DE RAZÓN PRÁCTICA
Directores
Javier Pradera / Fernando Sa vater
Junio 2002 Precio 5,41 €
N.º 123
IGNACIO SOTELO JOSÉ JO SÉ MA MARÍ RÍA A RI RIDA DAO O
Ultraderecha y xenofobia en Europa
G. MARTÍN MUÑOZ
Emigración e Islam
ZEEV STERNHELL Nacionalismo abierto y sion sionis ismo mo lib liber eral al
ROBERT NOZICK Una semblanza
J u n i o 2 0 0 2
MANUEL ARRANZ
Envejecer y morir
J. M. CA CABA BALL LLER ERO O BON BONAL ALD D Elogio de la lectura
DE RAZÓN PRÁCTICA Dirección
S U M A R I O NÚMERO
JAVIER PRADERA JAVIER FERNANDO SAVATER
12 3
JUNIO
2002
Edita
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA
Coordinación editorial
POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL
ZEEV STERNHELL
4
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
14
ELOGIO DE LA LECTURA
IGNACIO SOTELO
18
EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA
JOSÉ MARÍA MARÍA RIDA RIDAO O
24
FRANCIA Y LA ZONA GRIS
GEMA MARTÍN MUÑOZ
28
EMIGRACIÓN E ISLAM
SILVINA ÁLVAREZ
36
LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO
MANUEL ARAGÓN
42
¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?
Semblanza
50
Robert Nozick Una pérdida irreparable
Ciencias sociales
54
La propiedad social
Filosofía
60
Envejecer y morir Un insano compromiso
Historia
64
Cinco tesis sobre el centenario de la independencia de Cuba
Ensayo
68
La ilustrada lucha por los derechos homosexuales
73
La integración de la salud
77
Hermanos Coen
Director general
ALFONSO ESTÉVEZ NURIA CLAVER Diseño
ELENA BAYLÍN RAQUEL RIVAS
Ilustraciones
JORGE VARAS, VARAS, Madrid, 1964 La obra escultórica de este artista está concebida como un eslabón más de una larga, ramificada y gruesa cadena llamada tradición, como una poética particular que se remonta a milenios atrás. Para condicionar la materia, utiliza dos vías fundamentales: añadir materiales o sustraer materia. La madera y el aluminio le permiten la combinación de ambos procedimientos, posibilitándole una mayor versatilidad formal.
J. J. Moreso J. L. Martí
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Robert Nozick Caricaturas
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Francisco Javier Ugarte
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Sociología
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Jesús Viçens
Cine
Alberto Úbeda-Portugués Úbeda-Portugués
POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL ZEEV STERNHELL
a invasión de los territorios autónomos palestinos lanzada en la primavera de 2002, con su cortejo de desgracias, se inscribe en la lógica de un nacionalismo cuya estructura interna ha podido percibirse desde el principio. Sin embargo, si los fundadores actuaban en un contexto que hacía de la conquista de Palestina una necesidad existencial, dictada por la historia judía del siglo que acaba de terminarse, sus descendientes han deducido que tienen un derecho eterno. Si los padres del sionismo, para obtener el mínimo, tuvieron que afirmar muy alto el derecho histórico de los judíos sobre toda la tierra de Israel, la segunda y tercera generaciones han hecho de él la base de una verdadera expansión colonial. Para los defensores de este nacionalismo de la tierra y de los muertos, del suelo y de la sangre, las batallas libradas en las calles de Ramala, de Nablus y en el campo de refugiados de Jenín, constituyen la continuación lógica, a más de medio siglo de distancia, de las que permitieron la conquista de Jaffa, Lod y Ramla. Situadas sobre la costa, próximas a Tel Aviv, estas tres ciudades árabes cayeron durante la guerra de Independencia. La ciudad de Ramala se encuentra unos treinta kilómetros más al Este, y no fue conquistada hasta 20 años después, para terminar siendo evacuada tras los acuerdos de Oslo. Estos 30 kilómetros y estos 20 años, ¿son suficientes –así va su razonamiento– para establecer una diferencia esencial entre estas dos localidades? ¿Por qué es legítimo hacer de Ramla una ciudad judía, cuyos habitantes fueron forzados a marcharse durante la guerra de 1948-1949, y, al mismo tiempo, aceptar que Ramala se convierta en el cuartel general de Yasir Arafat? Si el Yisuv hubiera sido un poco más numeroso, si sólo unas docenas más de miles de jóvenes hubieran podido escaparse de Europa, hoy Ramala sería una
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floreciente ciudad israelí. El desdichado accidente que impidió que Ramala cayera hace 20 años, piensan en la extrema derecha, no muy alejada de Ariel Sharon, ¿les da a los palestinos el derecho de reivindicar la herencia histórica judía? El conflicto israelí-palestino se hunde hoy,, más profundamente que nunca, en la hoy sangre y en el barro precisamente porque toda la derecha nacionalista se suma a este razonamiento y porque la mayoría de la izquierda sigue siendo incapaz de oponerle una ideología racionalista, universalista y profundamente anclada en los valores de las Luces. Un cuarto de siglo después de los acuerdos de paz con Egipto y siete años después del asesinato de Isaac Rabin, el horizonte sigue más cerrado de lo que nunca lo estuviera en el pasado. Más aún desde que la reconquista de los territorios palestinos autónomos se inscribe en la lógica de la guerra del Líbano de 1982. Después de 20 años es el mismo persona je el que cond conduce uce la misma polít política. ica. El objetivo a largo plazo no ha variado: romper el movimiento nacional palestino. Sharon no se opone a la creación de un Estado palestino a condición de que no tenga de Estado más que el nombre. Nunca aceptará que israelíes y palestinos se traten de igual a igual. A menos de verse forzado a ello por una intervención internacional, no consentirá nunca en la posibilidad de que al lado de Israel tome asiento una entidad palestina que no sea una entidad vasalla, a merced de su poderoso vecino, con cantones separados entre sí por medio de florecientes colonias judías. A lo más que la derecha israelí es capaz de resignarse es a una semiindependencia en sus asuntos internos, una especie de autonomía municipal. Ya era ésta la línea de Menájen Beguin a finales de los años setenta. El jefe de la derecha podía devolver a Egipto hasta el último grano de arena de un in-
menso territorio rico en petróleo y con un potencial económico que hoy aún sigue sin explotar, mientras que para los palestinos no podía aceptar más que una autonomía comunal bajo soberanía israelí. Para él, igual que para Golda Meir, la primera ministra laborista de principios de los años setenta, una situación de igualdad entre judíos y árabes significaría que los israelíes abandonaban el principio según el cual ellos eran los únicos dueños legítimos del país. Tanto Golda Meir Meir,, que seguía definiéndose como socialista, como Menájem Beguin, discípulo del líder histórico de la derecha revisionista Zeev Jabotinsky,, tenían una Jabotinsky u na concepción similar del sionismo. Ariel Sharon se ve a sí mismo desde una perspectiva similar. Ha llegado al poder para deshacer los acuerdos de Oslo, que nunca ha dejado de considerar como una traición. En esta primavera de 2002 vuelve a una situación en la que Israel se comporta en Cisjordania como en un territorio oficialmente semicolonizado. La izquierda laborista, vaciada progresivamente de los valores humanistas y universalistas, le asegura su colaboración, si no con alegría, con resignación. Una vez más volvemos a las cuestiones esenciales: el nacionalismo conquistador no puede coexistir con los valores universalistas de los derechos del hombre y del derecho a la autodeterminación. Es así como se ha llegado a esta extraordinaria quiebra moral y política, a este sentimiento de impotencia frente a la desgracia Porque ¿cómo hacer entrar en razón a quienes, a principios del siglo XXI, creen poder colonizar a un pueblo y, para ello, lanzan divisiones enteras contra una revuelta popular, como si la historia de todas las guerras del siglo pasado no tuviera nada que enseñarles? Pero, al mismo tiempo, el terrorismo palestino expresa, por su parte, un reflejo de rechazo todavía más poderoso y mu.
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cho más difícil de domeñar. ¿Qué hace falta para convencer a estos fanáticos, que envían a la muerte a niños de 13 años, que el terrorismo gratuito produce en las víctimas el mismo tipo de endurecimiento que es fácilmente previsible en las poblaciones asediadas por ejércitos regulares? ¿Qué hacer para romper el círculo de los bárbaros atentados palestinos y de las represalias israelíes, no menos feroces? Muchos se preguntan hoy, tanto en Israel como en los territorios palestinos de Cisjordania y de Gaza, si es preciso que esta generación abandone toda esperanza de paz y de reconciliación entre los pueblos y se limite a luchar por un simple cese el fuego, necesariamente precario. Ésta es precisamente la convicción que prevalece en la mayoría de los israelíes. Puesto que no hay nada que hacer, se dice un poco por doquier, la solución más lógica, y también la más cómoda, es agarrarse a lo que es y hacer aquello que me jor se sabe hacer: emplear la fuerza. Por otra parte, los efectos desastrosos del conflicto se dejan sentir, más que nunca, en la vida de todos los días. El fatalismo, el odio y el miedo dirigen el comportamiento de las élites, al igual que lo hacen en el conjunto de los ciudadanos. En nombre Nº123
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de la llamada clásica al patriotismo, se constata un desmoronamiento, lento pero continuo, de los fundamentos de la democracia. Cuando el conformismo se eleva al rango de virtud, cuando la deslegitimación de la crítica se convierte en una norma largamente aceptada es el momento en que los fenómenos macarthystas hacen su aparición. En semejante contexto la censura militar puede ejercerse de manera menos elegante y permitir que se sienta más abiertamente el control de los medios de comunicación. El papel del Estado Mayor del Ejército en la toma de decisiones políticas es cada vez mayor, así como su alineamiento con la derecha más dura; aunque todavía no se haya llegado a unas proporciones catastróficas, nadie puede ignorar la gran inquietud que estos fenómenos inspiran a todos aquellos que siguen fieles a los valores de la democracia. En esta atmósfera sin precedentes en la historia del Estado judío, el fatalismo se ha convertido en la base de un amplio consenso, en el cemento de una falsa unidad nacional. El miedo al mañana explica también el hecho de que la violencia se haya convertido en parte integral de la vida cotidiana, así como la parálisis de la clase política israelí. La angustia es el secreto del comportamiento suicida de parte de esta formación política que, por costumbre, se sigue denominando la izquierda laborista. Su larga colaboración con la derecha en el seno de un Gobierno de unión nacional no ha hecho más que acentuar su descomposición intelectual y moral, un proceso que [co-
mo se ha visto en las páginas que preceden] viene de lejos, pero que en la actualidad parece estar adquiriendo dimensiones verdaderamente dramáticas. En segundo lugar, un foso cada vez más profundo separa a la derecha radical, que pide la expulsión de la población palestina de los territorios ocupados, y a los elementos más avanzados de la izquierda que, por razones morales, rechazan el servicio militar en esos mismos territorios. La derecha dura, nacionalista y religiosa, oculta cada vez menos sus objetivos reales: impedir la división de la tierra entre los dos pueblos, reconquistar los territorios palestinos autónomos y, aprovechándose de una confrontación a escala regional, forzar la salida de al menos una parte de la población árabe. La perspectiva de tal desastre, aunque no sea probable en un futuro próximo, juega de todos modos un papel extremadamente importante en la creación de los más nefastos hábitos mentales. Pues la legitimidad que, de forma creciente, está adquiriendo la ideología de la transferencia, cuyo profeta oficial, Rehav’am Zeevi, general y ministro, fue asesinado en 2001 por un palestino, es acorde con el fruto más grave de la situación colonial creada inmediatamente después de la guerra de 1967: la brutalización creciente en las relaciones entre ocupantes y ocupados, la insensibilidad frente a los sufrimientos del otro, poco frecuente en el pasado, las operaciones de castigo que, bajo la cobertura de la guerra contra el terrorismo, no tienen otro objetivo real que la venganza. Se quiere hacer pagar tan caro como sea posible a la población por su participación en la revuelta. Hace todavía pocos años que la muerte de un bebé palestino, en una carretera cerrada por el Ejército, fue objeto de un debate en el Consejo de Ministros. Hoy, cuando una mujer palestina, tras cinco años de trata5
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miento de fertilidad, da a luz en un taxi a un niño prematuro que llega muerto al hospital por las mismas razones, casi no se informa del hecho en los periódicos. Hace 35 años, en las primeras horas de la guerra de los Seis Días, un joven teniente, jefe de una compañía de blindados, bloqueaba su avance para permitir que una mujer beduina recogiera a sus dos pequeños que, aterrados por el ruido y el polvo, iban a ser aplastados. Unas horas más tarde el blindado del teniente Kahalana fue alcanzado y él mismo tuvo graves quemaduras. Hoy, víctima de una situación infernal, el equipo de un carro moderno y sobreequi-
pado, que ya no opera en el desierto sino en el corazón de una ciudad sin defensa frente a un vehículo de más de cincuenta toneladas de acero, abre fuego sobre un automóvil que se supone que transporta a combatientes palestinos, pero en cuyo interior se encontraban una madre y sus tres pequeños. Sin embargo, a pesar de todo, la gran cuestión que prima sobre todas las demás, y que dirige el comportamiento de todos los que vivimos en esta región, es la de los objetivos históricos, la cuestión de la línea del horizonte y la del objetivo final que se han fijado tanto los israelíes como los palestinos. Porque la parte que corresponde a Yasir Arafat y los suyos, en este drama que vive su pueblo, no es pequeña. ¿Con qué rima el terrorismo salvaje que golpea a las poblaciones civiles israelíes? ¿Contra qué y contra quién luchan exactamente los terroristas palestinos cuando asesinan 6
a transeúntes en las calles, a clientes de hoteles y de cafés?: ¿contra la ocupación, la colonización, las incesantes humillaciones, el comportamiento a veces salvaje de
los soldados israelíes o contra la existencia misma de un Estado nacional judío? ¿Qué quieren en realidad: la independencia, la libertad o el final del sionismo? ¿Quieren vivir al lado del Estado de Israel tal como es o bien fundar, por medio del derecho al retorno, una nueva entidad política en la que los judíos se convertirían en una minoría? En el fondo, todo confluye en un solo punto de interrogación: ¿aceptan los palestinos los resultados de la guerra de 19481949, nuestra guerra de independencia y nuestra victoria, y su derrota, o tratan de dar marcha atrás? Creer que es posible avanzar sin atacar la esencia de los problemas es una pura ilusión. Del lado israelí también todo confluye en el mismo punto. Más que nunca, la verdadera línea divisoria se encuentra entre aquellos que parten del principio según el cual la guerra de Independencia terminó de una vez por todas en 1949 y aquellos que ven en la guerra de los Seis Días la continuación lógica, natural y legítima de la de 1948-1949. Para los primeros, la guerra de junio de 1967 fue el resultado accidental de una situación que Israel no había querido, y que ni siquiera había previsto. A sus ojos, las conquistas de 1967 no tienen ninguna legitimidad y no pueden modificar en ningún sentido las líneas de cese el fuego de 1949; para ellos, la Línea Verde se ha convertido en la frontera permanente. Esta visión de las cosas se apoya sobre una concepción racionalista y laica del sionismo. Nacido de la desgracia, el Estado de Israel obtiene su legitimidad de esta necesidad y, asimismo, de una idea tan simple, justa y natural como los principios de 1789: el derecho de
los hombres a ser dueños de su destino. Nuestros padres fundadores hablaban con frecuencia en este contexto del retorno de los judíos a la normalidad. Para quienes se adhieren a un pensamiento laico, liberal y democrático, todos los objetivos del sionismo se han alcanzado dentro de las fronteras de 1967. Desde hace más de dos siglos, frente a la idea de los derechos naturales, por definición derechos universales y fundados sobre la razón, se eleva por todo el mundo el principio de los derechos históricos y la fe en la mano de la Providencia que regula la marcha de la historia. Los colonos armados de Cisjordania y de la franja de Gaza, con la Biblia en una mano –nuestro título de propiedad sobre la tierra de nuestros antepasados– y el fusil automático en la otra, constituyen el ejemplo por excelencia del nacionalismo integral: herederos de los conquistadores de Canán, se consideran como los únicos dueños legítimos del país. Para ellos, la guerra de los Seis Días no fue un desdichado accidente o, como yo pienso, un verdadero desastre histórico, sino la expresión de la voluntad divina. Con toda la fuerza de su fe religiosa y de su fanatismo nacionalistas, estos hombres y mujeres se levantan contra toda solución, por tímida que ésta sea, que pueda implicar el repliegue de las colonias de asentamiento. Aunque víctimas también del terrorismo árabe, al igual que pueden serlo todos los israelíes en cualquier momento, estos hombres, armados, no han cesado desde hace años de sembrar el contraterror en su entorno, un terror físico que sufren los campesinos palestinos, un terror político que paraliza a la clase política israelí. Los colonos ideológicos son una pequeña minoría, pero tienen secuestrada a la sociedad israelí. Por temor a una guerra civil, ningún hombre político se ha atrevido a enfrentarse a ellos, ni siquiera el mismo Isaac Rabin y, después de él, Ehud Barak, soldados, ambos, de glorioso pasado. Oficial de comandos de coraje legendario, Ehud Barak temía a los colonos como al fuego. Al mismo tiempo, como les ocurre a otros muchos, no podía evitar alimentar hacia ellos una cierta forma de admiración. El drama de la izquierda continúa siendo el mismo de siempre: todavía es incapaz de combatir a la derecha colonizadora en el plano de los principios. Es conveniente que volvamos aquí sobre los aliados más fieles, más preciosos y más eficaces de los colonos: las élites palestinas, las del interior y las instaladas en Europa y en Estados Unidos. Parece paraCLAVES
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dójico que los acuerdos de Oslo, este primer paso hacia un camino que parecía tener que concluir en la paz y la reconciliación, hayan producido un reflejo de rechazo: forzados a hacer su elección, los palestinos no se han atrevido a pasar el Rubicón. Mientras que los israelíes de izquierda estaban persuadidos de que los acuerdos hechos con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) implicaban un reconocimiento de la irreversibilidad de lo adquirido en 1949, la reivindicación palestina del derecho al retorno para los refugiados de la guerra de la Independencia, apoyada por la segunda Intifada lanzada en octubre de 2000, rompía las riendas del movimiento de la paz. Y, de golp golpe, e, el camp campoo de la anex anexión ión se volvía a hacer con ellas, porque, si se permite que los palestinos vuelvan sobre el acto fundador de 1948, ¿por qué los israelíes no pueden también tener el derecho de ir hacia delante y ver 1967 como la conclusión de 1948-1949? Si está permitido deshacer lo que se ha consumado en el momento de la fundación de Israel, el método vale en ambas direcciones. Rara vez hemos visto a los colonos tan dichosos como tras el colapso de Camp David en el verano de 2000, seguido, seis meses después, por el fracaso de las negociaciones de Taba. Los fanáticos tenían la prueba del nueve de que los palestinos no sólo iban contra ellos sino contra todos los israelíes, los instalados a las puertas de Gaza al igual que los que viven en Jerusalén occidental o en el área metropolitana de Tel Aviv. Aviv. Los atentados suicidas, el asesinato, sin discernimiento, de familias enteras, tanto en los territorios ocupados como más acá de la Línea Verde, vinieron a confirmar el sentimiento de que todo el país, a ambos lados de la línea de demarcación, era un único campo de batalla. Los palestinos parecían querer borrar, con sus propias manos, la frontera adquirida en 1949 y dar así la razón a sus peores enemigos. No obstante, el argumento según el cual todo atentado a la perennidad de la Línea Verde significa una puesta en cuestión del edificio completo sigue siendo tan válido como siempre lo ha sido. La mayoría de nuestros compatriotas comprende muy bien que cuando se dice que “si no tenemos derecho a Hebrón tampoco tenemos derecho a Tel Aviv” para ilustrar la naturaleza de nuestros derechos históricos, se están minando los fundamentos mismos de nuestros derechos sobre Tel Aviv y, también, de la existencia misma de Israel. Pero no se trata únicaNº123
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mente de entender: hay que traducir este conocimiento del problema en voluntad política. Es ilusorio pensar que Ariel Sharon, el padre de las colonias, vaya a aceptar representar el papel de enterrador. En la misma medida es probable que Yasir Arafat no tenga ni n i el coraje ni la estatura estatur a que son precisas para presentarse en los campos de refugiados y pedir a su pueblo que ponga fin a su sueño de retorno. En ciertos aspectos la incapacidad de la élite palestina de hacerse cargo de sus responsabilidades es todavía más flagrante que la de las élites israelíes y constituye una cómoda coartada para nuestro campo de rechazo. ¿Qué hacer, entonces? El modo de remontar la pendiente sigue siendo el mismo: en primer lugar, aceptar la legitimidad del acto fundador de Israel e, igualmente, del acto fundador de la Palestina independiente. Es por esta cuestión capital, aunque no haya sido formulada o discutida oficialmente, por la que ha estallado la Cumbre de Camp David en julio de 2000 al igual que lo han hecho las negociaciones que siguieron hasta febrero de 20011. Los errores tácticos, numerosos por ambas partes, no fueron más que una pantalla tras la que se escondía, con dificultades, la realidad: por un lado, los palestinos todavía no están dispuestos a reconocer la legitimidad de la existencia del Estado de Israel y, por otro, la sociedad israelí no es capaz de pensar en el desmantelamiento, si no de todo el conjunto de colonias, al menos de su mayor parte. Los palestinos reconocen el hecho israelí, pero no reconocen la legitimidad del movimiento nacional judío. En esto no se diferencian mucho del resto de los árabes. La naturaleza del acuerdo de paz con Egipto constituye un ejemplo palpable: los egip-
1 Mientras no podamos acceder a los archivos americanos, israelíes y palestinos, y aún falta bastante tiempo para esto, es difícil hacerse una idea exacta del contenido de la cumbre. Como todo historiador sabe, las memorias de los testigos, orales o escritas son, por definición, documentos sospechosos. Si no son corroboradas por documentos “brutos” su valor es ex tremadamente limitado. En efecto, todo lo que se dice y se publica del lado israelí, lo mismo que del lado palestino, tiene por objeto, bien rechazar la responsabilidad del fracaso cargándola sobre el adversario, bien preparar el terreno para la construcción de una coartada personal, base de salida para una segunda carrera política. El análisis más articulado, el que parece presentar las posiciones de ambas partes de un modo más equilibrado, es, hasta hoy, el de Robert Malley, consejero especial del presidente Clinton para los asuntos israelí-palestinos y autor, con Hussein Agha, de un importante artículo publicado el 9 de agosto de 2001 en la New York Review of Books , ‘Camp David: The Tragedy of Errors’.
cios respetan todas las cláusulas formales del tratado de paz pero, al mismo tiempo, ahogan toda tentativa de acercamiento cultural, se oponen a todo contacto entre particulares, instituciones o grupos sociales. Los medios de comunicación, las editoriales y las universidades destilan un odio feroz al sionismo; y en este rechazo de la reconciliación y la normalización los intelectuales son siempre la punta de lanza. Edward Said, el más importante intelectual árabe vivo, en muchos sentidos figura ejemplar del intelectual comprometido, ve en los dos pueblos, palestinos y judíos israelíes israelíes,, una misma “comunidad de sufrimiento”2. El querría ver a judíos y árabes viviendo en el marco de un Estado laico y democrático, unos al lado de los otros, dentro de las fronteras de la Palestina histórica, del mismo modo que coexisten en Estados Unidos las distintas comunidades étnicas y religiosas. De ahí viene su oposición al principio mismo de un Estado-nación judío en Palestina. Otro intelectual palestino que vive en Beirut. Ali Khalidi, rechaza del mismo modo la idea según la cual la necesidad en la que se encontraban los judíos de constituirse en comunidad política independiente, de darse, en consecuencia, un Estado, pueda constituir una justificación moral para el desastre palestino y, por ello, para la existencia de Israel 3. Sin embargo, existe todavía otra dimensión en este rechazo que opone el mundo árabe al movimiento nacional judío: el sentimiento de que la fundación de Israel fue el resultado de la debilidad árabe. Porque el movimiento sionista aparece sobre la escena internacional en el preciso momento en que el mundo musulmán se encontraba más decaído. Es de este sentimiento de injusticia histórica, que va mucho más allá del mal hecho a los habitantes de la Palestina histórica, del que se deriva la incapacidad de los intelectuales árabes para admitir el hecho israelí. No es en absoluto fruto del azar el que sean tanto los intelectuales laicos co-
2
Edward Said: ‘The Public Role for Writers and Intellectuals’ 15th Jan Patock Patockaa Me morial Lectu Lecture re. IWM Newsletter, Fall 2001, núm. 4. Ver también su colección de artículos publicados bajo el título The end of the Peace Process. Vintage Books, Neeva York, 2001. 3 ‘Zionist Socialism’, reseña de Zeev Zternhell: The Founding Myths of Israel. Nationalism, Socialism Princeton, Princeand the Making of the Je¡wish State ( Princeton, ton University Press, 1998) en Journal of Palestine Studies, vol. XXIX (22) invierno 2000. 7
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mo los intelectuales integristas, divididos en todo salvo en lo que respecta al conflicto árabe-israelí, los que se encuentran en la primera línea del rechazo. Ni los unos ni los otros pueden perdonar a los judíos haber sacado provecho de la decadencia árabe. Es lo que significa, precisamente, el rechazo que ha opuesto esa gran persona que es Edward Said a los acuerdos de Oslo: una protesta contra lo que considera ser una confirmación pura y simple de la inferioridad árabe. Para él, como para gran parte de los escritores y universitarios árabes, el despertar árabe pasa necesariamente por la desaparición de lo que sigue siendo, a sus ojos, el símbolo de su impotencia, el Estado-nación judío implantado en Palestina. Todo esfuerzo de paz pasa por la interiorización de esta problemática. Los árabes siguen considerando la reconciliación con el Estado de Israel como una forma de dimisión: pueden, en el mejor de los casos, aceptar un reconocimiento de facto, a condición de obtener de ello ventajas comparables a las de Egipto o a las que espera Siria. El fracaso de las negociaciones de Camp David se debe en gran medida a la incomprensión de la visión histórica de los árabes. Para los palestinos, como para el resto de los países árabes limítrofes de Israel, el acuerdo de paz con Egipto constituye el precedente ineludible: la vuelta a las fronteras de 1967, lo que implica el desmantelamiento de los asentamientos judíos en territorio ocupado y el retorno de los refugiados. Toda el problema radica en saber si los palestinos aceptan que el derecho al retorno se ejerza en el interior del Estado palestino, en Cisjordania y Gaza, o si siguen exigiendo que este derecho se ponga en práctica en el interior del Estado de Israel, dentro de sus fronteras de 1967. Todos saben perfectamente que si en la actualidad existe en Israel una mayoría favorable a la vuelta a los límites de la Línea Verde y a la repatriación de la gran masa de los colonos o, lo que es otra posibilidad, al cambio de territorios, la casi totalidad de los israelíes rechaza toda solución que conlleve de hecho el fin de su Estado-nación. A pesar de esto, el liderazgo palestino sigue fiel a un objetivo irrealizable e inaceptable. Contrariamente a lo que generalmente se piensa, la razón profunda del fallo de las negociaciones de Camp David reside en el hecho que las dos sociedades no se encontraban realmente maduras para dar el gran salto a lo desconocido. El clima de desconfianza que se había instaurado entre Yasir Arafat y el Gobierno de Barak no 8
hacía sino reflejar las relaciones entre los dos pueblos. Porque desde finales de 1999 los territorios estaban al borde de la explosión. El deterioro de la situación era archiconocido por todos: los territorios ocupados se habían convertido en un verdadero polvorín. La decepción, la frustración, la amargura, el resentimiento, desbordaban y amenazaban con explotar en cualquier momento. Cincuenta y ocho palestinos fueron heridos por tiros de las tropas israelíes, el 14 de mayo de 2000, durante las concentraciones a favor de la liberación de los palestinos detenidos en Israel. Terroristas para los israelíes, estos hombres son héroes para sus compatriotas. Durante varios días Cisjordania se inflamó con las revueltas, las protestas y las manifestaciones de solidaridad. Me permito citar aquí un párrafo de un artículo que publiqué en el diario Haaretz del 19 de mayo del 2000. “En efecto, en estos últimos tiempos, el primer ministro ha acumulado demasiados errores importantes- No era preciso agravar las relaciones con los palestinos, no hacía falta someterles una carta de retirada [de los territorios ocupados] poco razonable y no era preciso hacer arrastrar durante varios meses la devolución de Abu Dis [pue [pueblo blo limí limítrof trofee de Jerus Jerusalén alén que pasó a estar bajo administración civil palestina pero bajo responsabilidad militar israelí]. No hay ninguna razón válida para no liberar a sus prisioneros y para no adoptar hacia la autoridad palestina una política de generosidad. La explosión en los territorios era previsible desde hace meses; Barak ha creado la impresión de que no había urgencia en la solución de la cuestión palestina y es por ello por lo que cae sobre él la responsabilidad de los acontecimientos de esta semana. La ambigüedad con la que queda marcada su gestión, tras el fracaso de las negociaciones con Siria, produjo en Nablus y Hebrón un profundo sentimiento de amargura que hubiera podido evitarse”4. En el mismo número de Haaretz nos enterábamos de que Israel había llegado a la conclusión de que no era posible un acuerdo global y que, en consecuencia, era preciso buscar un acuerdo interino. Zeev Schiff, el cronista militar de fuentes impecables, siempre muy próximo del ministerio de Defensa y del Estado Ma-
yor, resumía las grandes líneas del proyecto: los palestinos obtendrían entre el 60% y el 70% del territorio de Cisjordania (territorios A, en la terminología oficial de los acuerdos de Oslo); el 15% o 20% seguirían durante un periodo de 10 años bajo la Administración civil palestina y la Administración militar israelí (territorios B); y el resto de los 15% o 20% de los territorios quedarían como territorio C, es decir, bajo control israelí5. Es así como a unas semanas de la Cumbre, Israel sometía a los palestinos un proyecto que, claramente, significaba que al menos un tercio de Cisjordania sería, de hecho, anexionado por Israel. Nadie podía tener dudas sobre la suerte de los territorios después de 10 años suplementarios de gobierno colonial. De hecho, Ehud Barak exigía una capitulación total a los palestinos. Es la razón por la que Arafat se oponía a la idea de una cumbre: temía una trampa israelí y había prevenido a la secretaria de Estado Madeleine Albrigth que un encuentro mal preparado arriesgaba con estallarle en el rostro al presidente de Estados Unidos. Clinton era consciente del problema pero estaba convencido de que Barak quería sinceramente la paz 6. Y aceptó correr el riesgo y cargar con el fracaso. Además, los acuerdos de Oslo, anunciadores de una paz que debería poner fin a un conflicto centenario, no habían modificado para nada la situación sobre el terreno, al contrario. Las colonias de asentamiento seguían desarrollándose y los palestinos veían cómo sus tierras continuaban escapándoseles de las manos. Los acuerdos firmados por Rabin y Peres se fundaban en el principio según el cual ni un solo colono debía abandonar el lugar en el que vivía. Es cierto que se trataba de acuerdos interinos; pero el hecho de que, en el mismo momento de comenzar un proceso histórico de reconciliación, Israel se aferrara con todo el peso de su poder a la vieja máxima sionista según la cual ninguna parcela de tierra ocupada por un judío debería ser abandonada, era un mal presagio para el futuro. El simple sentido común exigía que se hiciera todo lo posible para atenuar las fricciones durante este periodo en el que dos pueblos tenían que ensayar por primera vez en su historia la coexistencia pacífica. También convenía dar algunas pruebas de verdadera bue-
5
4 Zeev Sternhell: ‘Hic Rodus, hic salta’ (en hebreo), Haaretz, 19 de mayo de 2000.
Zeev Schiff: ‘Acuerdo interino como salida del paso’ (en hebreo) Haaretz , 19 de mayo de 2000. 6 Robert Malley: ‘Camp David: The Tragedy of Errors’, loc. cit . pág. 60. CLAVES
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ZEEV STERNHELL
na fe. Importaba, en consecuencia, evacuar inmediatamente los asentamientos implantados a las puertas de Gaza y en el corazón de Hebrón. Rabin no se atrevió a tocar el barrio judío de la villa de Abraham, poblado por los más extremistas integristas judíos. Hebrón era un lugar de elección en la mitología nacional y religiosa judía: el famoso plan presentado ante el Gobierno Eshkol el 27 de julio de 1967 por Igal Allon , que ha servido durante un cuarto de siglo como biblia del movimiento laborista, preconizaba precisamente la anexión de toda la región del monte Hebrón, al igual que del valle del Jordán. Es aquí en donde volvemos a tocar el punto neurálgico. Desde los primeros meses que siguieron a la victoria de junio, Igal Allon, uno de los más hermosos adornos del laborismo, adoptó el papel de protector de los primeros colonos salvajes, el grupo del rabino Levinger que, en vísperas de la primera Pascua judía tras la guerra de los Seis Días, se infiltró en la ciudad de Hebrón para festejar en ella la salida de Egipto. El 11 de abril de 1968 Levinger y sus discípulos se instalaron en el hotel Park y después de celebrar la Pascua (el seder) se negaron a marcharse a pesar de la prohibición de que los civiles judíos permanecieran en la villa después de la puesta de sol. En lugar de reprimirlos, y a iniciativa de Igal Allon, que de forma desmedida se hizo cargo de proporcionar armas a los integristas, el Gobierno Eshkol aceptó que se les alojara en un campamento militar. Moshe Dayan, que en tanto que ministro de Defensa ejercía las funciones de gobernador militar general de los territorios ocupados, se apresuró a tomar bajo su protección a los colonos salvajes. Las armas enviadas al grupo Levinger venían de los nuevos asentamientos de Gush Etzion, a medio camino entre Jerusalén y Hebrón. Caídos durante la guerra de la Independencia, estos asentamientos religiosos fueron reconstruidos, por orden del Gobierno Eshkol inmediatamente después de la victoria de junio de 1967. Ese era el principio de continuidad aplicado por todos los Gobiernos, sobre la base de un amplio consenso. Este principio se aplicaba no únicamente al pasado más próximo sino también al más alejado: la comunidad judía de la ciudad de los Patriarcas fue destruida durante la revuelta árabe de 1929: implantarse de nuevo en el corazón de una gran ciudad árabe era una locura política, pero ¿quién podía resistirse a la llamada de la historia? No sólo el barrio judío de Hebrón Nº123
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fue reconstruido y constituye hoy un horrible absceso sino que desde el 14 de enero de 1968 Allon All on pro propus pusoo edi edific ficar ar a las puertas de Hebrón una nueva ciudad judía. Esta medida fue aprobada dos años más tarde por el Gobierno de Meir (Eshkol había muerto en 1969): hoy la pequeña ciudad de Kiryat Arba, habitada por los lo s elementos más duros de la derecha colonizadora, cuenta con una población de más de seis mil personas y se ha convertido en un problema para el que nadie tiene solución. La única salida razonable sería su evacuación pura y simple, pero aquí volvemos de nuevo a la cuestión de siempre, ¿quién estaría moralmente preparado y tendría el coraje de enfrentarse a estos fanáticos que se consideran como depositarios de la promesa divina? En virtud del mismo derecho histórico se poblaron los altos del Golán; y sigue siendo sobre los mismos principios como comenzó, bajo el Gobierno de Rabin, la colonización del norte de Cisjordania. En el poder entre 1974 y 1977 (Golda Meir se había visto forzada a dimitir tras la guerra de Yom Kipur en octubre de 1973), el Gobierno de Rabin, empujado por otro de los patronos de la derecha colonizadora de la época, Simón Peres, se inclinó ante el ardor de un grupo de los miembros de Gush Emunim conocido como el grupo de Elon Moreh. Tras varias tentativas de colonización de Samaria, este grupo se instaló en diciembre de 1975 en una estación abandonada del ferrocarril otomano situada en Sebastia, al norte de Nablus. Volvió a aplicarse de nuevo el método que tan buenos resultados produjo en Hebrón. El ministro de Defensa, Simón Peres, respondió con entusiasmo al fervor colonizador de este grupo de “nuevos pioneros” y decidió instalarlos en un campamento militar. Progresivamente los colonos se incrustaron en la región y crearon el asentamiento de Kadumim. Finalmente, tras la llegada de ,
la derecha al poder en mayo de 1977, fundaron el asentamiento de Elon Moreh. Es así como durante los 10 años que siguieron a junio de 1967 todos los Gobiernos de izquierda llevaron una misma política de dimisión frente a la derecha nacionalista y religiosa. Sin embargo, dada la pervivencia de las ideas recibidas, se hace necesario precisar una vez más que no era únicamente por debilidad por lo que la izquierda laborista se rendía ante la derecha nacionalista. Ése era en cierto sentido el caso de Levy Eshkol y tal vez también el de Itshak Rabin. Pero, en su conjunto, en lo que concernía a los fundamentos del nacionalismo y los grandes principios del sionismo, esta izquierda no difería fundamentalmente de la derecha. Partía de un lenguaje menos violento y sin referencias a Dios, pero sí a la Biblia y a un pasado tres veces milenario. Para un Allon o un Dayan, éstas eran las referen9
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Independencia. Es por lo que, a la hora de elegir, ni Rabin ni Barak se atrevieron a dar el salto y congelar todo asentamiento nuevo, tal como lo exigía la lógica de los acuerdos de Oslo. Al contrario. Tras Tras la firma de estos acuerdos se crearon tres grandes asentamientos “oficiales”, Lapid, Kiryat Sefer y Menora, que a finales de 1998 contaban en conjunto con 12.212 habitantes. Pero lo que es todavía más importante es el hecho de que las fuerzas autónomas judías, las milicias y autoridades municipales de la zona hayan establecido, sin autorización de los poderes públicos, 42 asentamientos salvajes, que, con excepción de menos de una decena, el Ejército no ha podido, o no ha querido, desmantelar. Sólo bajo el Gobierno de Barak sumaban 2.830 los nuevos apartamentos o casas individuales (“unidades de alojamiento”) cuya construcción había comenzado en territorio ocupado. Si a esto se añaden las autorizaciones concedidas por el Gobierno Netanyahu, son 6.458 las “unidades de alojamiento”, bien en construcción o que ya habían sido entregadas a los nuevos colonos, las que había en la época en que Ehud Barak negociaba con los palestinos7. Después de los acuerdos de Oslo, entre septiembre de 1993 y julio de 2000, fecha de la Cumbre de Camp David, hubo 24.371 nuevos alojamientos disponibles8. Durante el mismo periodo
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cias intelectuales fundamentales. Salvo raras excepciones los líderes de la izquierda, confundidas todas las generaciones y todas las tendencias, eran tan sensibles como los de la derecha a la llamada de la historia y la religión. La colonización de los territorios conquistados en 1967 les parecía tan natural y legítima como la de los territorios adquiridos a lo largo del medio siglo que precedió a la guerra de 10
Oficina Central de Estadísticas, abril 2000 (cuadro 15/construcción), marzo 2002 (cuadro 15/construcción), así como el informe anual del año 2001 (Statistical Abstract of Israel). Se pueden ver las referencias exactas en internet http://www.cbs.gov.il/archive/200004/yarhon/03_h/ htm http://www.cbs.gov.il/archive/200203/yarhon/03_h/htm). 8 Oficina Central de Estadísticas, informes anuales (Statistical Abstracts of Israel). Para el año 1993 (4.440 construcciones comenzadas), ver el informe del año 1996 pág. 389; 1994 (1.320) 1997, pág. 399; 1995 (2.520) 1998, parte 16, pág. 7; 1996 (1.680) 1999 parte 16, pág. 7; 1997 (2.280), 2000, parte 16, pág. 7 y para los años 1998 (2.280), 1999 (3.098) y 2000 (4.683), el informe anual de 2001, parte 22, pág. 9.
la población judía aumentó en 84.000 personas, pasando de 115.700 a unos 200.000. En la primavera de 2002 hay cerca de 210.000 israelíes que viven en Cisjordania9. Conviene tener presentes estas cifras si se quiere comprender el estado de ánimo de las dos delegaciones reunidas en torno a Bill Clinton, la desconfianza y el rencor de los palestinos, y la conciencia de los israelíes de tener ante sí una tarea gigantesca, quizá francamente imposible. Por otra parte la institución de zonas palestinas autónomas y la llegada de fuerzas armadas palestinas, al igual que la rigir igidez de los colonos colonos enfrentados enfrentados a una sisituación sin precedentes, tuvieron como efecto el establecimiento de medidas de seguridad reforzadas. Barreras en las carreteras, controles incesantes, verificaciones interminables, vejaciones sin fin: la vida cotidiana de los palestinos se había hecho todavía más difícil y, sobre todo, más humillante. Para garantizar la seguridad de los colonos se trazaron nuevas carreteras en las laderas de las colinas, reservadas únicamente para los vehículos israelíes. Los colonos, exacerbados por la “traición de Oslo” se hacían cada vez más arrogantes y violentos. El campo, es decir, en torno al 73% de la superficie de Cis jordania seguía estando en zona C. A pesar del espíritu de los acuerdos de Oslo, este espacio quedaba de hecho abierto a la colonización rampante y, como testigos impotentes, los árabes contemplaban el avance, como una mancha de aceite, de la colonización. Es así como el comportamiento de los Gobiernos laboristas de Rabin, Peres y Barak (no habían puesto esperanza alguna en el Gobierno de Netanyahu) había convencido a los palestinos que Israel no tenía la voluntad o la capacidad de poner fin, de una vez por todas, a la conquista de las tierras palestinas. Desde su punto de vista, derecha e izquierda, al menos su estilo, eran equiparables. A la vuelta de Camp David, Ehud Barak explicaba las razones del fracaso por su fidelidad a los tres grandes principios: seguridad, Santos Lugares y unidad nacional. Lo que esto significaba en realidad es que no se resignaba a poner el valle del Jordán en manos árabes, que no abandonaba la soberanía israelí sobre el monte del Templo y que no evacuaría los asentamientos. En el len-
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Oficina Central de Estadísticas, marzo 2002 (52/3) da la cifra, calificada de ‘provisional’ de 207.700 para los últimos meses de 2001. CLAVES
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guaje político israelí “unidad nacional” sigue siendo siempre el nombre clave que significa que no se correrá el riesgo de un enfrentamiento con el núcleo duro de los colonos que podría llevar al país al borde de una guerra civil. Me permitiré citar una vez más uno de mis artículos en el diario Haaretz. En la edición del 15 de diciembre de 2000 planteaba la cuestión esencial sobre el comportamiento de Ehud Barak. “Si no quería renunciar a la unidad nacional ¿por qué fue a Camp David? Si no estaba dispuesto a un compromiso sobre los Santos Lugares ¿por qué sintió la necesidad de arrastrar a todo el mundo hasta las colinas de Maryland? La explicación más razonable del enigma de Camp David, y en muchos sentidos de todo el enigma de Barak, posiblemente resida en el hecho de que en un determinado momento el primer ministro había perdido la confianza en la capacidad de Israel de retirarse de los territorios conquistados en junio de 1967”10. En efecto, la solución del enigma residía en la incapacidad de Barak de romper con la tradición colonizadora del sionismo. Además, tras su elección en mayo de 1999, este hombre inteligente, cultivado y soberbiamente dotado parece haber cometido todos los errores posibles e imaginables. Durante el periodo que separa su elección del principio de las negociaciones, Barak, o bien había roto sus promesas a los palestinos, o bien había rechazado poner en marcha los acuerdos ya firmados por sus predecesores. Sin hablar del hecho de que, tras su llegada al poder, en lugar de ir inmediatamente a lo esencial, Barak se volvió hacia Siria. Para los palestinos, que esperaban una apertura inmediata de parte de un hombre que debía su éxito al fracaso de Benjamin Netanyahu, esta manera de hacerles evidente la escasa importancia que daba a la rápida solución del conflicto israelí-palestino, supuso un verdadero choque. A partir de este momento todos los contactos entre las dos partes se hicieron en un clima de gran desconfianza. Esta desconfianza se alimentaba, además, con la ambigüedad que prevalece, tanto en la posición de Barak como en la de Arafat. Los dos hombres se encontraban a la cabeza de coaliciones heterogéne-
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Zeev Sternhell: ‘Los tres noes de Barak’ Haa-
retz, 15 de diciembre de 2000. Nº123
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as y debían contar con poderosas oposiciones. Para llegar a un compromiso debían superar gigantescas dificultades, y tomar en cuenta, ambos, la posibilidad de una guerra civil. Barak ha sido el hombre político israelí que fue más lejos en el camino de un acuerdo, el que rompió todos los tabúes pero también el que a la hora de la verdad hizo que los palestinos sintieran que, a fin de cuentas, no era capaz de dar los últimos pasos, los más difíciles, pero que eran los que verdaderamente contaban. Barak no tenía una solución real y concreta, ni al problema de los asentamientos, ni al de los intercambios territoriales, ni a la cuestión de Jerusalén, que pudiera presentar tanto a los palestinos como a sus propios conciudadanos. Según Robert Malley, las propuestas americanas, presentadas como base de negociación a la delegación palestina, preveían la soberanía palestina sobre el 91% de Cisjordania así como sobre un territorio israelí equivalente al 1% de la superficie de Cisjordania, que sería cambiado por el 9% del territorio palestino anexionado. No se concretaba dónde se encontraría dicho territorio. La solución prevista para Jerusalén seguía estando poco clara, al igual que quedaba en la bruma el problema crucial de los refugiados11.
El sentimiento de que el primer ministro israelí no tenía los medios de avanzar se veía reforzado por su constante rechazo a presentar por escrito un plan preciso. Todas sus propuestas estaban recubiertas de un velo de incertidumbre y solo tenían una existencia teórica. En efecto, Barak se prohibía comprometerse de una manera formal por temor a que un plan de-
tallado se convirtiera inmediatamente en punto de arranque de nuevas exigencias. Por esta razón rechazó la idea de un encuentro cara a cara con Arafat en Camp David: Barak temía que su homólogo palestino pusiera por escrito las propuestas que se le hicieran y que las convirtiera en punto de partida para nuevas negociaciones. La postura de Yasir Arafat no era muy diferente. Los palestinos habían llegado en plan defensivo y se hallaban bajo la constante presión de una opinión pública que había perdido la fe en la buena voluntad de los israelíes. Por otra parte, esta delegación sufría de un handicap mayor: sospechosaa de mercantiliza sospechos mercantilización, ción, notoriamente corrupta y poco eficaz, la Administración palestina autónoma carecía de esa autoridad moral que es necesaria para hacer acept aceptar ar un compromiso compromiso doloroso doloroso.. A fin de cuentas los palestinos fueron incapaces de responder a las propuestas americanas que contaban con el aval oficioso de Israel, se negaron a someter contrapropuestas por temor a las reacciones de la población, no únicamente de los movimientos islamistas sino también de las tropas de Fatah, el movimiento de Yasir Arafat.. Es así como rechaz Arafat rechazaron aron acept aceptar, ar, incluso como base de partida, unas propuestas que guardaban silencio sobre el problema de los refugiados, sobre la suerte del monte del Templo, que es el Haram al-Sharif de los palestinos, tercer lugar santo de los musulmanes, y no podían aceptar un proyecto de intercambios territoriales sin saber qué territorio era el que exactamente se les proponía. El 23 de diciembre de 2000 Estados Unidos sometió una última serie de propuestas que iban en el sentido de las exigencias palestinas: del 95% al 96% del territorio de la Cisjordania ocupada, del 1% al 3% suplementario en tierras israelíes de antes de 1967. En lo concerniente a Jerusalén, Bill Clinton formulaba el principio que será sin duda el de todo futuro acuerdo: lo que es judío será israelí, lo que es árabe, palestino. Las negociaciones s e
11 Robert Malley: ‘Camp David: The Tragey of Errors’, loc. cit . pág. 62.
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siguieron en Taba, en la frontera de Israel y Egipto, en un tiempo en que Clinton estaba a punto de abandonar la Casa Blanca, en que Barak había perdido la mayoría parlamentaria y cuando, según todos los sondeos, iba a perder las elecciones de febrero de 2001. En el momento en que se encontraron en un callejón político sin salida, los palestinos eligieron refugiarse en la revuelta primero, en el terrorismo después. Cientos de civiles palestinos e israelíes, unos 450 israelíes y probablemente más de 1.400 palestinos han pagado con sus vidas la revuelta y su represión. La revuelta palestina que engendró la invasión de Cisjordania y dio así a la derecha nacionalista y colonizadora la ocasión que buscaba fue el producto de dos fenómenos complementarios: de un lado, 12
la incapacidad israelí de poner fin a la colonización y de hacer ver así que la época de las conquistas había quedado bien cerrada en 1949 y, de otro lado, la doble necesidad de los palestinos de mantener, en primer lugar, la unidad nacional persistiendo en su reclamación del derecho al retorno y, en segundo, arrancar la independencia por las armas y no obtenerla en torno a una mesa de negociaciones. Les era preciso, para borrar las derrotas pasadas, fundar el Estado palestino en la sangre. Necesitaban escribir una epopeya nacional digna del glorioso pasado de los árabes. “Pueblo de héroes” es la fórmula que diariamente martilleaba Yasir Arafat en la Ramala asediada por los fuerzas palestinas en la primavera de 2002. Esta epopeya, los palestinos la han grabado, en abril de 2002, en las ruinas del campo de Jenin. Para poder volver a la mesa de negociaciones, porque un día habrá que volver a ella, los palestinos tienen, más que nunca, necesidad de un éxito. Israel se puede permitir darles este éxito: el desmantelamiento de algunos asentamientos aislados, que de todos modos tendrán que desaparecer dentro de la perspectiva de un acuerdo global, sería una gran victoria que el amor propio israelí se puede permitir sin correr riesgos. Pero aquí volvemos de nuevo al mismo punto: el desmantelamiento de los asentamientos no será aceptable para los israelíes mientras que el derecho al retorno siga siendo una exigencia concreta de los palestinos. En cuanto al problema del enfrentamiento interno, ésta es una cuestión que sigue por completo en pie. Las naciones, como sabemos, son fenómenos históricos. En tanto que tales, Renan lo ha dicho claramente, tuvieron un principio y tendrán un fin. Si los europeos pueden permitirse, después de las guerras napoleónicas y de dos guerras mundiales, sin hablar de otros innumerables conflictos, como la guerra franco-alemana de 1870 y de todas las guerras y revueltas que jalonan el siglo XIX , plantearse seriamente el gran lujo del fin del Estadonación, no ocurre lo mismo en Oriente Próximo. Aquí todavía hacen estragos el fanatismo religioso y el fanatismo nacionalista, algunos de cuyos elementos no tienen nada que envidiar a movimientos de naturaleza semejante que ensangrentaron la Europa del siglo pasado. Sobre la ribera oriental del Mediterráneo todavía no ha sonado la hora de enterrar al Estado-nación. Sin embargo, ha llegado la hora de limitar sus males: más que nunca
corresponde a todos los que viven en esta región levantar una barrera de sentido común frente al diluvio que amenaza con arrasar todas las esperanzas de un porvenir que sea diferente del triste presente que es el nuestro. Para los israelíes se trata de hacerse a la idea de que lo que era aceptable porque se derivaba de una necesidad histórica ha cesado de serlo desde la fundación del Estado judío. Para los árabes se trata de habituarse a la legitimidad de la existencia nacional judía. Hay que luchar, por tanto, por un cambio de hábitos mentales, por una verdadera revolución intelectual, porque sólo una movilización de los espíritus podrá cerrar, a ambos lados de la línea verde, la época del nacionalismo de la tierra y la sangre. n
[Este texto corresponde al Posfacio de la segunda edición en prensa del libro Aux Origines d’Israel. Entre nationalisme et socialisme. Fayad, 1ª edición, París, 1996.] Traducción de de Carmen López López Alonso.
