EUNICE R. DURHAM. “FAMILIA Y REPRODUCCIÓN HUMANA”. En: Perspectiva antropologica da mulher, N° 3, Río de Janeiro, Zahar, 1983.
FAMILIA Y REPRODUCCIÓN HUMANA Es propio del sentido común concebir las instituciones relativamente estables de las sociedades como formas “naturales” de organización de vida colectiva antes que como productos mutantes de la actividad social. En el caso de la familia, entretanto, la tendencia a la naturalización es extremadamente reforzada por el hecho de tratarse de una institución que se refiere privilegiadamente a la reglamentación social de actividades de base nítidamente biológica: sexo y reproducción. Si esa naturalización de la familia ocurre en todas las culturas, en la nuestra asume una modalidad especialmente evidente, por el tipo especial de familia que poseemos y por la manipulación de concepciones científicas para su legitimación. De esta forma, además de permear el sentido común, tiende a contaminar de manera grosera o sutil, la propia reflexión científica. La tendencia a identificar el grupo conyugal como forma básica o elemental de familia y afirmar su universalidad es una clara manifestación de esto. Más todavía, como reconocemos una forma de parentesco básicamente bilateral (aunque con cierta predominancia de la línea paterna) el propio parentesco es tomado igualmente como natural , y concebido como extensión de los lazos familiares. El proceso de naturalización de la familia no se agota en su forma sino que incluye también la división sexual del trabajo que la organiza internamente. La relación de esa división sexual del trabajo con el papel de la mujer en el proceso reproductivo permite que se vean todos todos los papeles femeninos femeninos como derivados derivados de funciones biológicas. El problema inicial del estudio de la familia es disolver esa apariencia de naturaleza con el objeto de percibirla como creación humana, mutante. Así, partiendo del grupo conyugal y dada la universalidad de la institución del matrimonio, es siempre posible identificar en cada sociedad maridos, esposas e hijos. Pero el problema es determinar en qué medida ese conjunto es reconocido como grupo o subgrupo específico que constituye una unidad o subunidad doméstica y residencial y forma una unidad de parentesco. Lo que la antropología muestra a través del estudio comparativo es que no siempre ocurre de la misma manera y que diversas sociedades conciben y combinan de forma variable el matrimonio, el parentesco, la residencia y la vida doméstica, privilegiando combinaciones distintas a la nuestra. Lo fundamental para desnaturalizar la familia es, por lo tanto, entender que la relación que conocemos entre un grupo conyugal, familia, parentesco y división sexual del trabajo puede ser disociada, dando origen a instituciones i nstituciones muy diferentes. Creo que la antropología es esencial a esa reflexión porque, entre todas las ciencias sociales, es la única que está volcada directamente al análisis de las diferencias, de las formas alternativas de organización de las sociedades y, por lo
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tanto, es la que nos permite simultáneamente vislumbrar lo que es general y percibir la infinita variedad de las formaciones sociales.
L A DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO Todas las sociedades humanas conocidas poseen una división sexual del trabajo, una diferenciación entre papeles femeninos y masculinos que encuentra en la familia su manifestación privilegiada. Es verdad que esas formas de división sexual del trabajo son extremadamente variables, así como varían la extensión y la rigidez de la separación entre las tareas consideradas propias de los hombres y aquellas atribuidas a las mujeres. Volveremos a analizar esta diversidad más adelante; por el momento, quiero resaltar que dentro de esa diversidad, hay aspectos que no varían. En primer lugar es necesario reconocer que no hay ejemplos comprobados de sociedades propiamente matriarcales, esto es, aquellas en que las decisiones sobre el conjunto de la sociedad estén concentradas en manos de mujeres. La guerra y la política son, en todos los lugares, actividades esencialmente masculinas, de las cuales las mujeres, cuando participan lo hacen de modo secundario y complementario o sustantivo. Por otro lado, el cuidado de los niños y su socialización inicial son siempre de la competencia femenina, y los hombres apenas intervienen de manera auxiliar o complementaria. Parece necesario reconocer que la variabilidad de las formas concretas de división sexual del trabajo se construye alrededor de una tendencia, prácticamente universal, de separación de la vida social entre una esfera pública, eminentemente masculina, asociada a la política y a la guerra, y una esfera doméstica, privada, femenina, atada a la reproducción y al cuidado de los niños. 