvin, traducción de Etienne Barilier, págs. 193 y 196. Zoé, París, 1998. 28 Castellion, Sebastien.: Op. cit., pág. 161. 26
29 Zweig, Stefan: Conscience contre violence, pág. 18. Le Castor Astral, París, 1997. 30 Zweig, Stefan: Op. cit., pág. 22.
José María Ridao es diplomático.
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RETORNO AL ANTROPOCENTRISMO A propósito propósi to del Principio Antrópico CAYETANO CAYET ANO LÓPEZ LÓ PEZ
No es sólo que el hombre esté adaptado al universo. El universo está adaptado al hombre.
(John Archibald Wheeler, 1986) ¿Un universo sin sentido?
Steven Weinberg, al final de su libro Los tres primeros minutos del universo, expresa su desazón al constatar que la vida ha sido posible gracias a un conjunto de propiedades y a una historia del universo únicas y, en cierto sentido, poco probables entre todas las imaginables: “Para los seres humanos, es casi irresistible creer que tenemos alguna relación especial con el universo, y que la vida humana no es solamente el resultado más o menos absurdo de una cadena de accidentes que se remonta a los tres primeros minutos, sino que de algún modo formábamos parte de él desde el comienzo… Es difícil darse cuenta de que todo esto sólo es una minúscula parte de un universo abrumadoramente hostil. Aún más difícil es comprender que este universo actual ha evolucionado desde una condición extraña, y tiene ante sí una futura extinción en el frío eterno o el calor intolerable”1.
Su conclusión se condensó en una frase que ha sido discutida y replicada en multitud de textos científicos o filosóficos y que, más tarde, el mismo Weinberg consideró desafortunada: “Cuanto más comprensible parece el universo, tanto más sin sentido parece también”2.
Este malestar se encuentra en la base del llamado Principio Antrópico, el último reducto de antropocentrismo tras el retroceso que ha sufrido cualquier pretensión de centralidad de la Tierra a lo largo de los últimos siglos. La tendencia a considerarse el centro del mundo ha estado muy arraigada a lo
1 Weinberg, Steven (1977): Los
nutos del universo. Alianza, 1978. 2 Ibídem. Nº96
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Tres Primeros Mi-
largo de la historia y prácticamente todos los pueblos, desde los sumerios o los egipcios, han considerado que su pequeña región ocupaba el centro del universo; el mismo nombre de China significa país central, o país en el centro. Una forma algo más elaborada de esta idea, en la tradición de los griegos y del mundo occidental, fue la consideración de la Tierra como astro que ocupaba una posición privilegiada en el cosmos; una creencia, por otra parte, bastante natural, teniendo en cuenta el movimiento aparente de los astros en el cielo nocturno. El Principio Cosmológico resume el retroceso de esta noción y la consiguiente aproximación a la idea de que el lugar que ocupamos no tiene nada de especial. Esa tendencia ha encontrado, sin embargo, una última trinchera en el carácter aparentemente único de la presencia de vida en nuestro planeta. Porque lo cierto es que no hay señales de la existencia de vida, y mucho menos de vida inteligente, en otros puntos del universo. Últimamente se ha especulado con posibles indicios de vida rudimentaria ya extinguida en rocas provenientes de Marte, o con la existencia de condiciones propicias, ahora o en el pasado, para su aparición en algunos otros lugares del sistema solar, pero el hecho es que esos indicios son poco fiables y, hasta el día de hoy, no existe la menor evidencia de algo que podamos llamar vida fuera de la Tierra. No debemos olvidar, sin embargo, que la ausencia de evidencia no es lo mismo que la evidencia de ausencia; podría ser el resultado de las dificultades de observación más que de la unicidad de este fenómeno en el cosmos. El hecho es que la vida está presente al menos en un lugar del universo, y para que ello haya sucedido han tenido que concurrir una serie de circunstancias. El estudio de esas circunstancias y la consideración de su naturalidad o de su artificiosidad es lo que ha conducido a enunciar el
Principio Antrópico, en boga hoy en algunos círculos científicos. Condiciones para la vida
El primer paso en este estudio consiste en observar que las leyes de la física, así como las condiciones iniciales en el universo primitivo, tienen que ser muy especiales para que pudiera iniciarse y perdurar el proceso que ha culminado en la aparición de seres vivos. Al menos, en el contexto de la vida tal y como la conocemos sobre nuestro planeta. Otras formas más extrañas podrían requerir otras condiciones quizá menos exigentes. Restringiéndonos, pues, a la vida basada en el carbono y en el aprovechamiento de la energía química y solar, está claro que es necesario que se den una serie de condiciones locales y otras más globales. La condición local más básica es la existencia de átomos más complejos que el hidrógeno y el helio3. Si el universo estuviera formado sólo por estos dos elementos primordiales no habría química, y, por tanto, no habría biología. De esos átomos más complejos, el carbono es el esencial, aunque también son importantes el oxígeno, el nitrógeno, el azufre, el hierro, el calcio y muchos otros; todos ellos fabricados en el interior de las estrellas a partir de la materia primordial a lo largo de miles de millones de años. La síntesis del carbono, aun en las condiciones extremas de densidad y temperatura en el centro de las estrellas, no es fácil. El carbono tiene un núcleo cuya composición es exactamente la de tres núcleos de helio o partículas alfa. La probabilidad de que en el movimiento desordenado del plasma en el interior de una estrella se unan simultáneamente tres de estos núcleos es inapreciable, por lo
3 Estos dos elementos, los más ligeros de la tabla de Mendeleiev, son los únicos presentes en el universo a partir de unos pocos minutos después del Big Bang.
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que este mecanismo directo no habría podido producir carbono en cantidades significativas. La solución sería un proceso en dos pasos: dos núcleos de helio colisionan y forman uno de berilio, y después éste colisiona con otra partícula alfa para dar un núcleo de carbono. El problema es que el isótopo de berilio resultante de la unión de dos núcleos de helio es muy inestable y se desintegra tan rápidamente que no hay tiempo para que se consume el segundo paso. Fred Hoyle llegó a la conclusión de que la formación de carbono exigía que la probabilidad de que un núcleo de berilio y otro de helio se unieran tenía que ser extremadamente grande, justo para la energía de colisión que produce un núcleo de carbono. Es decir, debía haber lo que en términos técnicos se llama una resonancia, un máximo muy pronunciado en la afinidad de esos núcleos para formar un tercero. Sólo así la enorme eficacia en la fusión de los dos núcleos podía contrarrestar el poco tiempo disponible para que dicha fusión se produzca. En la época en que Hoyle estudiaba la nucleosíntesis no se conocían los detalles de la interacción entre partículas alfa y núcleos de berilio; así que, en realidad, del hecho innegable de que las estrellas habían fabricado a lo largo de su historia carbono con una cierta abundancia, predijo que la interacción entre el helio y el berilio tenía que presentar una resonancia muy acusada justo en la masa del carbono. Esa resonancia precisa fue verificada en el laboratorio, con lo que su existencia, algo que puede considerarse como una simple casualidad , resolvía el problema que parecía impedir la síntesis del carbono. Yoo no sé si este hallazgo propició el Y misticismo no religioso de Hoyle y su idea de una inteligencia cósmica inspiradora de las leyes de la física. En todo caso, alteró su visión atea del mundo de forma que, a principios de los años ochenta, en el momento en que redactó su Universo inteli gente 4, descartaba la posibilidad de que la resonancia nuclear que permite la producción de carbono fuera el resultado de fuerzas sin voluntad . Defendió, por el contrario, la idea de que un superintelecto preparó las leyes de la física con el objetivo de que pudiera fabricarse la materia necesaria para la emergencia de la vida. Una vez fabricado el carbono, es preciso dispersarlo al espacio para que enriquezca las nubes de gas y polvo galáctico y se
4 Hoyle, Fred (1983): El universo inteligente . Círculo de Lectores, 1984.
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produzca el nacimiento de nuevas estrellas con su cohorte de planetas que incorporen esos nuevos átomos. La gravitación es la interacción responsable de que se aglutine la materia para formar una estrella y se produzcan las condiciones de temperatura y densidad necesarias para que se inicie el proceso de fusión nuclear, y es, por lo mismo, la fuerza que se opone a la dispersión de la materia en el interior de la estrella apretujándola hacia el centro. Por su parte, la interacción nuclear fuerte es la que produce la síntesis de los núcleos pesados y regula la cantidad de energía que emerge del corazón de la estrella. Finalmente, la interacción electromagnética entre la radiación que surge del interior y el plasma de las capas externas es responsable de la presión hacia afuera que impide que una estrella colapse inmediatamente y mantiene el equilibrio mientras se siga produciendo la combustión nuclear en el corazón de la misma5. Si el delicado equilibrio entre esas tres interacciones no fuera el que es, las estrellas habrían sido muy pequeñas para producir la síntesis de los elementos pesados y luego explosionar como supernovas, o bien muy grandes, en cuyo caso la explosión hubiera sido imposible y todo el material colapsaría hacia el centro de la estrella para formar un agujero negro masivo. Una de las coincidencias que más llamaron la atención de Brandon Carter, Carter, que fue el primero que acuñó el término Principio Antrópico, a principios de los setenta, es la igualdad aproximada entre la vida media de las estrellas, como consecuencia del balance de las distintas interacciones, y el tiempo necesario, en el único ejemplo que conocemos, para que la vida evolucione hasta formas complejas e inteligentes. En efecto, la vida de una estrella como el Sol, que es un buen promedio, es de unos 10.000 millones de años, tan sólo el doble del tiempo necesario para que la vida inteligente haya aparecido sobre la Tierra. Hay que reconocer que el que dos procesos, la vida activa de una estrella como el Sol y la evolución biológica hasta la aparición de inteligencia, regulados por leyes y dinámicas por completo independientes, duren aproximadamente lo mismo es una coincidencia notable.
El balance preciso entre las diferentes interacciones es necesario también para asegurar la existencia de los núcleos de helio, piezas fundamentales en la síntesis posterior de todos los demás. Si la interacción nuclear fuerte en relación con la electromagnética hubiera sido algo menos intensa de lo que es, entonces no habría podido vencer la repulsión electrostática entre protones y no habría más que hidróh idrógeno y deuterio6 en el universo. Por el contrario, si fuera un poco más intensa de lo que es, sería posible la formación de estados estables de dos protones, con lo que no quedaría hidrógeno y la evolución de las estrellas sería muy diferente. El hecho de que el neutrón tenga una masa ligeramente superior a la del protón (en sólo un 0,14%, aproximadamente) y que esa diferencia sea un poco mayor que la masa del electrón, que es la partícula con carga eléctrica más ligera que existe, es también un ajuste fino extremadamente importante. Si la diferencia fuera menor, los neutrones serían estables y habría más en los momentos de la síntesis primordial, primordial, con lo que la cantidad de helio podría haber llegado hasta el 100%, mientras que si fuera mayor, entonces podrían desintegrarse incluso dentro de los núcleos ahora estables, con lo que no habría más que hidrógeno. En resumen, el delicado juego de masas e intensidades de las interacciones presentes en nuestro mundo permite la formación de cuerpos celestes con la duración y las propiedades adecuadas para el desencadenamiento de los procesos biológicos. Casi cualquier otro conjunto de parámetros produciría universos muy distintos, seguramente menos favorables para la aparición de la vida. Pero hay condiciones todavía más básicas que deben satisfacerse. Sabemos que la densidad hoy no se diferencia demasiado de la densidad crítica 7, lo que asegura un periodo de expansión lo suficientemente largo como para que la evolución haya tenido tiempo de completar su labor. También sabemos que para que la densidad hoy sea la que es, en los primeros instantes tuvo que ser ajustada a un valor próximo al crítico con una precisión inaudita. Si hubiera sido algo mayor, entonces el universo
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Si se interrumpieran repentinamente las reacciones de fusión nuclear en el centro del Sol, y desapareciera también repentinamente la presión de la radiación hacia el exterior de modo que no hubiera obstáculo para la contracción gravitatoria, el Sol colapsaría hacia su centro en un periodo de tiempo del orden de la media hora. Nosotros nos enteraríamos, y sufriríamos las consecuencias, unos ocho minutos después de que se iniciara el proceso.
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El deuterio es un isótopo del hidrógeno, indistinguible de éste desde el punto de vista de la química y la biología. 7 Un universo con una densidad de materia-energía superior a la crítica volvería a contraerse hasta una singularidadd final en algún momento del futuro, miensingularida tras que si es inferior seguirá expandiéndose indefinidamente. CLAVES
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queña mixtura de partículas elementales dispersas. Puede que haya alguna ley de tipo general, alguna simetría que implique que la constante cosmológica tiene que ser exactamente cero, aunque, como ya se ha indicado, tal condición no se ha encontrado todavía. Pero que sea diferente de cero y minúscula, como parece, resulta poco natural . De todas las coincidencias y ajustes finos, éste es el único que ha impresionado a Weinberg, remiso a aceptar ningún tipo de finalidad en la estructura de las leyes físicas y el valor de sus parámetros fundamentales: “Una tal constante cosmológica es tan pequeña en comparación con lo esperado a partir de las estimaciones hechas sobre las fluctuaciones cuánticas que sería difícil entenderlo sobre una base que no sea antrópica. En lo que importa, yo espero que no sea éste el caso. Como físico teórico, me gustaría que fuéramos capaces de hacer predicciones precisas, no vagorosas afirmaciones de que ciertas constantes tienen que situarse en un intervalo más o menos favorable para la vida”9. El argumento del diseño
hubiera recolapsado rápidamente sin tiempo para que se formaran estrellas ni galaxias ni ninguna de las estructuras que lo caracterizan hoy. Podía haber recolapsado en fracciones de segundo o, por ejemplo, en un millón de años, en cuyo caso la temperatura global no habría bajado nunca de unos pocos miles de grados. El universo habría sido caliente, opaco y esencialmente homogéneo durante su breve existencia antes de volver a colapsar. Si, por el contrario, la densidad hubiera sido algo menor que la crítica, la dilución de la materia se habría producido muy rápidamente, sin posibilidad alguna de que aparecieran las fluctuaciones de densidad que han servido como gérmenes de estrellas y galaxias. El universo, en este caso, estaría ocupado por una sopa diluida de partículas sin que la gravitación hubiera podido hacer su traba jo de agrupamiento agrupamiento.. Aunque quizá el ajuste fino aparentemente más asombroso es el asociado a la constante cosmológica8. De los datos experimentales se deduce que la constante cosmológica es cero o muy pequeña. En Nº96
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realidad, podría ser, a partir de los cálculos que la relacionan con las propiedades del vacío cuántico en las teorías de Gran Unificación de Partículas Elementales, hasta 60 órdenes de magnitud más grande. Y podría tener el signo cambiado. Si la constante cosmológica, aun siendo positiva, tuviera un valor intermedio entre cero y los valores normales en el contexto de esas teorías, la expansión habría sido muy rápida, de tal forma que no se hubiera podido formar nada complejo. De nuevo, el universo sería un inmenso vacío con una pe-
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La constante cosmológica fue introducida por Einstein en 1917 en sus ecuaciones de la Relatividad General para que pudieran describir un universo estático. Descubierta la expansión generalizada a partir de 1929, dicho término se consideró innecesario y desapareció en los modelos de universo más populares. Sin embargo, en la actualidad, por motivos teóricos y también observacionales, se ve a la constante cosmológica como una de las constantes básicas de la naturaleza. Su efecto es contrario a la atracción gravitatoria, acelerando la expansión en lugar de frenarla, y se manifiesta sobre todo a distancias cosmológicas, mientras que es inapreciable inaprecia ble a distancias galácticas o inferiores.
Podrían aducirse muchas coincidencias más sin cuyo concurso resultaría difícil concebir la existencia de vida. El resultado neto de todas ellas parece ser la constatación de que vivimos en un universo poco típico, poco natural si consideramos todas las posibilidades en principio imaginables imaginables;; un universo especialmente preparado para que emerja la vida en alguno de sus rincones. Pero esta constatación no tendría el menor valor a menos que la combinemos con la hipótesis de que las cosas podrían ser de otro modo y que no hay una imposibilidad lógica de concebir un universo distinto. Como tampoco lo tendría si se realizaran todas las opciones posibles pero nosotros sólo fuéramos testigos de aquella en la que la vida ha podido surgir. Un universo aparentemente pensado para que la vida inteligente aparezca en algún momento de su historia, junto con los postulados de contingencia y de unicidad, son la ideas sobre las que se fundamenta el Principio Antrópico. Más adelante lo enunciaré de un modo más preciso, pero su lógica consiste en atribuir a la existencia necesaria de vida inteligente un carácter de causa o de principio ordenador del universo y de las leyes físicas que lo rigen: “El Principio Antrópico moderno puede verse en parte como una consecuencia natural del hecho de que las teorías físicas actuales son extremada-
9 Weinberg ,
Steven (1993) (1993):: Dreams of a Final
Theory . Hutchinson Radius. 29
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mente exitosas… de que hayamos encontrado que la naturaleza está construida sobre ciertas bases inmutables que llamamos constantes fundamentales. Por el momento, no tenemos explicación para los valores numéricos precisos que toman estas constantes. No están sujetas a evolución o a selección por ningún mecanismo natural o no-natural. La naturaleza fortuita de muchos de sus valores numéricos pide a gritos una solución. El Principio Antrópico no es más que una dirección de investigación, aunque se trata de una dirección sorprendentemente tradicional tradicional””10.
Y es que la sustancia del Principio Principio Antrópico, con formulaciones distintas según la época, no es una novedad en la historia de la ciencia. Está emparentado, en el pensamiento aristotélico y en el escolástico, con las causas finales. Este tipo de razonamiento, que llevaba con frecuencia a encontrar leyes de la naturaleza que se reducían a aseverar que las cosas son como son porque es su modo natural de ser, ha sufrido durante siglos la crítica de filósofos y científicos hasta el punto de considerarse como radicalmente estéril en el avance del conocimiento. Hubo, sin embargo, un rebrote de la argumentación teleológica, más próximo a nosotros y más en relación con debates que han tenido un notable impacto en la ciencia moderna, en relación con la complejidad de los seres vivos. Los científicos no han dejado de manifestar su perplejidad ante la exquisita adecuación de órganos, tejidos y funciones de animales y plantas al medio ambiente, y su imbricación para el desarrollo de las funciones vitales. Durante siglos, esta idea de la exacta adecuación de mecanismos tan complejos como los seres vivos se ha expresado mediante la metáfora del relojero: si para hacer un simple reloj hace falta una voluntad y una destreza especiales, aparte de un plan predeterminado predeterminado por parte de un relojero, para diseñar los seres vivos, infinitamente más complejos y delicados que los relojes mecánicos, haría falta la presencia y la voluntad de un relojero grandioso que no podía ser sino Dios en persona. William Paley publicó en 1802 su libro Natural Theology , en el que desarrollaba y fundamentaba la visión finalista, asociada a la voluntad de un ser sobrenatural, basándose en el estudio detallado de los seres vivos11. Paley veía elementos de diseño y de propósito casi en cualquier aspecto de la naturaleza, aunque no consideraba que la astronomía fuera el campo en el que mejor se manifiesta la señal de una voluntad organizadora: “La astrono-
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Barrow, J. D., y Tipler, F. J. (1986): The Anthropic Cosmological Principle . Oxford University Press. 11 Le Mahieu, D. L. (1976): The Mind of William Paley . University of Nebraska Press. 30
mía no es el mejor medio para probar la actividad de un Creador inteligente”12, aunque aceptaba que podía ser útil para apreciar la magnificencia de sus obras. El argumento del diseño, con más o menos variaciones, ha hecho fortuna y no ha desaparecido por completo del pensamiento científico, o del de aquellos que se acercan a la ciencia con motivaciones filosóficas o religiosas, resistiendo, por ejemplo, las agudas críticas de un Hume 13, que se extrañaba de observar flagrantes imperfecciones en una obra supuestamente divina. No muy distinto es el argumento de Bertrand Russell, que parece estar pensando también en la aparente adecuación de las leyes físicas a la existencia de vida: “Todos conocen el argumento del plan: todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco no podríamos vivir… es asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años”14.
Darwin fue un gran admirador de Paley, pero el advenimiento y el desarrollo de su teoría de la evolución por selección natural, a partir de mediados del siglo pasado, fue precisamente lo que socavó la fortaleza del argumento del relojero al mostrar cómo las propiedades de autorreplicación con extrema exactitud de los organismos, junto con las imperfecciones inherentes a ese proceso de replicación, es decir, la mezcla de continuidad y cambio, permiten a las fuerzas de la naturaleza, a lo largo de dilatados periodos de tiempo, ir moldeando seres con características cada vez más complejas y más adecuadas al medio sin plan alguno que lo determine. El resultado puede parecer asombroso, y sin duda lo es, pero no necesitamos introducir la noción de finalidad ni de artífice para comprender lo esencial de la evolución de los seres vivos. El argumento teleológico en el ámbito de la biología ha sido combatido, y el carácter objetivo y ciego de las fuerzas naturales que moldean los seres vivos, brillantemente reivindicado en nuestra época por científicos como Jacques Monod15, François Jacob16,
12 Ibídem. 13 Hume,
David (1779): Dialogues Concerning Natural Religion. Edited with an introduction and notes by Martin Bell. Penguin Classics, 1990. 14 Russell, Bertrand (1927): Why I am not a Christian. George Allen and Unwin Ltd., 1957. 15 Monod, Jacques (1970): El azar y al necesidad . Barral Editores, 1971. 16 Jacob, François François (1970): La lógica de lo viviente . Laia, 1973. Jacob, Françoi Françoiss (1997): El ratón, la mosca y el hombre . Crítica, 1998.
Stephen Jay Gould17 o Richard Dawkins18, o por el filósofo Daniel C. Dennett, que lo expresa diciendo que, “de una sola tacada, la idea de la evolución por selección natural unifica los reinos de la vida, el significado y el propósito con el reino del espacio y el tiempo, las causas y los efectos, los mecanismos y las leyes de la física” 19. Por supuesto que la revolución propiciada por Darwin está lejos de ser comprendida y aceptada por todo el mundo, pero es hoy el paradigma en el que se sitúa toda la ciencia biológica. El argumento antidarwinista ha debido transformarse, entre las personas con inclinación a postular la existencia de un divino relojero, en la defensa de un diseño primigenio, anterior a la puesta en marcha del proceso evolutivo. La idea es que la evolución ha tenido lugar tal y como la ciencia nos sugiere, pero que el impulso inicial, contenido en las leyes básicas de la física que permiten una tal evolución, tiene un carácter finalista; justamente el de que en algún momento del proceso evolutivo aparezca la especie humana. Todo lo que era susceptible de evolucionar podía entenderse en base al juego de fuerzas que moldeaban esa evolución, así que las pruebas de la voluntad primigenia había que encontrarlas en las leyes o los sistemas fijados de una vez por todas. A principios de este siglo, por ejemplo, la hipótesis del diseño se trasladó hacia los átomos y las moléculas esenciales para la vida. Así, sin poner en cuestión que la adecuación de los seres vivos al medio es la consecuencia de una evolución natural sin intervención divina, lo que se pone en el activo de la voluntad sobrenatural son las propiedades de unas pocas sustancias, como el carbono, el oxígeno, el agua o el dióxido de carbono, que posibilitan la química y la biología. El plan consiste en prepara preparar r el terreno con esas propiedades, tan notables que no resulta verosímil su carácter aleatorio, para el despliegue de la evolución natural. Argumentos todos ellos, como el que servirá para relacionar las condiciones de nuestro universo con el Principio Antrópico, claramente teleológicos y de raíz religiosa, como reivindica sin reparo alguno John Polkinghorne, un prestigioso físico profundamente creyente que ha escrito con 17 Gould, Stephen Jay (1980): The Panda’s Thumb. W. W. Norton Norton & Company. Company. 18 Dawkins, Richard (1986): El relojero ciego. La-
bor, 1989. 19 Dennett, Daniel C. (1995): Darwin’s Dangerous Idea. Allen Lane, The Penguin Press. CLAVES
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sentido acerca del nuevo paradigma del diseño20. El Principio Antrópico
Durante el siglo pasado, la idea del plan parecía adecuarse bien a la delicada conformación de los seres vivos, mientras que la ciencia física parecía, por el contrario, proporcionar abundante munición a los enemigos de una tal hipótesis. Comte lo expresaba con su habitual rotundidad: “La exacta exploración de nuestro sistema solar no podía por menos que hacer esencialmente desaparecer esta ciega e ilimitada admiración que inspiraba el orden general general de la naturaleza, naturaleza, mostrando, mostrando, de la manera más sensible, y bajo una gran cantidad de relaciones diversas, que los elementos de este sistema no estaban ciertamente en absoluto dispuestos de la manera más ventajosa, y que la ciencia permitía concebir fácilmente una mejor ordenación” 21.
Paradójicamente, hoy parece que la controversia sobre el plan subyacente se ha cerrado en relación con los seres vivos, aunque continúe latente en determinados círculos de creyentes o de científicos, al tiempo que se desplazaba a otro campo más básico: el de las condiciones, tan especiales que parecen haber sido ajustadas con extrema precisión, para que en un momento de su historia aparezca la vida en el universo. Ya hemos visto que el con junto de leyes y parámetros parámetros que lo caracterizan satisfacen una serie de criterios exigentes para que resulte ser lo suficientemente grande y longevo, y para que contenga el grado de complejidad que la química y la biología requieren. En rigor, no sabemos si con otras leyes y parámetros la vida sería posible. Seguramente existirán escenarios en los que el universo será todavía más rico en estructuras complejas, y no sabemos con exactitud cuáles son los dominios interesantes en el espacio de todas las leyes y parámetros que caracterizan el mundo físico. Pero lo cierto es que es posible imaginar muchos escenarios en los que sería difícil que surgiera la vida, sea cual sea su definición. El Principio Antrópico, justamente, eleva a una categoría epistemológica especial la aparente adaptación de las leyes de la física a la emergencia de la vida. En realidad, es una limitación del principio copernicano, según el cual nuestro punto de vista en el cosmos no tiene nada de especial. Lo que sus defensores consideran es20
Polkinghorne, John (1998): Beyond Science . Cambridge University Press. 21 Comte, Auguste (1835): Cours de Philosophie Positive . Bachelier, ImprimeurImprimeur-Libraire, Libraire, 5ème Édition. Reimprimé par Éditions Anthropos, 1968. Nº96
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pecial es, precisamente, que exista un punto de vista, que el universo pueda ser observado, lo cual implica la necesidad de que haya aparecido algún tipo de observador consciente en algún momento y lugar. Los argumentos de tipo antrópico empezaron a ser formulados en forma de principio a comienzos de los años setenta por Brandon Carter, quien, como veremos, no tenía particular aprecio por esta peculiar forma de explicación científica, pero la sugería como una posible línea de investigación mientras otras, más tradicionales, no demostraran su eficacia. Su enunciado del llamado Principio Antrópico Débil respondía, desde su punto de vista, a una simple constatación a posteriori con nulo poder predictivo: “Nuestra localización en el universo es necesariamente privilegiada, en la medida en que tiene que ser compatible con nuestra existencia como observadores”22.
En los más de veinticinco años transcurridos desde entonces, la literatura sobre la explicación antrópica de las leyes del mundo físico no ha dejado de crecer y sofisticarse. Así, dos de sus más distinguidos estudiosos, Barrow y Tipler, han acuñado enunciados más precisos de los mismos principios. Para ellos, el Principio Antrópico Débil consiste en que “los valores observados de todas las cantidades físicas y cosmológicas no son igualmen igualmente te probables, sino que toman valores limitados por el requerimiento de que existen lugares donde la vida basada en la química del carbono puede evolucionar y por el requerimiento de que el universo sea lo suficientemente viejo como para que dicha evolución ya se haya producido”23.
Nótese que en este enunciado se hace referencia específica a la química del carbono como esencial para que surja la vida. No se postula que toda forma de vida deba estar basada en dicho elemento, pero sí que debe aparecer en esa forma, aunque luego su evolución futura pueda transformarla en algo muy distinto. No se excluye la vida inteligente del tipo de La nube negra, de Hoyle24, pero sí que haya podido desarrollarse sin pasar antes por la fase de organización biológica basada en los compuestos del carbono. 22
Carter, Brandon (1973): Large Number Coincidences and the Anthropic Principle in Cosmology. En M. S. Longair (ed.): Confrontation of cosmological theories with observational data. IAU Symposium No. 63; D. Reidel Publishing Company and Dordrecht-Holland, 1974. 23 Barrow, J. D.; Tipler, F. J.: Op. cit. 24 Hoyle, Fred (1957): La nube negra. Ediciones B, 1988. 1988.
Aunquee Barrow y Tipler afirm Aunqu afirmen en lo contrario, el Principio Antrópico en su forma débil no es más que una tautología o una constatación a posteriori de cosas que sabemos han sucedido, o, aún más es quemáticamente, la simple afirmación de que el hombre existe. En efecto, puesto que existe vida vida basada en la química química del carbono (y nosotros mismos, lector y autor, somos parte de esa vida), el universo tiene que ser compatible con ella. Lo cual implica que, aunque sea posible imaginar otros universos, con parámetros y leyes distintas, debe existir un subconjunto, presumiblemente reducido, en cuyos componentes la vida inteligente es posible, puesto que estamos aquí. Es como si enunciáramos un Principio Elíptico que consistiera en decir que las leyes de la física tienen que estar limitadas por el requerimiento de que las órbitas de ciertos cuerpos celestes sean elipses. No es necesario decir que, puesto que las órbitas de los planetas son efectivamente elipses, está descartado, por ejemplo, que la relación entre fuerza gravitatoria y distancia sea distinta de la establecida por la ley de la gravitación universal25, aunque sean concebibles en principio otras diferentes. Pero Pero pensar que la necesaria ocurrencia de elipsicida sic idadd exp explic licarí aríaa la estructura de la interacción gravitatoria, en lugar de ser ésta la que nos permita entender la forma de las órbitas, es una extraña manera de razonar. La descripción de algunas de las aplicaciones del Principio Antrópico Débil no hace sino elucidar su carácter tautológico y su desconexión con las hipótesis y procedimientos ordinarios en la investigaci investigación ón científica. Sería así una predicc predicción ión de dicho Principioo la existencia de alguna fuente de Principi energía distinta de las conocidas hasta el siglo pasado. De otra forma no es posible que el Sol emita luz y calor durante un lapso de tiempo suficiente para que el proceso evolutivo se desarrolle. Ya sabemos que, a partir de los conocimientos existentes hasta principios de este siglo, no era posible entender que la vida del Sol se hubiera prolongado más allá de unas decenas de millones de años, mientras que la evolución biológica y la edad de muchas rocas sobre la Tierra indicaban que debía haber transcurrido más tiempo. El descubrimiento de las interacciones nucleares permitió acoplar de modo coherente todas las
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Como se sabe, esa relación es la siguiente: la fuerza de atracción gravitatoria entre dos cuerpos es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos. 31
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piezas del puzzle al identificar esas nuevas fuentes de energía, tanto para retardar el enfriamiento de la Tierra como para prolongar la duración del Sol como astro radiante. Fue un episodio más en el avance del conocimiento científico, y bastante típico, además. Se pusieron de manifiesto contradicciones entre la observación y las ideas teóricas imperantes, y se trató de superarlas mediante nuevos hallazgos experimentales y nuevas construcciones teóricas; no hubo necesidad de acudir a principio suplementario alguno. Otra de las predicciones favoritas del Principio Antrópico es la resonancia en la interacción de los núcleos de helio y de berilio justo en la masa del carbono, propuesta por Hoyle para explicar la abundancia observada de este último elemento. Pueden aplicarse a este caso los mismos comentarios que al anterior sobre el proceder normal de los científicos cuando aparece una contradicción entre datos y teorías. El problema surge cuando esa constatación a posteriori se transforma en condición que debe ser satisfecha a priori en lo que se ha dado en llamar el Principio Antrópico Fuerte, que, de nuevo en la versión de Barrow y Tipler, puede enunciarse así: “El universo debe tener aquellas propiedades que permitan el desarrollo de la vida en su seno en algún momento de su historia”26.
El enunciado original de Carter es similar, excepto que sustituye la necesaria aparición de vida por la de observadores , remachando así la exigencia de que el universo tenga propiedades que permitan el desarrollo en algún momento de su historia de seres capaces de sentir curiosidad por sus leyes y principios y de aprehenderlo intelectualmente. Claramente, esta segunda formulación es estrictamente teleológica, es decir, una variación más del argumento del diseño: en el juego de leyes y parámetros se encuentra implícitamente una finalidad que habrá de ser cumplida y que sólo puede serlo con ese juego en particular. Incluso una persona con sentimientos religiosos tan vehementes como Polkinghorne Polking horne no parece sentirse del todo a gusto con esta formulación y propone, con lo que él mismo califica como su “comedido estilo inglés”, un Principio Antrópico Moderado que consiste en “observar que la contingente fecundidad del universo es un hecho de interés que requiere una explicación” 27. Otros, por el contrario,
van todavía más lejos y lo complementan postulando que la inteligencia, o el procesamiento inteligente de información, no sólo debe surgir en algún momento, sino que, una vez aparecida, existirá por siempre. El Principio Antrópico supone volver a la hipótesis del Gran Relojero con un pomposo nombre de apariencia apabullante, y de un modo más sofisticado y abstracto que en la ingenua imagen elaborada por quienes no podían entender la perfección de los seres vivos sin el concurso de una voluntad deliberada y de una destreza suprema. En este caso, el relojero daría paso al Gran Sintonizador, quien dispondría de un panel con decenas de diales, como los que sirven para sintonizar una radio, cada uno de ellos pudiendo marcar el valor de la masa de una partícula elemental o de una de las constantes fundamentales, de modo tal que, fuera de una combinación precisa de posiciones de esos diales, los universos serían mudos y estériles: la radio permanecería en silencio o emitiría ruidos sin sentido. Mientras que ajustándolos cuidadosamente, el aparato queda bien sintonizado y suena la música de la vida. Para la mayoría de los científicos, un principio de esta naturaleza supone una extrapolación indebida y de todo punto exagerada. Que la grandiosa urdimbre de estrellas y galaxias, leyes de la naturaleza y simetrías existan sólo para nosotros, para que nosotros podamos explorarlas y extasiarnos es, a todas luces, excesivo y “muy difícil de creer”28, según Hawking. Ya hemos visto que Weinberg, a pesar del desaliento que parece manifestar ante la idea de que la vida sea el producto de una serie de accidentes en la configuración de las las leyes de la física, es poco partidario de postular algo tan contrario a la tradición de las ciencias de la naturaleza como el Principio Antrópico, mientras que otro adversario de tal punto de vista, Lee Smolin, es máss combativo ante esa misma idea y má acepta que “la visión del universo, en el que vida, variedad y estructura son accidentes improbables, debe ser considerada como una anticuada reliquia de la ciencia decimonónica. La física del siglo XX debe, por el contrario, permitirnos comprender que el universo es hospitalario para la vida porque, si el mundo tiene que existir, entonces tiene que estar lleno de estructura y variedad”29.
28
26 Barrow, J. D., y Tipler, F. J.: Op. 27 Polkinghor Polkinghorne, ne, John: Op. cit.
32
cit.
Hawking, Stephen W. (1988): Historia del tiempo . Crítica. 29 Smolin Lee (1997): The Life of the Cosmos . Weidenfeld & Nicolson.
Ya verem veremos os que Smolin inten intenta ta responder a esta exigencia de forma muy distinta a como lo hacen los partidarios de la visión antrópica del mundo. El Principio Antrópico Fuerte supone también una aproximación contraria a la práctica normal de la ciencia, ya que obvia una explicación tradicional en base a leyes, simetrías o principios encontrados en la naturaleza. El mismo Carter no deja de sentir desazón ante un modo de aproximarse a la ciencia que rompe con el método tradicional: “Una predicción enteramente rigurosa basada en el Principio Antrópico Fuerte no será completamente satisfactoria desde el punto de vista físico, ya que siempre existirá la posibilidad de encontrar una teoría subyacente más profunda que explique las relaciones predichas”30.
Algunas de las críticas más acerbas acerbas que se le han hecho derivan de la introducción de una hipótesis inverificable que lo sitúa fuera de las teorías propiamente científicas, susceptibles de ser refutadas por el experimento. Polkinghorne, que simpatiza con el argumento antrópico, se queja de esa exigencia aduciendo que el criterio de falsabilidad no es, al fin y al cabo, imprescindible para configurar una teoría como científica. Alude, en concreto, a la evolución por selección natural como un caso en el que no es posible la falsación experimental. Pero en eso se equivoca el físico inglés, ya que habría multitud de formas de refutar una tal teoría sobre bases experimentales: por ejemplo, si se demostrara que los códigos genéticos de las distintas especies vivientes, independientes desde su creación en la idea de los antievolucionistas, fueran diferentes y no exactamente iguales, como lo son en la realidad, desde la más humilde bacteria hasta el hombre. O si se demostrara que no hay correlación entre la sucesión temporal de especies y las características característic as que la teoría de la evolución supone fruto de la variación progresiva de las mismas. En contra de la consideración del Principio Antrópico como una hipótesis válida desde el punto de vista científico, Carr y Rees31 añaden al argumento de la no falsabilidad el de su carácter de post hoc , sin poder predictivo alguno, el antropocentrismo que lo sustenta al no concebir el surgimiento de otra forma de vida
30 Carter, Brandon: Op. cit. 31 Carr, B. J., y Rees, M. J.
(1979) ‘The Anthropic Pinciple and the Structure of the Physical World’, Nature, 278, pág. 605. CLAVES
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que no sea como la nuestra y la vaguedad de sus conclusiones, lo que hace, a su juicio, que deba ser considerado más una curiosidad filosófica que un ingrediente válido en cualquier teoría física. Algunos de los defensores del Principio Antrópico en sus versiones más extremas aducen, por el contrario, que se trata de un postulado fácilmente falsable. Un universo en perpetua expansión, por ejemplo, a causa de la presencia de una constante cosmológica positiva sería una prueba en contra, al implicar un estado futuro en el que la vida inteligente será imposible, mientras que esa formulación extrema exige que la vida inteligente perdure indefinidamente. Tampoco sería aceptable un universo cíclico en el que la variación de un ciclo al siguiente hace que en muchos de ellos la vida no sea tampoco posible. En rigor, desde este punto de vista, un tal principio sólo sería compatible con un universo crítico (plano) o cerrado. Los datos disponibles hasta el momento parecerían, por tanto, demostrar empíricamente su falsedad, aunque lo cierto es que no todos los partidarios del pensamiento antrópico tomarían una actitud tan drástica. La mayoría de los científicos está convencida de que algún tipo de teoría unificada tiene que existir y que esos parámetros no pueden ser independientes; no pueden ser condiciones iniciales fijadas aleatoriamente o con una finalidad precisa. Pero otros consideran que, aun cuando el camino hacia la unificación ha sido fructífero en la historia de la física, puede no culminar en una gran teoría unificada, y que presuponer la existencia de un esquema teórico global de este tipo puede responder también a un cierto misticismo científico tan a priori prior i como la suposición de una finali finalidad dad en las propiedades del universo. Como veremos, algunos de estos científicos prefieren una visión más evolutiva y menos acabada de las propias leyes de la física. En todo caso, e independientemente de que lleguemos a una explicación unificada más satisfactoria, se han desarrollado otros esquemas que podrían ayudar a entender la existencia de un universo antrópico. Si el universo accesible a nuestros instrumentos es el único existente, entonces el problema de la adecuación entre las condiciones iniciales y la aparición de vida es real mientras no encontremos una explicación basada en teorías más generales que aquellas de las que disponemos en estos momentos. Pero si hay una multitud de universos, o de regiones diferentes en el universo inaccesibles a la observación directa, entonces podría ocurrir que todos Nº96
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los conjuntos de parámetros posibles hayan sido realizados en uno u otro lugar, pero sólo en aquel subuniverso que cumpliera las condiciones de existencia de elementos como el carbono o el oxígeno, de durar lo suficiente y de tener la densidad adecuada para que se desarrollen estructuras materiales, podría haber vida y, con el paso del tiempo, vida inteligente. No tendría nada de particular que viviéramos en este subuniverso porque no tendríamos posibilidad de vivir en otros. Todos los posibles escenarios se habrían realizado, pero sólo en unos pocos podría haber vida. Brandon Carter, desde el mismo comienzo de su especulación sobre el argumento antrópico, aceptó que una de las posibilidades sugeridas por las coincidencias en el mundo físico era la multiplicidad de universos: “Es, desde luego, siempre filosóficamente posible –como último recurso, cuando no disponemos de ningún argumento físico más convincente– pro predicción ión basada en el principio antrópimover una predicc co fuerte al status de explicación pensando en términos de un conjunto de mundos, es decir, un conjunto de universos caracterizados por todas las combinaciones concebibles de condiciones iniciales y constantes fundamentales… La existencia de cualquier organismo describible como observador sólo será posible para ciertas combinaciones especiales de parámetros que distinguen, dentro del conjunto de mundos, un subconjunto cognoscible excepcional”32.