ocupa la cátedra Leon Blum de Ciencia Política en la Universidad hebrea de Jerusalén. Autor de El nacimiento de la ideología fascista. Zeev Sternhell
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ELOGIO DE LA LECTURA JOSÉ MANUEL CABALLERO CABALLERO BONALD BONALD
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ablar del libro, reunirnos para hablar del libro, viene a ser como convocar a todos nuestros predecesores en el oficio de la literatura, a todos los que alguna vez conocimos por sus obras, a esa innumerable genealogía de escritores con quienes hemos compartido, de lejos o de cerca, con curiosidad o con amor, la aventura de la creación literaria. Porque es cierto que un libro, cualquier libro digno, supone de hecho el eslabón de una precisa cadena de interdependencias culturales entre el autor y el lector, de un vínculo insustituible que de algún modo ha enriquecido nuestra sensibilidad y el horizonte de nuestra experiencia cotidiana. Aunque sólo sea por eso, no podríamos adjudicarle al libro ninguna consideración más noble –más justa– que la de la gratitud. Desde los trágicos griegos a Shakespeare, desde los pensadores árabes a Cervantes, desde los poetas latinos a los simbolistas, desde los barrocos castellanos al último íntegro exponente del patrimonio común de la literatura, todo ese caudaloso censo de escritores con los que hemos convivido de algún modo merece efectivamente, antes que ningún otro sentimiento, el justiciero de la gratitud. Yoo fui un lector precoz. Quizá por eso Y no oficié demasiado pronto como aprendiz de poeta. Prefería entonces leer antes que aspirar a ser leído. Recuerdo muy bien aquellos años primerizos y aquellas lecturas nunca olvidadas, especialmente referidas a la novela de aventuras –Salgari, Stevenson, Conrad, London, Melville– y a la poesía romántica y modernista –Espronceda, Bécquer, Byron, Rubén Darío, Juan Jua n Ram ón Jim Jimén énez ez…–. …–. En el ai aisl slaamiento hostil de la provincia, cuando aún resonaban los estruendos de la guerra y se expandía por el país otra opresiva clase de desolación, la compañía de un libro suponía el acercamiento a un mundo cuya sola capacidad de inventiva te remuneraba de 14
muchas privaciones. Frente a la sinrazón y el oscurantismo de la historia, frente a los fanáticos y los intolerantes, aún era posible recurrir a esa razonable alianza con la lectura. Se trataba, en cierto modo, de una especie de elección intuitiva de la libertad. Con un libro en las manos, uno tenía en su poder un precioso fragmento de vida, disponía a su antojo de esa vida, pertenecía de veras al mundo, aprendía a ser libre. Y al revés, quien no buscaba la ayuda generosa de un libro, ése limitaba sañudamente su espacio de regocijo y aventura, se empobrecía sin remedio, se negaba a sí mismo una hermosa opción a ser más plenamente humano. Es cierto que para muchos escritores las horas más emocionantes de la infancia coinciden con la lectura, con el hallazgo de esos libros que luego se convertirían en predilectos. Decía Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Es cierto, además, que un escritor lleva siempre consigo a un lector que lo estimula, por así decirlo, a escribir y que incluso lo corrige. Más de una vez se ha dicho que siempre se escriben aquellos libros que a uno le gustaría leer. La frase también sir ve invirtiendo los términos: siempre se leen los libros que a uno le gustaría escribir. En cualquier caso, no hay poeta, novelista, profesional de la literatura tan retraído que no aspire a que su obra se difunda del mejor modo, llegue al mayor número posible de destinatarios. No se trata de una ventaja productiva, o no se trata sólo de eso, sino de una contribución de alcance colectivo y eminentemente cultural. Lo que un hombre escribe, suponiendo que lo haga con suficiente lucidez, debe ser leído. Sobre todo porque sólo así se cumple su destino categórico, se cierra ese círculo que une al autor con el lector (a través, por supuesto, del editor y el librero) y que completa el hecho mismo de la creación
literaria. Ya se sabe que el lector es, en última instancia, quien recrea, interpreta a su modo, da un sentido personal –y hasta intransferible– a lo que el autor se propuso comunicarle. Se ha reiterado más de una vez que un libro reúne tantas lecturas como lectores, y que ninguna de ellas tiene necesariamente que coincidir con cualesquiera de las otras. Esa posibilidad de enriquecimiento adolece, sin embargo, en nuestro país de una grave deficiencia. No hay más remedio que recurrir a la aridez incómoda de las estadísticas. Según datos del año pasado, casi la mitad de los españoles –un 46%– no lee nunca, cosa bastante más sorprendente si se tiene en cuenta que la industria editorial española es una de las que mayor número de libros edita en Europa. A pesar de esa amplísima oferta, nuestros índices de lectura son, en términos relativos, de los más bajos del mundo. A lo mejor es ciert ciertaa la sospecha de que hay personas que compran libros, los usan como inanes objetos decorativos, pero no los leen, un disparate parecido a pasear por un museo con los ojos cerrados. O a desdeñar una gozosa oferta de placer que se tiene al alcance de la mano. ¿Es posible que en un país donde surgieron algunas de las más preclaras creaciones de la literatura universal se lea tan escandalosamente poco? ¿A qué se debe ese despego, esa indiferencia, esa ignorancia? No es éste el momento ni el lugar para responder a esa pregunta inclemente. Pero ahí están los datos fríos y desdichados: sólo la mitad de los españoles suele aceptar ocasional o habitualmente el regalo inapreciable de la lectura. El resto permanece sordo. O ciego, mejor dicho. dicho. ¿Por ¿Por medio de qué amorosas gestiones de parvulario, de qué solvente política cultural, podría remediarse semejante desafuero? Se ha comentado repetidas veces que esa mezquina tasa de lectores viene a ser como CLAVES
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un mal endémico proveniente de las lacras históricas del subdesarrollo y el analfabetismo. Si la sociedad priva a alguien del derecho a cultivar su inteligencia, que es como decir del derecho a su dignidad personal, ¿de qué han servido tantas arrogantes proclamas educativas, tantas historias insignes, tantas marchas triunfales de la cultura? Lamento ser tan grandilocuente –o tan reiterativo–, pero si lo que pretendo ahora es recordar las excelencias inagotables de la lectura, tampoco podía eludir estas desconsoladas evidencias. Cualquier presumible aspiración a una sociedad lectora exigirá exigirá una adecuada transformación de la sociedad. Y esa transformación sólo será viable si se verifica a partir de esas bien llamadas primeras letras. Por eso siempre serán tan encomiables como oportunas todas las iniciativas encaminadas a alcanzar esa meta: la de Nº123
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hacer partícipe a la colectividad de los productos nacidos de la imaginación del hombre. Recuerdo que hace algún tiempo se lanzó una campaña multimedia de fomento de la lectura, promovida por todos los sectores relacionados con el mundo del libro (y en la que yo mismo intervine). Parecía en principio una buena idea; al menos era la primera vez que se ponía en marcha algo semejante. En esa campaña se pretendía excluir todo el aparato academicista al uso, centrándose en la oferta de ese objeto precioso llamado libro de la mano de personajes populares y a través de una serie de pasatiempos y fiestas de las letras. Sin duda que se trataba de una nueva forma de invitación a la lectura, incluso de una estimulante posibilidad de encuentro del escritor con un nuevo público. Pero la verdad es que tan juiciosa iniciativa, por una u otra razón,
fue languideciendo y no pasó de la animación en torno a algunas propuestas válidas pero efímeras. Téngase presente, en este mismo orden de cosas, no hace todavía mucho la Federación de Gremios de Editores de España puso en marcha un plan ciertamente ambicioso para captar el mayor número posible de lectores. Con esos fines se celebró en Madrid una Fiesta de la Lectura, donde se anunció la creación de un Servicio de Orientación del Lector y se habló del incremento de las bibliotecas públicas y de la canalización de los hábitos lectores, alentado todo ello con nuevas campañas publicitarias y nuevos diseños del material educativo. Me parece muy bien, claro. Seguro que algunos frutos se recogerán, aunque no sea a corto plazo. Pienso de todos modos que lo verdaderamente útil en este sentido debe centrarse siempre en una innovadora atención escolar. Todos sabemos de sobra que el niño que se habitúa a leer, ya leerá siempre. El lector infantil nunca dejará de ser un lector adulto. El amor o el desamor por la lectura depende del amor o el desamor que se haya sentido por el primer libro. Y eso tiene mucho que ver con la libre elección de ese primer libro o, mejor, con la ausencia de toda imposición lectora. Si hago hincapié en todo eso es porque siempre debe merecer el mayor respeto toda propuesta encaminada a fomentar la lectura (a “reinventar el libro”), sobre todo a través de la reforma del sistema educativo, el influjo familiar y una adecuada reconducción imaginativa. Porque algo se habrá conseguido a la larga. Nada más beneficioso que el hecho de que alguien encuentre de ese modo un libro y perciba el humano llamamiento que emana de ese libro. Tal Tal vez se inicie de pronto en la lectura casi sin darse cuenta; tal vez un mundo ignorado llegue a ser así más inesperadamente descubierto. Quien no 15
ELOGIO DE LA LECTURA
traspase la frontera de esa dádiva magnífica habrá perdido la oportunidad de conocer una parcela, quién sabe si la más excitante, de ese otro caudal de experiencias generado por la literatura. Se ha repetido más de una vez que un libro puede llegar a cambiar la vida de un hombre. Es posible. Quien tiene un libro en sus manos nunca podrá quedarse al margen de la vida. Un lector verdadero siempre será un verdadero partidario de la vida. Decía Cervantes que “no hay libro tan malo que no contenga algo bueno”. Al margen de esa excesiva exces iva generosidad generosidad,, es preferible preferible creer que el libro y la maldad nunca pueden aliarse. Hay una anécdota muy conocida que podría aplicarse a lo que vengo diciendo. Se trata más bien de un cuento con moraleja. Permítanme recordarlo. Una niña salió una vez del colegio y se entretuvo jugando con unos amigos hasta que se hizo de noche. Para volver a su casa tenía que atravesar una calle solitaria y a oscuras. La niña tenía miedo. Vio acercarse en sentido contrario la silueta de un hombre. La niña pensó escapar, pero siguió adelante casi por instinto. Quizá ya era tarde para retroceder. La silueta se aproximaba. De pronto, la niña vio algo en la mano del hombre y se tranquilizó: era u n libro. Había oído decir a su maestro que quien llevara un libro en la mano no podía infundir temor. Sin llegar a tan inocente hipérbole, sí cabría aplicar el cuento a no pocas argumentaciones sobre los provechos morales y sociales de la lectura, esto es, sobre la impecable dignidad de quienes defienden que un libro hace mejor al hombre. Tampoco sé si lo hará exactamente mejor, pero tal vez lo estimule a ser más íntegro, más pleno, más solidario. Es difícil dudar en todo caso del poder curativo de la lectura, de su capacidad última para preservar de sectarismos e intolerancias. Recuérdese que todos aquellos que han programado –desde los tiempos de los terrores inquisitoriales a los de cualquier censura dictatorial– el mantenimiento de sus poderes y privilegios han coartado la libre circulación de las ideas. Los abyectos enemigos históricos de los derechos del hombre han recurrido siempre a una suprema barbarie: la hoguera. O quemaban herejes o quemaban libros, dos crímenes idénticos: el de la asfixia de la libertad de la cultura. En las imágenes futuristas de un mundo despersonalizado, regido por computadoras, la quema de libros representa algo más que un mandamiento atroz: es una nueva metáfora de la esclavitud. Algo por el estilo podría argu16
mentarse con respecto a la censura. La consabida iniquidad de vetar lo que se escribe equivale a amordazar también a quien lee. Todos sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas, ha supuesto siempre prohibir, destruir ciertas libertades. Conviene reiterarlo. Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión. De lo que fácilmente se deduce que toda democracia será tanto más efectiva cuanto más propicie el ascenso cultural de los ciudadanos y, por ende, el amor al libro. Ese viejo y tan aireado lema de “ser cultos para ser libres” adquiere sin duda el rango de un designio sustancialmente democrático. Un libro que logre de una u otra forma iluminarnos o emocionarnos, que nos enseñe a desbrozar un camino o a enriquecer nuestra noción del mundo, nunca dejará de servir de vehículo para la tramitación de la libertad. No se olvide tampoco que la palabra “libro” y la palabra “libre” sólo se diferencian en un sonido final de muy parecida articulación. Incluso, en latín, liber y liber y libertas libertas remiten remiten fonéticamente a la misma raíz. Todo eso lleva consigo un complicado planteamiento del problema: el de la enseñanza de la literatura. Ha habido voces eminentes empeñadas de modo ejemplar en resolver esta cuestión, aunque tampoco han faltado quienes han pretendido obstaculizarla con alguna que otra estulticia argumental. argumental. Yo, Yo, que he sido profesor profesor de literatura, creo entender de qué intrincada labor se trata. Porque de lo que no cabe duda es de que una lección sobre literatura en ningún caso debe confundirse con una lección sobre archivos y contabilidades. Qué importan fechas, títulos, cánones, cuando lo que de verdad interesa es suscitar el amor por el libro, estimular de algún modo la atracción benéfica (educativa o simplemente placentera) por la lectura. Si el deber de un profesor es enseñar, su única misión en este caso es enseñar a leer. Pero ¿cómo, por medio de qué tácticas pedagógicas conseguir ese noble objetivo? A lo mejor el éxito se emparenta aquí también con la utopía, aunque lo sensato es suponer que la inteligencia de no pocos educadores habrá logrado subsanar tantos viejos lastres didácticos. Tal vez todo consista en una inicial sensibilización del niño, en una tarea cautelosa y delicada cuya efectividad dependerá de la cautela y la delicadeza con que el maestro convenza al alumno de las aventuras a que puede incorporarse
si se aficiona a leer, incluso del esfuerzo personal que esa afición lleva consigo. A partir de ahí, algo –una curiosidad, un respeto, un cariño– habrá empezado a fraguarse. Y ese hábito gozoso ya no lo abandonará nunca. Incluso con el tiempo lo incitará no sólo a leer, sino a releer. Decía Juan Carlos Onetti que le gustaría sufrir de amnesia para olvidar los libros que amaba y volver a leerlos con la misma placentera sorpresa que la primera vez. Difícilmente podría encontrarse un más acabado elogio de la lectura. Conozco a un grupo de profesores que creó un taller de lectura y escritura para que, por procedimientos “irregulares”, los niños se aficionaran a leer y, lo que es más significativo, a escribir sus propias historias. Los resultados fueron realmente muy alentadores. Después de esas experiencias, incentivadas con juegos y escenificaciones, con ofertas festivas, he conocido a niños que anhelaban llegar a ser escritores. Quizá se les inculcó un sueño maravilloso: el de querer ver lo que había detrás del espejo de un libro, o del espejo de una vida, como la Alicia de Le wis Carroll. Si algún niño descubre así un espacio de la realidad –un país de las maravillas– desconocido, si consigue ampliar de ese modo su conocimiento del mundo, se habrá alcanzado una meta triunfante. Porque a estos efectos, ¿quién más previamente capacitado para elegir la hermosa aventura de leer que un niño? Porque ese niño que convierte, en sus juegos, una ca ja de zapatos en una carroza o el interior de un armario en la cueva del tesoro, es también quien sabrá encontrar, sin otra ayuda que su imaginación, el camino que conduce al secreto fascinante de un libro. Me gustaría hacer, al hilo de estas recapitulaciones, una última apelación al optimismo. Frente a quienes han reiterado las palmarias o presuntas amenazas que se ciernen sobre el libro, yo me permito defender una absoluta ausencia de riesgos. Conjeturar que los actuales avances tecnológicos y los nuevos sistemas audiovisuales acabarán destronando al libro no pasa de ser una conclusión de lo más apresurada. Téngase en cuenta que en los inicios de la difusión de la radio algún que otro eminente sociólogo de la cultura vaticinó la desaparición de los periódicos, y que, tiempo después, también cundió la sospecha de que la televisión acabaría con el libro. A partir sobre todo de los años sesenta, cuando alcanzaron cierta notoriedad las tesis de McLuhan, se pronosticó enfáticamente el fin de la prioridad de la imprenta como medio de difusión y el CLAVES
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triunfo hegemónico de la imagen televisiva. El dominio de la cultura de masas desbancaría así a las formas de la cultura tradicional. Apartee de ese ingr Apart ingrato ato maxim maximalism alismoo de McLuhan, el tiempo ha ido poniendo en entredicho sus ideas, sobre todo en lo que respecta a la influencia universal de la imagen, es decir, de “la percepción ocular no reflexiva” que terminaría por desplazar esa otra influencia “reflexiva” del libro. El mensaje que nos llega de la lectura sería reemplazado en nuestro comportamiento cultural por el mensaje tecnológico de la comunicación. Más de un cuarto de siglo después de esas agoreras presunciones, ninguna se ha cumplido sustancialmente. De lo único que podría hablarse en términos objetivos es de una convivencia entre el libro y la imagen, es decir, entre dos vías de conocimiento –la visual y la mental– que no tienen por qué repelerse mutuamente. Estoy de acuerdo con quienes afirman que, en este terreno, lo más sensato es confiar en la coexistencia pacífica. Incluso podría añadirse que la televisión puede ser un estímulo para la lectura, pues en muchos casos –como decía Groucho Marx– “siempre que la encienden en la sala me retiro a mi cuarto a leer”. No creo para nada que el libro sea desplazado nunca por los envites consecutivos de la era del vídeo y la informática. La digitalización, la edición electrónica, ha creado sin duda nuevos soportes de acercamiento al libro, pero el placer de un texto encuadernado y en modo alguno virtual seguirá ofertando un insustituible atractivo. Jamás podrá extinguirse el acto gozoso y fecundo de la lectura, esa experiencia personal cuyo incitante desarrollo puede además disfrutarse en la soledad de un coloquio con uno mismo. Leer es recuperar lo que no hemos vivido, compensarnos de nuestras propias carencias. No existen sustituciones satisfactorias. El libro es un acompañante fiel y disponible, un confidente que estará siempre dispuesto no ya a confiarnos una y otra vez su intimidad, sino a oírnos. Incluso puede ser un buen antídoto contra cualquier sombra de dogmatismo o intolerancia. Su capacidad dialogante jamás se agota realmente. Quien lee nunca está solo. Tampoco lo está quien escribe. La lectura es una operación dinámica, generosa, de múltiples compensaciones sensoriales. Su variedad de sensaciones, su diversidad de sugerencias críticas, se contradice por definición con el pensamiento único. Comentaba Delibes que un libro siempre remite a otro libro y que, en contra de lo Nº123
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que suele decirse, los libros no resuelven problemas, sino que los crean, “de modo que la curiosidad del lector siempre queda insatisfecha”. Estoy de acuerdo. La búsqueda de otros libros satisfactorios presuntamente acaba convirtiéndose en una costumbre inagotable. Si es cierto que un libro no está de veras terminado hasta que no lo leen los demás, los demás deben saber qué irrepetible experiencia supone esa participación. Ninguna innovación técnica, ninguna inquietante máquina que nos tenga preparada el futuro, será capaz de reemplazarla. Hay un conocido soneto de Quevedo que voy a usar como epílogo de todo lo que estoy tratando de evocar. El soneto es muy conocido y está escrito en la torre de Juan Abad, donde estuvo desterrado el poeta en 1620. En aquellas soledades aldeanas, Quevedo buscó en los libros esa complementaria comunicación con la vida que le faltaba entonces. Sólo voy a recordar los dos cuartetos del soneto, de tan sobria y magnífica expresividad: Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.
sólo inconscientemente barruntara. Pues nada más cierto que ese lector, situado ante la reconversión de la realidad que todo libro entraña, colabora de algún modo con quien lo escribió para que se cumpla el fin último de la literatura. No se olvide que el escritor –usando el sentido etimológico del término– es un pontífice, es decir, un constructor de puentes, en este caso de un puente entre lo que él crea y el lector recrea, pasando naturalmente por la imprescindible gestión del editor y el librero. Sin esa contribución fructífera, ningún libro alcanzaría –insisto en ello– su su más propio propio destino: destino: el de servir de alianza enriquecedora entre el escritor y sus destinatarios. Sin el lector, el acto creador de la escritura estaría incompleto: el lector justifica la literatura. ¿Quién o qué mecanismo tecnológico, qué soporte audiovisual puede neutralizar el libérrimo placer de ese acto, de esa fértil aventura imaginativa? Y es a uno de los protagonistas de esa aventura, al amigo de los libros, a quien quiero ofrecer ahora mi más efusivo saludo. A él, es decir, a todos ustedes, muchas gracias. n
Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan o secundan mis asuntos, y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos.
Se trata, sin duda, de una lección de sabiduría y de un fervoroso canto a las impagables compensaciones que puede depararnos un libro. Todo el soneto supone en este sentido una síntesis magistral. Esa metafórica definición de la lectura de viejos textos –“vivo en conversación con los difuntos”, “escucho con mis ojos a los muertos”– o esa gratitud a los libros que “enmiendan o secundan” y “al sueño de la vida hablan despiertos”, constituyen sin duda como un lema que debería figurar en el frontispicio de todas las bibliotecas públicas. Y de todas las escuelas. Y termino con una apelación a la esperanza. Me inclino a creer que nunca faltarán, y que es posible que hasta proliferen, aquellas personas que, en el momento oportuno, escojan un libro como quien escoge el itinerario de un viaje, y se internen por él sabiendo que allí les aguarda un mundo cuya presunta fascinación ellos pueden encargarse de interpretar a su modo y asimilar como un espectáculo por ellos mismos programado. Es lo que alguien llamó “la hora del lector”, de un lector que incluso puede ir más allá que el autor, descubrir lo que éste quizá
José Manuel Caballero Bonald
es poeta y novelista. Sus últimos libros publicados son Diario de Argónida y y La La costumbre de vivir . 17
EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA Riesgos y retos de la transformación del Estado nacional IGNACIO SOTELO
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n la construcción actual de Europa, se echa de menos una sociedad europea. La configura hoy tan sólo una minoría insignificante, que antepone el interés de Europa al del Estado al que pertenece. Pretendemos construir una unión política, imprescindible en el grado de integración económica alcanzado, sin contar con una base social. Aun en el caso de que avancemos en este proyecto –no es nada seguro–, tardará en cuajar una sociedad europea que, al fin y al cabo, sólo puede surgir de una larga convivencia en instituciones comunes. Por consiguiente, no puede exigirse como condición previa a la institucionalización política, tal como piden los que justamente no quieren rebasar el Estado nacional. Tenemos, primero, que levantar el edificio político, y luego se expandirá, poco a poco, la conciencia de formar un conjunto trabado, es decir, una sociedad europea que se identifique como tal. La transformación del Estado
Ocurrió lo mismo en el emerger de las naciones –francesa, inglesa, española– a partir del Estado en su forma embrionaria de Monarquía absoluta. Primero fueron los reinos, y luego surgieron las naciones. Cierto que hubo países, Italia y Alemania, en los que la división política se superó muy tardíamente, en la segunda mitad del siglo XIX , cuando la nación estaba ya bien consolidada. Otras naciones, Cataluña o Flandes, que no lograron hacerse por motivos diversos con un Estado en el momento oportuno sufren ahora un doble tirón: hacia dentro, a la búsqueda de un Estado propio, precisamente cuando el Estado nacional ha perdido muchas de sus competencias anteriores y se halla en un proceso de profunda transformación; y otro, en sentido contrario, hacia Europa, que diluye elementos básicos del Estado nacional. 18
Cuando con la máxima urgencia se plantea la necesidad de construir la Europa política, los Estados reaccionan vigorosamente ante el reto de ser absorbidos por instituciones supranacionales, empezando por los más antiguos y, en su día, los más fuertes. Desde su adhesión a la Comunidad Europea, el Reino Unido ha dejado bien claro que no está dispuesto a ceder la soberanía que ejerce el Parlamento británico a ninguna otra institución supranacional. Incluso Francia, que es la inventora de la integración económica, militar y política de Europa como la única respuesta adecuada para acabar de una vez vez por todas con el peligro alemán y que por medio del eje franco-alemán ha liderado el proceso por casi cuarenta años, cada día que pasa se muestra más francesa y menos europea, al menos desde que la reunificación arrumbase el equilibrio anterior entre una Alemania, a la cabeza en la industria y en el comercio exterior, y una Francia en relación con una Alemania dividida y ocupada, sin duda potencia política, a la vez que militar, al disponer de armamento atómico. No sólo en el Reino Unido, desde un principio, y en Francia, desde la unificación de Alemania, sino también en el resto de la Unión, se observa una querencia del Estado nacional en ningún caso privativa de “las naciones sin Estado”. Nada se entiende de lo que está ocurriendo en Europa sin tomar buena nota de esta doble dinámica: por un lado, propensión a crear Estados nacionales nuevos (la caída del bloque soviético ha aumentado considerablemente su número); por otro, en todos ellos descuella la voluntad de integrarse en la Unión Europea, única forma de encontrar acomodo en un mundo globalizado. La construcción europea, lejos de de jar obsoletos a los Estados nacionales, n acionales, les da nuevo impulso para que sobrevivan, eso sí, profundamente transformados.
Perspectiva, no hace falta decirlo, que sosPerspectiva, tiene, en último término, a los nacionalismos vasco y catalán. El cuádruple proceso de la construcción de Europa
La clave de buena parte de lo que está ocurriendo (desde el desprestigio de los partidos y de las instituciones hasta el ascenso de la extrema derecha) hay que buscarla en la crisis de transformación, no de desaparición, que afecta al Estado nacional, una de las creaciones más originales y productivas de Europa. Si en apretada síntesis quisiéramos expresar en una fórmula aquello que constituye a Europa, habría que mencionar un proceso cuádruple. 1. El de urbanización, con el resurgir de ciudades (otras no habían existido antes) capaz de originar una nueva clase que introduce una cuña en la sociedad medieval tripartita, compuesta por el campesinado, libre o adscrito a la gleba, el mundo eclesiástico y la nobleza terrateniente. 2. La Monarquía aprovecha el conflicto entre el Papado y el Imperio para impulsar, apoyándose apoyándose en la nueva clase urbana, el desarrollo de una nueva forma de organización política: el Estado. Dos innovaciones fundamentales conlleva la noción moderna de Estado: sustituye la idea de un orden justo (en el fondo, una cuestión teológica) por la de poder, summa potestas, soberanía, categoría que traslada el saber político de la filosofía a la técnica, al saber instrumental. Introduce la idea de representación, que desconoció la antigüedad grecolatina y que es fundamental en el Estado moderno. La noción medieval de representación constituye el eje principal del tipo de democracia que desarrolla la sociedad europea en el siglo XX , la democracia representativa, muy distinta de la directa, aunque con exclusiones llamativas, de los griegos.
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El desarrollo de una economía capitalista (no solamente monetaria y que conoce la propiedad privada y el trabajo asalariado), sino caracterizada por lo que Max Weber ha llamado “el espíritu del capitalismo”, es decir, el “principio de la acumulación infinita”. Lo que distingue al capitalismo de otras economías de mercado es que convierte la búsqueda del beneficio en un fin en sí mismo. Al eliminar otros posibles objetivos del hacer económico, como el muy razonable de satisfacer las necesidades, pone de manifiesto un grado alto de irracionalidad, a la vez que al dirigir el comportamiento económico a un solo fin, la maximalización del beneficio, refuerza una racionalidad instrumental que determina la adecuación de los medios al único fin propuesto. 4. A Europa la define el afán de hacer racionalmente plausible la fe (teología medieval), empeño que, al fracasar, desemboca en la necesaria ruptura entre creencia, que se instala más allá de la razón, y saber, que implica una nueva idea de razón empírica que va a posibilitar el nacimiento de la ciencia moderna. En cuanto el saber científico se aplica al desarrollo tecnológico nace la moderna sociedad industrial del entramado de estos cuatro elementos. 3.
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Urbanización, Estado, capitalismo y ciencia son las cuatro columnas sobre las que se asienta Europa. Tan importante como el papel que han desempeñado en la modernidad (constituyen, si se quiere, la modernidad) es su interdependencia. Mostrar con algún detalle el armazón, por lo demás harto conocido, que liga el desarrollo urbano, el capitalista y el científicoeducativo con el despliegue del Estado nos llevaría muy lejos. En esta ocasión basta con poner énfasis en la mutua relación entre capitalismo y Estado nacional. El mercado necesita para funcionar de un espacio público regulado: el derecho es la principal creación del Estado que justifica por sí solo su existencia. Disociación Disociació n de Estado y mercado
Pues bien, la disociación ocurrida en los últimos decenios entre Estado y mercado trastorna por completo el proceso en el que hasta ahora se ha ido haciendo Europa. El desarrollo tecnológico y financiero exige mercados mucho más amplios que los que ofrecen los Estados. Fracasado el intento de ampliar los mercados con la anexión de colonias, después de dos grandes guerras mundiales no queda otro re-
medio que descolonizar (se ahorran gastos de administración, a la vez que quizá países independientess terminen siendo mejores independiente clientes) y sobre todo integrar las derruidas economías europeas en entidades de mayores dimensiones que, al menos, tengan la virtud de evitar nuevas guerras. En 1952, con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), inician los seis el camino de la integración económica. Medio siglo que puede muy bien considerarse, desde una perspectiva histórica, la fase fundacional, que habrá que dar por terminada cuando, alcanzado el mercado único y una moneda común, se cierre el proceso con la admisión de todos los candidatos. No faltan, sin embargo, los que pretenden mantenerlo indefinidamente abierto (la aceptación de Turquía como candidato es ya una señal clara en este sentido), lo que conlleva una modificación sustancial del proyecto. Evidente, en todo caso, es el éxito económico de los primeros 50 años de integración. En un mundo cada vez más interdependiente, en el que se configuran bloques económicos muy fuertes, los europeos no tenemos alternativa a la unificación. Se subrayan a menudo las ventajas que se derivan de este proceso, pero suelen silenciarsee los riesgos que entraña la actual silenciars transformación de los Estados nacionales, que pierden competencias importantes, desde el ámbito económico al de seguridad, interna y externa, que hasta hace muy poco las habíamos considerado nada menos que inherentes al Estado. Para hacerse cargo de la situación es preciso mencionar brevemente dos consecuencias graves de esta transformación del Estado. El Estado, soporte de la democracia representativa
La primera hace referencia al funcionamiento de nuestras democracias. Después de varios siglos de maduración, los Estados nacionales logran organizarse demo19
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cráticamente. Entendemos por tal sistemas políticos en los que se respetan los derechos humanos fundamentales y los Gobiernos se eligen en elecciones periódicas libres en las que pueden participar todos los ciudadanos mayores de edad. Con estos dos requisitos, las democracias europeas no son muy antiguas: los países escandinavos acceden al sufragio universal, que incluye a hombres y mujeres, después de la Primera Guerra Mundial; Italia y Francia, después de la Segunda; España, si de jamos de lado el brevísimo brevísimo paréntesis paréntesis de la Segunda República, en 1977; los países del este de Europa todavía en tiempos más cercanos. El hecho es que, siendo la democracia una adquisición tan reciente, se está quedando ya sin el soporte que le es propio: el Estado nacional. La democracia representativa surge en el Estado nacional y sólo puede existir con sus formas actuales dentro de él. Así como la democracia griega únicamente pudo desarrollarse en la polis y se desplomó cuando la ciudad-Estado perdió su autonomía. Acabar con las guerras intestinas que destruían Grecia implicaba superar la fragmentación política creando un orden por encima de la polis, a la que, sin embargo, el griego se aferraba al no concebir otra forma de convivencia en libertad. Una potencia externa, el reino macedonio de Ale jandro, logra la unificación, pero al costo de destruir la autonomía de la polis, sobre la que se apoya la democracia. Las ciudades se subordinan a los reinos helenísticos, que preparan el camino para la ulterior dominación romana. Cada tipo de democracia tiene su base social propia: de la misma manera que la democracia griega necesita de la polis, la democracia representativa de nuestro tiempo precisa del Estado nacional. Están todavía por descubrir, por decisivas que sean para la persistencia de la humanidad, las formas de organizarse democráticamente en instituciones supraestatales. No se insiste lo suficiente en que la rapidísima transformación que ha sufrido el Estado nacional en los últimos años afecta de manera contundente al sistema democrático, tal como está establecido. Hecho de enorme trascendencia que ha de tenerse muy en cuenta. La impotencia de los Gobiernos
En este contexto se detectan dos problemas de envergadura. El primero se muestra en la pérdida de legitimidad que se deriva de la impotencia de los Gobiernos para resolver las cuestiones que más directamente afectan a los ciudadanos. El desempleo es la que más preocupa a la gen20
te. Ningún partido puede ganar unas elecciones sin prometer eliminar en un tiempo razonable esta lacra social. Recuerden los famosos 800.000 puestos de trabajo, que siguen prometiéndose, aunque ya nadie se atreva a concretar la ofert a en cifras. Ahora bien, transferidas competencias económicas fundamentales a instituciones europeas supranacionales, es bien poco lo que los Gobiernos pueden hacer en este campo. Impresión que remacha el que algunos consejos europeos, como el de Lisboa en la primavera de 2000, hayan presentado una política común frente al desempleo, lamentablemente con los mismos resultados. Ni los Estados miembros ni la Unión están en condiciones de poner en marcha una política que nos acerque al pleno empleo; y son ya muchos los años con índices de paro de dos dígitos. Tamaña distancia entre lo que cabe hacer y lo que se promete erosiona gravemente la credibilidad de las instituciones: Parlamentos, Gobiernos, partidos. Llevamos lustros hablando de la pérdida de legitimidad de las instituciones sin otro logro que reflexiones más o menos pesimistas sobre sus consecuencias. La internacionalización de la economía lleva consigo que los ciclos vengan determinados por factores exógenos. La coyuntura internacional es cada vez más claramente responsable del bienestar de nuestros países. Cuando mejoran los índices macroeconómicos, los Gobiernos se apuntan los méritos; pero cuando empeoran, acosados por una oposición que presume de tener la receta para salir del atolladero, lo pagan con el desprestigio. Unas elecciones se ganan o se pierden según sea la coyuntura, sin que los Gobiernos puedan hacer mucho al respecto. A ofertas de los partidos cada vez más parecidas se suman resultados aleatorios. La suerte es el factor decisivo; y dada la brevedad de los ciclos económicos, ningún partido puede perpetuarse en el Gobierno. Los de centro izquierda y centro derecha, únicos con posibilidad de gobernar, manejan un discurso en la oposición y otro en el Gobierno, perfectamente intercambiables en cada una de estas funciones. La pérdida creciente de legitimidad que padece el sistema democrático establecido es la consecuencia más obvia y de mayor alcance de las transformaciones que están sufriendo los Estados miembros de la Unión. El desmontaje del Estado social
Un segundo problema grave proviene de los temores que levanta el paulatino desmontaje del Estado de bienestar. Sea cual
fuere el que está en el Gobierno, el discurso se centra en la necesidad de reformar el sistema de protección social, como si fuera la panacea que nos ha de proporcionar el pleno empleo. Habría que liberalizar el mercado de trabajo, abaratando el despido; bajar los costos laborales, disminuyendo las prestaciones sociales; aminorar la presión fiscal para asegurar la inversión. El haz de medidas para llevar a cabo políticas sociales de que dispone un Estado que ha dejado la política macroeconómica en manos de instituciones supranacionales, empeñadas tan sólo en la estabilidad, es cada vez más reducido. En teoría, los europeos seguimos defendiendo una “economía social de mercado”, pero hemos suprimido la base operativa que la hacía posible: un Estado que maneja la política económica, fiscal y social. El Estado se ha quedado sin los elementos fundamentales de la política económica, incluida la monetaria; si queremos mantener un mercado único, antes o después la convergencia fiscal terminará por imponerse. Pero la política social sigue y seguirá siendo de competencia del Estado, aunque se haya quedado sin los instrumentos para llevarla a cabo. Sea un Gobierno de centro izquierda o de centro derecha, no tendrá más remedio que emprender reformas que cada vez semejan más un desmontaje. Las fórmulas neoliberales son claras y tajantes. Lo malo es que estas medidas tampoco parece que lleven al pleno empleo. Las ventajas tributarias dadas a las empresas rebajan la capacidad del Estado para mejorar los servicios públicos, empezando por los dos decisivos, de los que depende el futuro de cualquier país, educación de la población e investigación científica; pero en una economía internacionalizada no cabe impedir que los capitales no se inviertan en economías lejanas que prometen una mayor rentabilidad. Si es cierto que una política keynesiana de lucha contra el paro (el gasto público tira de la demanda) resulta eficaz sólo en una economía que se mueve dentro de fronteras cerradas, también el argumento neoliberal de que bajando los impuestos se consiguen mayores inversiones únicamente parece convincente en las condiciones de un mercado nacional en el que las empresas no pudieran invertir en el extranjero. Los altos beneficios de algunas empresas españolas en los noventa, al haberse invertido en otro continente, poco han contribuido a que descienda el paro. Si es harto dudoso que en una economía abierta una menor presión fiscal garantice maCLAVES
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yores inversiones, lo que es seguro es que una presión fiscal alta retrae las inversiones extranjeras e invita a las empresas nacionales a llevar las plantas de producción a otros países. Si las políticas que se ofrecen para acabar con el paro no lucen por su eficacia, lo que sí está muy claro es a quiénes perjudican: a los sectores sociales más débiles, justamente a aquellos que se habían sentido protegidos con el Estado social. Se comprende que consideren una agresión insufrible el que se les presente como la única opción posible, bien asumir rebajas en los sistemas de protección, bien permanecer indefinidamente indefinidame nte en el paro, máxime cuando se les amenaza con una disminución drástica del subsidio de desempleo y de las ayudas sociales. En efecto, en Europa, como ocurre también en Estados Unidos, se ha consolidado un sector social al margen del mercado de trabajo que sobrevive únicamente con las ayudas sociales, que a veces pasan de padres a hijos. Ha surgido así, si se me permite una expresión decimonónica, un proletariado lumpen que si bien se había mantenido hasta ahora al margen de la política, alimenta desde hace mucho tiempo en América Latina, donde su peso es considerable, a los populismos de derecha. Inmigración y paro
El conflicto se emponzoña si con un paro que apenas decrece la inmigración va en rápido aumento. Comparado con otros países europeos, el porcentaje de inmigrantes en España es todavía bajo, pero la velocidad con la que ha aumentado en los dos últimos años bate todos los récords. Una figura nueva, la del trabajador extranjero, a la que tiene que acostumbrarse una sociedad que, como la española, hasta hace poco sólo conocía la del emigrante. Cierto que en el siglo XIX salieron cantidades ingentes de todos los países europeos (60 millones abandonaron Europa), pero en los del norte y el centro la inversión de tierra de emigrantes a tierra de acogida se produjo después de la Segunda Guerra Mundial, en España en los noventa, y aún no ha acontecido en la Europa del Este, que sigue expulsando población. Es un proceso con rasgos peculiares en cada país y desconocemos todavía cuál va a ser la reacción española. En todo caso, ese tercio de la población en paro o con dificultades de adaptación al mercado de trabajo, mano de obra no cualificada y jubilados con pensiones ba jas, perc iben la inmi inmigrac gración ión como una forma de agresión directa. Les parece inNº123
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creíble que, sin que descienda el paro, aumente el número de trabajadores extran jeros. El argumento de que los inmigrantes no les quitan el puesto de trabajo porque los que ocupan no los quieren los nacionales suena especialmente hiriente. En efecto, no los quieren los nacionales con los salarios que ofrecen; claro que los aceptarían si estuvieran pagados de manera que considerasen decente. En mi juventud los carros de la basura en Madrid eran conducidos por gentes muy pobres; los basureros pertenecían al mundo marginal, sin el menor prestigio social. Hoy día, en las ciudades europeas las compañías modernas de recogida de basuras disponen de camiones apropiados, con un personal bien pagado y adecuadamente uniformado, que goza de un trabajo estable, aunque bastante duro. El hecho es que apenas lo agarra un inmigrante. En nuestras ciudades, cada vez más abigarradas, destaca la homogeneidad del personal que recoge la basura. Detrás de la afirmación de que el inmigrante sólo ocupa el puesto de trabajo que no quiere el nacional (y que, como digo, es preciso añadir a los salarios que se ofrecen) se esconde la función principal de la inmigración: constituir el “ejército de reserva” que mantenga a la larga los salarios dentro de ciertos límites. Sin este colchón, en determinados momentos del ciclo económico los salarios podrían dispararse, poniendo en cuestión todo el proceso productivo. Los más bajos (que son, justamente, los que reciben los inmigrantes sin papeles) marcan el nivel salarial de partida, incluso por debajo del salario mínimo allí donde esté legislado. El inmigrante alimenta buena parte de los canales de trabajo “negro”, desplazando al nacional de la economía sumergida. Para reducir el conflicto entre inmigrantes y nacionales, a la vez que ahorrar en los costos sociales, el Estado se esfuerza en integrar en el mercado de trabajo, eso sí, con el salario que se paga al inmigrante recién llegado, a una población marginal que hasta ahora ha vivido del subsidio. No habrá que insistir en la carga explosiva que conlleva este intento. Gracias a los salarios que se pagan al inmigrante cabe mantener empresas agrícolas y otras de muy baja tecnología, sobre todo en la construcción, que no resultarían viables si dependieran de la mano de obra nacional. Se puede discutir si a la larga compensa sobreexplotar el agua y la mano de obra extranjera, como es el caso en Almería, contribuyendo, de una parte, a la desertización con el agotamien-
to de los acuíferos y, de otra, a crear graves problemas sociales que luego la comunidad ha de cargar con ellos. Hay una economía poco modernizada y nada competitiva que sólo puede subsistir gracias a los inmigrantes. Es muy dudoso que en su conjunto la economía de un país se beneficie de empresas que sólo sobreviven pagando salarios muy bajos; evidentemente, los empresarios que explotan al trabajador extranjero sí se benefician, y mucho: por eso les llaman. Porque hay que decirlo abiertamente: la inmigración acude allí donde hay oferta de este tipo de trabajo. La mejor manera de contener una inmigración incontrolada es favoreciendo el trabajo altamente profesional y bien remunerado y obstaculizando (hay distintos mecanismos para ello) a las empresas que únicamente pueden subsistir con la superexplotación de la mano de obra. Si este tipo de oferta desapareciese, la inmigración disminuiría drásticamente. En teoría, no cabe la menor duda; ahora bien, la puesta en práctica de una política de este tenor chocaría con los intereses más variopintos y pondría de manifiesto el papel que la economía informal todavía desempeña en Europa. El inmigrante compite con la población marginal no sólo en el trabajo; sino también en la convivencia en los mismos barrios y con acceso a los mismos servicios: guarderías, colegios, hospitales. En este ambiente se reproducen comportamientos y agresiones que tuvieron su origen en las colonias. Así como el blanco pobre se consideró superior, con derechos especiales, frente al indígena, ahora se siente lo mismo ante el inmigrante. Las ideologías y estructuras racistas, propias del colonialismo, se reproducen en la metrópoli. La xenofobia racista actualiza los prejuicios que nacieron en las colonias y que ya en el pasado alimentaron a la extrema derecha. Es cosa bien probada que racismo, xenofobia y mentalidades de ultraderecha son un subproducto del colonialismo, así como no cabe la menor duda sobre el papel que al respecto han desempeñado los países que lograron grandes imperios coloniales, desde España a Gran Bretaña, pasando por Francia, Holanda y un largo etcétera. Ya en el siglo XVIII, Samuel Johnson escribió que el gran mérito de España no es haber colonizado América, sino haber creado el primer pensamiento anticolonialista y antirracista con Bartolomé de las Casas. El ascenso de la extrema derecha
Para dar cuenta del ascenso de la extrema derecha en Europa en este último 21
EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA
tiempo basta con poner en relación la apertura económica, social y cultural a entidades más amplias, que implica una profunda transformación del Estado, con la creciente presión emigratoria, consecuencia también de la globalización. Entendemos por tal tanto la internacionalización de la producción, no ya sólo obra de las grandes multinacionales, como la rápida circulación de capitales, a menudo sólo especulativos, de un país a otro. Ambos procesos producen desequilibrios en los países en los que actúan, empujando a una parte de la población a intentar establecerse en los centros de poder económico y de bienestar social. La revolución en las comunicaciones y en la información facilita las inversiones extranjeras, pero también los movimientos masivos de población. Por mucho que nos empeñemos en negarlo y por grandes que sean los obstáculos que pongamos, el mercado de trabajo también se globaliza. El resultado es que los trabajadores no cualificados tienen que competir con los del Tercer Mundo (la producción se traslada a los países con salarios más bajos) y con los inmigrantes que de allí provienen, dispuestos también a trabajar por salarios inferiores. El proceso de globalización, ya imparable, tiene desde luego aspectos positivos (ha mostrado ser un factor importante de crecimiento económico), pero también negativos, incluso para los países ricos. El que la globalización implique también aspectos negativos para los grandes y poderosos fundamenta la esperanza de que algún día se regule la actividad económica internacional, que es justamente lo que exige el movimiento mal llamado antiglobalizador. La globalización favorece al mundo empresarial más competitivo y a los sectores sociales mejor preparados, es decir, a todos aquellos capaces de imponerse más allá de sus fronteras; perjudica, en cambio, a los grupos sociales que tienen que competir con el Tercer Mundo. En primer lugar, al sector agrario: aunque numéricamente pequeño, su estado de ánimo influye sobre la población rural, es decir, aquella que vive en poblaciones de menos de 5.000 habitantes. A la larga, no se podrán mantener las subvenciones a la agricultura; además de que contradicen la filosofía liberal que predicamos, habrá que terminar comprando los productos de los países menos desarrollados, si no queremos que sus habitantes emigren todos a nuestras ciudades. Ayudar al desarrollo significa, en primer lugar, abrir los 22
mercados a sus productos. En 50.000 millones de dólares se cifra la ayuda del mundo desarrollado al Tercer Mundo. En 150.000 millones las pérdidas por no poder exportarnos lo que producen. Estamos ya pagando con la presión emigratoria los altos costos de una agricultura subvencionada. En la llamada “sociedad de los tres tercios”, a dos partes les va cada vez mejor, pero la tercera lucha con el miedo en un mundo que cambia rápidamente, pero a peor para ellos, con la amenaza de que se desplome el Estado de las subvenciones y el el Estado social a peor para ellos. Sin haberse resuelto aún el tema de la minería del carbón, seguimos, cara a la ampliación, sin formular una política agrícola que se sostenga. Cada vez peor protegidos, los sectores sociales más inseguros se enfrentan a una población inmigrante en rápido aumento que trabaja por salarios que no les parecen aceptables, a la vez que ocupa los servicios sociales que consideran propios. “Uno ya no se puede poner enfermo”, me decía un fontanero que hacía unos arreglos en casa, “los hospitales están llenos de turcos”. Desde los barrios elegantes, donde al inmigrante sólo se le percibe, si acaso, como servidor doméstico, oficio que estaba en trance de desaparecer, cabe elevar la voz contra el racismo y la xenofobia, pero ese discurso tiene otra lectura entre la población marginal que compite con el inmigrante. Evidentemente que no se debe bajar la guardia en cuestión tan importante como es la igualdad de derechos de todos los humanos; pero una cosa es el discurso y otra crear las condiciones para que lo que se propugna se vaya acercando a la realidad. Precisamente de la contradicción entre principios democráticos proclamados y experiencias sociales vividas se nutre la extrema derecha. Ello no impide reconocer que la propuesta de resucitar al Estado nacional, en su forma más descarnadamente autoritaria, no sólo no aguanta la menor crítica, sino que además es totalmente ilusoria. Imposible que pueda funcionar una Francia, aislada de Europa y del mundo, al servicio exclusivo de los franceses. El sueño retrógrado de un Estado autárquico conlleva en su seno el autoritarismo clasista más reaccionario, pero suena bien a muchos que creen descubrir en el extranjero el origen de todos sus males, o que no pueden soportar que se les iguale con los que consideran inferiores. El seísmo francés
Con las ideas expuestas, a manera de resumen, estamos en condiciones de dar cuenta
de los resultados de la primera vuelta en las elecciones presidenciales francesas. Las cifras se explican acudiendo a la abstención (sólo alta, medida con el rasero francés) y a la división del voto entre nada menos que 16 candidaturas. Fragmentación que, pese a que venga facilitada por la ley electoral, no deja de mostrar la debilidad del sistema de partidos. Se trata, en todo caso, de una aclaración aritmética que mantiene en la penumbra los factores políticos, y sobre todo los sociales, que las cifras reflejan. Si entramos en la maraña del análisis político, lo más llamativo es que repitan los mismos candidatos de hace cinco años en las posiciones favoritas (hasta tal punto parecen inamovibles las cúpulas de los partidos) con el agravante de que han pasado cuatro “cohabitando”. No podía quedar más patente la idea de que ambas opciones son intercambiables que estar representada, una por el presidente de la República y la otra por el presidente del Gobierno. Cierto que al votante avisado no se le escapan las diferencias entre Chirac y Jospin; pero para una buena parte del electorado lo decisivo son las imágenes, y en la televisión se les ha visto caminar juntos en todas las cumbres europeas. La “cohabitación”, efecto perverso de la Constitución de la V República (lo que está mal hecho suele dar mal resultado) expande la imagen de un centro derecha y un centro izquierda que se reparten el poder en amigable componenda. Sucedía en Austria hasta el triunfo de los liberales xenófobos de Haider (la llamada proporcionalidad) y ha ocurrido en Francia, donde derecha e izquierda “cohabitaban” sin mayores problemas, delimitando lo que se ha dado en llamar “el sistema”. Se mantiene así la vieja dinámica entre partidos del sistema, defensores de lo establecido, y partidos antisistema, que recogen la protesta y el malestar social. social. En la IV República el partido comunista había desempeñado esta función. La cuestión es por qué el testigo ha pasado de la extrema izquierda a la derecha radical. Las causas de la ascensión de la extrema derecha hay que buscarlas en el ámbito político-social. El factor decisivo es la internalización de los capitales y de la producción, la llamada globalización, que después del desplome del bloque comunista ha recuperado la velocidad de crucero que mantenía antes de 1914. Al quedarse raquíticos los mercados nacionales, la respuesta adecuada ha sido ir trasladando las competencias económicas del Estado nacional a entidades supranacionales como la Unión Europea. Proceso CLAVES
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IGNACIO SOTELO
imparable, dado el rápido desarrollo de las fuerzas productivas, pero que en la moderna sociedad de los tres tercios conlleva un tercio de perdedores: a la larga el sector rural (no cabe mantener indefinidamente una agricultura altamente subvencionada) y sobre todo la mano de obra no cualificada, que tiene que competir con la de sociedades menos desarrolladas con salarios mucho más bajos y con una inmigración en rápido ascenso como consecuencia necesaria, aunque no siempre querida, de la globalización. Le Pen lo ha dicho con toda claridad: en lo económico se considera de derechas, es decir, defensor de la economía capitalista con todas sus consecuencias, único modelo que permitiría un crecimiento económico continuado; en lo social, de izquierda, es decir, dispuesto a mantener una red que distribuya la riqueza. El reparto exige la acumulación previa de riqueza; no tiene sentido adjudicar pobreza. En estos dos puntos la alternativa antisistema no se separa de la posición en que convergen el centro izquierda y el centro derecha. La innovación consiste en afirmar que, dado que no hay para todos, la distribución ha de hacerse sólo entre nacionales. Fuera extranjeros y recuperemos una política económica nacional que posibilite una social, sólo para los de casa, aunque ello implique salir de la Unión Europea. El ascenso de la extrema derecha en Europa se revela, por lo pronto, como el canto de cisne de un Estado nacional condenado a desprenderse de sus antiguas ideologías, estructuras y buena parte de sus competencias. El futuro de la extrema derecha
Después del ascenso de la extrema derecha en Austria, de su triunfo aplastante en Italia (ésta sí, la verdadera catástrofe con la que parece que nos hemos acomodado), de su consolidación en Portugal y del aviso recibido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, amén de los resultados obtenidos el 15 de mayo en Holanda por el partido del asesinado Pim Fortuyn, no cabe descartar en Alemania un triunfo de los democristianos, representados por su rama más conservadora, la bávara, en las elecciones del 22 de septiembre. Empezamos echando de menos una sociedad europea. En virtud de esta carencia, la opinión pública tiene un carácter marcadamente nacional; de ahí que las elecciones se decidan con una temática y en un contexto propios de cada país. Incluso en el ámbito regional (véase el caso Nº123
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de Baviera o del País Vasco) las dinámicas políticas pueden ser muy distintas de las del resto del Estado. Ello no es óbice para dejar de constatar factores comunes (globalización, transformación del Estado al integrarse en la Unión, inmigración creciente) que marcan con una misma impronta a todos los países de la Unión. Al haber acudido a estos factores para explicar el ascenso de la extrema derecha, ha quedado bien claro el carácter europeo de su ascenso. No es un tema coyuntural (se trata de un proceso largo que se extiende en el tiempo) ni menos específico de un país, sino que responde a causas profundas que actúan por doquier. Dos me parecen las fundamentales: pérdida de legitimidad de las instituciones, cada vez más incapaces de cumplir con lo que prometen, a la que ya nos hemos referido. Crisis creciente de la izquierda socialdemócrata, que conviene mencionar muy someramente antes de terminar. Desaparecida la izquierda comunista, la socialdemócrata es la única que permanece con representación parlamentaria. Así como el “partido de nuevo tipo”, el “partido de los revolucionarios” que creara Lenin, hace ya mucho que ha pasado a la historia, estamos asistiendo al final de la última fase del modelo socialdemócrata de partido. El partido de masas, junto con el sindicato, constituyeron los dos ejes del movimiento obrero, creados ambos con el mismo fin de lograr la integración política y social de la clase obrera. Conseguida esta integración, en buena parte gracias a la repetida presencia en el Gobierno de la socialdemocracia, cuando la clase obrera se fue convirtiendo en una cada vez más minoritaria, hubo que abandonar la especificidad obrera (la denominación queda sólo en la sigla del PSOE) para convertirse en un gran partido interclasista de masas. Lo malo es que, a la larga, un partido de masas, desprendido del movimiento obrero, que ya hace tiempo que ha dejado de existir, deambulando el sindicato como un fantasma gremial, se revela una entelequia sin existencia real. Los partidos, también los socialdemócratas, han vuelto a lo que fueron antes de que la socialdemocracia inventara su modelo de partido: una asociación electoral con el único fin de ganar elecciones para repartirse luego los cargos. Ello explica el desprestigio creciente de los partidos políticos establecidos, de centro izquierda y de centro derecha, un factor no desdeñable en el ascenso de la extrema derecha. Pero importa no desorbitar las cosas. El mensaje de extrema derecha resulta
atractivo, incluyendo el voto de protesta, como máximo a un tercio de la población. Sin que se produzcan grandes cataclismos sociales que no son predecibles, no parece que pueda alcanzar los centros de poder. Es lo que distingue a la actual extrema derecha de los fascismos de los años treinta, que conquistaron el poder porque contaron con el apoyo decisivo de la industria y el capital, atemorizados por una Unión Soviética que parecía funcionar y unos fuertes partidos comunistas que se creían imparables. No existe hoy esta amenaza; pero una extrema derecha, permanentemente agazapada a la espera de su hora, tampoco puede dejarnos tranquilos. Es una incertidumbre más que se suma a las muchas ya acumuladas. Evaporados los comunismos y la socialdemocracia en su fase final, no se saque la falsa conclusión de que la izquierda hubiese desaparecido por completo y para siempre. De las “organizaciones no gubernamentales”, de los movimientos sociales –pacifismo, feminismo, ecologismo– en fin, de los más recientes que se denominan “alternativos”, ha ido emergiendo en los últimos 20 años una izquierda nueva pospartido, de la que, al estar dando aún los primeros pasos, poco se puede decir, como no sea que nada tiene ya que ver con la izquierda socialista que nació en el siglo XIX . n
Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología. 23
FRANCIA Y LA ZONA GRIS JOSÉ MARIA RIDAO
juzgar por las reflexiones y comentarios acerca del desarrollo de las recientes elecciones presidenciales en Francia, en cuya primera vuelta Jean-Marie Le Pen expulsó de la carrera a Lionel Jospin, un político de prestigio y con una honrosa gestión a sus espaldas, Europa ha adquirido una súbita conciencia de enfrentarse a unos síntomas alarmantes; el problema es que no sabe con qué enfermedad se corresponden. Para los conservadores, el mal que aqueja al Viejo Continente, y que se manifiesta en forma de avance electoral de los partidos xenófobos y racistas, es doble, aunque en todo caso vinculado al comportamiento reciente de la izquierda. Por una parte, la socialdemocracia ha inspirado y ha logrado imponer un discurso benévolo hacia los inmigrantes y la inmigración, lo que se ha traducido en una insensata política capaz de saturar en poco tiempo la capacidad de acogida de los países desarrollados. Por otra parte –siguen argumentando los conservadores–, esa misma izquierda que ha creado el problema no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, lo que estaría propiciando una sangría de votos, de sus propios votos, hacia las opciones de ultraderecha. Para la izquierda, en cambio, el mal cuyos síntomas no han dejado de manifestarse en las convocatorias electorales celebradas durante los últimos años, desde Austria a Italia y desde Holanda a Francia y el Reino Unido, está relacionado con la deslealtad de los conservadores hacia los principios constitucionales, con su oportunismo electoral, que les ha llevado a apoyarse en una ultraderecha ajena a los valores democráticos para propiciar la derrota de una izquierda instalada en ellos desde hace décadas. En este sentido, ¿es preciso recordar quién abrió a Haider las puertas de un Gobierno democrático en Viena, quién ha sentado a Fini en la mesa del Consejo de Ministros italiano y quién ha respondido a
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las agresiones racistas de El Ejido acogiendo en su partido a los alcaldes y cargos públicos que los instigaron? ¿Es preciso recordar –se sigue apuntando desde la izquierda– quiénes fueron los que diseñaron en Francia aquella campaña basada en una doble negativa: ni socialistas ni Le Pen? Y, a la vista de estos antecedentes, ¿es legítimo preguntarse, finalmente, si la derecha habría actuado como lo ha hecho la izquierda en el supuesto de que hubiese sido Jospin, y no Chirac, el encargado de defender los valores de la República en la segunda vuelta? Algunoss intel Alguno intelectual ectuales es de izquie izquierda rda han señalado, además, que el paulatino clima de racismo y xenofobia instalado en la Europa de la moneda única (una Europa tan próspera y confiada como la de los años veinte) podría estar apuntando a un lento pero indudable retorno de los fascismos que la arrasaron poco después. Porque, ¿acaso la retórica y la iconografía iconografía de los los partidos de la ultraderecha no es deliberadamente la misma que la de los camisas negras, pardas par das y azules que encendieron el odio y la violencia en el continente? Y otra cuestión en apariencia alejada, pero que podría en el fondo guardar estrecha relación: ¿acaso la recuperación del favor de los lectores por parte de autores como Zweig, Hörväth o Schnitzler, hasta ahora sepultados en sótanos editoriales y colecciones extintas, no puede interpretarse interpretarse como prueba de que, en lo más recóndito de sí mismos, los europeos advierten un subterráneo paralelismo entre los tiempos ya vividos y los que ahora se viven? Por lo general, los análisis que se sitúan en esta órbita suelen concluir con una esotérica advertencia: y mucho ojo, se asegura, porque la historia parece haber dotado a Francia del extraño don de anticipar cuanto ha de ocurrir en Europa. La sombra de Argelía
El estupor provocado por la inesperada presencia de Le Pen en la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales francesas confirma, sin duda, una de las evidencias innegables de la Europa de hoy: el creciente peso electoral de la ultraderecha. Pero quizá se cometa un severo error de perspectiva si se trata de explicar lo que ha ocurrido en Francia recurriendo a grandes construcciones que no extraen una conclusión general a partir de los casos concretos, sino que insertan los casos concretos en una conclusión general, por lo común establecida de antemano. Gran parte del avance experimentado por el Frente Nacional obedece a razones propias de la situación política en Francia, difíciles de extrapolar más allá de sus fronteras, y no a ese invariable cuadro clínico que algunos escritores y analistas aplican a cualquier situación de crisis y que remite, una y otra vez, a los avances tecnológicos y al miedo a la globalización, al carácter único y excepcional de nuestra época. Desde su primera irrupción en la vida pública, hace ahora dos décadas, Le Pen no ha buscado otra cosa que ofrecer a los franceses un soterrado desquite para una de las más graves e inconfesadas humillaciones sufridas por el país, para uno de sus más invencibles tabúes: la guerra de Argelia. Ése es el núcleo sobre el que, en último término, se construye la ideología lepenista, la clave que explica su rancio nacionalismo y su integrismo católico, el arranque de su odio cerval a los inmigrantes, en quienes sólo ve un trasunto de los independentistas argelinos que se alzaron con la victoria y que, todavía hoy, podrían desvelar pormenores poco edificantes de su actuación como miembro del ejército colonial. En este sentido, la fuerte implantación del Frente Nacional en los departamentos franceses del Mediterráneo no se explica, según suele decirse, por la elevada presencia de inmigrantes magrebíes, por el hecho de haberse sobrepasado en ellos ningún “umbral de tolerancia”; antes al contrario, se explica por CLAVES
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la nutrida concentración de antiguos pieds noirs, de franceses con una biografía marcada por la dramática descolonización de Argelia (y capaces, por tanto, de comprender y simpatizar más que el resto de sus conciudadanos con las posiciones del Frente Nacional), que escogieron el Midi y las regiones adyacentes para instalarse en el momento del retorno a la metrópoli. Dirigiéndose a ellos, Le Pen llegó a preguntarse durante la reciente campaña electoral si resultaba razonable abrir las puertas de Francia a quienes, después de una guerra despiadada, habían expulsado de su país a los franceses. La habilidad más destacada del Frente Nacional, su indiscutible genio estratégico, reside en su portentoso sentido de la oportunidad; un sentido con el que Le Pen ha logrado disimular durante años el verdadero origen de su discurso racista y xenófobo, camuflando las anacrónicas cicatrices de su orgullo colonial, herido en Argelia, detrás de los problemas más acuciantes a los que los franceses deben enfrentarse en cada momento. Así, la recesión que padeció Europa en la primera mitad de los noventa, saldada en Francia con 3,5 millones de desempleados (una cifra que, por azar, coincidía con el número de extranjeros censados en aquellas fechas), le sirvió para formular su propuesta acerca de la preferencia nacional. De la misma manera, el aumento de la inseguridad ciudadana provocado por la limitación de las políticas redistributivas hoy en boga, por el coste en términos de cohesión exigido por el actual adelgazamiento del Estado, le ha ofrecido una ocasión inmejorable para sacar en procesión sus invariables fantasmas, vinculando la delincuencia con la inmigración, al igual que antes había hecho con el paro. Y todo ello en un contexto internacional en el que, tras los atentados del 11 de septiembre, la desconfianza hacia los inmiNº123
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grantes que proceden del Magreb y de los países árabes, sean musulmanes o no, goza de auténtica patente de corso. El referéndum permanente
La trampa que Le Pen ha tendido tradicionalmente a la República (basta que el debate democrático identifique un problema cualquiera para que su vieja obsesión argelina encuentre siempre la manera de anotarlo en la cuenta de los inmigrantes) se ha visto reforzada en este caso por el deterioro de la cohabitación entre Chirac y Jospin, convertida en un espectáculo de ruindad y deslealtades. Durante los meses previos a los comicios, Le Pen ha debido de asistir con incrédulo regocijo a unas disputas entre el presidente y el primer ministro, que, si por una parte transmitían una imagen de
parálisis del Estado (una imagen que, por lo demás, era tan sólo eso, una imagen), por otra situaban en el centro mismo de la atención pública dos de los argumentos más poderosos del arsenal propagandístico del Frente Nacional: la inseguridad ciudadana y, a renglón seguido, ocupando un espacio tan próximo como para suscitar ambigüedades, la inmigración. Ahora con más razones que en las legislativas de 1997, Le Pen ha podido presentarse ante el electorado como el heraldo del gran grandd chang changement ement,, como el único líder que ha sabido anticipar las actuales preocupaciones de Francia y que, por consiguiente, mejor sabría resolverlas. Y las consecuencias no se han hecho esperar. Al término de la primera vuelta, Chirac cosechaba los peores resultados nunca obtenidos por un candidato finalmente instalado en el Elíseo. Jospin, por su parte, sucumbía a la apatía de unos ciudadanos que no alcanzaban a distinguir el perfil político de la alternativa que representaba, a la incapacidad de la izquierda plural para concentrar sus fuerzas y, por último, a la deserción de buena parte del tradicional electorado socialista, irritado por el hecho de que el primer ministro hubiese entrado a discutir la agenda clásica de Le Pen, y, y, además, desde el equívoco y la indecisión. El desquite de la segunda vuelta, en la que los franceses se volcaron en el apoyo a Chirac con el único propósito de cerrar el paso al racismo y a la xenofobia, fue recibido como un triunfo de los valores republicanos y, desde esta perspectiva, como una saludable reacción de la democracia frente al oscurantismo. Chirac –escribió a este respecto el director de Le Monde– “ha sido reelegido por unos principios y no por su proyecto”. Y añadía: “A una situación inédita, un presidente inédito”. En realidad, sorprende que la memoria política sea tan corta, incluso en un país de instituciones tan estables como Francia; sorprende que el 25
FRANCIA Y LA ZONA GRIS
asombro de ver a Jean-Marie Le Pen exhibiendo la vulgaridad de sus ideas y de su retórica sobre un escenario circular, decorado tan sólo por un haz de banderas tricolores, haya desvanecido de tal modo el pasado que ya nadie parezca recordar que argumentos idénticos a los que se han escuchado en estos días, y movilizaciones tan entusiastas como las que han encabezado ahora los jóvenes franceses, y declaraciones proclamando el triunfo definitivo de la república y sus valores con un ardor equivalente al empleado para saludar la aplastante victoria de Chirac, Chirac, también prolife proliferaron raron con con motivo de las últimas elecciones para los consejos regionales, en las que ya se habló de un “pacto republicano” en contra del Frente Nacional. Allí donde los candidatos de Le Pen obtuvieron una mayoría relativa se encontraron con una coalición de conservadores y socialistas enfrente; allí donde la obtuvo alguno de los dos grandes partidos, el otro le apoyó para que el Frente Nacional no pudiese ejercer de árbitro. Cinco años después de aquel triunfo de “los valores” y no de “los proyectos”, de aquella respuesta inédita a una “situación inédita”, el pacto republicano no se circunscribe ya al ámbito de unas elecciones de segundo o tercer orden; ahora es el acceso a la máxima magistratura del Estado el que se dirime sobre él. Por más que Francia haya respirado aliviada tras la derrota de Le Pen, el futuro podría no depararle nada bueno si cada convocatoria electoral, si cada ámbito institucional elegido por sufragio, da ocasión a la celebración de un implícito referéndum sobre la República. La progresiva reducción de las alternativas políticas hasta desembocar en un único y persistente dilema (o con el Frente Nacional o contra él) conllevaría una grave fragilización del sistema democrático francés, puesto que vincularía su estabilidad con el éxito en la gestión de los asuntos corrientes por parte de los electos, cuando no con algo mucho más sensible para la opinión: la irreprochabilidad de las conductas públicas. En este sentido, los dos mensajes lanzados contra Chirac por los portavoces del Frente Nacional en la segunda vuelta (se trata, decían, de un mentiroso compulsivo que además prepara un fraude gigantesco) podrían ser sin duda resultado de un discurso político que ha hecho del exceso, del insulto puro y descarnado, uno de sus signo signoss distinti distinti-vos. Pero podrían ser, de igual manera, un calculado ataque contra uno de los flancos más débiles del resultado electoral, que ha llevado a que uno de los más veteranos políticoss de la V Repúb lítico República, lica, sobre sobre el que pesan crecientes sospechas de corrupción, sea 26
precisamente el encargado de defenderla. Le Pen habría apostado fuerte y a plazo contra el pacto entre conservadores y socialistas: si las sospechas sobre Chirac se convirtiesen en evidencias y encontrasen un modo de prosperar judicialmente, la ultraderecha estaría en condiciones de jugar la baza de la regeneración, ganando un nuevo espacio en las próximas elecciones que se formulasen como un referéndum. Y si, llegado el caso, los tribunales franceses antepusieran la oportunidad política a la simple administración de justicia en las causas que pudieran afectar al presidente, entonces Le Pen tendría en sus manos el argumento de la corrupción del sistema, del que podría presentarse como su salvador y no como su verdugo. “¿Qué he hecho a lo largo de mi vida política”, declaró en el último tramo de campaña, cuando arreciaban en las calles las manifestaciones contra su candidatura, “sino solicitar el voto de los franceses para mi programa?”. Sacrificar a los extranjeros, salvar a los nacionales
La voluntad de cerrar el paso al Frente Nacional a través del pacto republicano, a través de un implícito referéndum sobre los valores, está provocando, en segundo lugar, una sutil pero decisiva alteración en el concepto de democracia. De acuerdo con la idea vigente hasta ahora, la representación de Francia como tierra de asilo encontraba su fundamento en el hecho de que, gracias a la noción de ciudadanía, determinados rasgos individuales, como el origen, la raza, la lengua o el credo religioso, carecían de relevancia a la hora de definir el vínculo personal con la república. Paradójicamente, el desafío racista y xenófobo de Le Pen no ha sido atajado desde el presupuesto clásico de que los sistemas democráticos lo son porque no hacen depender los derechos y deberes de las características particulares de las personas. Empujados por el deseo de responder a la ultraderecha y su execrable ideología, muchos franceses han empezado a considerar, por el contrario, que el carácter democrático de la república procede, no de su absoluta y radical indiferencia hacia la raza o hacia la condición de extranjero, sino de una supuesta beligerancia antirracista y antixenófoba. De ahí que, incapaces de encontrar fórmulas políticas para reducir la creciente influencia de Le Pen, incapaces de comprender que no pocas de las medidas adoptadas por la Francia republicana podrían estar atizando el mismo fuego que se desea combatir, se hayan escuchado voces proponiendo la ilegalización del Frente Nacional.