1 Con esto, no queremos afirmar que las mujeres no participan de la vida política, ni mucho menos que los hombres estén excluidos de la vida doméstica. Es, por lo tanto, en un sentido limitado que se puede decir que todas las sociedades humanas conocidas fueron, hasta hoy, marcadas por diferentes grados y formas de dominación masculina. Y que no es lo mismo que afirmar que en todas las culturas las mujeres son igualmente oprimidas o dominadas por los hombres.2 Para entender la universalidad de estos aspectos (así como la posibilidad de su transformación futura en nuestra sociedad) creo que es preciso admitir que la construcción cultural de la división sexual del trabajo se elabora sobre diferencias biológicas. Con eso no quiero decir que haya una explicación natural para la distinción entre papeles masculinos y femeninos, sino que, en ese ámbito, la cultura organiza o suprime características que poseen fundamentación biológica. Es siempre difícil hablar de determinaciones biológicas cuando se trata de sociedades humanas, y esto sucede porque la propia evolución física de la especie estuvo condicionada por el desenvolvimiento de la cultura, cuyos orígenes son muy anteriores, inclusive a la aparición del propio género homo. A pesar de esto, un
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biogenéticamente más próximas. Esa comparación, inclusive, parece especialmente relevante en cuanto que toca a la reproducción. Entre los mamíferos existe una tendencia innata en el sentido de que las mujeres alimentan y protegen a los hijos. El período en que eso ocurre es muy variable, a pesar de que tienda a no sobrepasar el nacimiento de la próxima cría. En los mamíferos (homínidos) ese período de dependencia de la cría en relación a la madre es bien prolongado y las hembras no entran nuevamente en celo, y por lo tanto no procrean mientras tienen una cría inmadura. En la especie humana, el período de total dependencia de los hijos es igualmente prolongado y a veces se extiende después del nacimiento de otros hijos, dado que puede superponerse. El amamantamiento puede extenderse por más de un año y aun mucho después de eso el niño precisa ser alimentado por un adulto. Antes de los tres años, en la mejor de las hipótesis, los bebés no dominan bien las técnicas de locomoción bípeda y deben ser cargados buena parte del tiempo. Sólo a los cinco o seis años, pueden comenzar la ayudar en el trabajo, y muy raramente se constituyen plenamente antes del inicio de la madurez sexual, esto es, a los once o doce años para las mujeres y catorce o quince años para los varones. Además, esa dependencia física tan demorada es agravada por la absoluta necesidad de entrenamiento cultural sistemático del ser humano. Eso significa que, a pesar de que las mujeres tienen partos múltiples, pasan gran parte de la vida adulta cuidando de más de una criatura de edades diferentes. Esas peculiaridades biológicas y culturales del proceso reproductivo de los seres humanos y el peso que ellas representan para las mujeres, establecen condiciones para la elaboración de la división sexual del trabajo. Y el hecho de que esta tarea tienda a ser atribuida a las madres, no puede ser visto como simple imposición masculina, sino que constituye una elaboración cultural qué se construye sobre tendencias y características que la especie humana comparte con otros mamíferos y que son muy pronunciadas en los antropoides, nuestros parientes más próximos —la dependencia prolongada de las crías en relación a las madres. Por otro lado, es necesario pensar también, que es posible modificar culturalmente ese modelo, proveyendo figuras sustitutas de las madres, no obstante esto se hace más complicado en el primer año de vida, antes del destete (por otra parte, las formas adecuadas de alimentación infantil artificial constituyen una invención muy reciente en la historia de la humanidad). Esos condicionantes de naturaleza biológica, se imponen con más fuerza sobre todo en las sociedades “primitivas”, esto es, aquellas caracterizadas por la poca complejidad de la división social del trabajo. En esas sociedades, todas las mujeres fértiles son necesariamente madres y están igualmente pendientes del cuidado de los hijos, que es esencial a la supervivencia del grupo. En las sociedades estratificadas, por otro lado, y especialmente en las clases dominantes, las mujeres son frecuentemente liberadas por lo menos de parte de esa tarea con el surgimiento de las amas de leche, gobernantas, preceptoras, etc. Por eso mismo, admitiéndose que los aspectos generales de la división sexual del