Una de las posibilidades de existencia de muchos universos distintos está relacionada con el modelo cíclico. Sería, en este caso, una recurrencia temporal tal que, en cada ciclo, las leyes y las constantes fundamentales cambian, se reprocesan y dan lugar a escenarios diferentes. Como ya hemos visto, además, la duración de los ciclos aumenta, con lo que siempre se llegaría a un ciclo lo suficientemente largo como para que los procesos conducentes a la aparición de la vida pudieran haberse desarrollado. Esta primera alternativa presenta la dificultad de exigir la ocurrencia de un rebote en algún momento de la contracción que cierra cada ciclo, cuyo mecanismo no hemos llegado a entender. Desde el punto de vista empírico, esta alternativa parece haber sido descartada por la observación. La segunda posibilidad está íntimamente relacionada con el escenario de la
inflación cósmica33, evocado ya anteriormente, que es una de las ideas favoritas de los científicos contemporáneos para entender algunos de los rasgos más llamativos del universo. Si tal hipótesis fuera cierta, deduciríamos que el universo es un lugar muchísimo más grande que el que podemos ver. Éste no es sino una parte minúscula inflada en la expansión originaria, mientras que puede haber muchas otras partes, muy alejadas de nosotros, homogéneas dentro de sus horizontes respectivos, y muchas de ellas estériles al estar caracterizadas por constantes distintas a las que imperan en la nuestra. La idea, en cualquiera de sus diferentes formas, de un universo entre muchos que serían por completo distintos al nuestro no deja de sugerir una nueva vuelta de tuerca en el gradual desplazamiento del lugar ocupado por la especie humana en el cosmos, e iría en sentido diametralmente opuesto al marcado por el Principio Antrópico. No sólo nuestro planeta, nuestro Sol, nuestra galaxia y hasta la materia de que estamos hechos no serían algo único o central o especial; ocurriría que la totalidad del universo accesible, del universo en el que han podido existir la galaxia, la estrella y el planeta que nos acogen, sería un dominio particular dentro de una variedad grande de universos con historias y aspectos diferentes. Conviene finalizar, en todo caso, advirtiendo que, ateniéndonos a los hechos más simples y a las consecuencias que de ellos se derivan, estamos seguros de muy pocas cosas. En palabras de Peebles, “no sabemos por qué hubo un Big Bang o qué puede haber existido antes. No sabemos si el universo tiene hermanos –otras regiones en expansión fuera de nuestro horizonte observable–. Ni comprendemos por qué las constantes de la naturaleza tienen los valores que tienen”34. n
[Fragmento del capítulo 7 del libro Universo sin Fin, de próxima publicación en editorial Taurus].
32 Carter, Brandon: Op. cit. 33 Guth, Alan H. (1981): ‘Inflationary
universe: A possible solution to the horizon and flatness problem’. Physical Review D23, pág. 347. 34 Peebles, P. J. E. et al. (1998): ‘The Evolution of the Universe’. En Magnificent Cosmos , special issue of Scientific American, pág. 86, febrero 1998.
Cayetano López es catedrático de física en la Uni-
versidad Autónoma de Madrid.
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l mero hecho de plantear esta pregunta implica una serie de supuestos, cada uno de los cuales daría lugar a una larga discusión que, como suele suceder con este tipo de discusiones, terminaría sin acuerdos. Sin ánimo de entrar a fondo en ese debate, empecemos por recorrer algunos, si no para resolver los problemas, al menos para explicitar los inevitables prejuicios desde los cuales abordamos el tema. Y aclarando, desde el principio, que lo abordamos desde un punto de vista centrado en la cultura europea-occidental y, por tanto, adoptando –críticamente– los supuestos de la modernidad ilustrada y el concepto de razón que hemos heredado de ella. Lo cual no impide –más bien exige– un punto de vista universal.
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La historia
El primero de estos supuestos es el mismo concepto de historia. Al menos desde Nietzsche se pone en duda que exista una historia en el sentido fuerte de la palabra. Porque la historia supone al menos dos características íntimamente relacionadas que han sido puestas en cuestión por lo que se ha llamado “el pensamiento posmetafísico”. La primera de ellas es la categoría de unidad y la segunda la de finalidad. Hablar de la historia implica reunir en un mismo concepto infinidad de fragmentos especiales y temporales. Y ello sólo puede hacerse desde un metarrelato que considere a cada suceso como un acto de una misma obra, como un episodio de un mismo argumento con su desenlace incluido. En la historia occidental se han sucedido varios metarrelatos, que se han desplazado y asumido parcialmente unos a otros. Cuando la irrupción del modelo bíblico reemplaza al concepto cíclico del tiempo que dominaba en la cultura griega se instaura la concepción de la historia como historia de la salvación. La 34
historia es comprendida como un proceso lineal, con principio y fin. A partir de una primitiva edad de oro (el Paraíso terrenal) se produce una caída (el pecado original) que inaugura la historia terrena. A partir de allí se inicia in icia un largo y doloroso proceso durante el cual la humanidad lucha por recuperar la inocencia perdida. La llegada de un Redentor que muere crucificado asegura el sentido salvador del trabajo penoso, del dolor y el esfuerzo de la vida humana individual y colectiva, que será rescatada definitivamente al fin de los tiempos, con la segunda venida del Salvador. La modernidad seculariza este metarrelatoo pero no lo abandona. lat abandona. Conceptos como la Razón, el Progreso, la Humanidad sustituyen a la Fe, la Providencia o la Iglesia conservando su aire de familia. Basta pensar en el patético esfuerzo de Comte por construir una filosofía positiva de la historia que termina en una parodia teológica donde no faltan ni los simulacros de los santos o los sacramentos de la Iglesia. Sin llegar a tanto, es innegable que el pensamiento ilustrado –marxismo incluido– comparte, aunque de muy distintas maneras, la convicción de que el desarrollo de los hechos está guiado por un hilo conductor al que la razón humana puede acceder. Y, con algunas notables excepciones como la de Rousseau, esa concepción suele estar teñida de un cierto optimismo que apuesta por una progresiva superación de las etapas anteriores: otra vez la historia de la salvación, aunque en clave profana. En este sentido, resulta paradigmática la concepción hegeliana. “Si existe una historia, es la de Hegel”, di jo Sartre. Y tenía razón: no se ha formulado nunca una concepción tan grandiosa de la modesta historia de los hombres como ese magnífico desarrollo de un espíritu capaz de asumir y superar cada acontecimiento para elevarlo a un destino final
capaz de reconciliar cada una de nuestras minúsculas anécdotas personales con la universalidad de la idea. Pero, ¿y si todo esto no fuera más que el resultado de una ilusión voluntarista para no reconocer que el concepto de historia es sólo un cajón de sastre donde se acumulan, sin orden ni concierto, innumerables episodios sin sentido a los que sólo nuestra imaginación es capaz de convertir en actos de una misma obra? No faltarían razones para sospecharlo. Lo más difícil de asumir no es el sufrimiento sino el absurdo; el más doloroso de los fracasos puede ser soportado a condición de que tenga un sentido, y no faltan ejemplos en que la misma muerte es aceptada como contribución a una finalidad situada más allá del individuo. Y lo que sucede con los individuos sucede también con los pueblos. ¿Cómo podrían soportarse los horrores de una guerra si no es por el convencimiento de que esa catástrofe se inscribe en un proyecto que la convierte en un paso necesario de un camino de liberación? No sería extraño que el concepto de historia hubiera nacido de esta necesidad, tan humana como infundada, de otorgar sentido a nuestros actos, lo tengan o no. Nietzsche lo vio así cuando negó a la vida cualquier pretensión de unidad y de finalidad. Una de las tantas lecturas de su eterno retorno consiste precisamente en reivindicar el sentido del instante ante cualquier intento de construir una historia continua. La muerte de Dios lleva consigo la muerte de la historia y del sujeto, ficciones tan engañosas como útiles para aliviarnos de la responsabilidad de crear valores y limitarnos a aceptar los que se nos ofrecen. Y no pocas de esas corrientes de pensamiento que se han agrupado bajo el nombre bastante equívoco de posmodernidad asumen esta filosofía de lo discontinuo, proclamando la definitiva caducidad de los metarrelatos. CLAVES
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En cualquiera de estas dos maneras de entender la historia (como un gran metarrelato o como instantes discontinuos), la pregunta por el progreso moral quedaría contestada de antemano. En el primer caso, porque el progreso se da por supuesto, en la medida en que todas las grandes concepciones de la historia de la cultura occidental llevan implícito su carácter salvador. En el segundo, porque la idea de progreso resulta ociosa cuando la historia se convierte en una sucesión de instantes sin antecedentes ni consecuentes: todo progreso implica la existencia de algún tipo de relación entre pasado, presente y futuro. Quizá convenga cuestionar esta disyuntiva. Cumpliendo la promesa de explicitar los supuestos –o prejuicios– de Nº96
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este ensayo, se propone un concepto equidistante de esta alternativa que podríamos llamar constructivismo histórico. Ni la historia posee una unidad y finalidad inmanente, ni consiste en un cúmulo de fragmentos inconmensurables. El sentido se construye, ya que cada generación recoge la historia que ha recibido y cuenta con ella en sus próximos pasos cuando los orienta en uno u otro sentido. Desde este punto de vista, la condición humana otorga al transcurso del tiempo una cierta unidad y finalidad que permite hablar de historia, aun cuando este proceso no se construya de manera lineal e implique multitud de avances, retrocesos y nuevos comienzos. Y teniendo en cuenta, por supuesto, que esta precaria unidad no implica ninguna garantía acer-
ca de su orientación futura ni permite esperar ningún diseño de consumación final. Suponemos, por tanto, que en la historia en su conjunto sucede lo que resulta evidente en algunos aspectos parciales como el progreso científico-técnico: que las experiencias pasadas influyen decisivamente en el presente, que si la historia humana se distingue de la mera historia natural es precisamente por este proceso constructivo que otorga cierta continuidad a los instantes de que hablaba Nietzsche. Mientras que cada animal está obligado a repetir de modo casi mecánico la historia de su especie, el ser humano es capaz de aprender en alguna medida de los errores y aciertos de las generaciones precedentes, aun cuando este aprendizaje nos deje permanentemente insatisfechos. 35
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Se trata, por tanto, de una unidad y finalidad precaria, ni inmanente ni trascendente, sino trabajosamente construida, pero aun así capaz de hacer posible una reflexión sobre ciertas orientaciones que la historia humana va articulando a lo largo del tiempo. Y en este sentido –y sólo en este modesto sentido– cabe plantearse la pregunta acerca del posible progreso moral de la historia. El progreso
Pero si el concepto de historia resulta problemático, no lo es menos el de progreso. Cuando nació, al calor del optimismo ilustrado, pretendía abarcar todas las dimensiones de la historia, desde la científico-técnica hasta la político-moral. Con la razón como guía, el sueño de la ilustración –al menos de buena parte de ella– esperaba de la historia no sólo un creciente dominio sobre la naturaleza, sino una incesante emancipación del género humano de toda servidumbre, que conduciría, como decía Kant, a “la idea de una historia universal en sentido cosmopolita”. Poco duró esa esperanza. Mientras la razón instrumental acumulaba acumulaba éxitos en la transformación de la naturaleza y los ciudadanos comenzaron a gozar de derechos con los que nunca habían soñado, la historia de los hombres se enredó en nuevos conflictos, nacidos precisamente de las nuevas formas de dominio sobre el mundo material y a los cuales se incorporaron los nuevos medios de destrucción surgidos del progreso científico-técnico. La lógica de la razón instrumental se impuso en las relaciones sociales: las inéditas posibilidades de dominio de la naturaleza que la nueva tecnología hacía posibles se extendieron a las relaciones sociales. La terrible explotación del trabajo del capitalismo naciente, la represión de los movimientos sociales y el neocolonialismo de los siglos XIX y XX son también hijos, a su modo, de la idea ilustrada de progreso. Las dos guerras mundiales y la destrucción tecnológica de Hiroshima y Nagasaki simbolizan a la vez el éxito y el fracaso de la modernidad, las inmensas posibilidades de dominio de la naturaleza y la incapacidad para llevar a cabo el sueño emancipatorio de la humanidad, que exige una lógica distinta. Se imponen, por tanto, muchas precauciones a la hora de hablar hoy de pro greso histórico. Perdido definitivamente el optimismo ingenuo de la ilustración, podemos preguntarnos si queda algo de tal concepto (excluyendo, por supuesto, el ámbito científico-técnico en el cual no 36
parecen caber dudas razonables). Y ello nos lleva a una última precisión acerca del contenido específicame específicamente nte moral de tal progreso. La moral
Si los conceptos de historia y de progreso están cargados de supuestos de los cuales depende su significado, la idea de moral resulta todavía más compleja de definir. Discutir acerca del posible progreso moral de la historia implica optar por una concepción determinada del bien y el mal moral, que está lejos de ser universalmente compartida. Como no cabe aquí la posibilidad de recorrer los distintos sentidos de la expresión progreso moral, nos limitaremos a explicitar el sentido que le daremos en estas páginas, sabiendo que no es el único posible. Entendemos por pr prog ogres res o mo moral ral el avance en el reconocimiento de los derechos humanos. Pero como esta socorrida expresión es capaz de abarcar contenidos no sólo diversos, sino aun contradictorios, se impone precisar lo más posible su significado. Y para ello conviene recurrir una vez más a la tradición ilustrada, que fue capaz de plantear rigurosamente el problema, aun cuando sus esperanzas de realización quedaran lejos de su planteamiento teórico. Una de las fórmulas del imperativo categórico de Kant dice lo siguiente: “Obra de manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de los demás, siempre como fin y no sólo como medio”. Y a ello añadía la exigencia de que cada acción concreta pudiera encuadrarse dentro de una ley universal, de tal modo que lo que resulta moralmente válido para cada caso particular pueda extenderse al género humano en su conjunto. Quizá pueda rescatarse de la jerga formalista y racionalista de estas expresiones un significado que contribuya a dotar de contenido a una fórmula que hoy corre el riesgo de admitir tantos sentidos como intereses se pretende legitimar. Atreviéndonos a traducir el imperativo kantiano a un lenguaje más cercano a nuestra cultura, podríamos decir lo siguiente: la esencia de la experiencia moral no consiste en la sumisión a leyes o normas, sino en el establecimiento de relaciones humanas que no sean meramente instrumentales sino que reconozcan el valor inviolable de cada ser humano concreto. Y de tal modo que estas relaciones tiendan a universalizarse, es decir, al reconocimiento del valor absoluto de todos lo loss hombres, cualesquiera que sean las condi-
ciones empíricas que los diferencien (raza, sexo, color, nacionalidad…). La diferenciación entre fines y medios de que hablaba Kant es de naturaleza axiológica: sólo los fines valen por sí mismos, mientras que los medios reciben su valor de los fines que se pretenden. Desde este punto de vista, la experiencia moral consiste en la exigencia de reconocer que únicamente los seres humanos de carne y hueso y en su totalidad pueden arrogarse la cualidad de fines, mientras que todo lo demás (la naturaleza entera) está en función de ellos. Así, las relaciones con la naturaleza infrahumana sólo resultan morales por su incidencia en las relaciones sociales: la sensibilidad actual por los problemas ecológicos, por ejemplo, no proviene tanto de una actitud de respeto a los árboles o las ballenas, sino de la necesidad de asegurar a los hombres actuales y futuros un medio natural adecuado a sus necesidades (incluidas las estéticas). La moral así entendida renuncia, por tanto, a cualquier concepción explícita o implícitame implícitamente nte teológica. No se trata, por usar palabras de Sartre, “de normas escritas en los cielos”, sino de una moral laica cuyo único “absoluto”, si se quiere usar esta palabra, es el ser humano de carne y hueso y sus únicas “leyes” aquellas que aseguren el respeto recíproco, es decir, el reconocimiento del valor de cada ser humano concreto, independientemente de su utilidad instrumental. Sacando las consecuencias de esta concepción de la ética –consecuencias que Kant no sacó en su momento– podríamos dec decir ir que que el el progreso moral consiste en la superación de las relaciones sociales de dominación, entendiendo por tales aquellas en que unos seres humanos utilizan a otros como meros medios en función de sus propios intereses, sacrificando para ello su capacidad de autodeterminación, es decir, su libertad. Desde este punto de vista, los llamados derechos humanos no se reducen a un catálogo de leyes orientadas al reconocimiento meramente jurídico de ciertas prerrogativas individuales (como la libertad de expresión, la libertad religiosa o la igualdad ante la ley, por ejemplo), sino que expresan un modelo –utópico, si se quiere– de organización social. Resulta sintomático que en el uso corriente de esta expresión en nuestros días ocupen un lugar secundario entre tales derechos aspectos tan elementales como el derecho a comer, a recibir asistencia sanitaria o a evitar la explotación del trabajo. Los derechos humanos resultan teñidos de una connotación idealista CLAVES
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–también una herencia ilustrada– que los reduce al ámbito jurídico-legal, hasta el punto de que pueden coexistir con situaciones de miseria y explotación generalizada. Parece que mientras el miserable no sea sometido a censura de prensa y se le garantice el derecho al habeas corpus sus derechos humanos están a salvo… El progreso moral
Después de estas precisiones acerca de los conceptos de historia, de progreso y de moral podemos entrar directamente en la pregunta del título: ¿existe un progreso moral en la historia? O, formulada de otra manera: en lo que llevamos de historia, ¿hemos avanzado en la construcción de modelos de sociedad que reconozcan los derechos humanos? Sin caer en la pretensión de dar una respuesta global y definitiva a la pregunta, quizá se puedan intentar algunas reflexiones acerca de ella. A medida que el número de seres humanos aumenta y la historia se hace más compleja, aparecen nuevas formas de realizar lo que podríamos llamar el bien y el mal. Junto con la conquista histórica de nuevas formas de asegurar el desarrollo integral de los seres humanos en el campo de la salud, la educación o los derechos políticos, por ejemplo, surgen maneras antes desconocidas de dominación y destrucción de la humanidad. La Alemania nazi constituye el ejemplo más acabado de la coexistencia de uno de los modelos de sociedad más avanzados avanzados en el plano científico y cultural con formas de barbarie inimaginables en un siglo en que se suponían superadas las atrocidades de los momentos oscuros de la historia. Las dos caras del progreso científico y tecnológico progresan al mismo ritmo: los antibióticos y las armas nucleares, los nuevos medios de transporte y la agresión al medio ambiente, la cirugía y las nuevas técnicas para matar. Y lo mismo sucede en el plano sociopolítico: los derechos del ciudadano coexisten con nuevas formas de explotación del mundo subdesarrollado, las libertades civiles con la manipulación científica de la opinión pública. Sin embargo, existe una diferencia significativa entre ambos tipos de progreso. Mientras lo que hemos llamado el mal sólo se desarrolla cuantitativamente, cuantitativamente, el avance del bien presenta novedades cualitativas. Nada radicalmente nuevo se ha inventado en la agresión a los derechos humanos: desde que tenemos noticias de la historia han existido las guerras, los asesinatos, las violaciones, la explotación del trabajo ajeno. Las únicas novedades en esNº96
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te campo son de carácter instrumental. Nuevos medios técnicos se han aplicado a convertir las relaciones humanas en relaciones de dominación. Si en la antigüedad se mataba por medios artesanales, hoy esa tarea se confía a sofisticadas tecnologías; si el Imperio Romano imponía el pago de tributos a los territorios dominados, hoy la ingeniería financiera obtiene resultados mucho más rentables sin necesidad de coacciones físicas; si la manipulación de la opinión pública en la antigüedad se con-
fiaba a las religiones y sus sacerdotes, hoy han tomado su relevo los medios masivos de comunicación. Cambios importantes, sin duda, pero que no dejan de ser instrumentales, en la medida en que están orientados a establecer esas relaciones, tan viejas como la historia, que Kant describía hace dos siglos como la utilización de los seres humanos como meros medios al servicio de los propios intereses. El bien, sin embargo, muestra cambios cualitativos a lo largo del tiempo: no 37
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se entiende por bien lo mismo que antes. El concepto de derechos humanos ha ampliado su comprensión hasta límites imposibles de imaginar en otras épocas incluso por personas de indudable sensibilidad moral. Platón o Aristóteles nunca hubieran podido comprender que los derechos del ciudadano se extendieran a los esclavos, ni Kant que las mujeres gozaran de las mismas prerrogativas sociales que los hombres. Aunque la modernidad no haya logrado realizar sus sueños ecuménicos de paz y fraternidad hay que reconocerle el mérito histórico de haber postulado la universalidad como una de las notas esenciales de la razón humana. Incluso en sociedades primitivas se han respetado los derechos humanos: pero, eso sí, restringidos al propio clan, la propia clase social o el propio sexo. Recordemos que la democracia griega, por ejemplo, excluía de la isonomía a los esclavos, los metecos y las mujeres, es decir, a la mayoría de la población. La extensión a todos los seres humanos de esos derechos restringidos a un grupo es patrimonio del pensamiento ilustrado, aunque puedan encontrarse precedentes más remotos, como en la filosofía estoica. Aun cuando este patrimonio exija más matices de los que podemos desarrollar aquí, ya que el concepto de universalidad moderno sigue atado a una concepción etnocéntrica de razón, incapaz todavía de asumir la diferencia. El concepto de derechos humanos se desarrolla, por tanto, en dos sentidos, coincidentes con las dos formulaciones del imperativo kantiano mencionadas más arriba. Por una parte, se abre paso el reconocimiento, al menos teórico, del carácter moralmente inviolable de la autonomía de cada ser humano (lo que Kant llamaba “fin en sí”), cuyo único límite lo constituye la agresión contra la autonomía de otros hombres. En esta línea habría que situar desde la abolición de la esclavitud hasta el reconocimiento del derecho a la libre elección de preferencias sexuales. Por otra parte, se empieza a comprender que este reconocimiento no admite exclusiones basadas en diferencias empíricas como el sexo, la raza o el lugar de nacimiento (la universalidad kantiana). Cambia así el concepto mismo de moral, vigente durante muchos siglos, según el cual los derechos estaban en función del grupo de pertenencia del sujeto y no eran atribuibles, por tanto, a la condición humana en cuanto tal. Este cambio bien merece el nombre de cualitativo, a diferencia del progreso en las formas de dominación de que hemos hablado antes. 38
Volvamos a la cruda realidad. ¿Significa esto que podemos dar una respuesta claramente afirmativa a la pregunta por el progreso moral en la historia? Nada permite un optimismo tan radical. No sería la primera vez en la historia que la “razón instrumental” se impone sobre la “razón de fines”, que lo cuantitativo absorbe lo cualitativo. Si bien es verdad que el concepto de derechos humanos que hoy comparte la enorme mayoría de los ciudadanos es infinitamente más amplio y comprensivo que el vigente hace sólo un siglo, también lo es que la tecnología de la destrucción y la dominación de la humanidad ha alcanzado una eficacia nunca vista en la antigüedad. Aun cuando haya terminado la psicosis de la guerra fría, no está de más recordar que aún siguen operativos arsenales nucleares capaces de destruir varias veces el planeta. Y, sobr sobree todo todo,, que no aparec aparecen en vías de solución al problema más grave de nuestro tiempo: la sistemática exclusión de la mayor parte de la humanidad de los beneficios de la civilización. Mientras el desarrollo de un sector proporcionalmente pequeño de las naciones alcanza límites nunca vistos y continuamente superados, un continente casi entero está condenado al hambre, a la enfermedad y a las luchas tribales, y millones de seres humanos en todo el mundo (incluso en el mundo desarrollado) no pueden ejercer sus derechos humanos más fundamentales fundamentales,, como el derecho a comer o a cuidar su salud. Y todo ello en una progresión creciente, de tal modo que ambos mundos no sólo aumentan la distancia que los separa, sino que el número de los marginados crece mucho más rápidamente que el de aquellos que han recogido los beneficios de la historia. Según el Informe sobre Desarrollo Humano del programa de la ONU para el desarrollo, de 1996, una cuarta parte de la humanidad vive hoy peor que hace 15 años y “el crecimiento económico ha fracasado para dos tercios de la humanidad”. “Si se mantienen las tendencias”, dice el informe, “la disparidad económica entre países industrializaindustrializados y en desarrollo pasará de lo injusto a lo inhumano”. Se podrá aducir que esta distancia entre ricos y pobres siempre ha existido, y en algunas sociedades de modo más sangrante que en la actualidad. Sin embargo, existen al menos dos razones para diferenciar nuestra época de tiempos anteriores. La primera consiste precisamente en el aumento de la distancia entre la conciencia moral de la humanidad y sus resulta-
dos prácticos. Las desigualdades eran consideradas “naturales” en tiempos pasados y, por tanto, ajenas a la decisión de los hombres. Aristóteles no necesitaba siquiera defender la esclavitud, que era considerada como parte de un orden natural inmutable, semejante al que rige las relaciones entre las especies animales. Y más adelante la estructura social se legitimó en nombre de designios divinos que otorgaban a cada individuo y a cada estamento su lugar en el conjunto de la sociedad. No fueron pocos quienes encontraron en la Biblia los fundamentos de la existencia de esclavos. Fue un mérito del pensamiento ilustrado la progresiva desacralización de este modelo, de tal modo que la organización de la sociedad quedaba confiada a una razón humana autónoma y, por tanto, privada de una legitimación situada más allá de las fuerzas de hombre. Pero un mérito que bien pronto mostró su debilidad en la efectiva realización de sus aspiraciones universalistas. La segunda razón que no permite una visión ingenuamente optimista de la situación actual consiste en que la humanidad posee, por primera vez en la historia, los medios técnicos necesarios para superar esta nueva barbarie, sin que se observen signos de que esos medios se pongan en práctica. El espectacular desarrollo de la ciencia y la técnica se redu jo a una un a mínima m ínima parte de la humanidad: sólo la industria armamentista tuvo una difusión universal, mientras la tecnología de los alimentos o de la salud se orientaron más a satisfacer una demanda de consumo con exigencias cada vez más sofisticadas que a solucionar el problema del hambre y las enfermedades endémicas. Hasta no hace mucho tiempo, la miseria de grandes masas de población era probablemente una consecuencia inevitable de la escasez de recursos; hoy depende en gran medida de la orientación de una política científica a escala mundial. Y de una política a secas que manifiesta nulo o escaso interés por la extensión universal de los logros científicos y técnicos y, por consiguiente, de los derechos de la humanidad en su conjunto. El proyecto de la modernidad
El proyecto ético de la modernidad sigue pendiente de realización. Como hemos dicho antes, el pensamiento ilustrado introduce un concepto de moral radicalmente nuevo (expresado en su forma madura en la filosofía kantiana) en la medida en que es capaz de sintetizar las categorías de autonomía y universalidad, CLAVES
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liberando a la ética de sus servidumbres metafísicas y teológicas y reconociendo el valor absoluto de cada ser humano, independientemente de sus atributos empíricos. Y ha logrado, después de dos siglos, que esta concepción universalista de los derechos humanos vaya penetrando, lentamente y con numerosas contradicciones, en el sentir común del ciudadano de a pie. Los derechos de la mujer, la tolerancia ideológica, los movimientos de solidaridad con el Tercer Mundo, el respeto por las minorías, la aceptación de la homosexualidad, la libertad de expresión, la exigencia de democratización del poder, el rechazo del racismo y la xenofobia, constituyen ejemplos de valores éticos que hasta hace apenas un siglo eran patrimonio de minorías ilustradas y hoy comparten, al menos en teoría, la mayoría de los ciudadanos en muchos países del mundo. En este sentido puede hablarse de un progreso cualitativo de la moral en la historia, aun cuando haya que introducir muchos matices en cuanto a la efectiva vigencia práctica de estos cambios ideológicos. Sin embargo, y como ha sucedido tantas veces a lo largo del tiempo, este progreso moral ha debido enfrentarse con las articulaciones del poder. Desde los Nº96
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primeros años de la Revolución Francesa los derechos humanos universalmente proclamados han entrado en colisión con intereses particulares y de grupo, de tal modo que su realización práctica en la historia no ha seguido el mismo proceso que su postulación teórica. El hecho de la dominación, como patología del poder, ha encontrado en los avances de la razón instrumental nuevos medios para imponer la fuerza cuantitativa de las nuevas formas de destrucción y opresión a ese progreso cualitativo de la moral de que hemos hablado. Y en este campo sería imposible cualquier intento de medir la “cantidad de bien y de mal” en la historia. La ilustración, en efecto, ha estado marcada por un enfoque sesgadamente teórico: el idealismo tuvo el mérito de poner en cuestión los fundamentos metafísicos que legitimaban el antiguo orden social, pero no fue capaz de descubrir su dependencia de las condiciones económicas y políticas que constituyen el sustrato del que se nutren las ideas. Marx vio claramente las consecuencias de este divorcio entre teoría y praxis, entre “razón especulativa” y “razón práctica” y, en este sentido, la recuperación de buena parte de su pensamiento sigue siendo una asignatura pendiente, más allá del fracaso de
las concreciones históricas que se intentaron a su amparo. Los nuevos dioses del mercado y la competitividad han mostrado ya su impotencia para armonizar el desarrollo económico con la universalización de los derechos humanos: la brecha creciente entre opulencia y miseria constituye una consecuencia necesaria del liberalismo económico y no sólo un subproducto transitorio. Optimismo y pesimismo
Probablemente los conceptos de optimismo y pesimismo no sean los instrumentos más adecuados para responder a la pregunta que nos ocupa. Si renunciamos a cualquier metarrelato explícita o implícitamente teológico y nos conformamos con una modesta concepción de la historia como construcción humana, no podemos pedir garantías al futuro, así como tampoco refugiarnos en un catastrofismo paralizante. La polémica entre apocalípticos e integrados revela actitudes psicológicas diversas antes que evaluaciones razonables de la realidad. Sin embargo, como decía Ortega, más allá de las ideas que uno tiene existen las creencias en que uno está. Y en este sentido se podría recoger del pensamiento ilustrado un componente todavía vivo que permite postular –no 39
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demostrar– un cierto optimismo, un cierto principio-esperanza que si no puede recibir el calificativo de racional, al menos puede ser considerado como razonable. Se trata de la creencia en las posibilidades de la razón humana, que si bien ha perdido el ingenuo crédito de que gozó en los orígenes de la modernidad, puede seguir mereciendo un modesto voto de confianza para quienes nos negamos a asumir el fin de la ilustración y el nacimiento de una posmodernidad en la que “todo vale”. Pese a sus ambigüedades y a su limitada eficacia, el cambio cualitativo que se ha producido en los últimos años acerca del contenido de los derechos humanos es de la mayor importancia. El hecho de que ese concepto haya ampliado su comprensión no sólo para un grupo de intelectuales sino para enormes capas de población permite esperar que las situaciones de miseria y opresión sean consideradas por buena parte de la opinión pública como situaciones irracionales que exigen ser superadas. A quien esto le parezca poco debería recordar que en el pasado muchas de las injusticias que hoy nos indignan (como la esclavitud, la miseria del Tercer Mundo, la discriminación de la mujer o las manifestaciones de racismo) eran consideradas como naturales, cuando no de origen divino, por esos mismos sectores de población. Muchas familias normales de clase media no encontraban objeciones morales a la compra y venta de esclavos negros hasta hace poco más de cien años y en uno de los países más avanzados de la tierra. Y si bien todos sabemos las enormes limitaciones que encuentran la conciencia moral cuando debe enfrentarse a la razón instrumental del poder, también nos enseña la historia que las contradicciones entre el pensamiento y la realidad suelen producir cambios importantes. De hecho, muchos de estos cambios se están produciendo a un ritmo creciente en determinados sectores de los países desarrollados, mientras que en zonas deprimidas que hasta hace pocos años se resignaban calladamente a su destino surgen, con mejor o peor fortuna, movimientos que exigen el reconocimiento de sus derechos elementales, superando un fatalismo de siglos. Y, lo que es más importante, se comienza a comprender que hoy es posible lo que antes era una mera aspiración carente de fundamento en la estructura económica. Las razones de la guerra y la opresión quedan cada vez más claramente en descubierto, perdidas sus legitimaciones en el orden natural o en la escasez objeti40
va de recursos. Y ya sabemos la importancia que tienen las legitimaciones ideológicas en las estructuras sociales. Claro está que a estos signos se pueden oponer otros de significado contrario. El resurgimiento de fundamentalismo de todo tipo, los nacionalismos excluyentes, las nuevas formas de racismo y xenofobia, las recientes guerras de religión. Todos ellos equitativamente repartidos entre el Oriente y el Occidente, el Norte y el Sur. Y,, en el plano ideológico, la paulatina im Y posición del pensamiento único como legitimación de un nuevo orden mundial orientado a excluir de la historia a más de la mitad de los habitantes del planeta. En cualquier caso, estamos lejos de ese fin de las ideologías que se pretendió fundamentar en un fin de la historia nacido a su vez de una ideología que había caído en la peor ilusión en que puede caer una ideología: no ser consciente de sí misma. Más bien parecen darse las condiciones para nuevos conflictos que no podemos prever sino al precio de recaer en una concepción teológica de la historia, convirtiéndola en un nuevo metarrelato cuyo desenlace conociéramos por anticipado. Si todo esto conducirá a una progresiva generalización de los derechos humanos o la historia terminará cerrándose sobre sí misma y convirtiendo la moral en privilegio de una minoría de la humanidad es cosa que sólo el paso del tiempo puede responder. Pero, sin necesidad de compartir el optimismo hegeliano, nada nos impide confiar en que la astucia de la razón pueda encontrar caminos para avanzar hacia lo que constituye su nota más característica: la universalidad.