Favorecer el sentimiento de que Francia y Europa se encuentran ante una encrucijada, contribuir a la propagación de la alarma con la inmejorable intención de contener a una ultraderecha que, a día de hoy, no dispone de otra fuerza que la que quieran concederle los demócratas –dejándose arrastrar o no hacia debates saduceos y desde premisas igualmente saduceas–, constituye el riesgo mayor y más fehaciente al que se enfrenta la democracia de nuestro tiempo. Desengañémonos, seamos conscientes si de verdad queremos prevenir los errores del pasado: en la Europa de estos días, y quizá con la única excepción de Italia, no son los partidos de una ultraderecha siempre minoritaria los que están llevando a cabo una transformación del sistema de libertades que puede resultar irreversible; son los partidos democráticos los que están anticipando la aplicación de políticas racistas y xenófobas con el único propósito de mantener y consolidar sus mayorías; son ellos, y no el esperpéntico Le Pen o sus correligionarios europeos, los que están limitando las garantías en las que se apoya el funcionamiento de nuestros sistemas políticos; son ellos, y sólo ellos, los que están socavando los fundamentos de la convivencia con la mezquina y trágica esperanza de que sacrificar a los extranjeros de jará a salvo a los nacional nacionales. es. Cuando, Cuando, tras la la lectura de Zweig, Hörväth o Schnitzler, muchos europeos de hoy vuelven a preguntarse cómo fue posible la catástrofe, algunos autores, como Adam Hoschild, se han atrevido a recordar que los sentimientos de humanismo y de piedad fueron abrogados en las colonias antes de desaparecer en las metrópolis. Lo que, sin embargo, no suele evocarse con tanta transparencia es que, inspirados por las normas dictadas para el trato con los colonizados, la mayor parte de los Gobiernos democráticos de la época habían adoptado además el discurso de la raza y habían implantado medidas eugenésicas y aprobado leyes antisemitas, antes, mucho antes, de que un caudillo alemán las utilizase para esclavizar a su propio país y a media Europa. En realidad, no es que los alemanes fueran los únicos locos en un mundo de cuerdos; fueron, sencillamente, los que más lejos llevaron una locura colectiva que entonces pasaba por ser una perentoria, categórica, evidencia. La lógica profunda
Desde esta óptica, resulta hasta cierto punto incongruente el escándalo con el que buena parte de los actuales Gobiernos democráticos ha acogido el programa del Frente Nacional. Por lo que se refiere a la CLAVES
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inmigración, el grueso de sus propuestas no contiene novedad alguna respecto de lo que ya se aplica en los países desarrollados. Si alguna diferencia se puede establecer, si algún matiz marca las distancias, es quizá el de que Le Pen formula con inmediatez populista lo que los Gobiernos democráticos ocultan bajo tecnicismos legales y humanitarios. ¿Centros de retención para inmigrantes? Le Pen propone que los extranjeros sin documentar puedan pasar hasta seis meses en ellos, antes de ser reenviados a sus países de origen. En Calais o Fuerteventura ya se aplica esta medida, lo mismo que en el pavoroso campo de Woomera, en Australia. Las organizaciones no gubernamentales denuncian el hacinamiento de los internos, la dificultad para regularizar su situación. Nadie se levanta, sin embargo, contra la flagrante violación del habeas cor pus que se comete en esas instituciones al retener más allá del plazo legalmente establecido a extranjeros contra los que no se formulan cargos ni se ponen a disposición del juez. ¿Preferencia nacional? Le Pen la sugiere con el objetivo de que ningún inmigrante acceda a un puesto de trabajo susceptible de ser ocupado por un francés. En realidad, el sistema de cuotas para trabajadores extranjeros aplicado en los países de la Unión Europea da por descontada la preferencia nacional; y no sólo en la versión demagógica utilizada por Le Pen –les français, fran çais, d´abord–, d´abord–, sino también en la versión científica, en la versión que convierte la locura colectiva en evidencia, que argumenta a favor de los latinoamericanos en España porque comparten con los nativos la lengua y la religión, o a favor de las rumanas para las tareas de la recogida de la fresa, en virtud de que son más “fáciles de integrar” que los temporeros marroquíes. ¿Expulsión de los inmigrantes? ¿Acaso no aparecen con regularidad noticias que, sin estar inspiradas por Le Pen, sino por Gobiernos democráticos reconocidos, informan de proyectos para deportar a las familias de los delincuentes extranjeros aunque dispongan de residencia legal? ¿Qué diferenciaría entonces la pena prevista en nuestros códigos democráticos de los castigos aplicados por la inquisición, en los que nadie del entorno íntimo o familiar de un condenado quedaba a salvo? La anticipación de los Gobiernos democráticos a la hora de aplicar las medidas publicitadas por Le Pen alcanza, incluso, a su exacerbado sentimiento antieuropeo. Su propuesta de sacar a Francia de la Unión provocó un seísmo en Bruselas y las demás capitales comunitarias, que por primera vez se enfrentaban a la cifra exacta de franceses Nº123
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que no es que pongan objeciones al proyecto, sino que sencillamente lo rechazan y desean su parálisis, quizá su destrucción. Y, como viene siendo habitual en estas circunstancias, los europeístas volvieron a hablar de la necesidad de democratización y transparencia, de la cautela que debe presidir la ampliación, de la urgencia de adoptar nuevos objetivos si de verdad se quiere prosperar en la construcción de una Europa unida. En realidad, los pronunciamientos de Le Pen sobre la Unión operaban sobre una lógica más profunda, por desgracia desde hace tiempo aceptada y puesta en marcha. Si a la hora de pilotar el proyecto comunitario los actuales Gobiernos europeos han optado por lo que abiertamente se considera su renacionalización, ¿qué tiene de extraño que la ultraderecha se coloque a la cabeza de esta corriente y exija lo que parece obvio exigir una vez adoptadas las premisas, esto es, llegar cuanto antes al estadio último al que necesariamente conducen? Puestos a renacionalizar Europa, ¿en qué situación quedan los europeístas frente al nacionalismo de Le Pen? La democracia combatiente
A juzgar por las reflexiones y comentar comentarios ios acerca del desarrollo de las recientes elecciones presidenciales en Francia, Europa ha adquirido una súbita conciencia de enfrentarse a unos síntomas alarmantes; el problema, en efecto, es que no sabe con qué enfermedad se corresponde. Mientras que los conservadores los achacan a las dificultades de la izquierda para adaptarse a la “nueva era” que vive el mundo, ésta los relaciona con la permeabilidad de los conservadores hacia determinados discursos de la ultraderecha. Entre tanto, el deterioro de la democracia continúa incluso cuando parece que alcanza grandes victorias, como ocurrió en su día con la imposición de sanciones comunitarias contra Austria o con la presión política para que Fini abjurase públicamente de sus convicciones neofascistas o con la aplastante derrota de Le Pen en las presidenciales francesas. Se trata, en verdad, de un fenómeno singular en virtud del cual una ultraderecha incapaz de ganar en las urnas, una ultraderecha siempre minoritaria, acaba imponiendo paradójicamente sus soluciones porque, en el fondo, lo que ha logrado imponer es su análisis, su lectura de la realidad. Enfrentados al fenómeno de la inmigración, los demócratas han admitido la interpretación de Le Pen y sus correligionarios: que los inmigrantes vienen porque nuestra civilización es superior y no porque en nuestros países se ha generado una oferta de empleo en condiciones de miseria,
inaceptables para nosotros pero rentables para ellos. Del mismo modo, enfrentados al crecimiento de la inseguridad ciudadana, los demócratas han admitido con la ultraderecha que la delincuencia ha aumentado porque lo ha hecho el número de extranjeros y no porque lo que ha aumentado es la desigualdad, y una sociedad desigual se convierte inevitablemente en una sociedad más insegura. Es precisamente esta espiral de concesiones a Le Pen y a otros líderes de su misma condición, esta candorosa actitud de creer que se les cierra el paso dando respuesta a las exigencias que plantean y en los términos en los que las plantean, lo que está provocando que nuestros principios democráticos empiecen a ofrecer la apariencia de una fotografía movida, que son pero no son, que operan pero no operan, que los defendemos pero no los defendemos. De día en día, una creciente zona gris se va instalando en nuestras democracias, en la que, para fortalecerla, comprometemos su futuro; en la que, para salvaguardarla, la traicionamos, y tratamos de exculpar nuestra torpeza y nuestra traición mediante un argumento clásico. Cercados por los inmigrantes, debemos renunciar a la igualdad; cercados por la ultraderecha, debemos renunciar a las garantías jurídicas; cercados por el terrorismo internacional, debemos renunciar al principio de la responsabilidad personal por los crímenes cometidos, y así, arrastrados por una progresiva aceleración, vamos haciendo de la democracia un credo cada vez más exclusivo y combatiente, vamos desentendiéndonos de esa fatalidad que siempre precedió a los tiempos sombríos: definir un sistema político por su esencia es definir al mismo tiempo la esencia de sus enemigos y, por tanto, cerrar las puertas a cualquier posibilidad de entendimiento. n
Bibliografía EUMAUX , B.: L’appel de Strasbourg; BRETON, Ph. y R EUMAUX La nuée bleue. Strasbourg, 1997.
CRICK , Bernard: En defensa de la política. Tusquets, Barcelona, 2001. CIORAN, E. M. M.:: Ensayo sobre el pensamiento reaccionario. Montesinos, Barcelona 2000.
José María Ridao es licenciado en Filología Árabe y en Derecho. Autor de Contra la historia. 27
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a cuestión de la emigración, unida a su fuerte percepción como problema y conflicto, ha alcanzado en los últimos años una gran notoriedad en las sociedades europeas. Sin embargo, no es un fenómeno nuevo sino un proceso continuo, y las migraciones hoy no resultan más importantes que a fines del siglo XIX o durante todo el XX . ¿Qué es lo que ha cambiado cambiado para que hoy exista esta aprensión? Sin duda, la generalización y expansión que han alcanzado los medios de comunicación han contribuido a ampliar y difundir el fenómeno, y más aún si se tiene en cuenta que los medios desempeñan un papel clave en la formación de actitudes en materia de emigración. Es muy ilustrativa la constatación que de ello ha realizado el experto en medios de comunicación, comunicación, T. T. A. van Dijk, quien ha comprobado a través de una serie de entrevistas hasta qué punto “la gente se refiere a los medios de comunicación cuando expresa o defiende una opinión étnica o sobre extranjeros”1. También ha influido el hecho de que la cuestión migratoria se haya internacionalizado a partir de los años ochenta, cuando la contención de la emigración pasó a formar parte de la agenda de política exterior e interior de los Estados de la Unión Europea en el sentido de “armonizar” la política europea en la materia. Desde entonces la cuestión de la emigración sin papeles (los “ilegales” como frecuentemente se les llama) va a adquirir una gran sobredimensión, aunque la emigración irregular ha existido siempre, si bien subestimada. Es un hecho constatado que la contención de flujos genera “el negocio de la in-
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1 Teun A. van Dijk: Racismo y análisis crítico de los medios, pág. 76. Paidós Comunicación, Barcelona,
1997. El análisis efectuado se hace a partir de más de 170 entrevistas realizadas en las ciudades de Amsterdam y San Diego. 28
migración” en torno a redes de tráfico ilegal que se benefician de las dificultades que implica entrar ahora en los países receptores y la desesperada situación de miseria y empobrecimiento que se vive en los países subdesarrollados. Los Estados tratan de controlar los flujos estableciendo rígidos controles de sus fronteras, lo cual es legítimo, pero ello no solucionará por sí mismo una dinámica migratoria que depende de otros factores internacionales promovidos en buena medida por los propios países del Norte. El gran impulso que tienen hoy día los movimientos migratorios está en estrecha relación con el orden económico y político promovido por un proceso de globalización caracterizado por la creciente desigualdad económica en las diferentes regiones del planeta (la mundialización globaliza el sistema capitalista pero no el mercado, los problemas sociales no son prioritarios en los programas de desarrollo, la inversión extranjera está sobre todo en los países desarrollados, el crecimiento en los países en vías de desarrollo se realiza en un marco político local dominado por el autocratismo y la corrupción y, por tanto, no va unido a beneficios para las poblaciones); y por el progresivo abandono del respeto de los derechos humanos (los intereses económicos y estratégicos predominan sin disimulo sobre la reforma política democrática). A esto se une que la extensión de los conflictos que ha entrañado el cambio del orden internacional está generando muchas migraciones forzadas de poblaciones que huyen de la siniestra situación que se da en sus países de origen (limpiezas étnicas, persecuciones, bombardeos, embargos y sanciones internacionales…). Por tanto, la cuestión de los emigrantes no se reduce sólo a esa realidad en que se convierten una vez que se aproximan o entran en nuestros países, sino que también está muy relacionada con esas estrategias políticas y
económicas globales lideradas por los más poderosos, y en tanto que no se modifiquen éstas, la solución a los flujos migratorios no deseados no se conseguirá limitándose al control de las fronteras. Tampoco hay que olvidar que la demanda real de trabajo que existe en los países europeos se encauza con bastante facilidad en el empleo irregular y, por tanto, las políticas oficiales contra los “ilegales” queda con frecuencia expuesta a la hipocresía. Algo parecido pasa con la recurrente tendencia a presentar la emigración como un tema crucial de seguridad, vinculando emigración y delincuencia. Las cifras a veces sirven para hacer lecturas interesadas que permiten culpabilizar al de fuera y exonerar los fracasos de las políticas nacionales. Igualar extranjeros y emigrantes en el cómputo de la delincuencia no es más que confundir a las opiniones públicas. Muchos extranjeros detenidos no son emigrantes sino mafias que llegan a nuestro país para delinquir, lo cual es particularmente general en países de atracción turística. Así mismo, muchos detenidos no lo son por delinquir sino simplemente por no tener papeles en regla. Y, finalmente, hay que tener en cuenta que las situaciones de exclusión social y explotación laboral a la que son sometidos muchos emigrantes son un caldo de cultivo para recurrir al robo como medio de subsistencia. Por supuesto que a todo ello se suman emigrantes con intenciones delictivas ajenas a estas circunstancias, pero en ningún caso son los actores y causa principal de que los índices de seguridad ciudadana hayan aumentado. Es más, si vemos los porcentajes de aumento de la delincuencia entre el 2001 y 2002 por autonomías se observa que, en muchas de aquéllas donde se concentra un gran número de emigrantes (Cataluña, Andalucía, Andalucí a, Murcia, Murcia, Canarias, Canarias, Ceuta, MeliMelilla), la delincuencia no ha aumentado, e incluso, en algunos casos se ha reducido, CLAVES
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en tanto que, por ejemplo, en Baleares, región turística por excelencia, ha aumentado un 49,6%2. Tenemos que ser conscientes de que se ha ido creando un clima hostil hacia la emigración que contradice las necesidades demográficas y económicas que tenemos de la misma. Los miedos sociales de los que tienden hoy a beneficiarse los movimientos de extrema derecha no han surgido espontáneamente, sino que se han ido alimentando durante años en torno a una presentación de la emigración ante nuestra sociedad como problema. Si hoy ir en contra de la emigración da votos es porque se ha preparado a nuestras sociedades para que la perciban como una amenaza a su seguridad y a su identidad nacional. Este segundo aspecto ha tenido también una importancia clave porque en vez de sensibilizar a nuestras sociedades a favor de la comprensión de que la necesidad de mano de obra va acompañada de la llegada de personas que tienen derechos sociales y culturales, y que todo ello exige un esfuerzo de adaptación mutua, se les ha presentado como una amenaza a nuestra supuesta homogeneidad cultural. En el proceso migratorio entran muchos factores, y no podemos quedarnos sólo con la parte que nos interesa: la económica, e ignorar las otras dimensiones que componen el ser humano porque éstas nos exigen un esfuerzo de acomodación,
2 Según los datos del SUP (Cuerpo Nacional de Policía) publicados por El País, el 29 de abril de 2002.
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de alteración de nuestro paisaje habitual, e incluso, a veces de discriminación positiva. No sólo aceptamos mano de obra sino que con ello debemos asumir la responsabilidad de otros factores que modifican nuestra realidad. Esto es particularmente importante, ya que se da el hecho de que el fenómeno migratorio actual se caracteriza en gran parte por la instalación permanente en nuestro suelo de las personas emigradas. Como señalábamos más arriba, las razones de falta de futuro en sus países de origen, donde las crisis socioeconómicas y políticas no sólo se han agudizado, sino que nada hace pensar que puedan enderezarse a medio plazo, la idea del “retorno” hoy no forma parte del universo mental de la inmensa mayoría de los emigrantes como ocurría antaño. En consecuencia, esta situación exige a nuestras sociedades asumir que no se trata de una mano de obra temporal que practica una c u l t u r a de la discreción, propia de quienes se veían en una situación provisional y de tránsito en país ajeno, sino que van a formar parte plena de nuestra sociedad como nuevos ciudadanos. Esto ha hecho emerger en las sociedades de acogida grandes contradicciones entre exigencias sociales y económicas, entre principios éticos y práctica política. En este contexto, la sociedad española ha visto cómo en dos décadas se ha modi-
ficado el paisaje urbano y la composición de los centros escolares, se ha desbaratado su uniformidad religiosa católica y tiene que compartir el imperfecto Estado de bienestar con nuevos colectivos de población. Así mismo debe ir asumiendo que, a diferencia de la primera generación, la segunda generación nacida ya en nuestro suelo no aceptará como sus padres su papel subsidiario en la economía dual sino que entrará en competencia con los “autóctonos” en su búsqueda de promoción social. Esa segunda generación deberá ser vista en su condición de ciudadanía plena, en competitividad individual en el sistema económico, y no percibida ya con menos derechos por su condición de “hijos de inmigrantes” que los “autóctonos”. No se nos pueden olvidar las violentas revueltas vividas en algunas ciudades inglesas en 2001, consecuencia, en realidad, de la falta de oportunidad y empleo de los jóvenes musulmanes de origen asiático, que acabó exacerbando su sentimiento de marginación y discriminación. A todas estas alteraciones se suma un factor con mayor connotación ideológica, como es el de la diversidad cultural, que monopoliza la atención sobre la “integración”, si bien la integración jurídico-legal, laboral, educativa, sanitaria, etc. son factores determinantes de la misma. El concepto de integración, complejo y no siempre utilizado en función de una reflexión y unos fundamentos claros, no se ha entendido y, por tanto, transmitido a nuestras sociedades, como “un proceso de adaptación recíproco entre los inmigrantes y la mayoría”3. Existe una manifiesta tendencia a entender que el esfuerzo de la integración es unilateral sólo por parte del inmigrante, confundiéndolo de hecho con la asimila-
3 R. Bauböck: The Integration of immigrants . Council of Europe, 1994.
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ción, cuando en realidad se trata de un proceso de adecuación mutua en la que la mayoría o población autóctona también tiene que llevar a cabo ciertos cambios (en términos normativos, institucionales e ideológicos). Es un proceso dinámico y bilateral. Así mism mismo, o, la inte integració graciónn tien tienee dos vertientes principales, la socioeconómica y la cultural, y ambas deben complementarse sin enfatizar el peso de la cultura o confundirlas, porque “culturizando” a ultranza todas las situaciones sociales se oculta la incapacidad o la falta de voluntad del Estado para resolver de manera satisfactoria la nueva realidad social, o es, una vez más, la pantalla tras la que se ocultan los verdaderos debates que nuestra sociedad no acaba de afrontar. Por ejemplo, cómo puede organizarse una movilización social y mediática tan enorme en torno al uso de un pañuelo en la cabeza por una niña marroquí en la escuela4, y, sin embargo, no alcancen ni parecida dimensión de reacción social los ataques xenófobos ocurridos en El Ejido en febrero de 2000, o la situación infrahumana de los emigrantes hacinados en un hangar del aeropuerto de Lanzarote, denunciado por prestigiosas organizaciones internacionales de derechos humanos, como Human Rights Watch. De la misma manera, el debate en torno al pañuelo ha ocultado el verdadero debate: lo que está ocurriendo en la enseñanza concertada y su rechazo a acoger niños emigrantes en esas escuelas, todos los cuales deben ser absorbidos por la enseñanza pública. Su concentración en determinados centros en detrimento de su difusión equilibrada plantea importantes problemas de tendencia a la “guetización” y estigmatización de dichos centros de la red pública. Si bien la ley exige un reparto equilibrado, la realidad muestra que se da una enorme concentración no sólo debida a la elección de los propios padres de los niños inmigrantes (saber que en tal colegio les acogen, que hay primos o amigos de los niños ahí estu-
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Nos referimos al caso que se desencadenó cuando se descubrió en Febrero de este año que una niña marroquí llevaba varios meses sin escolarización porque el colegio concertado que le correspondía no le permitía entrar en la escuela usando el hiyab o pañuelo musulmán que cubre la cabeza, pero no la cara. El uso de dicho pañuelo fue presentado por una mayoría social como “una amenaza a nuestros valores modernos”. Los responsables políticos en materia educativa consideraron que la cuestión fundamental era la escolarización obligatoria de la niña e impusieron a una escuela pública su ingreso usando su pañuelo. No obstante, la escuela concertada, donde le correspondía a la niña estudiar, se vio libre de dicha obligación. 30
diando ya, proximidad de la vivienda…), sino también, y mucho, a la negligencia de los responsables educativos que no exigen a los centros concertados que asuman sus obligaciones de aceptación de niños emigrantes ni han implantado enseñanza compensatoria en la mayor parte de los centros educativos5. La integración debe enfocarse desde un punto de vista global donde lo cultural sea un ingrediente, pero que no fagocite toda la dimensión social. Por ello, hay que tener como referencia reflexiones como la que propone Carlos Giménez en su trabajo La integración de los inmigrantes y la interculturalidad. Bases teóricas de una propuesta práctica6, donde, haciendo uso de la am-
plia literatura internacional generada al respecto, concluye en unas propuestas que a nuestro juicio son el camino que debe iluminar las políticas de integración. Es decir, los principios que deben presidir la aplicación práctica de la integración han de ser la igualdad de derechos, condiciones, obligaciones y oportunidades con la población autóctona, así como el principio de la igualdad de culturas y el derecho a la propia identidad; se deben combinar los planteamientos socioeconómicos con los culturales; y se debe trabajar en un marco de interculturalidad porque significa interrelación, dinamismo y adecuaciones mutuas. En este sentido la interculturalidad aleja los peligros de “guetización” que se pueden dar en algunas interpretaciones multiculturalistas (en las que “la tendencia a alentar la separación étnica y cultural y el repliegue comunitario de los individuos, con la excusa de proteger las minorías, se acompaña de la tendencia a hacer de la diferencia cultural el problema principal para la cohesión social, aunque en realidad los problemas son otros”7), sin tener que renunciar al derecho a la propia identidad lingüística, religiosa o cultural. Desde esta concepción intercultural, no se parte de la concepción del inmigrante como sujeto culturalmente diferenciado sin más, sino desde su categoría de sujeto de derechos, inscribiendo su derecho a la diversidad en el marco más amplio de la igualdad general de derechos. Es decir, “la integración es, en suma, el proceso mediante el cual nativos 5 Todos estos factores han sido analizados con detalle en el trabajo realizado por María Cuesta Azofra sobre ‘La escolarización de los hijos de los inmigrantes en España’ publicado en Cuadernos de Información Sindical, Comisiones Obreras, noviembre 2000. 6 Arbor , págs. 119-147, CLIV, 607, julio 1996. 7 M. Martiniello: Sortir des ghettos culturels, pág. 92. Presses de Sciences Po, Paris, 1997, pg. 92.
e inmigrantes reconstruyen la sociedad para devolverle la dinámica anterior que definía su unidad”8. Contra la visión esencialista de lo cultural
En ese modelo intercultural que debemos tratar de construir es de enorme importancia resaltar la necesidad de desembarazarse de las concepciones esencialistas que ven la cultura como un ente inmutable, cerrado y monolítico que determina comunitariamente a toda una colectividad. Científicamente esa concepción esencialista está denostada y deslegitimada, pero no por ello deja de estar muy presente en la concepción de muchos a la hora de hablar de diversidad cultural e inmigración, y de manera particularmente intensa cuando se trata de los musulmanes. Lo cierto es que existe una concepción homogénea de las culturas que no se corresponde con la realidad, ni con la nuestra ni con la de los otros, porque ni la sociedad receptora es homogénea ni tampoco lo es la cultura de quienes vienen de otras áreas geográficas, ya sea la Europa del Este, América Latina o el norte de África. La integración –es un fenómeno constatado–, tiende a reforzar la identidad cultural, pero a su vez impulsa su evolución hacia cambios socioculturales en la búsqueda de adecuación entre la cultura de partida y la de destino. Es un proceso dinámico y no estático que debe tener como marco de referencia sustancial los derechos humanos y el cumplimiento de la ley igual para todos a fin impedir los relativismos culturales extremos (la clitoreptomía, por ejemplo), pero garantizar también el derecho a la identidad cultural (como el pañuelo, que no es un velo que cubra la cara, entre las mujeres musulmanas que deseen ponérselo)9. Otro ejemplo suscitado recientemente es la reivindicación por la Unión de Co-
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Giménez: op. cit, pág. 142. La inadmisible comparación entre el uso del pañuelo y la clitoreptomía realizada por el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales y otros seguidores, es una irresponsable manera de confundir a nuestra sociedad, no sólo, y ya es bastante, porque la clitoreptomía es un delito y ponerse un signo de identidad en la cabeza no, sino también porque da a entender que existe una identificación entre islam y clitoreptomía que es completamente falsa. La ablación del clítoris es una costumbre que lleva el patriarcado a sus últimas consecuencias practicada en la región del África subsahariana. No es ninguna tradición islámica y es completamente inexistente en el mundo musulmán a excepción de Egipto donde, por sus intensas relaciones históricas, comerciales y sociales con el Sudán, fue adquirida e integrada en la cultura local. Por tanto, no existe una sola mujer maCLAVES
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munidades Islámicas a favor de la enseñanza de la religión musulmana en las escuelas. La cuestión no está en si islam sí o no, dejando aflorar una vez más la islamofobia creciente que hay en este país; la cuestión está en que la ley establece que el Estado integra y paga la enseñanza de la religión en la escuela pública (y si hay que hacer un debate, ésa es la cuestión a suscitar) y, por tanto, ese derecho, como indica la ley, pertenece tanto a católicos como musulmanes, protestantes y judíos. Es una cuestión de igualdad ante la ley. ¿Por qué eludimos los verdaderos debates sociales globales y sólo construimos debates falsos y excluyentes en torno a la emigración y, particularmente, cuando llevan “denominación islámica”? La respuesta está en la permanente huida hacia delante de nuestra sociedad sobre los auténticos problemas y en cómo, sin embargo, se ensaña en sus mitos e imaginarios, poniendo al islam y a los musulmanes en su principal punto de mira. Los principales flujos de inmigración hacia España proceden del norte de África (países musulmanes), América Latina y Europa del Este. Pero la cuestión sobre su integración está muy focalizada en los primeros. Los latinoamericanos y europeos del Este son considerados culturalmente más próximos (ambos son católicos; los latinoamericanos comparten la misma lengua y los europeos del Este el mismo espacio europeo). En consecuencia, el discurso español mayoritario se ha articulado en torno a la concepción de que “los musulmanes no son capaces de integrarse” y que por tanto son un potencial conflicto para nuestra sociedad, sus valores e identidad. Se establece la divisoria entre “culturas conflictivas” y “culturas integrables”. integrables”. Identificado entre las primeras, el islam se convierte en factor de distanciamiento y amenaza. Destacados líderes políticos y responsables de la política migratoria desarrollan un discurso público basado en la necesidad de orientar nuestra demanda laboral de inmigración hacia las comunidades latinoamericanas o de la Europa del Este porque su condición de católicos es un factor clave de integración 10. Y la jerarquía católica clama por la amenaza que la expansión de otras religiones puede rroquí sometida a esta cruel práctica y todos los casos de ablación del clítoris conciernen a la población procedente de países subsaharianos, algunos de ellos también de mayoría musulmana, pero que practican tan cruel costumbre no porque sean musulmanes sino por su cultura subsahariana preislámica. 10 Declaración realizada por el delegado del Gobierno para la Extranjería. El País, 12 de marzo de 2001. Nº123
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suponer para la católica en nuestro país, por el hecho de que en algunos establecimientos de enseñanza se imparta lengua árabe y civilización islámica en el marco de la ELCO (enseñanza de lengua y cultura de origen). No deja de ser interesante constatar que los inmigrantes subsaharianos procedentes de los países negros de África, la mayoría de ellos también musulmanes, no son incluidos en esta percepción negativa. Por el contrario, su imagen es la de ser tranquilos y dóciles (es más, ésta es la más frecuente argumentación utilizada por algunos para mostrar que su rechazo contra los magrebíes “no es racismo”). La reacción es en contra de los procedentes del norte de África y el Oriente Próximo, que son los que representan para la sociedad española el mundo del islam “real”. Esta situación no es ajena a toda una serie de prejuicios acumulados con respecto al islam y el mundo musulmán y proyectados en los inmigrantes procedentes de estos países. Y es aún más evidente si se tiene en cuenta que, aunque la inmigración musulmana –sobre todo compuesta de marroquíes– es la mayoritaria, representa un número muy restringido (en torno a 300.000 de una población total de 40 millones). De ahí que el tema de los emigrantes musulmanes deba ser analizado en torno a dos dimensiones paralelas y en contradicción: la de la realidad de los propios musulmanes instalados en los países europeos, donde hay dinámicas de transformación y modernización, y la de la interpretación esencialista que las sociedades de origen hacen monolíticamente del islam y los musulmanes y trasplantan a los emigrantes. Empecemos por la segunda. El paradigma cultural consensuado que el mundo europeo y occidental se ha forjado del mundo musulmán se ha construido en torno a una compleja red de factores y evoluciones históricas. Por un lado está relacionado con la percepción occidental de su supremacía, que comenzó a construirse con el descubrimiento de América y la expulsión de musulmanes y judíos de España. Este momento histórico supuso el comienzo del establecimiento de una geografía nueva unida a la fundación de una ideología que, a través del Renacimiento, elaboró una interpretación selectiva de la historia en la que el Oriente desaparece del pensamiento europeo para asentar el mito –que prevalecerá hasta hoy día–, de que aquél se basa en una sola fuente original grecorromana y judeocristiana. Ignorando
la herencia oriental y la aportación del pensamiento musulmán (a quien se debe el rescate del pensamiento helenístico y su relectura, así como toda una aportación filosófica racional), la contribución científica, cultural e intelectual del mundo islámico, componente que participó en la emergencia del Renacimiento, será autoritariamente expulsada del mito fundador del pensamiento europeo. Mientras amplía sus fronteras al “Nuevo Mundo”, Europa va a ir construyendo una identidad cerrada que se proclama única depositaria de los atributos de la humanidad, inferiorizando a los otros pueblos (otras razas, según la terminología que desde el siglo XVII instaurarán los europeos europeos para establecer establecer jerarquí jerarquías as entre los seres humanos y legitimar su “derecho natural a dominar”). Un segundo “momento” histórico, el de la expansión colonial de los siglos XIX y XX , se traducirá en la europeización del mundo forjando un profundo sentimiento de etnocentrismo cultural. La misión civilizadora tras la que se justifica la dominación, degradación y aniquilación de las poblaciones dominadas tratará de arropar con valores éticos las barbaries que Europa cometió fuera de sus fronteras (sin olvidar el genocidio del “hombre blanco” americano contra la población autóctona india). El acta de Berlín de 1885, con la que los europeos se repartieron el continente africano, decía que las potencias europeas debían “instruir a los indígenas y hacerles comprender y apreciar las ventajas de la civilización”. El ministro británico responsable de las colonias entre 1895 y 1903 afirmará la superioridad de la raza blanca y su civilización, asegurando que “nuestra dominación es la única que puede asegurar la paz, la seguridad y la riqueza a tantos desgraciados que nunca antes conocieron esos beneficios. Llevando a cabo esta misión civilizadora es como cumpliremos nuestra misión nacional en beneficio de los pueblos bajo la sombra de nuestro ámbito imperial”. Por su parte, el francés Jules Ferry proclamaba en el Parlamento el 28 de julio de 1885 el deber “de las razas superiores de civilizar a las inferiores” 11. En aquellas geografías como la china, la india o la islámica donde se habían erigido grandes civilizaciones, la catalogación de “pueblos salvajes” no era posible y frente a ellos se levantó el discurso de su decadencia e incapacidad para salir del oscurantismo que vivían frente al avance civili-
11 Citados por Sophie Bessis en L’Occident et les Autres . págs. 49 y 15, La Découverte, París, 2001.
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zacional europeo. De esta manera en el mundo musulmán, y por supuesto árabe, se llevó a cabo un proceso de denigración de su legado cultural, histórico y civilizacional, presentado como incapaz de progresar y modernizarse. Es decir, todos los elementos culturales pertenecientes al ámbito islámico, incluida la lengua árabe, eran catalogados como regresionistas y bloqueadores de la evolución moderna. Con ello, se forjaba un imaginario europeo lleno de prejuicios hacia lo islámico y se volvía a expulsar autoritariamente el legado intelectual y cultural islámico del mundo de la modernización, apropiada en exclusiva por el modelo europeo. En esta coyuntura histórica se afianzarán las visiones culturales esencialistas destinadas a demostrar que el mundo islámico constituye una cultura cerrada, inmodificable en sus aspectos fundamentales, lo que desemboca en una visión de cultura inferior o atrasada (portadora de tradicionalismo inmutable, irracionalidad, agresividad) determinada a ese destino sin solución. Y el problema radica en que después se denunciarán la dominación política y la explotación económica del colonialismo, pero nunca se pondrá en duda hasta hoy el principio de la supremacía cultural occidental y el esencialismo cultural se seguirá desarrollando. Otro factor determinante va a ser el hecho de que el concepto de esta supremacía penetrará también en las élites nacionalistas que lideraron las independencias y se erigieron en los gobernantes de los nuevos Estados-nación árabe e islámicos, convencidas de que imitar el modelo europeo era la panacea. Los gobernantes de esos Estados nacieron, como la mayoría del Tercer Mundo, tendrán una concepción patrimonialista del poder por su legitimidad histórica (ser los “padres de la patria” que han cumplido la misión histórica de liberar del colonialismo a sus pueblos) y no concebirán la idea del reparto del poder y la alternancia. Así mismo, el sistema de valores poscolonial instauró la modernización política y económica al margen de la legitimación y cultura islámicas, siguiendo el universo simbólico antiislámico del modelo occidental. La “autenticidad islámica”, obsesivamente repetida por la propaganda oficial, quedará completamente al margen de la construcción moderna del Estado, anquilosada e inmóvil, sólo al servicio de la legitimidad del poder y como “prenda de trueque” con el establecimiento religioso institucionalizado por el Estado encargado de garantizar dicha legitimidad y a cambio lograr el control sociocultural y religioso a 32
través de una interpretación ultratradicionalista del modelo de sociedad musulmán. Es decir, siguiendo ese modelo universal basado en la connivencia entre gobiernos autocráticos y establecimiento religioso ultraconservador que conocen y han conocido muchas poblaciones del mundo y que, por tanto, no es nada exclusivo del universo del islam. El Estado, en consecuencia, va a abandonar, e incluso reprimir, como hicieron los europeos, las corrientes modernistas del reformismo musulmán para apoyar a los sectores de ulemas tradicionalistas, “oficializándolos” de manera que sus fatuas 12 queden al servicio del poder como “máquinas de legitimación” de cualquier opción, posición o decisión del régimen. De ahí que en tanto se perennicen las formas de gobierno dictatoriales en el mundo musulmán, éstas irán inevitablemente unidas a versiones retrógradas del modelo sociocultural musulmán, al igual que ha ocurrido en nuestras sociedades. La cuestión está en entenderlo en este marco de explicación sociopolítica. Que existen versiones antimodernas en los países musulmanes, sí; que eso ocurre exclusivamente en esta parte del mundo, no; que ocurre simplemente porque son musulmanes, no. No es una tendencia congénita del islam; es una realidad política que conlleva una protección del patriarcado y el puritanismo y una instrumentalización de la religión al servicio de ese orden. Exactamente igual que ocurrió en la España franquista o en el Chile de Pinochet. La gran contradicción es que, obsesionados por el esencialismo cultural, seleccionamos lo que hay de antimoderno en los países del área árabe e islámica, lo aislamos de la explicación política; y sólo lo utilizamos para constatar nuestros vie jos prejuicios contra el islam: determinante exclusivo del devenir retrasado de sus pueblos y de todo emigrante que llegue a nuestro suelo. Sin embargo, no nos movilizamos activamente en contra de esos poderes dictatoriales protegidos por estrechas alianzas con los Gobiernos occidentales, ni en contra de la violación de los derechos humanos que encubre esa situación, lo que, sin embargo, sería la única vía de contribuir a extender el cambio social y el librepensamiento reformador islámico. Es más, reaccionamos en contra de dinámicas reformadoras en cuanto éstas
12 Dictamen sobre una cuestión en la que cabe duda sobre su legalidad islámica.
vienen con signos de identidad cultural musulmana, para gran satisfacción de los autócratas y de las tendencias rigoristas del islam13. El nuevo orden monopolar y el 11 de septie septiembre mbre
Dos acontecimientos históricos de los últimos tiempos han fortalecido ese sentimiento de supremacía que estructura a la opinión pública, domina el discurso mediático y dicta el magisterio intelectual en nuestras sociedades occidentales, a la vez que han alimentado el prejuicio contra los musulmanes: el nuevo orden monopolar y los atentados del 11 de septiembre de 2001. Con la legitimación del orden monopolar y su compañero de viaje, la mundialización, se ha promovido una dinámica en la que Occidente busca explicar en la diferencia cultural buena parte del origen de los conflictos. No hay que olvidar que fue la guerra del Golfo la primera puesta en escena de ese nuevo orden. No sólo representó la supremacía prema cía de EE EE UU en el mundo, mundo, sino también se utilizó para consolidar la autolegitimación de la supremacía de Occidente frente a los Otros (particularmente árabes y musulmanes). Lo que en teoría era la lucha contra un tirano concreto en un país árabe concreto (si bien para proteger a otros tiranos de la zona) se convirtió en una cruzada cultural global contra el islam en una concepción esencialista que fue muy útil para convencer a casi todos en Occidente y establecer con la anuencia general las líneas fundamentales de la política occidental en la zona: protección de los intereses de Israel, protección de las fuentes energéticas del Golfo, apoyo a las dictaduras árabes aliadas y dependientes de manera patética de Occidente y construcción de una nueva concepción mundial basada en Estados legítimos y Estados “parias” (rogue states) que permite identificar supuestas y aleatorias amenazas para justificar unos enormes gastos militares en la zona (sólo Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait gastaron 44,2 mil millones de dólares entre 19901994, para gran beneficio de las industrias armamentísticas occidentales). La promoción de la democracia y de
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Sobre cómo la amalgama en torno al “fundamentalismo islámico” ha contribuido a intoxicarnos sobre la realidad de lo que verdaderamente ocurre en estos países, al servicio tanto de los intereses concretos de las élites gobernantes locales como de los intereses políticos y estratégicos de los países occidentales, ver mi artículo publicado en esta revista ‘Occidente y los islamistas’, noviembre de 2001. CLAVES
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los derechos humanos quedaron completamente olvidados (sólo hay que leer los informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch), mientras en Occidente se elaboraba toda una literatura ad hoc para, de hecho, eludir el verdadero análisis político y justificar la injusta política occidental en la zona centrando la atención en la “cuestión cultural”, tan querida de nuestro público occidental: en 1993 el norteamericano Samuel Huntington publicaba su teoría sobre “el choque de civilizaciones”14. La teoría del choque de civilizaciones va a ser sobre todo la base ideológica sobre la que se sustente la solemnización de la supremacía occidental y la estigmatización cultural de aquellos actores que en otras áreas geográficas, donde la hegemonía política, económica y militar occidental tiene importantes intereses, se resistan a aceptar dicha hegemonía y superioridad. Construyendo el principio de la amenaza cultural del Otro, se logrará deshumanizar el sufrimiento de las poblaciones civiles que provoca la política internacional occidental. Concretamente a través del miedo en torno al “hecho islámico”, se logrará insensibilizar a las sociedades occidentales con respecto a la situación que padecen kurdos, palestinos, iraquíes, afganos… consecuencia de la confluencia de intereses entre sus dictatoriales gobernantes locales y los del mundo occidenta occidentall (de hecho, hecho, EE UU y Europa). Los atentados del 11 de septiembre pasado en Nueva York y Washington han reforzado de manera alarmante tanto el sentimiento de superioridad occidental como la estigmatización esencialista del mundo musulmán, con una repercusión determinante para los musulmanes viviendo en suelo occidental. Ha resurgido un discurso de corte “neocolonial” que remacha la identificación de Occidente con “el mundo civilizado” y justifica sus acciones en el exterior en función de esa supremacía cultural para, una vez más, reforzar su control y no llevar al “otro mundo” más que arrogancia, opresión y refuerzo de las dictaduras. En los últimos meses hemos vivido un ejercicio de exaltación de las virtudes de “nuestra cultura” a la vez que se
contraponía monolíticamente al mundo musulmán como “medieval”, “primitivo”, “arcaico” 15… Se ha hecho por parte de muchos (demasiados) una representación binaria que presenta el ataque de septiembre –adjudicado a un grupo terrorista concreto– como una confrontación entre dos modelos, dos mundos monolíticos en oposición, e incluso, en “guerra”, el occidental y el musulmán. Ni el mundo musulmán se siente identificado con Al Qaeda, ni Al Qaeda representa al mundo musulmán. Es una red, una banda terrorista limitada y concreta, por lo que nada explica que se hable o se escriba sistemática y remachadamente de “terrorismo islámico”. Es una ofensa a la dignidad de millones de musulmanes, como lo sería para otros si se hablase de terrorismo católico, protestante o judío. Frente a esto, entre las poblaciones árabes y musulmanas cunde un sentimiento enorme de “humillación” (concepto de gran calado cultural porque significa que le niegan a uno el respeto y la consideración) por el cúmulo de conflictos a los que la comunidad internacional “civil “civilizada izada”” no muestra verdadera voluntad de ayudar a resolver con justicia y democracia. Pero esa situación, lejos de generar en nuestras sociedades un sentimiento de simpatía por su condición de víctimas, los deshumaniza con la ayuda del esencialismo cultural antiislámico y los transmuta en falsos enemigos y potenciales amenazas en masa “porque odian nuestra civilización y nuestros valores”. Todo ello nos lleva a constatar que el discurso sobre la amenaza islámica o el conflicto civilizacional islam-Occidente que predomina en las sociedades occidentales, es sobre todo, el instrumento a través del cual se busca legitimar ante nuestras sociedades occidentales los efectos que la política occidental causa en el mundo musulmán. Unido a esto, ha habido una presentación mediática tan intensa extendiendo la idea de que cualquier musulmán en Europa puede ser un terrorista agazapado (y si está bien integrado más aún) que estamos alimentando una xenofobia de la que no somos conscientes o tratamos de eludir e ignorar con consecuencias sociales que, co-
mo siempre, lamentaremos demasiado tarde16. Buena parte de los detenidos como presuntos individuos vinculados a Al Qaeda no han podido ser acusados en firme por falta de pruebas (lo cual puede que no sea ajeno al celo policial puesto en la “caza contra el terrorista islámico” cuando lo que hay es muchos opositores políticos contra los regímenes dictatoriales de sus países de origen, que les designan ante sus aliados políticos europeos como “terroristas” para lograr también su persecución en Europa); en cualquier caso esos detenidos representan una milésima parte de los musulmanes que viven en Europa (en torno a 13 millones); la capacidad de reclutamiento de Al Qaeda es tan limitada como la de todos los movimientos terroristas; y, desde luego, los españoles, irlandeses o franceses no se convierten globalmente en sospechosos universales porque existan ETA, el IRA o el Frente de Liberación Nacional Corso. Frente a esto, se está aprobando una legislación antiterrorista “sólo para extranjeros” completamente estigmatizadora contra los emigrantes –y en estos momentos concretamente los los musulmanes– musulmanes– (tras EE EE UU, el Reino Unido es por el momento el primer caso en Europa: ha sacrificado su adhesión a un articulado de la Convención Europea de Derechos Humanos); se está aceptando en nuestro civilizado espacio común un trato degradante e indigno contra los prisioneros de Guantánamo, lo cual no resalta exactamente la diferencia civilizacional que pretende representar Occidente. Todas estas cuestiones son las que nos tienen que hacer reaccionar y pensar, escapando de la dualidad bloqueadora dominante: la angelización del modelo occidental y la sospecha generalizada ante “lo musulmán”. La diversa realidad de los emigrantes musulmanes en Europa
El primer elemento a destacar sobre la realidad de los musulmanes afincados en los países de Europa es que se ha desarrollado en el marco de una dinámica propia, consecuencia de diversos factores que atañen a su experiencia particular en suelo europeo. Por un lado, a partir del momento en que conciben su devenir y el de sus hijos como futuros ciudadanos europeos, el planteamiento de los emigrantes musulmanes so-
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Huntington publicó su teoría en 1993: (Foreign Affairs, núm.3, págs. 22-49), y es sin duda el que más popularidad ha alcanzado, pero es interesante resaltar que desde el mismo momento en que terminó la guerra del Golfo esta literatura comenzó a abrirse camino: Barry Buzan (1991) ‘New Patterns of Global security in the Twenty-First Century’, International Affairs, 67, núm. 3, págs. 431-451. Nº123
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15 No
hay más que hacer un trabajo de hemeroteca para constatar esta realidad. De hecho, parcialmente, pero suficientemente descriptivo, ya se ha hecho en el trabajo realizado por el Centro de Estudios Africanos de Barcelona: L’evolució de la imatge de l’immgrant en els diaris mes llegits a Catalunya des prés de l’11 de setembre de 2001.