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En primer lugar, es precisa considerar que la división sexual del trabajo nunca se restringe a esos aspectos generales sino que se extiende hasta abarcar gran número de otras actividades. No obstante, su propia extensión y rigidez, varían de una cultura a otra. Actividades específicas como trenzar, tejer, fabricar cerámica, plantar hortalizas, pueden ser definidas en algunas sociedades como tareas femeninas, en otras como masculinas y en alguna otra como indistintas, pudiendo ser realizadas tanto por un sexo como por el otro. Varía también la propia concepción del carácter femenino: los l os mismos aspectos universales de la división sexual del trabajo pueden estar asociados a concepciones que atribuyen a las mujeres en general un gran apetito sexual, o por el contrario, una tendencia a la frigidez; puede verse a las mujeres como seres frágiles e irresponsables o como confiables bestias de carga, o al tiempo que una sociedad las define como incapaces para actividades comerciales, otra les atribuye una habilidad natural para los negocios; finalmente, varía enormemente el grado de autonomía, independencia e iniciativa que les es permitido en sociedades diversas y en actividades diferentes. Con eso quiero decir que reconocer la existencia de aspectos generales de la división sexual del trabajo y la generalidad de la dominación masculina no implica aceptar que la sumisión de la mujer sea un fenómeno natural o universal. uni versal. La propia extensión de un grado de mutua dependencia entre mujeres y hombres que no se restringe a la satisfacción sexual, sino que es esencial al bienestar y aun a la supervivencia económica de ambos. La separación de las actividades entre sexos crea, para cada uno de ellos, áreas de autonomía e independencia, tanto mayores inclusive cuanto mayor es la rigidez de esa separación. En segundo lugar, como esa división de tareas es en gran parte “arbitraria”, ella puede producir concepciones completamente diversas sobre el papel y la posición de la mujer en la sociedad. Asimismo, también la aceptación de la dominación masculina en ciertos sectores de la esfera pública no significa, necesariamente, la sumisión a la voluntad masculina en otras o en la esfera privada, y parecen existir en todas las sociedades hombres tiranizados por las mujeres, aun las más machistas. El análisis de las diversas culturas demuestra la necesidad de evitar la definición de las relaciones entre hombre y mujeres en términos de la dominaciónsumisión y comenzar a pensar alguna compleja combinación de grados diversos de imposición y aceptación de la autoridad real o simplemente formal.
MATRIMONIO, PARENTESCO Y FAMILIA Si bien el análisis de las distintas determinaciones biológicas relativas a la reproducción y las diferencias sexuales nos ayuda a comprender ciertos aspectos universales de la división sexual del trabajo, esta dimensión se muestra mucho menos esclarecedora cuando intentamos comprender la familia, que constituye el centro de nuestro análisis.
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inmadura: en contrapartida, teniendo “familia”, el gibón no tiene propiamente una “sociedad”. Los orangutanes, a su vez, son animales solitarios que conviven brevemente durante el celo, permaneciendo las crías enteramente al cuidado de la hembra. Chimpancés y gorilas que, por el contrario, viven en bandas, tampoco poseen algo semejante a una familia. Las bandas son unidades jerarquizadas en las cuales los machos adultos dominan a las hembras y un macho domina a los demás. Los machos más fuertes se garantizan una aproximación privilegiada a las hembras, indistintas durante el celo. Fuera de este período no hay apareamiento estable y las crías son cuidadas exclusivamente por las respectivas madres. De forma un tanto simplificada, podemos decir que entre los antropoides y los primates en general encontramos “familias” o bandas, nunca simultáneamente ambos, siendo imposible erigir a las familias en núcleos formadores de una vida social más amplia, o pensar en la familia como fundamento natural de la sociedad.