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Augusto Klappenbach es catedrático de filosofía de Instituto. CLAVES
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e puede constatar como un hecho fácilmente comprobable que la Telefobia constituye una de las escasas unanimidades que se dan en el pensamiento finisecular. A pesar del tribalismo multicultural que divide y segmenta los diversos estilos de pensar que pueblan el bazar cognitivo de la posmodernidad, todas las voces se hacen eco del mismo timbre de alarma, alertando contra la ominosa amenaza que temen del Mundo TV. ¿Cómo es posible que a derecha e izquierda, conservadores y progresistas, académicos e iletrados, jovenzuelos y grandes damas, profetas e iconoclastas, gacetilleros y moralistas, dirigentes o subordinados, coincidan todos por igual en que la televisión es políticamente incorrecta, culturalmente ilegítima y estéticamente odiosa? Por lo demás, al hacer análisis de audiencias se constata igualmente que el león no es tan rampante como lo pintan, pues, a pesar del discurso telefóbico que nos domina, los consumidores se exponen sin especial protección a dosis masivas de atención televisual. De modo que cabe sospechar la común aceptación de una generalizada ambivalencia moral que permite compaginar las protestas virtuosas de militancia telefóbica con la práctica clandestina de la más viciosa telefilia. Del dicho al hecho reza un buen trecho, reza el refrán, y nunca parece tan cierto como en el Mundo TV, donde se evita confesar el nuevo vicio solitario que cuanto más se práctica más se finge despreciar despreciar.. Cabe sospechar así de la mano de Freud que la Telefobia es un superego represor encargado de inhibir las pulsiones libidinales centradas en el Objeto-TV que demanda nuestra inconsciente perversidad polimorfa. Pero también puede ser tomada como un foucaultiano pan panópt óptico ico de transparente omnivisión, que permite vi gilar y castigar castigar aa todos los cuerpos sujetos
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al dispositivo estratégico del Mundo TV. Y si proseg proseguimos uimos con los teóri teóricos cos de la sospecha, pronto advertiremos de la mano de Nietzsche que el filisteísmo burgués necesita aborrecer con castrado resentimiento la villana bajeza de la pujante TV, a fin de ostentar con pretencioso esnobismo advenedizo su más conformista candidatura a ser admitido en la bienpensante sociedad. Lo cual conduce a Marx, reconociendo en la Telefobia la ideología dominante que alimenta la falsa conciencia de las clases subordinadas, induciendo su autodesestima y autodescalificación masoquista: nos gusta el Mundo TV, ergo no valemos mucho ni tenemos derecho a nada. Pero ¿por qué parece tan ilegítimo el Mundo TV, hasta el punto de erigir a la Telefobia en la ideología políticamente correcta por antonomasia? Consideremos ante todo las razones alegadas por la retórica telefóbica, antes de intentar deducir cuáles son sus beneficiarios últimos y sus posibles motivaciones ocultas. Para ello puede seguirse el esquema propuesto por Albert Hirschman Hirschman en su ensayo La retórica de la reacción (traducido como Retóricas de la intransigencia), que identifica las tres falacias argumentales (o figuras retóricas dialécticamente malévolas) que constituyen el arsenal discursivo esgrimido por el pensamiento conservador para oponerse al cambio social: son la futilidad, la la perversi perversidad yy la peligrosidad dad la peligrosidad (jeopardy)1. La retórica de la futilida la futilidad d sostiene sostiene que los cambios sociales sólo son aparentes pero no reales, y admite diversos grados, desde la simple acusación de superficialidad ociosa o frivolidad gratuita, que por su misma inanidad resulta menospreciable como inocua e inofensiva, hasta las más serias imputaciones de maquiavelismo, tergi-
1 Albert Hirschman: Retóricas de la intransigencia, FCE, México, 1991.
versación y duplicidad que, al estilo de Lampedusa, pretenden que si algo cambia es sólo para ocultar que todo sigue igual. Aplicada Aplic ada al Mundo TV, TV, la primera variante de la retórica de la futilida la futilidad d sostiene sostiene que, en realidad, el planeta audiovisual no es más que un bluff, pura filfa, mera mascarada de cartón-piedra sin ninguna entidad propia ni consistencia interna, que sólo puede lograr seducir con sus pueriles espe jismos de pacotilla circense a los espectadores más crédulos e inexpertos: es decir, a los menos críticos e informados. Es la retórica telefóbica de la Caja Tonta, que acusa al Mundo TV de irracionalismo y falta de sentido, cuando no de imbecilidad, grosería y regresión a la infancia, de acuerdo a la secuencia culo, tetas, pis y caca caca.. Con ello, esta retórica demuestra ser heredera de siglos de desprecio elitista por el burlesco vulgarismo de la cultura popular, tal como apuntó Mijaíl Bajtin en su célebre ensayo sobre Rabelais y el espíritu paródico del transgresor carnaval. Pero enseguida se va más allá y, contradictoriamente (pues una entidad no puede ser a la vez fútil y eficaz), se acusa al Mundo TV de abrigar segundas intenciones ocultas, como si su oligofrénica irracionalidad aparente no fuese más que una maquiavélica estratagema que busca como objetivo secreto embrutecer o cautivar al confiado telespectador. Es la retórica del maquillaje cosmético y la manipulación subliminal, que entiende el Mundo TV como una pantalla distractiva de camuflaje estupefaciente y embrutecedor: puro entretenimiento decorativo en realidad destinado a lavar el cerebro de sus víctimas, obligándolas a obedecer la voluntad del persuasor oculto con el señuelo excitante de cualquier baratija sensacionalista. Aquí nos hallamos ante la sobrevivencia contemporánea de la vieja requisitoria de Juvenal o Cicerón contra el panem et circenses de circenses de la antigüedad clásica, 41
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después recreado entre nosotros por el panfleto dieciochesco del Pan y toros, que erige al Mundo TV como el nuevo opio del pueblo denunciado por Marx. La segunda retórica reaccionaria de Hirschman se basa en la tesis de la perversidad, que sostiene la inevitable aparición de consecuencias no queridas, de naturaleza perversa o contraproducente, como colateral efecto secundario de todo cambio social, por bienintencionados que sean sus promotores. Pues bien, de igual modo, la vigente Telefobia también emprende una cruzada en toda regla contra los inevitables efectos perversos que perversos que se derivarían de la exposición permanente al influjo del Mundo TV, con total independencia de las legítimas intenciones que animen a sus responsables. Interviene aquí la perniciosa metáfora de la enfermedad que denunció Susan Sontag, pues si la Telefobia hace del Mundo TV una pa42
tología es porque entiende que su consumo desencadena la creación emergente de una catarata de imprevisibles y futuros efectos secundarios cuya secundarios cuya naturaleza es eminentemente reactiva o yatrogénica, en la medida en que sólo surgen como consecuencia creada por el abuso de su administración. En este sentido, el sumario de efectos secundarios perversos que se atribuyen al Mundo TV parece inagotable, pues cada día los airados investigadores sumariales se atribuyen la patente del descubrimiento de nuevos efectos secundarios, cada vez más insidiosamente perversos. Entre los más conocidos destacan, por supuesto, el contagio del consumismo superfluo y ostentoso, la inoculación de la violencia infantil o adolescente y la propagación de epidemias sociales como la Moda (con su secuela de anorexias y bulimias), el Sexo (induciendo su prematura transmisión
precoz), las Drogas (a las que se presenta con el atractivo prestigio de la romántica transgresión) y el Rocanrol (como primera línea de ventas de la industria del entretenimiento). Y toda esta catarata de efectos perniciosos sospechados por la vigente Telefobia puede resumirse en la imputación de dos grandes patologías que se derivarían como ineluctable subproducto de su consumo. Ante todo, la mimética macrodifusión por microcapilaridad osmótica de cualquier agente patógeno que circule por la red global del Mundo TV, según el ejemplo de que, cuando se transmite la imagen de un suceso morboso, automáticamente se incrementa la probabilidad de que su ejemplo se extienda. Y después, la propia adicción invencible al consumo audiovisual, que por contagio se contrae al adentrarse en el Mundo TV. Son las dos grandes metáforas de la tela de araña, cuyo ejemplo es la red de acequias y alcantarillas que distribuyen por toda la ciudad las peores infecciones insalubres, y del caramelo envenenado que se regala a la puerta del colegio, generando en los niños indefensos su dependencia de por vida del audiovisual vicio maléfico. Llegamos así a la tercera figura retóri peligrosidad sidad (o jeoca de Hirschman: la peligro pardy,, que suele traducirse equívocamente pardy por riesgo). Esta imagen fóbica esgrimida por el conservadurismo reaccionario pretende alertar contra la posible destrucción de los derechos adquiridos, las conquistas acumuladas o los logros alcanzados que amenaza con derivarse de la introducción o el predominio de los cambios. Así que esta figura se contrapone a la anterior, pues si la tesis de la perversidad profetizaba la posible creación de males futuros, la tesis de la peligrosidad alerta contra la posible pérdida de bienes pretéritos bienes pretéritos que que todavía se conservan en el presente pero cuya continuidad está amenazada por el peligroso impacto del cambio revolucionario. ¿Cuáles son los bienes pretéritos dignos de conservarse que están amenazados de destrucción por el impacto del Mundo TV? Si prestamos crédito a las denuncias proféticas formuladas por los más apocalípticos apóstoles de la Telefobia, como puedan ser Bourdieu2 o Sartori3 entre los más recientes, prácticamente no hay valor humano que no esté peligrosamente asediado
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Pierre Bourdieu: Sobre la televisión, Anagrama, televisión, Anagrama, Barcelona, 1997. 3 Giovanni Sartori: Homo videns, Taurus, Madrid, 1998.
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por la irrupción de la corriente audiovisual que amenaza con inundarlos. Pero, en particular, existen ciertos bienes muy significativos y valiosos que son los que qu e más expuestos parecen al peligro de regresión, decadencia o aun extinción, padecido por obra del ominoso Mundo TV. Y entre tales valores precarios que estarían en peligro por su inerme indefensión destacarían cuatro como los más preocupantes: la autoridad educativa, la legitimidad institucional, el civismo pluralista y el racionalismo crítico. No hay aquí lugar para extenderse demasiado, pero los profetas telefóbicos sostienen que el Mundo TV amenaza con hundir en el descrédito a todas las figuras morales revestidas de autoridad educativa, desde profesores y maestros escolares hasta padres y madres de carne y hueso. La familia y la escuela son instituciones educativas que estarían perdiendo a marchas forzadas su competencia pedagógica al verse ampliamente desbordadas por el pernicioso sabotaje de la influyente televisión. De ahí el creciente fracaso de los procesos de emancipación juvenil, pues en ausencia de suficiente autoridad educativa, los jóvenes se revelan incapaces de madurar como adultos. Pero es que no sólo se trata de las ins-
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tituciones encargadas de formar a los menores de edad para que aprendan a emanciparse. Además, todo el resto de instituciones sociales, como el arte, el trabajo, el derecho, la ciencia o la cultura, están cayendo en la deslegitimación y el descrédito, con su prestigio y su autonomía moral cada vez más arruinados por efecto del poder corrosivo y disolvente que sobre ellas ejerce el Mundo TV. Y al decir de la Telefobia, entre estas instituciones afectadas por la inundación audiovisual destaca la política, especialmente la cultura democrática, cada vez más deslegitimada. Yaa no se trata sólo de que las institu Y ciones políticas (como los partidos, la justicia o el Parlamento) se desprestigien a ojos vistas, conforme su ejecutoria es transmitida en directo por las pantallas domésticas. Lo cual demuestra que a la política posmoderna le sucede como a los vampiros, que no resisten la transparencia a plena luz del día. Pero es que, además, también el propio civismo pluralista se está perdiendo. Los ciudadanos se despolitizan y ya no quieren saber nada de la cosa pública, haciéndose apolíticos o cayendo en el cinismo político ante el grave descrédito que sufre la democracia teledirigida. Y el debate público se escamotea, pues
el mimetismo que reina entre todos los canales generalistas (consecuencia de su feroz competencia por las mismas audiencias masivas) reduce la pluralidad de los contenidos a un solo mensaje unánime, con lo que el pluralismo político e ideológico es suplantado por una especie de inconsciente censura monocolor monocolor.. Para la Telefobia, en suma, el pensamiento crítico se ve sustituido por una suerte de conformismo escéptico pero tibio, complaciente y permisivo, que no tiene ningún inconveniente en comulgar incrédulo pero divertido con cualquier rueda de molino. Así es como el principio del placer, que rige la lógica de la gratificación espectacular, anula el principio de realidad, que debiera regir la lógica del racionalismo. Y donde mejor se advierte el peligro de destrucción que corre el pensamiento racional es en el futuro que aguarda a la virtud cultural que constituía su mejor garantía, que es el hábito lector. En efecto, se dice que la lectura está degenerando,, si es que no extinguiéndose, degenerando al ser suplantada su práctica frecuente por el abuso audiovisual. Y como la lectura de textos entrena en el ejercicio de la argumentación lógica, el dejar de leer, o el reducir la lectura al mínimo, no puede me-
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nos que destruir las reservas acumuladas de pensamiento argumentativo, racional y crítico. Por eso, en la fobia del vacío lector reside el núcleo central de la retórica de la perversidad que esgrime la Telefobia, pues en ella se acumulan y resumen todos los demás peligros de destrucción que sufren las demás instituciones amenazadas por el impacto del Mundo TV. Al efecto se alega que tanto la educación como la cultura, el pensamiento y el civismo exigen constancia lectora, lectura frecuente y lectores consumados: algo que el Mundo TV amenaza con hacer imposible. De ahí que sea ésta la principal pieza acusatoria que la Telefobia formula para cerrar su alegato. Lo cual resulta ciertamente paradójico, si es que no absurdo e irónico. Pues debe recordarse que allá por el siglo XVIII, cuando estalló la llamada revolución lectora, éstos mismos eran los argumentos retóricos que esgrimían los moralistas reaccionarios para oponerse a la por entonces inminente generalización del vicio lector. También aquella época dio por sentado que la fiebre lectora, que impulsaba a devorar la Pamela de Richardson, el Werther de Goethe o La nueva Heloísa de Rousseau, era igualmente fútil igualmente fútil , perversa y peli peli grosa.. Así que se repite la historia, aunque grosa sea en forma tragicómica, pues la Telefobia parece una bien triste heredera de aquella ilustrada fobia antilectora. Esto aconseja interrogarse sobre los móviles ocultos que impulsan la Telefobia: ¿qué beneficios procura a sus airados promotores? Parece lógico pensar que todos los escribas letrados comparten el mismo interés común en defender sus privilegios gremiales, que sospechan amenazados por el intrusismo int rusismo del Mundo TV. De ahí que aprovechen cualquier púlpito a su alcance para difundir su profética denuncia, intentando encender las pasiones en defensa de su cruzada cru zada telefóbica. Es lo que ya mucho antes propuso por ejemplo Savonarola en la Florencia renacentista, con su retórica de la futilid futilidad, ad, la perversidad perversid ad yy la la peligro peligrosidad sidad que que encerraba el Carnaval, hasta lograr censurarlo a perpetuidad. Y lo mismo pretendió después en España la Ilustración dieciochesca, al perversas y peligrosas las prohibir por fútiles por fútiles , perversas y peligrosas las Corridas y las Comedias (poniendo como peor ejemplo los sainetes casticistas de Ramón de la Cruz). Pero si bien parece explicable que los intelectuales reaccionen con ataques de pánico ante el impacto del Mundo TV, no lo parece tanto que los espectadores les crean y avalen sus razones, dado el descrédito en que han caído los maestros pensadores . Si hoy los intelectuales 44
han perdido casi toda su autoridad moral, y sólo predican en el desierto sin nadie que les atienda, ¿cómo explicar que su cruzada telefóbica haya tenido tanto éxito? La interpretación más prosaica explica la Telefobia del público por puro esnobismo arribista. Si se cree que es de buen tono denigrar la ínfima calidad del Mundo TV, pocas voces se atreverán a disentir, arrostrando el riesgo de ser tachadas de incultas, ignorantes u horteras . Es la conocida espiral del silencio que induce la autorrepresión de los disidentes para evitar su ostracismo, según ha propuesto Noelle Neumann4 para explicar la unanimidad de los climas de opinión. Pero reducir la Telefobia al conformista dictado de la corrección política implica simplificar demasiado. Por Por eso parece preferible plantear otra hipótesis algo más compleja, como es la de suponer que la Telefobia implica un caso de profecía de profecía autocumplida. autocumplida. Una vez que se profiere el augurio de que el Mundo TV está fatalmente predestinado a condenarse cayendo en la más abyecta perdición, todos aquellos sujetos agentes o pacientes que presten verosimilitud a la profecía descontarán su cumplimiento por anticipado, adelantándose con sus obras a confirmarlo. Así es como los profesionales del medio se toman en serio su papel de malos de la película y, para hacer honor a él, extreman su celo en producir la más abyecta y obscena televisión-basura, al creer que ése es el único contenido dominante predestinado a circular masivamente por el Mundo TV. Y lo mismo sucede con los espectadores externos, que dan por sentado que la pequeña pantalla sólo puede destilar obscenidad, basura y abyección. Pero de este modo, el Mundo TV resulta etiquetado con un estigma morboso que le reviste con la aureola del vicio pecador, generándose la expectativa de que cuanto peor, mejor . Es Esto to hace que los telespectadores se esmeren en buscar los contenidos más bajos, procaces y obscenos, a fin de confirmar su nefasta expectativa saciando con ello su morbosa sed de mal . Y así, al descalificar el Mundo TV como el gran subproducto maldito, la Telefobia se convierte en una Teodicea obsesiva, que sólo busca confirmar la escatológica profecía de un Mal absoluto, disolvente y profanador profanador.. De este modo, el público soberano mata tres pájaros de un tiro. Por un lado disfruta como un niño (nunca mejor di-
cho, dada la infantil futilidad atribuida al carnavalesco Mundo TV), saboreando con festivo entusiasmo y rabelaisiana fruición los procaces placeres transgresores que parecen exudar las pecadoras pantallas ficticiamente escatológicas. Después se libera de cualquier responsabilidad personal, expropiada por esa gran coartada eximente y absolutoria que es el Mundo TV, monopolizadorr de toda la seductora perversidad polizado que corrompe sin posible resistencia la débil voluntad del inocente telespectador. Y por último encuentra en el Mundo TV una peligrosa cabeza de turco a quien culpar de todo mal que amenace con alterar o al menos desordenar el cambiante orden social. Hacer del Mundo TV el gran dispositivo estratégico que aúna las contradictorias funciones del Carnaval, la Coartada y la Teodicea: éstos son los tres servicios que al respetable público le presta su aquiescencia a la retórica inquisitorial de la Telefobia. Y si además se satisface así su autoestima cultural, su esnobismo arribista y su buena conciencia, miel sobre ho juelas: viva viva el aciago Mundo TV. TV. n
Enrique Gil Calvo es profesor de sociología en la 4
Elisabeth Noelle-Neum Noelle-Neumann: ann: La espiral del silencio, Paidós, Barcelona, 1995.
Universidad Complutense. Autor de El destino: pro greso, albur y albedrío. CLAVES
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DE LA ESPERANZA A LA TRAGEDIA BERL BE RLÍN ÍN 19 1989 89 - KO KOSO SOVO VO 19 1999 99 Conversación con Timothy Garton Ash HERMANN TERTSCH
l 20 de agosto de 1989, Jolion NaegeNaegele, un joven periodista de La Voz de América, observaba con indescriptible emoción la escena que, súbitamente, se le ofrecía en la Narodna Namesti, la gran plaza de Praga que, 21 años antes, se había hecho célebre en todo el mundo como escenario de las protestas ciudadanas contra la invasión soviética de Checoslovaquia. Miles de checos, ellos mismos sorprendidos por su número y por su decisión, se estaban concentrando allí para exigir democracia y manifestar al régimen comunista hasta qué punto estaban hartos de ser súbditos de aquella anquilosada dictadura. Pronto, muchos estaban llorando de alegría al ver que cada vez eran más. Y otros lo hacían probablementee porque percibían que, por pribablement mera vez en décadas, no había el menor atisbo de miedo en las miradas de sus compatriotas. Eran ya una inmensa multitud de praguenses de toda edad, no sólo disidentes como en años anteriores, no sólo intelectuales, no sólo estudiantes. De repente, surgieron entre la multitud decenas de pancartas con un lema que toda la plaza, como una sola voz, comenzó a corear: “¡Svoboda!” (libertad). Ríos de gente fluían hacia la plaza desde las calles adyacentes. La emoción era incontenible y Naegele, que apenas tendría 30 años, dijo entonces una frase que casi todos los europeos habrían suscrito: “Jamás pensé que viviría para ver esto”. Las venerables fachadas de esa gran joya urbana europea que es Praga comenzaron a vibrar con aquel grito tanto tiempo sofocado y en las ventanas se agolpaban los vecinos coreándolo. Desde sus casas, perfectamente identificables. Estaba claro: se había desvanecido el miedo, de una forma repentina y rotunda, cabría decir que increíble, dada la larga tradición de resignación acomodaticia que caracterizó a los checos desde la represión que siguió a la batalla de la Montaña Blanca al principio de la guerra de los Treinta Años, en el siglo XVII.
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El levantamiento husita contra Viena y los jesuitas españoles en 1618 había sido sido la úlúltima ocasión en la que los checos habían luchado unidos como pueblo. De ahí esa imagen del checo nada batallador, pese a que muchos hijos de este pueblo lucharon con fiereza durante la I Guerra Mundial, Mundial, en la guerra civil en la URSS y en batallas posteriores, como Montecasino. “Varsovia fue cien veces destruida, en Praga se han roto pocos cristales en los últimos mil años”, suelen decir los centroeuropeos para definir el tan diferente espíritu nacional de polacos y checos: los polacos, indómitos, siempre héroes de causas perdidas; los checos, pragmáticos antihéroes, como su prototipo, el soldado Svejk. Como muy tarde, aquel 20 de agosto de 1989, cuando los checos, los supuestos Svejks, salían a la calle, se rebelaban contra la fatalidad y se unían así a los pioneros polacos del movimiento de Solidaridad en desacatar la tesis de la inmutabilidad de la división del continente en esferas de influencia, los dirigentes comunistas en toda Europa central y oriental tenían que haberse dado cuenta de que estaban despedidos. El pueblo les condenaba a una jubilación con oprobio. Todo parecía llegar de improviso, como una explosión que nadie, ni los más activos entre los dinamiteros, los disidentes que habían luchado aislados durante décadas, podían prever ni controlar. Y, sin embargo, sí había unos pocos occidentales que asistieron a aquel terremoto histórico con la misma emoción que el joven Naegele, pero sin sorpresa. Entre ellos destacaba un hombre que, combinando su formación académica británica con su cultivado interés por aquella Europa que parecía condenada a mimetizar todos los desastres del comunismo soviético, supo ver muy bien la proximidad del cambio histórico que iba a acabar con los últimos vestigios de las dos grandes guerras mundiales. Era Timothy
Garton Ash, periodista y profesor de política internacional en el Saint Anthony College, de Oxford; incansable viajero, investigador y ensayista, que combina su profundo conocimiento de la historia europea con una larga experiencia sobre el terreno y una capacidad de reflexión y honestidad intelectual muy poco comunes. Garton Ash y yo coincidimos en Praga en aquellos momentos fascinantes que habrían de conmover al mundo antes de cambiarlo profundamente. Ya entonces era poco menos que venerado por los periodistas que nos habíamos volcado en lo que intuíamos –y él ya sabía probablemente con cerc erteza– una revolución que sí merecía ese hoy tan manido título de “histórica”. Nos hemos visto varias veces desde entonces, y este año, poco antes de cumplirse el décimo aniversario de aquel verano milagroso, le he visitado en su casa en el Saint Anthony College. En aquel magnífico ambiente para el estudio que Oxford otorga a sus profesores –también a sus alumnos– tuvimos una larga conversación sobre aquellos tiempos, sobre las expectativas generadas entonces y sobre las realidades que han cristalizado desde entonces. Hablamos de la historia europea de este siglo, convencidos ambos como estamos de que, parafraseando a Churchill, “cuanto más lejos se ve hacia el pasado, mejor se entiende el presente”. Recordamos las ilusiones de antaño en Centroeuropa que en gran medida se han convertido en realidades. Y hablamos de los peligros de las perversiones políticas que también surgieron de este último gran cataclismo político de un siglo trágico para Europa y cuya máxima expresión hemos visto en la guerra de los Balcanes con el trágico y sangriento colofón de Kosovo. Garton Ash coincide en general conmigo en la responsabili responsabilidad dad que recae sobre Occidente por haber ignorado durante tanto tiempo que Slobodan Milosevic no era un dirigente autoritario más de 45
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los muchos que el populismo hizo surgir después de la caída de los regímenes comunistas, sino un dictador electo dispuesto a cometer los peores crímenes contra otros pueblos y el suyo propio con tal de mantener o ampliar su poder. Y hablamos de ese trinomio de “verdad, justicia y perdón” que tanta importancia ha adquirido en esta década en todo el mundo. Por primera vez en la historia se impone en la opinión pública internacional la convicción de que la impunidad de crímenes del pasado en aras de la convivencia en el presente no sólo no es justificable sino acaba siendo contraproducente. Garton Ash ha estado siempre en la vanguardia de la lucha a favor de esta idea. Su libro El expediente ha tenido este año una excelente repercusión en España, donde hasta ahora no se habían producido éxitos editoriales suyos similares a los que ha cosechado en el mundo anglosajón, Alemania y otros países*. En El expediente, Garton Ash hace una magnífica exposición y reflexión sobre las formas de afrontar el pasado, sobre la culpa, el perdón y la justicia, utilizando para ello el expediente que sobre él había elaborado la policía política de Alemania oriental durante una prolongada estancia de estudios en Berlín Este a principios de la década de los ochenta. Garton Ash fue desde un principio un firme defensor de las categorías morales en la política, un crítico implacable de esas escuelas que creen sacar todo lo bueno de El prínci pe, de Maquiavelo, con la sistemática equiparación de los fines, los móviles y los medios de todas las partes en el discurso y el conflicto político. Garton Ash ha sido en este sentido, no creo que me desmienta, uno de los principales representantes en el pensamiento político de una escuela que reacciona contra los reduccionismos morales y los simplismos disfrazados de pragmatismo. Es, pese a su juventud, ya que nació hace tan sólo 44 años en Londres, uno de los más brillantes analistas de la política europea, siempre decidido a enfrentarse a quienes no ven o no entienden las categorías éticas que pueden –o más bien debieran– guiar la política internacional. En su día fue un decidido defensor de un mayor respeto occidental a la pisoteada voluntad de las sociedades de Europa central y una mayor atención a una disidencia tantas veces ignorada por la realpolitik. En los años ochenta, esta postura era fácilmente denigrada y descalificada como “anticomunismo furibun-
* Timothy Garton Ash, El expediente. Una historia personal, editorial Tusquets, 1999. 46
do” por amplios sectores de la intelectualidad europea occidental. Unas semanas antes de asistir en Praga a aquella milagrosa transformación pacífica de un régimen cerrado, dirigido por mediocres ancianos hacia una democracia abierta liderada por un hombre de la categoría moral incontestada como Václav Havel, Timothy Garton Ash publicaba en julio de 1989 un manifiesto firmado junto a dos protagonistas de los cambios en Europa central: el polaco Adam Michnik y el húngaro Janos Kis. En él decían: “Europa tiene hoy en Polonia y Hungría una oportunidad sin precedentes. Es la oportunidad de transformar el comunismo en una democracia liberal. Nadie lo ha hecho antes. Nadie sabe si es posible. Nadie sabe si puede hacerse, como debe hacerse, pacíficamente, a través de la evolución y no la revolución. Muchas son las causas, y la personalidad de Mi jaíl Gorbachov Gorbachov es importante. Sin embargo, embargo, más imimportantes son las crisis económicas crónicas (…) de los países que integran el imperio soviético, el derrumbre general conjunto de la ideología y la confianza en sí misma de la clase comunista gobernante, el impacto cada vez más estrecho de las relaciones con Occidente, el ejemplo único que significa Solidaridad en Polonia y otras formas de oposición democrática y de presión social. En gran medida, el fenómeno Gorbachov es una respuesta a todo esto”.
Consecuente con aquella defensa de la democracia en Centroeuropa en la década de los ochenta, Garton Ash ha pasado toda la década siguiente advirtiendo sobre la falta de lucidez o interés de la política occidental en los Balcanes. Fue de los primeros en hacer el paralelismo entre la política de apaciguamiento de Neville Chamberlain hacia Hitler y la pasividad occidental ante el vendaval de racismo criminal iniciado por Milosevic en 1991. Supo ver el peligro para toda Europa que surgía en Yugoslavia con la política de Slobodan Milosevic de utilizar el nacionalismo como ideología sustitutoria del comunismo titoísta para impedir una reforma democrática análoga a la emprendida en Centroeuropa tras la revolución de 1989. Fue precisamente en aquel año, el 28 de junio, día de San Vito, cuando Milosevic, en una concentración conmemorativa del 600º aniversario de la batalla de Kosovo Pol je entre serbios y otomanos, otomanos, lanzó su gran desafío a las transformaciones democráticas y de tolerancia que surgían en Centroeuropa. Anunció la supremacía racial serbia en Kosovo,, la segregación institucionalizada de Kosovo la mayoría albanesa y su disposición a recurrir a la guerra como medio para “defender los sagrados intereses de la nación serbia”. “Los serbios siempre hemos ganado en la guerra y perdido en la paz”, dijo entonces. Sus compatriotas le creyeron como los alemanes habían creído a Hitler. Dos años des-
pués Yugoslavia ya no existía y comenzaba la primera guerra de Milosevic para ganar lo que supuestamente había perdido Serbia en la paz. Diez años y cuatro guerras después, los serbios han perdido casi todo y su líder, entonces héroe nacional, es un proscrito criminal. Si Europa entera y los serbios en particular hubieran escuchado más a Garton Ash que a Milos Milosevic evic o a los apaciguadores apaciguadores como lord Carrington, mediador a principios de la crisis, se puede asegurar que la situación europea sería hoy radicalmente distinta y varios centenares de miles de víctimas –serbios, croatas, albaneses y bosnios– estarían aún con vida. Si existe una especie de arco histórico entre los años 1914 (principio de la primera gran guerra) y 1989, final de las últimas consecuencias de aquella inmensa tragedia, también existe entre 1989 o 1981, cuando comenzó el proceso que llevó a la revolución en Centroeuropa, y el año 1999, cuando llega a la cima de la tragedia el conflicto de Kosovo. Porque la dramática evolución de los acontecimientos en la antigua Yugoslavia Y ugoslavia durante toda la década de los noventa era una reacción directa al proceso de reformas democráticas en Europa central. En abril de 1999, cuando llovían las críticas contra la intervención de la OT OTAN, AN, Garton Ash defendía la intervención y manifestaba que “el error es no haberla hecho mucho antes. A Milosevic había que haberle parado los pies en el otoño de 1991, cuando envió sus tropas a asediar la ciudad croata de Vukovar; pero nosotros, en Europa occidental, estábamos perdiendo el tiempo en Maastricht. En los años noventa, como en los treinta, una década de apaciguamiento finaliza con una guerra mucho más extendida y peligrosa de lo que podría haber sido en un principio. Pero volvamos al año 1989. No habían pasado tres meses de aquel alzamiento praguense que se autodenominó “la Revolución de Terciopelo” cuando, el 9 de noviembre, llegaba el auténtico milagro, el golpe final que rompía el nudo gordiano de la división europea surgida de la II Guerra Mundial Mundial y en realidad trágica consecuencia final de la primera. Aquella tarde, las desbordadas autoridades comunistas de Alemania oriental, que habían depuesto semanas antes a su máximo dirigente, Erich Honecker, anunciaban la apertura de los puntos fronterizos de paso hacia Berlín occidental. El muro de la vergüenza o el “bastión de protección antifascista”, en terminología oficial de Alemania oriental, que desde el 13 de agosto de 1961 partía la ciudad, separaba familias y simbolizaba la división alemana y, por ende, la europea, pasaba a la historia. Todo el mundo CLAVES
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vio aquel día impensable cómo millones de alemanes lloraban de alegría mientras desmontaban aquella inmensa obra de la arquitectura de la represión y de la guerra fría. Aquel día milagroso, al que siguió la caída del resto de los regímenes comunistas del Pacto de Varsovia, había venido gestándose desde principios de la década de los ochenta. Garton Ash pasó gran parte de aquellos años en la región. Estuvo donde comenzó lo que llama “el regreso a Europa” de los pueblos condenados por Yalta y por Stalin: en unos astilleros bálticos de Polonia, en Gdansk, en agosto de 1980. Allí, miles de trabajadores, unidos como una piña pese a los esfuerzos de la policía política, desafiaban con una huelga al Estado y al Partido Comunista y negaban a ambos legitimidad para defender sus intereses. Garton Ash escribiría escribiría en 1983 un un libro (La revolución polaca: Solidaridad) que aún hoy es valiosísimo para entender aquellos dos años de inmensa trascendencia que van desde el verano de 1980 y la fundación del primer sindicato independiente legal en un país comunista a la implantación de la ley marcial, bajo el mandato del general Wojciech Jaruzelski, en diciembre de 1991. A partir de aquel momento, la evidente impotencia del régimen para recuperar un mínimo de legiNº96
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timidad ante la población llevó al general, como él mismo suele contar, a la convicción de que el ciclo del sistema había concluido. Cuenta Jaruzelski que ya mucho antes de las primeras reuniones con la oposición, en la célebre mesa redonda, él sabía que no había otra salida que el desmantelamiento del sistema. Hay que destacar en su honor, como en el de otros dirigentes comunistas polacos y húngaros, la voluntad que demostraron en buscar fórmulas de transición pacífica hacia un sistema que siempre habían considerado ajeno y hostil. Otros países, como Alemania oriental, Checoslovaquia o Bulgaria, por no hablar de Rumania o Albania, no tuvieron la suerte de contar con líderes tan lúcidos y patriotas. Sobre los fascinantes movimientos tectónicos de la Europa oriental en aquellos años, Garton Ash escribió otros dos libros magníficos, por su reflexión y clarividencia, que son Los frutos de la adversidad, ensayos sobre la suerte de Europa central (1989) y Nosotros somos el pueblo: la revolució revolución n de 1989 observada en Varsovia, Budapest, Berlín y Praga (1990).** ** La edición española de Los frutos de la adversidad (editorial Planeta, Barcelona, 1992), incluye también Nosotros, el pueblo y otros artículos escritos a partir de 1981.
No era 1980 la primera vez que los obreros polacos se habían levantado contra un régimen impuesto en 1948 por Stalin en contra de todas las promesas de respeto a las reglas democráticas. En 1956 y en 1968 se habían producido masivos movimientos de protestas, duramente reprimidas por las autoridades. Esta vez, sin embargo, una serie de factores formaban una constelación política muy distinta. Un año antes, y por primera vez en la historia, un polaco había accedido a la silla de san Pedro. El hasta entonces cardenal Pawel Wojtyla W ojtyla y después después Juan Juan Pablo Pablo II había había roto, roto, nada más entrar en el Vaticano, con la política de apaciguamiento de la Iglesia católica hacia los regímenes comunistas. Después de los violentos conflictos habidos en la posguerra entre la Iglesia y el nuevo poder comunista en Europa central y oriental, Roma había aceptado como tragedia consumada la hegemonía soviética en aquella región y optado por unas relaciones tendentes a paliar las dificultades de los creyentes y el clero en aquellos países, evitando para ello en lo posible todo conflicto. Con el Papa polaco llegaba al Vaticano alguien que conocía bien la realidad del “socialismo real”, sabía lo que sentían sus compatriotass y los pueblos centroeuropeos compatriota 47
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y que no iba a dejarse intimidar por las exigencias de respeto a su supuesta legitimidad de unos regímenes que sabía no ya imperfectos, sino, a medio plazo, inviables. Y pronto comenzó a hacer valer su inmensa influencia en su patria para extender el mensaje de que la historia no había quedado sellada en Yalta. Coincidió con que había llegado a la Casa Blanca un presidente, Ronald Reagan, que, desde un anticomunismo mucho más ideológico, coincidía plenamente en el diagnóstico. Como cuenta Vernon Walters, embajador especial ba jo Reagan, nada más instalarse en Washington, el presidente, poco dado a disquisiciones intelectuales, hacía muchas veces una pregunta a sus interlocutores: “¿En qué ganamos a la Unión Soviética?”. Por supuesto, no en armas nucleares ni en tropas ni en población. Sí en dinero. “Luchemos entonces contra ellos con dinero. Éste es el origen de una inmensa operación de la que formaba f ormaba parte la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), también conocida como la guerra de las galaxias. Se trataba de llevar a la URSS a una carrera que agudizara primero todas sus carencias, de jara exangüe al sistema y acabara demostrando a las poblaciones de aquellos países, y a las propias élites dirigentes, la superioridad de la democracia occidental y de la economía libre de mercado. Entonces empezó un nuevo pulso en una nueva fase de la guerra fría que, al contrario que la carrera armamentista en la era nuclear,, sí podía ser ganada. Al menos eso nuclear pensaban los dos líderes occidentales más influyentes: Reagan y el Papa. Cuenta Vernon Walters que cuando se dio el pistoletazo de salida en esta carrera hacia la quiebra del sistema soviético, Reagan le encomendó entrevistarse regularmente con el Papa para explicarle la evolución de acontecimientos, pero sobre todo para evitar que Juan Pablo Pablo II hiciera una crítica pública al vertiginoso aumento de los gastos militares norteamericanos. Reagan temía que una condena del Papa a esta política de masivas inversiones militares en detrimento de gastos sociales y cooperación internacional reforzara a aquellos sectores, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, que podían acabar siendo un masivo frente contra sus intenciones. Algunos países europeos, especialmente la República Federal de Alemania, tenían una opinión pública abiertamente enfrentada con esta política de rearme. La presión sobre sus Gobiernos en favor de un distanciamiento de Washington W ashington no habría hecho sino crecer con un llamamiento del Papa en este sentido. El objetivo de este fuerte incremento 48
del gasto militar norteamericano era obviamente forzar a Moscú a medida que su economía ya no lo podría soportar. Walters W alters le mostraba mostraba al Papa Papa fotografías fotografías de los satélites espía norteamericanos que muy pocos en los círculos militares y de los servicios de información en Washington conocían. La estrategia surtió efecto. Juan Pablo II, que siempre ha condenado los gastos armamentistas como una perversión a la vista de las necesidades básicas en el Tercer Mundo y entre las clases más desfavorecidas en el Primero, no condenó nunca en aquellos años los presupuestos norteamericanos de defensa. En contraste, en la década posterior, el Vaticano ha sido muy crítico con la política militar norteamericana, tanto en Irak como en otros conflictos. El imperio soviético cayó y los países de Europa central y oriental, con grandes dificultades, muchas imprevisibles en un principio, emprendieron su camino de reformas democráticas. Las diferencias fundamentales entre estos países comenzaron a salir a la luz. Estados como Rumania o Bulgaria, y mucho más Albania, en los que la ya escasa clase media y los círculos intelectuales no comunistas habían sido exterminados u obligados a la emigración después de la guerra, la transición resultaba mucho más difícil y los aparatos comunistas lograron retrasar considerablemente los cambios y capitalizar en gran parte los beneficios de los mismos. En todos se produjo el inevitable debate sobre el pasado, sobre los crímenes cometidos por los regímenes comunistas. En los países donde los comunistas habían emprendido las reformas antes del colapso, Polonia y Hungría, la transición adoptó la fórmula española de la reconciliación basada en una vuelta de página que excluía la persecución de responsabilidades. El máximo defensor de esa línea fue siempre Adam Michnik, un admirador y estudioso de la evolución española en la década de los setenta. Garton Ash no está en esto de acuerdo con su buen amigo polaco. “Creo”, dice, “quee uno de los grandes debates de los no“qu venta ha sido el de la forma de afrontar el pasado. Por un lado, está el modelo alemán de enfrentarse al pasado de todas las formas posibles: apertura total de las fichas y archivos, investigación exhaustiva, comisiones parlamentarias, juicios. Por el otro, está el modelo español de la transición del franquismo a la democracia bajo el lema de “el pasado es el pasado y hay que dejarlo reposar”. Como bien saben nuestros comunes amigos Michnik, Mazowiecki y tantos otros, optaron por el modelo español. Di jeron que habían tenido una revolución
pacífica que no podía dar pie a la venganza. Pienso que aquello no ha funcionado. Yoo creo que España es precisamente la ex Y cepción que confirma la regla. Y creo que la regla es que si no se enfrenta una sociedad al pasado y a la herencia de una dictadura, de alguna forma sistemática y controlada legalmente, siempre volverá el fantasma del pasado. Como sucedió con el nazismo que persiguió a Alemania occidental, como sucede a Francia con Vichy, como las dictaduras del pasado siguen persiguiendo a las sociedades latinoamericana latinoamericanas”. s”. Pese a todo, hoy, 10 años después, Garton Ash considera que la transformación en los países centroeuropeos puede calificarse como “una historia de éxitos” que debe atribuirse a los propios países afectados. Pero es muy claro al criticar a la Unión Europea, porque considera que en ningún momento ha estado a la altura del proceso histórico, ni después de la caída del muro ni ante la crisis de los Balcanes. “A los 10 años de la caída del muro de Berlín, parece haberse desvanecido la visión de una Europa reunificada. Pese a todas las declaraciones en sentido contrario, la ampliación de la UE no constituye una prioridad para nadie. Los Estados miembros no parecen llevar a cabo las reformas necesarias ni a asumir los costos de dicha ampliación. Estos últimos son habitualmente exagerados mientras se subestiman los efectos beneficiosos. La nacionalización de las prioridades de los Estados quedó especialmente clara en la cumbre de Berlín”. El papel jugado por la fuerza de atracción de la UE en la democratización de estos países es difícil de sobrevalorar. Una Europa occidental fraccionada y enfrentada en rivalidades nacionales jamás habría podido ofrecer la esperanza que movió, finalmente, a millones de centroeuropeos a salir a las calles en 1989 a recordar que “también somos Europa”. Por eso, la manifiesta frialdad de los miembros de la UE a acometer la ampliación es un peligro no ya para las asentadas democracias centroeuropeas, pero sí para las mucho más frágiles en los Balcanes. Bulgaria y Rumania, pero sobre todo Albania y todos los nuevos Estados surgidos de la l a antigua Yugoslavia, necesitan del estímulo de la posibilidad de integración para asumir los muchos y dolorosos cambios en sus estructuras políticas y económicas. De no ser así, a nadie debería extrañar que sectores amplios de estos países volvieran de nuevo a depositar sus esperanzas de una vida mejor en la mitología nacionalista y la idea de la tribu que ataca a minorías y vecinos en supuesta defensa propia. Sin rápidos efectos que hagan comCLAVES
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prender los beneficios de su democratización, de la tolerancia con las minorías y de su colaboración con la OTAN y la defensa de la estabilidad en la región, los albaneses y macedonios, pero también otros muchos pueblos de la región, podrían de nuevo girar hacia actitudes peligrosas. Y es necesario que dichos beneficios deben ser palpables a corto plazo. Por eso es tan lamentable que en el fragor de la lucha en defensa de intereses propios, por parte de los Estados miembros de la UE, se pierda siempre la perspectiva histórica que fue, en definitiva, la que guió a los padres fundadores del europeísmo después de la II Guerra Mundial Mundial a buscar buscar en la integración el antídoto definitivo a las hostilidades ancestrales que tanta sangre habían vertido. Las solemnes palabras de bienvenida que Occidente tan prolijamente dedicó a las nuevas y jóvenes democracias no se han visto acompañadas más que de cicateras advertencias sobre las dificultades técnicas de estos países para adoptar el llamado “acervo comunitario”. Y las grandes promesas de ayuda inmediata a los Nº96
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países que en los Balcanes tan lealmente han cooperado con la OTAN durante la intervención armada contra Serbia parecen también perder lentamente actualidad, como si la región hubiera salido del estado de emergencia, lo que, lamentablemente, dista mucho de ser cierto. Garton Ash insiste una y otra vez sobre esta urgencia en buscar rápidos mecanismos de integración tras la guerra de Kosovo y la consiguiente formación, en aquella región, de Estados convertidos en protectorados oficiales u oficiosos. “Esto exige una profunda implicación de Europa en la creación de un sistema de seguridad para toda la zona. Todo ello requiere una decidida acción política, así como una inyección masiva de recursos para reconstruir y asegurar el desarrollo. La guerra de Kosovo”, señala, “debería obligar a Europa a replantearse su futuro. La nueva Comisión Europea, presidida por Romano Prodi, debería impulsar la transformación de una institución (la UE) concentrada en su interior y preocupada especialmente por los asuntos económicos en un proyecto político paneuropeo”.