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No es ajeno a esta situación que los trabajadores marroquíes estén siendo discriminados laboralmente a favor de otras nacionalidades. La reciente denuncia de esta realidad por el Defensor del Pueblo en Andalucía (El País, 6 de marzo de 2002) es la primera confirmación institucional institucional de lo que viene v iene ocurriendo en toda España desde hace tiempo. 33
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bre sí mismos cambia, como ocurre a cualquier otro colectivo en las mismas circunstancias: la cultura de la discreción propia de quienes se veían en una situación provisional y de tránsito en país ajeno es sustituida por una afirmación y reelaboración de su identidad como musulmanes que van a formar parte de la nueva sociedad que les acoge. Así, a la vez que manifiesten su voluntad de integrarse manifestarán también su deseo de visibilizar sus signos de identidad en un marco de igualdad de culturas, practicar su religión, que sus hijos no pierdan ciertas referencias de origen,, étce origen étcetera tera.. Ese ascenso de la identidad musulmana es consecuencia de la propia percepción de esos musulmanes europeos sobre sí mismos y de su condición de minoría dentro de una sociedad plural y no una derivación del desarrollo del llamado “fundamentalismo islámico” como de manera demasiado frecuente se ha transmitido a nuestras opiniones públicas. Es decir, es resultado de una dinámica interna europea y no influencia directa de acontecimientos exteriores que, coincidiendo con este proceso, han inundado los medios de comunicación presentados como amenaza para Occidente (revolución iraní, guerra del Golfo, guerra civil en Argelia, Argeli a, atentados contra las Torres Torres Gemelas, por no citar más que los más relevantes). Lamentablemente la lectura “totalizadora” y en clave estrictamente negativa que se realiza en nuestras sociedades, analizada más arriba, lleva de manera general a uniformizar las conductas individuales y a subestimar la importancia de las dinámicas de transformación en curso con respecto a la cultura y religión islámicas (a pesar de que la historia del islam muestra que las maneras de ser musulmán varían sustancialmente en función de los contextos histórico y social), ocultando la relación moderna y diferenciada que las nuevas generaciones de musulmanes están desarrollando en el marco del islam17: en Europa les queda por descubrir su nueva condición de minoría donde se han de integrar en un nuevo orden de valores culturales que puede ofrecerles derechos y posibilidades de desarrollo que en sus países de origen no tienen. Por ello, en lugar de sucumbir a las visiones simplistas que entienden la visibilidad musulmana en Europa como una peligrosa deriva comunitaria, la comprensión del islam en Europa debe combinar una
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Gema Martín Muñoz (ed): Islam, Modernism and the West . Londres, IB Tauris & St. Martin’s Press, Nueva York, 1999. 34
doble observación en términos positivos: cómo Europa está cambiando al islam, y cómo el islam está cambiando a Europa. Euro-
pa está cambiando al islam porque la experiencia de la democracia y el pluralismo está renovando el debate sobre la articulación entre islam y democracia. Es decir, el estatuto de los musulmanes como una minoría en Europa implica profundos cambios en la identidad y la práctica musulmanas, sobre todo, entre las nuevas generaciones nacidas ya en suelo europeo. La consolidación de las segundas y terceras generaciones de musulmanes en Europa no sólo está motivando importantes transformaciones en la vivencia islámica de estos jóvenes (se sienten europeos, se asocian, reorientan su formación religiosa, redefinen las modalidades de sus actividades sociales…), sino que está obligando al mundo musulmán a reconsiderar su forma de actuar y su posición intelectual con respecto a Europa. Es decir, el islam no sólo refuerza o crea lazos comunales para resistir la globalización (visión monolítica del islam para muchos), sino que puede proveer las fuentes que alimenten nuevas formas de individualización y modernización y contribuir a la integración de los inmigrantes en suelo europeo. Porque al ser el islam el más social de los monoteísmos, como dijo Jacques Berque, vive un proceso de transformación permanente. El islam está cambiando Europa porque está modificando su marco cultural y se está convirtiendo en un importante componente del mundo occidental, obligado a gestionar la demanda de diversidad cultural que, guste o no, es una realidad ineludible. Sin duda éste es un proceso en marcha que se encuentra en sus primeros estadios y que exige, más allá de la teoría, un trabajo empírico que vaya identificando y estudiando dicha evolución. No obstante, las investigaciones hasta ahora realizadas nos permiten realizar varias constataciones. La primera de las constataciones sería el carácter transnacional que va adquiriendo la realidad musulmana en Europa. A diferencia de las redes étnicas iniciales, todo indica que en los años por venir el lazo no se creará en torno a un lugar nacional o cultural de origen, sino a partir de un lazo universal de pertenencia común a la Umma (concepto extraterritorial que agrupa a toda la comunidad de musulmanes). En este sentido, el examen del futuro va dirigido a saber cómo las nuevas generaciones, en su mayoría nacidas y educadas en suelo europeo, más seguras de sí mismas y beneficiándose de las aportaciones de ambas culturas, van a vivir su pertenencia islámica, elabo-
rando reajustes y reinterpretaciones que sepan adaptarse a esa nueva realidad cultural en la que se integran en minoría. En este marco, hay dos factores sociológicos del islam que funcionan a favor de la transformación y modernización. Por un lado, la inexistencia de iglesia y, por tanto, de una voz única que establezca la interpretación unívoca del dogma. El proceso de interpretación y relectura es, de hecho, abierto y autónomo, y en buena medida depende de la capacidad de generar autoridad y consenso social para ser aceptado y asumido por un grupo o una franja social amplia. De ahí, que en los propios países del área islámica, si bien la opresión de las dictaduras busca monopolizar el control de la interpretación e imponerla a la sociedad (dinámica dominante) mediante modelos antimodernos, existen otras interpretaciones reformistas cuya existencia no se conoce en Occidente porque rompe nuestro paradigma paradig ma cultu cultural ral conse consensuad nsuadoo en bases esencialistas sobre el universo del islam. Por otro lado, la condición de minoría de los musulmanes en Europa, les enfrenta a su replanteamiento sobre quienes son y cómo deben ser en su adecuación a esa nueva realidad, en tanto que en el país de origen es automático, una herencia. Ello impulsa la reinterpretación y transformación en función de su nueva realidad en un entorno sociocultural distinto y mayoritario. Todo ello, entiéndase bien, no quiere decir que vayan a dejar de ser musulmanes, pero sí que hay un gran potencial de legitimación desde el islam de una nueva interpretación modernizadora. Hoy día muchos musulmanes que viven en Europa o ya europeos resaltan la visibilidad de su diferencia como una identidad distintiva y reclaman participar como ciudadanos de pleno derecho siendo respetados como musulmanes. En este marco de necesaria adecuación a un entorno no musulmán, los musulmanes están llamados a hacer dos cosas, tal y como indica uno de los más destacados representantes de este nuevo islam europeo, el profesor de filosofía de la Universidad de Friburgo, Tariq Ramadán: “nuestras fuentes son efectivamente el Corán y la tradición del profeta (Sunna), y no existe en nosotros la idea de elegir una parte de este corpus, de prescindir de una parte, sino, por el contrario, renovar su lectura. Una primera actitud es, pues, la de la globalidad de todos los textos, los cuales deben ser sometidos a relectura en función del contexto en el
18 Entrevista publicada en: Confluences Méditerranée, núm. 32, pág. 57, 1999-2000.
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que se vive”18.
No obstante, todo esto es un proceso complejo que no puede desarrollarse en un abrir y cerrar de ojos y en el que, además, se conjugan muchos factores que pueden impulsarlo o entorpecerlo. Las reacciones de la sociedad europea mayoritaria es, desde luego, determinante; y en ese sentido el panorama existente más arriba analizado no es exactamente impulsor, porque se orienta a no aceptar la vertiente musulmana europea. Por otro lado, se impone un conocimiento mucho más profundo de estas dinámicas y de los diferentes actores presentes en el espacio del islam europeo hoy día, a fin de que las instituciones y los responsables políticos en la materia sepan bien el terreno que pisan y cómo actuar a favor de los sectores reformistas. Europa debe apoyar a ese islam reformista y autónomo y garantizar su independencia; y también vigilar la influencia de aquellos sectores vinculados a ciertos Gobiernos que representan un islam tradicionalista y reaccionario y que buscan controlar los espacios del islam en suelo europeo (entiéndase en este marco al tristemente famoso pero felizmente minoritario imam de Fuengirola19). Muchas veces la resistencia a facilitar la construcción de mezquitas, oratorios o centros culturales desde las instituciones locales ofrecen a estos sectores la posibilidad de financiarlas y así extender su influencia desde esos espacios. Esto no es una realidad que afecte sólo a la religión islámica, porque esa situación se da también entre los actores de las otras religiones; pero ya que a los musulmanes en nuestro suelo se les pide un visado de de perfección perfección que no se le pide a nadie, habrá al menos que contribuir seriamente a ello. Por otro lado, el liderazgo musulmán en Europa se enfrenta en sí mismo a importantes desafíos como el de estructurarse frente al “bricolaje” actual existente, entre otras razones porque los Estados, de acuerdo con su tradición de relación con las religiones, piden que los musulmanes se estructuren en un conjunto unitario; habrán de afrontar la transición entre los líderes de la primera generación y los de la segunda, porque el islam en Europa tendrá en poco tiempo un componente mayoritario de segundas y terceras generaciones, y, lo que es muy importante, la incorporación pacífica del islam en nuestras sociedades depende Nos referimos al imam de la mezquita de Fuengirola que el año pasado publicó un opúsculo defendiendo el recurso de los hombres a pegar a sus mu jeres de acuerdo con lo que para él es la lectura correcta del Corán. CLAVES
lo hacían los españoles que en los años cincuenta dejaban su pueblo de Jaén y ponían el pié en Berlín o Bruselas, o como tampoco hacen otros emigrantes que llegan a nuestro país procedentes de Ecuador o Rumania. Claro que se dan y se van a dar actitudes patriarcales, que por otro lado se siguen manifestando también en sectores de nuestra sociedad profunda, porque nuestra presunta homogeneidad, de la que se parte en esta representación sobre la emigración, es completamente falsa. El problema está en que se buscan con lupa esas situaciones relacionadas con musulmanes para colocarlas en la primera línea de la información y del debate social e interpretarlas exclusivamente como una amenaza para nuestra sociedad “pura”, distorsionando la realidad e intoxicando intoxi cando a nuestra opinión opinión pública pública con un envasado ideológico contra el islam con consecuencias excluyentes y discriminatorias21. El problema añadido es que, por estar aún en un estadio muy incipiente, la emigración musulmana se encuentra aún muy desestructurada y desorganizada, con una falta importante de élites y liderazgo; por tanto, no existe una elaboración de respuestas en reacción a la xenofobia e islamofobia emergente que contrarreste esta situación. Se trata, sobre todo, de una mayoría silenciosa sin mecanismos de respuesta ante la visión generalizada de que “es incapaz de integrarse”. En conclusión, el panorama es complejo, tiene multitud de dimensiones y plantea un reto social que hoy por hoy sólo encuentra respuestas a través de la improvisación y los prejuicios. n
20 Interesantes son las propuestas que en este sentido apunta Edward W. Said en: Covering Islam.
How the media and the experts determine how we see the rest of the World . Vintage books, Nueva York,
1997.
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también de la capacidad de ese liderazgo para producir una contra-información que contrapese las visiones esencialistas y negativas predominantes y formar interlocutores creíbles que debiliten la percepción sobre ellos como extranjeros hostiles y, por el contrario, sean vistos como una realidad local20. En España, como en Italia, todo este proceso es aún muy embrionario en relación a otros países europeos de larga tradición receptora de inmigración. En nuestro país, por el momento, las reivindicaciones culturales y religiosas están en un estadio incipiente y proceden de una minoría, y sobre todo de conversos, en tanto que las preocupaciones principales siguen siendo las socio-económicas. No obstante, todo parece indicar que en el seno de los barrios más poblados por estos inmigrantes está emergiendo un liderazgo religioso autónomo desde donde podría surgir un trabajo de adaptación o de reelaboración entre la identidad musulmana y su realidad en suelo español. Por ello, es enormemente preocupante que cuando aún no ha comenzado en nuestro país un proceso de organización, visibilización, integración en la vida política y social de los musulmanes y su liderazgo, como lleva ocurriendo desde hace mucho tiempo en otros países europeos, en nuestra sociedad exista una sobredimensión del “hecho musulmán”, buscando con lupa las imperfecciones de todo emigrante musulmán y haciendo noticia sensacionalista de ello. Y esto, que se halla más en nuestras cabezas que en la realidad, es fruto de la absoluta falta de contextualización del emigrante entre su realidad de origen y la de destino, cuando, sin embargo, es un componente inevitable de todo aquél que decide asumir la experiencia de ver desorganizado su marco de vida, sus referencias culturales y su forma de comunicación y de acción, venga del país que venga y practique la religión que practique. La aproximación al emigrante se hace de manera aislada como si acabase de nacer en nuestro suelo y no tuviese un pasado y otra experiencia. Pero por el hecho de poner el pié en Algeciras los emigrantes no se transforman en impecables modernos, como no
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21 Por supuesto que también se alzan voces, aunque minoritarias, denunciando esta situación. Véase el artículo de Joan Barril ‘Lupa para todos’ publicado en El Periódico de Cataluña el 26 de febrero de 2002.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del
Mundo Árabe e Islámico en la Universidad Autóno35
LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO SILVINA ÁLVAREZ
a reivindicación de los derechos de las mujeres cuenta con una larga historia que en los países occidentales ha conseguido plasmarse en la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, una igualdad formal que en muchos casos es un logro muy reciente. A pesar de estas importantes conquistas, las mujeres de los países más democráticos y ricos del mundo siguen luchando para superar las innumerables desigualdades que en distintos ámbitos de la vida –públicos y privados– las enfrentan con actitudes sexistas. Resulta por ello alentador ver que a veces la opinión pública, los medios de comunicación y quienes representan el poder político se interesan por preservar –o tal vez deberíamos decir materializar– el principio de igualdad entre los sexos, aunque en algunos casos no queda claro si se trata de un interés genuino o de una mera excusa para manifestar otros sentimientos menos igualitaris igualitaristas. tas. Así parece haber sucedido a raíz de la polémica en torno a la alumna Fátima Elidrisi, a la que en un principio se le impidió asistir a un colegio financiado por el Estado si no lo hacía sin cubrirse el cabello con un velo o pañuelo. La polémica en torno a ésta y otras cuestiones que ponen en evidencia el creciente pluralismo de la sociedad española parece tan inevitable como positiva en la medida en que da cuenta de la creciente integración de los inmigrantes en los distintos ámbitos de la vida pública. Como sabemos, polémicas similares milar es han tenido tenido lugar ya en en otros países del entorno europeo en los que la inmigración es una realidad que comenzó hace tiempo1. Sería lamentable, sin embargo,
L
1 La resolución tomada en Francia por el Conse jo de Estado, en la que se estableció que los alumnos y las alumnas de las escuelas públicas tenían derecho a expresar sus creencias religiosas siempre que con ello no interfiriesen con el proceso de enseñanza, es de noviembre de 1989.
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que una desacertada solución de estas cuestiones alimentara la segregación y el odio en lugar de servir para aumentar las oportunidades de integración y autonomía para las mujeres. En los párrafos que siguen expongo algunas de las ideas que parecen estar detrás de las inquietudes que suscitan algunos comportamientos que identificamos con culturas determinadas, con el fin de intentar ver con algo más de claridad cuáles son los intereses que libran la batalla entre las culturas. Los derechos en juego
Varios argumentos de distinta naturaleza se han alegado para justificar el malestar que puede producir la presencia de una niña con velo. Se ha hablado de los límites a las manifestaciones religiosas en el ámbito escolar, se ha debatido sobre la legitimidad de la defensa del multiculturalismo, se invoca la tolerancia como un presupuesto que no puede contemplar la vulneración de derechos fundamentales y se defiende también la igualdad entre niños y niñas, que debe ser manifiesta en un aula donde se aspira a educar sin sesgos sexistas. En estos argumentos subyacen al menos cuatro valores que las sociedades democráticas consagran en sus constituciones y que sus Estados han convertido en intereses jurídicamente protegidos, es decir, en derechos. Se trata de la libertad religiosa, el derecho a la educación, la igualdad entre los sexos y la tolerancia. Esta última, la tolerancia, actúa como un principio que refuerza el ejercicio de los derechos subjetivos. Tal ejercicio debe ser protegido siempre que no vulnere derechos de otras personas, es decir, siempre que nuestras acciones no comporten un daño o una invasión a la esfera de autonomía de otros individuos. Así, la interferencia estatal está justificada sólo cuando se produce una lesión de este tipo y no lo
está cuando la intervención responde al deseo de realizar ciertos valores, como los religiosos, que revelan preferencias sobre la vida buena que deben quedar reservadas a las elecciones privadas de las personas; este tipo de actitudes intervencionistas por parte del Estado suelen incluirse dentro de lo que se denomina perfeccionismo estatal. Si estos valores están en juego, entonces resolver la cuestión planteada por el pañuelo (utilizo este término para referirme al velo que sólo cubre el cabello, o hi yab, y no a otro tipo de velos) respecto de si es admisible o no que las niñas asistan a la escuela con él, exige ponderar dichos valores o principios para ver en el caso concreto cuál de ellos debe prevalecer. Si todos son valores que reconocemos como legítimos intereses a proteger, cuando se plantean conflictos entre ellos hay que dilucidar cuál es aplicable en el caso en cuestión, sin que hacerlo signifique rechazar o despreciar unos valores a favor de otros. Se trata, en cambio, de permitir su realización de una manera coherente. Veamos, en primer lugar, la libertad religiosa. Resulta complicado delimitar cuál es la extensión de lo permisible como manifestación de la libertad religiosa, pero parecería claro que aquellos preceptos o acciones que vulneren los principios del Estado liberal no podrían subsistir al amparo de la libertad religiosa. Sin embargo, la mayoría de las religiones imponen límites a las acciones de sus fieles 2, y, aunque estos límites pueden formar parte de la decisión autónoma de la persona adulta, son menos fáciles de aceptar cuando son impuestos por los padres a menores de edad. El pañuelo que utilizan las mujeres musulmanas es, indudablemente, una
2 Ver Michael Walzer: Tratado sobre la tolerancia, pág. 83. Paidós, Barcelona, 1998.
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forma de manifestación religiosa. Se trata de un símbolo que da a conocer una cierta fe y un cierto credo, del mismo modo que lo hace la cruz que muchos cristianos y cristianas llevan colgada al cuello. Puede haber razones para pensar que la simbología de uno y otro elemento no es la misma, y tal vez algunas de las razones que pueden estar detrás del uso del pañuelo nos obliguen a reflexionar sobre otro de los valores en cuestión: la igualdad entre los sexos. Pero en lo que respecta al uso del pañuelo como exteriorización de una fe religiosa, la musulmana, cuya práctica está permitida por la libertad de credos, no se aprecia ninguna consecuencia directa, ni para la menor que viste de esta manera ni para el resto de sus compañeros de clase, que justifique la prohibición del pañuelo. En este sentido parece interesante analizar el argumento según el cual el elemento diferenciador que introduce la niña con velo en medio de una clase en la que ninguna alumna lleva velo alteraría las condiciones de igualdad que deben imperar en el aula para que se pueda llevar a cabo un proceso de aprendizaje en igualdad. Claramente no se trataría en este caso de un daño infligido directamente a una persona, sino de un daño difuso que repercutiría indirectamente en el resto de las niñas y niños de la clase, así como en las enseñantes, que se encontrarían con dificultades en el momento de aprenNº123
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der y enseñar, respectivamente, el valor de la igualdad. Incluso admitiendo las connotaciones de desigualdad entre los sexos que pudiera reflejar el uso del velo, este argumento resulta difícilmente sostenible cuando el hecho se produce en un contexto en el que la presencia de este elemento diferenciador es claramente minoritaria y en la que los contenidos de una enseñanza impartida de acuerdo con los principios de la educación laica y liberal tienen una clara posición dominante. Hay otros casos de manifestaciones inequívocamente discriminatorias en los que sería interesante que se planteara el debate en torno a los efectos perjudiciales que dichas manifes-
taciones pueden tener con miras a la consolidación de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres: mensajes publicitarios, discursos pronunciados por personas que ostentan algún grado de autoridad pública, políticas empresariales o laborales, son algunos de estos casos. El pañuelo de una niña musulmana dentro del contexto referido, en cambio, no parece generar los efectos perturbadores pretendidos. Esto nos introduce directamente en la cuestión de la igualdad. Aunque dentro del mundo islámico existe una gran variedad de manifestaciones religiosas y sociales, muchas de las sociedades de los países en los que el islam es la religión imperante muestran ejemplos de comportamientos y actitudes que nos dan sobradas razones para pensar que el velo, en sus diversas formas (algunas claramente humillantes, como el burka), denota una situación de inferioridad de la mujer con respecto al varón en cuanto a su capacidad de elección y decisión. La poligamia, el repudio, la lapidación, la rígida estructura patriarcal que invisibiliza a las mujeres y anula su capacidad de decisión, en muchos casos la imposibilidad de acceder a la educación, la ablación del clítoris, la falta de derechos civiles o políticos y la desigual participación en el culto religioso son algunas pautas de la situación de la mujer en algunas sociedades en las que el uso de algún tipo de velo es una exteriorización –a veces inofensiva en sí misma– de otras y más profundas diferencias 37
LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO
entre varones y mujeres. Esta condición de marginación y subordinación que sufren algunas mujeres puede presentarse como una amenaza para las sociedades occidentales que han logrado consolidar importantes niveles de igualdad. Sin embargo, condensar la situación de las mujeres musulmanas en algunos países en la figura del pañuelo de una alumna en una escuela de nuestro entorno es dar un salto importante. Aceptar a una niña con velo en una escuela pública no implica aceptar la ideología de discriminación u 38
opresión que podamos representarnos detrás del pañuelo, precisamente porque el pañuelo en sí no tiene connotaciones discriminatorias; estas connotaciones las agregamos cuando, como observadores con cierta información, ligamos el pañuelo a actitudes que sí conllevan un trato diferencial y discriminatorio. Por otro lado, no se puede dejar de considerar, al sopesar los valores en juego, el derecho a la educación. Asumir una postura intransigente con respecto al pañuelo podría llevar, en la práctica, a buscar soluciones alternativas, como permitir la educación en casa3, que pueden resultar inconvenientes para la educación de las niñas afectadas, o incluso a negar la posibilidad de educación. La mejor forma de ofrecerles la posibilidad de escoger entre distintas formas de vida es integrarlas en un ámbito que pueda enseñarles esos principios de libertad, autonomía e igualdad que creemos que enriquecen nuestras acciones. La visualización de éste y otros aspectos de la religión y su irrupción en el ámbito público (en lugar de su reclusión al estricto e impenetrable ámbito privado) ayuda más que amenaza al debate y la discusión en torno al alcance de sus aspectos simbólicos. Podría sostenerse que los padres y las madres pueden pedir a sus hijas que utilicen el velo en distintos ámbitos de la vida privada pero que deben asistir sin él a la escuela. Esta posición, que responde a la necesidad de garantizar que el ámbito privado sea una esfera protegida en la que el Estado no debe intervenir, no debería impedirnos ver algunos de los problemas que la teoría feminista ha puesto de manifiesto a propósito de la situación de las mujeres en el ámbito doméstico. Suele ser en el restringido contexto del hogar en el que algunas mujeres se ven privadas de sus derechos. En muchos casos es de puertas adentro donde se encuentran más desprotegidas y donde padecen las peores situaciones de opresión; la violencia doméstica es el mejor ejemplo de ello. La escuela, en cambio, como espacio público especialmente custodiado, es precisamente el ámbito en el que menos probablemente el pañuelo pueda transformarse en un elemento de estigmatización o desprecio. La escuela pública ofrecerá a las niñas la oportunidad de conocer cuáles son sus derechos, mientras que el hogar puede llegar a ser un escenario de impunidad
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En Estados Unidos se siguió esta solución en el caso de los amish. Ver Michael Walzer (págs. 79 y sigs., 1998).
para la discriminación. Se podría alegar que si se acepta el pañuelo o hiyab, luego se tendrá que aceptar también el chador o quizá el burka, o incluso se tendrá que llegar a modificar el contenido de la educación recibida si es que los padres objetan que sus hijas asistan a clase de educación física, de natación o de biología. El argumento del efecto dominó, sin embargo, suele ser un mal argumento ya que la coherencia en la utilización de ciertas soluciones a ciertos casos indica que no hay por qué aplicar soluciones idénticas a casos distintos. Precisamente, la dificultad de la tolerancia está en saber qué tolerar y qué no. Las diferencias culturales o el polémico multiculturalismo pueden variar en un espectro de casos de intensidad tan diferente que exigen un análisis más detallado para poder evaluar sus consecuencias. Generalmente, los problemas se plantean cuando entran en conflicto los principios o valores considerados universales, aquellos que normalmente llamamos derechos humanos. Entre los derechos humanos y la diferencia cultural
Existe entre la defensa de los derechos humanos y la reivindicación de la diferencia cultural (o, planteado en otros términos, entre la defensa de los derechos individuales, por un lado, y la defensa de supuestos intereses colectivos, por otro) un continuo de casos que podríamos someter a consideración a fin de evaluar los conflictos que se presentan y las posibles soluciones en juego. Algunos de estos casos, que podríamos ubicar en los extremos del continuo, presentan una solución clara. Así, por ejempl ejemplo, o, si un colec colectivo tivo de mujeres decide preservar una vestimenta particular que las identifica con su grupo étnico, usando tejidos y colores que no sólo las definen como integrantes de ese grupo sino que las diferencian respecto de otros grupos, no veríamos en principio fuentes de conflicto. Una decisión tal no sólo no estaría vulnerando los derechos humanos de las mujeres involucradas, sino que sería expresión de los mismos, expresión de la autonomía de la voluntad, y podría ser a su vez una manifestación de creatividad estética o artística. A este caso podríamos llamarlo un caso fácil, que no nos enfrenta con la necesidad de tener que optar entre la preservación o no de la conducta en cuestión porque dicha conducta no interfiere con valores cuya vulneración suscite conflictos. La preservación de los distintos hábitos que podemos llamar culturales surge en la medida en CLAVES
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SILVINA ÁLVAREZ
que las personas crean pautas y formas de comportamiento que valoran especialmente y con las que a menudo suelen sentirse mejor para llevar a cabo sus decisiones y planes de vida, y la aceptación de la diferencia tiene lugar precisamente en la medida en que las mencionadas pautas no vulneren esos principios garantes de la autonomía individual que conocemos como derechos humanos. Podemos pensar también en casos que se encontrarían al otro extremo del continuo. Pensemos, por ejemplo, en una cultura en la que las tradiciones propias de un grupo enseñan a sus integrantes que las mujeres son simples objetos sexuales al servicio de los varones y que éstos son dueños de la vida de aquéllas, pudiendo decidir sobre todos sus aspectos. Un caso como éste no nos haría dudar en ningún momento a la hora de decidirnos por la defensa de los derechos humanos de la mujer para impugnar una práctica como la señalada, que vulnera el más elemental derecho de la mujer a decidir sobre su propia vida. En un caso tal no consideraríamos válida la invocación del relativismo cultural y entenderíamos que una tradición de esta índole, por arraigada que estuviera y ancestral que fuera, debería quedar eliminada al amparo de los derechos humanos. Éste sería entonces otro caso fácil, pero ubicado en el otro extremo del continuo, ya que si en el primer caso nos decidíamos a favor de la diversidad cultural, en este último nos decidimos a favor de los derechos humanos. ¿Por qué resultan claros estos casos? ¿Qué tipo de relativismo está en juego en una y otra situación? En el caso de la diversidad en el vestir, lo que estamos aceptando es la existencia de una diversidad respecto de costumbres que podemos llamar triviales o moralmente irrelevantes. Al hacerlo aceptamos la diversidad de hechos o acciones que no encierran en sí mismos valor moral ni generan conflictos de carácter ético o moral. El hecho de que las mujeres de una comunidad étnica elijan vestirse de rojo no contiene en sí mismo ninguna connotación moral; vestirse de rojo –o de verde o de azul– no es valioso ni disvalioso. Lo valioso es reconocer el derecho a escoger opciones diferentes. El segundo caso es distinto del primero. En el ejemplo que considera a las mujeres como objetos sexuales, aceptar la diversidad, y con ella el relativismo, equivaldría a ignorar que hemos pasado del terreno de la cultura al terreno de la moral y que, por tanto, los criterios de evaluación en uno y otro caso no pueden ser los mismos. Si aplicamos los mismos criterios de evaluaNº123
CLAVES
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ción que en el primer caso estaremos aceptando el relativismo moral. Esto se opone a la defensa de los derechos humanos, que, como derechos morales, se distinguen por ser universales, absolutos e inalienables 4. Por tanto, si defendemos los derechos humanos como principios universalizables, nos vemos obligados a rechazar el relativismo moral5. Estos dos casos constituyen casos fáciles por encontrarse, como he intentado explicar, en los respectivos extremos del continuo que va de la sola diversidad cultural (como enunciado descriptivo) a los derechos humanos (como premisa normativa de contenido moral). Podríamos reformular el caso de la diversidad en el vestido agregando algunos elementos que lo transformen en un caso moralmente relevante. Dijimos que las mujeres de un grupo étnico determinado pueden reivindicar su especial forma de vestir como una característica de su identidad grupal e individual. En esta formulación es esencial remarcar que cada una de ellas elige preservar la tradición en el vestido, ya que el supuesto cambiaría si dentro del colectivo hubiese mujeres que rechazaran aceptar esta tradición. ¿Podría en tal caso obligarse a una integrante de dicho grupo étnico a vestir conforme a las pautas colectivas? ¿Pueden sacrificarse derechos individuales –el derecho a la autonomía personal, a la libertad de elección– para proteger supuestos derechos colectivos? El ejemplo del vestir puede parecer trivial; sin embargo, existen supuestos en los que decidir si priman los derechos individuales sobre las decisiones de la comunidad, o viceversa, adquiere una especial relevancia. (Piénsese, por ejemplo, en grupos en los cuales se rechace la medicina moderna: ¿podría el Estado intervenir para proteger los derechos de una persona al momento de ser necesaria una intervención quirúrgica para proteger su vida?). Los conflictos que surgen a raíz de algunos postulados religiosos suelen presentar casos cuya solución no siempre es fácil.
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Ver Francisco Laporta (1987): ‘Sobre el concepto de derechos humanos’, en Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho , número 4; Silvina Álvarez (2000): ‘Derechos humanos de las mujeres y relativismo cultural’, en Pilar Pérez Cantó y Elena Postigo Castellanos (eds.), Autoras y protagonistas . Universidad Autónoma de Madrid. 5 La fundamentación de los principios morales da lugar a importantes discrepancias, en cuyo análisis no voy a extenderme aquí. Sólo podría señalarse que, incluso si cuestionásemos la fundamentación objetivista de la moral, podríamos convenir en el alto consenso que avala la aceptación de algunos de los mencionados principios como valores susceptibles de ser objeto de las más diversas preferencias individuales.
Mientras la libertad de culto es un derecho ampliamente reconocido, no cualquier práctica religiosa resulta compatible con la defensa de los derechos humanos. No basta con invocar la religión para defender ciertas prácticas. No podemos alegar las enseñanzas de los libros considerados sagrados como argumento válido en favor de la subordinación de la mujer. En primer lugar, y sin entrar en el contenido de las prácticas que se pretenda defender, porque la religión es una cuestión de fe individual en ciertas creencias y ninguna pauta social –intersubjetiva– válida puede basarse en una cuestión de fe individual, sino que debe hacerlo en principios susceptibles de ser aceptados por todos y por todas 6. Otra vez, aquí nos encontraríamos con casos fáciles y casos difíciles. Mientras que los casos de mutilación resultan claros, otros casos, en cambio, tienen más aristas. El uso del velo se ha presentado como un caso en el que se revelan distintos derechos en juego. ¿Puede su uso entenderse como equivalente a la opción por un tipo determinado de vestimenta o, por el contrario, debe interpretarse como un signo de sometimiento de la mujer respecto del varón, violándose en tal caso el derecho de igualdad de las mujeres respecto de los varones? El caso de la mutilación genital de las niñas suscita una repulsión instantánea7, basada en la violación de derechos tan elementales como la integridad física o la capacidad para decidir sobre el propio cuerpo, que está muy alejada de las inquietudes que pueda despertar el uso del velo. Puede pensarse, sin embargo, que, en el caso del pañuelo de las niñas musulmanas, las razones últimas que están detrás de la idea de ocultar una parte del cuerpo que a los varones se les permite hacer visible son las mismas que subyacen a otras prácticas que nos resultan tan aberrantes como la ablación del clítoris: razones que tienen que ver con la consideración de la mujer como un ser sin capacidad de decisión sobre su propio cuerpo, un ser sobre el que disponen otros. Puede ser que esto sea así en muchos casos o que lo haya sido en el origen de la práctica, aunque en otros casos las razones que algunas mujeres mu6 Ver Ernesto Garzón Valdés: Cinco confusiones acerca de la relevancia moral de la diversidad cultural,
CL AV AV ES ES D E R AZ Ó N P R Á CTICA C TICA , julio/agosto 1997, pág. 11. 7 En la declaración de Pekín (IV Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre las Mujeres; Pekín, China, 4-15 de septiembre de 1995) se subraya con especial énfasis el rechazo de las costumbres, tradiciones y pautas religiosas que someten a la mujer a prácticas como la mutilación genital femenina. 39
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sulmanas tienen para usar un velo son variadas y responden en muchos casos a una decisión personal. Pero incluso si considerásemos que las razones subyacentes son las mismas y tan reprochables en un caso como en otro, el hecho de llevar un pañuelo no repercute sobre la niña de la misma manera en que lo hace la irreversible y cruel acción de someterla a una mutilación, y, por tanto, la respuesta en uno y otro caso no tiene que ser la misma. Por último, las consideraciones de tolerancia no parecen mal invocadas cuando se trata del uso de un pañuelo. Sabemos que la tolerancia debe funcionar como un mecanismo para la convivencia entre distintas concepciones de la vida, siempre que lo tolerado no vulnere aquellos principios que sustentan la propia idea de tolerancia. Llevar una cruz colgada al cuello y llevar un pañuelo en la cabeza son manifestaciones religiosas que, en tanto símbolos, no difieren demasiado la una de la otra 8. Como expresión de los principios religiosos que alimentan dichos comportamientos, el velo puede aparecer en algunos supuestos como portador de una simbología de discriminación. Pero no sólo el velo respecto de la religión musulmana. Quienes profesan otras religiones a menudo están consintiendo también muchos comportamientos discriminatorios, como los que tienen lugar en la jerarquía de la Iglesia católica, en la que las mujeres no pueden acceder a los mismos cargos de responsabilidad que los hombres ni visten de la misma manera. Volviendo al caso que nos ocupa, impedir el uso del velo exigiría una argumentación que fuera más allá del simple hecho de llevar un pañuelo, una argumentación que no parece basarse en la existencia de un daño claro y cuya consecución llevaría a cuotas importantes, y probablemente indeseables, de intervencionismo estatal9.
siderar a las personas como titulares de los derechos que reconocen y protegen su capacidad para decidir sobre sus propias acciones como tiene sentido hablar de pluralismo y diferencia10 (de ahí que la defensa de los derechos de las mujeres y de la igualdad con el varón en el ejercicio de tales derechos debe hacerse en nombre de las propias mujeres y no de las culturas o las religiones a las que ellas puedan adherirse). No se trata, por tanto, de preservar tales derechos en nombre de ninguna identidad colectiva –y me atrevería a decir que tampoco en nombre de la identidad personal, pero esto exigiría mayores precisiones–. La noción de identidad no es más que una construcción social, a veces peligrosa, que puede constreñir a las personas a permanecer fieles a comportamientos, costumbres o tradiciones que a menudo son fuente de desigualdad y opresión. Las culturas suelen reflejar una asignación diferenciada de posiciones sociales que legitima el mayor poder o prestigio de unas personas sobre otras11. Algunas culturas y comunidades han defendido su creencia en la superioridad del varón ario: Occidente lleva consigo una larguísima tradición patriarcal 12 reflejada en reglas sociales que confieren las posiciones de poder y prestigio a los varones y las tareas de cuidado y crianza a las mujeres. Algunas culturas creen todavía tener el derecho de mutilar a las mujeres o de condenarlas a la reclusión y la invisibilidad. Otras comunidades confieren derechos asimétricos respecto del matrimonio: ellos –y no ellas– pueden tener varias esposas, sobre las que deciden. Los derechos de las mujeres han sido ampliamente negados por las estructuras de dominación de muchas y variadas culturas, y en la historia de la vindicación de 10
Para que la vindicación no se interrumpa
Preservar la libertad de expresar, a través de símbolos, la propia religión (o la de los padres, como suele ser el caso cuando se trata de menores) no debe confundirse con la defensa de la diferencia cultural como bien en sí. Los derechos, como el de libertad, tienen su justificación en el reconocimiento del individuo como sujeto cuya autonomía debe ser protegida. Es a partir de con-
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Ver Anna Elisabetta Galeotti: ‘Citizenship and equality. The place of toleration’, en Political Theory , vol 21, núm. 4, págs. 585-605, noviembre 1993. 9 Galeotti, op. cit ., ., pág. 588. 40
Ver Francisco Laporta: Inmigración y respeto, en CLA LAVE VESS DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA , julio/agosto 2001, págs. 64-68. 11 Ver Virginia Maquieira: ‘Cultura y derechos humanos de las mujeres’, en Pilar Pérez Cantó (coord.), Las mujeres del Caribe en el umbral de 2000 . Dirección General de la Mujer, Consejería de Sanidad y Servicios Sociales y Comunidad de Madrid, págs. 171-203, 1998. 12 Ver Silvina Álvarez (2001): ‘Feminismo radical’, en E. Beltrá Beltránn y V. Maqui Maquieira eira (eds.), (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos , págs. 104 y sigs., Alianza, Madrid; Kate Millet (1970): Política sexual , Cátedra, Madrid (trad. de Ana María Bravo García, revisada por Carmen Martínez Gimenos); Celia Amorós (1991): Hacia una crítica de la razón patriarcal , Anthropos, Barcelona. 13 Ver Cristina Sánchez: ‘Modernidad y ciudadanía: el debate ilustrado’, en E. Beltrán y V. Maquieira (eds.), op. cit .,., págs. 17-35. 14 Ver Elena Beltrán: ‘La mística de la feminidad: el problema que no tiene nombre’, en E. Beltrán y V. Maquieira (eds.), op. cit .,., págs. 89-92.
los derechos de la mujer la lucha por el acceso a la educación y la cultura ha sido una constante de quienes nos precedieron. Lo fue para la inglesa Mary Wollstonecraft y las ilustradas de la edad de la razón13; para las radicales, las socialistas y las liberales, que con Betty Friedam denunciaban en Estados Unidos ese malestar generado por el eterno retorno a la mística de la feminidad14; para las sufragistas, que pedían el reconocimiento de su individualidad como ciudadanas para poder salir de la minoría de edad política a la que estaban sometidas. En España, mujeres como Concepción Arenal (disfrazada de varón para poder entrar en las aulas universitarias), Emilia Pardo Bazán o María de Maeztu (que insistiera en el principio de la coeducación, la educación conjunta de niños y niñas, y, podríamos agregar, de niños y niñas de creencias plurales), entre muchas otras, vieron en la educación la condición indispensable para lograr la autonomía y la igualdad. Desde los márgenes de la historia oficial, las mujeres no han interrumpido una tradición de reivindicación de sus derechos, que no es de dos o tres generaciones, sino de siglos, y que está aún lejos de haber llegado a su fin. Esgrimir el argumento de la igualdad entre los sexos para exigir a una niña musulmana que deje su velo al entrar en las aulas es un mal argumento: no sólo porque olvida considerar los otros derechos en juego en la situación creada, sino porque en nombre de la igualdad interfiere con una decisión individual cuyo supuesto daño no queda configurado por el solo hecho de la presencia del pañuelo. A esto se suma el interés prioritario que para el logro de esa misma igualdad entre mujeres y varones tiene el derecho a la educación. Un interés genuino por las desiguales oportunidades que tienen las mujeres frente a los varones debería fijar la vista en reforzar la preparación y la integración de las niñas en contextos más favorables para el desarrollo de sus elecciones autónomas. El derecho a la educación –a una educación no sexista– parece confirmar su actualidad y nos emplaza a defenderlo, para que la vindicación no se interrumpa. n
[Agradezco a Francisco Laporta y Elena Beltrán sus valiosos comentarios a este texto.]
Silvina Álvarez es profesora de Filosofía del DereCLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº123
¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA? MANUEL ARAGÓN
1. Las previsiones constitucionales: un parlamentarismo “racionalizado” “racionalizado”
La transición política española instauró una democracia que, como cualquiera de las que existen en el mundo, se articula, primordialmente, a través de la representación. La democracia constitucional es, por principio, democracia representativa, sin que el caso de Suiza, tan peculiar, venga a desmentir por completo esta afirmación. Por ello las formas de participación directa de los ciudadanos en el ejercicio del poder, previstas en nuestra Constitución o en otras constituciones próximas (por ejemplo, la francesa o la italiana) mediante la figura del referéndum, se presentan como un complemento, pero no como una sustitución, de la participación indirecta a través de representantes libremente elegidos. Más aún, en términos jurídicos, tales vías de participación directa han de considerarse como excepciones (y por lo mismo interpretables restrictivamente) frente a la regla general de la democracia representativa. De ahí que en los Estados democráticos el Parlamento constituya la pieza fundamental de la organización política, hasta el punto de dar su nombre al modelo actual de democracia representativa. La democracia parlamentaria es, pues, la forma común del Estado constitucional democrático de nuestro tiempo. Y ello es así incluso en los sistemas presidencialistas, donde el poder ejecutivo también es producto de la elección popular pero donde el Parlamento sigue siendo, constitucionalmente, el máximo poder del Estado al estarle atribuida la capacidad de adoptar, por medio de las leyes, las decisiones políticas más importantes. Sin embargo, no cabe duda de que, al menos en teoría, la función del Parlamento aparece acrecentada en los llamados sistemas parlamentarios; es decir, en los Estados con forma parlamentaria de gobierno, donde, a dife42
rencia de los sistemas presidencialistas, la Cámara legislativa es el único poder que recibe la inmediata legitimación popular. Por ello, en el sistema parlamentario el Ejecutivo ha de gozar de la confianza de la Cámara, que aparece así no sólo como la institución encargada de hacer las leyes, sino también como la institución de la que emana el gobierno, al que controla hasta el punto de poderlo derribar mediante un voto de censura. Este último es nuestro sistema, consecuencia de la doble opción por la democracia mocra cia y la monarquía monarquía.. El Estado Estado democrático, en una república, puede tener como formas de gobierno la presidencialista o la parlamentaria; parlamentaria; el Estado Estado democrático, en una monarquía, difícilmente puede tener otra forma de gobierno distinta de la parlamentaria. Ahora bien, dentro de la forma parlamentaria de gobierno caben diversas modalidades según la manera específica en que se regulen las relaciones entre el legislativo y el Ejecutivo. Nuestra Constitución optó por un modelo de parlamentarismo “racionalizado” mediante el establecimiento de determinadas reglas que, de un lado, favorecen la estabilidad gubernamental y, de otro, realzan notoriamente la figura del presidente del Gobierno. Si acudimos a una terminología bien conocida puede decirse que en España el sistema parlamentario no es de “Gabinete”, sino de “canciller”” o de “primer ministro”. “canciller La estructura de la forma de gobierno está muy clara en el texto constitucional. Allí aparece, incluso, su propia definición (una “Monarquía parlamentaria”, art. 1.3); así como la declaración de que el parlamento es la institución directamente representativa de los ciudadanos (“las Cortes Generales representan al pueblo español”, art. 66.1) y a la que compete el control del Ejecutivo (“controlan la acción del Gobierno”, art. 66.2)
mediante una serie de dispositivos entre los que destacan la investidura parlamentaria del presidente (art. 99), la votación de confianza (art. 112) y la moción de censura (art. 113); como contrapartida, el presidente del Gobierno puede proponer al Rey la disolución de las Cámaras (art. 115). A partir de esas líneas básicas, definidoras de unos rasgos en buena parte comunes de cualquier sistema parlamentario, lo que importa verdaderamente es analizar cuáles son los caracteres específicos de nuestra forma de gobierno, esto es, su singularidad respecto de otras del mismo género. Para ello conviene examinar, en primer lugar, el tipo de Parlamento que la Constitución establece, ya que, por principio, se trata de la institución central del sistema. Las dos Cámaras, Congreso de los Diputados y Senado, que componen nuestras Cortes Generales, pese a que existan diferencias en el modo de elección de sus miembros (sistema electoral proporcional corregido para el Congreso y mayoritario corregido para el Senado), responden al mismo tipo de representación. Ambas se integran por elección directa de los ciudadanos y, en uno y otro proceso electoral, la circunscripción es también la misma: la provincia. La minoría de senadores elegidos por los parlamentos de las comunidades autónomas, precisamente por la escasa importancia de su número en relación con el total de la Cámara, no supone una verdadera alteración de aquel esquema representativo. En ese sentido, la declaración constitucional de que el Senado es “la Cámara de representación territorial” (art. 69.1) alcanza muy escasa (por no decir ninguna) operatividad1. La primera característica de nuestro Parlamento bicameral es, pues, la duplicidad representativa. La segunda característica es la duplicidad funcional en todo lo que se refiere a la CLAVES
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potestad legislativa. En ese plano podría hablarse de un bicameralismo por repetición, en cuanto que el procedimiento legislativo ha de reiterarse, de modo sustancialmente idéntico, en una y otra Cámara, con la salvedad de que la mayoría absoluta requerida para las leyes orgánicas sólo se exige en el Congreso (art. 81.2 CE) y de que, como es razonable, en caso de conflicto en la elaboración de cualquier ley prevalece la voluntad de una de las Cámaras (el Congreso) sobre la voluntad de la otra (el Senado) (art. 90 CE). La tercera característica es el monopolio por el Congreso de la verificación de la responsabilidad política gubernamental. El Gobierno sólo “responde solidariamente en su gestión política ante el Congreso de los Diputados” (art. 108 CE). Es el Congreso el que vota la investidura del presidente del Gobierno (art. 99 CE) y, en consecuencia, sólo ante el Congreso puede plantear el presidente del Gobierno la cuestión de confianza (art. 112 CE), correspondi correspondiéndole éndole también únicamente al Congreso adoptar una moción de censura (art. 113 CE). En nuestro
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De ahí la necesidad de reformar el Senado para convertirlo en Cámara de auténtica representación territorial, como exige un Estado compuesto de tan amplia e intensa distribución territorial del poder como lo es el actual Estado autonómico español. Sin embargo, las dificultades para ello son grandes; y no sólo porque para dotar de efectividad a esa Cámara habría, muy probablemente, que modificar la Constitución, sino porque las diferencias “políticas” de nuestras comunidades autónomas hacen sumamente improbable la existencia de una Cámara de integración territorial como debiera ser el Senado.
sistema, pues, al no participar el Senado de ninguna manera en la relación de confianza, los instrumentos más característicos de la forma parlamentaria de gobierno no se ejercen de manera bicameral, sino unicameral. Es cierto que la función parlamentaria de control se desempeña, además, por otros medios (preguntas, interpelaciones, etcétera) de los que sí dispone el Senado de igual manera que el Congreso; pero la exclusividad de éste sobre la exigencia de responsabilidad política hace que aquellos otros medios pierdan en el Senado una buena parte de su eficacia. El monopolio del Congreso se extiende, además, a otras materias. Así sólo el Congreso convalida o deroga los Decretos-Ley (art. 86.2 CE), autoriza la convocatoria de referéndum (art. 92.2 CE) e interviene en los procesos de declaración o prórroga de los Estados de alarma, excepción y sitio (art. 117 CE). Frente a ello, la única competencia que monopoliza el Senado es la aprobación de las medidas extraordinarias de intervención estatal en las comunidades autónomas (art. 155 CE). Una vez expuestas, muy resumidamente, las características de las Cortes
Generales, procede examinar el tipo de Gobierno que la Constitución ha previsto2. Como antes se dijo, nuestro modelo de parlamentaris parlamentarismo mo “racionalizado”” destaca “racionalizado por la pretensión de fomentar la estabilidad gubernamental y por la relevancia que se otorga a la figura del presidente del Gobierno. El instrumento básico para lo primero es la configuración “constructiva” de la moción de censura, a la manera alemana. Para poder presentarse, la moción de censura habrá de incluir un candidato a la Presidencia del Gobierno; y, para que triunfe, habrá de obtener la mayoría absoluta de los miembros del Congreso (art. 113 CE). En consecuencia, no es suficiente, para derribar al Gobierno, que haya una mayoría en la Cámara contraria a su permanencia; ha de haber, al mismo tiempo, una mayoría absoluta que, censurando al Gobierno, apoye a un nuevo presidente. Es innegable que esta fórmula fomenta la estabilidad gubernamental; pero también que facilita notablemente los Gobiernos de minoría, habida cuenta, además, de que la investidura del presidente del Gobierno sólo requiere de mayoría absoluta del Congreso en la primera votación, bastando en la segunda la mayoría simple (art. 99.3 CE). Sobre la posición preeminente del presidente del Gobierno en la estructura
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que ha conc concret retado ado o des desarro arro llad o la Ley 50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno, en la que se contienen todas las precisiones acerca de la configuración del Gobierno, del estatuto de sus miembros, del presidente del Gobierno, del Gobierno “en funciones” y, en general, del régimen jurídico de los actos del Gobierno. 43
¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?
del Ejecutivo, la Constitución es bastante clara. No se trata sólo de que aparezca al presidente como auténtico “director” del Gobierno y no exactamente como un “primer ministro”, lo que es patente (“el presidente dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de los demás miembros del mismo”, art. 98.2 CE), sino también de que esa función directora se encuentra muy reforzada en la medida en que es el presidente (y no el Gobierno) el que recibe la primera confianza de la Cámara: en el acto de investidura se elige un presidente y no un Gobierno que, obviamente, aún no se ha formado. La cuestión de confianza la puede plantear el presidente (sobre “su programa o sobre una declaración de política general”, art. 112 CE), previa deliberación del Consejo de Ministros, claro está, pero sin que ello convierta en colegiada una decisión que sigue siendo personal. La moción de censura se presenta frente al Gobierno, pero su triunfo no supone sólo el cese de éste, sino además la elección automática de un nuevo presidente, esto es, el otorgamiento de una nueva confianza a otra persona (y no a otro Gobierno). Y en fin, es el presidente, previa deliberación del Consejo de Ministros, pero “bajo su exclusiva responsabilidad” quien puede proponer al Rey la disolución de las Cámaras (art. 115.1 CE). El Gobierno responde solidariamente de su gestión ante el Congreso de los Diputados, pero los ministros responden, individualmente, de sus propios cometidos ante el presidente del Gobierno (esa parece ser la interpretación correcta que se deriva del 98.2 CE), que libremente propone al Rey su nombramiento y cese (art. 100 CE). En resumen, puede decirse que el Gobierno lo es del presidente y no de la Cámara o de la mayoría de la Cámara. Esta preeminencia del presidente se refuerza aún más en la medida en que determinadas decisiones le están atribuidas personalmente, esto es, como órgano separado, y no al Consejo de Ministros. Así, la propuesta de convocatoria de referéndum (art. 92.2 CE) o la facultad de interponer el recurso de inconstitucionalidad (art. 162.1.a) CE). 2. La práctica política: entre el parlamentarismo “presidencial” “presidencial” y parlamentarismo parlamentarismo “presidencialista” “presidencialista”
La concepción clásica del parlamentarismo según la cual el Gobierno está subordinado al Parlamento, del que recibe su legitimación y al que ha de rendir cuentas permanentemente de su gestión como si fuese una especie de comisión delegada del órga44
no que representa a la soberanía popular, no se corresponde hoy exactamente con la realidad. La organización de la democracia a través de los partidos políticos ha originado una notable alteración en aquel viejo esquema que, por lo demás, nunca llegó a funcionar como idealmente se había concebido. Hoy los partidos, y no los parlamentarios individuales, son, por lo general, los verdaderos protagonistas de la actividad de las Cámaras. La disciplina de partido ha hecho que sea el Gobierno el que dirija a su mayoría parlamentaria, invirtiéndose la relación de subordinación, hasta el punto de que ha podido decirse que en la actualidad es el Parlamento el comité legislativo del Gobierno. Por todo ello, la posibilidad de que triunfe una moción parlamentaria de censura es bastante remota y, y, en consecuencia, la responsabilidad política del Gobierno parece más una proclamación retórica que una regla efectiva. Por otra parte, el sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas (que es el español por obra de la Ley Electoral) potencia la disciplina interna en el seno de los partidos y, por lo mismo, la cohesión de los grupos parlamentarios. Los reglamentos de las Cámaras contribuyen a acentuar la dependencia de los parlamentarios respecto de sus correspondientes grupos, de tal manera que son los portavoces o presidentes de éstos los auténticos directores (o impulsores) de las actividades parlamentarias. La nueva forma de la responsabilidad política es la de una estructura jerárquica bien distinta a la “ideal” subordinación del Gobierno al Parlamento. Esa estructura ahora, en un buen número de países, pero muy especialmente en España, es la que descansa en la subordinación del parlamentario individual a su jefe de grupo, la de éste a su partido y la del partido a su líder. Como el líder del partido mayoritario es (o suele ser) a su vez el presidente del Gobierno, éste ocupa la cúspide del poder; a él están subordinados el Gobierno, el partido y el grupo parlamentario, esto es, a él está subordinada la voluntad del Ejecutivo Ejecutivo y del legislati legislativo. vo. Esta situación no parece, en modo alguno, una perversión del sistema, sino su normal consecuencia si añadimos, además de los factores ya aludidos, la forma de gobierno de la Unión Europea (que potencia a los Ejecutivos y, sobre todo, a los primeros ministros o presidentes del Gobierno) y, por 3 Es cierto que el fenómeno ocurre también en los demás sistemas parlamentarios europeos, pero entre nosotros se manifiesta con mayor intensidad debido, sobre todo, al sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas.