Si existiese algún grupo natural en la sociedad humana, no sería la familia, sino aquel formado por una mujer y su prole inmadura.3 De hecho, podemos argumentar que la gestación, el amamantamiento prolongado y la necesidad de proteger, alimentar y cargar los bebés humanos durante mucho tiempo, deben contribuir para crear lazos relativamente duraderos entre madres e hijos. Se puede imaginar también que el largo período de maduración de los niños sobrepasando el intervalo entre una gestación y otra, favorecerá la socialización entre ellos. Las relaciones sexuales, entretanto, a pesar de ser necesarias para la reproducción, no crean forzosamente (al contrario de la lactancia) vínculos duraderos. Por otra parte, parece que las sociedades humanas ejercen enorme dosis de coerción para estabilizar esas relaciones, del mismo modo, la relación entre un hombre y la prole que él engendró, excluyéndose el punto de vista estrictamente genético, es necesariamente indirecta, no representando la “naturalidad” de las relaciones entre madre e hijo. Por tanto, lo característico de las familias humanas en todas las sociedades, es exactamente el establecimiento de vínculos sociales entre los hijos de una mujer y hombres determinados, vínculos que son creados a través de representaciones (ideas, sistemas, símbolos) incorporadas en las nociones de parentesco e instrumentalizadas por el matrimonio. Para entender adecuadamente la institución familiar, es necesario por lo tanto, comprender la naturaleza del matrimonio y de los sistemas de parentesco regulados por el tabú del incesto. El tabú e incesto consiste en la prohibición de relaciones sexuales y, por extensión, de relaciones matrimoniales entre hombres y mujeres relacionados por ciertos vínculos sociales, generalmente (mas no exclusivamente) definidos por categorías de parentesco. Existiendo en todas las sociedades humanas conocidas, constituye una creación cultural universal, en cuanto prohibición, a pesar de ser extremadamente variable en la amplitud y en la naturaleza de las relaciones a las cuales se aplica, y no encontrar contrapartida en cualquier otra especie animal.
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independientes, para no hablar de relaciones más distantes, como entre tíos y sobrinos o primos en primeros segundo o tercer grado. Lo fundamental para la comprensión del tabú del incesto, como muestra LéviStrauss (Lévi-Strauss, 1968), 1968), es no confundirlo con una elaboración cultural de una tendencia o exigencia biológica (una supuesta rivalidad natural entre individuos genéricamente próximos o una necesidad de la especie de evitar el emparentamiento consanguíneo). Al contrario, la prohibición del incesto consiste exactamente en la imposición de una norma, siendo, por lo tanto, una creación social en el espacio de indeterminación que se da en la naturaleza, en la elección de los compañeros sexuales. La importancia central del tabú del incesto, en la reflexión sobre la familia y el parentesco, está en que, distinguiendo conceptualmente entre compañeros prohibidos y permitidos, destruye la posibilidad de una manifestación natural de la sexualidad, sometiéndola a normas y transformándola en un instrumento de creación de vínculos sociales. A través del tabú del incesto, las sociedades reglamentan el matrimonio, también institución universal, a pesar de que varíe tanto cuanto a la forma como cuanto a la intensidad y permanencia de los lazos que crea, asimismo en cuanto al grado de exclusividad sexual que presupone. Lo más general en el matrimonio es que, en todas las sociedades, es concebido como prerrequisito para la legitimación de la prole de una mujer. 4 Del mismo modo que el tabú del incesto destruye la naturalidad de las relaciones sexuales, la universalidad del matrimonio como prerrequisito para la procreación destruye la naturalidad de las relaciones entre madres e hijos, atribuyendo a hombres determinados la responsabilidad para con la prole de cada mujer. En esa secuencia de razonamiento, para evitar la reintroducción de una naturalidad indebida lo importante es no confundir la exigencia universal del matrimonio con la necesidad de determinación de la paternidad biológica. Porque aun cuando el matrimonio, como un contrato, establece cuál hombre es responsable por los hijos de tal mujer, esa responsabilidad no es atribuida necesariamente al marido y mucho menos al compañero sexual. En las sociedades matrilineales, por ejemplo, gran parte de esa responsabilidad (y de los derechos correspondientes) correspondientes) es dada al hermano de la madre y no al cónyuge. El análisis comparativo permite entender el matrimonio, al decir de LéviStrauss, como relación de tres. Involucra, no sólo a un hombre y a una mujer, sino a una mujer y dos hombres: aquel que la recibe y aquel al cual ella es negada, en función del tabú del incesto. En esa concepción, el matrimonio es visto no sólo como el elemento de constitución de grupos familiares y de parentesco sino fundamentalmente como mecanismo de comunicación entre esos grupos, estableciendo “intercambio de mujeres”. Por el hecho de que nuestra cultura privilegia ampliamente la relación matrimonial en detrimento del vínculo sororal y la paternidad en detrimento del