Occidente no estaba preparada en 1989 para afrontar el desafío que supuso la revolución de 1989 y la transformación de regímenes comunistas en Estados democráticos que demandaban su derecho a integrarse en el gran proyecto de la Unión Europea. Europa no estuvo preparada para hacer frente tampoco al siguiente desafío de quienes, como Milosevic en Serbia, querían mantener un Estado cerrado, agresivo y represor. Las consecuencias han sido inmensamentee trágicas. Ahora, después de la mensament guerra de Kosovo, Europa debería prepararse para otro gran reto, que es la construcción de una amplia zona de estabilidad en los Balcanes. Las tentaciones de hacer papel mojado de las grandes promesas en este sentido, hechas durante la guerra, parecen ser grandes en la UE. Sería el tercer y terrible error y fracaso de los europeos desde la caída del imperio soviético. Y sus consecuencias podrían ser mucho más graves de las ya habidas, con centenares de miles de muertos y miseria por doquier doquier.. Como advierte Garton Ash, “la historia discurre más rápidamente que la política, que a su vez es también más rápida que las instituciones. Las guerras balcánicas y sus consecuencias desbordan cualquier política de ampliación. Apuntan al papel especial de la OTAN y, sobre todo, al de la propia UE en garantizar la paz y seguridad en la región, promoviendo la construcción de naciones-Estado democráticas en los Balcanes. El verdadero éxito de la guerra en Kosovoo sólo puede estar a largo plazo en la Kosov integración de la península balcánica en la Europa desarrollada”. Sin estadistas que sean conscientes de ello y hagan política con mayúsculas para un proyecto común de seguridad y progreso, los fantasmas de los Balcanes nos perseguirán en el siglo XXI con tanto poder para generar inestabilidad, guerra y miseria como lo hicieron en el que ahora concluye. n
es periodista y escritor. Autor del ensayo La venganza de la historia y la novela Cita en Hermann Tertsch
Varsovia. 49
S E M B L A N Z A
GEORGE STEINER ADOLFO CASTAÑÓN CASTAÑÓN
George Steiner Errata. El examen de una vida
Traducción: Catalina Martínez Muñoz Ediciones Siruela Madrid, 1998
l libro Errata. Examen de una vida, de George Steiner (París, 1929), se presenta como una autobiografí autobiografíaa intelectual, es decir, como una historia de las ideas, creencias y pensamientos de una persona. Un modelo de esta suerte de confesión intelectual es el libro Histoire de mes pensées, del filósofo francés Alain (1858-1951) –pensador, por cierto, mucho más influyente de lo que pudiera pensarse–. En Errata, una de las inteligencias críticas más brillantes y mejor educadas del siglo, ensaya una recapitulación del origen de sus valores, de la forma en que fue educado, de la figura y personalidad de sus educadores, en fin, el itinerario –voz de incontestables connotaciones religiosas– seguido durante sus años de aprendizaje. Si “el oficio de pensar se aprende igual que el oficio de herrero”, al decir de Alain, Errata cuenta la historia de cómo ha sido forjado el forjador, retrata a los herreros del herrero, describe esas fraguas de la inteligencia que son los colegios y universidades, pero sobre todo da cuenta de una sucesión de paternidades intelectuales cuyo resultado ha sido la persona-obra llamada George Steiner.
E
Errata. Examen de una vida:
ya el título evoca la cultura editorial, la idea de que la vida es un libro de ensayos cuyo sentido intelectual es la búsqueda de sentido, la historia, en fin, como un texto que es preciso cotejar cote jándolaa contra jándol contra el origina original:l: la la HisHis-
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toria, la verdadera, la historia de la cultura. Entre el testamento y las memorias, el ideario y la autobiografía, Errata mira en parte hacia el pasado de la propia inteligencia, en parte hacia el porvenir de la inteligencia común y compartida. No cuenta la historia de una traición a la inteligencia –en el horizonte, por ejemplo, de un Maurras o de un Benda–, sino la de una lealtad platónica, las aventuras de una alianza fiel entre impulso intelectual y movimiento ético. Errata sugiere que la autobiografía de una inteligencia sólo sabría controlarse a través de la historia intelectual en que ella se inscribe. A su vez, ésta no sabría leerse sin una ayuda, sin una profunda inteligencia de la historia, es decir, del sufrimiento y del horror, de la demencia y la insensatez. Por su voluntad de discusión del mundo para aclarar la propia situación controversial, por su afán de discutir vivamente las ideas que han movido y alimentado una vida intelectual, Errata recuerda también al lector libros como A piece of my mind, de Edmund Wilson (1956), o, más más recientemente y en otro sentido, Mi tesJean GuitGuittamento filosófico, de Jean 1 Jean Guitton: Mon Testament Philosophique, editions Presses de la Renaissance, 275 págs. Mi testamento filosófico, 207 págs. Traducción de Beatriz Gerez
Kraemer, ediciones Encuentro, Madrid, 1998. Pocos libros tan intelectualmente apasionantes como éste de Jean Guitton (1901-1999), autor de una vasta y profunda obra donde la filosofía resucita en el diálogo y éste, astutamente desgranado, pasa de las memorias a la especulación libre en torno al alma y las cuestiones relativas a su salvación y afanes: el bien y el mal, la eternidad, el amor de la razón. Por su lecho de muerte y por su
ton (1997)1. Nacido en París, en el seno de una familia ilustrada de raíz judía y de cultura centroeuropea, a muy temprana edad George Steiner, según cuenta Errata, descubrirá la diversidad del mundo, será educado por unos padres que, en medio del clima hostil de la Europa de entreguerras, de la conmoción brutal de la guerra y del nazismo, guardan como un tesoro inestimable los jardines del arte y de la cultura, el cultivo de la música, el ejercicio de la apreciación y de la lectura de los clásicos sic os antiguos antiguos (en particular particular de Homero) y de los modernos (Shakespeare). Los primeros capítulos de Errata hacen pensar al lector en la vida de otro escritor centroeuropeo de raíz judía con cuya biografía la de George Steiner no deja de tener ciertas simetrías: Elias Canetti. Si la madre de éste aspiró a transformar a su hijo en una obra de arte poniéndolo en contacto vivido con la poesía y el drama a través de la recitación (engendrándolo, por así decir, dos veces y encaminándolo a una suerte de segundo nacimiento, algo parecido al del evangélico Nicodemo), el padre de George Steiner iniciará a su hijo en el misterio homérico, lo llevará de la mano a la memorización de algunos pasajes de la Ilíada, pero, sobre to-
do, infundirá en su seno juvenil la certeza de la existencia de un reino heroico y trágico, reino admirable donde la fuerza del destino mantiene encadenados a víctimas y verdugos del mismo modo que la dignidad moral y la elevación poética se encuentran indisociablemente enlazados a la voz de Aquiles guardada por Homero. Examen de una vida, historia de una educación, Errata expone a través del repaso de los diversos escenarios pedagógicos y de sus distintos actores (los padres, los maestros, los condiscípulos interlocutores) y acciones (los placeres y los días del trabajo intelectual, el silencio, la música) una cierta idea del hombre como un animal que recuerda lo alto (los cielos) y desde ahí ensaya una experiencia crítica de la tierra. Si el hombre es un animal capaz de recordar la libertad creadora (el porqué y el cómo de la poesía, las matemáticas, la música y el arte), ¿no significa ello que su humanidad se mide por su capacidad para arriesgar la vida física y afirmar ese reino soberano más allá de toda servidumbre y de todo concurso servil y utilitario; no significa “que su misión es la de ser errante, lo que equivale a errar en la doble acepción de esta palabra”? (pág. 79). Historia de una vida formada
entierro y juicio pasan el diablo y Pascal, Bergson y el papa Paulo IV, Sócrates, El Greco, Maurice Blondel, François Mitterand, con quien Guitton sostuvo durante años unas conversaciones tan célebres como misteriosas cuyo sentido al fin aquí se revela. La inteligencia y la elegancia con que está hecho el libro, la sencillez expositiva con que desfilan arduas cuestiones filosóficas y teológicas, la vivacidad del diálogo sabiamente adereza-
do con notas y observaciones personales hacen de Mi testamento filosófico filosófico un libro inolvidable e inquietante. Obra tan condensada que en pocas, plásticas páginas, revela un universo abismal de reflexión que lleva al lector a plantearse la necesidad de probar filosóficamente, entre otras tantas cosas, la mortalidad del alma humana. Es una obra escrita con pasión e inteligencia, con amorosa razón y amor por la razón, por las razones así de la CLAVES
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en el ejercicio doloroso de la atención, Errata presenta una galería de educadores, es decir, de correctores en el sentido fuerte de la palabra: tutores y rectores, patrones y parteros cada uno de una iniciación, compañeros docentes de una disciplina particular en el arte de la fragua intelectual. Así,
mente como del corazón. El humor de Guitton –único invitado laico al Concilio Vaticano II– es corrosivo: pone a Sócrates a quejarse de Platón, humaniza, demasiado-humaniza a la Iglesia, hace la apología de Internet (“será a la vida intelectual lo que el tractor al arado”), confronta a la tecnología y la pone ante el espejo de los valores y, burla burlando, se mofa finamente de la vida universitaria y de la farándula intelectual. Nº96
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la casa mental de George Steiner aparece como un gimnasio donde diversos preceptores preparan al estudiante en el oficio de la atención, en el conocimiento de la peculiar ecología cultural en que se inscribe cada obra. Como en Errata confluyen varios saberes y un solo fermento ético, el libro no podía dejar de ser una apología del cosmopolitismo y, por así decirlo, de la ubicuidad cultural. Y es que la historia de la educación de George Steiner no es la de un especialista o de un profesional de una sola destreza destreza.. Su paideia es versátil. El autor de Después de Babel no sólo alienta entre tres idiomas y tres culturas –la inglesa, la fran-
cesa, la alemana–; es también, en el terreno de la inteligencia y de la sensibilidad, un extraterritorial que se inicia preguntándose por el eclipse de la tragedia en la ilustración, se desplaza hacia la crítica de la razón cultural que consiente la convivencia del goce estético y del crimen en Len guaje y silencio, silencio, salta hacia la lingüística y la filosofía del lengua je, regresa a preguntarse por la traición espiritual del intelectual académico, se da tiempo para jugar al ajedrez y escribir sobre las estrategias del damero, oye música, lee filosofía y antropología, escribe narraciones, y lee y lee, lee infatigablemente hasta terminar encarnando una de las fi-
guras del lector como un hombre de varias ciudades, un arquero de muchas flechas que se desenvuelve con soltura entre varias literaturas y expresiones intelectuales. (A los hispanoameri hispanoamericanos canos no nos es del todo ajena esta figura del lector excepcional, del viajero que surca diversas eras imaginarias, pues ya desde sor Juana y Sigüenza y Góngora, luego con Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, y más tarde con Borges, Reyes, Lezama y Paz, el perfil del lector-biblioteca, la figura versátil del hombre-orquesta intelectual nos resulta en cierto modo familiar, quizá en virtud de la índole precaria y poco desbravada de nuestra incipiente cultura). La excentricidad de George Steiner –hombre de tres mundos (la filosofía, las artes y la religión) y de varios códigos– estriba, más allá de la acumulación casi improbable de sus conocimientos, en la intensidad relampagueante que los sabe conectar elevando ipso facto el ejercicio de la lectura a un segundo grado que es escritura, pero sobre todo inteligencia, revelación organizada. Errata no es un libro convencional de memorias, donde el memorioso reconstruye un itinerario ya casi concluido. Para el lector que anda buscando la triste carne anecdótica del exceso y la querella, puede ser un libro quizá opaco y, en última instancia, decepcionante. Aunque el libro tiene algo de testamentario, mira más bien hacia adelante y es como un gatillo capaz de disparar una cauda de reflexiones y de preguntas en torno al sentido y la experiencia de la realidad vivida en el pensamiento, calibra los contenidos y 51
GEORGE STEINER
sopesa las destrezas de la educación liberal y humanística humanístic a y, y, más allá, suscita, desencadena un conjunto de cuestiones en torno a la idea de ciudad que encierra la idea de universidad. Aunque es un libro bien escrito y que se lee con gusto, Errata no deja de ser una obra inquietante, impregnada de gravedad como ha de serlo por fuerza todo examen de conciencia: la confesión de un hijo excepcional del siglo no podía dejar de acarrear un examen crítico de este nuestro casi extinto siglo y de las diversas variedades de su barbarie cultural. Desde luego, Steiner es un defensor de la sociedad abierta, un abogado de la democracia liberal y de las instituciones políticas de Occidente. Pero abogado honesto, honrado litigante, no se hace ilusiones ni sucumbe al autoengaño: uno de los capítulos más estremecedores de Errata presenta un agudo balance de las masacres con que los totalitarismos del siglo han sembrado al planeta tanto como de las guerras ante las que la lucrativa permisividad de Occidente sabe tan bien cerrar los ojos. Esta sangrienta aritmética lleva a Steiner a admitir que quizá el dintel que separa al hombre de las bestias (sin agraviar a la hermana fauna) ha descendido en el curso de la vertiginosa centuria que en unos meses concluye. En muchos sentidos –dice Steiner, ¿y quién sabría contradecirlo?– el hombre que concluye el siglo es menos humano que el que lo inició. Pero esta constatación dolorosa y trágica (¿hasta qué punto las humanidades realmente humanizan? es una de las preguntas más tenaces y distintivas de nuestro leído-lector) no le impide reconocer los beneficios científicos, culturales y técnicos del siglo. Le interesa, por supuesto, la ciencia, pero mucho más la confrontación conceptual de los descubrimientos científicos con la revelación religiosa, el diálogo entre religiones (el debate entre los culpables y cómplices del Gólgota cristiano y del holocausto judío), la filosofía de la ciencia, los avatares de la teoría 52
en la acepción más rigurosa. Por eso mismo, desconfía de la extrapolación de la voz teoría de la cual se usa y abusa en el campo de las llamadas ciencias humanas. De ahí su polémica con el pensamiento de la deconstrucción. Aunque independiente y extraterritorial, queda claro que George Steiner en todo caso goza de la relativa soledad del precursor, pues sus críticas al estructuralismo y al posestructuralismo (en particular a Jacques Derrida) van en el mismo sentido que las verificadas desde el campo de la ciencia por Alain Sokal, el científico norteamericano que denunció no hace mucho la impostura intelectual, la condición abusiva y seudocientífica de algunos exponentes del pensamiento francés posestructuralista, y, entre nosotros, tienen afinidad con las expuestas, por ejemplo, por Tomás Segovia en Poética y profítica. Aquí, como en otros otros terrenos terrenos,, la actividad de Steiner está orientada por la sensatez –incluso por la prudencia–, esa virtud despreciada en público por los profesores iluminados que no dejan de practicarla al evolucionar entre los escalafones del claustro universitario. Esta ruptura, esta apostasía ante las capillas académicas ubica a Steiner en un terreno peligroso, el campo minado de un francotirador que opone a las burocracias b urocracias universitarias una idea ética de la vocación universitaria, por más que esta posición decididamente elitista sólo
gioso, artístico, crítico y aun humorístico. La mitología positivista del siglo que acaba y la superstición pragmática del que empieza quedan desenmascaradas en esta Errata que las deletrea y revisa a través de un examen múltiple de conciencia que participa de la genealogía intelectual, el diagnóstico clínico del siglo, la historia documental de los libros propios, la prehistoria de los pensamientos, la galería de personajes excéntricos y memorables, el escrutinio de los malestares de la cultura; una novela cuyo argumento profundo es la búsqueda de la verdad-que-es-bepueda suscitar a su alrededor re- lleza y, en fin, el autorretrato de chazo e impopularidad. Si Errata un hombre que anda entre fronpropone un manual de urbani- teras buscando rostros a condidad intelectual, un arte de vivir ción de que en éstos aflore una fundado en la curiosidad, la fi- felicidad inteligente. delidad al conocimiento y la críEntre los diversos temas suscitica, una de las primeras normas tados a lo largo de Errata, el del de ese breviario concierne al lla- silencio y el ruido es quizá el más mado elitismo, convoca a la ne- novedoso y esencial. No sólo es cesidad de una aristocracia y de un enamorado de la música –y un heroísmo intelectual, apela a uno de los capítulos más hermola conciencia de la responsabili- sos del libro está dedicado a ella–; dad artística e intelectual como Steiner se confiesa como un cauna de las válvulas de seguridad zador y coleccionista de silencios, que exige la ciudad de los hom- de ambientes y espacios quietos, bres libres para no desmoronarse sosegados. La llamada de George entre las cocinas, los dormitorios Steiner sobre el silencio alerta al y los establos. lector: toda verdadera lectura Pero en realidad Steiner no comporta una purificación prepropone ninguna república de via. La lectura exige silencio de los sabios ni una oligarquía ilus- los sentidos internos y externos, trada o un orden regido por iner- atención. Al mismo tiempo, retes mandarines intelectuales. Só- flexiona sobre el ruidoso barullo lo se limita a advertir en los capí- de las ciudades, el incesante partulos finales de Errata que la loteo de nuestra civilización. Hacivilización occidental, tal y co- bría que preguntarse con Steiner mo hasta ahora la hemos conoci- y más allá de él si no existen sudo, ha dependido (y todavía de- tiles puentes entre barbarie y pende) de esas bolsas de aire, de agresión acústica; si la concenesos espacios de recreo exigente y tración y la vida espiritual no prede tensa gimnasia intelectual (los suponen reservas de silencio y reclaustros universitarios), donde cogimiento del mismo modo en cada generación se inventa y que el mito de Babel no expresa reinventa (seminario y semilla un estigma y un castigo, sino una son palabras hermanas) la me- bendición y una promesa de plumoria y la fábula, donde la hu- ralidad y tolerancia. manidad resucita en el recuerdo Otro tema, necesariamente de las humanidades. Porque si asociado, es el de eros y logos, el bien no es del todo seguro que contrapunto magnético que pasa las humanidades humanicen es- su corriente alterna –a veces popontánea y necesariamente, sí es sitiva, a veces negativa– entre deincontestable que hasta ahora el cir y amar, seducción y fecunda factor humano ha sido eminen- ción intelectual. De ahí que Erratemente un factor cultural, reli- ta deba leerse como una parábola CLAVES
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AD OL FO C AS T AÑ ÓN
en torno a las variedades de la experiencia intelectual en cuanto experiencia amorosa. Errata o arte de amor intelectual. Cada maestro cifra entonces una destreza, una habilidad peculiar en el oficio de la creación y recreación poética y filosófica. Al helenista Jean Boorsch, por ejemplo, George Steiner le deberá “la semilla del amor (philein), contenida en la filología, acaso en la lógica, indivisible de la retórica en gran parte de la historia occidental”. A Ernest Sirluck, los ideales del rigor académico y editorial en la exposición histórica textual como imperativos morales. Al poeta y crítico Allen Tate, la flexibilidad y severidad necesarias para sintonizar los procesos críticos y los procesos creativos en un solo acto de imitación y parodia soberanas. A Gershom Sholem, la conciencia de la verdad como un ideal que sólo puede aproximarse mediante el rigor en la errancia. A Donald MacKinnon y al admirable Pierre Boutang –tan distintos entre sí–, el compromiso religioso, personal, con el pensamiento que entrevera en su origen y finalidad al Gólgota y a Auschwitz: la conciencia, de la docencia como un acto de amor y de la memoria como un arte sin el cual no es posible la vida intelectual. A Alexis Philonenko, en fin, la conciencia aguda y definitiva de que en la vida intelectual existen escalas y jerarquías: “En primer lugar, estaban los verdaderos creadores, los pensadores originales, los generadores de filosofía sistemática. Citó a Platón, Aristóteles, Aristótel es, Descart Descartes, es, Kant y a su amado Fichte. En segundo lugar, los divulgadores plenamente cualificados y los historiadores de la filosofía (funciones que cuando se practican correctamente resultan casi idénticas). Éstas pueden desplegar las labores del maestro en el nivel técnico necesario y situarlas con precisión en el conjunto del discurso especulativo occidental. Este tipo de historiadores (Philonenko) son raros. En tercer lugar, y a gran distancia de los anteriores, se sitúan los litteratti, los ensayistas, críticos, historiadores intelectuaNº96
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les y la inmensa mayoría de los pedagogos y académicos, tan mordazmente catequizados por Rabelais o Hegel” (pág. 175). Más allá de las sugerentes siluetas, de las anécdotas emblemáticas elegidas como cifra de la propia vida imaginaria, Errata pone sobre el tapete de la discusión el futuro de la educación universitaria europea, el porvenir o la posibilidad de una educación general como base inteligente de cualquier saber especializado ulterior; en fin, las preguntas últimas en torno al sentido de la educación en un mundo hechizado por el apogeo de las tecnologías que parecen cuestionar la noción misma de saber saber.. Preguntas de ningún modo peregrinas. Están en el aire y alimentan controversias medulares, ya se trate en Francia, por ejemplo, de la reforma educativa (vale la pena leer la apología del humanismo como raíz de toda educación en el artículo de Marc Fumaroli contra las propuestas reformistas del ministro Allègre)2 o bien de la discusión en torno a la necesidad de preservar un núcleo de enseñanza general que se ha verificado recientemente en la Universidad de Chicago3, o entre críticos como Denis Donoghue (una personalidad, por cierto, que tiene no pocos puntos de contacto con George Steiner), cuando sostienen la necesidad de iniciar una reforma escolar partiendo del principio de que los estudiantes no dominan su propia lengua nativa (Denis Donoghue: The Practice of Reading).
George Steiner, ensayista, es una inteligencia socrática. Dialógica y dialéctica, su argumentación progresa pendularmente, indagando para exaltar la ignorancia, interiorizando una compleja red de preguntas para mejor enfocar y acotar las situaciones problemáticas que se propone.
2 Marc Fumaroli: ‘Non, Claude Allègre, l’Amérique a’est pas le modele idéal’, en Le Monde, 17 de diciembre de 1998. 3 Ethan Bronner: ‘University of Chicago’s Halls of Academic Search for New Modern Identity’, en International Herald Tribune, 29 de diciembre de 1998.
El último capítulo de Errata se inicia con el motivo del error, un tema vertebral en la reflexión de Steiner (no por nada uno de sus libros se titula On Difficulty). Dice la primera frase del capítulo: “Los errores se hacen insoportables en la medida en que se revelan como irreparables”. Y el último párrafo: “Quien piensa en grande, debe equivocarse en grande’, dice Martin Heidegger, Heidegger, el teólogo parodista de nuestra época (donde parodista ha de leerse en su sentido más grave)4. También”, prosigue George Steiner, “los que ‘piensan en pequeño’ pueden errar en grande. Tal es la democracia de la gracia o de la condena”. Ésta es la última línea de Errata. Corre entre ambas frases una recapitulación de las aportaciones de George Steiner al pensamiento y a la crítica contemporánea. Podría resumirse en una voz: Steiner el extranjero, el extraterritorial que se ha negado a echar raíces en una lengua o una cultura nacionales, o siquiera en una disciplina o especialidad, no ha dejado de tender puentes entre las disciplinas, pero sobre todo ha sido fiel a una idea motriz –que, desde luego, se encuentra en la raíz de la filosofía contemporánea, pero a la que el autor de Lenguaje y silencio ha sometido a una exploración metódica y multifacética–: la ruptura del pacto que sostenía la continuidad de las palabras y de las cosas, la escisión entre el mundo y los relatos que dan cuenta de él. En ese sentido, Errata es el testimonio de un creador de puentes en la época del vértigo y del naufragio de los puentes. No es por eso extraño que los mercaderes del vértigo, la náusea y el naufragio vean en él a un médico temible. Pero la ruptura entre las palabras y las cosas no sólo es un asunto puramente concep4 Parodia, etimológicamente, significa en paralelo; frente a la oda: parodia significa así contra-canto. El parodista en este sentido sería el que sigue al revés la canción dominante: Heidegger como crítico del progreso y sus himnos triunfales.
tual. La fractura encuentra réplicas, en el sentido sismológico de las palabras, en todos los órdenes y en particular en el universo de la comunicación, donde el aprendiz de brujo mira con estupor cómo su propia escoba se ha puesto a bailar sola y amenaza con barrerlo a él mismo. En efecto, el antiguo pacto entre la comunicación y la palabra ha quedado expuesto a una solución corrosiva: la de los medios audiovisuales y electrónicos, pero en última instancia los mensajes, los contenidos de éstos se funden en un capital conceptual acumulado previamente. previamente. ¿No es claro que para que no quede estancada la renovación de la investigación y del conocimiento resulta urgentemente necesaria para la sociedad –como lo puede ser para el cuerpo la consolidación de sus defensas– la adquisición de un capital conceptual renovado capaz de transmitir los valores del tesoro heredado? Errata, de George Steiner, no sólo presenta una corrigenda et purgandaa del propio pasado per purgand sonal; anuncia ya las enmiendas que habrán de practicarse sobre el cuerpo intelectual del porvenir inmediato. Esta reseña no puede concluir sin subrayar que si bien el personaje anecdótico central de Errata es George Steiner, el protagonista verdaderamente central de Errata es quizá el extranjero, el otro, el visitante para el cual se guardan tesoros y se preparan fiestas. Ese otro a cuyo contacto los hombres despiertan y se transfiguran en personas. Ese otro cuya errata –cada cual a su modo– somos. n
es profesor honorario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México. Autor de Por el país de Montaigne y
Adolfo Castañón
La otra mano del tañedor. 53
ENSAYO
QUÉ PASÓ CON ULISES FRANCISCO JARAUTA
pañaron las largas conver1 saciones de Horkheimer y AdorEntre las notas que acom-
no en el exilio de Santa Mónica, notas tomadas por Gretel Adorno y que servirían más tarde para la redacción de Dialektik der Aufklärung , podemos leer una en la que Adorno se pregunta: “Was ist passiert mit Odysseus?” (“¿Qué pasó con Ulises?”). Con un énfasis extremado, queriendo condensar en una imposible pregunta todas las dificultades, todos los horrores y violencias, necesitado más que nunca de obtener una primera respuesta a los acontecimientos que acompañaron a la II Guerra Guerra,, Adorno, más que buscar una explicación de los hechos, interroga la época conduciéndola al límite en el que las posibles garantías han desaparecido, los dioses protectores naufragado y aquellos sujetos que, como Ulises, habían sido identificados como los fundadores de Occidente, ausentes de la historia. Una historia que, cada vez más, tenía visos de catástrofe y frente a la que todas las mediaciones fracasaban, imponiéndose como una fatalidad a la conciencia moderna y a la historia misma de Occidente. Ya sabemos cómo Adorno y Horkheimer orientan el análisis que de alguna forma pueda servir de respuesta a la pregunta por el extravío o desaparición de Ulises. La lectura del Excursus I –Ulises o mito e Ilustración– dará cuenta del largo proceso de metamorfosis que el héroe antiguo sufrirá en sus sucesivas adaptaciones a las formas de la experiencia moderna. Un Ulises que, desde su origen, había hecho de su propia deriva el método de co54
nocimiento y de configuración de la experiencia moral, desaparece ahora de la escena dejando huérfanos a quienes soportan la impotencia de no poder reconstruir el sistema de las mediaciones y tutelar así un horizonte moral, tal como desde el Ulises clásico Occidente había ido definiendo e interpretando. Esta sugerida centralidad de la figura de Ulises es compartida no sólo por Adorno, sino también por los compañeros de generación. Para unos y otros, la historia de Occidente podría ahora representarse por la elipse de un tiempo que discurre del Ulises clásico a otro moderno, el Ulysses de Joyce, el Leopold Bloom errante y extraviado que en el breve e inabarcable tiempo de 16 horas es capaz de representar la disolución de todos los códigos establecidos, una vez que su aparente naturalidad se convierte en pura ficción, esa manera de la apariencia con la que vienen a justificarsee los asuntos de la vida justificars y de la sociedad. Ese largo viaje que va del Ulises homérico al de Joyce representa para Broch el tiempo de la disolución. El via je clásico clásico se transforma transforma ahora en errancia infinita: un ir y venir, recorrer mil veces los mismos lugares de un supuesto laberinto, fuera del cual, paradójicamente, sólo existe lo innombrable. Los monólogos de Molly o la ironía de Stephen Dedalus ya no protegen del abismo ni aseguran nuevas evidencias. Son sólo modos retóricos que sostienen, como si de una levísima red se tratara, el juego arriesgado del sentido. Saben bien Molly y Stephen que el último límite es el de las palabras y quizá el de los gestos.
Este largo viaje que va del primer Ulises al antihéroe joyciano muestra mejor que ningún otro las serias transformaciones de un referente cultural que adquirió siempre una dimensión simbólica a la hora de articular el sentido y horizonte moral de la experiencia humana. Se trata de un viaje que de tantas formas señala los pasos de un destino cultural, y posiblemente también de una historia que, aun permaneciendo abierta en los años en los que se dan las conversaciones precedentes a Dialektik der Aufklärung, anunciaba un futuro dramático. Recorrer, aunque sólo sea de forma indicativa, estas transformaciones es la intención de estas notas, a la espera de otro desarrollo más amplio y problemático.
2 contrastada de los textos, Ulises es “aquel que parte”. El En una primera lectura
viaje, la distancia, la lejanía respecto al lugar natal, a la propiedad, al supuesto familiar, marcan el punto de partida. Y este partir está marcado por dos grandes impulsos: una “insaciable sed” y una “inagotable curiosidad”. Sed y curiosidad se corresponden. Hablan de un impulso, un Trieb, una necesidad que recorre el interior de Ulises. “Aquel que parte” es aquel “que se hace preguntas”, que es pregunta. Ésta le dispone a buscar una respuesta que está más allá de las evidencias consagradas y protectoras. No se indica siempre el lugar o la dirección del viaje del que parte. Sí se afirma que se parte, como gesto absoluto, como decisión regida por la insaciable sed y por la inagotable
curiosidad. Pero quien parte, quien abandona la transparencia de lo conocido, se encuentra, en primer lugar, con la no transparencia, lo oscuro, aquello que desde el no conocimiento se resiste y protege con su sombra. El primer viaje es siempre hacia la sombra, el lugar sin-nombre, que se nos oculta, enigma. Es esta proximidad al enigma, al mar de enigmas que despierta a Ulises a una nueva curiosidad, otra sed. Una extrañeza por primera vez probada se apodera del viajero que ve cómo su percepción y su mundo se separan. Es el largo y amplio mundo de lo desconocido que comienza a constituir la geografía extrañada del viajero. Posiblemente sólo el mar –Thálassa o Pélagos– puede ser y acoger el mundo de los enigmas. Ulises es, ante todo, un héroe del mar. Hay otros que prefieren la tierra y recorren sus vericuetos ensombrecidos. Gilgamesh es uno de ellos, aunque a veces descienda a los ríos. Pero Ulises pertenece por destino al mar, el mar inmenso que lo abraza y frente al que apenas hay la posibilidad de un hablar claro. O el silencio o los ojos ex-orbitados o aquel “balbo parlare” que decía Montale. El mar se impone con su fuerza, su destino. Es la verdadera medida del afuera, de lo otro. Y viajar por él, atravesarlo, es tanto como penetrar en el mundo secreto que sólo el viajero podrá descubrir y quizá más tarde conocer. Esta travesía no sólo está protegida por lo oscuro y la no transparencia –esa forma particular de mostrarse lo desconocido–, sino que, al mismo tiempo, está poblada de peligros. No CLAVES
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se puede imaginar el viaje como un viaje libre de riesgos y peligros. De ahí que la idea de naufragio pertenece intrínsecamente a la idea del viaje. v iaje. No se puede viajar sin naufragar. Sólo en el oikós , en el lugar natural, en la casa, se puede evitar el naufragio. Pero en el mar naufragar pertenece a la idea misma del viaje. Es el naufragio como el peligro el que muestra la verdadera dimensión del mar y de su mundo. Ulises recorre de peligro en peligro, de naufragio en naufragio, ese difícil descubrimiento del otro. Y son éstos los que comienzan a marcar la edad de Ulises. Dante como Virgilio buscarán superarlos. El Ulises homérico los reconocerá como algo que está ahí inexorablemente. De ahí la poderosa y salvadora extrañeza al reconocer el límite que el mar le impone. Posiblemente ésta sea la primera forma de la utopía, un lugar sin nombre o enmascarado por las sombras, del que todavía no sabemos ni podemos nombrar. Si antes era la extrañeza el resultado del encuentro con el mar de enigmas, es ahora una poderosa atracción la que arrastra y acerca al viajero al mar de sombras. Cada aparición, cada acontecimiento, multiplicará la sed y la curiosidad. “Insaciables son los héroes del mar”, anotaba Milosz hablando de Don Giovanni o de Miguel de Mañara. Es la pulsión que rige la sed y que se transforma en necesidad, la que orienta los ojos, la mirada del viajero Ulises. Esa mirada extraviada que tantas veces viene representada en los viajeros antiguos, dominados por el pánico del descubrimiento. Insistir en el carácter dramático del viaje es Nº96
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
Joyce y Adorno Ado rno
recuperar una perspectiva necesaria para entender la ética de la experiencia del héroe, esa dimensión que lo abre al desafío de lo natural o de lo inexorable y funda el carácter de su excepción, esa irrepetible decisión que lo sitúa en el horizonte de lo posible y utópico. Pero es el viaje el verdadero v erdadero laboratorio del conocimiento. Es él el que sitúa a Ulises en la tarea y el deber del ver y el conocer. Son éstas las disposiciones que deciden la nueva relación con los acontecimientos, con las cosas. En ese esfuerzo por escru-
tar las sombras, por dar nombres –Borges recuerda que los primeros dibujos nacieron en China para atrapar los sueños–, por re-conocer, la mirada juega un papel decisivo. Sólo ella aproxima y pacifica, detiene y entrega, ilumina y visiona. Y sobre todo ayuda a establecer una nueva relación. Es la mirada que se hace conocimiento la que traza la frontera que demarca los límites de la identidad, entendida como “cette limite à quoi ne correspond en realité aucune expérience”, que dirá LéviStrauss. El viajero Ulises se con-
vierte así en hombre-frontera. Es desde su propia experiencia que puede distinguir lo propio y lo otro. Aquello de lo que no tenemos experiencia pero que ya se anuncia en el mar de las sombras. Quizá debiéramos aplicar la voz extranjero al territorio de todo aquello de lo que no tenemos ninguna experiencia. Es ese mundo sombrío el que poco a poco se iluminará e irrumpirá ante la mirada de Ulises como un mundo real que problematizará la protegida identidad y sus privilegios culturales. Hay un antes y un después del viaje: es 55
QUÉ PASÓ CON ULISES
el descubrimiento del otro que se nos da desde las sombras tutelares e inquietantes de la lejanía. Sólo lo que está cerca, cae bajo el ámbito de los sentidos, puede darnos aquella certeza y seguridad necesarias. La lejanía incuba no sólo las sombras, sino también el peligro. Este hombre frontera, el Ulises de la primera metamorfosis, inaugura un saber ético que reorienta la relación humana, transformándola en un espacio intersubjetivo y de comunicación. Existe el otro, es ya el principio de una tesis que todavía no ha podido definir su alcance moral. Como todos sabemos, Ulises regresa a Ítaca. No estoy de acuerdo con la lectura sugerida por Levinas cuando escribe: “Son aventure dans le monde n’à été qu’un retour á son île natale, une complaisance dans le Même, une méconnaisance de l’Autre”. Una lectura así olvida el proceso, la metamorfosis que acompaña al viajero, al desconocer el carácter central del via je. Le bastarí bastaríaa identificar identificar los gesgestos, las palabras, la extrañeza que acompaña al viajero que regresa. No, no es así. Ulises “regresa lleno de espacio y tiempo”, afirma Ossip Mandelstam intuyendo el color de la mirada de Ulises. Su regreso no es la narración de peligros infinitos, de naufragios varios, de inenarrables encuentros. Si el Ulises que ahora regresa partió en su día marcado por aquella “insaciable sed” y aquella “inagotable curiosidad”, a su regreso –Dante se preocupará de afirmar cómo la sed de conocimiento se desborda con la experiencia– aquel impulso ha pasado a ser ahora necesidad interior. Ya no se puede existir por fuera de aquella tensión y extrañeza, extrañeza que en su día delimitó la frontera entre lo idéntico y lo otro y ahora arrastra como fuegos del mar todos aquellos rostros que constituyen la primera forma de la memoria. El Ulises que regresa –la diosa le recordará una y otra vez “sólo el mar es tu casa”– sufre una segunda metamorfosis que transforma su ser humano. A la 56
primera metamorfosis –hombre frontera– le sucede ahora, tras el
identidad y la diferencia, sabedor de la pertenencia que reúne regreso, una segunda: Ulises se y relaciona los extremos, los lítransforma en hombre-memoria. mites, las fronteras. Esta metaSu regreso arrastra el mar de morfosis de la mirada se dibuja nombres y sombras que inquie- como el inicio de una nueva extan y desestabilizan el mundo periencia en la medida que inauordenado de la vieja casa. Todo gura una nueva forma de relase detiene y se abre ante la mi- ción, de entendimiento del otro. rada extraña del que llega de le- Sin prejuzgar la fortuna de esta jos. Nada se se corresponde con lo intención, lo que aquí cuenta dado y por primera vez las apa- es anotar la importancia que riencias de la identidad se res- acompaña al viaje a la hora de quebrajan. Si Virgilio pone todo definir no sólo los nuevos espasu intento en garantizar un re- cios de la experiencia, sino las greso a todo precio, es decir, ha- nuevas formas de percepción cer posible que la errancia se que, como E. W. Said muestra, transforme en feliz regreso, el inducen las grandes innovacioUlises antiguo regresa cargado nes en los registros valorativos de una herida más profunda que de una cultura. La mirada no la que Euridea descubriera en su sólo se adecua a los intereses del pierna. Una herida que recorría reconocimiento, sino también a por igual la mirada y el alma, las exigencias de determinadas remitiéndolo al mar sin fondo políticas de la identidad. Los sisdel otro. En su caso –antes y temas de exclusión –se articudespués de Virgilio– no basta lan tácitamente a las necesidades con regresar para que todo reco- de defensa o protección de idenmience de nuevo; nadie puede tidades que imaginan o repreborrar ni amainar el oleaje que sentan uno u otro riesgo de pérla memoria no siempre protec- dida de las mismas–. Esta exclutora trae consigo. Es este hom- sión, en sus diferentes episodios bre-memoria el que interroga las y aconteceres históricos, podrían evidencias y las somete a la ser entendidos como resultado prueba de sus contrastes. Son las de una defensa a ultranza de la preguntas que, como el caso de identidad, ajena al reconocila esfinge, suspende la eviden- miento ético del otro. Bastaría cia para adentrarnos en la pe- asomarse a las grandes narracionumbra de las cosas. “Habrá nes del siglo XIX –de Flaubert a que partir de nuevo”, rezaba la Balzac, de Melville a Conrad, predicción que Tiresias hiciera etcétera– para poder situar en a Ulises. Sí, habrá que partir de su justo efecto la difícil decisión nuevo. Pero este segundo viaje a favor de una mirada compleja ya no será como el primero. Me- frente a ese mar emergente de dian tantas nuevas circunstan- las diferencias sociales, étnicas, cias, nuevos saberes, el antes in- lingüísticas, religiosas, que sisospechado descubrimiento del guen atravesando la cultura conmar poblado de nombres, de is- temporánea. las, de habitantes varios. Y el rePosiblemente hubiera que greso ha hecho todavía más recorrer otros momentos si quifuerte su presencia, su inquie- siéramos responder de manera tante compañía. Ulises pertene- directa a la pregunta que Adorce a unos y a otros, y recorre el no anotara en los márgenes del antes y el ahora sabedor de una cuaderno de su esposa: “Was ist transformación radical de su mi- passiert mit Odysseus?”. Y posirada. Y es precisamente este blemente también tendríamos cambio el que no sólo decide el que recurrir al análisis de nuevas nuevo viaje, sino que lo con- metamorfosis que a la larga han vierte en una nueva experiencia. terminado por definir la mirada Ulises ya no es el viajero de an- del hombre moderno. Un largo tes, ya regresa al mar transfor- viaje de abstracciones reiteradas mado en un hombre-ético, capaz que –como Bataille, por cierto, de recorrer la frontera de la tan francfortiano también él–
han ayudado a secuestrar la experiencia y reorientado la mirada del viejo viajero a un sistema reificado de intereses, cuya defensa resulta cada vez más dramática e ilegítima. El viejo Ulises abrió ya desde su inicio no sólo un nuevo territorio para la experiencia humana, sino también una nueva actitud desde la que mirarla e interpretarla. n
es catedrático de filosofía en la Universidad de Murcia. Francisco Jarauta
CLAVES
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FILOSOFÍA
LA LÍNEA DEL HORIZONTE ENRIQUE LYNCH
En marzo de 1995, la Unesco convocó en París un coloquio internacional que bautizó Premier Rencontre Philosophique, al que tiempo después seguiría otro semejante. Lo más sugestivo de este así llamado “primer encuentro filosófico”, el cual, por otra parte, respondía a las pautas habituales en las reuniones internacionales (globalidad, ecumenismo, cosmopolitismo, grandilocuencia y gran despliegue de medios audiovisuales y mediáticos, así como la presencia ruidosa de una troupe variopinta de escritores, comunicólogos, filósofos, periodistas, poetas, científicos, psicoanalistas, antropólogos, etcétera, de todos t odos los pelajes y procedencias), fue el título de la convocatoria, que rezaba, críptica, casi ominosamente, “¿Qu’est-ce qu’on ne sais pas?”, o sea, “¿Qué es lo que no sabemos?”, pregunta o interrogante que tiene la virtud o –según se vea–, el inconveniente de abarcarlo todo. Quien esto escribe fue gentilmente invitado a participar y a contribuir con una comunicación en ese coloquio1 por una profesora
de la Universidad Hebrea de Jerusalén llamada Judith Schlanger, que, a la sazón, había quedado a cargo de la organización del encuentro. El caso es que por un azar de la siempre complicada comunicación entre extranjeros, o bien debido a un inadvertido lapsus freudiano, la profesora Schlanger transmitió a este autor un título ligeramente diferente del que al final figuraría en la convocatoria del encuentro. En lugar de “¿Qué es lo que no sabemos?”, Schlanger tituló el encuentro “Ce qu’on ne sais pas…”, omitiendo el “qué” decisivo de la oración2. El texto que sigue, concebido para ser leído en público, es una elaboración o una variación deliberada de ese lapsus involuntario de Schlanger, que, no obstante, y como podrá comprobar el lector, abre la cuestión propuesta a insospechadas derivaciones metafísicas y de paso sugiere la posibilidad inquietante de que muchas otras cuestiones filosóficas semejantes se hayan originado en un equívoco como éste.