supuesto, la realidad de unas elecciones parlamentarias, como las españolas3, que, por obra de una propaganda en la que predomina sobre todo la imagen, se manifiestan más como elecciones plebiscitarías que como elecciones representativas, es decir,, como elecciones decir elecciones no tanto a diputados o senadores cuanto a presidente de Gobierno. Los aspirantes a parlamentarios que componen las listas electorales quedan en muy segundo plano; puede decirse incluso que se difuminan, máxime cuando la relación de los aspirantes con la circunscripción en la que se presentan o no existe o juega muy escaso papel. Celebradas las elecciones y constituidas las nuevas Cámaras, los parlamentarios continúan virtualmente en el anonimato: la suerte del Gobierno, las leyes que se dicten, los Presupuestos que se aprueben, no van a depender ni de sus discursos ni de sus decisiones, sino de los jefes de sus respectivos grupos políticos, que serán los que actúen en los debates parlamentarios más importantes y los que les impartan instrucciones para votar de una u otra manera. Ahora Aho ra bien bien,, la difu difumina minació ciónn de los parlamentarios individuales no tendría por qué conducir necesariamente a la difuminación del parlamento; sólo llevaría a un parlamento oficialmente numeroso, pero virtualmente reducido: un Parlamento de jefes de grupo, es decir, un parlamento de “portavoces”. Ocurre, sin embargo, que la forma en que están organizados en nuestro país los debates parlamentarios contribuye a que incluso ese parlamento reducido continúe difuminado. De un lado, el presidente del Gobierno, que sí se somete (por fin, desde hace sólo varios años) periódicamente a las preguntas de los parlamentarios (en las llamadas “sesiones de control” en el Congreso de los Diputados), no interviene con asiduidad en los debates, reservándose generalmente para las grandes ocasiones. De otro, los debates se celebran con muy escasa vivacidad: los miembros del Gobierno y los portavoces de los grupos ocupan sucesivamente la tarima de oradores y leen (muy pocas veces improvisan) sus discursos preparados. Por último, los problemas políticos importantes no siempre son tratados de inmediato en el parlamento, con el consiguiente desprestigio de éste. A todo ello ha de añadirse la tendencia a “consensuar” las grandes decisiones (e incluso, las que han de revestir forma de ley) con los llamados “protagonistas sociales”, utilizándose a las Cámaras como órganos de mera ratificación de lo ya acordado fuera de ellas. CLAVES
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Es cierto que el Parlamento español trabaja y que es una imagen muy poco fidedigna de la actividad parlamentaria la que a veces se propaga con ocasión de una eventual sesión en que aparezcan vacíos la mayoría de los escaños. Se presentan infinidad de preguntas e interpelaciones, se preparan proposiciones de ley (aunque muchas no prosperen), se hacen y discuten enmiendas a los proyectos de ley presentados por el Gobierno, hay un continuo laborar en ponencias y comisiones. En esas tareas desempeñan un gran papel los parlamentarios individuales. Pero ello trasciende muy poco a la opinión pública, que sólo recibe del Congreso y del Senado las imágenes que transmiten sus plenos. Y no podrían ser de otra manera, ya que a los ciudadanos, más que las cuestiones técnicas, lo que les interesan son los auténticos problemas políticos, esto es, los que, por su propia naturaleza, debieran tratarse en el pleno de la Cámara. La falta de protagonismo del parlamento provoca un vacío en la vida democrática de un país que suele ser llenado por otras instituciones: especialmente por los medios de comunicación y por la judicatura. No se trata, en modo alguno, de que estos nuevos protagonistas vengan a invadir campos que no son suyos. Una sociedad democrática no puede existir sin una prensa libre, se decía hace ya más de un siglo; hoy podríamos añadir: ni sin una radio y una televisión libres. Un Estado de derecho no lo es tal sin control jurisdiccional. El problema surge cuando el control social y el control jurisdiccional del poder han de sustituir casi enteramente al control parlamentario. En ese caso los ciudadanos tienen muy poco que ganar y la democracia parlamentaria mucho que perder perder.. Podría pensarse, sin embargo, que esta práctica política de la forma parlamentaria de gobierno no tiene necesariamente, consecuencias negativas, sino que en realidad lo que supone es la transformación del sistema, que de parlamentario habría pasado a ser presidencialista, produciéndose una especie de mutación constitucional mediante la cual, sin cambiar la letra de la Constitución y por obra de la práctica política, tendríamos en España una forma de gobierno más próxima a la de Estados Unidos que a la del Reino Unido (que siempre ha sido el modelo de la monarquía parlamentaria). Nuestro presidente del Gobierno disfrutaría, igual que el norteamericano, de una legitimación democrática directa, pues al fin y al cabo nuestras elecciones, formalmente parlamentarias, son realmenNº123
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te presidencialistas. Que no responda, de facto, un presidente así (ni “su” Gobierno, y aquí aparece otra analogía con el modelo norteamericano) ante el Parlamento es lo que ocurre en el modelo presidencial presidencialista; ista; y ello no significa que ese modelo no sea democrático: al fin y al cabo, el presidente responde ante el pueblo, que lo elige. Que el presidente comparezca poco (y muchas veces tarde) ante el Parlamento, también sería normal: en Estados Unidos, salvo en situaciones de crisis, sólo va a la Cámara para pronunciar el discurso anual “sobr “sobree el estado de la Unión” (aquí, y otra vez surge la analogía, ya está importada la figura: el debate “sobre el estado de la nación”). Ahora bien, un diagnóst diagnóstico ico así sería sumamente engañoso. En primer lugar, por los impedimentos “constitucionales” con que tropezaría, ya que sistema presidencialista y monarquía son difíciles de conjuntar. Un presidente del Gobierno elegido tendería, por la fuerza de las cosas, a desplazar excesivamente al Rey, que tiene unas funciones constitucionalmente establecidas y cuyo encaje, con un ejecutivo de elección popular, podría resultar muy problemático. No en vano la Jefatura del Estado hereditaria ha podido subsistir en el Estado democrático en la medida en que se ha residenciado en el Parlamento, y no en el ejecutivo, la representación popular; esto es, en cuanto que la Monarquía es “parlamentaria”. Pero, aparte de ello, el diagnóstico seguiría siendo engañoso en cuanto que tampoco se correspondería con la realidad pues no es cierto que, pese a los obstáculos teóricos antes expuestos, la práctica haya conducido a un sistema presidencialista. Ese sistema se basa en la separación de poderes; la práctica política que se ha expuesto lleva a lo contrario: a la confusión entre Parlamento y Gobierno, es decir, a la unidad del poder “político”, del que estaría separado sólo el poder jurisdiccional. En un sistema presidencial, los ciudadanos eligen al Parlamento, y en otra elección bien distinta al presidente, con la consecuencia de que, al recibir ambas instituciones, de manera independiente, la legitimación popular, la coincidencia partidista entre mayoría parlamentaria y presidente no tiene por qué darse, necesariamente; esa coincidencia, en cambio, es requisito del sistema parlamentario. Pero como la práctica política ha hecho que en este sistema no sea el Gobierno el que esté sometido a la mayoría parlamentaria, sino ésta la que esté dirigida por aquél, se da la paradoja de que en una estructura constitucional como la presidencialista, no basada
por principio en la relación de confianza entre Legislativo y Ejecutivo, puede haber (y lo hay, de hecho, al menos en el caso norteamericano) mayor control parlamentario del Gobierno que en aquel otro sistema teóricamente sustentado en la confianza y el control. En España, el presidente compone libremente “su” Gobierno; en Estados Unidos, los secretarios de los departamentos (y otros altos cargos, entre ellos los embajadores) los designa el presidente, pero no libremente: tales nombramientos requieren de la aprobación, por mayoría de dos tercios, del Senado. Si la comparación la extendemos al control presupuestario y a la eficacia de las comisiones parlamentarias de investigación, la diferencia se acrecienta aún más en favor del sistema norteamericano y en detrimento del nuestro. En resumen, nuestra práctica política del sistema parlamentario no parece que haya originado su mutación en un sistema presidencialista, presidencia lista, sino más bien su transformación en un híbrido en el que se reúnen muchos de los inconveniente de aquellos dos sistemas y muy pocas de sus ventajas. El resultado es una mezcla de presidencialismo incompleto y de parla parlamenta mentarism rismoo distorsionado, es decir, una amalgama que produce el debilitamiento de la división de poderes y la correspondiente atonía de la democracia parlamentaria como forma de organización política. Porque una cosa es el parlamentarismo de presidente de Gobierno (o incluso, si se quiere, el parlamentarismo “presidencial”) y otra bien distinta su aparente transformación, que creo patológica, en un parlamentarismo “presidencialista”. 3. Parlamento y democracia
3.1. Democracia y control del poder
Como la práctica ha demostrado y la razón reconoce, la libertad de los ciudadanos sólo puede garantizarse si el poder se encuentra limitado. De ahí que esa libertad sea incompatible con el poder absoluto, aunque éste se atribuya al pueblo. La democracia directa, que quizá pueda ser un complemento eficaz de la democracia representativa, no es capaz, sin embargo, de organizar por sí sola un sistema de gobierno respetuoso con la libertad, ya que ésta no es producto de la identidad, sino de la distinción. Por ello, el Estado constitucional, cuya base es la democracia representativa y cuya estructura descansa en la división del poder, ha sido la única forma histórica capaz hasta hoy, de garantizar al mismo tiempo la libertad y la democracia (ambos términos, en realidad, se requieren 45
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mutuamente, puesto que la libertad de los ciudadanos sólo está asegurada si la soberanía pertenece al pueblo y éste es soberano únicamente si está compuesto por personas libres). Siempre al dividir se distribuye, por eso la división del poder significa su distribución: una distribución de potestades y de competencias, esto es, de capacidad de actuar, que supone la asignación de medios, pero también de ámbitos para ejercitarlos. Si no hay distribución, obviamente no hay limitación. De ahí la ineficacia de una división que distribuyese con arreglo a criterios exclusivamente formales. Para que la distribución (y con ello la limitación) sea efectiva ha de articularse, además, a través de criterios materiales. Y así ocurre en el conjunto de divisiones que caracterizan al Estado constitucional. En primer lugar, en la división más básica o primaria: la que distingue el poder constituyente del poder constituido constituido.. Distinción que da el ser a la Constitución misma y que se basa tanto en ingredientes formales (el modo de actuar del poder constituyente –aquí vale decir del poder de emanar la Constitución y de cambiarla– ha de tener unas formalidades diferentes al modo de actuar del poder constituido) como en ingredientes materiales (el poder constituido no puede hacer lo mismo que el poder constituyente, esto es, ha de ser un poder materialmente limitado). En segundo lugar, en la división del propio poder constituido, organizado por la Constitución en un entramado de órganos a los que están asignados formas y ámbitos distintos de actuación. Al margen de que el entendimiento clásico de la división de poderes haya sufrido transformaciones, lo cierto es que el esquema básico de tal división es la que distribuye en órganos diferentes las potestades de legislar, gobernar y juzgar, potestades que para estar respectivamente aseguradas (reservadas) han de incluir tanto elementos formales como materiales. De igual manera, ambos tipos de elementos deben darse en la división territorial del poder y, por lo mismo, en la correspondiente distribución territorial de competencias. Poder dividido es, pues, poder limitado (formal y materialmente), pero las limitaciones sólo pueden ser efectivas si están garantizadas, esto es, si van acompañadas de los correspondientes instrumentos de control. No hay democracia sin limitación y no hay limitación sin control. De ahí que el control sea elemento inescindible de la democracia; o hablando en términos jurídicos, en cuanto que el Estado 46
constitucional no es otra cosa que la democracia juridificada, que el control sea elemento inseparable del concepto de Constitución. 3.2. La necesidad de “parlamentarizar” el régimen parlamentario
Si aceptamos, y la práctica no ha hecho más que confirmar esta afirmación de Kelsen, que la democracia no puede ser más que parlamentaria, parece claro que su suerte está ligada, entonces, a la del propio Parlamento, que es sin duda la pieza capital del sistema. El Parlamento constituye (o debe constituir) la institución central de la democracia como forma de Estado, es decir, del Estado constitucional democrático, sea su forma de gobierno parlamentaria o presidencialista. Y ello es así, en primer lugar, porque la representación política tiene allí (en una Cámara de composición plural) su más fiel expresión; en segundo lugar, porque el control político del Ejecutivo sólo en el Parlamento puede ejercerse de manera permanente u ordinaria; y, en tercer y último lugar, porque únicamente a través de los debates parlamentarios pueden alcanzar suficiente legitimación democrática las decisiones del poder público (difíciles de predecir en el momento del voto popular y más difíciles aún de cubrir con el genérico y periódico mandato electoral). En Estados Unidos, ejemplo de país presidencialista, la fortaleza del Parlamento no la pone nadie en duda. Más aún, es razonable sostener que no puede haber un presidencialismo que funcione correctamente sin el contrapeso de un fuerte parlamento. De ahí que hoy se esté planteando en algunos países, por ejemplo iberoamericanos, después de la experiencia de presidencialismos problemáticos, la necesidad de “parlamentarizar” el sistema no sólo para vigorizar la democracia sino también para hacer funcionar correctamente al propio presidencialismo. Pues bien, algo muy parecido ocurre en el régimen parlamentario, que en muchos países ha experimentado un debilitamiento de las Cámaras parlamentarias como consecuencia de los factores a que más atrás ya aludimos, es decir, como resultado del llamado “Estado de partidos”. Sin partidos no hay democracia, ello es claro, y en ese sentido la democracia lo es “con partidos políticos”; pero con igual claridad ha decirse que eso es una cosa y otra bien distinta que el Estado (y la totalidad de la vida pública) sea patrimonio de los partidos. La defensa de la democracia incluye sin duda la defensa de los partidos, pero no
pueden dejar de ocultarse que un mal entendimiento del papel y el significado de éstos ha generado consecuencias muy nocivas para la democracia parlamentaria. Una de esas consecuencias, entre las más graves, es precisamente la atonía del parlamento. Si el régimen presidencialista no puede funcionar correctamente sin un parlamento fuerte, mucho menos lo puede hacer obviamente el régimen parlamentario. Por ello el fortalecimiento de las Cámaras se presenta hoy como una de las necesidades primordiales de muchos países, entre ellos España, aquejados de esa atonía parlamentaria a que acabamos de referirnos. Aquí, para vigorizar vigoriz ar la democracia y para hacer funcionar con mayor corrección al propio sistema de gobierno, en lugar de “presidencializar” el parlamentarismo (ya suficientemente “racionalizado” por diversas técnicas constitucionales y por la disciplina de partido) lo que se necesita es “parlamentarizarlo”. Hoy, como antes recordábamos, los medios de comunicación de masas y los tribunales de justicia están ocupando, en detrimento del Parlamento, el lugar central de la vida política. Y no precisamente por un exceso de aquéllos, sino por un defecto de éste. Es preciso, pues, que la vigorización del parlamento haga posible que sea la prensa la que habitualmente trate de lo que se dice en el Parlamento en lugar de que, como ahora ocurre, sea el Parlamento el que habitualmente trata de lo que se dice en la prensa. El fortalecimiento del Parlamento pasa por la adopción de diversas medidas normativas, entre ellas las relacionadas con el sistema electoral, la organización de las elecciones, la organización (democratización) y financiación de los partidos y la organización y funcionamiento interno de las Cámaras. También pasa por la adopción de determinadas reglas de conducta, que no normas jurídicas, por parte de los políticos encaminadas a la dignificación institucional de la vida pública y por ello a un entendimiento amplio de la responsabilidad política como exigencia derivada de las “buenas prácticas” y no sólo de las normas jurídicas. Sin embargo, cualesquiera medidas encaminadas a fortalecer el Parlamento alcanzarían poco resultado si no se tiene claro el tipo de Parlamento que se puede tener, o mejor dicho, el cometido que hoy el Parlamento puede realizar. Al Parlamento no puede pedírsele lo que el Parlamento hoy no puede dar. Por muchas razones, entre ellas las relacionadas con la internacionalización (y en España supranacionalización) de la política, CLAVES
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sería imposible (y pernicioso) gobernar desde el Parlamento. En la actualidad el Gobierno de un país no puede dirigirse desde la Cámara parlamentaria, de tal manera que el Ejecutivo no puede ser de ningún modo un comité delegado del legislativo (lo que por otro lado, tampoco lo ha sido siempre en el pasado del “parlamentarismo clásico”). En el presente, complementariamente a la división de poderes o competencias jurídicas (legislar de un lado, reglamentar y ejecutar de otro), existe una división de funciones políticas entre Ejecutivo y Legislativo bastante clara: el Gobierno dirige la política y el Parlamento la controla. Es la función de control la que caracteriza (es decir, singulariza) al parlamento. Función de control ligada a la consideración de la representación parlamentaria como representación plural; al entendimiento del Parlamento como institución y no sólo como órgano; en fin, a la concepción de la democracia como democracia pluralista. Ahora bien, si lo que puede y debe pedirse al Parlamento es que ejerza con la mayor plenitud posible la función de control, es preciso aclarar previamente lo que el propio control parlamentario significa, dada la diversidad de entendimientos que sobre ese término ha habido. 3.3. El significado del control parlamentario
Controlar la acción del Gobierno es una de las principales funciones del Parlamento en el Estado constitucional precisamente porque ese tipo de Estado se basa no sólo en la división de los poderes sino también en el equilibrio entre ellos; esto es, en la existencia de controles recíprocos, de frenos y contrapesos que impidan el ejercicio ilimitado e irresponsable de la autoridad. Por exigencias de principio, pues, el poder político en el Estado constitucional es un poder limitado; pero como no hay limitación sin control, poder limitado significa necesariamente poder controlado. De ahí que en el Estado constitucional haya una extensa red de controles de muy variada especie: jurisdiccionales, políticos y sociales. El control parlamentario es uno de esos controles: un control de carácter político cuyo agente es el Parlamento y cuyo objeto es la acción del Gobierno y, por extensión, también la acción de cualesquiera otras entidades públicas, excepto las incluidas en la esfera del poder jurisdiccional que, por principio, es un poder que debe goNº123
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zar de total independencia respecto de los demás poderes del Estado. Dos significados del control parlamentario
Ahora bien, cabría decir que existen dos significados del control parlamentario. Uno, al que podría llamarse significado estricto, consistiría en entender que el control parlamentario lo es sobre órganos y no sobre normas, debiendo incluir además y necesariamente la capacidad de remover al titular del órgano controlado. En consecuencia, no se integrarían en la función de control parlamentario los actos de las Cámaras que tienen por objeto aprobar o rechazar normas o proyectos de normas, así como tampoco las actividades parlamentarias de información y crítica que aun teniendo por objeto la actuación política (y no las disposiciones normativas) de órganos públicos no permitan desembocar en la remoción de sus titulares. El control parlamentario estaría ligado así a la estricta relación de responsabilidad política del Gobierno, esto es, a la verificación de la confianza que ha de existir entre el parlamento y el ejecutivo; sus instrumentos serían, entonces, la moción de censura y la votación de confianza. Ni que decir tiene que este significado estricto del control parlamentario resulta muy escasamente operativo. En primer lugar,, porque sólo podría hablarse de la exisgar tencia de este tipo de control respecto de la forma parlamentaria de gobierno, pero no de la forma presidencialista, pese a que en ésta, que es también una especie del género democracia parlamentaria, el Parlamento desempeña una función de contrapeso, de freno, de fiscalización, en suma, de la actividad gubernamental aunque las relaciones entre uno y otro órgano no se basen en el nexo de la confianza política. En segundo lugar porque, dada la disciplina de partido y el papel que hoy desempeñan los partidos en el Parlamento, el control parlamentario así entendido sería casi inexistente: se trataría, o bien del control de la mayoría sobre la propia mayoría, o quizá más exactamente (por la relación actual Gobierno-mayoría parlamentaria) del control del Gobierno sobre sí mismo; en definitiva, un autocontrol, es decir, lo contrario de un auténtico control, que presupone la distinción real entre controlante y controlado. Más aún, ese control, además de su escasa operatividad, sólo podría efectuarse, en el caso de ciertos Parlamentos bicamerales, en la Cámara a la que corresponda la exigencia de la responsabilidad política, esto es, en el ejemplo español, en el Congreso de los Diputados y no
en el Senado, Cámara que no podría realizar funciones de control parlamentario pese a que el artículo 66 CE atribuye esa función a las Cortes Generales (lo que quiere decir, sin duda alguna, a las dos Cámaras que la componen). Por todo lo que acaba de exponerse no es este significado, sino otro, el significado amplio de control parlamentario, el que parece más correcto. Por control parlamentario en sentido amplio se entiende toda la actividad de las Cámaras destinada a fiscalizar la acción (normativa y no normativa) del Gobierno (o de otros entes públicos), lleve o no aparejada la posibilidad de sanción o de exigencia de responsabilidad política inmediata. Junto con el control que se realiza a través del voto popular, el control parlamentario constituye (o debe constituir) uno de los medios más específicos y más eficaces del control político. La defensa de su validez como instrumento de limitación del poder no radica, sin embargo, en pretender su reducción conceptual (que es lo que se hace cuando se sostiene el significado estricto de control antes aludido) dejándolo, prácticamente, sin sentido. Es cierto que la derrota del Gobierno es uno de los resultados que el control parlamentario puede alcanzar y que el hecho de que hoy, por la disciplina de partido, eso sea muy poco probable no lo convierte por ello en un resultado imposible. Pero también es cierto que muy escaso papel tendría esta función parlamentaria de control si se manifestase sólo a través de la remota posibilidad de que el Gobierno perdiese la confianza de la Cámara o si requiriese, para ser efectiva, de la fractura del partido o partidos que forman la mayoría gubernamental. Por otro lado, la derrota del Gobierno, siendo uno (el más fuerte, sin duda) de los efectos del control parlamentario, no es ni mucho menos el único ni el más común. De una parte, el control parlamentario existe en formas de gobierno (como la presidencialista) en las que no es posible la exigencia de la responsabilidad política; allí, sin embargo, hay control parlamentario, ya que éste no es un instituto privativo de la forma parlamentaria de gobierno, sino de la democracia parlamentaria como forma de Estado. De otra parte, en los llamados regímenes parlamentarios, en los que la responsabilidad política es posible en teoría aunque improbable en la práctica, la fiscalización parlamentaria del Gobierno se manifiesta por otras muchas vías, además de por la que pudiese conducir a su remoción. Por todo ello, cabe decir que la fuerza 47
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del control parlamentario descansa, pues, más que en la sanción directa; en la indirecta; más que en la obstaculización inmediata en la capacidad de crear o fomentar obstaculizaciones futuras; más que en derrocar al Gobierno en desgastarlo o en contribuir a su remoción por el cuerpo electoral. Esta labor de crítica, de fiscalización, constituye el significado propio del control parlamentario. Se ha dicho a veces que un significado así sería rechazable por demasiado amplio y general, en cuanto que emplea un sentido excesivamente elástico de control. Cabe sostener, por el contrario, que ahí se encuentra justamente la cualidad más importante (y más operativa) del control parlamentario, cuyos efectos pueden recorrer una amplia escala que va desde la prevención a la remoción, pasando por las diversas situaciones intermedias de fiscalización, corrección y obstaculización. Una de las notas del control político (y que lo diferencian del control jurisdiccional) es el carácter no necesariamente directo o inmediato de la sanción en todos los supuestos de resultado desfavorable para el objeto controlado. No siempre habrá sanción, pero siempre habrá al menos esperanza de sanción. De ahí que la eficacia del control político resida, además de en sus resultados intrínsecos, en la capacidad que tiene para poner en marcha otros controles políticos o sociales. Eso es lo que ocurre exactamente con el control parlamentario parlamentario.. Entendido así, el control parlamentario no se circunscribe a unos determinados procedimientos, sino que puede operar a través de todas las funciones que desempeñan las Cámaras. No sólo, pues, en las preguntas, interpelaciones, mociones, comisiones de investigación, control de normas legislativas del Gobierno (instrumentos más característicos del control) se realiza la función fiscalizadora, sino también en el procedimiento legislativo (crítica al proyecto presentado, defensa de enmiendas, etcétera), en los actos de aprobación o autorización, de nombramiento o elección de personas y, en general, en la total actividad parlamentaria. En todos esos casos hay (o debe haber) debate y, en consecuencia, en todos hay (o puede haber) control parlamentario. Precisamente por ello, y al contrario de lo que a veces se dice con cierta ligereza (confundiéndose la posibilidad práctica de remoción del Gobierno con la existencia y el vigor del control parlamentario), hoy día en la actividad de control reside la misión primordial de las Cámaras, por encima, pues, de la que había sido siempre su función más ca48
racterística: hacer las leyes. En el presente, aprobar una ley (u otra decisión que adopte la Cámara) es más bien una prolongación de la voluntad del Gobierno que una manifestación de la voluntad independiente de los parlamentarios. Ello no significa caer en las fáciles críticas a la función legislativa parlamentaria, que ignoran simplemente que lo que ha cambiado es el concepto de ley, pero no su sentido y menos su legitimación, inseparables de la pública y plural discusión parlamentaria. Lo que quería decirse es que el control resulta imprescindible para la existencia misma del Parlamento, ya que éste sólo tiene razón de ser en la medida en que se presente como un poder distinto del Poder Ejecutivo, es decir, en cuanto que sea capaz de actuar como Cámara de crítica y no de resonancia de la política gubernamental. Control “por” y “en” el Parlamento
Para comprender mejor el significado actual del control parlamentario (comprensión sin la cual difícilmente puede mejorarse con realismo su eficacia) conviene distinguir entre el control “por” el Parlamento y el control “en” el Parlamento. No se trata de referirse a la simple distinción entre el agente y el “locus” del control, ya que ello ni siquiera sería una descripción correcta del fenómeno, puesto que ni toda la actividad de control se realiza “por” el Parlamento como órgano (es decir, por el Pleno e incluso por las Comisiones) ni opera exclusivamente en el ámbito reducido de la Cámara. Lo que quiere expresarse es algo más complejo: que el control se lleva a cabo no sólo mediante actos que expresan la voluntad de la Cámara sino también a través de las actividades de los parlamentarios o los grupos parlamentarios desarrolladas en la Cámara, aunque no culminen en un acto de control adoptado por ésta. Y ello es así, cabe insistir una vez más, porque el resultado sancionatorio “inmediato” no es consustancial al control parlamentario y porque la puesta en marcha de instrumentos de fiscalización gubernamental no tiene por objeto sólo el obtener una decisión “conminatoria” de la Cámara, sino también, y cada vez más, el influir en la opinión pública de tal manera que en tales supuestos el Parlamento es el “locus” de donde parte el control, pero la sociedad es el “locus” al que se dirige, puesto que es allí donde pueden operar sus efectos. De esta manera, el control parlamentario puede manifestarse a través de decisiones de la Cámara (adoptadas en el procedimiento legislativo, o en actos de aprobación o autorización, o en mociones) que
son siempre, inevitablemente, decisiones de la mayoría, porque así se forma la voluntad del Parlamento; pero también el control puede manifestarse a través de actuaciones de los parlamentarios o de los grupos parlamentarios (preguntas, interpelaciones, intervención en debates) que no expresan la voluntad de la Cámara, pero cuya capacidad de fiscalización sobre el Gobierno no cabe negar, bien porque pueden hacerlo rectificar, o debilitarlo en sus posiciones, bien porque pueden incidir en el control social o en el control político electoral. Y esa labor fiscalizadora del Gobierno, realizada no por la mayoría sino por la minoría, es indudablemente un modo de control parlamentario gracias a la publicidad y al debate que acompañan o deben acompañar (sin su existencia, como antes se dijo, no habría, sencillamente, sencillamente, Parlamento) a las actividades de la Cámara. Aquí no hay, pues, control “por” el Parlamento (que sólo puede ejercitar la mayoría y que hoy, por razones conocidas a las que ya se aludió, es o puede ser relativamente ineficaz), pero sí control “en” el Parlamento (control que no realiza la mayoría sino exactamente la oposición). La Cámara puede ejercer siempre, claro está, por mayoría “competencias” de control. Las minorías parlamentarios y los parlamentarios individuales pueden y deben ejercer “derechos” de control. Derechos que, incluso en España, están jurisdiccionalmente garantizados a través del recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, que los ha incluido dentro del derecho general del artículo 23 (participación política) y más específicamente como una faceta de ese derecho: el de los parlamentarios a ejercer las funciones del cargo en plenitud. Cuando en el presente se discute acerca de la necesidad y las dificultades del control parlamentario, suele decirse que el requisito de la independencia entre controlante y controlado no se da hoy en las relaciones entre el Parlamento y el Gobierno debido a que aquél está dominado por el partido o partidos que apoyan a éste, con la consecuencia de que el Parlamento no pueda controlar verdaderamente al Gobierno; a lo sumo, lo que podría producirse es la simple autocrítica de los partidos gubernamentales. Sin embargo, si se repara con mayor profundidad en el fenómeno puede advertirse que dicha situación no conduce por sí misma a la desaparición del control parlamentario sino a una nueva comprensión de éste como instrumento básicamente de la oposición. Ésa es la razón por la que ciertos meCLAVES
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dios de control, como se ha dicho, debieran configurarse como derechos de las minorías que pueden ser ejercitados incluso contra la voluntad de la mayoría (peticiones de información, preguntas, interpelaciones, constitución de comisiones de investigación). Las minorías (y a veces los parlamentarios individuales) han de tener reconocido los derechos a debatir, criticar e investigar, aunque como es obvio la mayoría tenga al final la capacidad de decidir. Junto a la clásica contraposición Gobierno-Parlamento, hoy la que resulta más relevante es la contraposición Gobierno-oposición. La nueva contraposición no viene a sustituir enteramente a la vieja y clásica, ya que en la diferenciación entre Parlamento y Gobierno y en la configuración jurídica de ambos como órganos distintos descansa la división de poderes, sin la cual no hay sistema constitucional digno de ese nombre, pero plantea determinadas exigencias, entre las que está la atribución de derechos de control a las minorías parlamentarias. Esos derechos primordialmente debieran ser al menos cuatro: derecho a la información, derecho al debate, derecho a la investigación y derecho al “tiempo” parlamentario (es decir, a la inclusión
de puntos en el orden del día de las sesiones de la Cámara). El Parlamento como órgano y como institución institución
El control “en” el Parlamento no sustituye al control “por” el Parlamento pero hace del control una actividad de ordinario (mejor sería decir cotidiano) ejercicio en la Cámara. Y esta distinción conceptual respecto del control parlamentario corre paralela a otra distinción que, conviene hacer sobre el significado actual del Parlamento: la que diferencia entre el Parlamento como órgano y el Parlamento como institución. El Parlamento no es sólo un órgano del Estado que, como todo órgano colegiado, adopta sus decisiones por mayoría, sino que es también una institución cuya significación compleja no puede ser borrada por el artificio orgánico. Más aún, el Parlamento es la única institución del Estado donde está representada toda la sociedad y donde en consecuencia ha de expresarse y manifestarse frente a la opinión pública, a través del debate parlamentario, el pluralismo político democrático (es decir, la diversidad de voluntades presentes en la Cámara y no sólo una de ellas, aunque sea mayoritaria). Por ello el control parlamentario no es eficaz sólo en
cuanto permita la limitación del Gobierno sino también, y sobre todo, cuando permita el debate y la crítica gubernamental con publicidad en todas las actividades de la Cámara. Esto es, en cuanto se enlace el control con la dimensión institucionalpluralista del Parlamento. La mayoría puede frenar el control “por” el Parlamento, pero no debiera de ninguna manera (a menos que se destruya el presupuesto básico de la democracia representativa) frenar el control “en” el Parlamento. Nuestra forma de gobierno es, probablemente, el “parlamentarismo presidencial”, pero una vigorización del Parlamento, y por ello un eficaz control parlamentario, pueden evitar que se convierta, patológicamente, en un “parlamentarismo presidencialista”. n
Manuel Aragón es catedrático de Derecho Cons-
S E M B L A N Z A
ROBERT NOZICK Una pérdida irreparable JOSÉ JUAN MORESO MORESO Y JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL MÁRMOL
icen que nadie puede tomar en serio la posibilidad de su propia muerte, pero esto no es del todo exacto (¿Todos (¿Todos toman en serio la posibilidad de su propia vida?). La muerte se vuelve real para una persona después de la muerte de ambos padres. Hasta entonces, había alguien que ‘debía’ morir antes; ahora que nadie se interpone entre esa persona y la muerte, le toca el ‘turno”. Así se expresaba el filósofo nortemaericano Robert Nozick, en uno de sus textos más íntimos1. En la mañana del 23 de enero de 2002 le llegó el turno al propio Nozick. Un cáncer de estómago que arrastraba desde 1994 se encargó de arrebatarle el último aliento. Y más allá de la obviedad que supone afirmar que la muerte de cualquier persona (necesariamente única) es una pérdida irreparable, lo cierto es que la filosofía occidental del siglo XX ha perdido lamentablemente a uno de sus más destacados pensadores. Y no deja de ser sorprendente el poco eco que la noticia ha recibido en los medios de comunicación españoles. Y más sorprendente resulta aún que todos aquéllos que se reclaman a sí mismos como neo-liberales no hayan tenido un recuerdo más explícito por aquél que, en su día, les ofreció una sólida fundamentación filosófica a su posición.
D
en el seno de una familia judía humilde de origen ruso, y estudió en una escuela pública. Cierto día, cayó en sus manos una edición de bolsillo de la República de Platón, de la que leyó sólo una parte y, como él mismo admitió, entendió más bien poco, pero que sin embargo le hizo descubrir un mundo maravilloso que le abría las puertas y al que destinaría el resto de su vida2. A partir de ese momento, inició una carrera académica meteórica. Se licenció en Filosofía en la Universidad de Columbia en 1959 y obtuvo los grados de Master y Doctorado en Princeton en 1961 y 1963 respectivamente, con una tesis titulada “The Normative Theory of Individual Choice”3. Como nos cuenta Nozick, sus primeros pasos académicos estuvieron marcados por un fuerte interés por la filosofía de la ciencia, si bien rápidamente sus inquietudes se desplazarían hacia las cuestiones sociales y la filosofía política 4. Poco después, en 1969, conseguía ser contratado como Catedrático por la Universidad de Harvard, a la tempranísima edad de 30 años. Desde entonces dedicó todas sus energías a encarnar el ideal del profesor universitario: con una curiosidad insaciable, durante sus más de treinta años de carrera do2
Biografía
Robert Nozick nació (1938) y creció en Brooklyn (Nueva York), York), 1 Robert Nozick: The Examined Life. Philosophical Meditations . Touchs-
tone, Nueva York, 1990. Hay traducción castellana de Carlos Gardini, por la que se cita Meditac iones sobre la vida , pág. 18. Gedisa, Barcelona. 50
Robert Nozick: Meditaciones sobre
la vida, pág. 240.
3 Publicada mucho más tarde en Ro-
bert Nozick: The Normative Theory of Individual Choice , Garland Press, 1990. 4 Así lo reconoció reconoció en la entrevista que que le hizo Giovanna Borradori en un volumen que incluía otras entrevistas con otros ocho filósofos nortemaricanos: Giovanna Borradori, The American Philosopher. Conversations with Quine, Davidson, Putnam, Nozick, Danto, Cavell, MacIntyre, and Kuhn, pág. 76. The University of
Chicago Press, Chicago, 1990.
cente sólo en una ocasión repitió un mismo programa académico. Y fue sin sin duda un profes profesor or exceexcelente, discutió hasta la extenuación con sus colegas sus respectivos trabajos, dirigió con ilusión los primeros pasos de investigación de innumerables jóvenes profesores y nos dejó una obra propia de gran impacto en la filosofía occidental de la segunda mitad del siglo XX . Más allá de su carrera estrictamente docente e investigadora, Nozick fue miembro de la American Academy of Arts and and Sciences Sciences,, miembro miembro asoasociado de la British Academy, y Presidente de la American Philosophical Association (Eastern Division) durante los años 1997 y 1998, entre otros cargos honoríficos. En 1989 escribió:
Nozick siguió discutiendo los trabajos de sus colegas hasta la semana anterior a su muerte.
“Comprendo el impulso de aferrarse a la vida hasta el final, pero hay otro rumbo que me resulta más atractivo. Al cabo de una vida plena, una persona que aún posee energía, lucidez y capacidad de decisión podría escoger arriesgar seriamente la vida o entregarla por otra persona o por una causa noble y decente (…). Ese camino no será para todos, pero algunos quizá consideren seriamente la posibilidad de dedicar sus penúltimos años a una gallarda y noble empresa para beneficiar a otros, una aventura para promover la causa de la verdad, la bondad,la belleza o la santidad. No perderse con sigilo en esa benévola noche ni rabiar contra la muerte de la luz sino, cerca del fin, fulgurar con el máximo esplendor.”5
“un libro brillante e importante, destinado a contribuir notablemente tanto a la teoría como, con el tiempo, al bien de la sociedad”.
La noble causa a que se entregó Nozick fue sin duda la académica. Habiendo impartido este otoño pasado un curso sobre la Revolución Rusa, ya preparaba para la primavera iniciar un nuevo programa. Y, como confiesa su viejo amigo Alan Dershowitz,
Filosofía política
Pero veamos cuál fue la obra que nos legó, y por qué ha sido y es tan relevante para la filosofía occidental. Sin ninguna duda, su trabajo más célebre e influyente es su primer libro: Anarchy Anarchy,, State and Utopia6, publicado en 1974, cuando tenía sólo 36 años. Esta obra, galardonada con el National Book Award, pronto se convertiría en un clásico de la filosofía política liberal. De ella, otro importante filósofo, probablemente uno de los más importantes del siglo XX , Willard van Orman Quine, dijo más tarde que se trataba de
Este trabajo, que comenzó a gestarse en 1971, cuando Nozick era miembro del Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences de Palo Alto, intentaba dar una justificación libertariana (basada en un principio radical de libertad individual) al Estado, y por tanto de neutralizar los argumentos anarquistas, y a su vez, destruir las bases del liberalismo igualitario que defendía la intervención del Estado en diversos ámbitos, como la economía, con el fin de asegurar una mayor igualdad y cohesión sociales. Es decir, es un libro escrito en buena 6 Robert Nozick: Anarchy, State and Utopia . Basic Books, Nueva York,
5
Robert Nozick: Meditaciones sobre la vida, pàg. 23.
1974. Hay traducción castellana de Rolando Tamayo: Anarquía, Estado y Uto pía. FCE, México, 1990. CLAVES
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Robert Nozick
medida para rebatir los argumentos de otro gran clásico de la filosofía política, A Theory of Justic Justice e , 7 de John Rawls . Tradicionalmente se entiende que la filosofía política, al menos la filosofía política de metodología analítica, desde el siglo XIX y hasta la década de los sesenta en el siglo XX había prácticamente desaparecido. Como anunciaba con dureza Peter Laslett en 1956, “la filosofía política ha muerto”8. Y esta afirmación se justificaba por la situación de casi absoluta predominancia del utilitarismo como único paradigma de criterio 7 John Rawl Rawls: s: A Theor y of Just ice . The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1971. Hay traducción castellana de María Dolores González: Una teoría de la justicia. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1985. 8 Peter Laslett (comp.): Philosophy, Politics and Society , series I, pág. vii. Blackwell, Oxford, 1056.
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
de justicia durante todo este periodo. Aun con algunos precedentes que datan de los sesenta 9, generalmente se acepta que la obra que revertió esta situación, iniciando una época dorada para la filosofía política de base deontológica, fue el libro de Rawls de 197110. Y es difícil negar que la filosofía política que se ha hecho durante los últimos treinta años ha estado profundamente marcada por la obra de Rawls, bien sea para reconstruirla o tratar de me9 Estos precedentes fueron principalmente H. L. A. Hart, The Concept of Law , Oxford, Oxford University Press, 1961 (hay traducción castellana de Genaro Carrió: El concepto de derecho. Abeledo Perrot, Buenos Aires, Aires, 1963); y Brian Barry, Political Argument , Londres, Routledge, 1965. 10 Vid., por ejemplo, Philip Pettit: ‘The Contribution of Analytical Philosophy’, en Robert Goodin y Philip Pettit (comps.), A Companion to ContempoContemporary Political Philosophy, págs. 7 y 12. Blackwell, Oxford, 1993.
jorarla, bien sea para desartic desarticuularla. Sin embargo, a menudo se olvida el importantísimo papel que ejerció el primer libro de Nozick, tanto en contribuir a esta revitalización de la discusión normativa filosófico-política como en mostrar la relevancia de la propia obra de Rawls. A riesgo de ser un tanto reduccionistas, podríamos afirmar que la dialéctica establecida entre los textos de Rawls y de Nozick sirvió de base para gran parte del desarrollo posterior en este ámbito. ¿Qué hubiera sucedido en el panorama filosófico-político si Robert Nozick no hubiera publicado su Ana Anarch rchyy, State and Utopia? Como pasa a menudo con los contrafácticos, es imposible responder con seguridad a esta pregunta. Pero parece sensato presumir, como vaticinaba Quine, que la contribución de Nozick, casi tanto como la de Rawls, influyó de forma notable en la filosofía política posterior. Es suficiente echar un vistazo a la inabarcable bibliografía de comentaristas y críticos que generó, y sigue generando, este singular libro. Nozick compartía con Rawls una perspectiva deontológica y contractualista de la justicia, y juntos resquebrajaron los fundamentos del liberalismo utilitarista dominante. Ambos consiguieron dotar de nuevo de sentido la discusión normativa filosófico-política acerca de la justicia; ambos pusieron pusieron los cimientos para el poderoso desarrollo de la filosofía política posterior. El proyecto de Anar Anarchy chy,, State and Utopia, basado en tres pilares fundamentales (el principio de libertad como autopropiedad, una teoría de las transacciones justas y una teoría de la adquisición jus-
ta), junto a un cuarto que ejercía de factor de corrección (el principio de rectificación), desembocaba en una concepción robusta de los derechos de libertad en sentido negativo (esto es, en la protección férrea del ámbito de privacidad del individuo frente a los demás y frente al Estado) y su célebre defensa del Estado mínimo: un Estado que no interviene en el ámbito económico, que confía en las instituciones del mercado y en la mano invisible, y que se abstiene al máximo de inmiscuirse en los asuntos y planes de vida de sus ciudadanos. El libro es brillante y sorprendentemente maduro. El sólido aparato conceptual que desarrolla, reforzado por numerosos ejemplos divertidos y a la vez poderosos que apelan a nuestras intuiciones más extendidas, cierra en un círculo hermético al que es difícil encontrar fallas. La asombrosa sencillez con la que Nozick va infiriendo consecuencias de sus puntos de partida deja estupefacto al lector, sobre todo a aquel que no comparco mparte sus conclusiones radicalmente conservadoras y así le induce a tratar de encontrar el truco, el error en su argumentación, sus posibles puntos débiles. Así lo hicieron sus críticos más célebres, como Ronald Dworkin, Thomas Nagel, Gerald A. Cohen o Amartya Sen. Y, Y, al fin, fin, uno queda convencido de que la única forma de atacar su teoría es desafiar sus propios puntos de partida, así como algunas peticiones de principio que están implícitas en cada uno de sus tres pilares fundamentales11. Nozick, en definitiva, defendió una concepción libertariana o, como algunos la han denominado, una concepción liberal 51
ROBERT NOZICK
conservadora, que encajaba perfectamente con los presupuestos de la teoría económica neoclásica o neoliberal que Hayek y Friedman habían cimentado recientemente. Esto situó a Nozick, frente a la posición liberal igualitaria e izquierdista de Rawls, en el ala derecha del liberalismo. Desde 1974, Rawls y Nozick pasaron a convertirse en las figuras académicas paradigmáticas de cada posición. Lo cual, como han dicho algunos, no deja de tener un delicioso aire paradójico, ya que John Rawls, Rawls, proveniente proveniente de una acomodada familia y prototipo del wasp norteamericano, defendía un igualitarismo progresista robusto, mientras que Nozick, de origen humilde como ya hemos señalado, defendió un modelo liberal conservador. Sin embargo, Nozick no se sintió nunca muy cómodo en la posición que le había tocado ocupar. Primero, en un artículo publicado en 1978 en The New York Times Magazine,
declaraba que “a la gente de la ‘derecha’’ le gusta el ‘derecha e l argumento en favor del libre mercado, pero no le gustan los argumentos en favor de la libertad individual en casos como en el de los derechos de los homosexuales –mientras que yo veo ambos argumentos como un todo interconectado–”. En este sentido, Nozick se apartaba de aquellos que defendían simultáneamente teorías económicas neoliberales y teorías sociales conservadoras. Y en segundo segund o lugar, lo que es más importante, con el tiempo, Nozick fue abandonando sus propias posiciones defendidas en Anar Anarchy chy,, State and and UtoUto pia, demostrando que su propia curiosidad y honestidad intelectual le había hecho variar de plan11 Para entender mejor esta obra de Nozick, pueden consultarse las excelentes reconstrucciones que encontramos en los respectivos capítulos de Will Kymlicka, Contemporary Political Philosophy. An Introduction, capítulo 4, Oxford University Press, Oxford, 1990 (hay traducción castellana de Roberto Gargarella, Filosofía política contemporánea. Una introducción, Ariel, Barcelona, 1995); y Roberto Gargarella, Las teorías
de la justcia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política, capítulo 2,
Paidós, Barcelona, 1999. 52
teamiento. De hecho, más tarde escribiría en favor del cambio de concepción como algo natural al ser humano y admitiría explícitamente que su obra de juventud había dejado de satisfacerle 12. En cualquier caso, más allá de las simpatías o antipatías que genere su posición, más allá de que el propio Nozick modificara su planteamiento, y más allá del paso del tiempo, lo cierto es que Anarchy Anar chy,, State and Uto Utopia pia sigue siendo hoy un libro de referencia y una teoría pasmosamente sólida a la que debemos adherirnos o bien aceptar el reto de refutarla. Incluso aquellos que, como nosotros, no compartimos las consecuencias profundamente antiigualitarias de tal planteamiento, estamos en deuda con Nozick por obligarnos a refinar nuestros argumentos. Y este enriquecimiento del debate es, sin duda, uno de sus principales méritos: el utilitarismo, el liberalismo igualitario, el marxismo analítico y otras concepciones políticas desarrolladas con posterioridad, se han visto obligadas a reforzar sus posiciones. Sin embargo, y a pesar de la gran repercusión de esta obra, Nozick diría ya hacia el final de su vida: “Otros me han identificado como un ‘filósofo político’, pero en cambio yo nunca me he definido a mí mismo en estos términos. La mayor parte de mis escritos y de mi atención se han centrado en otras materias”13.
Así, de los seis seis libros libros y numenumerosos artículos que publicó en vida, prácticamente todos estaban dedicados a otros temas filosóficos, como la ética, la epistemología, la metodología, la teoría de la decisión racional, la metafísica, la filosofía de la mente, la filosofía de la religión, etcétera. De hecho, podríamos afirmar que desde la publicación de Ana Anarch rchyy, Stat Statee and and Utopia , Nozick ya no publicó ningún trabajo propiamente de filosofía política.
de conectar (derivar) aquello que En 1981, Nozick publicó un quiere explicar con otras cosas o nuevo libro, Philosophical Expla- hechos reales, mientras que la nations 14, que recibió el Premio comprensión se sitúa sólo en una Ralph Waldo Emerson. Se trata “red de posibilidad”. En otros térde una obra ambiciosa y profun- minos, una hipótesis que sabeda en la que analiza en tres partes mos falsa no explica nada (preci(metafísica, epistemología y va- samente por ser falsa), pero en lor) algunos de los problemas cambio puede ser iluminadora en centrales de cualquier empresa fi- una red conceptual de comprenlosófica, como son el problema sión. En manos de Nozick, este de la identidad personal, el es- método se convierte en un modo cepticismo o el determinismo y el extremadamente original de planlibre albedrío. Este libro termina tear viejos y nuevos problemas ficon un capítulo dedicado al sig- losóficos. nificado de la vida. Por ello no es Basta presentar sólo un ejemde extrañar que su próxima obra plo de dicha originalidad referido fuera The Examined Life. Philo- a la teoría del conocimiento, es sophical Meditations , de 1989, decir, al problema de en qué conuna reflexión sobre los problemas diciones podemos afirmar que samás importantes de la existencia bemos alguna cosa, planteado en humana, concebida como un Philosophical Explanations . Tradiconjunto impresionista de argu- cionalmente, desde unas famosas mentos filosóficos interconecta- reflexiones de Platón en el Teetedos que no pretenden ser una to, se considera que el conociteoría filosófica, sobre la que vol- miento es creencia verdadera jusveremos más adelante. En reali- tificada, esto es, que podemos dad, este estilo filosófico de No- afirmar que un sujeto A sabe que zick responde a una forma de p (cualquier proposición acerca concebir la filosofía, con arreglo a de la realidad) si y sólo si a) A la cual ésta no ha de adoptar el cree que p, b) esta creencia de método de la prueba matemática, A está justifica justificada da y c) p es verda(esto es, partir de una tesis ya de- dero. Sin embargo, en 1963, E. terminada y tratar de demostrar Gettier escribió un breve artículo todas sus consecuencias lógicas) desafiando esta noción de conosino más bien tratar de elucidar cimiento con algunos contraqué consideraciones filosóficas ejemplos, que ponen de manison plausibles, iluminadoras, in- fiesto que pueden darse los tres telectualmente fecundas y funda- requisitos y todavía no diríamos das en razones dado un punto de que A sabe que p16. Pensemos en partida determinado. Sin embar- el siguiente ejemplo: una persona go, ni el punto de partida ni las prende el televisor una calurosa consideraciones que alcanzamos a tarde de julio y ve cómo Miguel partir de él están establecidos de Induráin cruza en primera posiuna vez para siempre, sino que ción la meta de la etapa de Alpe pueden ser permanentemente re- d’Huez, apaga el televisor y se devisados. Ésta es la idea principal dica a otra cosa. A partir de lo que se ampara en su distinción que vio, cree que Induráin ganó entre explicación y comprensión; esa etapa; dicha creencia está jusy aunque Nozick admite que el tificada y, supongamos además, objetivo primario de la filosofía es es verdadera. Ahora bien, ese esla explicación, más adelante afir- pectador desconoce que ha habimaría que su deseo fue el de “es- do un fallo en la transmisión tetructurar la tarea filosófica sobre la actividad de la comprensión”.15 15 Giovanna Borradori: The AmeriPara entender bien la distinción, can Philosopher. Conversations with según Nozick la explicación trata Quine, Davidson, Putnam, Nozick, Metafísica y epistemología
Danto, Cavell, MacIntyre, and Kuhn,
12
Robert Nozick: Meditaciones sobre la vida, pág. 15. 13 Robert Nozick: Socratic Puzzles , pág. 1. Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1997.
14
Robert Nozick: Philosophical Ex planations , Harvard University Press Cambridge (Mass.), 1981.
pág. 75. The University of Chicago Press, Chicago, 1990. 16 E. L. Gettier: ‘Is Justified True Belief Knowledge?’, Analysis , 23, págs. 121-123 (1963). CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº123
J OS É JU A N MO RE SO Y JO SÉ LU IS M AR T Í MÁ R MO L
levisiva y han decidido transmitir Esta concepción nozickiana de la la etapa del año anterior también filosofía alcanza un grado excepganada por Induráin. Entonces, cional de madurez en The Natuaunque se cumplen todos los re- re of Rationality, de 199317, donquisitos de la teoría tradicional, de desarrolla una aguda concepno diríamos que esa persona sabe ción de la racionalidad de las que p (que sabe que Induráin ga- creencias y de las acciones humanó la etapa en ese año), porque nas, recuperando y revisando un –por así decirlo– acertó por ca- lejano interés en los aspectos forsualidad. Pues bien, en Philosop- males de la racionalidad que prohical Explanations , Nozick desa- cedía de su formación filosófica rrolla una concepción del cono- en Princeton con Carl Hempel. cimiento que trate de dar cuenta De esta otra importante obra de de contraejemplos como estos. El Nozick podemos rescatar, a modo núcleo de dicha concepción resi- de ejemplo, otra muestra de su de en la idea conforme a la cual, originalidad, que consiste en el cuando hay conocimiento, nues- planteamiento de una paradoja tras creencias siguen el rastro de la en el ámbito de la teoría de la verdad (track the truth). Para el elección racional. Se trata de una contraejemplo que hemos pro- paradoja formulada de manera puesto, la solución viene dada por articulada por primera vez por la sustitución del requisito b) Nozick, denominada paradoja de por el siguiente b’): si p no fuese Newcomb (porque fue planteaverdadera, A no creería que p. Es- da por el físico norteamericano ta cláusula evita el problema William Newcomb a Nozick a puesto que nuestro espectador través de un amigo común y Nohabría creído que Induráin había zick la publicó por primera vez, vencido dicha etapa del Tour, con permiso del propio Newaunque no hubiese sido verdad. comb, en un libro en homenaje a Obviamente, esta concepción, C.G. Hempel en 196918, y más aquí presentada muy sumaria- tarde en el capítulo 2 de The Namente, incorpora todo el debate ture of Rationality ). ). Supongamos acerca de los condicionales con- que un ser capaz de predecir el trafácticos y los mundos posibles, futuro, llamémosle Ojo-que-todoen el que ahora no podemos de- lo-ve, nos propone lo siguiente: tenernos. debéis elegir entre dos urnas de cristal, una transparente y la otra El sentido de la vida humana opaca. En su interior, la urna opaEn cuanto a The Examined Life. ca puede contener o bien un miPhilosophical Meditations, al que llón de euros o bien nada; la urna nos referíamos antes, y a cuyo tí- transparente contendrá en todo tulo castellano se le escapa la im- caso mil euros. El Ojo-que-todoportante connotación del título lo-ve os comunica que podéis eleprincipal inglés, es sin duda su gir entre llevaros o bien sólo la obra más íntima, que nace con la urna opaca o bien las dos urnas; pretensión de examinar los as- pero, como él puede predecir el pectos fundamentales de la vida futuro y, y, por tanto, sabe cuál sesehumana. En definitiva, es una rá vuestra decisión, si os lleváis la obra que recupera las principales urna opaca ésta contendrá el mipreocupaciones de toda la histohisto- llón de euros; si os lleváis las dos ria de la filosofía, ocupándose sin urnas, entonces la urna opaca esvocación académica, pero con su característica profundidad de análisis de temas como la vida, la 17 Robert Nozick: The Nature of Ramuerte, la familia, la sexualidad, tionality , Princeton University Press, la creación, la felicidad, Dios, las Princeton (N. J.), 1993. Hay traducción La naturaleza de la racionaliemociones, el significado y senti- castellana: dad , Paidós, Barcelona, 1995. 18 Que más adelante sería reeditado do de la realidad, etcétera. Es un en Socratic Puzzles , en 1997. De hecho, su texto de lectura placentera, que primer análisis esta paradoja formaba invita a la propia reflexión, va- parte de su tesisdedoctoral de 1963, aunliente y, como siempre, brillante. que, como sabemos, no fue publicada La naturaleza de la racionalidad Nº123
CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
hasta mucho más tarde, en 1990.
tará vacía. Las reacciones ante la paradoja son diversas y hay argumentos racionales en favor de las dos opciones. Algunos argumentan que a la hora de elegir, o bien la urna opaca contiene el millón de euros o no lo contiene; por tanto, es racional llevarse ambas urnas. Otros dicen que tal vez pueda determinarse el futuro a partir de la predicción de otro acontecimiento futuro y, entonces, conviene llevarse sólo la urna opaca. Sea como fuere, la paradoja muestra la perspicacia de Nozick en plantear un problema que afecta al núcleo de nuestras nociones de racionalidad humana y de causalidad y determinismo. El último Nozick
En 1997 publicó una colección de ensayos con el título Socratic Puzzles 19, un libro divertido y fecundo en el que Nozick rinde homenaje al que él mismo reconoce como su único gran Maestro de toda la historia de la filosofía y que le permitió comprender que en su vida ha estado “partiendo una y otra vez de cero”20. Y, finalmente, el año pasado publicó su última obra, Invariances: The Structure of the Objective World21, en la que puede hallarse su posición filosófica más acabada, más refinada, sobre la naturaleza de la verdad en conexión con el desafío del relativismo y de la objetividad, en conexión con el lugar de la experiencia subjetiva en un mundo objetivo, con una última parte dedicada al análisis de la verdad y la objetividad en el ámbito de la ética. De su obra filosófica más ge-
19
Robert Nozick: Socratic Puzzles , Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1997. Hay traducción castellana de Agustín Coletes: Puzzles socráticos , Cátedra, Madrid, 1999. 20 Robert Nozick: Socratic Puzzles, págs. 2 y 3. 21 Robert Nozick: Invariances: The Structure of the Objective World , The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 2001. 22 A. R. R. Lacey: Lacey: Robert Nozick , Acumen, Chesham (RU), 2001. Este libro de Lacey es una excelente exposición y reconstrucción de todo el pensamiento de Nozick, a excepción de su último libro, que se publicó con posterioridad al de Lacey.
neral se podría inferir, utilizando la clasificación de los filósofos de Isaiah Berlin, como afirma A. R. Lacey, que Nozick fue un zorro, y no un erizo; es decir, que destinó su trabajo a hacer pequeños descubrimientos y operaciones quirúrgicas de encaje conceptual, más que a construir y desarrollar una concepción filosófica correcta y omnicomprensiva22. Por otra parte, es conveniente advertir antes de finalizar este breve artículo, que la obra de Nozick, como la de muchos de los grandes filósofos de la segunda mitad del siglo XX , se construyó luchando contra muchos de los dogmas que se habían establecido en el seno del positivismo lógico, a pesar de que el mismo Nozick fue discípulo de Carl Hempel, uno de los filósofos de la ciencia más relevantes dentro de dicho positivismo lógico. La filosofía actual se ha desprendido completamente de tales dogmas: ya no queda tesis sustantiva alguna característica de la filosofía analítica. Sin embargo, sí ha permanecido un estilo filosófico basado en el análisis conceptual y en la precisión en la construcción y revisión de los argumentos, un estilo atribuible en realidad a los mejores filósofos de la historia. En resumen, aunque Robert Nozick es más conocido por su primer libro, Anar Anarchy chy,, State and Utopia, y, como hemos ya visto, no faltan razones para que sea así, sería un grave error descuidar la importante obra filosófica desarrollada en sus obras posteriores, muchas de las cuáles están llamadas a ejercer tan o más influencia en la filosofía contemporánea occidental. No es fácil encontrar en la discusión filosófica la afortunada combinación de profundidad, amplitud, apertura de miras y originalidad que la obra de Robert Nozick encierra. Por estas razones, sus lectores le echaremos de menos. n
José Juan Moreso y José Luis Martí Mármol, profesores de Filosofía del De-
recho en la Universitat Pompeu Fabra.