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parentesco, comprendiendo inclusive, que el grupo social en el que se da la reproducción no constituye necesariamente una unidad de parentesco. En esa línea, podemos definir el matrimonio como un mecanismo regulado por el tabú del incesto, que atribuye responsabilidades y derechos específicos sobre la prole de una a hombres determinados, que mantienen en relación a ella los vínculos básicos y antagónicos de hermano y marido, uno de esos términos o estableciendo la complementariedad complementariedad entre ellos. Por eso mismo, el parentesco no puede ser concebido como una extensión de los lazos familiares, siendo, al contrario, un presupuesto que es manipulado en la constitución de los grupos que podemos denominar familias. Desde el punto de vista antropológico, los sistemas de parentesco deben ser concebidos como estructuras formales que consisten en arreglos y combinaciones de tres relaciones básicas: las de descendencia (entre padres/hijos y/o madre/hijos), de consanguinidad (entre hermanos) y de afinidad (creadas por el matrimonio). Lo que caracteriza básicamente un sistema de parentesco no es el contenido de las relaciones que se establecen a través del mismo, sino la forma en que se combinan esas relaciones. En ese sentido, los sistemas de parentesco constituyen verdaderamente un lenguaje, al tiempo que sistemas semejantes pueden ser encontrados en sociedades económicamente muy diversas e inclusive con tipos de familia diferentes. Una fuente importante de variabilidad de los sistemas de parentesco está en que los vínculos entre madres e hijos pueden ser concebidos como esencialmente diferentes de aquellos que ocurren entre padres e hijos. En el límite, tanto unos como otros, pero no ambos simultáneamente, pueden pueden ser totalmente excluidos de la definición de parentesco. En sociedades estrictamente patrilineales, por ejemplo, se puede creer que el niño es creado íntegramente por el semen del padre, no siendo la madre más que un receptáculo en el cual se desarrolla —el parentesco es entonces trazado exclusivamente por la línea paterna, caracterizándose el lado materno por una relación de afinidad—. Inversamente en sociedades matrilineales hay ejemplos en los cuales es negado cualquier papel masculino en la concepción. En esas sociedades no existe la figura de un padre, apenas la del marido de la madre. Un ejemplo concreto puede contribuir para aclarar los problemas que estamos tratando de plantear. Tomemos el ejemplo de la familia trobriandesa justamente
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Los trobriandeses constituyen uno de los casos (relativamente raros) de sociedades que niegan totalmente la participación del genitor en el proceso reproductivo. Se cree que los niños son concebidos a través de espíritus que vagan sobre las aguas y penetran en la vagina de las mujeres cuando éstas se bañan. Las relaciones sexuales nada tienen que ver con el hecho a no ser en el sentido mecánico de la pérdida de la virginidad que es necesaria para alargar la abertura vaginal a fin de permitir la penetración del espíritu-bebé (lo que, según los propios trobriandeses, puede ser obtenido por otros medios que no sean el acto sexual). La relación con la madre es al mismo tiempo física y espiritual y todos los parientes en línea materna son pensados en términos muy semejantes a lo que llamamos de “comunidad de sangre”. Por otro lado, el padre es estrictamente un afín y no un pariente, es el marido de la madre, algo correspondiente a nuestra noción de padrastro. La situación se complica mucho cuando se verifica que los trobriandeses son virilocales y practican extensamente la exogamia de aldeas. Eso quiere decir que la mujer se muda a la aldea del marido. Como la ciudadanía en la aldea, así como la propiedad de la tierra, es transmitida en línea femenina, los niños de la aldea son en verdad todos extranjeros. Dado que su aldea es aquella donde vive su tío, gradualmente, a medida en que crece el joven se va desligando de la aldea del padre y cada vez más se incorpora a la del tío, que es la suya, donde fija residencia cuando se casa. Las mujeres, a su vez, en general se mudan de la aldea del padre a la del marido, esto es, nunca viven en su propia aldea. Esa sociedad es ejemplar para la demostración de las posibilidades de combinación tan diversas de los principios de parentesco, casamiento y organización del grupo doméstico que permiten nítidamente percibir hasta qué punto una realidad como la nuestra constituye, no una solución natural sino un arreglo específico de principios estructurales diversos y que no puede ser generalizado como tipo. Si comparamos nuestro tipo de familia con la trobriandesa, verificaremos fácilmente que sus diferencias derivan básicamente del hecho de que, en esa sociedad, el parentesco es exclusivamente matrilineal, de tal forma que, si utilizamos el término familia para cubrir el grupo doméstico, verificaremos que, en el caso trobriandés, éste no constituye una unidad de parentesco aunque sea una unidad de reproducción. Pero si por otro lado privilegiáramos en el término familia la unidad de parentesco, la familia sería el grupo formado por el hermano, la hermana y los hijos de ésta, ésta, grupo que que no es una unidad de reproducción, ni residencial, ni por tanto, un grupo doméstico.