e ha dicho muchas veces Si repasamos esos preámbulos que la filosofía nace inad- observamos cómo, con mucha vertidamente, como una es- frecuencia, se afirma en ellos que pecie de impulso o de inclina- el origen de la filosofía está en ción que resulta muy difícil de un estilo particular de hacer preexplicar. Y, de hecho, muchos guntas , como si la pregunta filoprogramas filosóficos emulan al sófica se planteara de una manede Aristóteles, cuando éste in- ra característica, distinta de las tenta explicar en qué consiste la formas habituales de la interroiniciativa que lleva a los hombres gación. Otras veces se parte de a filosofar como respuesta a cier- que la filosofía es la respuesta a to asombro. A menudo, las ex- un acontecimiento relevante y plicaciones acerca del origen y la significativo, un hecho asombronaturaleza de este conato filosó- so aunque no necesariamente fico resultan meros pretextos pa- fuera de lo corriente, que se presra sentar los fundamentos y prin- ta al espíritu inquieto para ser cipios del modelo de pensamien- elaborado por éste. Así, la mítica to que se defiende, y sirven como manzana de Newton o la cera de preámbulo para futuros desarro- Descartes o el tropezón tropez ón de Tales. llos sistemáticos. De ahí que las Eso que, se dice, desencadena el conjeturas acerca del origen del filosofar puede ser algo inefable, filosofar sean tantas como las inconcebible aun para la humana propias filosofías que especulan capacidad de fabular en torno a sobre el tema. la experiencia, o, si no, una circunstancia estimulante, como el paseo aquel en que Nietzsche de1 La versión abreviada de la presente cía haberse topado con la idea comunicación se publicó en francés y en del Eterno Retorno. Otras veces, inglés en el número 169 de la revista más que en los resultados, se poDiogène . La versión a la vista es la original ne el acento en los medios: surge de mi comunicación, ligeramente corregida. entonces la idea de la filosofía co2 Aunque cabe la posibilidad de que mo “tarea”, o como “responsano haya habido ningún error, sino un tíbilidad consciente”, consciente”, o incluso copico caso de escucha aberrante, lisa y llamo “aventura”. namente, de dureza de oído.
Se ha dicho también que la filosofía es una larga iniciación que sólo acaba con la muerte, o, que es una empresa de conocimiento radical que trasciende el contacto meramente sensible con las cosas y en la que se ejerce una forma singular de lucidez que no todos poseen. Y, por contrapartida, otras veces se ha identificado esa lucidez con una cualidad tan difundida y compartida como el sentido común o el habla corriente. En tanto que está hecha de lenguaje, muchos piensan en la filosofía como en una manera de hablar, un vocabulario plagado de problemas, de trampas y falacias que es preciso desbrozar para, finalmente, poder plantear con toda confianza las preguntas fundamentales en torno al “ente en tanto que ente”, según reza el célebre apotegma aristotélico. De acuerdo con este enfoque, se trataría de reducir las preguntas filosóficas a su elemento lingüístico para, desde allí, acceder a la pureza de pensamiento identificada con, proyectada hacia, abierta a la forma sustancializada de la cópula, ser, y su relación con el agente que interroga y reflexiona, vol-
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viendo sobre sí para plantearse su relación con el mundo. Casi no hay filósofo que no se haya preguntado por la pertinencia de su extraño oficio: “¿Qué es filosofía?”; un interrogante ciego que desemboca fatalmente en fórmulas retóricas vacías en las que se dice siempre lo mismo y se acaba declarando, casi sin excepción, que, pese a su naturaleza indefinible y sin contornos, la filosofía es tan irrenunciable y necesaria como aquel inadvertido conato de donde, al parecer, ha surgido. Sea como fuere, considerada como un repertorio de preguntas fundamentales,, la filosofía parece fundamentales dirigir su interrogación siempre sobre el mismo objetivo: un horizonte difuso adonde van a rematar todas las preguntas, como líneas de fuga en una típica perspectiva clásica. Este horizonte es la metafísica (o, por qué no, lo metafísico, noción neutra, se diría que aséptica y, por tanto, más exacta). La metafísica, que no es una disciplina –como creía el racionalismo clásico–, sino el “lugar natural” al que apunta nuestra curiosidad y que actúa como un referente que colma y sobrepasa, CLAVES
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que acoge y deshabilita, que ins- las veces es correspondida por el pira y descalifica, todas las pre- silencio. guntas que nos sobrevienen bajo Desde luego, es una mera preel efecto del impulso originario. sunción de los filósofos considerar Si pensamos en la metafísica co- como logro exclusivo de su oficio mo en este horizonte y no tanto el vislumbre del vasto horizonte como en una forma de saber que de lo metafísico. No es preciso infructuosamente intenta emular abundar en la búsqueda para la sabiduría divina, por fuerza te- comprobar que lo metafísico tamnemos que representa representarnos rnos nuestro bién es un fantasma corriente en punto de vista, la mirada inquisi- el arte, en la literatura y en la extiva que se asoma a ese horizonte, periencia de la fe, ámbitos donde no tanto como determinante de a menudo es enfocado con inuna posición –porque lo propio comparable elocuencia y riqueza. Y, por otro otro lado, lado, nada nos exime exime de los horizontes es la disipa- Y, ción de las posiciones, el hacer in- de pensar que, pese al prestigio de distintos todos los ángulos de la que goza entre los filósofos, quizá referencia–, referencia –, sino como signo que la metafísica, la disciplina que terevela una dis-posición , es decir, el óricamente ha sido concebida a indicio de una actitud. Como tal partir de lo metafísico, haya sido actitud, esta dis-posición es a la tan sólo un equívoco provocado vez un desarreglo o des-centra- por un afortunado desliz de vocamiento de nuestras posiciones ha- bulario en la historia del pensabituales en relación con el mundo miento europeo. No hay que oly un sesgo que nos estimula a re- vidar que el término “metafísica” querir otro tipo de respuestas pa- nació de un motivo trivial: como ra preguntas que, obviamente, no rótulo o simple lapsus que Anson las de cada día. drónico de Rodas, compilador de En efecto, frente al mundo, Aris Aristótel tóteles, es, apli aplicó có a los texto textoss que que referidos a las cosas materiales, al no cuadraban con la Física del esmundo de las imágenes, los sen- tagirita. Sólo una necesidad de votimientos, las causas, los fenó- cabulario hizo que esa ocurrencia menos naturales, etcétera, esta- acabara empleándose genéricamos, por así decirlo, puestos . Y el mente para hablar acerca de ese discurso de la razón y la ciencia elemento enigmático al que por bastan, con todos los problemas necesidad apuntan todas nuestras que reconozcamos en sus respec- preguntas. La denegación del protivas prácticas, para habérselas bable lapsus del logógrafo y nuescon esa posición. El pensamien- tra vocación por el misterio nos to racional y la ciencia son sufi- han hecho olvidar que lo verdacientes para “tomar posición”. En deramente misterioso misterioso no está en la cambio, respecto de ese horizon- dirección de la pregunta, en el te perdurable e infinito sobre el contenido de unos libros arcanos que se recorta nuestra posición del corpus aristotélico o en el hoen el mundo no atinamos a for- rizonte mismo, sino en el pregunmar criterio alguno, no tenemos tar en sí , en el hecho de que preposición (salvo que seamos ana- guntemos, auténtico misterio que crónicamente religiosos), sino retorna, como lo reprimido freumera dis-posición, esto es, tropis- diano, cada vez que abordamos la mo, tendencia, fuga, obligada re- imposible definición apuntada en ferencia unilateral que las más de la fórmula “qué es la filosofía”, Nº96
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donde el preguntar se hace objeto de pregunta. La cuestión planteada –”Lo que no sabemos…”– tiene no sé si la virtud o el inconveniente de remitirnos a ese modo del preguntar, porque nos coloca en el punto justo dis-posicional sobre el que he llamado la atención. En efecto, el contenido de la sentencia es a-tópico, tímidamente interrogativo y tremendamente problemático, porque no remite a ningún tema. Asimismo, la frase no reclama una toma de posición y, en cambio, nos sustrae a ella y nos instala en el modo disposicional que es característico de la referencia al horizonte de lo metafísico. De modo, pues, que, cualquiera que sea nuestro modo de abordarla, lo cierto es que “Lo que no sabemos…” es una curiosa sentencia. En cualquier caso, antes de ocuparnos de ese horizonte metafísico al que parece estar referida, quizá merezca la pena considerarla tal como nos ha sido presentada, es decir, como mero enunciado. En primer lugar, cabe anotar que la frase “Lo que no sabemos…” es una negación. En efecto, cualquiera que sea el objeto referido, el signo de la alusión es negativo. En segundo lugar lugar,, se observa que en ella se introduce aparentemente un problema de conocimiento: la frase “Lo que no sabemos…” alude al saber, pero no vemos acotado el dominio de la referencia en los nombres. Se refiere a una idea de “saber” sin explicitar de qué saber se trata. Y, al mismo tiempo, está claro que el elemento cognoscitivo parece haber sido descartado de antemano. En la frase no se habla de “conocimiento”, “conocimiento ”, sino de “saber”. No es, pues, a mi juicio, una expresión epistemológica, puesto
que no plantea la cuestión de los límites del conocimiento, sino que, en todo caso, se refiere a los límites del saber, aunque no sepamos de qué saber se trata. Es decir, que, por retomar la distinción básica que he propuesto más arriba, la frase no está referida a nuestra posición en el mundo, sino, reforzado por el signo negativo de la fórmula, a la índole negativa de la dis-posición. En efecto, nuestra posición en el mundo, cualquiera que sea, implica conocimiento; en cambio, nuestra dis-posición al horizonte de lo metafísico, la propensión a abordar y resolver todos los misterios, aspira inútilmente a ser colmada por un saber, es decir, se expresa como no saber . La propensión presupone sin fundamento que ese saber es posible –como presuponemos intención, propósito, decisión, juicio, valoración, preferencia, etcétera, en Dios, aunque no creamos en Él– y que tal saber consiste en la solución del misterio, misterio, que que no es es un problema de conocimiento, un problema positivo, sino tan sólo la explicitación de nuestra disposición a plantearlo siempre en forma negativa. La determinación
No obstante, el aspecto más sugestivo y, desde luego, el más decisivo de la fórmula “Lo que no sabemos…” no está en la negación ni en el significado de “saber”, que son aspectos de la semántica de la frase, sino en la determinación, focalizado en el lo, el artículo neutro que da comienzo a la frase y que plantea sutilmente variantes alternativas en la comprensión. Toda la fuerza significante de la extraña expresión “Lo que no sabemos…” se reparte entre su 59
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esquema negativo y el determinante lo. Ahora bien, esta partícula es lo verdadera verdaderamente mente problemático de la sentencia. Podemos leer el artículo lo como objeto directo, como alusión a un contenido positivo; en definitiva, un objeto, que nos es negado para nuestro conocimiento. Si fuera así, la sentencia sería epistemológica y hablaría de un contenido, cualquiera que sea (certeza, noticia, tecné , conocimiento, verdad, etcétera) al que no hemos accedido todavía y al que ahora se trataría de dar atributo y valor. “Lo que no sabemos…” vendría a ser una invitación a hablar acerca de qué es lo que desconocemos en materia de ciencia o de tecnología, del lenguaje o del arte, del origen del universo, del teorema de Fermat o de las propiedades de los con juntos de números irraciona irracionales les3. Pero nada nos impide leer el artículo lo de acuerdo con otra dimensión de la sintaxis posible de la frase, colocando una coma imaginaria entre lo y que , para remitirnos al significado latente del ce francés. Lo se convertiría entonces en aquello, eso, y la frase dejaría ver su lado oculto, o lo que habitualmente queda denegado en la ilocución tras una lectura rápida. La sentencia se leería entonces así: “Eso/aquello, que no sabemos…”, y su sentido ya no haría referencia referencia a un contenido positiv positivoo para el saber que se nos niega, que nos está vedado, que aún no hemos logrado, sino al sesgo dis-positivo o dis-posicional en sí de nuestra relación con lo que nos está negado. En consecuencia, el enunciado pasaría a ser la forma discursiva de un ademán, un gesto ostensivo, deíctico, como un dedo que apunta hacia el horizonte . La frase no sería entonces una invitación a hablar de los límites del conocimiento, sino la expresión directa de nuestra delimitada dis-posición a un horizonte impreciso compuesto por aquello que escapa al alcance del
saber, y nos introduciría de lleno en un problema metafísico. Un pequeño matiz sintáctico, que desde luego bastaría con subrayar marcando la entonación de la frase, conlleva implicaciones inesperadas. Por consiguiente, estamos autorizados a partir de una interpretación de la gestualidad implícita de la expresión y no de su presunto contenido positivo o declarativo. Hacerlo presupone reasumir que el gesto es sobre todo acción. El ademán es esa acción y señala, como el dedo que apunta al horizonte (ce , lo), tanto un límite (la negación, ne , no) como la invitación a trasponer ese límite. No la negación de la posibilidad del gesto, sino, por el contrario, su afirmación. En efecto, la determinación pautada por la coma imaginaria que he propuesto más arriba al interpretar la frase como gesto la distiende, la escande y así apunta ambas cosas, según cabe a su plano enunciativo: describe la posición en el límite de nuestro conocimiento, pero también se refiere a la invitación a trasponerlo, en un sentido no muy lejano del que posee la observación de Heidegger al opúsculo de Ernst Jünger Jün ger,, Über die Linie , donde über también es entendido por él no sólo posicionalmente, como sobre (nuestra posición en la línea liminar que marca el advenimiento del nihilismo, nuestra referencia a esa línea), sino, además, activa, programáticamente, como más allá 4. El gesto no sólo marcaría nuestra posición en el límite de nuestras capacidades posicionales, sino que, además, en un sentido más preciso, determinaría aquello que está más allá, por encima de nuestra limitada posición en el mundo y que sólo puede ser señalado. Leída así, nuestra frase se presentaría como una sentencia cardinal, semejante a la flecha que apunta en la brújula siempre hacia el Norte. Y el gesto retratado en ella marcaría dos hitos: por un lado, nuestra limitación en términos de saber como conoci-
3 Este tipo de cuestiones fueron, en definitiva, las que se debatieron en el encuentro de la Unesco.
4 Cfr. Ernst Jünger y Martin Heidegger: Sobre la línea (trad. esp. de José Luis Molinuevo). Paidós, Barcelona, 1994.
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miento positivo, el contorno de sitivo, trasluciendo la dimensión nuestra posición, y, por otro la- dis-positiva o dis-posicional y do, nuestra capacidad intacta de metafísica, en que nos abandona determinar lo que trasciende esa el límite de nuestro conocimienposición y que podemos atisbar to, tal como aparece referido en más allá del límite. Sería entonces nuestra sentencia, en su sesgo neel signo del límite –o de la fini- gativo y, al mismo tiempo, cotud como rasgo propio del ser mo voluntad de franquear el líconsciente– y la expresión de mite que se hace ver en un gesto. nuestro estado en el límite que Se me ocurre que la película de conserva la facultad de trascender Werne Wernerr Herzog Herzog Jed Jeder er für für sich sich und und esa limitación del modo que sea, Gott gegen Alle , rodada en 1974 y aunque sólo fuera apuntando ha- estrenada en España como El cia el horizonte. enigma de Kaspar Hauser , podría Si, por otro lado, avalamos es- servirnos como tal modelo7. En ta interpretación de “saber” según esta película se lleva a cabo una uno de sus valores posibles, como crítica solapada de la ilustración y “ser capaz de”, “poder” o “domi- su ideal educativo, que aparece nar una técnica”5, la frase leída presentado como un violentacomo gesto señala como ilustra- miento de la naturaleza humana. ción definitoria de nuestra dis- Ambientada en 1828, Herzog posición determinadas limitacio- cuenta la historia, al parecer real, nes operativas. “No saber” no se- de un niño salvaje que, tras pasar ría tanto “no estar enterados de”, diecisiete años encerrado en una “no tener noticia de” o “no cono- bodega, es abandonado por su cer con certeza” cer teza”,, significados po- captor y recogido por una comusibles y claramente epistemológi- nidad aldeana de Alemania. Al cacos6, sino el final, el tope, el ex- bo de muchos años de reclusión, tremo de una acción: lo que no Kaspar Hauser es rescatado del puede ser continuado, pero que sí embrutecimiento y el abandono alcanza a nuestra capacidad de por un aprendizaje tardío que, tras determinación. “Saber” también muchos ejercicios, rinde a sus se dice, como apuntaba Witt- educadores unos magníficos frugenstein, de una continuidad re- tos. Con el tiempo, y merced a conocida. Por consiguiente, “Eso, los esfuerzos de sus congéneres, que no sabemos…”, más que a Kaspar se convierte en el orgullo una carencia, se refiere a una cua- de sus maestros. No obstante, lidad de nuestra atención, la ex- cuando todo parece que habrá de pone, describe la dis-posición co- depararle un futuro promisorio, mo el estar abiertos a, a-tentos, la vida del joven Kaspar queda volcados, asomados a lo que no truncada por una especie de hopodemos continuar. locausto final absurdo. Aunque se transforma en el producto más El enigma de Kaspar brillante de la voluntad ilustrada Me gustaría contar con un mo- –Kaspar se convierte en un ser de delo sobre el cual considerar estas asombrosa e impredecible lucidez observaciones, donde “saber “saber”” de- y de enormes dotes expresivas–, je ver otra dimensión dimensión de su sen- su papel en sociedad choca contra tido habitual gnoseológico y po- las hipocresías de la época. Muy pronto su presencia empieza a generar recelo y surge en el grupo 5 Tal como son propuestos por Wittque le ha acogido la necesidad de genstein en sus Investigaciones filosóficas , eliminarlo. Quien lo asesina es, G. E. M. Anscombe Anscombe (ed.) (trad. (trad. esp. de de Alfonso García Suárez y Ulises Moulines). Instituto de Invest igaciones Filosóficas/Universidad Autónoma de México/Editorial Crítica, § 150, Barcelona, 1988. 6 Cfr. Por cierto, también estudiados por Wittgenstein al final de su vida. Cfr. G. E.M. Über Gewißheit/Sobre la certeza , G. Anscombe y G. H. von Wright (comp.). Trad. esp. de Josep Lluís Prades y Vicente Raga. Gedisa, Barcelona, 1988.
7 Apunto
al pasar pasar que en relación relación con esta película también cometí un error al atribuir a Peter Handke un papel decisivo en la confección del guión. En algún lugar leí que Herzog se había inspirado en la obra de teatro Kaspar , que Handke concibió como parábola sobre la comunicación. CLAVES
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aparentemente, quien le ha tenido encerrado y no quiere ser denunciado, pero está claro que la culpa del asesino es en realidad la expresión de una culpa que Herzog extiende a la ilustración como proyecto civilizatorio. Parece como si la intención de Herzog fuera mostrar que la sociedad y la cultura modernas y secularizad secularizadas as cuentan con los medios y los métodos para rescatarnos de la animalidad, pero son incapaces de resolver los conflictos de ambivalencia que desencadena la liberación espiritual que nos proporciona la razón ilustrada. La película se presenta, pues, según este balance, pesimista, como la versión inversa de un Bildungsroman. En cualquier caso, mi interés en este guión no deviene de este aspecto ideológico de la historia de Kaspar Hauser, sino de que en su desarrollo hay un episodio que ilustra con gran precisión la diferencia primaria que he establecido entre un saber que es conocimiento positivo (fijación de una posición en el mundo, en un sentido inequívocamente ilustrado) y otro saber, negativo, que expresa nuestra dis-posición hacia lo metafísico y que no puede colmar positividad alguna. Y no es casual que esta diferencia sutil sea apreciada por un ser fuera de lo corriente. En la obra de Herzog, el protagonista vuelve una y otra vez, y de manera incidental, sobre una historia en el desierto (?), sobre el hecho de que sólo conoce el principio de la historia aunque aspira inútilmente a conocerla (y narrarla) entera, conjuntamente con su final. La primera mención de esa historia es, por decirlo así, metódica. Kaspar dice conocer cómo comienza y admite que desconoce el desenlace, más o menos como nos sucede a todos con nuestras respectivas historias de vida: sabemos cuándo nacemos y qué nos pasa después, pero no cuándo vamos a morir. Nuestra existencia se despliega siempre, sea feliz o desventurada, dentro de un relato incompleto. La segunda mención se produce a propósito de un sueño de Kaspar en el que los elementos de la historia aparecen más perfilados. Nº96
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En el relato de su sueño Kaspar cuenta que ve el mar y una montaña, y a muchos hombres subiendo afanosamente la montaña en medio de la niebla. En la cima –apunta– se divisa la Muerte. Pero sólo la tercera y definitiva versión de la historia deja ver algo más de su enigma y significado. Ocurre durante el monólogo agónico de Kaspar, que yace herido de muerte por su desconocido captor, rodeado de sus benefactores y acompañado por un amanuense que registra todo lo que sucede. La cámara enfoca cuidadosamente la escena. Kaspar se dispone a hablar en una especie de confesión terminal: él mismo pronuncia su relato como una suerte de extremaunción que se dicta a sí mismo. Musita: “Hay una historia que tengo que contaros: una caravana viaja por el desierto conducida por un guía muy viejo y ciego. La caravana detiene su marcha al llegar a unas montañas; temen haberse perdido y consultan la brújula, pero no saben qué hacer. El guía ciego que los conduce agarra un puñado de arena y lo prueba, como si se tratase de comida, y después dice: ‘Estáis equivocados, allí delante no hay montañas, todo es fruto de la imaginación. Seguiremos hacia el Norte’. La caravana se pone nuevamente en marcha y llega a una ciudad, y en la ciudad sucede la historia. La historia que quisiera contaros es la historia de esa ciudad. Pero esa historia no la sé” . La frase final nos devuelve a la imagen de Kaspar moribundo mientras murmura: “Gracias por haberme escuchado”. Puede que haya varias –aunque desde luego no son fáciles– vías posibles de interpretación de este incidente terminal en la extraña vida de Kaspar Kaspar.. Por un lado, la historia que obsesiona al personaje es –igual que todas las historias– una típica elaboración narrativa inconsolable de la finitud (o sea, es un relato de finitud) cuyo símbolo es primero un final que no se deja apresar y después, más claramente, la Muerte. Pero, por otro lado, cuando el relato se concreta, la expresión del problema de la finitud se hace mucho
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más precisa. Ya no se refiere a conocer el final de la historia, sino a saber continuar una historia desconocida. Kaspar sabe que la historia que él quisiera contar es la historia de la ciudad a la que llega la caravana, pero también sabe que él no la sabe . Es decir, no está allí para contar su propia historia, a punto de culminar (la de la caravana que entra en la ciudad), sino otra, la de otros, de otra ciudad (o de las ciudades que siempre son otras). Decir que se concreta es lo mismo que advertir que recrudece el sentido de la finitud. Yaa no se trata de no saber el de Y senlace de la propia historia, porque él mismo se encuentra en la antesala del desvelamiento a punto de morir, sino de continuarla en otra historia que él no sabe. Conviene detenerse por un momento en la índole de este saber (o, mejor dicho, de este no-sano -saber). La dimensión dimensión de la finitud finitud está, en el momento culminante, mucho más acotada. Ya no se trata de un elemento que falta: al igual que la caravana, Kaspar ha llegado al límite de su posición, o a su posición final como límite. En virtud de esta posición, ante las puertas de la ciudad, puede girarse, mirar hacia atrás y decirse que ahora sabe ; o sea, es capaz de tomar una posición. Pero la misma índole de su posición es el reflejo de una atención bifronte que lo mantiene, merced a su facultad determinante, asomado, a-tento, dis-puesto hacia la otra historia, la historia de la ciudad: hacia “eso, que no sabemos…”. Su saber “posicional” es suficiente para que su narración quede completa. Kaspar puede decir que conoce la parte del relato que le toca. Pero, al mismo tiempo, este saber posicional le deja un resto, semejante a un resquicio o una cesura que se abre a lo que no sabe y que se manifiesta, al final, en el gesto de la determinación pura por la que atisba un relato que no puede contar. El balance es pobre: está, justo antes antes de morir morir,, pues puesto to en el límite de su saber y, sin embargo, dis-puesto hacia lo que no sabe. Su relato agónico es una sabiduría inútil que traslada a quienes lo rodean a modo de lección última: 62
siempre hay una historia, la verdadera, la que es preciso saber, que queda pendiente de ser narrada, que hubiera debido continuarse. El gesto y el horizonte
¿Pero la lección que deja a sus compañeros es acaso ésta? ¿O es su gesto lo que tácitamente sugiere que se ha de imitar? ¿Cuál es el significado cabal de este gesto? Si al ser humano no le ha sido dado conocer todas las historias, si lo propio de nuestra condición es no trasponer con nuestro saber el fragmento del devenir que nos corresponde como destino (nuestra posición en el mundo), ¿qué función cumple la consciencia de otro horizonte de acontecimientos, de vidas o de cosas, que no nos está permitido abordar? Si la historia que merece ser narrada siempre queda fuera del alcance de nuestra posición, ¿por qué, al mismo tiempo, podemos determinarla sin llegar jamás a colmar o satisfacer el impulso que guía nuestra determinación para finalmente aplacarlo? ¿Por qué tenemos noticia, sabemos, tenemos consciencia, de eso, lo que no podemos saber? No estoy seguro de que éstas sean preguntas exclusivamente filosóficas, pero sí de que sólo acontecen en la filosofía. Paradójicamente, las soluciones tradicionales de la filosofía a estos interrogantes han sido no tan variadas como pudiera parecer. Por una parte, se ha intentado despachar la cuestión del saber y el no saber centrándola en una diferencia ontológica, a la manera platónica, entre lo que parece ser y el ser, entre la verdad y la apariencia, pero tan sólo para redescribir el modo de la dis-posición como un tipo de experiencia mística. Según esta línea de reflexión, el fundamento de la determinación sería lo místico y, por tanto, ajeno a la filosofía. Juzgada desde este patrón, la perplejidad del Kaspar moribundo no sería más que un arrebato final que queda más allá de los confines de lo razonable. O bien, de otro modo, se ha entendido el saber y el no saber a la manera de Aristóteles y la tradición del conocimiento científico y técnico, reduciéndose “eso,
que no sabemos…” a lo que no La cruda y certera descalificatiene principio ni causa y que, al ción nietzscheana de la cosa en sí ser determinado, nos arroja a una como subproducto de una falacia especie de abismo (Terra Incogni- discursiva no alcanza a disipar esta, Maelström) que inevitable- te modo del arranque metafísico, mente –tal como sucediera al donde el lenguaje está suplepropio Aristóteles con su idea del mentado por la gestualidad. La Primer Motor– abre las puertas a dis-posición está más allá de las la religión y a Dios, la mayor de limitaciones del discurso. El geslas ficciones consolatorias. to hacia lo metafísico, “eso, que Lo común a ambas variantes no sabemos…”, no está inspirado es que tratan lo dis-puesto a por ninguna voluntad de comunuestra determinación como un nicación o de significado como problema de conocimiento, y lo no sea ilustrar el propio ánimo cierto es que en ningún caso que lo motiva. Consiste tan sólo conseguirían disipar la perpleji- en formular la pregunta como dad de Kaspar. cuando levantamos el dedo y se¿Cómo abordar la dis-posición, ñalamos hacia el horizonte. el ademán que apunta al horizonExiste, pues, un lugar o un este de lo metafísico, sin incurrir en pacio reflexivo legítimo para la ellas? Una posible línea de acción metafísica que ya no cabe reivinpodría ser abandonar toda tenta- dicar rescatando las viejas palabras tiva de conocer positivamente de la trascendencia y lo sagrado, aquello que se señala en el gesto y las categorías con mayúsculas, las volver en cambio la mirada hacia fórmulas de la emulación raciola atención en sí, hacia la dis-po- nalista del discurso de la religión, sición. En efecto, una justifica- en un vano intento de refundar la ción posible de la capacidad hu- disciplina que, deliberadamente o mana de creación reside precisa- no, legó Andrónico a sus sucesomente en esta diferencia esencial, res. Todos estos programas para en este desequilibrio entre lo que el pensamiento contemporáneo a podemos completar con nuestros menudo no son sino manifestasaberes positivos –lo que sabemos ciones triviales del síndrome de la y no sabemos de nuestra posición repetición que afecta a la cultura en el mundo– y ese saldo de de- europea desde los tiempos de la terminación, pequeño o grande muerte de Hegel y han de ser susproyecto que siempre cabe dis-po- tituidos por otro. ner hacia el horizonte en forma Lo metafísico queda trazado de innumerables preguntas sin por el gesto y ahora, en este lírespuesta. Lo verdaderamente in- mite, sabemos que no puede ser quietante de “eso, que no sabe- abordable por un programa del mos…”, lo que tiene de turbador pensamiento, que no pertenece a lo metafísico, no es, como pensa- una doctrina del ser ni a una onba Kant, el ser un sustrato numé- tología fundamental ni a una nico, hermético y encerrado en su philosophia philosophi a perennis , sino más enigma y en su silencio, común a bien a una poética poética capaz de comtodas las cosas e inabordable para prender el sentido último de cala razón aunque accesible al pen- da gesto. Puedo atisbar, alcanzo a samiento, sino el presentarse co- ver que esa poética continúa el mo fondo infinito que se abre relato inacabable de la filosofía, cuando nos dis-ponemos a pre- hacia lo metafísico, pero lamenguntar. Cada pregunta remite ha- tablemente no la sé. cia ese fondo igual que hace la De todos modos, gracias por pregunta de Kaspar. Cada pre- haberme escuchado. gunta continúa la historia de la ciudad aunque no pueda narrarla, porque todas y cada una de nuestras preguntas se inspiran en la humana capacidad de determinaEnrique Lynch es profesor titular de esción, capacidad que siempre tras- tética en la Universidad de Barcelona y ciende el caudal de las respuestas escritor. Sus últimos libros son Prosa posibles. y circunstancia circunstancia y Sobre la belleza. n
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TEORÍA POLÍTICA
LA TERCERA VÍA: UN ANÁLISIS CRÍTICO VICENÇ NAVARR NAVARRO O
Anthony Giddens The Third Way
The Renewal of Social Democracy Polity Press, 1998
l libro de Anthony Giddens The Third Thi rd Way Way ha tenido la suficiente visibilidad en los medios de comunicación del mundo occidental para permitirnos evaluarlo sin un previo resumen exhaustivo de sus tesis. Valga sólo señalar que su tesis fundamental es que el avance hacia una sociedad que permita el mejor desarrollo de sus ciudadanos requiere trascender tanto la socialdemocracia como el neoliberalismo, creando una Tercera Vía que rompa con aquellas tradiciones. Giddens propone así medidas que él considera nuevas y que representan, según él, una solución a los problemas a los que hoy nos enfrentamos en las sociedades capitalistas desarrolladas. En realidad, Giddens subraya en su libro que este proyecto político nuevo, que él define como Tercera Vía, es necesario y aplicable no sólo al Reino Unido, donde él vive, sino a todo el mundo desarrollado contemporáneo. Es precisamente la gran ambición de su propuesta lo que nos permite a los no-británicos comentarla y evaluarla, indicando a su vez su grado de novedad y relevancia. Giddens comienza su libro con una llamada a sustituir los partidos socialdemócratas por nuevas formaciones inspiradas por la Tercera Vía. A pesar de que el subtítulo del libro se llama ‘La renovación de la socialdemocracia’, Giddens escribe en el texto que “el nuevo laborismo implica la rotura (the break) con
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el laborismo anterior. Una rotura similar a la que está hoy ocurriendo en prácticamente todos los partidos socialdemócratas continentales europeos” 1. Giddens habla, pues, de rotura más que de reforma de la socialdemocracia. Según este autor, el nacimiento de la nueva socialdemocracia requiere el fin de la socialdemocracia anterior, que él define en términos algo peyorativos como “la clásica vie ja izquie izquierda rda socia socialdemó ldemócrata” crata” (the classical old left socialdemocracy).