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C I E N C I A S
S O C I A L E S
LA PROPIEDAD SOCIAL ROBERT CASTEL
a propiedad social consistió piedad social son objeto de imprincipalmente en vincular pugnaciones promovidas por la protecciones al trabajo de marejada de la ideología y de las modo que el trabajador pudiese prácticas neoliberales. construir su propia seguridad a partir de su trabajo. En esta La “clase no propietaria” construcción, el Estado jugó un Para comprender bien la natupapel esencial. En realidad, el de- raleza y la importancia de la pronominado “Estado de bienestar” piedad social hay que remontar(para evitar la menor connota- se a la situación existente con ción caritativa, creo que sería anterioridad a que este tipo de preferible denominarlo “Estado propiedad se impusiese; más social”) intervino sobre todo co- concretamente, a la situación en mo una instancia reductora de la que se encontraban aquellos inseguridad y proveedora de ser- que estaban privados de propievicios, una instancia que pro- dad y que para subsistir tan sólo porcionó derechos, protecciones, podían contar con la fuerza de servicios para luchar contra la sus brazos, es decir, es preciso insegurid inse guridad ad social. La principal remontarse a la situación commediación que permitió al Esta- partida por la mayoría de los do jugar este papel protector fue trabajadores. Su condición fue la constitución de una forma durante mucho tiempo bastante original de propiedad: la pro- miserable. La verdad verdad es que, que, sin piedad social. La propiedad so- exagerar, quienes no tenían nada cial es un tipo de propiedad di- en términos sociales no eran naferente de la propiedad privada, da. Para probarlo me serviré únique proporcionó seguridad a camente de un dato representatiquienes se encontraban fuera de vo que se remonta al momento la propiedad; más concretamen- en el que la cuestión comenzó a te a quienes para vivir, o para plantearse a finales del siglo XVII XVIIII; sobrevivir tan sólo contaban con pero no ha sido elegido al azar, la fuerza de su trabajo. De este pues proviene del abate Sièyes, el modo, lo que en la actualidad principal valedor de la Declarase denomina la crisis o el retro- ción de los derechos del hombre y ceso del Estado social o del Es- del ciudadano, alguien, por tanto, tado de bienestar,puede ser in- que no tenía especialmente una terpretado en términos generales mentalidad reaccionaria. Sièyes, como una crisis o un retroceso en una nota de comienzos de los de la propiedad social. años 1780, se refiere a Mi intervención se centrará, “esos desgraciados destinados a los por tanto, en la profunda solidatrabajos más penosos, productores del ridad que liga al Estado social con beneficio ajeno, que apenas reciben mela propiedad social; y ello tanto dios para sostener su dolorido y lastien el proceso de su construcción moso cuerpo; esa muchedumbre insimultánea, que permitió asegurar mensa de instrumentos bípedos que una seguridad para todos, o para únicamente poseen torpes manos y un casi todos, como en la actualidad, alma descarriada”. cuando se produce su crisis, cuando tanto el Estado como la pro- Y Sièyes plantea una cuestió cuestiónn bastante terrible: “¿A ésos los lla-
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máis seres humanos?”1. Me parece que con esta frase no expresa, o al menos no expresa únicamente, un desprecio de clase, sino que realiza, a la vez, una comprobación sociológica. Esos individuos “que únicamente poseen torpes manos” manos” son literalmente aquellos a quienes Marx denominará denom inará proletari proletarios, os, “productores del beneficio ajeno”, gentes que no tienen nada y que para sí mismos no representan nada. Y, puesto que el proletariado industrial aún no existía, se podría incluso decir que constituyen esa informe nebulosa de los que ejercen los oficios más bajos: jornaleros, peones de las ciudades y de los campos, “gente con los brazos curtidos”, cómo aún se dice hoy, que luchan cotidianamente por su supervivencia. No son únicamente miserables, sino también socialmente indignos y, como tales, despreciados hasta por las mentes mas ilustradas (Voltaire, cuando se refiere a ellos, habla de “la canaille”).
Como afirmaba un autor de la época, en esta existencia de una clase no propietaria podemos descubrir la formación de la moderna cuestión social. Esta clase constituye el núcleo de los modernos asalariados que parecen condenados a la miseria y a la indignidad social. Esta cuestión, que surge a finales del siglo XVIII en Francia y en Europa occidental, se va a convertir en la gran cuestión del siglo XIX y va a adquirir con la industrializaci industrialización ón un protagonismo cada vez mas central, pues el trabajador in-
1 Sieyès, E: Textes choisis. Ed. des
contemporaines, París, 1985.
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dustrial pasó a ser la punta de lanza del proceso productivo: es alguien absolutamente necesario para la producción de las riquezas. Así fue como los proletarios fueron cada vez más numerosos, a la vez que permanecían sin bienes y sin protección. De aquí surgió el riesgo de ver instalarse y desarrollarse en el centro mismo de la estructura social a una masa de semi-instrumentos bípedos (por utilizar la expresión de Sièyes), una multitud formada por trabajadores y por sus miserables familias, seres humanos percibidos a la vez como inmorales y peligrosos, una proliferación de nuevos bárbaros, como con frecuencia se decía en la época, instalados en el corazón de las fábricas y de las ciudades. Clases laboriosas, clases peligrosas . Se podría precisar que este problema se agrava a medida que avanza el siglo XIX , pue puess con con la industrialización y la urbanización la condición salarial se generaliza. Se empieza a tener conciencia de que la condición de ser asalariado, en términos generales, es un estado irreversible cuya expansión está orgánicamente vinculada a las transformaciones de la sociedad moderna. Por lo general cuando alguien es un asalariado lo es de por vida. Se produciría así un incremento cada vez mayor de asalariados en la sociedad moderna que en su mayor parte no se convertirán en propietarios. Se puede, por tanto, percibir con claridad el problema que plantea una condición obrera que permanece en este estado de miseria y de indignidad. Es esta condición la que se va a desarrollar en el corazón de la moderna sociedad de masas: masas CLAVES
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propiedad esencial a todo ciudadano verdaderamente libre e igual a los otros, son cada vez más necesarias para evitar la formación de una clase de proletarios fatalmente condenada a la servidumbre o a la rebelión”2.
Abate Sièye s
cada vez más numerosas y en estado de inseguridad permanente que no están integradas en la sociedad industrial y que corren el riesgo de inclinarse del lado de la desesperación y de la revuelta, así como de subvertir el orden social. La invención de la propiedad social
La invención de la propiedad social es la respuesta a este enorme reto, una respuesta que consiste en vincular protecciones, seguridad, a la condición del propio trabajador. En realidad existía otra respuesta posible: la supresión de la propiedad privada y su substitución por la propiedad colectiva. Era la opción que en la época defendían diferentes corrientes que se reclamaban del socialismo revolucionario, al igual que los marxistas, una opción que evidenteNº123
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mente ni los gobernantes ni las clases propietarias deseaban. Se podría afirmar que la invención de la propiedad social fue el modo de evitar la solución radical, revolucionaria, de la propiedad colectiva. Esta nueva solución permitió salir del dilema, encontrar una tercera vía entre los defensores a ultranza de la propiedad privada, partidarios del statu quo pese a que reenviaban a una mayoría de los traba jadores a la inexistencia social, y los partidarios, por otra parte, de un socialismo socialismo colectivista o de un comunismo que efectivamente se llegó a imponer a partir de 1917 en Rusia bajo la forma de lo que se denominó “socialismo real”. El modo de superar este antagonismo consistió en vincular la seguridad al propio trabajo, en construir a partir del trabajo soportes que proporcionan protecciones equivalentes o casi
equivalentes a las que proporciona la propiedad privada. Y es precisamente este suelo protector lo que la propiedad social va a promover. La expresión “propiedad social” circula en Francia desde finales del siglo XIX entre esa familia de pensadores ligados a la Tercera República que q ue intentan fundar esta vía media entre los liberales, que se aferran al laissez-faire, y los defensores de una revolución social radical. Uno de esos autores, Alfred Fouillée, que publicó en 1884 un libro titulado La propiedad social y la democracia, proporciona la caracterización más explícita que encontré de la propiedad social: “Sin violar la justicia, e incluso, en nombre de la justicia, el Estado puede exigir a los trabajadores un mínimo de previsión y de garantías para el porvenir, pues esas garantías del capital humano, que son como un mínimo de
Esta cita, extraordinariamente enjundiosa, muestra bien cómo se articuló un nuevo papel del Estado, pues es el núcleo del Estado social quien puede y debe intervenir en nombre de la justicia,, y quien justicia quien transgrede transgrede el tabú del liberalismo que se opone a la menor intervención pública en materia social. El Estado asume un modo privilegiado de intervención: debe promover el seguro obligatorio, obligar a los trabajadores a asegurarse contra los riesgos sociales, lo que les proporcionará una seguridad para el futuro en lugar de vivir al día a merced del menor accidente. También queda bien precisado el efecto de esta intervención: proporciona algo así como un mínimo de propiedad, un equivalente de la propiedad que asegura al trabajador un mínimo de independencia: contar con los recursos necesarios para no depender de un tercero, gozar de una cierta libertad, ser un ciudadano como los demás, es decir, como aquellos que tienen seguridad porque gozan de propiedad. Por último, la finalidad política de la operación es también pregonada con claridad: se trata de neutralizar el riesgo de la subversión propio de un proletariado o de una clase obrera no estabilizada y que, por tanto, como señaló Marx, “no tiene nada que perder, excepto
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Fouillé, A: La propriété sociale et la démocratie. París, 1884. 55
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sus cadenas”. Tal fue, en suma, el programa que constituyó el eje principal de las leyes sociales de la Tercera República y que, más allá incluso de ésta, constituyó el centro de desarrollo de ese Estado social que intervino (y esto es algo que hoy se ve con más claridad), como un reductor de inseguridad al proporcionar un mínimo de seguridad a quienes se encontraban en la inseguridad social permanente. En realidad esta política de reducción de riesgos pasa por la construcción de un tipo inédito de recursos que tienen funciones homólogas a las de la propiedad privada. Se podría afirmar que la propiedad social presenta una analogía con la propiedad privada: es una propiedad para la seguridad. Dicho de otro modo, la propiedad social difiere de la propiedad privada, a la vez que desempeña una de sus esenciales funciones. No se trata de un patrimonio privado del que se dispone libremente en el mercado. Esta propiedad depende de un sistema reglado de derechos y de obligaciones. En el caso de la jubilación, por ejemplo, no se puede vender el propio derecho de jubilación, pero una vez que se cumplen las obligaciones legales requeridas y garantizadas por el Estado, se cobra una pensión que asegura ese mínimo de propiedad de la que hablaba Fouillée. La pensión de jubilación no da para lujos, pero al menos libra de la miseria y de la indignidad, conjura ese verdadero drama que con anterioridad era consustancial a la condición de los viejos trabajadores que ya no podían seguir trabajando y que se veían condenados, a menos que sus hijos pudiesen hacerse cargo de ellos, a pudrirse para finalmente morir en el hospicio. Esta eventualidad representó un temor secular para la gran mayoría de lo que se denominó “el pueblo”. pueblo”. La propiedad social hace posible un cambio muy considerable respecto a la condición en la que se encontraban los proletarios en los inicios de la indus56
trialización que literalmente gastaban su vida ganándose la vida. Esta forma de propiedad proporciona también una cierta limitación a la total hegemonía del mercado sobre el trabajo. Las exigencias del beneficio ya no dominan por completo en la condición del trabajador, pues el beneficio va acompañado de contrapartidas sociales destinadas a la protección de los traba jadores. En En cierto sentido sentido se podría decir que el mercado se ve domesticado, moldeado por la protección social. Sin duda, evidentemente el mercado no queda eliminado, pero se establece un cierto compromiso que me parece que constituye el eje de lo que se denominó el “pacto social” que va a culminar en los años 1970; pacto que supone, por una parte, aceptar las exigencias del mercado, es decir, las condiciones necesarias para producir riqueza, y la exigencia, por otra, de asegurar las condiciones de una mínima seguridad para aquellos y aquellas que son los principales productores de esta riqueza, es decir, las traba jadoras y los trabajadores asalariados. La expansión de la propiedad social
En esta un tanto esquemática representación de la propiedad social que acabo de presentar hay dos importantes lagunas que exigen algunas precisiones con el fin de que tengamos una visión más completa de los retos que giran en la actualidad en torno a la propiedad social. En primer lugar, me he ceñido al momento del nacimiento de esta noción a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX , que dio lugar en una primera época a realizaciones prácticas muy modestas, por no decir irrisorias. Así, por ejemplo, la ley sobre las jubilaciones de obreros y campesinos, que se votó en Francia en 1910 tras 20 años de encarnizados debates, únicamente afectó a un número muy limitado de trabajadores; por una parte únicamente concernía a los asalariados con menores ingresos, situados por
debajo de un umbral salarial muy bajo, y, por otra, en esa época la mayoría de los trabajadores morían antes de que les llegase la edad de la jubilación. La cuestión, por tanto, estriba, en saber cómo éstas más que tímidas realizaciones de comienzos de siglo se reforzaron y se extendieron para formar la osamenta de lo que Fraçois Ewald denominó una “sociedad aseguradora” que vino a cubrir contra los principales riesgos sociales, en un primer momento a todos los asalariados, y, posteriormente, a prácticamente todo el conjunto de la población3. ¿Cómo se produjo el paso de la sociedad industrial a una sociedad salarial, el paso a una sociedad en la que el salario se generalizó? Las transformaciones –en las que no podemos detenernos ahora– han sido de larga duración, han sido complejas, dieron lugar a numerosos conflictos y en ellas el papel del Estado social ha sido preponderante. Pero al menos lo que se puede decir es que la sociedad salarial no es tan sólo una sociedad en la que la mayoría de la población activa es asalariada, sino también, y, sobre todo, una sociedad en la que los seguros, las protecciones instituidas en un primer momento para cubrir los riesgos de los obreros asalariados, llegaron a cubrir prácticamente a todo el mundo. Y se podría incluso añadir que esta sociedad salarial es la sociedad en la que aún nos encontramos hoy, aunque se vea amenazada, pues la sociedad a la que hemos llegado es en buena medida el resultado de la generalización de la propiedad social. Es preciso plantear una segunda cuestión que está además vinculada a la primera. Presenté la propiedad social a partir de lo que yo considero su centro nuclear, o al menos su realización más original, es decir, la transferencia directa del trabajo a la seguridad por medio del seguro obligatorio. Me parece que el derecho a la jubilación repre-
senta sin duda la ejemplificación más clara de una protección construida a partir del trabajo que asegura la protección del asalariado al margen del trabajo y hasta el final de sus días. Pero la propiedad social no se reduce tan sólo a este tipo de prestaciones sociales, pues consiste también en asegurar la participación de los individuos no propietarios en los bienes y servicios colectivos de los que es promotor el Estado social. Se trata, en primer lugar, del desarrollo de los servicios públicos que un jurista de principios del siglo XX , Leon Duguit, definía como “toda actividad cuya realización debe ser asegurada, regulada por los gobernantes, ya que el cumplimiento de esta actividad es indispensable para la realización y el desarrollo de la interdependencia social, puesto que es de tal naturaleza que no puede ser completamente realizada más que mediante la intervención de la fuerza gubernamental”4.
Esta idea de la int interd erdepe epenndencia social (idea que reenvía a la solid solidarida aridadd orgá orgánica nica de Durkheim) es fundamental. Es una idea que expresa la necesidad de mantener un vínculo de reciprocidad en el que se pone de manifiesto la participación de los ciudadanos en un mismo conjunto con el fin de que, contra lo que se denominaba en la época los riesgos de disociación social (en la actualidad se habla de la exclusión), los ciudadanos continúen haciendo sociedad en el sentido fuerte del término, continúen siendo interdependientes unos de otros, para formar lo que en términos políticos se denomina una nación y, en términos sociológicos, la cohesión social. Y es precisamente la fuerza gubernamental, el Estado social, quien construye los medios de esta interdependencia poniendo a disposición de todos bienes y servicios comunes. Una de las funciones esenciales del Estado moderno es, por tan-
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Ewald, F: L’Etat Providence. Grasset, París, 1986.
Duguit, L: Le droit social, le droit individuel et la transformation de l’Etat. Paris, 1908. CLAVES
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to, ser el agente de una distribución concertada de servicios en nombre del interés general. La distribución es necesaria pues las empresas privadas –precisamente porque representan intereses privados– no pueden asumir suficientemente esta función. Esta concepción del servicio público desembocará tras la Segunda Guerra Mundial, en el marco de una economía dirigida de inspiración keynesiana, en la nacionalización de determinadas empresas. La idea es que los poderes públicos deben también administrar determinadas empresas porque los bienes que éstas producen representan un interés colectivo cuya gestión no puede ser dejada en manos de la iniciativa privada. Se comprueba así que existen fuertes disparidades entre estas diferentes configuraciones de la propiedad social, a las que sería preciso añadir además al menos las viviendas de protección oficial, otro medio de facilitar a los no propietarios el acceso a un bien esencial. No trato de afirmar que la propiedad social goce de una unidad conceptual sin fisuras (en todo caso confieso que no soy capaz de establecer totalmente esta unidad), pero las diferentes realizaciones de la propiedad social presentan al menos un mismo objetivo, que se podría definir como la rehabilitación social de los no propietarios. Incluso aquellos que carecen de propiedad privada participan, sin embargo, de la riqueza social, bien porque disponen de una Seguridad Social bajo la forma de seguros garantizados por el Estado, bien bajo la forma del acceso a bienes y servicios colectivos puestos a su disposición por el poder público en una lógica que no es la del puro mercado. Sugería que se encuentran aquí los dos polos de la propiedad social que sirven de fundamento a una ciudadanía social en el sentido fuerte del término. Si esta noción de ciudadanía social, demasiado manida en la actualidad, tiene un sentido preciso, me parece que es precisamente Nº123
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éste. La propiedad privada ya no es el único fundamento de la ciudadanía. El no propietario goza también de derechos sociales y de seguros sociales, participa de prestaciones y servicios colectivos garantizados por el Estado que tienen una función análoga a la de la propiedad privada para los no propietarios. El debilitamiento de la propiedad social
Una vez realizadas estas precisiones acerca de la naturaleza y las funciones de la propiedad social ¿cómo analizar el cuestionamiento y la conmoción de la propiedad social, y del papel del Estado que le sirve de soporte, en el marco de la crisis de la sociedad salarial? Esta crisis, que sin duda es algo más que una crisis transitoria, señala una recomposición bastante profunda de las relaciones entre lo económico y lo social; supone también cuestionar el pacto social, social, al que ya nos hemos referido, todo él vertebrado por la propiedad social. Resulta imposible realizar ahora un balance de las considerables transformaciones que se produjeron desde hace 25 años. Simplemente me contentaré con señalar su repercusión en los diferentes aspectos de la propiedad social que he distinguido, lo que no deja de ser una prueba a contrario de la unidad, al menos relativa, de esta noción pues, aunque de forma desigual, sus diferentes configuraciones se ven todas ellas afectadas. He señalado que la nacionalización de determinadas empresas había sido la punta de lanza de la propiedad social en el sector económico, en el marco de una economía dirigida de tipo keynesiano, al asumir el poder público directamente su administración en nombre del interés colectivo. Se trata, sin duda, del sector más degradado actualmente de la propiedad social, en situación de liquidación total, pues incluso bajo un gobierno socialista se ha acentuado la privatización de empresas nacionalizadas. Creo que se puede afirmar que en términos genera-
les triunfa en el mundo la tendencia a incorporar al mercado la producción o la gestión de bienes y servicios que tienen directamente un valor mercantil. Lo que acontece en la esfera de los servicios públicos propiamente dichos me parece más complejo. Por una parte se observa una tendencia general a asumir la gestión de esos servicios a partir del modo de funcionamiento de los servicios privados. También También en los servicios públicos se habla de eficacia, de flexibilidad en los servicios a la clientela, etcétera, algo que en sí mismo no es como para echar las campanas al vuelo. Pero se observa también la tendencia a reenviar a lo privado, a privatizar servicios que en un principio fueron puestos en marcha por los poderes públicos. Por ejemplo, en Francia las telecomunicaciones fueron desarrolladas por el poder público, lo que supuso, además, un fuerte coste para los contribuyentes, pues sólo el Estado era capaz de ese tipo de inversión, o en todo caso no le interesaba al sector privado ya que no era rentable. Pues bien, recientemente se privatizó, al menos parcialmente, France Telecom, pues gestiona bienes que pueden ser rentables. Este tipo
de transferencia de lo público a lo privado también es una tendencia general, una tendencia concretamente muy acentuada en determinados países, como sucedió, por ejemplo, en la Inglaterra de la señora Thatcher. Esta orientación privatizadora suscita una cuestión de fondo. ¿Existen bienes que no son comercializables, es decir, cuya naturaleza es tal que no deberían ser incorporados al mercado, incluso aunque esos bienes puedan resultar vendibles? ¿Es posible remercantilizarlos con la seguridad de que van a continuar desempeñando su función colectiva, es decir, la de ser, como decía Leon Duguit, los instrumentos de la inter interdepe dependen ndencia cia social? Me lo planteo en relación concretamente a esos dos bienes esenciales que son la educación y la salud, los dos principales pilares del servicio público. En este ámbito también asistimos a los avances de una mentalidad impregnada de contabilidad y de gestión. Sin duda, la preocupación por aligerar el peso de los gastos públicos es legítimo, pero la cuestión a dilucidar es si el coste de un servicio público puede ser reducido a su precio en el mercado, pues la vocación del servicio público es la de si57
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tuar en un primer plano el interés general y, sin duda, sólo el poder público puede ser el garante de este interés colectivo, simplemente porque la lógica de lo privado es la lógica del beneficio. Existe al menos una tensión, por no hablar de una contradicción, entre esas dos lógicas; y en la actualidad la progresión de la lógica mercantil mercantilizadora izadora tiende en la misma proporción a reducir la preeminencia de la jurisdicción pública y el lugar del Estado social. La misma tensión se pone de manifiesto en la actual recomposición de la protección social. La institución del seguro obligatorio que desembocó en una Seguridad Social generalizada, fue el medio a través del cual se reafirmo la propiedad social del modo más brillante; y en este punto, una vez más, se habla hoy de una un a “crisis” “crisis” de este sistema de protección que se presenta ante todo como una crisis de su financiación. Y en realidad, en la medida en que lo esencial de la protección debe ser financiado por las cotizaciones sociales a partir del trabajo, se entiende que el paro masivo, la precarización creciente de los empleos, el envejecimiento de la población activa, etcétera, amenacen con bloquear los mecanismos de financiación. De ahí surgen reformas, entre ellas algunas que funcionan ya como la financiación parcial de la protección mediante la Contribución Social Generalizada (CSG), algunas en estado de proyecto como, por ejemplo, la discusión sobre la financiación de los regímenes de jubilación. En realidad más allá de estas cuestiones de financiación ¿no es la lógica misma del sistema de protección social la que está siendo amenazada? El punto de llegada de la protección social era cubrir al conjunto de la población mediante medidas generales tendentes al universalismo, es decir, tendentes a asegurar a todo el mundo, o, a casi todo el mundo, a partir de grandes regulaciones homogéneas. Estamos en las antípodas de la 58
lógica de la asistencia que consiste en dispensar ayudas a poblaciones específicas en la medida en que sufren dificultades particulares siguiendo la lógica de lo singular, o, como se dice en América del Norte, de la di disscriminación positiva. Asistimos así a la multiplicación de lo que se denominan los “mínima” “mínima” sociales, es decir, prestaciones atribuidas en función de los ingresos a grupos que sufren determinadas dificultades. En Francia existen actualmente siete mínima sociales, de los cuales el último cronológicamente es el Ingreso Mínimo de Inserción (RMI). Sin que ello suponga condenar estas nuevas disposiciones, que son intentos de hacer frente a una situación cada vez más difícil, es preciso plantearse si no estamos asistiendo a una transformación del propio régimen de protecciones. En lugar de regímenes generales de protección de la sociedad salarial nos encontramos con un régimen de protección que funciona a dos velocidades: seguros generales y sólidos para quienes continúan estando fuertemente integrados en las estructuras de la sociedad salarial; y prestaciones particulares para quienes se han descolgado de las regulaciones generales generales y a quienes se les conceden compensaciones, pero a partir de su inferioridad. Son prestaciones no sólo inferiores a las que se derivan del trabajo sino que además pueden llegar incluso a adquirir una dimensión estigmatizante en la medida en que se conceden sobre la base de una deficiencia o al menos de la comprobación de que el individuo ha dejado de pertenecer al régimen común. ¿No estamos asistiendo a través de todas estas transformaciones a una profunda alteración de la noción misma de solidaridad cuyo sentido fuerte significa la interdependencia de las partes en relación al todo? En la actualidad la solidaridad tiende a convertirse en un tranquilizante, en una especie de benevolencia para con determinadas
categorías de gente tirada a quienes se les conceden, sin embargo, determinadas ayudas, pero a partir de un modelo que se asemeja más al de la filantropía que al del reconocimiento de una verdadera ciudadanía social. Un ejemplo es el “subsidio específico de solidaridad” reconocido a los parados a quienes se les acaba el seguro de desempleo, es decir, a quienes se han quedado sin los derechos que estaban vinculados al trabajo y que se inscribían en la lógica de la propiedad social. Generalizando estas reflexiones nos podríamos preguntar si no estamos asistiendo actualmente a una especie de revancha de la propiedad privada sobre la propiedad social. La propiedad social nunca suprimió la propiedad privada. Se podría incluso sostener la tesis de que la salvó al ahorrar la opción colectivista. Sin embargo, limitó su hegemonía al asegurar la seguridad de los no propietarios. En realidad lo que hoy vuelve a ocupar el primer plano es la figura del propietario, aunque adoptando formas muy nuevas. Ya no se trata del propi propietario etario agrícola que dominaba en la sociedad preindustrial; ni tampoco del rentista, dibujado con finos trazos por escritores como Balzac y que fue tan pujante en el siglo XIX , e incluso, incluso, más tarde; tarde; tampoco estamos ante el capitán de la industria de la gran época de la industrialización, sino más bien ante el capital financiero, la búsqueda del beneficio por el beneficio a cualquier precio. Si esta propiedad triunfase en toda la línea ya no habría espacio para la propiedad social ni para el Estado social en tanto que instancia de regulación, a la vez como reductor de inseguridad y proveedor de servicios públicos, por recordar los dos principales papeles que desempeñó en la sociedad salarial. No nos encontramos, sin embargo, en esta situación, o al menos aún no hemos llegado a ella. Me parece que el diagnóstico que se puede plantear a partir de la situación actual es el del
debilitamiento de la propiedad social y no el de su derrumbamiento. Sin duda se observa un desarrollo de la precariedad, pero se trata de una precariedad aún rodeada y atravesada por protecciones. La Seguridad Social, por lo que yo sé, aún existe en Francia y para casi todo el mundo. También existe el Estado social y se podría incluso afirmar que sus intervenciones nunca han sido tan numerosas y variadas como en la actualidad, incluso, aunque no siempre sean eficaces. Por ejemplo, la ley que acaba de ser votada sobre la cobertura sanitaria universal es una extensión de la protección social a aquellos que hasta la actualidad habían sido excluidos de ella. Sin duda el Estado social es objeto de impugnaciones y se ve amenazado, pero no está muerto ni tampoco está moribundo. Su función protectora aún está pujante, como lo muestra a contrario la virulencia de los ataques de los que es objeto por parte de la ideología liberal. Los análisis que predicen su desplome son extrapolaciones unilaterales de la fuerte tendencia a la des-regulación que efectivamente atraviesa la situación actual, pero no son tendencias hegemónicas. La situación actual implica demasiados parámetros como para que se pueda pretender que la suerte ya está echada; y ello tanto más si se piensa que lo que sucederá dependerá también de lo que hagamos o no hagamos en la actualidad por asumirla. Conclusión
La invención de la propiedad social supuso una revolución y su importancia no siempre ha sido suficientemente subrayada, pues se trata de una revolución silenciosa que se desplegó a lo largo del tiempo –al menos durante un siglo– sin convulsiones violentas, lo que no quiere decir que se produjese sin conflictos. Esta invención ha conmovido profundamente la condición social de la mayoría de la población de las sociedades occidentales, y consiguió como mínimo CLAVES
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yugular el estado de precariedad y de inseguridad social permanente que había sido el destino secular de la mayoría de los trabajadores. No se trata de un juicio de valor, sino de un hecho comprobado por la historia social desde el comienzo del siglo XIX . Apoyándome en este análisis defiendo –posiblemente se trata de un juicio de valor que asumo con gusto– que se trata de una noción que merece consideración y que estaría bien repensarla dos veces antes de proclamar que ya ha periclitado y que es hora de pasar a otra ot ra cosa: por ejemplo, a la aceptación de la hegemonía total del mercado. Esto no quiere decir que haya que conservarla en la forma exacta que adoptó cuando se produjo el pacto social de comienzos de los años setenta, por ejemplo. Efectivamente hay algo de irreversible en las transformaciones que se han operado desde hace 25 años y que han conmovido profundamente la sociedad salarial. Pero permanece tan actual como esencial la cuestión de saber si es posible volver a desplegar la propiedad social en una coyuntura nueva marcada por una mayor movilidad, por exigencias de competitividad, por una mayor concurrencia, etcétera. ¿Es posible poner en marcha, como decía antes, nuevas formas de un pacto entre, por una parte, las condiciones requeridas para producir las riquezas que reenvían a exigencias que pueden ser legítimas del mercado, y por otra, las condiciones requeridas para asegurar la protección y el reconocimiento social de aquellos que con su trabajo producen esas riquezas? Se trata evidentemente de una pregunta que suscita dificultades importantes, pero la pregunta se impone si se acepta la importancia que revistió, y que reviste aún, la propiedad social en la sociedad salarial. Si no encontramos una respuesta, sin duda se saldría de la sociedad salarial pero se correría el riesgo de reanudar, en nombre de la búsqueda de la eficacia y de la compeNº123
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titividad a cualquier precio, esa indignidad de la condición trabajadora a la que me refería al comienzo para mostrar lo que en términos globales era el mundo del trabajo antes de la instauración de la propiedad social. En suma, en nombre de las alabanzas a un futuro libre de coacciones, de reglamentaciones y de burocracias estatales, se correría el riesgo de volver a encontrarnos con las más viejas expresiones de la miseria de los trabajadores y con la inseguridad social. n
Traducción de Fernando Álvarez-Uría.
es director del Centro de Estudios de los Movimientos SociaRobert Castel
FILOSOFÍA
ENVEJECER Y MORIR Un insano compromiso MANUEL ARRANZ
Revuelta y resignación. Acerca del envejecer Jean Améry Pre-Textos, Valencia, 2001 Para reflexionar sobre la existencia no hace falta una mente filosófica; es más, una mente filosófica, una mente analítica, representa casi siempre un obstáculo cuando de lo que se trata es de pensar la vida propia (ya la misma denominación de existencia a esa vida constituye el primer obstáculo). Y si bien nadie se atrevería a defender que una mente cansada, fatigada, débil, está en mejores condiciones para la reflexión que una mente lúcida y despierta, lo cierto es que han sido esas mentes las que han producido los mejores pensamientos, las que se han extraviado menos y las que, cuando han cometido errores, éstos apenas han tenido consecuencias serias para la humanidad. No se puede decir lo mismo de las mentes lúcidas. Y si nos preguntáramos por qué la mente está cansada, fatigada o débil, no encontraríamos seguramente otra respuesta que ésta: por el paso de los años, por el uso, por la práctica, por la experiencia. La conciencia del tiempo
Los libros de Jean Améry poseen una sabiduría especial. La razón, la lógica, tan sólidos pilares del conocimiento humano, no sirven en cambio de nada cuando lo que se trata de conocer es al propio ser humano. Améry sabe esto, y en consecuencia no se propone demostrar nada, sino únicamente mostrar; y para mostrar nada mejor que el “us “usoo lingüístico habitual”, es decir, ese lenguaje de todos y de nadie, 60
tan impreciso a veces, tan ine- bido que es temporal, siempre muere de envejecimiento proxacto, tan equívoco, pero tan ca- ha sabido que él también enve- piamente dicho. El hombre teóbal siempre. Y ese uso lingüísti- jecerá y acabará por morir un ricamente siempre puede enveco habitual, por mucho que nos día. Lo sabe pero, como dice jecer más, como c omo de hecho está digan los fenomenólogos que el Jankélévitch, no se lo cree1. Só- sucediendo. No es por tanto una tiempo no existe, que es una lo a partir del momento en que enfermedad, o sólo lo es metaabstracción, un concepto vacío, empieza a creérselo empieza a fóricamente hablando, aunque una idea relativa, nos habla de ser consciente de verdad de ese sí sea un estado “propicio a las presente, de pasado y de futuro; hecho, que es el más común y enfermedades”; y, particulary siempre entendemos lo que es- cotidiano de los hechos: enveje- mente, según Améry, a una estos tres tiempos significan, siem- cemos. Y sin embargo es un he- pecie de disociación del yo propre entendemos su sentido, aun- cho extraordinario. Envejece- vocada por la conciencia aguda que en ocasiones presintamos mos y el tiempo que nos queda del cuerpo. también su sinsentido. Y el por delante, indefinido y cada Así, el cuerpo se hace constiempo presente es el momento vez más corto pero el único que ciente en el envejecimiento del éste en que escribo, el momento nos importa, hace que volvamos mismo modo que se dice que la en que leo este texto, aunque es- la mirada atrás, al pasado de es- salud se hace consciente en té enmarcado entre un pasado te presente sin casi ya futuro. la enfermedad. El cuerpo, nuesy un futuro que, como se suele Envejecemos y el paso del tiem- tro propio-cuerpo, se nos aparedecir, le confieren su verdadera po de pronto empieza a dejar ce, por obra y gracia del envejedimensión. La mejor y más sentir su peso. El peso del tiem- cimiento, como un cuerpo excompleta experiencia que el po no son todos esos recuerdos traño, un cuerpo que ya no nos hombre tiene del tiempo, aun- que conforman el pasado del responde, que nos obliga a penque no la única, es el envejeci- hombre. El hombre que no re- sar en él, a que le tengamos en miento, el propio envejecimien- cuerda, o que apenas tiene re- cuenta, a que le sirvamos, cuanto que es, acerca de lo que trata cuerdos, también siente el peso do siempre fue él el que nos sireste libro de Jean Améry, los tér- del tiempo. Y es que el tiempo, vió. Y el cuerpo nos impone el minos de cuyo título, muy inte- cuanto menos es más pesa, pues dolor: el dolor físico y el dolor ligentemente, han invertido los el tiempo que le pesa al hombre de la contemplación de su decaeditores: Revuelta y resignación. es el tiempo del futuro, y cuan- dencia, a cual más doloroso. Acerca de enveje envejecer cer (original- to menos futuro le queda, más Ambos dolores, materializados mente Über das Altern. Revolte le pesa. Lo contrario también es en el cuerpo que los sufre, hacen und Resignation). cierto. que el hombre cobre una con Así pues, según Améry Amér y, sólo ciencia de sí mismo que no haquien ha vivido suficiente tiene La conciencia del cuerpo bía tenido hasta entonces. No la experiencia del tiempo, cono- Pode Podemos mos considerar el envejeci- es una conciencia de su fragilice y sabe lo que es el tiempo. miento una enfermedad, como dad, de su vulnerabilidad, de su ¿Pero cuándo se ha vivido sufi- hace Jean Améry, una enferme- indefensión, sino conciencia de ciente? ¿Cuándo alguien puede dad común e incurable, aunque su estar en el mundo, conciencia decir: ya he vivido suficiente? no mortal, pues el hombre siem- de que él no es el mundo. ConPrecisamente, nos dice el autor, pre acaba muriendo de alguna ciencia también de su impotencuando se hace consciente del otra cosa, un paro cardiaco, una te fuerza. tiempo, del paso del tiempo. Su- rotura de aneurisma, un ictus, ficiente no quiere decir bastante; algo sin duda propiciado por La mirada del otro el suficiente se puede prolongar el envejecimiento de los órga- Pero esa disociación del yo proindefinidamente, todo puede ser nos, por su deterioro, pero no vocada por la conciencia del suficiente, pero no bastante, cuerpo que envejece y que se nunca bastante. Ser consciente produce ante nuestros ojos un 1 Vladímir Jankélévitch: La muerte. del tiempo es reconocerse temdía repentinamente, se produce poral. El hombre siempre ha sa- Pre-Textos, Valencia, 2002. también ante la mirada de los CLAVES
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nos dirá. Sin duda lo son, pero también y en primer lugar son hombres. No entender el mundo
Jean A méry
otros. En realidad, ésta es la esencia de la disociación. Nosotros, de pronto, ya no nos vemos como éramos, ya “no nos reconocemos”; pero los otros tampoco nos ven como nos veían. Aunque en realidad, posiblemente, los otros nunca nos vieron como pensábamos que nos veían; en el caso de que llegaran realmente a vernos alguna vez; en el caso de que, fuera del amor, alguien llegue a ver a alguien realmente como es. Pero, en el fondo, ¿qué importa cómo realmente somos?, ¿qué importa cómo pensemos que somos? Hay un momento, nos dice Améry, en que para la sociedad sencillamente somos , sin importarle lo más mínimo el cómo, y nos juzga con sus valores, valores sociales, claro está, con un juicio inapelable. Nadie puede salirse del papel que Nº123
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DE RAZÓN PRÁCTICA
le asigna la sociedad y al que consciente o inconscientemente ha contribuido. Somos una edad determinada, una profesión, un estado civil, un estado de salud, aunque sigamos insistiendo en que todo esto es circunstancial y puede cambiar y, de hecho, está cambiando continuamente. Y esa edad, esa profesión, ese estado civil y esa salud están investidos de valores, es decir, tienen más o menos valor según las circunstancias de cada cual y una compleja combinatoria social, o dicho de otro modo, son valores fluctuantes sometidos a unas leyes y una cotización tan inapelable como ciega e injusta en ocasiones. Pero por algo a la justicia se la representa con una venda en los ojos. Naturalmente, no hace falta insistir, los valores en
Un fenómeno característico, relacionado con este juicio de la sociedad sobre el hombre que envejece, es el juicio de ese hombre que envejece sobre la sociedad. Jean Améry lo llama “no entender ya el mundo” en un capítulo clave del libro. En realidad este no entender el mundo es un proceso estrechamente ligado al proceso de envejecer. Y no puede decirse que los jóvenes entiendan el mundo y los viejos no, aunque esto sólo fuera porque al parecer, pero sólo al parecer, insistimos, el mundo es de los jóvenes y los viejos están siendo expulsados de él. No, los jóvenes sencillamente no necesitan entender el mundo; los alza en la sociedad, indepen- que sí lo necesitan son los viejos, dientemente de otros factores no se resignan a irse de este susceptibles de devaluarlos pro- mundo sin haber entendido navisional u ocasionalmente, son da. A este no entender el munla juventud, la salud, y una pro- do, que se manifiesta en un refesión con reconocimiento so- chazo instintivo de todo lo cial y elevada remuneración nuevo, en una sensación de económica. El matrimonio, en malestar y agravio ante cualcambio, es un valor que apenas quier experimento cultural que cotiza hoy día. De la misma ponga en solfa las pocas certeenumeración de los valores sal- zas que nos quedaban al resta a la vista su injusticia. No pecto, se corresponde, como las son valores, son determinacio- dos caras de la misma moneda, nes, son circunstancias, algunas el fenómeno contrario: enteninsoslayables y otras, como su der el mundo, y, para justifinombre indica, meramente cir- carlo, traer a colación los casos cunstanciales. Pero eso es pro- célebres de violento rechazo y blema del hombre, no de la so- posterior ensalzamiento. Améry ciedad que le juzga. Un enfer- cita, cómo no, la exposición immo es un enfermo y un viejo presionista de 1874 en París, y es un viejo, y poco le importa a podrían citarse, sin duda, docela sociedad que ese viejo enfer- nas de ejemplos de este tipo. Armo se llame Beethoven, Joseph gumento éste peligroso donde Rooth o Robert Walser. Esos los haya y que paraliza a los más hombres son excepciones, se lúcidos, y casi siempre viejos, 61
ENVEJECER Y MORIR
tanto por miedo a ser injustos como por miedo a caer en el ridículo algunos años después. Quizá, para desbaratar el argumento, bastara con recordar todo aquello otro que la sociedad recibió alborozada como valores seguros y no resistió el paso de los años, en ocasiones ni el cambio de temporada. Pero este argumento nunca ha bastado. Parece que más vale equivocarse al aceptar algo y luego rectificar, que equivocarse rechazando lo que debía haber sido aceptado. Esto no quiere decir, naturalmente, que haya que poner ba jo sospecha cualqu cualquier ier innovación cultural, pero tampoco que debamos comulgar con ruedas de molino por miedo a equivocarnos. Otro ejemplo que pone Améry es el nouveau roman, contemporáneo de su libro (1968), que había venido a sentenciar a la novela realista y estaba refrendado por el sistema de signos imperante en aquel momento de la historia literaria tanto en Francia como en parte de Europa. Sin embargo, hoy nadie lee aquellas novelas y se sigue leyendo en cambio a Balzac. Compárese este hecho con el de los impresionistas. La conclusión: no se pueden generalizar todos los procesos, no todo 62
es comparable, no se puede predecir la evolución. Sin embargo, este no entender el mundo parece no perturbar demasiado al hombre cuando de lo que se trata ya no es de la cultura, sino de la ciencia. El hombre acepta de buen grado no entender en este campo y recibe siempre con entusiasmo cualquier adelanto de la ciencia, a pesar de que aquí los errores de perspectiva, por llamarlos de algún modo, se pagan mucho más caros. Los signos imperantes
Todo esto lo explica Améry por los sistemas de signos imperantes dentro de otros sistemas mayores y sus continuas fluctuaciones y transacciones. Naturalmente, cuando uno ha crecido con un sistema de signos determinado, no le va a ser fácil desenvolverse en otro distinto. Esta argumentación sólo tiene un fallo, y es que el hombre siempre es contemporáneo del mundo en el que vive, independientemente de su edad. Pero en cambio donde el argumento se demuestra irrefutable es en que el hombre envejece, mientras que el mundo aparentemente, y de nuevo sólo aparentemente, se renueva. Claro que renovación no quiere decir ne-
cesariamente progreso, pues no puede decirse, por seguir utilizando los ejemplos que utiliza Améry,, que Sollers Améry Sollers haya superado a Joyce o que Sarraute haya superado a Proust. Pero si, como dijimos al principio, para reflexionar sobre la existencia no hace falta una mente filosófica, menos todavía para reflexionar sobre la muerte, que es el final de esa existencia. Las reflexiones ontológicas no sólo nos dejan insatisfechos, sino que nos producen cierto malestar y desazón. La muerte no es buen tema de reflexión; aunque no podamos dejar de pensar en ella, no podemos en cambio reflexionar sobre ella. Para pensar no necesitamos argumentos; pensamos sin darnos cuenta de que estamos pensando, como respiramoss sin darnos cuenta de respiramo que estamos respirando, y a veces sin saber siquiera qué pensamos; sólo cuando por algún motivo se interrumpe la función cobramos conciencia de ella. Para reflexionar, en cambio, hace falta voluntad, y algo a lo que podríamos llamar un sistema de referencias; es decir, un fundamento, un conjunto de verdades demostrables que no sean meras tautologías. Pero cuando pensamos en la muerte, todos los temas, todos los problemas que suscitaba en nosotros el envejecimiento, la consideración del tiempo, el afrontamiento del dolor, la exclusión social, cobran una crudeza y una crueldad especiales. Pensar en la muerte es un privilegio, un extraño privilegio, del hombre que envejece. Lo mismo que el joven no puede pensar en el mundo, tampoco puede pensar en la muerte, aunque hable de ella. Y no puede por las mismas razones: ni la muerte ni el mundo le conciernen. Le falta distancia crítica: uno lo tiene demasiado cerca y la otra la tiene demasiado lejos para preocuparse por ellos. Al viejo, en cambio, sí le concierne la muerte, sí se siente concernido por ella, y por mucho que la
piense no la comprende, no puede comprenderla porque no hay nada que comprender en la muerte, como tampoco comprende ya el mundo, un mundo que se nos ha regalado sin que lo hubiéramos pedido, y que ahora, cuando nos habíamos acostumbrado a él, se nos exige que lo devolvamos 2. n
Manuel Arranz es traductor y autor 2
Vladímir Jankélévitch: op. cit.