Ahora bien, es importan importante te seseñalar que su descripción de la experiencia socialdemócrata que ha existido y continúa existiendo en Europa, así como de la experiencia neoliberal, es una caricatura extrema de tales posturas políticas. Giddens reconoce que está en cierto modo estereotipando tales posturas a fin de simplificar el debate y permitirle hacer una mejor presentación de la Tercera Vía. Ahora bien, este estereotipo alcanza unas dimensiones que niegan el conocimiento de las realidades que el autor intenta describir. Como consecuencia, la presentación de tales experiencias es erróneo y traduce un escaso conocimiento de la enorme variedad existente en ambas tradiciones políticas en Europa. Como
1 “Tony Blair’s break with old Labour was a signi significan ficantt acomplishm acomplishment… ent… simila similarr sort of break has been made by virtually all continental socialdemocratic parties”. Anthony Giddens: The Third Way, preface, pág. VIII. Polity Press, 1999. Todas las citas del texto en este artículo se refieren a su versión inglesa, publicada por Polity Press. Existe una versión en castellano, La terce-
ra vía. La revolución de la socialdemocracia,
Taurus, 1999. Nº96
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mostraré en este artículo, Gid- cia, Noruega, Dinamarca y Findens distorsiona hasta tal punto landia– se han caracterizado dula tradición socialdemócrata y la rante los periodos de gobierno neoliberal que ninguna de las socialdemócrata por tener: a) las dos es reconocible. economías más integradas en Permítanme que comience la economía mundial (el porcencon una crítica de la distorsión taje que sus exportaciones e imque Giddens hace de la tradición portaciones representan sobre su socialdemócrata, a la cual define producto interior nacional (PIN) de la siguiente manera: “La so- ha sido desde la II Guerr Guerraa Muncialdemocracia se ha caracteriza- dial de los más altos entre los do por su apoyo (reliance) al pro- países de la OCDE); b) políticas teccionismo, por su énfasis en la económicas y fiscales orientadas propiedad pública en los medios más hacia la oferta que hacia la de producción, por su keynesia- demanda; c) los menores déficit nismo, por su manipulación de públicos entre los países de la la demanda, por su antagonismo OCDE (con un número mayor hacia el mercado y por su énfasis de años con superávit en sus en el dominio estatal de la eco- cuentas públicas públicas desde la II Gue2 nomía” . Esta definición, sin em- rra Mundial), y d) sectores de acbargo, ignora la enorme diversi- tividad económica de propiedad dad de las experiencias en la so- pública relativamente pequeños, cialdemocracia europea. En más bajos que muchos países de realidad, la experiencia socialde- tradición conservadora, como mócrata más extensa e impor- Alemania, Francia e Italia, sin tante en Europa –la socialdemo- que en ninguno de ellos (excepto cracia de los países nórdicos de en Noruega) estos sectores hayan Europa– no ha seguido políticas crecido durante los años de goestrictamente keynesianas, no ha bierno socialdemócrata. ¡Y éstos basado sus políticas de estímulo son los países socialdemócratas del crecimiento en la manipula- por excelencia! Son los partidos ción de la demanda, ha tenido socialdemócratas que han goberlos déficit públicos menores en- nado mayor número de años en tre los países de la OCDE, ha si- Europa3. Son países que han sedo la que ha seguido políticas guido lo que se ha llamado somás antiproteccionistas de Europa y ha tenido los sectores de propiedad pública (excepto No3 Para un análisis de las políticas ecoruega) más reducidos en Euro- nómicas socialdemócratas del norte de pa. Como los profesores Hubber Europa, ver Hubber, E., y Stephens, y Stephens han documentado ex- J. D.: ‘Internacionalization and the Socialdemocratic Model’, Comparative Potensamente, aquellos países –Sue- litical Studies , 13(3), págs. 353-397, 2 “Socialdemocracy has been characterized by reliance on protectionism, by state ownership of the means of production, by keynesianism, by demand management, by confined roles for markets and by state dominance of the Economy”. Giddens, A.: Op. cit., pág. 8.
1998. Para un análisis comparativo de las políticas económicas y sociales socialdemócratas, cristianodemócratas y liberales, ver Navarro, V.: ‘La economía política del Estado de bienestar’. Sistema , 148, enero 1999. Ver también Merkel, W.: Final de la socialdemocracia. Recursos de poder y política de gobierno de los partidos socialdemócratas en Europa occidental . Edi-
cions Alfons el Magnànim, 1995. 63
LA TERCERA VÍA: UN ANÁLISIS CRÍTICO
Anthony Gidde Giddens ns
cialismo de la oferta (supply socialism) en lugar de socialismo de la demanda (demand socialism). Su elevado gasto público no ha ido acompañado de un elevado déficit público, resultado de una elevada carga impositiva, legitimada por un extenso Estado de bienestar altamente popular4. Otros partidos socialdemócratas en Europa occidental han gobernado por periodos de tiempo más cortos que los partidos socialdemócratas de los países nórdicos nórdi cos escandinav escandinavos. os. Pero Pero,, a diferencia de los partidos nór4 Para una extensión de este punto, ver Navarro, V.: Op. cit.
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dicos, estos otros partidos so- no cristianodemócrata que ducialdemócratas han gobernado rante el periodo socialdemócrafrecuentemente en alianza con ta. Una situación semejante ha otros partidos, bien conservado- ocurrido en Francia. Incluso dures o bien liberales, que han rante el periodo expansionista condicionado en gran manera de los dos primeros años del sus políticas públicas. Pero en la Gobierno socialista presidido mayoría de los países europeos por Mitterrand, el sector de prolas políticas públicas de tales piedad pública apenas aumenpartidos socialdemócratas no tó. Fue durante los años del han correspondido, en general, a conservador De Gaulle cuando las características definidas por tal sector público aumentó más. Giddens. Incluso en Alemania, Y en España, el sector de prodonde el Partido Socialdemó- piedad pública se redujo consicrata ha sido de los que han se- derablemente durante los años guido con mayor intensidad las socialistas. políticas económicas de estímuQuisiera aclarar que no estoy lo de la demanda, el sector de aplaudiendo o criticando estas propiedad pública aumentó más políticas. Estoy únicamente cladurante los periodos de gobier- rificando el récord de los parti-
dos socialdemócratas en Europa, bien documentado, no sólo por los trabajos de Hubber y Stephens, sino también de Wolfang Merkell y, si me permiten una nota de inmodestia, por los míos propios. Estos trabajos muestran que Giddens, más que estereotipar, falsifica la experiencia socialdemócrata en Europa. Una situación similar aparece en la presentación por parte de Giddens de la tradición neoliberal. En realidad, Giddens amalgama en la misma categoría dos categorías distintas: la tradición liberal y la tradición conservadora, catalogando ambas como neoliberales. De ahí que Giddens concluya que el problema mayor que enfrenta el neoliberalismo sea “el conflicto en su seno entre el conservadurismo, por un lado, y el fundamentalismo de mercado, por el otro”5. Pero en Europa el conservadurismo no ha sido, en general, fundamentalista en su apoyo a los mercados. La democracia cristiana, en general, nunca ha sido anti-Estado. Precisamente lo contrario. Los Gobiernos conservadores –de tradición cristiana– en Alemania, Italia y Francia han sido altamente pro Estado. El fundamentalismo de mercado pertenece a la tradición liberal que ha estado reproducida a través de partidos pequeños, aunque no insignificantes. Giddens extrapola la experiencia británica (donde el Partido Conservador, Conservador, bajo la dirección de la señora Thatcher, conjugaba un conservadurismo con un liberalismo fundamentalista) al resto de Europa. Pero en el continente europeo la tradición conservadora es distinta a la tradición liberal. De ahí que la Tercera Vía puede que fuera comprensible en el Reino Unido como una vía alternativa a la socialdemocracia del Partido Laborista (que hasta hace poco tenía una cláusula que llamaba a la nacionalización de todos los 5
“Neoliberalism is in trouble because of the conflict in its ranks between conservatism on the one hand and market fundamentalism on the other”. Giddens, A.: Op. cit., pág. 14. CLAVES
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medios de producción y distribución) y al thatcherismo. Pero en la Europa occidental la oferta política ha sido siempre mayor y ha incluido gran variedad de opciones no presentes en el espectro político británico. De ahí que lo
De ahí que considere el Estado de bienestar y la sociedad del bienestar como espacios sustitutivos, es decir, como dos espacios que entran en conflicto. El aumento del uno –del Estado de bienestar– ahoga al otro, a la soque Giddens define como “nuevo” ciedad, la famosa sociedad civil en su libro no es, en realidad, tan en la tradición cristianodemónuevo en el continente europeo . La crata, que está ahí esperando que realidad política de la Europa pueda desarrollarse una vez el Escontinental es más rica y variada tado de bienestar omnipotente le que la existente en el Reino Uni- permita hacerlo, disminuyendo do. Esto explica la escasa res- y limitando su intervención. Copuesta (cuando no animosidad) a mo evidencia de este conflicto las propuestas de Giddens entre Giddens se refiere a la experiencia responsables socialdemócratas de la Unión Soviética, donde el europeos. Es famosa, por ejem- Estado había ahogado y aniquiplo, la respuesta que los socialis- lado a la sociedad civil. Es, por tas y otros sectores del centroiz- cierto, otro elemento de confuquierda e izquierda francesa die- sión en Giddens cuando define el ron al discurso de Blair al colapso de la Unión Soviética coParlamento francés. La ministra mo el colapso del socialismo, hode Empleo, Martine Aubry, y vi- mologando erróneamente sociacepresidenta del Gobierno Jos- lismo con leninismo. Pero volpin, lo definió como “lamenta- viendo al supuesto conflicto ble”6. Para muchos socialdemó- entre Estado de bienestar y la socratas, lo que Giddens propone ciedad del bienestar, Giddens en su Tercera Tercera Vía es bastante pa- propone –como lo hace la derecido a lo que la democracia mocracia cristiana– la sustitución cristiana ha propuesto en varios del Estado de bienestar por la sopaíses europeos, a la que Giddens ciedad del bienestar, en donde la añade algunos acentos liberales. sociedad civil desarrolle su rico Permítanme que muestre es- potencial, libre de las ataduras y tas analogías en el análisis y pro- dependencias al Estado de biepuestas que hace Giddens en nestar nestar.. En este aspecto, el discurtres áreas, a saber: a) la relación so de Giddens es muy semejante entre el Estado de bienestar y la al discurso presente en el informe sociedad del bienestar bienestar,, b) la fa- sobre L’Estat del Benestar de la milia y su relación con el Estado Generalitat de Catalunya, publide bienestar, y c) sus propues- cado por la Generalitat de Catatas de resolución de los proble- luña (1997). mas de exclusión social en nuesLo que es importante señalar tras sociedades. en estas tesis es la ausencia de evidencia empírica que la susEstado de bienestar tente. En realidad, la evidencia o sociedad del bienestar que se ha ido acumulando en Giddens habla con frecuencia de los estudios de política compala sociedad del bienestar contra- rada –muy bien resumida en el poniendo esta sociedad del bie- excelente estudio de Goran nestar al Estado de bienestar, tal Therborn sobre la sociedad civil como hace también la democra- en Europa– muestran lo contracia cristiana. La misma demo- rio7. Han sido los países del norcracia cristiana que apoya la inter- te de Europa, de mayor tradivención del Estado en la esfera ción socialdemócrata y de made la producción se opone a tal yor extensión del Estado de intervención en la esfera social.
bienestar, los países con mayor intervención del Estado en las áreas sociales y comunitarias que tienen también mayor riqueza en la vida organizativa en la sociedad civil. Tal evidencia y otra acumulada en la extensa literatura de políticas comparadas muestran que el Estado de bienestar no empobrece, sino que facilita el desarrollo de la sociedad del bienestar bienestar.. Una situación semejante se ha documentado por Putnam y sus colaboradores, los cuales han mostrado cómo en Italia, por ejemplo, las regiones que tienen una sociedad civil más desarrollada (con mayor intensidad en la vida organizativa y participativa) son también las regiones gobernadas por la izquierda y centroizquierda donde el Estado de bienestar ha estado más desarrollado8. No hay evidencia, pues, que apoye las tesis de Giddens y de la democracia cristiana de que el Estado de bienestar empobrezca la sociedad del bienestar. Antes al contrario, la una complementa a la otra. Y España es un ejemplo de ello. El escaso desarrollo del Estado de bienestar español limita y obstaculiza el desarrollo de la sociedad civil. La limitada existencia, por ejemplo, de servicios de ayuda a las familias españolas, tales como servicios de guarderías y escuelas infantiles o servicios sociocomunitarios de ayuda domiciliaria a los ancianos, obstaculiza el desarrollo de la familia –una célula básica de la sociedad civil–, sobrecargando a las mujeres. La familia y el Estado de bienestar
Otra tesis de Giddens que reproduce la postura cristianodemócrata es su visión de la relación entre la familia y el Estado de bienestar. Aquí, de nuevo Giddens introduce una nueva confusión, al definir como una postura socialdemócrata lo que en realidad
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Therborn, G.: Ver ‘Collective Action and Social Steering’, en European
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Citado en Freeden, M.: ‘The Ideology of New Labour’, The Political Quarterly, pág. 42, enero-marzo 1999. Nº96
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Modernity and Beyond. The Trajectoria Trajectoria of European Societies 1945-2000 . Sage Pu-
blications, 1995.
8 Putnam, R. D.; Leonardi, R., y Na-
netti,i, R. Y.: Making democracy Work: cinett vic tradirions in modern Italy . Princeton University Press, 1993.
es una postura cistrianodemócrata. Así asume erróneamente que el paradigma socialdemócrata se basa en la concepción tradicional de la familia, donde el hombre trabaja en el mercado laboral y su mujer cuida de los niños y de los ancianos, trabajando en su casa. Según Giddens, de esta visión se deriva que el Estado de bienestar se haya financiado por contribuciones sociales –empresarios y trabajadores– basadas en el mercado de trabajo. Es sorprendente que Giddens cometa este error. Lo que él está criticando es la tradición cristianodemócrata, no la tradición socialdemócrata. Esta última se ha caracterizado tradicionalmente por financiar el Estado de bienestar con fondos generales del Estado, en lugar de contribuciones sociales basadas en el mercado de trabajo. Es más, en los países socialdemócratas tradicionales, el puesto de la mujer no ha estado en su casa sino en el mercado de trabajo. El promedio de ocupación femenino en los países nórdicos escandinavos de tradición socialdemócrata es de un 78%, comparado con sólo un 42% en los países de tradición cristianodemócrata. cristianodemó crata. Desde tiempos de Bismark, la democracia cristiana ha financiado la protección social a base de contribuciones del mercado laboral, en el que el salario y las pensiones del trabajador varón determinaban el nivel de vida de toda la familia. De ahí que estos países de tradición cristiana del centro de Europa tengan un nivel de gasto de transferencias sociales (a través de la Seguridad Social) elevado, a la vez que tienen unos servicios de ayuda a la familia poco desarrollado. Los países socialdemócratas tienen una protección social elevada (a través del impacto redistributivo del Estado), junto con una gran expansión de los servicios de ayuda a la familia para facilitar la integración de la mujer en el mercado de trabajo9. Es interesante señalar que, a pesar de que Giddens critica a la tradición cristianodemócrata cristianodemócrata 9 Ver Navarro, V.: Op. cit.
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(que erróneamente define como socialdemócrata) por su excesivo énfasis en la familia tradicional, todavía se mueve en el terreno cristianodemócrata cuando hace sus propuestas en relación a la familia. Veamos. Giddens, aunque crítico con la familia tradicional, se define como ambivalente frente a las nuevas formas familiares (familias monoparentales, familias monogeneracionales y otras). Indica que las desventajas de este nuevo tipo de relaciones familiares han sido ignoradas en muchos análisis progresistas, excesivamente acríticos con tales nuevas formas. Acentúa Giddens que es fundamental que, independientemente de la forma y tipo de familia que se establezca, los padres tengan que sentirse responsables de sus hijos, y que, viceversa, los hijos deben sentirse responsables de sus padres. No creo que, en general, haya muchas voces discordantes en esta llamada de responsabilidad bilateral padres-hijos. Pero el punto de desacuerdo –diferencia fundamental entre la socialdemocracia y la democracia cristiana– es precisamente la visión operativa de esta responsabilidad bilateral. Y es ahí donde la propuesta de Giddens se enmarca claramente en la tradición cristianodemócrata. Giddens indica que los hijos tienen responsabilidad financiera por la suerte de sus padres. En España hemos visto cómo la Generalitat de Cataluña, por ejemplo, requiere aportaciones de los hijos para cubrir los gastos de la residencia de ancianos de sus padres. En los países de tradición socialdemócrata no existe tal responsabilidad. Es el Estado, junto con el usuario, el que contribuye según su renta y patrimonio al gasto de la residencia de ancianos. No es responsabilidad familiar, sino responsabilidad de la colectividad y del individuo –usuario o beneficiario–, el financiar tales servicios de ayuda. Repito de nuevo que la distinción fundamental entre la tradición socialdemócrata y la tradición cristianodemócrata respecto a la familia es que mientras en la primera 66
el Estado es el responsable de la provisión de servicios de ayuda a la familia (sean éstos guarderías, servicios domiciliarios de ayuda a los ancianos e incapacitados o casas de residencia), en la segunda es la familia la que tiene responsabilidad ponsabili dad primaria por el cuidado de sus miembros. Esto se traduce en que en la tradición cristianodemócrata es la familia –y sobre todo la mujer– la que tiene la responsabilidad de cuidar a los miembros de la familia; y cuando ésta tiene que utilizar los servicios de ayuda a la familia, es ésta, la familia, la que tiene que financiar primordialmente la utilización de tales servicios, aunque éstos puedan contar con ayudas estatales. En realidad, una vía tradicionalmente cristianodemócrata –también introducida en la tradición liberal– es la desgravación de tales gastos familiares, acentuando así la responsabilidad familiar, asistida en cantidades bastante limitadas por el Estado. En la tradición socialdemócrata no es la familia la que tiene que pagar la residencia de ancianos, sino que es el propio anciano, y sobre todo el Estado, el que se responsabiliza de tal ayuda. Igualmente con los centros de infancia y servicios domiciliarios: tales servicios son financiados y proveídos públicamente, aunque ello no excluya el pago directo, que es siempre reducido y accesible a todos los sectores de la población. La propuesta de Giddens encaja claramente con la tradición cristianodemócrata, puesto que exige que sea la familia la que se responsabilice por el pago de la atención de sus miembros. Es más: no sólo Giddens apoya la tradición cristianodemócrata, sino que critica la tradición socialdemócrata por considerarla creadora de dependencias. Así, Giddens critica duramente al Estado de bienestar sueco por crear una dependencia excesiva de la ciudadanía sueca hacia el Estado sueco, afectando negativamente al desarrollo de las personas así como a la eficiencia económica. Es importante señalar que Gid-
dens no aporta ninguna evidencia empírica que apoye tal aseveración. Se limita a citar, como referencia, a Assan Lindbeck, economista liberal sueco, cuyo trabajo empírico ha sido ampliamente criticado por científicos sociales suecos, como Walter Korpi y otros que gozan de mayor credibilidad científica que Lindbeck. Korpi ha mostrado empíricamente cómo Lindbeck claramente manipuló sus estadísticas para concluir que el Estado de bienestar sueco había afectado negativamente a la eficiencia económica de aquel país. He escrito extensamente sobre este punto en otro artículo, detallando las posturas de Lindbeck, contrastándolas con los datos proveídos por Korpi y otros investigadores10. Me sentí en la necesidad de hacer tal estudio debido a la frecuencia con que Lindbeck es utilizado como punto de referencia obligado por aquellos que desean concluir que la experiencia socialdemócrata del norte de Europa ha fracasado y/o ha perdido su relevancia. Un ejemplo, entre muchos otros, de esta selectividad en la búsqueda de evidencia es el estudio sobre el Estado de bienestar publicado por la Generalitat de Cataluña, citado anteriormente. Tal estudio cita también extensamente a Lindbeck, sin citar nunca los trabajos de sus críticos, que, insisto, tienen mayor credibilidad que el propio Lindbeck. En realidad, Lindbeck tuvo que dimitir del comité que otorga el Premio Nobel de Economía como resultado de la protesta mundial por el sesgo tan liberal de tal comité, debido en gran parte a la influencia de tal señor, cuyas posturas neoliberales son bien conocidas. Su dimisión explica que, por primera vez en muchos años, un economista no liberal, Amartya Sen, recibiera el Premio Nobel de Economía. Giddens tenía que haber sido más riguroso en la elección de sus referencias, diversificando su procedencia ideológica. En contra de lo que se adu10 Navarro, V.: Op. cit.
ce con excesiva frecuencia, no existe evidencia que muestre que la cobertura del Estado de bienestar sueco sea excesiva, cree dependencias o afecte negativamente a la eficiencia de la economía sueca. Suecia, junto con Noruega, Dinamarca y Finlandia han sido los países con menos desempleo desde 1960 hasta 1990. Y durante los años noventa, el desempleo en Suecia ha sido en la mayoría de aquellos años menor que en el Reino Unido. El alto desempleo de Finlandia se debe al colapso de la Unión Soviética, que consumía el 48% de todas las exportaciones finlandesas; y el incremento del desempleo en Suecia se debió en gran parte a la decisión política de desregular la movilidad de los capitales financieros y fijar el precio de la corona sueca al marco alemán en un momento en que el marco era muy fuerte, resultado de la gran subida de los intereses alemanes como consecuencia de la unión alemana. En ningún caso tal aumento fue debido a la excesiva cobertura de sus Estados de bienestar. Noruega y Dinamarca continúan siendo de los países con menor desempleo en Europa11. El acento liberal en Giddens –dentro de un marco cristianodemócrata– aparece también en su tratamiento de las pensiones. Señala, con razón, que a los ancianos se les debe ver como recursos que debieran ser estimulados a participar activamente en la sociedad. Creo que en este punto puede haber un gran consenso y poco desacuerdo. Ahora bien, una cosa es animar a los ancianos a que participen en la sociedad y facilitar esta participación y otra cosa muy distinta es indicar –como Giddens hace– que las pensiones crean una dependencia negativa entre los ancianos, acentuando su pasividad. Esta imagen de pasividad recuerda las posturas del soció11
Para una extensa crítica del argumento de “supuesto” fracaso del modelo socialdemócrata escandinavo, ver Garret, G.: Partisan Politics in the Global Economy . Cambridge University Press, 1998. CLAVES
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logo Pérez-Díaz, que en un artículo reciente publicado en CLA LAVES VES DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA se refería a los pensionistas como “parásitos dependientes del Estado”, “enfermos adictos a su pensión como otros lo están al tabaco, al alcohol o a la droga”, definiendo a la pensión “como una botella de suero ligada ligada por una una domiciliación bancaria a una arteria de su brazo”12. Es cie cierto rto qu quee Giddens es mucho más moderado, tanto en su discurso como en su tono, que la estridencia neoliberal expresada en aquella cita. Ahora bien, el mensaje es semejante: reproduce esta imagen tan extendida en la cultura neoliberal española de que las pensiones son excesivas y refuerzan la pasividad que inhibe la participación de los ancianos y jubilados en el mercado. Ahora bien, la enorme mayoría de ancianos no encontrarían trabajo en caso de buscarlo. Y sin las pensiones vivirían en la pobreza. En realidad, en el Reino Unido, incluso con las pensiones, uno de cada cuatro ancianos vive en la pobreza. La reintegración de las personas ancianas en el mercado de trabajo puede ser una medida sumamente regresiva a no ser que se haga voluntariamente, que no se haga por necesidad económica (para huir de la pobreza) y que sea una experiencia placentera y agradable. La ausencia de estas condiciones en el discurso de Giddens, que sí enfatiza en cambio el aspecto de dependencia, transforma sus recomendaciones y reflexiones en regresivas. Exclusión e inclusión en la Tercera Vía
Por último, permítanme que termine estas notas señalando cómo la cultura política cristianodemócrata, con acentos liberales, aparece también en el tratamiento de la exclusión e inclusión que hace Giddens, el
12 Pérez-Díaz: Anciano Ancianoss y mujeres mujeres ante el futuro, CLA LAVE VESS DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA ,
núm. 83, pág. 4, 1998. Nº96
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cual señala la eliminación de la dos socialdemócratas clásicos de exclusión social como el objeti- la vieja izquierda han sido resvo más importante de la Tercera ponsables de las políticas de pleVía. Cuando Giddens habla de no empleo más exitosas en Euexclusión, habla primordial- ropa desde desde la II Guerra Mun Mun-mente de la exclusión de dos dial, políticas de pleno empleo grupos –la exclusión de los ricos que incluyeron las políticas actiy la exclusión de los pobres–. vas más desarrolladas en Europa Los primeros se autoexcluyen (que representaron un 3% del voluntariamente voluntariam ente de la sociedad, PIN de sus países), junto con los desarrollando su propio espacio servicios sociales de cobertura social y sus propios servicios. No más extensa también en Euronecesitan ni utilizan los servi- pa. Lo que Giddens define como cios públicos, puesto que han novedoso es una copia muy lidesarrollado sus propios servi- mitada y moderada de unos procios privados. Comenta Gid- gramas mucho más extensos y dens, con razón, que esta exclu- exitosos, probados ya en Europa. sión perjudica a la sociedad al En realidad, el éxito de la expeperderse su capacidad de pre- riencia socialdemócrata del norsión para mejorar los servicios te de Europa estimuló el desapúblicos. Giddens acierta en es- rrollo de medidas semejantes en te diagnóstico, aunque, sor- otros países bajo la responsabiliprendentemente, no indica có- dad incluso de Gobiernos crismo solucionaría este problema. tianodemócratas tales como en La otra exclusión que preo- Alemania, Alemania, donde el progra programa ma de de cupa a Giddens es la exclusión integración de la población no de las personas sin cualificacio- cualificada en el mercado de tranes que les permita integrarse en bajo ha sido mucho más extenso el mercado de trabajo. Acentúa (que el propuesto por Blair) y también, con razón, la enorme más exitoso. De ahí que, como problemática que este grupo so- comentaba recientemente un secial representa. Para resolver esta manal no sospechoso de simpaexclusión, Giddens sí que hace tías de centroizquierda, The Ecopropuestas concretas, propues- nomist , la democracia cristiana tas que son hoy ampliamente alemana considera que la Terceaceptadas y son de sentido co- ra Vía está a su derecha. mún. Incluye así la necesidad de Tampoco es nueva la prodesarrollar políticas de forma- puesta que hace Giddens de ención para transmitir cualificacio- fatizar la necesidad de que al benes a las poblaciones excluidas, a neficiario de ayudas estatales se la vez que propone los servicios le exija la responsabilidad y rede apoyo a estos grupos que les ciprocidad, exigiéndole al parapermita su integración en el do, por ejemplo, que está recimercado laboral, tales como biendo unos beneficios procetransporte público, servicios de dentes del seguro de desempleo guarderías infantiles que cuiden que se integre al mercado de trade sus hijos mientras están tra- bajo so pena de perder tales bebajando, atención médica en ca- neficios si ignora la oferta de traso de que la necesiten y otros. bajo que le proporciona la agen Ahora bien, bien, lo que sorprende sorprende es cia de ocupación. En Suecia y que Giddens hace estas propues- en Dinamarca, el parado hábil tas como si estas políticas públi- tiene que estar en un programa cas fueran novedosas, que él de formación. Y esta misma peridentifica con la Tercera Vía. En sona, al final del periodo de forrealidad, los países que han de- mación, tiene que tomar el trasarrollado estos programas más bajo anunciado por las agencias intensa y exitosamente han sido de ocupación, so pena de perder los países nórdicos europeos go- todos los beneficios. bernados por partidos que él llaEstos hechos muestran que ma con cierto desprecio “parti- lo que Giddens está proponiendos socialdemócratas clásicos de do como novedoso no es tal en la vieja izquierda”. Estos parti- muchos de los países del conti-
nente europeo o incluso del continente norteamericano. Como señala el profesor británico de políticas públicas, el catedrático Robert Walker, en un interesante artículo publicado en la revista de política social de EE UU Focus (nú (núm. m. 3, 1998), 1998), las propuestas de la Tercera Vía están por detrás de las propuestas realizadas en algunos Estados de EE UU, como como el Estado Estado 13 de Wisconsin . Escribe el profesor Walker que la Tercera Vía es el intento moderado de corregir los enormes costos sociales realizados por el régimen Thatcher, como clintonomics es el intento moderado de corregir los enormes estragos creados por reaganomics . Su generalización como línea política progresista a nivel internacional está seriamente limitada por su escaso elemento novedoso, puesto que, como señala el profesor Walker, lo que propone ha sido ya experimentado más extensamente en otros países. El énfasis en eliminar la exclusión es un énfasis positivo, y sobre todo en el Reino Unido, donde el nivel de pobreza, resultado de las políticas thatcherianas, es el más alto de la OCDE después de EE UU. Lo que no se se percibe con suficiente claridad en círculos intelectuales de la Europa continental es el enorme coste social de las políticas thatcherianas, sobre todo en los centros urbanos. Las tasas de mortalidad infantil, adicción de drogas, tuberculosis y enfermedades mentales en el centro de Londres son de las más altas de la UE14. De ahí que el problema de la pobreza y de la exclusión sea un problema enorme que el Reino Unido compart compartee con EE EE UU. La La Tercera Vía intenta resolverlo con un enfoque que es semejante a la experiencia cristianodemócrata con tonos liberales. Tales experiencias, aunque nuevas en el 13 Walker, R.: ‘The Americanization of British Welfare: A case study of policy transfer’, Focus , vol. 19, núm. 3, pág. 32, 1998. 14 Health Report of the City of London, 1998.
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Reino Unido, no son tan nuevas ve el problema ni de los excluien Europa occidental. De ahí dos o pobres ni de la mayoría de que tales medidas puedan ya la población15. ahora considerarse como insuficientes para resolver tal enorme Reflexiones a partir del libro de Giddens. El origen de la problemática social. evolución de Lo que caracteriza estas polí- Tercera Vía: La evolución ticas es precisamente su énfasis Clinton y el Partido Demócrata en la corrección de la exclusión Así como el neoliberalismo neoliberalismo del a base de enfatizar casi exclusi- Gobierno Thatcher se inspiró en vamente la acción sectorial so- el neoliberalismo del equipo del bre los excluidos, sin enfatizar presidente Reagan, la Tercera los programas universales –co- Vía se ha inspirado en gran parmo lo ha hecho la socialdemo- te en la Tercera Vía proclamada cracia– que resuelvan el proble- por el presidente Clinton en ma de toda la ciudadanía y no 1995. Como el primer ministro sólo de un sector. Los progra- Blair ha indicado en varias ocamas antipobreza más importan- siones, “los valores del nuevo lates en cualquier sociedad son borismo y del Partido Demócraprogramas –como la Seguridad ta son idénticos”16. De ahí que Social o las políticas de pleno deba entenderse cómo surgió la empleo– que abarcan a la ma- Tercera Vía en EE UU. Quisiera yoría de la ciudadanía. Como aclarar, sin embargo, que la suse dice en EE UU, “los prograprogra- puesta semejante de la Tercera mas antipobreza categóricos Vía no es con la corriente mayoorientados a los pobres son, por ritaria del Partido Demócrata, definición, pobres”, es decir, in- sino con un grupo minoritario, suficientes para resolver el pro- The Democratic Leadership blema de la pobreza. La pobre- Council, dentro de tal partido. za es la expresión de la desiLa adopción de posturas neogualdad. Los países que tienen liberales importantes –tales comayor pobreza son los países mo la reducción de las pensiocomo EE UU y el Reino Reino Unido Unido nes y otros capítulos del gasto (y podríamos añadir España), social– por parte del presidente que tienen mayores desigualda- Carter (definido por el New des de renta. Y los países que York Times como el presidente tienen menor pobreza son los demócrata más conservador en países del norte de Europa, que la historia de EE UU), así como como tienen unas menores desigual- por parte de los candidatos dades de renta, resultado de te- Mondale (en 1984) y Dukakis ner Estados de bienestar alta- (en 1988), creó una gran remente redistributivos y seguir vuelta entre las bases del Partido políticas de pleno empleo que Demócrata, y muy en particular se caracterizan por una inter- entre los sindicatos y los movivención activa del Estado en la mientos sociales, como el moconfiguración de la oferta de vimiento de los derechos civiles trabajo. Es contradictorio el de las minorías y el movimiento querer acentuar la necesidad de feminista mayoritario (NOW), eliminar la pobreza y la exclu- que consiguieron el 40% de los sión, por un lado, y, a la vez delegados en la convención del –desalentar como lo hace Gid- Partido Demócrata del año dens–, las políticas redistributi- 1988, liderados por Jesse Jackvas y el papel activo del Estado son17. Esta pujanza del cenen la configuración de las políticas económicas y de empleo. 15 Ver evidencia empírica en NavaSu énfasis en la desregulación Op. cit. de los mercados de trabajo co- rro,16V.:Citado en King, D., y Wickhammo medida principal de resolver Jones: ‘From Clinton to Blair. The Deel desempleo, y su intento de mocratic (Party) Origens of Welfare to The Political Quarterly, pág. 66, corregir la pobreza mediante Work’, enero-marzo 1999. políticas sectoriales encamina17 El autor, Vicenç Navarro, fue el das a los marginados, no resuel- representante del centroizquierda del Par68
troizquierda como protesta a las políticas de austeridad social propuestas por la dirección del Partido Demócrata alarmó a la dirección de tal partido que, liderado por Bill Clinton, entonces gobernador de Arkansas, estableció el Democratic Leadership Council, cuyo objetivo principal era en aquel entonces frenar el ascenso de la izquierda y parar la protesta de las bases, incorporando a su vez algunas de las demandas más importantes de estas bases en el programa electoral del candidato Clinton en 1992. Entre estas demandas estaba la expansión del Estado de bienestar (estableciendo la universalidad del sistema sanitario como un punto clave en su programa) y un aumento en la progresividad fiscal. El Financial Times definió tal programa como una propuesta expansiva del Estado de bienestar de claro acento socialdemócrata. El propio candidato Clinton se refirió a la experiencia socialdemócrata socialdemócrata del norte de Europa como su inspiración18. Como ha escrito posteriormente Greenberg, director del equipo de análisis electoral del candidato (y más tarde presidente), Clinton, en un artículo titulado significativamente El mito del centrismo: Por qué Clinton y Blair ganaron19, la victoria de Clinton en 1992 se debió a la movilización del voto abstencionista (en su mayoría de clase trabajadora), que se sintió atraído a las propuestas expansionistass del candidato Clinton, sionista rompiendo con la austeridad imperante durante la década de los años ochenta. Aunque Clinton llevara a cabo, una vez elegido presidente, algunas de sus promesas, como el aumento de la progresividad fiscal y el aumento del salario mínimo, no
cumplió con su promesa de expansión del gasto público, fracasando a su vez en su intento de universalizar la sanidad. Clinton antagonizó también a los sindicatos por no incluir sus enmiendas al Tratado de Libre Comercio (NAFTA), enmiendas apoyadas por los sindicatos americanos (y por el candidato Cárdenas, del centroizquierda mexicano), que condicionaban la disminución de los aranceles entre EE UU y México al aumento del salario mínimo mexicano, estimulando la reducción de la diferencia salarial entre ambos países. El Tratado de Libre Comercio propuesto por el presidente Clinton fue aprobado con el apoyo del Partido Republicano y los demócratas del DLC próximos al presidente Clinton. La mayoría del Partido Demócrata, sin embargo, se opuso, indicando que su oposición no era al libre comercio sino a la forma en que tal libre comercio se estaba proponiendo en la propuesta del presidente Clinton, que daba excesiva protección al capital y muy poca protección al trabajo. Estas políticas de Clinton crearon un gran antagonismo de las bases del Partido Demócrata (Clinton no se atrevió a visitar barrios populares, por temor a los abucheos, hasta mediados del año 1995), que se abstuvieron en gran medida en las elecciones al Congreso americano de 1994, responsable de la victoria del Partido Republicano. Este partido, una vez en el poder, se caracterizó por su oposición frontal al Estado de bienestar, con su dirigente Gringich clamando explícitamente por el fin de la Seguridad Social. Estaba claro que después de la victoria del Partido Republicano el presidente Clinton no podía llevar a cabo su programa de 1992 con un Congreso controlado a partir de 1994 por un Partido Republicano duro y liberal a ultranza. Es en este momento cuan-
tido Democrático en la plataforma de tal partido en el año electoral 1988. 18 Para un análisis del origen, puesta en marcha y evaluación de las políticas do Clinton habla de la necesidad de económicas y sociales del candidato Clinton en 1992, ver Navarro, V.: The Politics pactar pactar con el Parti artido do Rep Republ ublican icanoo y of Health Reform. Blackwell, 1998. establecer la Tercera Vía. Ahora 19 Greenberg: ‘The Mythology of Centrism: Why Clinton and Blair really bien, la popularidad de Clinton won’, The American Prospect . Cot., 1997. no se debía a su identificación CLAVES
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con la Tercera Vía sino a la percepción popular generalizada de que Clinton representaba la me jor defens defensaa del Esta Estado do de bien bienesestar frente a los ataques extremistas del Partido Republicano. La me jor prueba de ello es que Clinton, cuya popularidad estaba por debajo de Dole, el candidato republicano para la presidencia de EE UU, vio aumentar su popupopularidad espectacularmente a partir de marzo-diciembre de 1995 debido a tres hechos que ocurrieron durante aquel periodo. Uno fue la propuesta legislativa del Partido Republicano (Contract With America), que amenazaba la integridad de la Seguridad Social. Otro fue el cierre del Gobierno federal, forzado por el Congreso de mayoría republicano (que creó grandes molestias a la ciudadanía). Y el último fue el atentado contra el edificio federal de Oklahoma, que creó gran simpatía hacia el funcionariado. Estos hechos permitieron al presidente Clinton presentarse como el gran defensor del Estado de bienestar y del Gobierno federal frente a un Partido Republicano percibido como extremista. Esto explica la victoria de Clinton en 1996 y la casi derrota del Partido Republicano en el Congreso. A pesar de que el Partido Republicano contó con una ayuda financiera tres veces superior a la que tuvieron los candidatos demócratas, perdió el mayor número de diputados en su historia: sólo un cambio, de un total de 12.000 votos en distritos electorales claves, hubiera dado la victoria a los demócratas en la Cámara baja del Congreso. La victoria victoria de Clinton no se debió tanto a la movilización de las clases medias (a la soccer mom que llevaba a sus hijos a las clases de fútbol, según contaban los medios de información estadounidenses, imagen reproducida acríticamente en los medios de información españoles), españoles), sino a la clase trabajadora, y muy en especial a la mujer trabajadora (más sensible al impacto de los recortes sociales que los hombres), y que es probable que condujera un Chevrolet (coche de la clase trabajadora estadounidense) más Nº96
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que un Volvo (coche de las clases medias altas). Los análisis electorales del voto documentaron que el aumento de voto demócrata femenino fue de un 13% entre la mujer trabajadora, comparado con un 8% entre las mujeres profesionales. Y esta percepción del presidente Clinton como defensor del Estado de bienestar enfrente del ataque al Estado de bienestar es también responsable de su continua popularidad y del resultado de las elecciones de 1998 al Congreso, que crearon el colapso de la dirección del Partido Republicano con la dimisión de Gringich. Hoy, las encuestas muestran que la popularidad de Clinton se debe a sus propuestas de utilizar el superávit del Gobierno federal para reforzar y garantizar la viabilidad y expansión del Estado de bienestar (proponiendo, por ejemplo, que el Gobierno federal expanda la cobertura sanitaria para incluir el gasto de farmacia a los ancianos), frente a las propuestas del Partido Republicano de utilizar el superávit para reducir los impuestos. Las encuestas muestran un 68% de la población a favor de la primera alternativa (un porcentaje similar al porcentaje de aprobación del presidente) versus sólo un 32% a favor de la segunda. (CBS, Poll of People’s Attitudes, 18 de febrero). La Tercera Vía en el Reino Unido
Según Greenberg, que también trabajó en la campaña del Partido Laborista, el punto clave de la victoria electoral del Partido Laborista no fue su centrismo sino la identificación del Partido Laborista con la defensa del Estado de bienestar frente a las políticas del Gobierno conservador, que había propuesto la privatización de la Seguridad Social y que había introducido reformas tales como la expansión masiva de mercados en el sector sanitario que habían alarmado a la ciudadanía. Las propuestas del Partido Laborista de eliminar tales programas, centrándose a su vez en el establecimiento del pleno empleo, movilizó al
electorado laborista y desmovilizó al electorado conservador (dos millones de votantes conservadores se abstuvieron, casi el margen de victoria de los laboristas), junto con un pacto anticonservador del Partido Laborista con el Partido Liberal Demócrata, que hizo que militantes y simpatizantes de este partido votaran a aquel partido –y viceversa, los militantes y simpatizantes de este partido votaron Laborista en aquellas circunscripciones en que el conflicto fue entre los dos partidos mayoritarios–. Ello explica que el Partido Laborista, ganando con un 43% del voto (el mismo porcentaje de voto que Thatcher consiguió en su primera victoria electoral), tuviera una mayoría sin precedentes en el Parlamento británico y que el Partido Liberal Demócrata, con el mismo porcentaje del voto popular que en 1992, consiguiera, sin embargo, pasar de 18 a 46 diputados. Aunque el Gobierno Blair llevó a cabo algunas de sus propuestas (tales como la anulación de los mercados internos dentro del sector sanitario y la puesta en marcha del new deal, con la activación de programas de formación para parados, financiado con fondos proveídos de un impuesto sobre los beneficios considerados excesivos de las industrias privatizados por el Gobierno conservador), en general sus propuestas estuvieron limitadas debido a su compromiso de respetar la austeridad fiscal de los presupuestos heredados de los Gobiernos conservadores. De ahí que, a pesar de su énfasis durante su campaña electoral en priorizar la educación, el gasto en este capítulo en los dos primeros presupuestos neolaboristas fueron en realidad menores (4,7% del PIB) que el gasto promedio anual en educación de los Gobiernos Thatcher (5,5% del PIB) y Major
20 Target, S.: ‘Critics claim Windfall is no more than hype’, Financial Times . 16 de julio de 1998.
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s e v a s l e c . / a s s e . e r a g s o e r r g p o r @ s p . e w v a w l w c t e n r e t n i
n ó i c c e r i d
o c i n ó r t c e l e o e r r o c
LA TERCERA VÍA: UN ANÁLISIS CRÍTICO
(5,2% del PIB)20, realidad denunciada no sólo por los portavoces conservadores sino también por amplios sectores del laborismo británico. En parte como respuesta a estas críticas y como manera de mostrar simbólicamente su apoyo a la escuela pública, Blair personalmente vetó a Trevor Phillips como candidato a la alcaldía de Londres por enviar sus hijos a una escuela privada21. En realidad, Blair ha estado siendo su jeto a unas críticas intensa intensass dentro del Partido Laborista, por la incoherencia de querer resolver el problema de la exclusión sin aumentar el impacto redistributivo del Estado y el gasto público. De ahí que en el último presupuesto del canciller Brown, ministro de Hacienda, el gasto social haya aumentado espectacularmente, aunque los conservadores puedan señalar (con un elemento de razón) que tal aumento parece más espectacular de lo que es en realidad debido a la gran austeridad de sus primeros dos años de gobierno. También, y en respuesta a estas críticas, el Gobierno laborista ha eliminado recientemente varias de las reformas que el Gobierno Thatcher había introducido en la regulación del mercado laboral, que dificultaban en gran medida la sindicalización, aumentando a la vez, por segunda vez, el salario mínimo22. Valga, por último, señalar también que el mismo Giddens, sensible a la crítica de la Tercera Vía como un indicador de la americanización americanizaci ón del Partido Laborista, últimamente ha negado tal hecho, indicando erróneamente que los postulados de la Tercera Vía han sido ampliamente aceptados en gran número de partidos socialistas y socialdemócratas europeos, definiendo incluso a Jospin como un third wayer, definición que 21 The Mystery of the Missing Members. New Stateman, pág. 24, 26 de junio de 1998. 22 Clement, B.: ‘Britain Changes Thatcherite Labour Laws’, The Independent , 29 de enero de 1999.