de Con las palabras. CLAVES
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H I S T O R I A
CINCO TESIS SOBRE EL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CUBA RAFAEL ROJAS
ace un siglo, Key West era un pequeño pueblo de tabaqueros cubanos. En aquella colonia de pobres emigrantes, José Martí estableció una de las delegaciones del Partido Revolucionario Cubano, la institución que organizó y financió la última guerra por la independencia de Cuba, entre 1895 y 1898. Antes del 20 de mayo de 1902, día en que finalizó la ocupación militar de la isla por Estados Unidos y se inauguró la primera República cubana, cientos de emigrantes de Key West ya habían regresado a su patria. Hoy, Cayo Hueso –como le conocen los cubanos– es una ciudad mayoritariamente anglosajona, habitada por jóvenes liberales que peregrinan desde Boston, Nueva York y otras ciudades de la Costa Este hasta el punto más al sur de Estados Unidos. Quien camine por Duval St., la calle que tantas veces recorrió Martí, encontrará decenas de restaurantes, cafés, tiendas, discotecas y, por supuesto, el Sloppy Joe’s, la barra preferida de Ernest Erne st Hemingway. A mitad de camin camino, o, entre el puerto y la playa, verá el Museo San Carlos, un edificio neoclásico con el escudo nacional de Cuba en el frontispicio que, como un fantasma del pasado, guarda las reliquias de la inmigración cubana del siglo XIX . En este interregno anglosa jón, a media distancia entre dos Cubas –la isla y Miami–, escribo cinco tesis sobre el centenario de la independencia de la última colonia española en América. Un centenario que será ignorado en La Habana y celebrado en Miami. Un hito nacional que no se transformó en ritual cívi-
H
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co, que no pudo fijarse en la precaria simbología del republicanismo cubano. Esa debilidad hace del centenario de nuestra independencia casi una ficción histórica que servirá, acaso, para pacificar un poco la memoria de esa isla. Mutaciones del nacionalismo
Si los Estados nacionales tienen una fecha de nacimiento, el 20 de mayo es el cumpleaños de Cuba. La incomodidad simbólica que los cubanos hemos sentido en relación con ese día durante todo un siglo ha provocado varios intentos de corrección bautismal por medio del desplazamiento de la fecha de fundación hacia otros hitos nacionales como el 10 de octubre de 1868, el 24 de febrero de 1895 o el 1 de enero de 1959. Rara nación americana, Cuba no celebra el día de su independencia con una fiesta cívica. Dicha incomodidad está relacionada con el hecho de que la asunción presidencial de d e Tomás Estrada Palma, aquel mediodía de 1902, se produjo bajo los auspicios legales de la Enmienda Platt, agregada como apéndice a la Constitución de 1901. Esta anomalía, más la singularidad de que el primer Gobierno estuviera precedido por una ocupación militar de la isla y terminara solicitando, en 1906, otra intervención norteamericana, imprimió en la cultura cubana la sensación de que la independencia nacía incompleta. Era una sensación real, aunque proclive a magnificar los límites de la soberanía. En su temprana reacción contra el 20 de mayo, los actores políticos republicanos atri-
buyeron una excesiva responsabilidad a la variable norteamericana y olvidaron o subestimaron eventos tan palpables como el intenso cabildeo del Partido Revolucionario Cubano, la presidencia de la República en armas y el Estado Mayor del Ejército a favor de la intervención norteamericana o el largo debate y las tres cerradas votaciones de la Enmienda Platt en la Asamblea Constituyente de 1901. Esta percepción, síntoma imperial en el discurso nacionalista cubano, se volvió predominante en los años veinte y treinta dentro del amplio espectro de la revolución antimachadista. El proceso político que Cuba experimentó entre el triunfo de la revolución de 1933 y el establecimiento de la Constitución de 1940 estuvo determinado, en buena medida, por el rechazo inmoderado de los actores revolucionarios a una supuesta condición neocolonial de la República de 1901. Esto no sólo se evidenció en la abrogación de la Enmienda Platt en 1934, logro diplomático del primer Gobierno revolucionario, sino en el cambio de régimen constitucional que se produciría en 1940. Como prueban los debates en el Congreso Constituyente de 1939, las principales innovaciones políticas que introdujo aquella legislatura (sufragio directo para todos los cargos públicos, tribunal de garantías constitucionales y sociales, semiparlamentarismo, introducción del cargo de primer ministro, facultad del Poder Legislativo para interpelar o impugnar el gabinete presidencial, amplio registro de derechos sociales en
materias de familia, cultura, trabajo y educación…) se inspiraron en una crítica de la Constitución de 1901, la cual argumentaba que el perfil liberal clásico de aquell aqu ellaa carta carta era obra obra de una mímesis extemporánea de la Constitución norteamericana de 1787. Como quería Martí, los constituyentes de 1940 siguieron la recomendación de Montesquieu de adaptar el canon doctrinal de la política moderna a las condiciones sociales del país histórico. El resultado fue una legislación desmesurada del orden civil que se inspiraba en una cultura jurídica nacionalista. Ya para entonces, el nacionalismo se había difundido en los discursos y las prácticas de casi todos los actores políticos. Pero en relación con Estados Unidos, ese nacionalismo de los años treinta, cuarenta y cincuenta no era, como diría Jorge Domínguez, adversarial . Es decir, se trataba de un nacionalismo cívico o revolucionario que reaccionaba contra la subordinación económica y política de Cuba a Estados Unidos sin cuestionar la hegemonía mundial norteamericana. Ese nacionalismo no adversarial de la segunda posguerra prevaleció dentro de las organizaciones que encabezaron la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista. La mutación de ese nacionalismo en un antiimperialismo, ahora sí, adversarial, de corte marxista-leninista, no fue demanda de ningún programa revolucionario antes de 1959 (ni siquiera del comunismo precastrista), sino una elección racional de las nuevas élites del poder en algún momento de 1960. El CLAVES
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Castro, Martí y Batista
desenlace de aquel pacto fue la instrumentación de la isla como aliado del bloque soviético en la guerra fría. Durante 30 años la política nacional e internacional de Cuba se basó en la certeza de que la sociedad cubana debía consolidarse como un enclave comunista en el Caribe, el cual prestaría valiosos servicios en la lucha ideológica, política y militar contra el capitalismo mundial. La descomposición de la URSS en 1992, último acto del declive comunista, despojó a Cuba de su rol en la guerra fría. Ese mismo año la isla vivió su último reajuste constitucional del siglo XX , el cual insinuaría un cambio sutil aunque decisivo. La política interna se abocó a la subsistencia de un socialismo nacional, cuyo adjetivo más al uso en la jerga oficial es todo Nº123
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un oxímoron (“socialismo dife- tar una transición a la democra- con la experiencia popular de la rente”), refractario al legado so- cia; alcanzar la derogación de la cultura, han sido trágicas. Casi viético y capaz de asimilar prác- Ley de Ajuste Cubano sin flexi- todos nuestros historiadores ticas capitalistas. La política ex- bilizar su rígido control migra- (Ramiro Guerra, Emeterio Santerior, por su lado, suprimió su torio; en suma, ser socio comer- tovenia, Herminio Portell Vilá, importante dimensión de ame- cial y colaborador de Estados Leví Marrero, Julio Le Rivenaza militar, aunque en los no- Unidos en materias de narcotrá- rend…) y pensadores (Enrique venta encontró nuevas formas fico, terrorismo y migración y, a José Varona, Fernando Ortiz Ortiz,, de impugnación de la hegemo- la vez, consolidarse como una Jorge Mañach, José Lezama Linía norteamericana por medio pequeña gran nación, campeona ma, Cintio Vitier…) han prede curiosas alianzas con el fun- en la lucha política, ideológica y sentado al cubano como un damentalismo islámico, los mo- diplomática contra el imperia- pueblo que sufre las calamidades vimientos antiglobalización y la lismo yanqui. del destino. Esa narrativa trágica Venezuela de Chávez. de la historia tiene dos variantes Diez años después del reaco- Culpabilidad y plattismo paralelas en la mentalidad de los modo constitucional de 1992, Por alguna tara paulina que nos actores políticos. La de quienes el objetivo –bastante ambicioso llega de la contrarreforma, acos- culpan a Estados Unidos de topor cierto– del Gobierno cuba- tumbramos a clasificar a los su- dos los males de Cuba y la de no parece ser el mismo: inte- jetos del pasado en víctimas y aquellos que encuentran la culgrarse al mercado mundial sin culpables. Esta manía es fre- pabilidad en los vicios del cubarealizar cambios estructurales en cuente en aquellas naciones que, no. Ambos relatos conllevan un la economía ni conceder dere- como Cuba, son dadas a la na- tipo específico de plattismo. Los chos políticos a la ciudadanía; rrativa trágica de su historia. La primeros son, por lo general, lograr el levantamiento del em- historiografía y la memoria cu- plattistas plattis tas intelectuales. Los sebargo norteamericano sin facili- banas del siglo XX , en contraste gundos han llegado, incluso, al 65
C I N C O T E S I S S O B R E E L C E N T E N A R I O D E L A I N D E P E N D E N CI CI A D E C U B A
plattismo político. Fidel Castro es un plattista del primer tipo. Jorge Mas Canosa, un plattista
del segundo tipo. ¿Qué es el plattismo plattismo? ? Este síntoma de la cultura política cubana tuvo su origen en una famosa enmienda presentada en 1901 al Congreso de Estados Unidos por el senador de Connecticut, Orville Hitchcock Platt, que establecía el derecho de intervención del Ejército y la Armadaa nort Armad norteameri eamericanos canos en la isla de Cuba. Luego de un largo proceso de debate y tres reñidas votaciones, el primer Congreso cubano incorporó dicha enmienda como apéndice a la Constitución liberal de 1901. Desde las primeras décadas poscoloniales, la opinión pública de la isla reprobó la Enmienda Platt. A fines de los años veinte, casi todas las fuerzas políticas que se oponían a la dictadura de Gerardo Machado incluyeron en sus programas la abrogación de aquel apéndice constitucional, que atribuía a Washington la autoridad sobre las relaciones internacionales cubanas. El decreto fue derogado finalmente en 1934, cuando Cuba era gobernada por un gabinete nacionalista y en Estados Unidos se estrenaba la primera Administración de Franklin Delano Roosevelt. Sin embargo, ya para entonces el plattismo se había arraigado no sólo en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, sino en la mentalidad de los actores políticos de la isla. Hubo políticos autoritarios, como Gerardo Machado y Fulgencio Batista, que desarmaban a sus opositores con el pretexto de que, en caso de guerra civil, Estados Unidos intervendría. Pero también hubo presidentes como Tomás Estrada Palma, en 1906, y Mario García Menocal, en 1917, que solicitaron intervenciones norteamericanas antes de agotar posibilidades de solución a sus conflictos electorales en la esfera doméstica. Intentemos un concepto amplio: plattismo implica lograr fines en la política cubana con 66
medios norteamericanos. Si esto tón Baquero, Dulce María Loyes así, en la historia de Cuba hu- naz, Eliseo Diego, José Lezama bo plattismo antes del estableci- Lima, Fina García Marruz… En miento de la Enmienda Platt ensayo: Enrique José Varona, (por ejemplo, el cabildeo de Ramiro Guerra, Fernando Oranexionistas y separatistas en tiz, Lydia Cabrera, Jorge MaNueva York y Washington a fi- ñach, José Lezama Lima, Cintio nes del siglo XIX ); ); y no sólo fue Vitier… En pintura: Víctor Ma Jorge Mas Canosa, si- nuel, Carlos Enríquez, Amelia plattista no que también lo ha sido, de Peláez, Wifredo Lam, Fidelio una manera sofisticada, el pro- Ponce, Eduardo Abela, Mariano pio Fidel Castro. Al igual que Rodríguez, René Portocarrero… Machado y Batista, este político En música: los Matamoros, Sinllegó al poder gracias, entre otras do Garay, Manuel Corona, Alecosas, al apoyo de Estados Uni- jandro García Caturla, Caturla, Amadeo dos, potencia que impuso un Roldán, Ernesto Lecuona, embargo de armas a la dictadu- Benny Moré, Julián Orbón, Aura que él combatía. comb atía. Pero, a dife- relio de la Vega… rencia de sus predecesores, CasEl esplendor de esta modertro se ha mantenido en el poder nidad resulta enigmático frente durante 43 años con el argu- al lamentable escenario de la pomento de que en Cuba no pue- lítica republicana. Este desende haber libertades públicas por- cuentro entre cultura y política que, de haberlas, Estados Uni- en el campo intelectual cubano dos las aprovecharía para crear facilitó la emergencia de poétiun nuevo Gobierno que cum- cas nihilistas que rechazaban plirá la ficción de anexar la isla a las intervenciones cívicas y presu territorio. ferían las jeremiadas de una aris Al final, el plattismo logra un tocracia espiritual. Salvo raras rendimiento múltiple en la po- excepciones, los mayores esfuerlítica cubana. Quienes han pen- zos por crear ciudades letradas sado o piensan que el pueblo cu- autónomas, con vocación de esbano es ingobernable, que en- tilo, abusaron del testimonio de tre cubanos son imposibles las la frustración política. Tal vez transacciones y los pactos, el ese desencuentro estuvo motiacuerdo y la convivencia, y que vado por el hecho de que entre la única vía para producir polí- los intelectuales y artistas pretica entre sujetos tan crispados dominaba una imagen europea es Washington, han sido y son de la nación, asociada a un espí plattistas . Quienes han pensado ritu de alta cultura, mientras o piensan que Estados Unidos es que la política intentaba consel causante de todas las miserias truir un orden republicano de cubanas y que el único modo de raíz americana sobre una ciudasobrevivir en esa perversa vecin- danía multicultural. multicultural. Lo cierto es dad es la confrontación también que la revolución, tras un breve han sido y son plattistas . lapso de entusiasmo creador, liberó aquella tensión por medio del cierre del espacio público y Poéticas nihilistas El lapso histórico que conoce- la subordinación del intelectual mos como La República (1902- al poder. 1959) produjo –qué duda cabe– lo mejor de la cultura cubana Del fetichismo constitucional moderna. En narrativa: Miguel Durante los últimos 100 años, de Carrión, Carlos Loveira, En- Cuba ha experimentado cuatro rique Labrador Ruiz, Lino No- repúblicas constitucionales: la vás Calvo, Carlos Montenegro, de 1901, la de 1940, la de 1976 Alejo Carpentier, José Lezama y la de 1992. La primera fue un Lima, Virgilio Piñera, Guiller- régimen liberal y presidencialismo Cabrera Infante… En poe- ta; la segunda, una democracia sía: Regino Boti, José Manuel semiparlamentaria y populista; Poveda, Eugenio Florit, Emilio la tercera, un régimen totalitario Ballagas, Nicolás Guillén, Gas- comunista; y la cuarta, aún vi-
gente, uno postotalitario, con rasgos sultanísticos, autodenominado socialista . Las dos primeras fueron acuerdos políticos posrevolucionarios. Las dos últimas, en cambio, fueron normalizaciones jurídicas de un régimen institucionalmente consolidado. Como veremos, esta diferencia determina la disímil relación entre el funcionamiento de jure y de facto de aquellas cuatro repúblicas. La discontinuidad en la historia constitucional cubana parece evidente. Sin embargo, pocas veces se repara en el hecho de que las rupturas responden a aprendizajes y correcciones que intercambian intercambi an unos textos constitucionales con los otros. Por ejemplo, la ampliación del sufragio y el ensanchamiento del sistema de partidos en el título VII o el semiparlamentarismo en el título XIII de la Constitución de 1940 respondieron al deseo de los actores de contener jurídica jur ídicament mentee las tent tentacion aciones es oligárquicas y caudillistas de la primera República. De igual modo, el reforzamiento del principio plebiscitario y del Consejo de Ministros, ya previsto en los artículos 41 y 42 de la Ley Fundamental de 1959 y ratificado por la Constitución de 1976, buscó contraponer a los rasgos representativos y democráticos del 40 las premisas participativas y ejecutivistas del modelo soviético. A nive nivell doct doctrina rinal,l, los tres cortes más significativos de la historia constitucional cubana son los que marcan el liberalismo de 1901, la democracia de 1940 y el comunismo de 1976. No obstante, existe una línea de continuidad entre estos tres momentos que está relacionada con el principio republicano. Todas las constituciones cubanas han sido republicanas en el sentido que dan al republicanismo autores como Quentin Skinner o Philip Pettit, ya que balancean la lógica representativa con la lógica participativa por medio de un énfasis en los derechos y obligaciones del ciudadano. CLAVES
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RAFAEL ROJAS
La inscripción de un modelo cívico en el cual una ciudadanía virtuosa y homogénea, que disuelve sus identidades étnicas, religiosas y sexuales, presta servicios a la patria aparece tímidamente en los artículos 9, 11 y 28 de la Constitución de 1901. El republicanismo de 1940 es mucho más evidente, ya que especifica en su artículo 102 la imposibilidad de formación de agrupaciones políticas de raza, sexo y clase, y enfatiza, en la sección de derechos culturales, la importancia de una educación cívica ejercida por maestros cubanos de nacimiento. Pero si el republicanismo de 1901 es tímido y el de 1940 evidente, el de 1976 será apoteósico. El ciudadano comunista tiene más deberes que derechos, y estos últimos se ejercen únicamente dentro de instituciones estatales que difunden la ideología marxistaleninista y aseguran una solidaridad controlada por el Partido Comunista. De modo que si en la historia constitucional cubana el liberalismo decrece de 1901 en adelante y la democracia crece hasta 1940, para luego caer hasta su punto más bajo en 1976, el republicanismo siempre asciende. Sólo en 1992 se produjo una inflexión en este crescendo republicano al abandonar el Estado su identidad doctrinal marxista-leninista. Hoy, el régimen de la isla no es ideológico, a la usanza del modelo totalitario, lo cual implica una retirada o, al menos, un debilitamiento del republicanismo comunista que podría funcionar como plataforma para introducir principios liberales y democráticos. Sin embargo, un abandono total de la tradición republicana podría ser muy peligroso en una posible transición, ya que desaprovecharía el capital simbólico del nacionalismo y produciría sujetos apáticos y despolitizados. Aunque parezca paradójico, las constituciones de 1976 y 1992 tienen una ventaja fundamental sobre las de 1901 y 1940. Estas últimas fueron pactos legales, transacciones jurídiNº123
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cas entre los actores revolucionarios de 1895 y 1933. De ahí que ambos textos emergieran con un alto grado de idealización, en el que la letra y el espíritu de las leyes estaban muy lejos de los ciudadanos que debían cumplirlas y respetarlas. En cambio, las constituciones de 1976 y 1992 son adaptaciones jurídicas de un régimen político cuyos actores ya han desarrollado la pragmática legal avant la lettre . Esto produce, a mi juicio, una interesante coyuntura que podría aprovecharse en la transición: en la Cuba revolucionaria, aunque no exista un Estado de derecho, las leyes se cumplen más que en la Cuba republicana, o, mejor dicho, el régimen se parece más a su Constitución. Las constituciones republicanas padecían de aquello que Benjamin Constant llamó “fetichismo constitucional”; es decir, suponían que la república de jure crearía la república de facto. Las constituciones revolucionarias, en cambio, han sido más realistas, ya que han codificado legalmente las prácticas políticas del régimen. Éste es uno de los argumentos más fuertes para recomendar que la transición a la democracia no parta de la readaptación de alguna de las constituciones republicanas o de un nuevo congreso constituyente sino de la actual Constitución de 1992, que ofrece muchas vías hacia un cambio de régimen. El otro es que los actores posibles de la transición –incluida la disidencia– han aprendido a actuar dentro de los márgenes de ese código legal. Política de la memoria
La generación que protagonizará el cambio de régimen en Cuba en algún momento de las primeras décadas del siglo XXI tendrá una educación cívica más deficiente que la generación que encabezó el movimiento revolucionario de 1959. Sabrá menos de historia y geografía cubanas, desconocerá muchas efemérides patrióticas, no se emocionará tanto al escuchar el himno de
Bayamo ni al ver ondularse la bandera de la estrella solitaria o al contemplar la fijeza del escudo nacional; tampoco venerará a sus héroes, ni a Maceo, Gómez y Martí, ni a Fidel, Camilo y el Che. Será, en suma, una generación desencantada, menos cívica, menos emotiva, más secular e iconoclasta, como corresponde a una era transnacional, regida por los intensos flujos de la globalización. Aunque parezca inquietante, esta ausencia de religiosidad civil puede tener sus ventajas. Los revolucionarios de 1959 fueron sujetos producidos por la educación cívica republicana. Como narra Fidel Castro en La historia me absolverá (un texto que hoy muchos jóvenes de la isla leen en clave disidente), a esa generación le enseñaron a adorar a los héroes de la independencia, a despreciar la intervención norteamericana de 1898 y la Enmienda Platt y a identificar la política republicana con una farsa escenificada por élites autoritarias, corruptas y cobardes. Por eso, aquellos jóvenes, que crecieron leyendo a Ramiro Guerra, a Emilio Roig, a Herminio Portell Vilá, a Emeterio Santovenia y a Jorge Mañach, cuando llegaron al poder impusieron un relato de la historia de Cuba en el que el tiempo se interrumpía en 1898, saltaba los 50 años del lapso republicano y aterrizaba triunfalmente el 1 de enero de 1959: todo un hito que encarnaba la verdadera consumación de la independencia y el renacimiento nacional de la isla. En cambio, si en la futura transición la cultura cubana experimenta una suficiente libertad intelectual, la educación cívica del nuevo régimen podría surgir de un consenso entre la memoria de los diferentes actores. El vacío simbólico de las élites políticas sería llenado con una narrativa plural y serena de la historia de Cuba, en la que todos los sujetos del pasado ocupen su lugar en la memoria. Sólo así se evitaría que la reivindicación de la República no im-
plique el olvido o la expulsión de la experiencia revolucionaria del patrimonio simbólico de los cubanos. Con una inteligente política de la memoria, que no sea nihilista ni acrítica, los demócratas cubanos del siglo XXI podrían reconocerse en el legado de los siglos XIX y XX XX , de la República y la revolución, de España y África, de Estados Unidos y la Unión Soviética, y acabar de una vez y por todas con la maldita manía de legitimar el poder con tergiversaciones del pasado. n
Key West, enero de 2002
Rafael Rojas es doctor en Historia por
el Colegio de México y miembro del consejo de redacción de la revista Encuentro. Autor de José Martí: la invención de Cuba. 67
E N S A Y O
LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES F. JAVIER UGARTE PÉREZ
l siglo XVII fue uno de los más terribles que padeció el continente europeo, y esto se puede afirmar incluso con la visión que se tiene de la historia del siglo XX . El sig siglo lo XVII fue desolador no sólo por sufrir una de las peores guerras de la historia europea, la de los Treinta Años, sino porque porque todo él estuvo cruzado de conflictos en los que pocos Estados europeos se abstuvieron de participar. Y es que todos los factores que podían llevar a la guerra a las naciones europeas se pusieron en juego a la vez: religión, comercio, disputas dinásticas y problemas políticos. Europa luchaba contra los turcos y contra sí misma, dando como resultado el agotamiento de casi todas las potencias europeas, con la excepción de Francia e Inglaterra. Además, las inquisiciones, tanto católica como protestante, tuvieron una amplia actividad a lo largo de todo el siglo realizando persecuciones de forma continuada y sistemática. Así, no creo exagerado afirmar que la mayor parte de Europa termina el siglo estancada económica y demográficamente1, aunque con diferencias entre países. En el siglo XVII, una de de las poca pocass conconvicciones políticas que parecen compartirse es que ninguna nación puede dominar de forma absoluta sobre las demás. Existe la convicción de que la paz tiene que venir del equilibrio de fuerzas general; unas naciones pue-
E
1 E. Fernández de Pinedo afirma en su artículo Demografía y vida económica (en el siglo XVII ) que Europa pasó de 104,7 millones de habitantes en el 1600 a 115,3 a principios del siglo XVIII (Gran Historia Universal Nájera, volumen XI, pág. 379).
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den ascender y otras hundirse, pero el juego de fuerzas no debía, no podía, alterarse dramáticamente. En el siglo XVII, cu cuan ando do estalla el conflicto, todos están interesados en ir a desactivarlo. En el siglo ilustrado una nueva concepción de la riqueza de las naciones ayuda a conseguir un equilibrio menos agresivo: ya no es el Mercantilismo con su obsesión por conseguir metales preciosos a cualquier precio, incluida la piratería, sino la fisiocracia (“el poder de la naturaleza”), pariente cercana del liberalismo, que considera que la libertad de comercio y el traba jo sobre sobre tierra tierra y minas aportan a un Estado todo lo que éste necesita para su prosperidad, siempre y cuando respete la propiedad privada. Por tanto, en el siglo XVIII , Inglaterra, Francia y Holanda ya no intentan arrebatar colonias y metales preciosos a quienes las tienen, sino hacerse con un imperio allí donde quedan tierras libres para la colonización y explotación. Con lo cual desaparece una de las principales fuentes de tensiones. El crecimiento demográfico que resulta de la paz, el comercio y la ausencia de epidemias ayuda a la colonización de los nuevos territorios. En el plano intelectual la consecuencia positiva que tuvo la guerra de los Treinta Años fue la búsqueda de fórmulas de convivencia basadas en lo común a todos los seres humanos, la razón, en lugar de intentar extender a cualquier precio unas creencias concretas. La solución debía ser algo más compleja que simplemente propugnar la libertad religiosa, porque al final de la guerra se habían enfrentado naciones ca-
tólicas, lo que evidenciaba que no se trataba sólo de un conflicto religioso. Había que buscar bases que hicieran posible un acuerdo estable, justo, y que proporcionara caminos para llegar a entendimiento en caso de conflicto. Newton, desarrollando el método científico, proporcionó una fuente segura de conocimiento que, a través de la Ilustración inglesa, se extendió por todo el continente. Newton había conseguido reducir a una fórmula simple el conjunto de fenómenos observados en el universo. Afirmaba que los demás, incluyendo al ser humano, debían reducirse también a principios simples y universales, todo ello a partir de la observación y no a través de la especulación2. Si la razón puede descubrir las complejas relaciones del universo, también podría ayudar a comprender los asuntos humanos 3. Las ideas de la revolución gloriosa inglesa también fueron la base de las ideas políticas dieciochescas. Su sistematización la realizó Montesquieu poniendo el énfasis en la separación de poderes como el camino más adecuado para evitar el despotismo. Se debía ser muy cuidadoso con las leyes que se promulgaban porque acaban formando el carácter de las generaciones futuras. Rousseau, en el Discurso sobre el origen de la desigualdad , afirma que toda desigualdad política y moral es consecuencia del derecho de propiedad que ha convertido al “buen salvaje” en el “salvaje civi-
lizado” desapareciendo la igualdad natural y convirtiéndose la libertad original en esclavitud. Pero el “progresismo” de este autor es rechazado por sus contemporáneos como excesivo, y acaba rompiendo sus relaciones con todos ellos: Voltaire, Diderot, Hume. Sus ideales políticos, sin embargo, se reflejaron en la declaraciones de derechos americana y francesa. Rousseau llevó a los ilustrados a las últimas conclusiones de los principios políticos compartidos. En materia de religión la coincidencia fue mucho mayor; existió unanimidad en el rechazo de las iglesias, especialmente de la católica. Todos coinciden en que la moral religiosa o revelada debe ser sustituida por la natural. Se piensa que la naturaleza es buena, no ha sido corrompida por el pecado y todo ser humano está capacitado para practicar la virtud sin ayuda de fuerzas sobrenaturales o personas especialmente capacitadas para ello. El mundo grecorromano sirve de modelo, pero de una forma menos estética a como lo había hecho en el Renacimiento. A su vez, la idea de naturaleza fue convertida en criterio regulador del orden natural y, sobre todo, social. Si todo es naturaleza, entonces también lo es el ser humano y la sociedad, así que no habría que temer las consecuencias de analizar de forma natural este otro universo. El más importante proyecto divulgativo y editorial fue la Enciclopedia4. Fue, junto a la nue-
2 La famosa “hypotheses non fingo” de Newton. 3 Cassirer, Ernst (1943): Filosofía de la Ilustración. Fondo de Cultura Económica. México.
4 Su título completo es Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios).
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va visión de la historia y su estudio, lo que le dio la mayor coherencia y lo que caracterizó a la Ilustración francesa. Fue sobre todo en forma de enciclopedismo como las ideas ilustradas llegaron a Italia y España; de ahí la enorme influencia de la cultura francesa en estos países y el relativo desconocimiento de la Ilustración británica. La Enciclopedia recogió colaboraciones de Mably, Rousseau, Helvetius, Holbach y, sobre todo, D´Alambert y Diderot. Y es que los ilustrados parecen asumir un proyecto generacional común, bien que las relaciones personales entre ellos no fuese siempre excelentes: sacar a Europa de la edad de las tinieblas y llevarla a la Edad de las Luces5. La Ilustración como proyecto cultural y social
El proyecto ilustrado es sorprendente por varios motivos: la coincidencia en el diagnóstico y la solución a los males son similares, de Edimburgo a Köningsberg pasando por París. Además se enfrentaban a los problemas con el solo apoyo de la razón, es decir, sin el auxilio de la ciencia, la técnica y el dinero, instrumentos sin los cuales ninguna iniciativa actualmente parecería sensata ni capaz de éxito; sólo por carecer de estos medios el proyecto resulta admirable. También consiguie5 La luz es el símbolo de la inteligencia y la bondad. A lo largo de todo el siglo encontramos la metáfora de la luz para el conocimiento, en paralelo a la importancia del sentido de la vista para el mismo conocimiento, nocimie nto, en particular particular la luz pura de la mañana. La variación en la cantidad de luz es la causa de los errores porque el exceso de luz ciega ojo y mente, y causa también de los prejuicios por “falta de luces”.
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ron inclinar a su favor a varios monarcas europeos; incluso alguno llegó a presumir de ilustrado, como Federico II de Prusia. Durante gran parte del siglo XVIII sus objetivos consistieron en la supresión de formas de violencia heredada, tradicional y que no desafiaban las formas oficiales del poder. Por ese acomodo en la política oficial o estatal encontraron el apoyo de numerosos monarcas. El objetivo ilustrado era la supresión de la Inquisición, la intolerancia religiosa, la caza de brujas, la superstición y el fanatismo popular, etcétera. Tenían por enemigo todo lo que de “medieval” podían encontrar en las sociedades en las que vivían. Sus críticos contemporáneos pueden argumentar que el favor de los monarcas lo consiguieron porque apoyaban la causa real frente a la religiosa y porque su lucha contra la superstición, la irracionalidad y el fanatismo sirvieron para depurar los instrumentos de dominación, dando lugar incluso al nacimiento de nuevas ciencias que se utilizaron para el control social, como la Psicología o la Aritmética Política (Estadística). Todo ello para beneficio de la burguesía ascendente6. Pero hacer responsable a los ilustrados de los horrores del siglo XX es una tarea intelectualmente muy arriesgada, difícil; no se ve la forma en que se pueden establecer relaciones de causa-efecto entre este proyecto y las experiencias más dramáticas del siglo recién terminado. Entre otras cosas por-
que quienes fueron los responsables de estos horrores no eran precisamente admiradores ni continuadores de la Ilustración Ilustración.. Siguiendo con la argumentación anterior debo recordar que, por sorprendente que pueda resultar, la Ilustración no se caracterizó por desafiar el poder político constituido porque su único desafío político de envergadura fue el que realizó a la Iglesia católica7. Por eso, que la Ilustración como fenómeno histórico tuviera influencia, y mucha, en la Revolución Francesa no debe hacer pensar que ellos mismos fuesen revolucionarios. Cuando se habla de Ilustración como proyecto cultural no se debe pensar en la revolución como su vocación política, sino en la reforma. Los ilustrados fueron reformadores, así como lo son quienes se consideran sus continuadores; la revolución, al menos en los últimos 150 años, ha sido fundamentalmente la apuesta del marxismo. Confundir esto es ser injusto con ilustrados y marxistas (y anarquistas) al mismo tiempo. Como ejemplo puedo señalar que cuando los ilustrados analizaron el fenómeno de la riqueza su objetivo no era exactamente cómo repartirla mejor sino cómo hacerla crecer, cómo hacer más próspera la economía nacional. Se formó, sobre todo en Escocia, un clima de preocupación sobre el tema que, aunque culminó en la famosa obra de
6 Éstas son el tipo de críticas que podemos encontrar en uno de los libros que, incomprensiblemente, más éxito tuvo en el pasado siglo, La dialéctica de la Ilustración, de Horkheimer y Adorno.
7 La excepción, ya señalada, fue el Rousseau del Discurso sobre el origen de la desigualdad , pero no así el de El contrato social , mucho más en la línea de Locke o Montesquieu.
Adam Smith, tuvo como precursores a Locke y a Hume8. Tanto el proyecto histórico como el cultural coincidirían en buscar la reforma social y moral para que cada ser humano alcance su mayoría de edad9. Porque el enemigo más peligroso no es la duda sino el dogma, no la simple ignorancia sino el prejuicio que trata de imponerse como verdad10. Kant es el mejor representante de esta doble misión y su artículo enlaza muy bien con sus Críticas, las continúa expresando en los límites políticos y sociales del conocimiento. Veamos una de sus afirmaciones más conocidas: “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sa ¡Ten ¡Saper peree au aude! de! ¡Ten el valor de servirte de tu pro propia pia razón!: he aquí el lema de la Ilustración”11 [la cursiva es del original].
8 Véase, por ejemplo, el texto de Loc-
ke, Some considerations of the Consequences of the Lowering of Interest and Raising the Value of Money de 1691. También el ensayo de Hume On Money , de 1752. 9 R. Schürmann, en su artículo Se constituir soi-même comme sujet anarchique, opone el término alemán “Aufklärung” y el inglés “Enlightenment” al francés “Lumières” y al italiano “Illuminismo”. Los primeros suelen referirse al proyecto intelectual, los segundos al histórico (el artículo se encuentra en la revista Les Études Philosophiques , octubre-dici octubre-diciembre embre 1986). 1986). Es importante no confundir ambas cosas. 10 Cassirer, Ernst: Op. Cit. pág. 184. 11 Kant, Emmanuel (1989): ¿Qué es la Ilustración? , volumen ‘Filosofía de la Historia’, pág. 25. Fondo de Cultura Económica, Madrid. 69
LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES
Visto lo anterior, ¿es necesario el proyecto ilustrado o se han superado las condiciones que lo hicieron necesario en el pasado? ¿Han desaparecido las viejas convicciones que se niegan a la investigación?? Creo que se pueinvestigación de argumentar que el proyecto es intemporal porque los motivos que existían en el siglo XVIII para resistirse a utilizar la propia razón son aproximadamente los mismos que hoy día: la vigencia de poderosos intereses para mantener las formas de vida heredadas, la incertidumbre y ansiedad ante los cambios, las pequeñas ventajas que se obtienen incluso en situaciones de desigualdad, la inmersión –irreflexiva o no– en lo cotidiano, etcétera. Puede resultar, por ejemplo, sorprendente lo poco que ha contribuido la educación general y universal al aumento del sentido crítico de la población; filósofos y filántropos del pasado hubieran esperado quizá una actitud diferente de masas ampliamente instruidas y con información abundante y actualizada sobre los problemas que les afectan. Por tanto, lo que era necesario en tiempos de Kant sigue siéndolo hoy día. Pero ¿cuáles pueden ser esas situaciones que la razón, una razón forzosamente universal y asexuada, abstracta y criticable por formal (aunque por ser justamente así obtenga una parte importante de su fuerza), no aceptaría actualmente? Es evidente que no puede aceptar la violencia contra las mujeres, la discriminación contra personas de otras etnias o culturas, etcétera, pero como nadie la defiende porque forma parte del consenso social que esta violencia es ilegítima, entonces no es una tarea propia de una ilustración actual luchar contra ella. Los poderes públicos, durante los últimos cincuenta años al menos, se han encargado de esto. Por tanto, la pregunta se dirige hacia las instituciones estatales, hacia la capacidad legislativa, por ejemplo, para saber si existe algún elemento social que sigue estando marginado por la 70
tradición, sufriendo por tanto discriminaciones legales por los poderes públicos (algo que le puede suceder a personas muy concretas) e ilegales por la violencia privada (algo que nos puede suceder a todos). A primera vista podría parecer que no existen lagunas de despotismo en las leyes ni constituciones europeas. La desigualdad de hecho entre sexos, razas y etnias no tiene reflejo legal; el objetivo actual es conseguir que la igualdad legal lo sea también social. Para poder contestar a esta pregunta puede resultar más conveniente intentar un acercamiento indirecto al tema, a partir de los datos históricos viendo, por ejemplo, los su jetos que condenaba la InquisiInquisición, los motivos de la condena y comprobando después si alguna de estas prácticas, o de estos personajes, son todavía perseguidos en la actualidad. Se puede utilizar como acercamiento general una voluminosa obra clásica sobre el tema, la de Henry C. Lea, elaborada a finales del siglo XIX y que nos señala los grupos sobre los que actuaba la Inquisición española. He aquí la lista: judaizantes, moriscos, protestantes (sobre todo luteranos), jansenistas, místicos, magos y brujas, masones, activistas políticos, blasfemos y, en el numeroso grupo de d e “temas varios”, clérigos casados, usureros, sodomitas, individuos que simulaban ser sacerdotes, poseídos, etcétera12. Sorprende, sin duda, un grupo tan amplio de individuos cuando la tarea específica de la Inquisición era perseguir herejes, es decir, sujetos que difundían supuestas falsas doctrinas religiosas o que se mofaban y hacían escarnio de las que se consideraban verdaderas. El resto de los delitos debían quedar para tribunales civiles que usualmente eran más rigurosos que los inquisitoriales, como sucedía en los territorios
12 Lea Henry Charles: Historia de la In-
quisición española (1983). Editorial Fundación Universitaria Española. Volumen III.
bajo jurisdicción castellana. Así lo señala R. Carrasco en una obra más contemporánea y específica sobre el tema, quien nos da una lista más concreta y referida fundamentalmente a Valencia. En su estudio documenta que la principal persecución inquisitorial se centró en los moriscos y los judaizantes, quedando los luteranos por detrás de los sodomitas. Estos últimos representaron entre el 4% y el 5% del total de causas en Valencia y en Zaragoza13, y su extracción social solía ser predominantemente baja, del mundo del trabajo, la servidumbre, la falta de empleo fijo y, como excepción, la Iglesia. El grupo de personas que fueron objeto de las persecuciones indica que la represión de la homosexualidad se encuadra dentro de la represión de la libertad religiosa, de pensamiento, etcétera. Es decir, que se reprimen las actividades sexuales dentro del conjunto de represiones de los derechos políticos y civiles14.
ras que podemos seguir reconociendo en la sociedad que nos rodea; otros, como jansenistas y poseídos, ya no son identificables como tales. ¿Es positiva para la sociedad esta discriminación? ¿Y para quienes la sufren? ¿La ampara la razón o la tradición? Es innegable que los niños están discriminados con respecto a los adultos, pero nadie consideraría esto un acto que deba ser reparado porque se supone que esta falta de derechos infantiles es positiva para ellos, porque, al impedirles equivocarse en cosas importantes, no les exige ser responsables de actos cuyas consecuencias no siempre conocen. En realidad, esta discriminación es una forma de protección que beneficia a los niños y a la sociedad, en cuanto consigue que los menores lleguen a la edad adulta más formados, en mejores condiciones. Resulta evidente que el principal grupo de ciudadanos todavía afectado por una discriminación y culpa originaria naLa lucha por los derechos homosexuales: una batalla da beneficiosa para ellos son los ilustrada homosexuales. Otros personajes Pues bien, al comienzo del siglo de la lista, como quienes prestan dinero con interés, no sólo no XXI, ¿están abolidas todas estas persecuciones? Reitero que la siguen perseguidos sino que gopregunta no se refiere a las vio- zan de los mayores reconocilencias cotidianas sino a las ins- mientos sociales y políticos; intitucionales.. Precisando la cues- cluso alguno cultiva el papel de titucionales tión: ¿existe algún tipo de vio- filántropo por sus donaciones a lencia o de discriminación legal fundaciones culturales, univere institucional contra judaizan- sitarias, etcétera. ¿Beneficia esta tes, moriscos (entiéndase mu- discriminación a la sociedad? sulmanes), protestantes, místi- Podría ser que si las brujas tucos, magos y brujas, sodomitas y viesen realmente el poder de usureros? Destaco sólo las figu- convocar al diablo y pedirle que traiga daños a la comunidad donde viven, entonces no sería 13 Carrasco, Rafael (1986): Inquisiinjusta su persecución; antes ción y represión sexual en Valencia. Histobien, sería una tarea loable y toria de los sodomitas (1565-1785). Ed. Laertes (ver pág. 76 y sigs.). Ver también dos estaríamos ojo avizor por si Tomás y Valiente, Francisco: El crimen y alguna de nuestras vecinas, o ve pecado contra natura, volumen ‘Sexo Ba- cinos, posee esa capacidad de rroco y otras transgresiones premoderpacto con las potencias sobrenas’. Alianza Editorial. Existe una reedinaturales. ción reciente del artículo en el primer volumen de la revista OrientacioneS. Sin embargo, considero evi14 Señalo la represión de la homodente, y cada vez más docusexualidad, pese a que los delitos fuesen de mentado, que esta discriminasodomía porque, tanto Lea como Carrasco, señalan que la condena por sodomía se ción perjudica tanto a los hoefectuó fundamentalmente sobre los ho- mosexuales como a la sociedad. mosexuales masculinos (ver Carrasco, pág. 32 y sigs. Este autor señala que fueron el Digo homosexuales y no sodo99% de los condenados por sodomía). mitas, porque lo que se sigue CLAVES
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F. JAVIER UGARTE PÉREZ
discriminando desde la abolición de la Inquisición no es el delictum et crimen contra naturam, sino las relaciones entre personas del mismo sexo y género; particularmente, las relaciones de afecto, porque ante las sexuales hace tiempo que los poderes públicos, en lugar de perseguirlas, miran hacia otro lado, hacia el lado económico para ser más exacto (pago de impuestos, actividades económicas y empleo que generan tanto negocios como colectivos, etcétera). Es el afecto lo que no se reconoce. En cambio, las mismas prácticas contra naturam en Europa ya no se persiguen, ni dentro ni fuera del matrimonio matrimonio.. Por tanto, al afirmar que se sigue discriminando a los homosexuales no se quiere decir que se les persiga por sus relaciones sexuales, sino por las afectivas, al fin y al cabo aquellas que la ley reconoce y ampara ba jo la fórmula del matrimonio15. Así que que aunque aunque existan existan sodomisodomitas heterosexuales, éstos no están discriminados por ser tales, lo que indica que no es el sexo sodomítico lo que se prohíbe, sino el afecto homosexual. No reconocer el afecto independientemente de la orientación sexual, con las consecuencias personales que conlleva para las personas implicadas y para la sociedad en la que viven, es criticable desde una posición ilustrada, es decir, intentando restaurar la razón y la humanidad como base de la vida en sociedad. Es cierto que los ilustrados que trataron el tema de las relaciones entre personas del mismo sexo, así como sus continuadores románticos, no fueron especialmente tolerantes ni pers15 Hace tiempo que la no consumación del matrimonio no es causa de disolución del matrimonio civil, al menos en España y gran parte de Europa. Cuestión diferente es el matrimonio eclesiástico, pero aquí tampoco se persigue ya la sodomía; se contempla más bien en el con junto de leves condenas que se aplican a las prácticas sexuales no procreadoras. Asunto distinto es la opinión que le merece a la Iglesia las relaciones homosexuales, algo para lo que no encuentra palabras suficientemente duras.
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picaces ante esta realidad. Apenas fue un tema analizado por ellos, por lo que desconocemos en buena medida su reacción ante el redescubrimiento que hace la época de la antigüedad grecorromana, donde las relaciones entre personas del mismo sexo eran aceptadas, e incluso se puede afirmar que fueron promovidas (Esparta, Tebas, Lesbos, etcétera).. Pero es que cétera) que el análisis de los ilustrados de las relaciones entre los sexos no fue la parte más brillante de su pensamiento; en general se acercaban al tema en clave naturalista, como he señalado, y mezclando sexo y género16. Al tiempo que resulta admirable su innovador espíritu pedagógico y su humanitarismo (ante las penas, por ejemplo) decepciona su enfoque sexual. Anteriormente ya se habían comentado algunas de sus insuficiencias políticas, pero unas y otras no tienen por qué suponer el abandono de la Ilustración como proyecto social y cultural mientras se conserva el siglo XVIII como fenómeno histórico con muchas de las limitaciones de su tiempo. No se puede afirmar que la discriminación sea positiva para los homosexuales, por los subproductos positivos que pueda conllevar la discriminación17, como las creaciones artísticas o culturales novedosas, porque éstas también podrían existir en una situación de plena igualdad. Es decir, si los homosexuales como consecuencia de la discriminación han generado una subcultura propia con algunos rasgos positi-
16
Para un adecuado tratamiento del tema, véase Sánchez Martínez, Olga: ‘La homosexualidad y la familia ante el moralista, el médico y el jurista’ . Revista OrientacioneS, número 1, págs. 69-82. Por otro lado, las relaciones entre sexos tal como son propuestas por Rousseau en el Emilio están lejos de ser aceptables según criterios actuales; es más, son claramente misóginas. 17 Para un desarrollo de la idea de productos propios y subproductos de determinados comportamientos o principios sociales, véase Jon Elster (1988): Uvas amargas. Sobre la subversión de la racionalidad . Ed. Península. Ver especialmente página 135 y sigs.
vos (y otros no tanto, como el Establecida la discriminaexcesivo culto a la juventud) ción se puede preguntar: ¿es dentro de la cultura mayorita- buena para la sociedad? Quizá ria, no por ello la marginación lo que es malo para el indivise vuelve una vivencia positiva duo pueda ser bueno para la ni un hecho social a conservar. sociedad. En el caso de la siVoy a poner un ejemplo senci- tuación de los homosexuales la llo de lo que son productos sociedad no recibe ningún bepropios y subproductos: si al- neficio propio, antes bien al guien contrae una grave enfer- contrario. Esta afirmación debe medad, sus consecuencias más ser documentada, lo que no reprobables son que esa persona sulta fácil dada la carencia de se vea obligada a dejar su tra- estudios sobre el estado real bajo, permanecer encerrada en de las personas como consesu domicilio la mayor parte del cuencia de su orientación setiempo, restringir al máximo xual, dato que a menudo se igsus relaciones sociales, etcétera. nora como relevante, lo que es Si sucede que, a fuerza de tener también significativo. Uno de que encontrar un uso al tiem- los pocos estudios existentes en po, comienza a escribir y llega este caso sobre un país también a convertirse en Marcel Proust, europeo y de tradición católica entonces el desarrollo y reco- como Irlanda señala que estas nocimiento de este talento es personas sufren por la acumuun subproducto de la enferme- lación de procesos interdependad, pero no un producto pro- dientes de discriminación en pio, porque escasísimas perso- áreas socioeconómicas claves nas con enfermedades graves que aumentan el riesgo de que obtienen este tipo de subpro- caigan en la pobreza. Por ejemductos. Por tanto, un análisis plo, la discriminación compleracional tiene que sopesar los mentaria en la escuela y el traaspectos favorables y los perju- bajo que produce que muchos diciales de las situaciones por homosexuales no lleguen a tersus productos propios, no minar sus estudios por los inpor hipotéticos subproductos sultos y agresiones que sufren que impedirían elecciones ra- de sus compañeros de clase, y cionales. que luego vuelven a sufrir en el Pues bien, con una concep- trabajo por saberse, o suponerción de la racionalidad como se, que tenían esta orientación la expuesta, hay que analizar sexual. los productos propios con los El estudio documenta 13 caque se encuentran las personas sos concretos de abandono de la homosexuales. Al no ver reco- enseñanza secundaria (school), nocida su convivencia como ocho de bachillerato (college) y una situación familiar estas otros tres de cursos de capacitapersonas no disfrutan de la ex- ción profesional (training courtensión de cobertura de la Se- ses)18. También sufren discrimiguridad Social ni pueden po- nación en su promoción laboral. seer bienes legalmente comu- A esto se añade un tema apenas nes; no tienen la posibilidad de esbozado todavía como probleadoptar niños en concurrencia ma social: la mayor tasa de suicon el resto de las parejas ni, en cidio entre homosexuales, espegeneral, la posibilidad de be- cialmente adolescentes y jóveneficiarse de todas las medidas nes. En este asunto el Consejo de apoyo a la familia en un Estado democrático. Esto no sucede, evidentemente, en el caso 18 Poverty. Lesbian and Gay Men – de los judíos o los masones, cu- The Economic and Social Effects of Discriyo matrimonio recibe el mis- mination (GLEN/Nexus. Dublín, 1995, mo trato legal que el católico o 101 págs.). Publicado por Combat PoAgency; se trata de una ONG que, el civil y, por tanto, todos los verty como su nombre indica, está especializabeneficios inherentes a ese re- da en estudiar y luchar contra la pobreza y la marginación social. Ver págs. 43-52. conocimiento. 71
LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES
de Europa ha sido una de las se hace con las heterosexuales. pocas instituciones claras e in- Por otro lado, debe recordarse novadoras al señalar la relación que éste era también uno de que existe entre homofobia, dis- los argumentos utilizados para criminación y mayores tentati- combatir la aprobación del divas de suicidio entre los jóvenes vorcio; afortunadamente, los hehomosexuales, así como el ex- chos demostraron con el tiempo cesivo consumo de alcohol, dro- la falsedad de estas posiciones. Y ga y comportamientos de alto es que no resulta fácil encontrar riesgo19. otro grupo social, minoría o culPor tanto, las sociedades oc- tura en Europa actualmente con cidentales están pagando el pre- un componente de discriminacio de una costosa sangría hu- ción tan marcado, a excepción mana. Si se me permite la ana- quizá de los gitanos20. logía: la carne de las brujas en la Se trataría ahora de saber si hoguera y de los torturados por los grupos que luchan por los la Inquisición es ahora la carne derechos de los homosexuales de los jóvenes que han cometido en Europa pueden considerarse suicidio y la sangre de los enfer- herederos del proyecto ilustramos de sida. Sin duda, se puede do. Como primer acercamiento afirmar la libertad para el suici- al tema hay que decir que no dio y el sexo sin protección, pe- existe un único conjunto de obro cuando las estadísticas son jetivos jetivos perseguid perseguidos os por por todos todos los tan sesgadas respecto a determi- grupos y utilizando estrategias nados grupos de población, has- idénticas. Pero tampoco se pueta el más ingenuo de los soció- de decir que exista un único tilogos sabe que detrás existen po de socialismo o de conservamedidas que han provocado, o durismo en Europa. Así que a no han impedido, estos fenó- continuación destacaré los obmenos. jetivos más consensuad consensuados os en ¿Puede la razón apoyar esta manifestaciones, propuestas pofalta de derechos? Es evidente líticas, etcétera, y que encajarían que no. La razón difícilmente dentro del análisis racional, iluspodría rechazar la desigualdad trado. Serían los siguientes: de trato para los judíos, musulmanes o masones y aceptar la de 1. La orientación sexual de las los homosexuales. No sólo por personas no es sólo heterosexual, coherencia histórica y lógica, si- también existe la homosexual. no porque no es fácil encontrar La base última de la orientación, argumentos que apoyen la dis- sea genética, psicosocial, el recriminación y que no sean cir- sultado de una elección personal culares: impedir que los homo- o una combinación de todas sexuales adopten niños porque ellas, no está del todo clara ni en éstos podrían sufrir las conse- un caso ni en el otro, y además cuencias de una relación inesta- es irrelevante a efectos políticos ble, o la marginación de otros porque la plena ciudadanía se niños, es circular, porque si las consigue sin tener en cuenta el relaciones homosexuales son género, el nivel de educación o más inestables que las heterose- la función social que cumple caxuales se debe a que la sociedad da persona. no aprueba leyes ni medidas concretas para apoyarlas como 20 Aunque
19 Situación de los gais y las lesbianas en los Estados miembros del Consejo de Eur o pa. Este informe fue elaborado por la Comisión de Temas Jurídicos y Derechos Humanos y aprobado el 26 de septiembre de 2000. Las informaciones señaladas aparecen en las páginas 8 y 9. Se puede consultar el mismo en la página web de la Fundación Triángulo: www.fundaciontriangulo.es/informes.
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tradiciona lmente se ha comparado a los homosexuales con los judíos, creo que sería más acertada la comparación con los gitanos. La base para esta afirmación está en que los tres grupos (judíos, homosexuales y gitanos) forman minorías características dentro de la cultura europea. Los tres padecieron el exterminio nazi y la situación de los gitanos es tan precaria como la de los homosexuales. Por otro lado su presencia y dispersión actual en Europa es más numerosa que la de los judíos.
Quienes poseen la orientación homosexual se encuentran legalmente discriminados en cuanto no tienen la facultad de ver su forma de convivencia reconocida como unidad familiar, con todas las consecuencias negativas que implica esta falta de reconocimiento. Tanto para ellos como para sus hijos y cuya patria potestad no puede ser compartida por su pareja, con quien forma una familia real aunque no, todavía, legal. 2.
La discriminación que viven las personas de orientación homosexual no se asienta más que en determinada tradición occidental. No fue algo permanente en Europa, porque no se dio, por ejemplo, en el mundo grecorromano. Así pues, no se trata de un fenómeno universal ni al margen de la historia. 3.
El sentido de la existencia de las asociaciones de gays y lesbianas es mostrar a la sociedad la injusticia de esta discriminación y combatirla activa y argumentadamente en la escuela, la universidad, los medios de comunicación, etcétera. 4.
La tradición más reacia al cumplimiento de estos objetivos es la religiosa, especialmente la Iglesia católica allí donde es la forma de cristianismo más extendida, como sucede en el sur de Europa y en América Latina. Pero justamente este enemigo es el más viejo enemigo ilustrado; nada haría más feliz a Voltaire que combatir de nuevo en este frente. Que éste sea el mayor obstáculo indica, precisamente, que estamos ante un problema heredado, antiguo, “contrarreformista”, y para el que el paso de los siglos parece haber sido inútil porque la jerarquía católica apenas se ha movido en su posición desde entonces. Para resolver éste y otros obstáculos, los dirigentes e intelectuales de los grupos homosexuales utilizan los mismos recursos que los ilustrados: la libertad de expresión a través de los medios de comunicación
de masas, la reforma de los contenidos de la enseñanza y el trabajo en escuelas e institutos para erradicar los prejuicios, las protestas ante los medios de poder, la reflexión intelectual y el trabajo erudito. Allí donde aparecen nuevos prejuicios en un camino de lucha contra las supersticiones heredadas, la solución debe consistir en aportar nuevas luces al problema siguiendo el viejo principio ilustrado “los males de la Ilustración sólo se curan con más ilustración”, complementario del famoso grabado de Goya El sueño de la razón (es decir, su descuido, su pereza) produce monstruos. Y es que la Ilustraci Ilustración ón no es sólo un proyecto intelectual o cultural. También es un proyecto ético: la superación de la minoría de edad en que la humanidad se encuentra, como señalaba Kant. Se trata de superar los límites de la Moral que constriñen las vidas de todas las personas, homosexuales y heterosexuales; estos últimos a veces verdugos y víctimas de la homofobia. Si la Moral son los hábitos sociales sobre lo bueno y malo en relación con las conductas intencionales que afectan a los demás, y la Ética es la reflexión sobre los términos morales y sus límites en una sociedad, entonces la lucha por los derechos homosexuales es a la vez un proyecto moral, en cuanto propuesta de nuevas mores y ético, en cuanto pensamiento sobre la dominación en la confianza de que este pensamiento y este trabajo ayuden a superar formas de injusticia. Así se desarrolla a la vez este proyecto moral e ilustrado, uno de los pocos que encontramos a comienzos del nuevo milenio. n
[El autor quiere agradecer las sugerencias y comentarios realizados por Antoni Mora y Natividad González].