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ha creado cierto malestar en los círculos próximos al dirigente socialista francés23. En realidad, el Partido Laborista británico es hoy una confluencia de varias corrientes que incluyen desde la vieja izquierda laborista (con necesidad de renovación) hasta un centro y centro derecha, representada por Mandelson (también con necesidad de renovación), próxima esta última a Blair (pero no a Brown), que tiene gran visibilidad por el apoyo que le otorga Blair. Es injusto e incorrecto, por tanto, resumir la gran variedad de corrientes en aquel partido como Tercera Vía. En realidad, Prescot, viceprimer ministro del Gobierno laborista, ha sido crítico con lo que él ha llamado la clintonización del Partido Laborista, distanciándose de varios elementos de la Tercera Vía24. Últimas observaciones
Permítanme que termine esta exposición con unos comentarios, unos generales y otros específicos, relacionados con la situación en España. Los primeros tienen que ver con el futuro de la socialdemocracia. No voy a repetir aquí lo que ya he dicho en otra ocasión. Valga sólo subrayar que el necesario proceso de renovación de cualquier proyecto político, incluyendo el de la socialdemocracia, requiere un debate extenso y vivo que no existe todavía en España, aunque esbozos de tal debate ya han aparecido en nuestro país. En este aspecto, el debate generado por la publicación del libro de Giddens puede enriquecerlo, siempre y cuando tal debate sea auténticamente abierto y sin exclusiones. Es desde este punto de vista muy preocupante que la gran visibilidad que se está dando a la Tercera Vía en España contraste con el silencio existente alrededor del libro de Oskar Lafontaine y Christa Müller, que re23 Giddens, A.: ‘Better than warmed-
over porridge’, The New Stateman, 12 de febrero de 1999. 24 Citado en King, D., y Wideman Jones: Op. cit.
presentan una visión distinta, casi opuesta, a la Tercera Vía. Esta visibilidad diferencial corresponde al conservadurismo (y escasa tradición democrática) de los medios de información españoles, los cuales actúan como cajas de resonancia para aquellos mensajes que apoyan, silenciando (sin debatirlos) aquellas posturas que desfavorecen. El otro punto tiene que ver con la apropiación de Blair por parte de la derecha española. El gran descrédito histórico de la derecha española explica el intento de presentarse como centro, lo que explica el comentario irónico del diario británico The Guardian (14 de noviembre de 1998) de que España es el único país europeo que no tiene derecha. Hacía este diario esta observación a raíz de las declaraciones del presidente del Gobierno español en las que éste señalaba que la principal diferencia entre él y el primer ministro británico, Blair,, era que mientras él se defiBlair nía de centro moderado, Blair se presentaba como representante del centro radical . Por lo demás, ambos coincidían –decía Aznar– en su centrismo. Sin negar las coincidencias programáticas en algunas políticas públicas (como el énfasis en la desregulación del mercado de trabajo como mecanismo de crear empleo), es in justoo para Blair just Blair esta esta apropiación apropiación oportunista. Blair le pidió al candidato del PSOE Borrell, y no a Aznar,, que escribiera el prólogo Aznar para la edición española de su libro. Blair y su partido pertenecen y derivan de una tradición muy distinta a la tradición y origen histórico del Partido Popular español. Es impensable que los muchos admiradores del nuevo laborismo en el PP vetaran cargos políticos a personas que enviaran sus hijos a la escuela privada o que gravaran los beneficios de las empresas privatizadas que se consideraran excesivos. Y Aznar está intent intentando ando introducir en España reformas en la educación y en la sanidad que introdujo Thatcher en el Reino Unido y que Blair ha eliminado. Es preocupante que tales diferencias
no hayan sido señaladas por una prensa acrítica de las realidades gobernantes en España. En realidad, uno de los problemas mayores que hoy tiene la democracia española es precisamente la falta de diversidad en los medios de información, con un sesgo claramente conservador y liberal que ahoga la libre circulación de ideas. Espero que la publicación de este artículo pueda facilitar la expansión de este debate. n
Vicenç Navarro Vicenç Navarro es catedrático de ciencias políticas en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, y profesor de Policy Studies en la The Johns Hopkins University, de Baltimore. CLAVES
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TEORÍA LITERARIA
¿CUÁL ES EL SITIO, HOY, DE LA LITERATURA? JULIO SEOANE PINILLA PINILLA
1 comienza nuestra moderni-
En el XVIII, justo donde
dad social, política y cultural, la literatura comienza a ser concebida como una herramienta; como una herramienta que sirve para conseguir cosas. Con el XVIII la literatura, por vez primera, deja de constatar la realidad –y presentarnos lo bello o lo que se debe hacer– y, junto con la belleza connatural a su oficio, proporciona herramientas útiles, sabias y conocedoras del mundo a fin de ser utilizadas en nuestra vida. Se convierte en un invento que, además de contar historias, fabrica fabri ca y pone en circulación términos, conceptos e imágenes que servían de modelos para construir la propia identidad o para plantear nuevos modos de concebir el mundo social. En este sentido, la literatura es un lugar de creación de la realidad que contribuyó en mucho a formar nuestro presente. Pues bien, ésta es una idea que hoy resulta inconcebible. No es que haya entrado en crisis el concepto de literatura con el que hemos construido nuestro mundo; es que ese modo de entender la literatura nos es tan lejano como podría sernos la noción de amistad caballeresca del medievo. Hoy la literatura –tal y como hasta ahora la hemos concebido– debería estar representada en algún museo de arqueología industrial. Fue un invento muy útil que ha quedado obsoleto. Permítaseme, para mostrar esto, partir de la novela sentimental que fue la literatura que uniformó la lectura de la ilustración.
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El origen de la novela sentimental se suele establecer en el siglo XVII y es un producNº96
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to sobre todo de mujeres escritoras. Scudéry o La Fayette son ahora mismo las heroínas de muchos estudios feministas que intentan buscar en estas autoras el verdadero origen olvidado de nuestra novela. Lo cierto es que las primeras novelas sentimentales que escribieron algunas mujeres en el XVII son novelas volcadas en el personaje del príncipe azul, el joven enamorado, más o menos fiel, que persigue a su amada pasando mil aventuras que refuerzan más aún sus sentimientos. Pero será en el XVIII cuando este tipo de novela pase a manos de un hombre. Como será un hombre quien la escriba, podrá ser tomada en consideración y se hará totalmente moderna. Me estoy refiriendo al escritor inglés Richardson y a sus dos grandes obras Pa Pa-mela y Clarisa. Con ellas la novela sentimentall pasa de basarse en la sentimenta figura del príncipe azul a inclinarsee por el folletí nars folletín. n. Con estas novelas, Richardson creó un estilo que fue imitado, seguido y tomado como el único estilo apropiado a la nueva era que en el XVIII estaba surgiendo. La ilustración toma la novela sentimental como su mejor modo de expresarse, y no será extraño que una de las cumbres c umbres de este sentimentalismo novelesco sea La nueva Eloísa, de Rousseau. No voy a hacer un estudio pormenorizado de la novela sentimental; tan sólo vayan aquí tres de sus principales características. La primera es que su trama argumental se desarrolla en torno a las desventuras que acaecen a una muchacha compendio de virtudes: uno a uno todos sus buenos propósitos se ven puestos
a prueba por villanos, malvados y seres despreciables de toda clase y condición. La segunda es su tremenda pesadez, sus vueltas y revueltas, su minucioso detallismo al pintar cada escena y el cargarse con cientos de páginas que hacen que hoy nos resulte un esfuerzo insufrible siquiera cargar con un libro de estos bajo el brazo. La tercera es su ñoñería, su sensiblería, que hoy nos dice poco pero que, en la época, era lo que daba a este tipo de novelas su valor, pues era la primera vez que los personajes sentían no como estereotipos, ni como debían sentir, sino como los nuevos hombres burgueses. Y éstos, que aún no conocían bien cómo debían sentir para sentir diferente a la aristocracia y a la iglesia, creyeron que era el modo de la novela sentimental como debían sentir. Puede parecer raro, pero así fue. Por eso era normal las lágrimas de todos; o el comentar la novela en público y llorar con la rememoración de algunos capítulos; o el presumir de haber llorado (señal inequívoca de buen gusto y mejor carácter); o el ir a casa del editor a esperar impacientemente las nuevas entregas, o enfadarse con el autor e ir personalmente a afrentarle si escribía algo que no gustaba… Sólo en una clave algo ñoña podríamos hoy entender estas novelas. Nosotros estamos al cabo de cualquier sentimentalismo, y de que, por ejemplo, alguien se rebele contra la autoridad paterna y desafíe el mundo para casarse con la persona que ama no es una tragedia que merezca interés ni consideración, como tampoco lo es el luchar contra los obstáculos que traban la honestidad, el casto amor o
la pureza de los sentimientos. Hemos visto mucho cine y todas estas historias nos aburren. Pero, como fuere, lo cierto es que en el XVIII las novelas sentimentales se leían más que los libros de filosofía y en ellas se producían imágenes y conceptos –tales como la conciencia, la necesidad de “realizarse” en la vida, la responsabilidad moral y otros– que forjaban nuestro mundo. Se leían, se comentaban y se sentían muy hondo, muy dentro de la propia vida porque, en paralelo a la nueva clase que disfrutaba de estas novelas, toda la literatura sentimental trataba de una heroína que se enfrentaba al mundo a fin de componer su propia vida, se enfrentaba al mundo para hacer lo que ella creía que debía hacer –no lo que la tradición enseñaba, no lo que se debía hacer por deber, sino lo que en su fuero interno consideraba que era lo que más se adecuaba a su vida–. El ir realizándome en las cosas que hago, el necesitar autentificar mi identidad en la realidad (y por eso, entre otras cosas, no casarme con quien no amo, por mucho que a mi familia le conviniere), eso que para nosotros es tan corriente que no es sino hacer lo que queremos porque es hacer lo que somos nosotros, eso, digo, es algo tremendamente novedoso. novedoso. Es algo tan nuevo que cuando la gente lo vio escrito estalló en lágrimas. Para no andarme mucho por las ramas, voy a dar un ejemplo de cómo con esta novela se comenzó a dar una serie de herramientas que variaron tanto nuestra relación con el mundo que nos hicieron –e hicieron al mundo– muy distintos. A fina71
¿CUÁL ES EL SITIO, HOY, DE LA LITERATURA?
les del XVII comienza a ser ob jeto de debate la cuestión del matrimonio por amor. La verdad es que nada hay más estúpido que este problema, pues, cuando se trata de conservar patrimonios, de heredar negocios o posiciones establecidas con el esfuerzo de generaciones, parece absurdo tomar en consideración los sentimientos de los jóvenes a casar. Los cuales, además, muy posiblemente estarán llevados por pasiones bajas y no por la sana razón. No es extraño que tuvieran que ser mu jeres las que plantearan el prop roblema y quienes dieran las primeras soluciones que desde la de Scudéry hasta la de La Fayette parecen que acaban todas en un ¡qué suerte el estar viuda con la vida resuelta!, pues ya no hay que aguantar hombre alguno ni necesidad hay tampoco de matrimoniar con ningún otro. Con esta primera solución quedó el matrimonio como una dura prueba para quienes creían en el amor o al menos en la sensibilidad de los afectos. Hasta que Richardson propone su solución. Precisamente de la que vivimos ahora. El matrimonio es encontrar a alguien a quien amar porque ese alguien se adecua a ti; es encontrar a alguien delicado y atento contigo porque en realidad eres tú mismo, sigue tus aspiraciones, aprendes con él, te encuentras a ti mismo en él. Richardson soluciona la cuestión del matrimonio por amor proponiendo nuestro amor sincero y auténtico; el amor como destino fatal troca en amor a algo sublime y quedamos todos, en nuestra vida, encontrándonos en otro. No pasará mucho tiempo para que ese “otro” deje de ser la persona amada y para que el poderoso sentimiento del amor se dirija a buscarnos en la historia, en la sociedad más justa, en un trabajo donde vernos autentificados, etcétera. Con el amor sentimental se abre la posibilidad de un sentimiento fuerte y poderoso que pone de relieve una aspiración dialéctica que condujo todos los esfuerzos de nuestra modernidad: te72
ner a los demás enriqueciéndoles y enriqueciéndome a mí mismo. Lo que se abre aquí es que yo puedo amar, por ejemplo, a mi pueblo, a mi país, no por ningún sentimiento impuesto, sino porque yo mismo me realizo y cobro mi propia identidad en ese amor, en esa relación sentimental. No es extraño que sean los románticos quienes pocos años después sean capaces de escribir escribir,, en un mismo libro, el amor entre un hombre y una mujer y el amor a la patria, que será el que cree, ya en el XIX, nuestros nacionalismos. nacionalismos.
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Un invento se puede contar de dos maneras. O hablando de las cosas que produce, o fi jándonoss en el modo en cómo jándono funciona. Hasta ahora he hablado muy por encima de algunos productos que comienza a lanzar al mundo la novela sentimental. Como se puede imaginar, en este modo de mirar a la literatura puede haber más de una disputa porque es evidente que la conciencia moderna responsable por sí misma de todos sus actos, el amor tal y como nosotros lo entendemos o cualquiera otra de las características que acabo de comentar que la literatura lega a nuestro presente han sido promocionadas por la novela sentimental pero también por otros factores. Así no sería extraño que alguien pensará: “Bueno, bien, pero todo eso era posible porque ya había un mundo diferente, una nueva clase social con más poder, nuevos modos de relaciones económicas…”. Cualquiera a primera vista podría decir que en realidad los inventos y los útiles que producen esos inventos realmente no cambian la realidad, sino que si son posibles, son precisamente porque ya hay una realidad nueva que los posibilita. Es más, cuando se habla de conceptos, como voy a hacer yo en lo referente al producto que sale de la fábrica literatura, es algo asumido el decir que cuando una idea aparece es porque ya existían unas determinadas condiciones para que pudiera desarrollarse.
No voy a discutir esto ahora; polemizar sobre si el instrumento construye la realidad o si primero es preciso tener una realidad adecuada es elucidar si primero fue el huevo a la gallina. No quiero entrar en estas polémicas que generalmente no llevan a nada, porque, en último término, un hecho se puede explicar en en referencia referencia a ambas perspectivas (la del huevo y la de la gallina, la de la necesaria situación inicial y la del desarrollo del invento) y, al final, desde ambas perspectivas se procura realmente la aparición del hecho. Lo que resulta evidente es que a partir del XVIII la literatura tomó esa función de fabricar realidad. Como todo el mundo sabe, también había una situación social nueva que favorecía esa función de la literatura, pero esa situación social, a su vez, se favoreció y procuró por la literatura misma. Lo que quiero ahora es tratar de algo menos polémico; quiero detenerme en el modo en cómo funciona el invento literatura, mirando tan sólo dos de sus mecanismos (los dos más importantes, los que le dan cuerpo). El primero, la necesidad de un público; que pueda haber un público que coincida en las lágrimas. Este mecanismo saca a la lectura de la pura interpretación individual y asegura que aquello que nos afecta a nosotros también afecta, y de la misma manera, a cualquier hombre y mujer que no tenga el corazón endurecido. Esto es, a cualquier hombre y mujer moderno. El segundo mecanismo de la máquina literatura es el hecho implícitamente asumido de que la literatura dice algo más que historias para el entretenimiento. La literatura nos afecta hasta punto tal que nos hace llorar (pero llorar sinceramente, no como nosotros lloramos ante las películas, llorar sintiendo que hay que hacer algo para remediar ese lloro y si bien no se va ha hacer en la novela –¡porque es una novela!–, sí que se puede hacer en nuestra vida cotidiana).
quiero relatar un pequeño mito que casi todos los ilustrados del XVIII compartían. Se trata del mito de la lectura familiar nocturna. Según este mito, se creía que hasta hacía pocos años, hasta finales del XVII, al finalizar el día, el padre de familia reunía mujer, hijos, amigos y algún sirviente y, y, tras la cena, procedía a leerles un libro. Los ilustrados echaban de menos esta lectura en familia y creían que tan sólo fuera de las grandes ciudades, en las pequeñas villas del campo, se conservaba aún esta costumbre tan hermosa. Obviamente esto era un mito, porque si alguna vez se dio (y es cierto que era una costumbre, pero está por demostrar que fuera una costumbre ampliamente seguida), el padre de familia no leería sino libros de oraciones y ejemplos religiosos que a estos ilustrados no les debían de gustar mucho. Como fuere, este mito tenía sentido porque, aunque es cierto que en el XVIII todavía se comentaban las lecturas y se discutían las interpretaciones, la lectura ya se estableció como un acto solipsista, un tanto autista, donde cada individuo particular leía por sí mismo y se placía o no en las cosas que a él le gustaban o disgustaban, pero en su intimidad, leyendo ya sin mover los labios (y, por cierto, la lectura sin mover los labios es habilidad bastante difícil de aprender, que a partir del XVII comenzó a imponerse como símbolo de educación). Si alguna vez el texto se expuso en grupo, ahora el lector desentraña el texto, lo interpreta; no se limita a digerir la palabra dada (no recibe la historia y aprende de ella como en un catecismo de sabiduría), sino que ha de hacer un esfuerzo, ha de interpretar, ha de aprender con el texto. Por eso se puede tomar en serio lo que aprendemos con la literatura, porque lo hemos aprendido por nosotros nosotros mismos, mismos, porque es nuestra propia vida. Por eso es lógico que un hombre o una mujer cabal se afecten tanto con la lectura de una novela que A. Para empezar con el último mecanismo que he nombrado, les vengan a los ojos litros de láCLAVES
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J UL I O SE OA NE P I NI L LA
grimas sinceras. Es cierto que seña, con ella se aprende; pero siempre la literatura ha dicho al- aquello que el XVIII nos ha dego más de lo que decía, que jado como here herencia ncia es que que la la nanasiempre existía un elemento ale- rración no es únicamente levangórico que había que descifrar; tar acta como un notario de las que, por ejemplo, cuando en cosas que han de ser sabidas, sipleno barroco aparece en un li- no que ha de intentar conducirbro o en un cuadro un perro nos y hacernos partícipes de lo que se acerca al protagonista protagonista,, es contado: ha de intentar no tanla melancolía la que aparece. Es- to que seamos un actor más, sito es lo que obliga a que el lector no que construyamos con nuessiempre estuviera con la cabeza tra lectura un conocimiento atenta y poniendo un determi- nuevo –y que lo integremos en nado significado a los símbolos nuestra vida. que aparecían; pero poner el significado a un símbolo es como B. En referencia al otro mecaponérselo a una palabra, es co- nismo que instituyó la novela mo cuando nos dicen “ventana” del XVIII (en buena parte capiy nos imaginamos una ventana; talizada por la novela sentimenhoy no llamaríamos interpretar tal), el que se necesite un públia este esfuerzo, lo llamaríamos co que coincida sin exclusión en entender, comprender, pero in- las lágrimas sinceras, hay que deterpretar es un trabajo algo más cir en primer lugar que nuestra profundo, que significa trabajar literatura realmente es eso: un junto con el texto y llegar con el escritor y un público –no ya texto a conclusiones propias. un lecto lector, r, sino sino un público–. público–. Y Desde siempre la literatura en- ambos son dos elementos que
Richardson
siempre han de considerarse unidos. Es muy interesante el cambio que el XVIII supone a la noción de público. Como señaló ya N. Elías, en el barroco el público era el público del teatro, un público jerarquizado, heterogéneo, constituido solamente para el espectáculo que se va a ver en una ocasión determinada. Es el público al que hay que seducir y “llevar de la nariz”, como se aconseja en los libros de la época. No constituye en absoluto una opinión pública como aparece ya a mediados del XVIII. Es esta una opinión pública que implica una doble novedad. En primer lugar, ante el tribunal de la opinión todas las causas se defienden con la transparencia y no es concebible ya ni el disimulo, ni la hipocresía que hasta entonces habían servido para enseñar al pueblo inculto (al que por su bien había que conducirle la mayor parte de las veces
con historias y engaños). La segunda novedad es que, aunque en principio todos los ciudadanos pueden expresar su opinión, la opinión pública, por dirigirse y estar dirigida hacia la verdad, implica al final que el público siempre acordará en sus respuestas y que las cuestiones literarias o políticas siempre tienen una solución en la que todos acuerdan (y no por mero consenso, sino que la razón muestra a todo el mundo la misma verdad, las mismas soluciones). La novela sentimental demuestra estas dos novedades. A través de ella el individuo privado, con su lectura libre y atenta, se convierte en un público; al final todos –si no tenemos el corazón endurecido– acordamos en las lágrimas y eso implica que existe un ámbito donde todos los corazones pueden sentirse uno, donde lo que parece más particular –los sentimientos y afecciones de cada cual– es capaz de acordar en una especie de “comunidad universal”.
4 dirigida la literatura. Pero
A ese público intérprete intérprete va
no se leía cualquier cosa. La tirada de libros religiosos que en el XVIII aún aún constituía constituía el 60% de las ediciones, disminuye y no llega ni al 20% en el XIX. ¿Qué se leía? Se leían obras de artistas, y éste va a ser el combustible con el que funcione el invento literatura que comenzó en el XVIII. El autor literario va a dejar de ser considerado como un hombre hábil, inteligente o sabio y va a ser mirado, por vez primera, como un genio. El tema de la aparición del concepto de genio es peliagudo y me voy a ahorrar una discusión filosófica sobre el asunto; valga ahora tan sólo dos características de ese genio que cualquiera podrá reconocer incluso hoy día en nuestra misma concepción del artista. El genio aparece como el ser que está en contacto con un mundo al que nosotros, pobres mortales, no accedemos con facilidad y que con sus obras nos muestra. Es cierto que la idea de la ilustración es que todos podríamos dar con Nº96
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¿CUÁL ES EL SITIO, HOY, DE LA LITERATURA?
la verdad, que a poco que nos esforzáramos, los conocimientos, como son universales, son fáciles a cualquiera en el uso de su razón; pero eso siempre se reconoció que no era tan sencillo y, desde este punto de vista, el genio es el hombre que necesitamos para que en un libro, en un cuadro o con una escultura nos muestre aquello que nosotros tardaríamos muchos meses y años de pensamiento para averiguar. Por otro lado, al mostrar conocimientos universales, las obras del filósofo, tanto como las del escritor, no pueden tener valor en función de las ideas que muestran ya que, en cuanto comunes y universales, esas ideas no pertenecen a nadie y cualquiera podría acceder a ellas. El valor de una obra residirá, entonces, en la forma particular que un autor la imprima. Por esas dos razones, porque hace un trabajo muy difícil y porque se ha de hacer de una forma particular, al genio le podemos tolerar que sea un bohemio, un carácter insoportable o cualquier tipo de personaje que tenga poco que ver con la vida común; al cabo tiene un compromiso con la humanidad: no sólo ha de crear objetos bellos, su oficio es darnos, a través de esos objetos 74
bellos, conocimientos, esperan- el asunto que el gremio de relozas y aquellas respuestas que jeros solicitó del Gobierno que nuestra vida, no todo lo justa ni prohibiera la obra de Sterne feliz como la anhelamos, necesi- puesto que, debido a su éxito, ta. Hoy, que ya estamos un po- sus ventas habían bajado de una co al cabo de la calle, somos al- forma escandalosa. Hoy nosogo escépticos con esta propuesta, tros podemos entender esta pero creo que no nos queda tan anécdota como algo curioso que lejos y la podemos sentir cerca- a veces también se da en nuestro na. De hecho, hasta no hace mundo. Pero lo que nunca llemucho era generalizada la creen- garemos a comprender es que si cia de que el arte era depositario aquello pasaba era porque realde valores, que no era mero en- mente se tenía en cuenta la relatretenimiento,, y todavía leemos ción que había entre dar cuerda tretenimiento con avidez las opiniones sobre al reloj y la intimidad conyugal; cuestiones generales de un mú- no es que el grosero galán que sico o un escritor, pensando que mirara al reloj y luego a una datales artistas entienden de algo ma fuera un patán o un graciomás que de música o escritura so: es que realmente estaba di(que por estar en algún lugar ciendo su intención deshonesta privilegiado pueden tener opi- con palabras y hechos. La noveniones relevantes sobre cual- la de Sterne realmente había quier tema). proporcionado una nueva herramienta: mirar a un reloj era Existe una anécdota a pro- solicitar favores; y había creado pósito del libro de Sterne, una porción pequeñita de realiVida y opiniones del caballero dad: al lado del reloj estaba el Tristan Shandy, que quiero rela- placer sexual. Puede parecer estar. Uno de los personajes prin- caso, pero nuestros ideales decipales de la obra de Sterne era mocráticos y nuestra misma hombre de férreas costumbres. identidad social e individual se Entre ellas tenía la manía de, los han construido a base de esas sábados por la noche, justo antes pequeñas herramientas. de cumplir con su deber marital, Éste es un buen ejemplo de darle cuerda al reloj de cuco que cómo la literatura creaba realitenía en el salón. Su mujer, tras dad. Hoy sería imposible pensar los años, había aprendido la co- que un libro pudiera dar lugar a relación exacta entre los hechos, comportamiento comportamientoss semejantes (a y apenas oía a su marido darle no ser un libro de denuncia, pecuerda al reloj, se preparaba pa- ro eso ya entra en otro ámbito ra el gozoso acto que seguía. muy diferente; entra más bien Hasta aquí la escena pequeña en el ámbito de la noticia, ámque en principio queda diluida bito totalmente nuevos muy entre las muchas otras escenas propio de nuestro tiempo); y sede un libro tan complejo como ría imposible porque la literatuTristan Shandy. Pero el libro tu- ra se mueve en una esfera que vo cierto éxito y a poco sucedió no interactúa más allá de la fanlo que nadie esperaba: no había tasía, tiene su campo de acción mujer decente que, en compa- delimitado, y bien delimitado: ñía de un hombre, pudiera so- es un divertimento que da briportar un reloj cercano. Senta- llos de cultura pero poca cosa dos en una mesa, o en la misma más (no es, como ocurría con la habitación, un comentario, una novela del XVIII, algo tan immirada para ver qué hora era, o portante y de tanta realidad cosimplemente el sonido del reloj mo nuestra vida cotidiana). mismo, hacía ruborizar y pasar Pero tampoco hoy la literaun mal trago a cualquier mujer tura es crítica en el sentido de que se preciara de honesta. En la que sea el instrumento que nos calle, mientras tanto, las prosti- enseñe dónde está la equivocatutas anunciaban sus favores con ción y dónde la verdad. Antes la frase “¿quiere que le dé cuerda era algo que debía ser descifraa su reloj, señor?”. A tanto llegó do, bien alegóricamente como
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en el barroco, racionalmente como en el XVIII, desentrañando lo sublime como en el XIX… y por eso, aunque de distinto modo, siempre se podían extraer aprendizajes de ella. Hoy, incluso filósofos muy poco respetuosos para con la tradición occidental, pero lo suficientemente mayores como para haberse educado en un mundo de libros y no en otro de televisores, todavía pueden creer que los libros son el principal medio de educación y de desarrollo de una sociedad democrática porque nos enseñan a ser menos crueles. Pienso en este momento en un filósofo actual como Richard Rorty, que reconoce que estamos en un mundo mediático donde el pensamiento filosófico poco tiene que hacer, donde ya no nos ha de preocupar buscar la verdad; pero, aun con todo eso, todavía piensa que la literatura puede ser el refugio de la crítica simplemente por el hecho de que nos enseña a disminuir la crueldad en el mundo. No pongo en duda que esta bella idea de Rorty sea cierta, pero me parece tan cierta como que la religión, el cine o las ONG nos enseñan a ser menos crueles, o la red Internet a ser más libres. A poco que miremos a nuestro mundo hemos de reconocer que ya no hay modo de escribir y leer como antes: escribimos en medios de comunicación que imponen ciertas leyes, ya no hay un público ilustrado y, además, tenemos demasiados genios (todo lo cual se resume en la constatación de que ya no hay distancia crítica que pudiera ser atribuida ni a la literatura ni a nada, y, además, tampoco es posible esa interpretación canónica que se ofrece como la mejor y con la cual tenemos que hacer el esfuerzo de acordar). ¿Es muy negativa mi visión? No lo creo. Para centrarme en la literatura diré que, como hemos visto, antes el texto se interpretaba; primero en grupo, luego en solitario, pero siempre refiriéndolo a un público que acordaría siempre en una interpretación determinada del texto. Ésa CLAVES
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J UL I O SE OA NE P I NI L LA
era la interpretación verdadera y por ello podía tener una firme y segu segura ra calificación: calificación: era buena buena o mala. Estaba claro dónde estaba el bien y dónde el mal, quiénes eran los justos y quiénes los injustos, dónde había una sociedad moderna y dónde otra tan atrasada que debía ser educada para que se pusiera al nivel de la modernidad. Los textos nos enseñaban esto. Decían las injusticias, nos proponían planes de vida, nos enseñaban lo fragmentados y desesperados que estábamos en nuestra vida en una sociedad moderna; pero todo ello lo hacían porque tenían bien claro qué era lo justo, porque sabían cuáles eran los planes de vida propios de la dignidad humana y porque admitían que lo mejor era no estar fragmentado y tener esperanzas de encontrarse en algún sitio. Y si esto lo hacía el libro, el lector le contestaba con su lectura atenta y detenida (con la que, además, conformaba un público más o menos homogéneo). Nuestra situación hoy, más que de desentrañar la lectura, es de acompañar al texto: seguimos el recorrido de la obra literaria y la olvidamos al cerrarla al igual que olvidamos un programa cuando apagamos la luz (sea un programa de televisión o uno de software). Y hoy hoy no podem podemos os dedecir que esto sea bueno o malo; simplemente, lo único que hoy podemos decir es que nuestra posición ante la literatura ha cambiado y que debemos hacernos cargo de que la literatura ya no va a crear pedazos de realidad, que ha dejado de ser la máquina que con sus palabras nos da los objetivos que merecen ser vividos. Y sólo haciéndonos cargo de esto, podremos aprender a leer como hoy se puede leer.
6 quiera podría decir que me Llegados a este punto, cual-
he olvidado de que la literatura como creación es algo más que el hecho de escribir, y mucho más que el hecho de ese escrito sea leído e interpretado. Cualquiera todavía podría soñar con posturas como las de Rilke y pensar que Nº96
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un escritor apuesta toda una vida cuando escribe y que bien pudiera ser que hoy no seamos capaces de interpretarle críticamente, pero no por ello deja de existir su esfuerzo artístico que como tal merece algún valor. ¿Es que acaso no vale la creación? Sí, claro que vale, pero hoy no es más noble que el hacer un cacharro de cerámica, pongo por caso (aunque pueda ser mucho más rentable y “popular”). Es cierto que, como ya he dicho, solemos todavía preguntar a un escritor sobre sus ideas acerca de la política, la literatura o sobre quién sabe qué cosas más, pero es eso un reflujo de una antigua creencia (y, por cierto, eso ocurre también con otros gremios: artistas, periodistas, actores y actrices e incluso top models. A todos se presta igual atención y espacio público). Todo esto es un reflujo antiguo que supone que quien se dirige al público está diciendo algo de importancia capital para ese público, ante lo cual, además, el público ha de reaccionar de manera inmediata, pues es la racionalidad humana quien está dialogando en todo ese proceso. Pero esto hoy no hay quien se lo crea. O mejor: hoy no hay quien aguante ese tipo de explicaciones que olvidan que dentro de nuestros modos de comunicarnos el público ya no es el público de las novelas sentimentales, sino que es un público integrado en un complejo de estructuras de poderes, saberes, técnicas, comercializaciones, etcétera, que sobrepasan aquella inocente literatura con la cual empezó nuestra modernidad. Y al igual que acontece con el público sucede con el proceso de creación que queda integrado y diluido en la comercialización que del mismo se hace. Un escritor tan sólo nos aporta novelas que están en el comercio, en un mercado tan abstracto y universal como la concepción que hoy tenemos del mercado. ¿Significa esto que no hay ya autores, que van a desaparecer los libros? No deja de ser curioso que una de las cosas que se discuten cuando se habla de la red Inter-
net como el futuro de las nuevas tecnologías sea precisamente ésta. Si en Internet puede haber obras que comienza alguien, que queden en la red y que pueda continuar cualquiera, parece que se acabó el autor, al menos tal y como nosotros lo entendíamos hasta ahora como autor que firma una obra para siempre. Si, además, los libros parece que se pueden digitalizar, no sería extraño pensar que se acabaron los libros con el formato que nosotros conocemos. La verdad es que parece que ambas preguntas (¿se acabó el autor?, ¿se acabó el libro?) tienen una contestación negativa; todavía se publican muchos libros (y esta tendencia no tiene visos de disminuir) y todavía quedan y aparecen muchos autores con ambiciones de legar su obra firmada a la posteridad. Para ser sincero, creo que contestar sí o no a estas preguntas no tiene excesiva relevancia, pero sí la tiene responder a la cuestión que ocultan, la que sostiene su preocupación: ¿se acabó el lector (el público crítico)? La verdad que el lector interpretador y desentrañador puede que se haya acabado. El lector como audiencia puede ser un recuerdo del pasado (el mismo hecho de poner una obra en Internet significa que no se dirige a un público como el que lloraba con la novela sentimental). Pero aun con todo esto, a buen seguro que aparecerá un nuevo tipo de lector: el que puede intervenir y escribir. Este lector nos hará olvidar nuestro antiguo concepto de escritor, porque quizá lo que valga, lo que tenga valor, sea el texto; pero no como algo con una realidad que hay que desentrañar, sino como una excusa para intervenir y decir algo.
en verdad se circunscribe. Nadie lee una novela para proponer una política mejor. Los valores hoy nos los da el mundo audiovisual en el que estamos metidos de continuo, merced a un conglomerado extraño de ideas, conceptos e imágenes que se aperciben en la publicidad, el cine, los mensajes políticos cada vez más simples, las ideas periodísticas, la televisión… en un sin fin de lugares de creación de realidad que han desplazado a la literatura. Las imágenes que usamos cotidianamente como referencia de nuestra actuación no se producen en un medio único que asegure que siempre serán homogéneas y consistentes, ni siquiera que asegure que siempre serán las mismas. ¿Qué papel puede representar la creación literaria hoy? Bueno, no creo que sea muy trágico que represente el mismo papel que representa el cine, la televisión o los hipermercados. Lo que sí me parece importante es que desde que apareció la litel iteratura moderna hemos ganado algo que no vamos a perder: la capacidad y las ganas de escribir o de crear, el hecho de que cada uno en particular puede tener fuerzas para decir –y aspire a decir con fuerza en el mundo–. Eso realmente se lo debemos a la literatura; ese logro no lo vamos a perder, porque el día que lo perdamos dejaremos de ser una sociedad moderna y seremos alguna otra cosa que ahora mismo, la verdad, me parece peor. n
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Con Internet o sin Internet, lo cierto es que hoy la literatura ya no es un instrumento capaz de crear realidades. Hoy la literatura no es sino un entretenimiento introducido en un mercado del entretenimiento, que no es capaz de salir más allá de los circuitos comerciales en los que tiene vida y a los que
es profesor en la Universidad de Alcalá. Julio Seoane Pinilla
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MEDIOS
DE
COMUNICACIÓN
PLURALISMO POLÍTICO E INFORMACIÓN Del No-Do a la regla de los tres tercios ARTEMI RALLO LOMBARTE LOMBARTE
1. ¿Informaci ¿Información ón o propaganda?