F. Javier Ugarte Pérez es doctor en
Filosofía y director de la revista OrientacioneS. CLAVES
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SOCIOLOGÍA
LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD JESÚS VIÇENS
L
a ciencia moderna institui- muy poco sobre la alegría, la vi- las especialidades médicas que sistemas orgánicos. Sin embarda en el paradigma reduc- talidad, las ganas de vivir, tér- no se someten a un diagnóstico go, la especialización, que es una cionista, aquel que busca minos fundamentales para ha- entero (holístico) son causa de consecuencia directa de la sepaexplicar la materia, la vida y la blar de salud. errores. En esta “enteridad” está ración, ocupa un lugar central naturaleza a partir de sus comEs cierto que la terapia géni- la psicología, el medio social y el en la manera de ver el mundo y ponentes más básicos e inter- ca puede ayudar a mejorar la ca- medio ambiente. de analizarlo, sin la contrapartipretarlos matemáticamente, es lidad de vida de los enfermos de En todas las esferas de la vida da global que requiere cualquier la cosmología dominante en miopatías, por ejemplo, pero social se proyecta un enfrenta- análisis y cualquier forma de minuestra concepción del mundo. también es cierto que lo único miento entre sus componentes rar el mundo. También en la Sus tres siglos de ejercicio se que se sabe hacer actualmente, sin suficiente énfasis en las im- disciplina médica, desplazando apoyan en la tradición dualista nos dice el genetista francés Ber- plicaciones mutuas. En política el lugar que correspondería a los de Occidente. Desde Platón or- trand Jordan (Los (Los impostores de encontramos ejemplos de todo complejos sistemas orgánicos, la ganizamos la interpretación del la genética, (pág. 98) Península, tipo: conflictos entre etnias, re- síntesis queda relegada por el mundo en realidades separadas: Barcelona, 2001), ligiones, civilizaciones, lejos del predominio de lo particular y materia y espíritu, cuerpo y arte de la convivencia, que ha éste es, molecular, genético y he“es integrar un gen al azar, en un mente, hombre y naturaleza. pasado a ser un imperativo para reditario. Consideramos que las cosas tie- punto cualquiera de cierto cromoso- convivir en paz en el mundo. La aspiración a una mejor cama. La terapia génica no consiste en nen existencia independiente de reemplazar el gen defectuoso por su ho- En la vida cotidiana se corroe el lidad de vida exige reorientar su relación con las demás, dan- mólogo funcional, sino en añadir ese carácter, como expone Sennett, nuestra concepción del cuerpo, do lugar a una concepción de la homólogo en otra parte del genoma, en La corrosión del carácter cuancarácter cuan- de la sociedad y de sus comunilo que acarrea una serie de dificultasalud limitada en sus conceptos do las formas flexibles de libera- dades, y avanzar hacia una fory a una práctica médica con fra- des”. lización económica en el trabajo ma íntegra de percibir y tratar el casos de terapéuticos. nos aíslan de los demás, del sen- mundo. Aquella que está cerca Otras teorías ponen el acenSi el ámbito molecular no tido y la función del mismo, en de la alegría en las buenas mato en la relación y, como resul- nos conduce a las células y éstas lugar de ser un contexto para neras y de la capacidad de distado, en su interdependencia, al organismo entero, que es re- nuestra emancipación y realiza- frutar de las relaciones con los por ejemplo, la teoría de siste- lación con otros, con el medio, ción, sin compensación social demás. Que permite relajarse y mas de Bertalanffy; la teoría con la cultura, entonces el error de carácter económico ni parti- tener unas actitudes que repreGaia de Lovelock de la ecología aparece en el punto de partida, cipativo. Cualquier ámbito de senten un acercamiento a la rede la Tierra; la trama de la vida esto es, en los conceptos de lo nuestra vida está separado de los ciprocidad con el entorno, con (metáfora utilizada en física que son las cosas. La polariza- demás con el pretexto de ser as- todo el reino de lo vivo, en lugar cuántica) de Fritjof Capra; las ción entre nivel molecular y pectos independientes, chocan- de vivir a medias en un egoísmo resonancias mórficas mórficas en la cons- ADN, asentado en el determi- do constantemente con conflic- aislante. titución de los organismos de nismo biológico, dominante en tos duales enconados y con la Estamos ante uno de los moRupert Sheldrake; la autopoiesis EEUU, particularmente el pa- dificultad de ver la interrelación mentos significativos del devenir de la célula de Humberto Ma- pel que atribuye a la herencia, y, constitutiva que tienen todas las humano, uno de los tiempos turana. No es lo mismo buscar por otro lado, la postura ecoló- situaciones. Este es el marco de donde las ideas y las percepciocomo funcionan las cosas que gica y psicológica, que atribuye las enfermedades modernas. nes se remueven con intensidad percibir su constitución. Debido un papel esencial al ámbito faPara comprender la comple- y pueden hacer emerger un ora ello, se dan muchas ambigüe- miliar y social, debe superarse, jidad del mundo orgánico que den diferente. En el ámbito de dades en el nivel de lo que es la ya que ambas concepciones son se expande a través de la diversi- la salud, la consideración del vida, el cuerpo, el bienestar y necesarias. Sin embargo, resal- dad biológica no podemos se- cuerpo como una máquina ha la salud. Entender el cuerpo hu- tar la importancia de esta se- parar las situaciones, aunque sí llegado al límite con la creencia mano, por ejemplo, fragmenta- gunda concepción se debe a la podamos distinguirlas. La sepa- de que en los cromosomas de riamente, porque es más fácil necesidad de equilibrar la eufo- ración es una de las causas prin- ADN encontraremos el sentido detectar un diagnóstico en el ni- ria científica y de los medios de cipales de enfermedad. Al ha- del hombre. Es un síntoma de la vel molecular, el modelo de ex- comunicación entorno a las po- cerlo rompemos la red relacional extrema ignorancia a que nos ha celencia en medicina, y, por ello, sibilidades terapéuticas de las que une a las personas y sus ge- conducido el reduccionismo, a reducir el ser humano a un me- biotecnologías. Fragmentar la neraciones, a las comunidades y la confusión de la información canismo físico-químico, dice realidad es causa de deterioro y sus territorios, al cuerpo y sus con el conocimiento. Lewontin Nº123
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(El sueño del genoma humano y otras ilusiones, págs. 126-134 Paidós Pa idós,, Bar Barcelon celona, a, 200 2001,) 1,) nos recuerda que la mayor parte de la información genética es irrelevante. En relación con el medio, hay una oposición y un cansancio a seguir habitando un planeta donde los árboles, los paisajes y las especies desaparecen, en función del nivel de vida que es un concepto abstracto. Hay desavenencias frontales en lo ecológico y conflictos que cuestionan seriamente los beneficios del sistema económico liberal. Las medicinas medicinas suaves y los movimientos ecologistas han contribuido al debate sobre la salud y la calidad de vida. Muestran que no están en el mismo orden de cosas la economía del lucro, que necesita liberalizar los obstáculos sindicales y sociales, con el hecho ineludible de que el mundo moderno es insano y los ecosistemas están enfermos. La salud y la ecología pertenecen al orden del gusto por la vida. Ideas y salud
Si concebimos la realidad de forma interdependiente, nos ampliamos como seres humanos. Las ideas de integración e interdependencia influyen saludablemente. Si entendemos la salud como armonía y plenitud, el cuerpo debe comprenderse como un conjunto de partes en las que cada una refleja la totalidad íntegra del organismo. Cuando las personas son una cosa y los contextos otra se rompe la relación. Hay muchos contextos sociales y políticos que son destructivos por hallarse en conflicto y haberse desatado violencias sin freno. freno. Hay un enorme enorme vacío de integridad en la sociedad contemporánea que diluye los vínculos entre las personas y los lugares que habitan. El conocimiento y la vida social se hallan también separados. Ambos procesos son necesarios para el bienestar. Si dividimos la vida social en categorías abstractas, como hacen las ciencias sociales, pero confundimos éstas con la vida social misma, entonces obscurecemos el conoci74
miento. En las formas institucionales de organizar nuestro mundo colectivo, nos alejamos del vivir social concreto de la gente, de las relaciones por las que se mueven las personas. Con las categorías sociales y las instituciones corremos el riesgo de dejar a un lado la vida que transcurre en las relaciones comunes de cada día. La sociología debe distinguir las categorías que establece como instrumentos de análisis de la realidad que intenta interpretar. De la misma manera que la física no puede confundir las fuerzas de la materia con las cosas materiales y la biología no puede confundir las moléculas con los organismos. Materialidad o corporalidad son algo diferente, como sociedad y cultura lo son de las categorías de análisis. La biología no puede reducir un organismo a sus movimientos químicos, aunque ello le permita un análisis para facilitar un diagnóstico. Tanto las categorías sociales, como las partículas elementales o los microorganismos son parte de la realidad y útiles, pero insuficientes para comprender lo que es un cuerpo, una sociedad o un sistema montañoso. La estructura relacional y el reflejo del todo, es lo que da existencia a los ecosistemas, vida a los organismos y cohesión a las comunidades sociales. Son la riqueza creadora de tramas y tejidos. Las partes separadas extraen el ritmo propio de cada cosa y en el caso de los organismos vivos es arriesgado. La medicina antigua de la China lo ha entendido así desde hace milenios. Igual que la medicina ayurvédica de la India o la versión contemporánea occidental de la medicina homeopática. Otro ejemplo de interdependencia es la ecología. El cambio más urgente para liberar la presión sobre los ecosistemas es cambiar la idea de la naturaleza como almacén de recursos y la creencia de que sus fuerzas y ritmos deben dominarse. Es un planteamiento enfermizo que nos lleva a los límites del declive
y a la mentalidad de que en ella se pueden verter todo tipo de residuos. Nuestras relaciones con los sistemas ecológicos de la Tierra determinan el nivel de salud que tenemos. Si aspiramos a un mejor nivel de vida en el futuro debemos cambiar, obviamente, nuestra mentalidad de lo que es un medio ambiente. Un cambio de orientación en la manera de pensar que es la humanidad y qué es la Tierra. Otro concepto que va modelando un cambio profundo en la percepción del mundo es el de wholeness (totalidad), wholeness (totalidad), esto es, ver las situaciones, las personas y las culturas como imagen del todo, con sus complejidades y sus potencialidades. Una manera diferente de mirar. Las parcelas se contraponen. Las dicotomías generan presión y tensión. TenTensión que se ha extremado en la cultura moderna por una excesiva valoración de la cualidad racional, negando la emocional. La psicología gestalt, que conoce algo mejor el valor de las emociones, le atribuye un lugar para el equilibrio de la personalidad. Igualmente, la vida moderna prima la acción, la iniciativa, la competencia, impulsada por el proceso de industrialización y las nuevas tecnologías de la información, a costa de no hacer,, que es el descanso. La cahacer pacidad de experimentar la cualidad receptiva, de la que dispone también la naturaleza humana, es tan necesaria como la anterior para un buen estado de salud. En términos de valores colectivos la valoración excesiva de los aspectos materiales sobre los intangibles, esto es, del nivel de vida sobre la calidad de vida, supone un desequilibrio sobre el nivel salud social. Las enfermedades sociales son muy claras: desigualdad, pobreza, exclusión, desequilibrios emocionales y desajustes cardíacos. No hay un intento de mirar la situación enteramente. En nuestra propia tradición occidental, en Goethe por ejemplo, y desde una perspectiva intercultural, en el buddhismo mahayana, en el taoísmo y en el
hinduismo adváitico, observamos que las confrontaciones pueden orientarse hacia la constitución de polaridades creativas. La combinación del yin y del yang en un diagnóstico en la medicina china, la planta primordial o arquetípica en la biología de Goethe, las medidas mínimas y equilibradas en los medicamentos ayurvédicos (precedentes de la homeopatía homeopatía), ), son alternativas que ofrecen otras sabidurías para reconocer primero la polarización de la realidad y del cuerpo en particular, para después superarla inteligentemente. men te. La int integr egraci ación ón de las partes simboliza otra concepción saludable. Es diferente de la homogeneización y toma su sentido precisamente en las distinciones. Es la pluralidad diferencial que caracteriza a las personas, las sociedades, las culturas, los ecosistemas, las cosmovisiones, y da significado al conjunto entero. En medicina es un factor decisivo para la curación y en ecología para la preservación de la vida. vida. Sin integra integración ción de todas las partes de un organismo, de la psicología de la persona, de la biodiversidad de un ecosistema y de los componentes de la naturaleza, no hay salud y aparece la degeneración y la enfermedad. Por último, hay que volver a pensar la confrontación entre la capacidad interceptiva de la ciencia moderna y la cualidad receptiva que ha distinguido a las culturas antiguas. En éstas, la actitud receptiva ha ocupado un lugar central. La consideración sagrada de la naturaleza en las culturas animistas, el respeto por los ciclos y los ritmos naturales, como explica Mircea Eliade en Mito y realidad , son expresiones de la cualidad receptiva. Lo sagrado simboliza esta actitud y evidencia una predisposición a recibir. No se trata de pasividad, ni de indiferencia, ya que hay más atención en la receptividad. La actitud de interceptar nos ha llevado a modificar la trama relacional que caracteriza la realidad, por ejemplo, de los ecoCLAVES
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sistemas, de los átomos y de los genes. A manipular la materia en general, la Tierra y el tiempo, aumentando los riesgos. Interceptar nos lleva a modificar el mundo en el que vivimos, pero sintiéndonos fuera del mismo, a instrumentalizarlo y por ello a alienarnos. Todo Todo ello conduce a un mundo moderno en el que hemos quedado atrapados en las propias abstracciones e invenciones. No sentimos la gravedad del deterioro de la Tierra. Las enfermedades actuales han modificado nuestra percepción y el cuerpo nos es extraño rodeado de medicamentos y de tecnologías, aunque hay un cierto interés social por recuperar los ritmos de la naturaleza y apreciar nuevamente su dimensión sagrada. Hay movimientos sociales que insisten en la solidaridad entre los pueblos y en proteger la diversidad de las especies. Ello indica un cambio favorable a reintegrar lo que ha quedado roto. No obstante, los desafíos contemporáneos de signo ecológico, climático y las violencias ponen el mundo al riesgo de un colapso. Emerge la necesidad de una “filosofía de la Tierra” como concepción que reúne el interés de los movimientos sociales dinámicos, pero que a su vez elabora un conocimiento capaz de afrontar el desequilibrio de la mente que solo instrumentaliza. La ecología profunda, de Arne Naess, ha sido un intento desde la filosofía de construir un conocimiento en favor de una integración entre el hombre y la naturaleza. Es un movi movimiento miento que recoge unas actitudes en las que valora profundamente la vida, no sólo la del ser humano sino también de todos los seres vivos.. La ecosofía, hace referenvivos cia a la integración y fecundación entre ecología y filosofía. Una aporta la sabiduría y el amor,, de donde surgió la filosoamor fía, y la otra aporta el saber y la estima que surge de la Tierra cuando somos receptivos. La crisis ecológica en el planeta y la crisis psicológica del hombre contemporáneo requieren reNº123
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descubrir y cultivar la cualidad receptiva y equilibrarla con la interceptiva, excesivamente desarrollada. En resumen, la interdependencia, el holismo, la integración y la receptividad receptividad son ideas que aportan salud y vitalidad. La fragmentación, la parcialidad, la separación y la interceptación si no se relacionan con las anteriores, sino que las desplazan entonces, aportan enfermedad y ruptura. Unas y otras tienen su mayor importancia cuando se convierten en maneras de comprender el mundo y de analizarlo, porque impregnan la mentalidad de la gente y condicionan su percepción. De ello derivan actitudes enfermizas ante la vida, encarándonos con situaciones destructivas y violentas. Lo mismo ocurre con las percepciones. Si experimentamos el tiempo, por ejemplo, como un movimiento lineal hacia adelante al son de los bits que marca un metrónomo estamos ante una percepción limitada del mismo. Un tiempo así fuerza a correr rápidamente y alcanzar los primeros puestos, agotándonos en la carrera. Sin embargo, si percibimos el tiempo como algo propio a las personas y a las cosas, nos acercamos a la experiencia de libertad. Ya no tenemos necesidad de correr hacia la meta sino que el tiempo se presenta ante nosotros como la realidad misma de nuestro existir, como la textura de la realidad. Si entendemos la conciencia, un segundo ejemplo, como un apéndice de la psique humana sometida a los impulsos del inconsciente, estamos ante una visión limitada de la misma. Vemos el subconsciente, algo primario, ante lo que no podemos hacer nada, más que dilucidar alguna luz de su dominio sobre el ser humano. No obstante, entender la conciencia al estilo buddhista como mente, pero también donde se abarca y se presencia, las apariciones del inconsciente o de subconsciente son como residuos que la misma mente recicla con la respiración del cuerpo y la ecuanimidad del
espíritu. La mente aparece como un lugar desde donde contemplar, silenciar silenciar y observar, observar, Estamos entonces ante un poder de la mente que trasparenta lo intangible e inconmensurable, aquello que nos da la posibilidad de vivenciar la unicidad. Si la medicina china taoista es un conocimiento y un arte de la energíaa sutil energí sutil,, como sucede en la acupuntura y en las artes del tai chi taoista; si las culturas vinculadas a la tierra son sabedoras de un tiempo tiempo libre por sus ritmos, como indican las ceremonias sagradas de renovación del tiempo cíclico; el buddhismo zen, es una experiencia sobre la mente, la práctica concreta de la ecuanimidad de la misma, de la atención de la conciencia. Otra percepción saludable, por último, procede de la ciencia contemporánea: la concepción de la Tierra como un ser viviente, esto es, la teoría Gaia de James Lovelock. Es una percepción urgente en el mundo actual para enderezar la destrucción del medio en el que vivimos. Habla de una implicación entre todos los componentes de la biosfera: aire, agua, fertilidad, árboles, biótica, clima y ecosistemas. Señala que la interferencia en uno de ellos provoca interferencias en todo el sistema de la Tierra. Aunque dispone de la capacidad de autorregulación y equilibrio, los excesos contaminantes de la sociedad industrial generan desajustes en los ritmos de regeneración. Concebir el cuerpo como una maquina y someterlo a la intervención inter vención de la medicina científica y sus biotecnologías, así como someter al planeta a todas las tecnologías conocidas, es haber perdido la capacidad de comprenderlos como organismos. Ideas y percepciones se entrelazan y de ambas surgen actitudes y comportamientos. Hemos reducido la experiencia de la libertad a la elección en función de nuestro poder adquisitivo. La tremenda apuesta de la modernidad por el conocimiento racional y su socialización en el sistema educativo, ha obscure-
cido nuestra sensibilidad para distinguir las percepciones de las ideas. Nuestras intuiciones para desenvolvernos en un entorno se han diluido. En la sociedad moderna predominan las ideas y las ideologías que se aplican para funcionar. Una sociedad de imágenes y de informaciones. Ignora las percepciones fundamentales de nuestro ser con la naturaleza, con las generaciones y con el tiempo. Ha perdido el saber de la integridad y de los entramados relacionales. Limita el conocimiento a lo cuantificable y ello es una interpretación reducida. Para tener calidad en la vida hay que cultivar otras formas de acceso a la realidad, como la que nos viene de las intuiciones. Ello genera una tensión con el conocimiento de la socialización racional. La racionalización intercepta la realidad y la percepción la recibe. Cómo se entiende la salud
Reducir la salud a de ausencia de enfermedad, como hace la medicina convencional, es insuficiente y ha provocado críticas de profesionales de las mismas filas sanitarias. Desde la sociología consideramos relevante retomar el concepto de salud a partir de los vínculos con el bienestar. Las percepciones y las actitudes que el hombre tiene y siente del mundo en que vive y del entorno con el que q ue se relaciona son tan importantes para la salud, como pueda serlo una terapia médica, tal como hemos querido analizar en el apartado anterior. El cuerpo no es una pantalla donde se proyectan los órganos, sino un todo integrado en el que está implicado la realización del ser y la posibilidad de sentir el goce de la vida. No puede reducirse a un objeto, sino que hay un sujeto que lo constituye y debe aparecer en el diagnóstico de una enfermedad y en las formas de curarla. En este sentido, la salud de una persona y la vitalidad vitalidad de una población no pueden evaluarse sólo en términos de buscar un funcionamiento adecuado en el nivel biomolecular, sino que es 75
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necesario también un bienestar mas de curación cuántica, en mensión sociológica tanto co- cuestiones sociales deben debageneral. Este incluye el buen ha- Boston. mo en su validez científica. tirse en las instituciones cercanas cer social, esto es, la paz, la conLas medicinas suaves se orien- a las personas. vivencia, la comunicación. El Las medicinas suaves tan en el sentido siguiente: PriLa confusión confusión sobre sobre lo social social bienestar implica: a) la vincula- El trabajo realizado por las me- mero, el paradigma que las sus- es enorme. La democracia implición de la persona con su forma dicinas suaves en los últimos 25 tenta es integral y su concepción ca correlacionar intereses difede vida y de una comunidad años abarca todas las esferas de holística, la persona y su entorno rentes, opuestos muy a menudo cultural con su estilo de vida; y la salud tal como la hemos defi- participan en el proceso de cura- y en conflicto. La búsqueda del b) el tipo de persona que una nido: bienestar, armonía, rela- ción, y por ello evalúan el estilo compromiso social es un proceso sociedad quiere favorecer. No ción, reciprocidad, receptividad de vida, las presiones ambienta- que permite integrar las tensiones podemos quedarnos en la ob- y capacidad de ver las cosas c osas ho- les, la satisfacción, el potencial y resolver los conflictos, pero reservación de los síntomas orgá- listicamente. Ello implica tanto realizado y el sentido de su vida. quiere tiempo, sosiego, reflexión, nicos. Habitar un cuerpo es vi- el cuerpo como la psicología y la Segundo, para entender la enfer- algo que está fuera de los cronóvirlo. Experimentar un paisaje convivencia social. Estas prácti- medad y la salud contemplan la metros de la modernidad. Para es percibirlo. La salud hace refe- cas tienen en cuenta la comple- dimensión corporal, la concien- ésta, lo importante es la rapidez y rencia a esta sensibilidad que de- jidad de los factores que inter- cia, la experiencia del tiempo y la eficiencia en términos econóbe aprenderse y cultivarse y no vienen en la prevención de la sa- del medio donde se habita, es de- micos. Sin embargo, el comprosolamente a las funciones del or- lud o, en caso de enfermedad, cir, la química del organismo, la miso tiene la capacidad de camganismo, aunque ello pertenez- en su restablecimiento. Halla- mente y el ánimo de la persona, biar la orientación de las tensioca al ámbito del diagnóstico y mos varios denominadores co- y el momento de la vida en que nes. Las medicinas suaves abogan terapia médica. La reciprocidad munes dentro de la variedad que uno se encuentra, donde se equi- por la paciencia. La medicina, la entre uno y los demás, entre la las identifica como medicinas libran edad edad y madurez. madurez. Las me- ecología, la política, el hábitat, el comunidad y el medio, es cons- suaves frente a la medicina con- dicinas suaves quieren recuperar tiempo son ejemplos de cuestiotitutiva de la salud. Así como, vencional. la función vocacional del médico. nes sociales que la cultura morespetar el ritmo de la vida y solNo nos referimos a la cirugía El valor de acompañar y atender derna ha puesto fuera del alcanventarr el estrés. venta estrés. La relac relación ión de sino a la medicina. La cirugía a la persona en su enfermedad y ce de la gente. equilibrio con el medio am- puede estar al servicio de la me- en su situación vital. Las medicinas suaves siguen biente, por ejemplo, es decisiva dicina convencional, como suLa salud es, ante todo, una dirigiéndose a una minoría, a pepara la salud. En los países del cede en la mayoría de los casos, cuestión social, moral y de res- sar del tiempo que llevan aplisur, donde viven dos tercios de pero puede igualmente estar al ponsabilidad personal. Solo en se- cando terapias. El interés ha crela humanidad, muchas enfer- servicio de las medicinas suaves. gundo lugar, es un tema técnico y cido debido, en parte, a la desmedades son debidas a la escasez Centramos la crítica en la con- científico. Es el punto de partida confianza hacia la medicina de elementos básicos, como el cepción reduccionista y en las de cualquier realización humana. convencional. La participación agua, y a la contaminación de aplicaciones terapéuticas que no Y, Y, ésta, no puede reducirse reducirse a un social en debates públicos y curdichos elementos básicos. potencian a toda la persona pa- conocimiento instrumental o sos de formación puede cambiar Otra aclaración al concepto ra mejorar el sistema inmunoló- profesional. Todo lo contrario, la opinión en favor de estas mede salud es metodológica. Debe- gico, sino que la inhiben con los cuanto más importante es un te- dicinas de tratamiento suave. mos concebir la persona y la so- medicamentos. Devuelven a la ma, en términos de cuestión cen- Aunque Aunque este este obje objetivo tivo no está cerciedad como mutuamente cons- persona la responsabilidad prin- tral para la vida de las personas y ca, hoy podemos vislumbrar su tituyentes, comprender que no cipal de la curación. Quieren para la sociedad, mayor es su in- dirección. Hay dos contradicciopueden existir existir una sin sin la otra. La que se impliquen en el proceso terés para el debate público. La nes a que se ven sometidas en el modernidad, ha separado a de curación y en el manteni- ciencia puede ser beneficiosa si marco de la economía de mercala persona de sus compromisos miento de su salud. acompaña a las decisiones refle- do. Una, la falta de apoyo instisociales. La ha reducido a una La medicina científica no ha xionadas dentro de una comuni- tucional para aquellos que la reunidad cuantitativa. Ello pro- obtenido los éxitos prometidos. dad, no al revés. Y, es perniciosa quieran. Dos, han surgido para voca conflicto y tensión. Emer- La terapia génica y el proyecto cuando excluye la reflexión y se mejorar la calidad de vida y usar ge la impotencia del individuo genoma humano, la investiga- impone como verdad. mejor el potencial humano pero, ante la sociedad, la persona de- ción más ambiciosa del siglo, siLas instituciones políticas de- trabajan en condiciones desigua ja de ser creadora cr eadora de la cultu cultura ra guen el mismo paradigma y la mocráticas otorgan a los infor- les y se enfrentan a un u n vacío legal y pasa a ser consumidora de la misma promesa de cornucopia. mes que presentan los expertos, sobre los conocimientos requerimisma. Los movimientos eco- La relación entre la inversión y el grado mayor de verdad ante dos. Salud y ecología se oponen a logistas y las medicinas suaves, los resultados es muy grande. un conflicto social, lo que con- concepciones y a prácticas con apuntan a una revinculación Debemos añadir a ello que el vierte, paradójicamente, en an- fines instrumentales, donde preentre persona y sociedad, en- sistema hospitalario necesario tidemocrática a la misma socie- valece la manipulación. La salud tre cultura y medio ambiente. para aplicar la medicina cientí- dad. Son muchos los ejemplos requiere del compromiso, de la Son aspectos de la realidad so- fica ha creado la enfermedad ya- en medicina, en impacto am- ética y de la responsabilidad. cial que forman parte de las te- trogénica, que es una de las cau- biental, en energía, en agua, que rapias de curación en disfun- sas primeras. Por ello, el tema reducen los debates a informes ciones como cánceres o enfer- de la salud, y particularmente la técnicos. Los profesionales demedades degenerativas. Algo modificación genética es una ben estar al lado del sentir de la Jesús Viçens es profesor de Sociología que encontramos en el trabajo cuestión pública, política y ética, gente y hacer una doble tarea de en la Universidad de Barcelona. Autor de Deepak Chopra, en sus for- y hay que evaluarla en su di- análisis y educación. Las grandes del Valor de la salud. n
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HERMANOS COEN Un equilibrio basculante basculante entre la fascinación ‘en negro’ y el humor hu mor ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS ÚBEDA-PORTUGUÉS
ay un cine necesario, imprescindible, impagable (palabra que de tanto sonar a desprendido parece un torpedo de los friedmanianos de Chicago a la línea de flotación del pensamiento izquierdista), que azuza las conciencias y nos deja un poco limpios del polvo y la paja del campeonato mundial de consumismo fruto de nuestros días, y hay un cine pleno que escarba en los rincones tiernos o abruptos del pasado y en un presente que no sabe cómo parecer más moderno, más desquiciado todavía. Ese cine impetuoso, de tormenta sin pararrayos –con la que está cayendo–, que lo mismo da un chispazo terrorífico que hiela la sangre que nos ilumina la razón con la idea de lo bendito, lo eternamente joven, inocente y gracioso, pertenece en gran parte a los hermanos Joel (director) y Ethan (productor) Coen, ambos excelentes guionistas y contumaces constructores de un universo en el que las pistolas hablan de amor y los besos van envueltos en mensajes no siempre tranquilizadores para la vida del destinatario.
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Las primeras películas Sangre fácil Así ha sido desde Sangre fácil (1984), su recordada ópera prima en la que demostraban pose-
er un nuevo libro de ruta para transitar los hermosos y oscuros callejones del thriller, que por entonces estaba buscando una redefinición de su estética y una posición crítica frente a la ola reaganiana de conservadurismo. Haciendo frente a estos retos, los Coen ofrecían una gama de personajes unidos por el mismo deterioro, la misma ansiedad e Nº123
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idéntica propensión a confundir el dinero con la felicidad. Era fundamental evitar las adocenadas respuestas del cine seudoclásico a un género que no pedía disculpas baratas de bandas sonoras intentando dar ritmo a las sombras ni actores estelares empeñados en un primer plano eterno. Mucho mejor acudir a la violencia seca y a la locura de sensaciones que a menudo procuraron las películas negras de los años cincuenta que tendían a una cierta idealización de algunos de los valores (los mencionados) de la serie B norteamericana. Hablamos de títulos tan reconocidos como The Narrow Margin (Richard Fleischer, 1952), El beso mortal (Robert Aldrich, 1955) o The Crimson Kimono (Samuel Fuller, 1959). Con este bagaje y una mirada lúcida al entorno viciado en el que estaban inmersos, los hermanos Coen conseguían, paradójicamente, una película fresca, ágil y vibrante. Una auténtica ca ja de sorpresa sorpresass en la que había muchos caramelos de sabores a veces extraños, pero siempre con un regusto acogedor que podría recordar la imagen de un cuento infantil a la luz de las llamas del hogar. No importaba que la huella del crimen se paseara con horror o que las traiciones tuvieran un aire shakespeariano en las que el corazón destilaba un humor que podía corroer las entrañas más duras. En el fondo, Frances McDormand, encarnando a la inquietante Abby, Abby, tenía la psicología de un personaje de cómic y, como Jessica, el voluptuoso dibujo animado de ¿Quién engañó engañó a Roger Rabbit ? (Robert Zemeckis, 1988), podría decir aquello de “yo no soy mala, es que me
han hecho así”; el detective asesi- americano de vida independiente independiente,, no que incorporaba M. Emmet aunque sea en una caravana en Walsh W alsh ponía mucha más aten- medio del desierto de Arizona ción en satisfacer con inconti- junto junto a su mujer, mujer, ex polic policía, ía, Ed nencia histérica su codicia que (Holly Hunter), que también haen resolver adecuadamente su si- ce frente a las pequeñas o grandes niestro trabajo; el amante indó- estrecheces y que, quizá para inmito, Ray (John Getz), se con- vocar un reino de futura prospevertía en un artista de la ansiedad ridad, quiere un hijo que sea tesy la sospecha, con una eficacia tigo de estas conquistas. chistosa y perdularia a la par. ElePero el maná a veces no enmentos doloridos, patéticos, de cuentra ningún tren para llegar a un mosaico redentor de tantos casa y es preciso adentrarse en el laberintos oscurantistas en los nido del vecino y sustraer un crío que el Minotauro se empacha en de un parto de quintillizos. La la olla de los géneros, que dejaba estrecha línea que separa al bien en una posición ventajosa a los del mal, la ley del delito, desapahermanos Coen para sus si- rece con este acto, elogiable en guientes aventuras. rigor, de procurar la dicha a quien no la tiene, pensando que Arizona Baby los dones que Dios ha concedido En la frenética Arizona Baby tan abundantemente a los demás (1987), la inspiración llegaba di- deben ser compartidos con otros rectamente de Woody Allen y su bienaventurados o aspirantes a delirante primera película Toma esa plenitud. De forma que reel dinero y corre (1969), y de las sulta natural el secuestro, infantil mejores tradiciones de la screw- en su ejecución –como corresball comedy , tanto en el periodo ponde al rapto de un bebé–, desilente como en el sonoro 1. Los licado y arduo tal cual fuera un Coen, eso sí, no se privaban de alumbramiento. Disquisiciones utilizar ópticas aberrantes si ello aparte, la película es una invitaredundaba en la sensación de pér- ción a la danza, al tumulto, un dida, de descontrol, de deflagra- completo carnaval de máscaras ción que destruye los circuitos in- abrumador en el que todos los ternos por los que viaja la infor- personajes salen malparados, esmación adecuada para que la carnecidos, descompuestos por familia continúe siendo la célula sus jorobas picassianas de facto madre del ordenamiento econó- que les hace extraviar el rumbo mico capitalista. El joven ex con- hasta vagar abandonados en un victo Hi McDonnough (Nicolas rincón, sin cuerda, sin cordura. Cage) está dispuesto a trabajar en Otra cosa no se puede pensar de lo que haga falta con tal de que apariciones como la del satánico no se malogre su pequeño sueño motociclista cazador de recompensas que incluso en sueños se alimenta del rastro inconfun1 Comedia típica de los años treinta dible de los wanted man; del ejéren la que preponderaban los diálogos vercito de perseguidores gubernatiginosos y la acción constante, caractementales digno de un episodio rística esencial esta última del slapstick que auparon Charles Chaplin, Buster Ke- del Conejo de la suerte que acosan aton y otras luminarias del cine mudo. a Hi cuando decide volver a su 77
HERMANOS COEN
Hermanos Coen
resultona vida de atracador. El lico primigenio del que siempre mundo parece haber dado una es difícil destacar una trama en vuelta de más sobre su eje o, perjuicio de otras que quedarán atendiendo a un añejo reproche como sueños de grandeza de fude Humphrey Bogart, ha logrado turas películas. Con la mirada y ponerse al día en las copas de re- el ingenio de los detectives privatraso que tenía. Y en esa melopea dos del viejo estilo, los cineastas universal los padres protagonis- –entre nubes de polvo y ratones tas, inocentes, despreciados, tan anticinéfilos– chapotearon en los cómicos para los que tienen el sótanos de las filmotecas hollydinero y la autoridad, tendrían woodienses, woodienses, y de allí surgieron, surgieron, que cantar con Bob Dylan su fa- como fantasmas, el quejido ronmosa prédica “para vivir al mar- co de una metralleta y los ojos gen de la ley, debes ser hones- desorbitados de hombres incapato”2. Lo difícil es llevarla a la ces de creer en su propio fin. Elepráctica. mentos incorporados de inme Muerte erte entr entre e diato a la médula de Mu las flores (1990), en la que los CoLos archivos secretos en describían con energía una de la meca del cine Los hermanos Coen habían Améric Américaa en el periodo periodo de mayor mayor puesto sobre el tapete dos lar- hegemonía del gangsterismo y de gometrajes constituidos, en teo- la corrupción institucionalizada. ría, del riesgo y de un indesma- La película era también un enyable amor a la entraña literaria cendido tributo a un cine amoral del guión, a su fondo melancó- que nació en 1927 con La ley del hampa, de Josef Von Sternberg, y que prosiguió su trayecto homicida en los años treinta 2 De su canción Absolutely Sweet Macon títulos como Hampa dorada rie , perteneciente al álbum Blonde on Blonde (1966). (Mervyn LeRoy, 1930), Public 78
Enemy (William A. Wellman, 1931), Scarface (Howard Hawks, 1932) o Los violentos años veinte
(Raoul Walsh, 1939), filme este último erigido en balance definitivo de una época de “cosecha roja” (valga la analogía con la novela de Dashiell Hammett). Muerte entre las flores Muerte entre e ntre las flores 3 es el ál-
bum de fotos querido –pese a todo– y olvidado de ese imperio sangriento. El dolor y la pasión que muestran las instantáneas han adquirido un tono mate, pero eso no es óbice para que refuljan aquí y allá paradigmas de las sombras, contrastes de las emociones4. En estas condiciones, es una aventura casi física el seguir los pasos del extraño
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El título original es Miller’s Crossing, pero es mucho más sugerente el castellano porque alude al poético y surreal entorno campestre que los Coen escogen como escenario de ajustes de cuentas, en los que resalta una insospechada relación hamletiana entre ejecutor y víctima.
hombre de acción encarnado por Gabriel Byrne, que aprovecha el humo de los tiroteos para encender un cigarrillo y quemar sus dudas existenciales y políticas; el atravesar las estancias del amor en las que un jefe mafioso (Albert Finney) se desnuda ante su adorada (Marcia Gay Harden) sin saber que en cada beso está jugándose la vida, ya que ella no es la muñequita de trapo fiel que supone; el contar los dientes de la ira de un gánster menor (Jon Polito) que pide sangre. Sangre desde los archivos –húmedos y llenos de telarañas– de los cuales los cineastas entresacaron esta pieza nostálgica y
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La iluminación de este filme es un hallazgo por sí solo, porque supone, en consonancia con los Coen, un esfuerzo de investigación historicista que propone razones para la utilización del color y su temperatura, dotándolo de un matiz cartográfico por el que se extienden las pequeñas verdades del relato. El mérito es de Barry Sonnenfeld, director de fotografía de la película y después afamado realizador (Hombres de negro, 1997). CLAVES
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enfrentada al cine preñado de actualidad que sólo ofrece prisa para dejar de ser noticia. Bartyon Fink
Con los ojos empañados por ese pasado legendario que remite a la meca del cine cuando en realidad lo era, los hermanos Coen bucearon hasta perderse en su interior de guionistas de raza, la misma de hombres mucho más anónimos que ellos que crearon, desde un despacho en Beverly Hills, esferas de luz en las que corrían montaña arriba manadas de caballos salvajes, trompetistas que podrían ser Louis Armstrong anunciaban el Apocalipsis y parejas alegres se enamoraban descorchando botellas de champaña y riendo a mandíbula batiente. En esos tiempos de esplendor, los Coen situaban al dramaturgo neoyorquino Barton Fink (John Turturro) (dando título a la película de 1991) que emprende un viaje de pleitesía a Hollywood para escribir los guiones que serán de sobra criticados por directores celosos de su poder, escenógrafos que no encuentran en el texto el pretexto para unos decorados a la altura de su talento, cámaras que no tienen el menor interés en lo que piensen los artistas, actores que no saben decir los diálogos o que no los comprenden o que no les gustan, y al estrenarse la película no hay nada o muy poco de lo que el guionista imaginara en una habitación de hotel, como cualquier otra, luchando por encontrar a su musa frente a una pared impersonal en la que hay un pequeño cuadro de temática playera. La historia de Barton Fink era la de centenares de escritores, encabezados por nombres como Francis Scott Fitzgerald, James M. Cain, Bertolt Brecht, Dashiell Hammett, Raymond Chandler o William Faulkner, que pensaron en el periodo de entreguerras al que la película se refiere que Hollywood había logrado deshacer el nudo gordiano que separaba al capitalismo de la libertad, pero más pronto que tarde fueron oyendo un Nº123
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tam-tam del que huyeron des- cir excitación de una intertex- el azar y la química que alteran pavoridos y que Rafael Azcona, tualidad que parece la razón los planes y las ideas más preentre otros, ha verbalizado en de ser de estos cineastas. El ári- concebidas. Sucede que a un nialguna ocasión: “El guionista es do y laborioso proceso de la ño sin importancia, muy lejos una puta”. Sólo un rostro en la composición artística sobre la de esos pináculos de la toma de multitud sin imagen que ven- que divagan se zafa de su –a decisiones que no creen en la der, alguien a quien no se invita veces natural– fastidioso envol- gente, se le ocurre qué hacer con a las fiestas piramidales de Sun- torio libresco y avanza con ím- el absurdo invento del hula-hop set Boulevard, un mucamo cuyo petu hacia una concepción va- que el personaje de Robbins hagenio en almoneda forma parte liosa de un cine intimista y bía diseñado sin una finalidad del ajuar industrial del produc- perfectamente dotado para el concreta. Como si fuera una petor. Con todo, la excitación de espectáculo; un cóctel irresistible onza humana, lo hace girar sovivir en un mundo de estrellatos que los grandes estudios no pue- bre sí, y la armonía de su moviansiados y obscenos también lle- den ignorar, aunque quisieran, miento circular arrastra en caga a la habitación olvidada de porque en realidad es una vía de dena a millones de cuerpos más Barton Fink, que se convierte un único sentido en la que tan- bien jóvenes que en cada vuelta en coprotagonista de un psi- tas películas se atascan desde notan cómo crece su confianza cothriller que no puede explicar; que, a finales de los años cin- en el futuro mientras que los teexactamente igual que cuando cuenta, la Nouvelle Vague impu- mores y las miserias pierden, en llega la inspiración volando co- siera su doctrina de cine de au- el frenesí del vaivén, su consismo una corneja sobre un paisa- tor frente a las obsoletas fórmu- tencia. Sucede, además, que Cu je fétido y repulsivo. repulsivo. las del cine clásico. pido asaetea y une a los que paEl guión –ya no su guión– se recen tontos de nación (y enescribe automáticamente, él El gran salto cantadores) con las despiadadas mismo elige el género y apenas Con más medios, con una trini- (y atractivas) mujeres en un uniatiende a las indicaciones del dad de estrellas de la talla de verso laboral masculino en el creador; lo que es una falta de Paul Newman, Tim Robbins y que están obligadas a ser siemrespeto intolerable y al mismo Jennifer Jennifer Jason Jason Leigh, Leigh, los herma- pre las primeras. tiempo una extraña ayuda na- nos Coen se acercaron a la orilla En cierta manera, El gran salrrativa que no consigue utilizar bienhechora de Frank Capra to es un noticiario apócrifo de porque quema. Incluso le exige –más archivos recuperados de la ese instinto norteamericano paque abandone el hotel, que está polilla– y sus cuentos morales ra crear burbujas, pura y simple siendo pasto de las llamas de un sobre ricos malvados y pobres coca-cola, rock and roll alrededor violento incendio. Desnudo de en los que palpita el genio de la del reloj: fantasías glamourosas ideas, con las manos en los bol- inocencia. El gran salto (1994) que sirven de consuelo para no sillos, Barton Fink no sabe iniciaba su exposición fijándose hacer demasiado caso de la eleadónde ir. ¿Quién querrá aco- en el vértigo del poder y de los mental injusticia social. Pese a ger a un pobre escribidor con oscuros y pulcros salones que al- su distinta condición, los persolas ideas chamuscadas y vecino bergan las juntas de los consejos najes principales son como de habitación de un viajante de de administración, donde el aquellos chicos de antaño que comercio (John Goodman) que cuero indiscreto de los sillones y frente a las puertas giratorias de prefiere asesinar a sus posibles el brillo luciferino de la mesa de un banco, o a la salida de un ciclientes que venderles una cor- reuniones coadyuvan a que la ne o de cualquier boca de mebata? ¿Tendría que acercarse a mano pesada del destino se po- tro, vendían periódicos voceanuna casa de empeño para que le se como una maldición en el do los titulares y daban sorprentasasen las secuencias que dan el hombro de los directivos y les dentemente un poco de calor a éxito y las que abocan al fracaso? acerque mucho más a la heca- los transeúntes, que encontra¿Debería seguir ejerciendo su tombe que al triunfo en ese con- ban un atisbo de humanidad baoficio pese a esta rebelión del ciliábulo de ambiciones. Se ne- jo la lluvia fría y desabrida de la caos y del crimen no escrito? El cesitaba para la función a un ti- calle de los años cincuenta, dé jefe de los estudios (Michael burón de las finanzas (Newman) (Newman) cada en la que la película ancla Lerner) le recuerda al atribulado que trabaja para hundir a sus sus intereses. Uno no puede eviguionista que está bajo contrato adversarios; un hombre de paja tar que casi cualquier comentay los Coen asienten, sintiéndose (Robbins) que vive en el País de rio a la obra de Franklin Delano herederos de este drama interior Nunca Jamás y cree que el éxito Roosevelt y de su adlátere cineequívoco que hace ondear la se recoge igual que el maíz, y matográfico Frank Capra goce, bandera de los años dorados ca- una periodista (Leigh) que está a priori , de un beneplácito rayalifornianos. especializada en destrozar repu- no en lo improcedente; pero su Probablemente, Barton Fink taciones caiga quien caiga. To- creencia en el bien a secas, en la sea la película más difícil de los dos sonríen y son felices porque libertad a secas, nos deja desarhermanos Coen. La que con suponen haberse salido con la mados y ruborizados como comás encono se afana en produ- suya, pero no han contado con legiales. Y de esa fascinación se 79
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imbuyeron los hermanos Coen para hacer esta divertida película de esperanzas y soflamas cara al viento del norte. De vuelta a Ítaca Fargo
El oráculo de Delfos arbitró un primer regreso a casa con el equipaje sentimental lleno de imágenes necesarias, necesarias, de películas preferidas que homogeneizaban un lenguaje propio, aunque sin ninguna pretensión de teorizar a lo André Bazin5, o cocomo los brillantes exploradores del Dogma danés6. Fargo (1996) es un reencuentro con la nieve de Minneapolis, Minnesota, el hogar del Medio Oeste de Joel y Ethan Coen. Un circunloquio entre risueño y lúgubre sobre la incredulidad que produce verse en una ventisca polar. El mayor mérito alcanzable es, de pronto, intuir sombras huidizas en las tinieblas blancas. Quizá sea la silueta de un oso, el corazón en la garganta; quizá una cabaña sin 5 Fundador en 1951 de la célebre revista cinematográfica Cahiers du Cinéma. 6 Vid . mi artículo Lars Von Trier: la conquista de la mirada. CLAV LAVES ES DE R AZÓN PR Á CTICA 116, julio-a julio-agosto gosto de de CTICA , núm. 116, 2001.
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signos de vida… porque el lobo entró y se comió a una helada Caperucita Roja.’ Tenían los Coen dos asesinos muy brutales y tan diferentes como la morsa y la perdiz; tenían un caso de infidelidad y avaricia que era perfecto para escenificar la perdición de un hombre, y tenían a una mujer policía embarazada que debía detener el coche patrulla de vez en cuando para vomitar sobre la nieve. Efectivamente, daba la impresión de que Fargo, deudora en su estructura de thriller de la primera película de los hermanos cineastas, quería mostrarse leal con lo que ellos consideraban un asunto de la incumbencia exclusiva de la leche materna recibida: la que les ayudó a ser hombres y alumbró su deseo de historias en movimiento. Eso, de suyo, implicaba aparcar un tanto los efectos de la sala de montaje que distorsionaban en momentos puntuales de sus filmes la formalidad del conjunto y remachaban la consabida e hiriente ironía a la que por ley no pueden renunciar los Coen. Querían alcanzar una austeridad estética libre de matizaciones, aun a costa de ser impúdicamente rudos. Pretendían acceder a un nirvana de calma en los
primeros planos. Retarse bajo una tensión enervante a mantener la disposición de la toma, sin tener en cuenta la inquietud del espectador ante el deleite de unos rostros concluyentes 7. Comprometerse, entonces, cuidadosamente con la mirada de buena esperanza de Frances McDormand, que en su vehículo celular pregunta, a través de las rejas que separan los asientos, al asesino incorporado por Peter Stormare si los crímenes, mutilaciones y descuartizamientos de los que es autor los ha cometido “solamente por un poco de dinero”. Fijarse a su vez en el contraplano expectante de la cara vencida, aunque todavía imponente, del asesino, al que de seguro le gustaría asentir y disculparse por lo que dice de él la señora de uniforme; pero para explicar el horror no hay razones objetivas, discursos racionales que eluciden actos execrables. A fuer de sincero, debería recurrir a apuntaciones balísticas. Movimientos termodinámicos de flexión y extensión del brazo, por ejemplo, para serrar miembros de cadáver que se hacen de rogar y pasarlos después por una trituradora (un momento del filme que certifica la buena estirpe del humor macabro al que, en ocasiones, los hermanos Coen se acogen, y en el que reverencian –¿o se mofan?– de algunas colaboraciones iniciáticas y alimenticias en el género terrorífico); velocidad cerebral para la emisión de una orden que exige sacar el arma (se acabaron las dudas metafísicas de Muerte entre las flores) y disparar a que-
7 Viene al caso el recuerdo de una pro-
yección pública de La mirada de Ulises (1995), protagonizada por Harvey Keitel y dirigida por Theo Angelopoulos –cineasta, por otra parte, muy alejado de los presupuestos de los hermanos Coen–, en la que había una cincuentena de asistentes. A la conclusión del metraje éramos sólo tres los acólitos a los que no nos importaba en absoluto que Keitel no ejerciera de estrella y, sin imponerse, buscara su lugar en los largos y meditativos planos de la plegaria filmada por Angelopoulos sobre el conflicto que en los últimos años ha asolado los Balcanes, una Ítaca funeraria.
marropa. Los instantes de paz en los que no se promueven estas barbaridades; o la inmensa desdicha del asesino locuaz Steve Buscemi que, con un tiro en la cara, intenta averiguar en el campo abierto dónde escondió un maletín repleto de dólares, sepultado por las toneladas de nieve caídas desde entonces; o la dulzura casi femenina del marido pintor (John Carroll Lynch), que despide cada día a la puerta de casa a su esposa policía, deseándole que tenga un buen día y que esté atenta a las posibles contracciones de su abultado vientre preparturiento, son como pequeños regalos de enorme sensibilidad de unos artistas que no sólo saben escribir y filmar de una manera única (controvertida,, claro; desde que (controvertida Nietzsche proclamó la muerte de Dios no hay Orson Welles que resista de una pieza todos los embates), sino que también han recogido unas briznas de sabiduría (experiencia de vida), y con ellas nos conmueven hasta las lágrimas, si es que fuera posible que brotaran de estos espacios desolados en los que no es raro encontrar la paz de espíritu. Aunque, conforme a la poética de los Coen, puede que sea el espíritu de un fantasma que recorre tranquila y fríamente, con una botella de whisky en la mano, los bosques en donde cruje el aire boreal. Los asesinos pagan sus crímenes y los Oscar premian a Fargo8. Todo Todo muy conveniente c onveniente y ordenado, pero lo que finalmente quería jalear el filme es que hay un tipo de recompensas que se sueldan indeleblemente al alma y no se pueden contar porque ensucian su transparencia. Cuando rueda el sinfín de los créditos y nos levantamos con más parsimonia de la habitual, comprendemos que la justicia que nos merecemos, la serenidad de la que no
8 Fue galardonada con el Oscar al me-
jor guión y el Oscar a la mejor actriz (Frances McDormand). CLAVES
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nos hemos dado de alta como era menester, se quedan a oscuras y ausentes frente al telón blanco en el que volverán a proyectar Fargo para quizá renombrar la armonía.
“Tras ese universo perfectamente reconocible irrumpe el miedo. El hombre se encuentra atrapado en ese lugar que creía seguro; los límites de la realidad se desmoronan” 9.
El Gran Lebowski
Como nuevos apóstoles de sanLa irrupción de lo real exhala ta Teresa de Jesús, los herma- dinero por todos los poros. Connos Coen trataban de proseguir tiene, además, esencia de poder, su camino de perfección, que, corrupción, sexo, chantaje e ideaen los tiempos que corren, sue- les patrióticos que van muy bien le ser una carretera de circunva- con las maderas nobles del amlación mal señalizada. La casa plio salón en el que el verdadero del protagonista de El Gran Le- Gran Lebowski recibe a un malbowski (1997) no estaba lejos humorado Nota. Posee Lebowski de esos nudos de serpientes de una gran fortuna y sin embargo hormigón y asfalto que asfixian no puede levantarse de su silla de las ciudades. El cielo más lim- ruedas. Está casado con una mupio que vio el personaje se des- jer bell bellaa que que muy apro apropia piadame damennhizo como polvo de estrellas te toma el sol en la piscina miencuando los ochenta llamaron a tras espera la hora de citarse con el su puerta. Desde entonces ha jardin jardinero ero o con algún enemigo seguido fumando marihuana, político de su marido, y nadie duescuchando a la Creedence Cle- da de su incapacidad como amanarwater Revival y ha jugado, te. Se burla del Nota porque la uno tras otro, campeonatos de sociedad estima que un Gran Lebolos sin saber muy bien el por- bowski debe burlarse de un paraqué de una pasión tan exacer- do ex hippy (“ex”, el gran prefijo bada y ridícula, el porqué de de nuestra época, cuando todas que sus mejores amigos sean un las utopías se han ido por el suveterano del Vietnam, donde midero), y, sin embargo, es un quedaron su lucidez y sus espe- personaje patético hasta lo inimaranzas, y otro marginado social, ginable10. Para comprobar la temsurfista retirado, que no en- peratura del desastre encarnada en cuentra solución en estar con el Nota le contrata como interlos amigos pero tampoco la en- mediario para hacer efectivo el contraría en estar solo y sin na- rescate de su mujer, ahora secuesdie a quien no hablar. El su- trada. Y el Lebowski anónimo inpuesto Gran Lebowski, más co- tenta timar al Lebowski respetanocido por el Nota, no busca ble, sin sospechar que éste ya le ha trabajo, y si lo encuentra, pro- engañado de antemano. Sin soscura perderlo. No tiene ninguna pechar que la esposa deshonrosa ropa o traje formal para grandes ha organizado su secuestro para ocasiones porque no las hay; y si no tener que depender de la tirase pone triste de repente, en- nía del magnate. Sin sospechar ciende otro porro, hasta que to- que la arrebatadora hija de Ledo lo que tiene cerca vuelve a bowski hace el amor con él para surgir en su mente con ese as- que un futuro Lebowski menos pecto sucio y enrollado que tan- impedido que el patriarca ponga to le acomoda. Fant Fantaseando aseando sobre esto y lo otro dentro de los estrechos márgenes que se per9 Mercedes Miguel Borrás: La repremite, unos matones allanan su sentación de la mirada (La ventana indismorada, le conminan a que sal- creta; Alfred Hitchcock, 1954), pág. 23. de La Mirada, Valencia, 1997. de las cuantiosas deudas de su Ediciones 10 “Su imagen [la del Nota] en bañamujer, se dan cuenta de que no dor, bata y sandalias es un puñetazo a la es la persona que buscan y vejan corbata y al Rolex de los que tienen siemla razón”. Mercedes Miguel Borrás: su adorada alfombra. Todo, en pre Historia del cine con cien películas , pág. un tiempo récord. 114. Acento Editorial, col. Flash Más, Madrid, 2001. Nº123
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un poco de orden o de buenos mercantil que por el momento sentimientos en el viciado entorno se irá pensando entre humos. familiar. En ese ínterin, qué mejor que No es ningún secreto que los volver a la bolera y desafiar a la hermanos Coen repasaron la no- historia con un nihilista “no ha vela de Raymond Chandler y pe- pasado nada y todo sigue igual”. lícula de Howard Hawks El sue- La materialidad de El Gran Leño eterno (1946), en la que bowski desmonta este propósito Humphrey Bogart, incorporan- y, aunque encogidos por el desdo al célebre detective Philip file de tiburones en la costa, esMarlowe, era contratado por la bozamos una amplia sonrisa de familia Sternwood para resolver gratitud a los hermanos Coen un chantaje y terminaba luchan- por el conocimiento de una do apuradamente por salvar su simpática caterva de ineptos vida entre las garras de las her- que el Estado de bienestar tiene mosas y pérfidas hermanas Stern- que mantener o soportar, sin wood. Pero el Nota que inter- que hasta el momento se le hapreta Jeff Bridges jamás será un ya ocurrido la eliminación maduro de Hollywood (basta con siva de estos descarriados que echar una mirada a sus consejeros no hacen más grande a un país, áulicos), y aunque comprende pero, en cambio, desde la baque es una marioneta apellidada rricada coeniana, sí que crean Lebowski que nadie se digna espectadores más felices. considerar, salvo su misterioso benefactor con aspecto de va- O Brother! quero granítico (puro humo de Acostumbrados a frecuentar el marihuana) que suele encontrar telar de Penélope y a consultaren la barra del bar de la bolera, le sobre los nuevos tejidos con nada puede hacer para impedir- los que obtener los acentos de la lo, para no tomar partido siem- parodia, Joel y Ethan Coen pupre equivocado por las distintas sieron de nuevo rumbo a Ítaca facciones que aspiran a llevarse para invocar nada menos que el una porción de la gran tarta Le- nombre de los nombres, Hobowski, cuando él ya se daba por mero, clave ritual de la que topagado con una alfombra nueva dos procedemos: escritores, lecen la que ningún sicario volviera tores, mecenas de fin de semana a orinar. y popes popes de la comunicación. EsNo es posible sustraerse a los tuvo de acuerdo en la cesión de intereses del mundo ni a sus su Odisea (no hay testigos ni foequívocos, que llevan de un ex- tografías de la reunión, pero es tremo a otro del columpio a to- previsible que ocurriera, incluso dos los que encuentra a su paso, si hay 3.000 años de separación desactivando cualquier resisten- entre el rapsoda y los cineastas) cia a su empuje corrosivo. Esta para una versión libérrima de la certeza de lo real (de lo siniestro epopeya en el delta del Misisipí en cuanto a destrucción de ta- durante la depresión. O Brotbúes salvadores e introducción her! (2000) pintaba Troya en de marcas purulentas en el pro- una prisión rodeada de campos ceso narrativo que conduce a la de algodón, y desde allí tres barca de Caronte11), que alcan- hombres encadenados y con el za con sus flechas cualquier pa- llamativo traje de los presidiaraíso artificial (si las utopías se rios huyen a la desesperada, si han ido por el sumidero, todos no en busca de Penélope, sí de los paraísos son artificiales), de- un herrero con ganas de trabajar sanima al Nota tanto como le y que no cobre mucho o nada hace concebir algún proyecto por liberar de grilletes sus tobillos. Tirios, troyanos y policía federal siguen sus huellas por 11 “Lo siniestro es aquello que, delas tierras yermas en las que enbiendo permanecer oculto y secreto, se ha cuentran parientes pobres y un revelado, se ha hecho presente ante nueshombre de color que, hechizado tros ojos”. Eugenio Trías: Lo bello y lo siniestro, pág. 74. Ariel, Barcelona, 1988. por los misterios del gran río, 81
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ha vendido a medianoche su al- jados casi cubiertos y del fondo ma al diablo en un cruce de ca- del diluvio cauterizador y de la minos y a cambio le ha sobre- vida en sombras surge Ulises a venido en la caja de su guitarra la superficie y al renacimiento; el espíritu sin dueño del blues 12. en Ítaca, con Penélope y su des Así, La Odisea ya tiene música, cendencia de odiseos. Mientras Mientras,, y si el guitarrista no tañe su ins- los vagabundos de primera, cotrumento, aparece un atracador mo Lee Marvin adujera en El de bancos innato que sueña con Emperador del Norte (Robert Almorir en la silla eléctrica y dejar drich, 1972), seguirán recosin luz a todo el Estado. Y si, rriendo las vías y los trenes en pese a todo, no hay manera de busca de otras historias fértiles comer decentemente, un hom- que contar13. bre ciego en el páramo tiene un pequeño estudio de grabación El hombre que nunca estuvo allí y ofrece unos pocos dólares a Después del banquete en el quien registre un poco de su ar- que Homero y los hermanos te. Seis cuerdas sincopadas pre- Coen se despidieron hablando sentan a Ulises (George Cloo- de géneros, de mitología y de ney) de vocalista y los coros de amores que aún están por llelos otros fugados, que se con- gar, los autores de O Brother! vierten en las estrellas de las permitieron que el thriller, pleProducciones Homero: los Tra- no de erudición (una forma de seros Mojados. Nadie les cono- permanecer en Ítaca con Penéce y todo el mundo les oye. Los lope), fuera el armazón y el políticos quieren su apoyo y a la contenido de El hombre que nunca estuvo allí (2001), su más policía le encanta su ritmo. Hasta Penélope (Holly Hun- reciente estreno; estreno; corrobora esta esta ter) les ha escuchado, pero, ata- visión de estancias en las que se reada con sacar adelante a sus dan la mano el crimen, el sexo seis hijos, no comprende que y los negocios, impregnando Ulises está anunciando su lle- el mobiliari mobiliarioo de moléculas que gada. Antes debe resistir a la se juntan para levantar un pertentación de las ninfas del río sonaje, Ed Crane (Billy Bob que quieren ser amadas y de- Thornton), con sombrero de senmascarar a las hordas del Ku fieltro y fatalidad humeante Klux Klan que se refugian en que conduce un Packard años sus prejuicios de casta para ne- cuarenta y, para pasar el rato, o gar la tristeza de los tiempos. una vida de mañanas, es peluComo O Brother! es una pelí- quero de cine negro en 35 micula sensual donde las haya, límetros. No tenía intención de Ulises y sus amigos son salvados de la trenza áspera de la soga con una inundación del cie13 El itinerante itinerante personaje A número número 1 lo o de una presa del Misisipí, (Marvin), subido en un tren de carga desdios indomeñable que ya cantó pacioso, amonesta con saña al despreciaventajista que interpreta Keith CarraMark Twain en Huckleberry ble dine y pone las condiciones de un auténFinn, cuya resonancia líquida es tico viaje a Ítaca: “Quédate en los otra de las delicias de esta ma- graneros. Corre como el diablo, busca lata vacía y pide limosna, llama a las ravillosa aventura de los herma- una puertas para que te den un centavo. nos Coen. Las aguas turbulen- Cuéntales tu historia. Hazles llorar de petas y fogosas lavan las penas (a na, podrías haber sido un vagabundo de la manera de ese bautismo ad- primera clase, pero no me escuchaste cuando te lo dije. No te acerques a las ventista por inmersión al que se vías, olvídalas. Éste es un mundo vagalanza entusiasmado uno de los bundo para vagabundos. Nunca podrías prófugos), borran las persecu- ser El Emperador del Norte, muchacho. la esencia, pero te falta corazón; y ciones y los malos augurios. Las Tenías se necesitan las dos cosas. Eres todo amvacas mugen encima de los te- bición, sin sentimientos. Y nadie puede 12 Fervoroso trazo del bluesman Robert Johnson (1911-1938).
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enseñarte a tener sentimientos. Ni siquieraa A número 1. Así que no te acerquier acerques al tren, porque él mismo te arrojara a la vía. No olvides nunca lo que te he dicho. ¡Adiós, muchacho!”.
meterse en líos, pero entonces los Coen no le hubieran conocido. El peligro es la condición sine qua non del contrato que el dúo de creadores exige para entrar en su templo de heterodoxias báquicas. En blanco y negro, y con una estudiada pátina de El cartero siempre llama dos veces (Tay Garnett, 1946)14, bordeando el crimen y robando nostalgia de los años cuarenta, rebuscando la plácida sensación de qquienes miran las llamas de la chimenea y se disponen a escuchar otra letanía: en un pueblo del norte de California, un marido deprimido (Billy Bob Thornton), una mujer fatal (Frances McDormand) y un amante en el desolladero (James Gandolfini) juegan una partida de póquer, a modo de filme al rojo vivo, en la que se decide cómo se pierde y en qué momento (carismático leitmotiv de los guiones de los Coen), y procuran la efervescencia y las caricias frías de un torrente de vida que no podemos atrapar. Como el éxtasis amargo en el que se sumege el protagonista cuando suena la música de Schubert en los dedos virginales de una adolescente (Scarlett Johansson) con muchas escalas aún por aprender. Pero estaba claro en el guión: nunca se entenderían. Contrastes, lejanías, perplejidades de aventureros que se van hundiendo en arenas movedizas sin parar de reír. Una película más de los hermanos Coen que es la plantación para otros raros placeres en la excelsa tradición cinéfila, preferiblemente negra, que desbrozan caso a caso desde su oficina de investigación, en la que se agolpan expedientes de asesinatos sin resolver, historias de mujeres de melena rubia, con gabardina
prestada por Bogart, que una noche de lluvia se alejaron hacia la playa de Malibú y el mar sólo devolvió unas medias de seda transparentes y unos zapatos casi nuevos con tacones de aguja. Vale la pena descubrir con calma los tiernos suicidios de esta pareja de cineastas, que han suscrito contrato con los meandros de la fascinación y el humor y a los que aún les falta una película sobre la infancia. Hasta que fijen su atención en Los cuatrocientos golpes (1959) y La piel dura (1976), ambas de François Truffaut, y tengan en cuenta los tesoros o botines que los niños capturan y entierran. De ladrones a la desbandada o del monedero de su madre. Joyas valiosas, dinero contante y sonante o caramelos llenos de tierra. Algo así se merece la edad tierna y consentida de los hermanos Coen. n
14 James M. Cain, autor de la novela
El cartero siempre llama dos veces y del relato Pacto de sangre, que dio lugar a Perdición (Billy Wilder, 1944), fue uno de
los máximos exponentes de las historias hard-boiled (literalmente, duro-cocid duro-cocido) o) que describían un ambiente delictivo, corrupto, de gran carga erótica. CLAVES
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