“Uno de los mayores peligros que amenazan a los sistemas democráticos consiste en la usurpación de la soberanía popular por la dictadura mediática, que no informa a la opinión pública, sino que la modula para que reaccione de acuerdo con sus intereses. Cuando los medios de comunicación se ponen al servicio de un objetivo político, la información se convierte en propaganda” 1.
Con la contundencia, expresividad y brillantez que le caracterizaban, así describía el profesor García Morillo, en uno de sus últimos escritos, la angustiosa pervivencia del temor a la desinformación de la sociedad, a la tiranía de la comunicación 2, a la opinión teledirigida3; en definitiva, a la pujanza omnímoda del cuarto poder 4. Históricamente, los regímenes autoritarios han buscado su legitimación ante la opinión pública a través de la manipulación informativa y, a tal fin, ejer1 J.
García Morillo: ‘La deformación de la opinión pública: un nuevo despotismo’, Temas para el debate, núm. 41, pág. 43, 1998. 2 Título del sugestivo trabajo de I. Ramonet, Temas de Debate, Madrid, 1998. 3 G. Sartori: “La opinión teledirigida”, CLAV LAVES ES DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA , núm. 79, págs. 2-7, 1998. 4 No en vano, François Mitterrand, en su Carta a todos los franceses, presentada con motivo de su candidatura a la reelección como presidente de la República en 1988, propugnaba constitucionalizar el Conseil Supérieur de l’Audiovisuel: “organismo del cual nuestra democracia tiene gran necesidad para asegurar el pluralismo, la transparencia y la cohesión de nuestro sistema audiovisual… Montesquieu, en la distancia, podrá regocijarse de que un cuarto poder se encuentre con los otros tres y de que se le ofrezca a su teoría de la separación de poderes el último homenaje de nuestro siglo” siglo” (F. Mitterrand: Lettre à tous les Français, pág. 6, abril, 1988). 76
cen un férreo control sobre los medios informativos y crean su propia red pública de medios de comunicación social. En España, durante décadas de dictadura franquista, la información manipulada, la propaganda política, tuvo un nombre: el NoDo (noticiario documental). No extrañando a nadie que en un régimen autoritario la información se torne en propaganda, resulta motivo de notable perplejidad que en un régimen democrático siga poniéndose en duda la neutralidad, imparcialidad y pluralidad de los medios de comunicación e incluso considerarse que la acción informativa de determinados medios pueda perseguir objetivos políticos convirtiéndose, en consecuencia, la información en propaganda. Lo cierto es que forma parte aún hoy de nuestro léxico la imputación del ignominioso calificativo (el No-Do) a aquellos tratamientos informativos de la realidad que encubren un falaz ejercicio de la libertad de información y una fatal amenaza a una institución política fundamental cual es una opinión pública libre forjada al calor del pluralismoo político. pluralism Hoy, la desregulación mediática (la ausencia de marco normativo e instituciones independientes que garanticen el pluralismo informativo interno y eviten las concentraciones mediáticas) sigue amparando la abusiva y espuria injerencia del poder político en los medios de comunicación públicos y privados, y, por tanto, poniendo en jaque uno de los derechos más preciosos del hombre : así calificaban los revolucionarios franceses, en
el artículo 11 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, la libre comunicación de pensamientos y opiniones . Sea en los medios de comunicación públicos (mediante la designación de órganos directivos de probada eficacia proselitista, que se cuidarán de depurar redacciones informativas adversas y de integrarlas con profesionales afectos), sea en los medios privados (donde, por ejemplo, la promesa de incremento o la amenaza de retirada de publicidad institucional puede constituir un decisivo estímulo o donde la entrada en su accionariado de una empresa pública o privada puede modificar sustancialmente su línea editorial), el poder político, el Gobierno de turno (estatal, autonómico o local), parece siempre dispuesto a condicionar un ejercicio libre, objetivo, imparcial y plural de la libertad de información. Así, le complacerá constatar que la información de tal o cual medio ningunea a la oposición política, mientras que dirigentes, ministros o líderes de la mayoría gubernamental copan portadas, informativos o telediarios; le agradará que el medio afecto se explaye con las noticias adversas a la minoría, mientras que, por contra, realza las inauguraciones, logros y éxitos gubernamentales; le placerá la minimización informativa de las noticias que le resultan adversas o deterioran la imagen pública del Gobierno y, muy especialmente, si a la oposición se le impide el acceso al medio o se reduce su presencia crítica a una expresión marginal.
Paradójicamente, la diversiParadójicamente, ficación de soportes sopor tes informativos informativ os y la globalización de la información –y su proyección en la concentración mediática– pueden significar una verdadera garantía y, simultáneamente, una auténtica amenaza al disfrute libre y plural de la información5. Afirmamos su consideración como garantía cabal del ejercicio libre de la actividad informativa en tanto la pluralidad de medios de información del público permite una notoria diversidad de las fuentes informativas y, en consecuencia, una mayor capacidad del gran público para elegir el origen de la información que nutre su criterio. Lejos quedan ya los ejercicios monopolísticos de la información de masas. Pluralidad de productos informativos que, a no dudarlo, se traduce en una innegable democratización de la información. Igualmente, cabe calificar como verdadera garantía del ejercicio libre de la actividad informativa frente al poder político el fenómeno de mundialización y globalización de la información que está obligando a una extraordinaria concentración de capitales en las empresas titulares de los medios de comunicación de masas. Las
5 Sobre el janism janismoo de los medios de comunicación de masas, véase J. de Esteban: ‘Los medios de comunicación como control del poder político’, Constitución y Derecho público. Estudios en homenaje a Santiago Varela, págs. 99 y sigs. Tirant lo Blanch, Valencia, 1995. También, A. Rallo Lombarte: ‘El derecho a recibir información plural’, La Declaración Universal de los Derechos Humanos en su 50 aniversario, págs. 587 a 596, Bosch, Barcelona, 1998.
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te expresada en elecciones periódicas– exige que la voluntad popular reproducida en los comicios sea el resultado de una opinión pública libremente for jada a través del suministro perpermanente de información. La calidad del régimen democrático se halla en relación directamente proporcional a la calidad informativa de sus ciudadanos; y el tratamiento que merece el derecho a comunicar y a recibir información gradúa la intensidad democrática del régimen político. El Tribunal Constitucional, con impecable criterio, ha proclamado que las libertades reconocidas en el artículo 20 de la Constitución constituyen la me jor garantía para Mitterrand
multinacionales de la información gozan de tal trascendenci trascendenciaa económica y disfrutan de tal poder mediático ante la sociedad que están en perfecta disposición de frenar los afanes intervencionistas o manipuladores del poder político. En este punto, el equilibrio de poderes (públicos y privados), los pesos y contrapesos, constituirían, igualmente, un fenómeno democratizador. Por contra, ambos considerandos ofrecen una lectura inversa. A mayor diversidad e innovación en las fuentes informativas, mayores dificultades para controlar y limitar sus efectos dañinos en el ejercicio de los derechos fundamentales. A mayor concentración mediática6, mayor capacidad de los impeNº96
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rios periodísticos de condicionar la acción política de los poderes públicos. En las democracias contemporáneas, el poder político polí tico (asentado en la lógica del principio de soberanía popular) puede ver fácilmente condicionada su acción pública por los poderes privados representados por los imperios mediáticos, nacionales y transnacionales (basados, fundamentalmente, en la
lógica economicista del mercado). Resulta evidente la amenaza autoritaria que impregna el sobredimensionamiento económico y social del mundo de la comunicación7.
6 Sobre la problemática inherente a la concentración mediática, mediática, véase M. Carrillo: ‘Expressió i informació: dos drets entre la societat y l’Estat’, Autonomies, núm. 21, págs. 202 y sigs., 1996. Sobre la necesidad de adecuar el análisis constitucional a la nueva realidad mediática, vé ase J. Asensi Sabater: ‘El problema de los media: democracia y poderes mediáticos’, La época constitucional, págs. 225 a 232, Tirant lo Blanch, Valencia, 1998.
7 Por ello, no podemos sino compartir la preocupación expresada por L. López Guerra cuando constata: “Desgraciadamente, en una sociedad mediática, un número reducido de sujetos, si están situados en posiciones clave, pueden ejercer una notable influencia en la creación y difusión de un clima político”, en ‘Los medios de comunicación y los límites del enfrentamiento político’, Temas para el debate, núm. 41, pág. 22, 1998.
2. La exigencia de pluralismo informativo
La democracia –gobierno de la res publica fundado en la voluntad de los ciudadanos libremen-
“el mantenimiento de una comunicación pública libre, sin la cual quedarían vaciados de contenido real otros derechos que la Constitución consagra, reducidas a formas hueras las instituciones representativas y absolutamente falseado el principio de legitimidad democrática que enuncia el artículo 1.2 de la CE, y que es la base de toda nuestra ordenación jurídico-política” (STC 6/1981).
Y, a mayor Y, mayor abundam abundamiento, iento, ha afirmado que dichas libertades no son sólo derechos fundamentales de cada ciudadano, sino que “significan el reconocimiento y la garantía de una institución política fundamental, que es la opinión pública libre, indisolublemente ligada con el pluralismo político que es un valor fundamental y requisito del funcionamiento del Estado democrático” (STC 12/1982)8.
8 Esta temprana doctrina ha sido reiterada, entre otras, en las siguientes sentencias: SsTC 104/1986, de 17 de julio; 159/1986, de 16 de diciembre; 20/1990, de 15 de febrero, y 336/1993, de 15 de noviembre.
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PLURALISMO POLÍTICO E INFORMACIÓN
En definitiva, la libertad de información, viene a afirmar el Tribunal Constitucional, constituye la piedra basilar garantizadora del plur pluralismo alismo polític político, o, de una opinión pública libre y, en consecuencia, del Estado democrático. Tal dimensión constitucional objetiva ha derivado, aun negándole valor absoluto, en una consideración preferente de la libertad de información que constituye conditio sine qua non para realizar el pluralism pluralismoo político y, por ende, el principio democrático. 3. Desregulación ‘versus’ intervencionismo9
La amenaza real que se cierne sobre el ejercicio de la información en la sociedad de fin de siglo radica en la desnaturalización del plurali pluralismo smo como su nota identificativa. Ahora bien, ¿qué entendemos por información plural, cuáles son las garantías que el ordenamiento le otorga y qué alternativas merecen ser planteadas? ¿existe un derecho constitucional a la información plural? El artículo 20 de la Constitución proclama el derecho a comunicar información y a recibirla libremente. Ningún precepto constitucional proclama el derecho a comunicar o recibir información que, amén de veraz y respetuosa con el libre disfrute del resto de derechos, sea, además, plural. Y ello porque, exigiéndolo la propia esencia del Estado constitucional democrático, parece entenderse que la garantía de una infor9 Sobre el dilema entre intervencionismo o autorregulación, véase M. Carrillo: El derecho a la información: entre la ley y la autorregulación, texto de la conferencia impartida en la Universidad Jaume I de Castellón, el 2 de febrero febrero de 1998 Parlamentoo y y publicada en Anuario Parlament Constitución, Cortes de Castilla-La Mancha, nº 2, págs. 119 a 131, 1998. También, del mismo autor, la recensión al libro de de I. Villa Villaverde verde Los derechos del público (Tecnos, Madrid, 1995), en Revista Española de Derecho Constituciona Constitucional,l, núm. 51, págs. 359-370, 1997. De interés, igualmente, igualm ente, I. Villave Villaverde: rde: Estado democrático e información: el derecho a ser in formado, ed. Junta General del Principado de Asturias, Oviedo, 1994.
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mación plural radica, por un lado, en la propia garantía del derecho a comunicar información (existencia de una pluralidad de sujetos emisores de información) y, por otro, en el derecho a recibirla (la información debe ser objetiva, imparcial y, en consecuencia, plural, o no merecerá ser considerada como tal). En definitiva, tradicionalmente, se ha entendido que la garantía de una información plural radicaba, por un lado, en la libertad de creación y existencia de una amplia tipología de medios de comunicación (prensa escrita, radio o televisión10) y, por otro, en el cumplimiento escrupuloso por parte del profesional de la información de las normas deontológicas que producen dicha pluralidad, aproximándose a la información con la objetividad e imparcialidad inherente a su estatuto profesional. La libertad de información lleva aparejadas determinadas notas distintivas que vienen a constituir su esencia inescindible: la información debe transmitirse de forma veraz, objetiva, imparcial y plural. No existe información que merezca tal nombre si no merece ser calificada como veraz, objetiva, imparcial y plural. Sin embargo, lo cierto es que objetividad, imparciali10 De la trascendencia de la televisión en la sociedad actual y de la preocupación doctrinal que genera su tratamiento jurídico-co jurídi co-constituc nstitucional ional son buena buena muestra muestra los siguientes trabajos: F. J. Bastida Frei jedo: La libertad de antena, Ariel, Barcelona, 1990; J. J. González Encinar Encinar (ed.): La televisión pública en la Unión Europea, McGraw-Hill, McGraw-Hi ll, Madrid, 1996; VV AA: El régimen jurídico de la televisión, CEC, Madrid, 1995; J. García Roca: Roca: ‘Límites constitucionales al legislador de la televisión’, Revista Andaluza de Administración Pública, núm. 24, págs. págs. 11-44, 11-44, 1995; J. J. Solozábal Echevarría: ‘Ordenación jurídica de la televisión en España’, Cuadernos de la Cátedra Fadrique Furió Ceriol, núm. 5, págs. 31-48, 1993; E. Espín Templado: ‘La regulación jurídica de la radio y la televisión’, Libertad de Expresión, págs. 91 a 109, PPU, Barcelona, 1991; R. Sánchez Férriz: ‘La televisión española en los diez primeros años de vida constitucional (labor parlamentaria y jurispruden cial)’, Diez años de régimen constitucional, págs. 80 a 105, Tecnos, Madrid, 1989.
dad o pluralidad no dejan de ser que resulte evidente su ausenconceptos extraordinariamente cia. relativos que no responden a En conclusión, la libertad de una definición estricta que deli- información en su tratamiento mite escrupulosamente sus con- constitucional actual constituye tornos. conditio sine qua non, pero no Sin embargo, el presente de- suficiente, para garantizar la formuestra que el plura pluralismo lismo infor- mación de una opinión pública mativo externo no resulta plena- libre asentada sobre el pluralismente garantizado mediante la mo político inherente al Estado mera proclamación de la libertad democrático. La escrupulosa de creación de medios de comu- garantía que el ordenamiento nicación, por cuanto la interven- otorga al estatuto del profesional ción de los poderes públicos (lo que de la información no basta para permite intuir injerencias y res- afirmar un ejercicio de la libertricciones al pluralismo) resulta tad de información que, respenecesaria para autorizar la crea- tuoso con las normas deontolóción de ciertos medios de comu- gicas, derive en información obnicación (como la radio y, en jetiva, imparcial y neutral. mayor medida, la televisión) que Frente a la afirmación de que adolecen de limitaciones técni- “la mejor ley de prensa es la cas; y porque resulta evidente la que no existe”, la emergencia de tendencia a la concentración me- extraordinarios poderes privados diática nacional y transnacional, generados por la concentración esto es, a la creación de grandes mediática, la irreprimible tentagrupos empresariales de medios ción del poder político a condide comunicación. cionar la libre transmisión de inResultaría una fatal ingenui- formación y, en última instandad, por tanto, creer que la in- cia, la innegable debilidad de formación plural procederá de que adolece el gran público anla libre interacción de este mer- te la interacción de estos poderes cado mediático. Máxime cuan- obligan a considerar la necesido, además, los medios de co- dad de introducir mecanismos de municación públicos (a los que intervención que garanticen la el artículo 20.3 CE somete a información plural. Tendencia control parlamentario y les obli- ésta que, por lo demás, resulta ga a garantizar el acceso plural dominante en las democracias de los grupos sociales y políticos avanzadas contemporáneas –con significativos) no escapan al fé- raras excepciones, entre las que rreo control partidista del res- se encuentra España–. La gran ponsable gubernamental de tur- mayoría de Estados de la Eurono11. En este contexto nada ni pa occidental, Estados Unidos, nadie puede garantizar un au- Canadá o Australia hace tiempo téntico pluralismo informativo ya asumieron la necesidad de inexterno. No corre mejor suerte, corporar a su ordenamiento púpor lo demás, el pluralism pluralismoo in- blico mecanismos de interven formativo interno si observamos ción en el mercado de la inforcómo el ideario de cada medio mación que, en mayor o menor de comunicación guía el ejerci- medida, garantizan una activicio periodístico de sus profesio- dad mediática informativa mínales y cómo, en los medios de nimamente respetuosa con el comunicación de titularidad pú- pluralismo político y social. blica, la exigencia estatutaria de pluralismo, objetividad e impar- 4. La ‘règle des trois tiers’ en cialidad informativa no impide la información política Frente a las escasas realidades informativas que, como España, 11 Al respecto, véase la contundente todavía no han articulado mecrítica de J. J. González Encinar: Encinar: ‘Televi- canismos de garantía del plurasión y democracia. La inconstitucionalilismo informativo, en Francia, dad del Estatuto de la Televisión’, Anuario de Derecho Constitucional y Parlamen- al amparo de una audaz construcción jurisprudencial de su tario, núm. 7, págs. 141-157, 1995. CLAVES
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AR T EM I RA L LO LO MB AR TE
Consejo Constitucional12, se ha configurado un sugerente marco normativo e institucional de garantía de la libertad de información en el que adquiere especial atractivo –especialmente si lo contraponemos a esas otras realidades informativas que nos son más próximas– uno de los mecanismos de garantía del pluralismo informativo interno: la re gla de los tres tercios. Desde 1986, la ley relativa a la libertad de comunicación (Ley 86/1067, de 30 de septiembre de 1986) atribuye al Conseil Supérieur de l’Audiovisuel (CSA)13 la función de asegurar el respeto a la expresión pluralista de las corrientes de pensamiento y de opinión en los programas de las sociedades nacionales de programación y, especialmente, en las emisiones de información política (art. 13). De esta forma, el legislador persigue garantizar el pluralismo político en la información política emitida por las cadenas públicas. Resultando tradicional el recelo frente a la parcialidad de la información
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El Consejo Constitucional francés, por ejemplo, ha afirmado que corresponde al legislador francés “conciliar, en el estado actual de las técnicas y de su dominio, el ejercicio de la libertad de comunicación (…) con, de una parte, las obligaciones técnicas inherentes a los medios de comunicación nicaci ón audiovisual audiovisual y, y, de otra parte, los objetivos de valor constitucional como son la salvaguarda del orden público, el respeto de la libertad de los demás y la preservación del carácter pluralista de las corrientes de expresión socioculturales contra el cual estos medios de comunicación, por su influencia considerable, son susceptibles de atentar” (Dec. núm. 82-141, de 27 de julio), o que “el pluralismo de los diarios de información política y general (…) es en sí mismo un objetivo de valor constitucional; (…) la libre comunicación de pensamientos y opiniones (…) no sería efectiva si el público al que van dirigidos estos diarios no tuviese a su disposició disposiciónn un número suficiente de publicaciones de tendencias y de caracteres diferentes sin que ni los intereses privados ni los poderes públicos puedan sustituir sus propias decisiones ni que puedan ser objeto del mercado” (Dec. núm. 84-181, de 10 y 11 de octubre). 13 La Ley 89-25, de 17 de enero de 1989, creó el órgano que en la actualidad garantiza el pluralismo informativo en Francia (el Conseil Supérieur de l’Audiovisuel) al que define como una autoridad independiente y que está integrado por nueve miembros, de los cuales tres son Nº96
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política de los medios públicos (históricamente sometidos a las directrices gubernamentales o a pretender su complacencia), es en este sector donde resulta plenamente apoderado legislativamente el CSA para garantizar el pluralismo en la información política. Curiosamente, esta regla, no ajena a otros ordenamientos (en los que se impone una exigencia especial de pluralidad en la información política de los medios de comunicación públicos), ha encontrado en Francia un singular desarrollo. En 1994, el legislador francés (Ley 94/88, de 1 de enero de 1994) dio un salto cualitativo al incorporar al precepto anterior un nuevo párrafo mediante el cual se facultaba al CSA para “comunicar, cada mes, a los Presidentes de cada Asamblea y a los responsables de los diferentes partidos políticos representados en el Parlamento el extracto de los tiempos de intervención de las personalidades políticas en los diarios y boletines informativos, en los magacines y en los restantes programas”. Desde el punto de vista formal, esta innovación legislativa implicaba: a) la introducción de un mecanismo concreto de control de la información política; b) una delimitación, si no plenamente satisfactoria, sí al menos clarificadora del genérico concepto información política al circunscribirlo a las intervenciones de las personalidades políticas, pero al extenderlo al conjunto de la programación radiotelevisiva; c) la extensión tácita de dicho control a los me-
designados por el presidente de la República –que designa, también, al presidente–, tres por el presidente de la Asamblea Nacional y tres por el presidente del Senado. El ámbito competencial del CSA se extiende tanto al sector público audiovisual (por ejemplo, con capacidad de nombramiento de los presidentes de las cadenas públicas) como al sector privado, controlando externamente el sector audiovisual, penetrando en su programación y ejerciendo facultades de reglamentación y sanción. Su estatuto le ha permitido una larga vida, relativamente pacífica, presidida por la estabilidad, legitimidad, consenso y autoridad.
dios audiovisuales privados; y d) en definitiva, una cualitativa ampliación de las facultades de garantía del pluralismo informativo interno reconocidas al CSA. “Difícilmente podría imaginarse ofrecer un homenaje más bello a la autoridad responsable de la comunicación audiovisual” 14. Sin embargo, debemos resaltar que, en sí mismo, el que el CSA tenga la capacidad de minutar las intervenciones de las personalidades políticas en los medios de comunicación y, mensualmente, dar traslado de los resultados a los presidentes del Senado y de la Asamblea Nacional y a los responsables de los partidos políticos con representación parlamentaria constituye un mecanismo de control, pero no de garantía, del pluralismo en la información política. Salvo que, indirectamente, se entienda
14 J. Morange: ‘La
réforme de la comréforme munication audiovisuelle’, Revue Française de Droit Administratif, 10(6), pág. 1177, 1994.
que la publicidad de dicha medición de tiempos puede llevar a disuadir las tentaciones abusivas en la acción informativa de los medios de comunicación. No obstante, desde el punto de vista material, estos reproches han sido superados en la práctica merced a la acción de los poderes públicos franceses. Ya desde 1969 rige en Francia, con mayor o menor intensidad y alcance, la regla de los tres tercios que, en síntesis, supone el reparto del tiempo de palabra de forma igual, por tercios, entre el Gobierno, la mayoría parlamentaria y la oposición parlamentaria. O, en otras palabras, la prohibición de que cualquiera de estos sujetos rebase dicho techo en los medios audiovisuales. La regla de los tres tercios tiene un origen que se remonta a 1969, cuando el Consejo de Administración del organismo público Office de Radiodiffusion et Télévision Française (ORTF) dirigió una directriz a los responsables de la radio pública para que distribuyeran el tiempo de intervención de las personalidades políticas por tercios entre el Gobierno, la mayoría parlamentaria y la oposición parlamentaria. Desde entonces, tras superar las lógicas controversias que una decisión de tal calado podía generar y, en particular, a partir de 1981, la regla de los tres tercios ha conocido una progresiva expansión, gozando de un carácter básicamente pacífi pacífico co15 en el paisaje informativo audiovisual francés, implicando que los programas de radio y de televisión, tanto públicas como privadas privadas,, deben otorgar un tercio de los mensa15 Así lo ponen de relieve los más recientes informes anuales de actividad del CSA de 1996 y 1997 (Lettre du CSA, núm. 97, octubre 1997, y núm. 105, junio 1998) o los informes relativos a su aplicación en procesos electorales regionales (Lettre du CSA, núm. 103, 1998). En la presentación del informe anual de 1997, el 16 de junio de 1998, Hervé Bourges, presidente del CSA, recordaba que la regla de los tres tercios, como instrumento de garantía del pluralismo informativo, “es aceptada por todas las sensibilidades políticas hasta hoy” (http://www.csa.fr).
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PLURALISMO POLÍTICO E INFORMACIÓN
jes de contenido político al Gobierno, un tercio a la mayoría y un tercio a la oposición parlamentaria. En la actualidad, el CSA minuta la presencia en toda la programación (distinguiendo entre telediarios, magacines de información y otras emisiones) de las televisiones públicas públicas (France (France 2 y France 3) y privadas privadas (TF1, CaCanal + y M6) de de la totalidad totalidad de las personalidades y de los mensajes políticos16 (si bien para la aplicación de la regla de los tres tercios únicamente se atiende a las manifestaciones que se entienden comprendidas en los conceptos Gobierno, mayoría y oposición parlamentaria), lo que, posteriormente, es remitido a los presidentes de las Cámaras y a los partidos políticos con representación parlamentaria y, además, es recogido en el informe anual del CSA. Frente a la vulneración de la regla de los tres tercios, el CSA podrá instruir al medio de comunicación transgresor para que, habida cuenta del carácter mensual de la minutación, corrija durante el mes siguiente, al alza o a la baja, los excesos cometidos durante la mensualidad anterior. Incluso el CSA podrá iniciar un expediente sancionador por vulneración de los mandatos previstos en la ley y en los pliegos de condiciones que obligan al respeto del pluralismo informativo. E, igualmente, podrá dirigir observaciones públicas conminatorias a los correspondientes consejos de administración. La regla de los tres tercios merece, como puede fácilmente percibirse, notables elogios por cuanto: a) ha significado el sometimiento, también, a la lógica del pluralismo interno de los 16 El informe de actividades del CSA de 1995 nos revela la amplitud del cómputo: Presidencia de la República, Gobierno, RPF, UDF, CNI, Frente Nacional, PS, MRG, PCF, Extrema Izquierda, Generación Ecológica, Los Verdes, Movimiento Independiente Ecológico y Movimientoss Regionali Movimiento Regionalistas stas (Conseil Supérieur de l’Audiovisuel, VII Rapport d’activité 1995. Annexes, págs. 95-102).
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medios audiovisuales privados (no siendo, en consecuencia, únicamente los públicos los que deben respetar estas reglas por su condición de servicio público neutral e imparcial); b) ha supuesto el reconocimiento de un relevante estatuto para el CSA; y c) ha permitido concretar la genérica exigencia de pluralismo informativo a través de un mecanismo que, más o menos satisfactorio, resulta objetivo y permite trasladar, en términos de información/formación de la opinión pública, a proporciones razonables (dos tercios frente a uno) las diferencias mayoría/minoría. Por contra, esta regla evidencia algunas deficiencias 17 derivadas precisamente del carácter objetivo de dicho mecanismo: a) las intervenciones del presidente de la República (al que, extrañamente, parece que se le supone al margen de la contienda política) quedan excluidas de cómputo, lo que resulta harto cuestionable por cuanto, en definitiva, cuando coincida la procedencia ideológica del presidente de la República con la del Gobierno, sus intervenciones se sumarán a los dos tercios de la mayoría, mientras que en los periodos de cohabitación se incrementará el tercio de la oposición parlamentaria; b) la regla de los tres tercios deja fuera las intervenciones mediáticas de las formaciones políticas sin representación parlamentaria; c) tampoco se tiene en cuenta el sentido efectivo de las intervenciones de las personalidades políticas, presumiéndose que las que procedan de la mayoría serán de respaldo al Gobierno y las que no, de oposición (cuando no resulta extraño en el mapa político/parlamentario francés que las mayorías no sean excesivamente homogéneas y que parlamentarios de la mayoría puedan a me17 Las limitaciones de la medición de
los tiempos de palabra han sido expresivamente expuestas por por N. Copin: ‘Presse: ‘Presse: au-delà de l’impartialité’, Pouvoirs, núm. 63, págs. 71-80, 1992.
nudo criticar al Gobierno); d) no atendiendo la regla al contenido de las intervenciones de dichas personalidades, puede llegarse al absurdo de ocurrir que el mes del fallecimiento de François Mitterrand la medición de tiempo televisivo de las personalidades del Partido Socialista rebasara los límites impuestos y que éste resultara sancionado cuando estas apariciones no contenían mensajes políticos. Las limitaciones de este método de objetivación del pluralismo resultan claras y revelan la necesidad de completar esta objetivación meramente cuantitativa con considerandos de carácter cualitativo. A saber, si la lógica de la regla de los tres tercios, en tanto mecanismo de garantía del pluralismo en la información política, reside en una bipolarización de los mensajes políticos confrontando mayoría/minoría [privilegiando a la pri primer meraa (Gobi (Gobiern ernoo + mayoría parlamentaria) respecto de la segunda (oposición parlamentaria)] se impone una revisión en la que los mensajes
computados al Gobierno lo sean porque, independientemente de quien sea el sujeto que los formule (parlamentario o no, personalidad política o no), le sean favorables o beneficiosos objetivamente. Otro tanto cabe afirmar de la imputación de tiempos de palabra en favor de la minoría u oposición parlamentaria. A tal efecto, se impone un análisis de las intervenciones mediáticas,no sólo temporalizado o cuantitativo sino, también, cualitativo o basado en el análisis de los contenidos de los mensajes políticos emitidos18. Así lo entendió el CSA, que en el informe de 1995 proponía iniciar una reflexión sobre la regla de los tres tercios a fin de apreciar la oportunidad de introducir nuevos métodos de evaluación del pluralismo19. n
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Buen ejemplo de este modelo de control cualitativo lo constituye la medición del tiempo de palabra efectuado por el CSA en el periodo previo a las elecciones presidenciales de 1995. Desde el mes de enero de ese año, el CSA puso en funcionamiento un observatorio de cadenas de televisión compuesto por 15 analistas de programas y cinco analistas políticos que se encargaron de visionar 30 telediarios y 40 magacines semanales difundidos porr TF1, Fran po France ce 2, Franc Francee 3, Canal Canal + y M6. El control de los tiempos de palabra se efectuó día a día y, junto a este control cuantitativo, se realizó un control cualitativo de acuerdo con el cual el CSA formuló observaciones a los difusores si resultaba que un candidato, independientemente del tiempo de palabra que se le hubiese atribuido, había sido objeto de trato discriminatorio (Conseil Supérieur de l’Audiovisuel, Élection du Président de la République. Rapport sur la campagne électorale à la radio et à la télévision (20 septiembre 1994-7 mayo 1995), págs. 18 y 19, septiembre 1995. 19 Conseil Supérieur de l’Audiovisuel, VII Rapport d’activité 1995, pág. 85. En la presentación del informe anual de 1997, el 16 de junio de 1998, Hervé Bourges, Artemi Rallo Lombarte es profesor titular de derecho constitucional en la presidente del CSA, reconocía los límites de la regla de los t res tercios y anunciaba Universidad Jaume I de Castellón. Autor de Pluralismo informativo y Constiuna reflexión a los efectos de su revisión (http://www.csa.fr). tución (de próxima aparición). CLAVES
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C A S A
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C I T A S
SAMUEL JOHNSON Samuel Johnson (1709-1784) era hijo de un librero y dedicó su vida a las palabras: a la lexicografía, la literatura y la conversación. Escribió algunos poemas, artículos periodísticos, el relato de un viaje por las Hébridas –Un viaje a las islas occidentales de Escocia–, una tragedia –Irene–, un cuento filosófico de ambientación oriental –Rasselas–, crítica literaria –destaca el libro Vidas de los poetas ingleses– yy el diccionario de la lengua inglesa que lleva su ingleses– nombre y que realizó prácticamente en solitario, echando mano de su vastísima erudición. Además, preparó una importante edición de Los dramas de Shakespeare, para la que escribió un prólogo que abre nuevas maneras de leer al creador de Hamlet. Johnson, que, en palabras de Julien Hamlet. Johnson, Green, “domina su siglo, el siglo de los Goldsmith, Fielding y Richardson, sentado en su sillón como una espe-
La esperanza es un tipo de felicidad; tal vez la máxima felicidad que este mundo nos permite. Pero, como otros placeres disfrutados sin moderación, el exceso de esperanza se expía con dolor. n
[Hablando sobre los bellos paisajes naturales escoceses]. Creo que tienen ustedes muchísimos. También Noruega tiene bellos paisajes; y Laponia es remarcable por sus prodigiosos parajes naturales. Pero permítame decirle algo: ¡el más hermoso paisaje que un escocés puede contemplar es el camino que le lleva a Inglaterra! n
cie de dios melancólico”, desplegaba su erudición e ingenio en El Club, una tertulia que reunía una vez por semana a algunas de las figuras más destacadas de la época: Oliver Goldsmith, Edmund Burke, Edward Gibbon, Adam Smith, el legendario actor David Garrick, el pintor Joshua Reynolds, el explorador sir Joseph Banks y James Boswell, el entusiasta admirador y biógrafo de Johnson. En su monumental Vida de Johnson, Boswell registra cada gesto, reflexión, agudeza, manía y cambio de humor de su biografiado. Las más de mil páginas del libro trazan un retrato minucioso hasta el disparate de la intimidad de quien, en opinión de Harold Bloom, “es a Inglaterra lo que Emerson a Estados Unidos, Goethe a Alemania y Montaigne a Francia: la sabiduría nacional”.
[Sobre Thomas Sheridan]. Tal exceso de estupidez no se encuentra en la naturaleza. n
Boswell: ¿No es el miedo a la muerte consustancial al ser humano? consustancial Johnson:: Hasta tal punto que Johnson que toda la vida no consiste sino en mantener alejado ese pensamiento pensamiento..
[Sobre los escépticos]. La verdad no proporciona alimento suficiente a su vanidad y por ello se han encaminado hacia el error. La verdad es una vaca que a esa gente ya no les da leche, así que deciden ponerse a ordeñar al toro.
El hombre debería leer sólo aquello que le apetece, porque de lo que lea por obligación sacará poco provecho. n
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unión y todas las constricciones que las sociedades civilizadas imponen para evitar la separación son apenas suficientes para que sigan juntos.
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Shakespeare no tiene seis líneas seguidas sin una imperfección. Tal vez pueda encontrar usted siete, pero eso no refuta mi aserto. n
[Sobre la expresión In vino veritas]. Puede ser un argumento para beber, si uno supone que los hombres en general son unos mentirosos. Pero yo no me relacionaría con un individuo que miente mientras está sobrio y al cual uno debe incitar a empinar el codo para poderle sacar una palabra de verdad. n
[Al ser preguntado sobre las reacciones provocadas por un polémico texto suyo]. Creo que todavía no me han atacado lo suficiente. El ataque es la reacción; nunca pienso que he lanzado la bola con la fuerza necesaria a menos que se produzca un rebote. n
[Refiriéndose al segundo matrimonio [Refiriéndose tras un primer fracaso]. Es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. n
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Selección y traducción de Mauricio Bach
La silla de una taberna es el trono de la felicidad humana. n
Es tan poco natural que un hombre y una mujer convivan en matrimonio, que todos los motivos que tienen para mantener esa
El patriotismo es el refugio de los bribones. n
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A la hora de escribir un epitafio, un hombre no está bajo juramento. n
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SAMUEL JOHNSON
Las extravagancias no resisten el paso del tiempo. El Tristam Shandy no perdurará. n
Hay dos tipos de conocimiento. O conocemos un tema por nosotros mismos, o sabemos dónde encontrar información acerca de él. n
No hay nada con lo que una persona exaspere más a la mayoría de la gente que mostrando una superior habilidad o brillantez en la conversació conversación. n. Quienes le escuchan parecen complacidos, pero la envidia hace que lo maldigan en silencio. n
Las alabanzas y el dinero son los dos agentes corruptores de la humanidad humanidad..
Una característica infalible de la mezquindad es la crueldad. n
Esto de publicar epistolarios se ha puesto tan de moda últimamente que, para evitar que lo hagan conmigo, en mis cartas escribo sólo lo estrictament estrictamentee necesario. n
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Una persona que no ha estado en Italia se sabe inferior, pues no ha visto lo que se supone que cualquier hombre debe ver. La meta última de todo viajero es contemplar las orillas del Mediterráneo. n
A los sere seress finitos finitos no nos nos es posi posible ble actua actuarr por pura benevolenci benevolencia. a. La benevolenc benevolencia ia humana está siempre mezclada con la vanidad, el interés o algún otro motivo. n
No encontrará usted a ningún hombre en su sano juicio que quiera marcharse de Londres. Pues cuando un hombre se harta de Londres es que se ha hartado de la vida, ya que Londres ofrece cuanto la vida puede proporcionar. n
Entre los 19 y los 24 años no hay mejor manera de aprovechar el tiempo que viajando. n
[Respuesta a una señora que le pregunta por qué Milton fue capaz de escribir El paraíso perdido y en cambio sus sonetos eran tan mediocres]. Milton, señora, era un genio capaz de esculpir un coloso a partir de una roca, pero incapaz de tallar bustos en huesos de cereza.
Todos los seres animados aman la música… ¡excepto yo! n
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[Sobre la diferencia entre un hombre educado y otro maleducado]. Uno atrae inmediatamente nuestra simpatía, el otro nuestra aversión. Al primero le apreciamos apreciamos hasta que encontramos un motivo para detestarle; al segundo le detestamos hasta que encontramos un motivo para apreciarle. n
Resulta sorprendente sorprendente que se lea tan poco y en cambio se escriba tanto. La gente, en general, no se pone a leer de buena gana si tiene alguna otra cosa con la que entretenerse. n
[Todas las citas han sido extraídas de James BosJohnson . Everyman’s Li well, The Life of Samuel Johnson. brary, Londres, 1992].
Boswell: ¿No se sobresaltaría usted con el mismo ímpetu que Garrick si viese un fantasma? Johnson:: Espero que no. Si lo hiciese Johnson asustaría al fantasma. n
Prefiero ser atacado que ninguneado, porque lo peor que se le puede hacer a un escritor es guardar silencio sobre sus obras. n
La mente genuina, fuerte y solvente es aquella capaz de abarcar tanto las grandes como las pequeñas cosas. n
Cuando un hombre dice que se lo ha pasado muy bien con una mujer, no se refiere a que ha mantenido con ella una agradable conversación, conversación, sino a algo de naturaleza muy distinta. n
Siempre lamento la desaparición de cualquier lengua, porque las lenguas son el pedigrí de las naciones. n
[Sobre David Hume]. No sé si de entrada era un zopenco y eso le convirtió en un canalla, o si su condición de canalla acabó haciendo de él un zopenco. n
[Sobre el actor y dramaturgo Samuel Foote]. Foote es absolutamente imparcial, ya que miente a todo el mundo sin excepción. n
Un hombre al que un autor le pide la opinión sobre su libro es sometido a tortura y no está obligado a decir la verdad. n
Ojalá fuese judío, porque entonces podría permitirme el gusto de comer cerdo con el placer de pecar. n
Quizá cuanto menos nos peleamos, más odiamos. n
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Mauricio Bach
es crítico literario y traductor. CLAVES
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