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Las casas colectivas, por otro lado, son ocupadas permanentemente por las mujeres, sus hijas y sus hijos hij os pequeños. En ellas, las esposas son visitadas durante la noche por los maridos que desean tener relaciones sexuales. Normalmente las mujeres de una casa están relacionadas entre sí por línea materna, esto es, las casas son ocupadas por abuelas, madres, tías, hermanas, sobrinas y nietas. Como se trata, entretanto, de una sociedad patrilineal, esa relación no es formalmente reconocida en términos de parentesco para la construcción de grados de descendencia; al contrario, por el propio sistema de casamiento y parentesco, las mujeres de una misma casa pertenecen necesariamente a clanes diversos y mitades opuestas. En las casas, el grupo formado por una mujer y sus hijos pequeños ocupa un lugar delimitado: entretanto, cada casa posee una despensa común que reúne los productos agrícolas formalmente de propiedad de los maridos de esas mujeres. También hay sólo un fuego donde donde se cocina el alimento colectivo. colectivo. En general, cuando un hombre vuelve de la caza, que es la principal ocupación masculina, entrega los animales que mató a su mujer, la cual con la ayuda de las detrás y con la caza de los otros maridos, así como con los recursos de los campos, prepara el alimento. Lista la comida, parte de ella es enviada a la casa de los hombres donde, con la contribución de las demás casas, integra el alimento masculino colectivo. En la casa las mujeres reparten entre sí y con los niños, lo que sobró. La complementariedad económica creada por la división sexual del trabajo tiende a procesarse entre cada una de las casas y la colectividad de los hombres, mientras que el grupo constituido por un hombre con su mujer e hijos, que no es una unidad doméstica ni de comensalidad, constituye la referencia básica del ordenamiento y distribución recíproca de productos del trabajo femenino. En este sistema, ¿qué es familia ? El grupo formado por el marido, esposa e hijos es importante, constituye la unidad de reproducción, herencia y descendencia, así como momento de la organización de la redistribución entre productos del trabajo femenino y masculino. El padre, normalmente, desarrolla con los hijos relaciones afectivas muy intensas, que constituyen un factor de estabilidad del matrimonio. Pero este grupo no es una unidad de producción ni residencial, ni de comensalidad. Por otro lado, las mujeres de una casa, con sus hijos, constituyen una unidad residencial de comensalidad, mas no unidades de reproducción ni de parentesco, y apenas parcialmente constituyen una unidad económica, una vez que
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de los arreglos posibles, posibles, constatados constatados empíricamente, produce la necesidad necesidad de redefinir el concepto de familia o limitar su aplicabilidad a nuestra sociedad. Tanto en un caso como en otro, se disuelve la apariencia de naturalidad de la familia, concebida como grupo conyugal y de parentesco, entendido como extensión de los lazos familiares. Si se preserva, por lo tanto, la noción de familia como concepto aplicable a otras sociedades es fundamental tener en cuenta la posibilidad de la disociación entre unidades de parentesco y unidades de reproducción y privilegiar uno u otro de estos términos. Definir la familia como unidad de parentesco significa dar al concepto una referencia formal mejor ocupada por el término introducido por LéviStrauss: átomo de parentesco . 8 Creo que es mucho más interesante privilegiar, en el concepto, su referencia a los grupos responsables por la reproducción. En efecto, en todas las sociedades humanas, los niños nacen y son incorporados a grupos formados por parientes y afines, que son los responsables inmediatos y directos por los cuidados que necesitan. El énfasis del concepto pasa a recaer sobre dos nociones: la de grupo , segmento empíricamente delimitable y socialmente reconocido, y la de reproducción . En ese sentido, la familia debe ser definida como institución , en el sentido de Malinowski, es decir, correspondiendo a un grupo social concreto, que existe como tal en las representaciones de sus miembros, y que se organiza en función de la reproducción (biológica y social) y por la manipulación, por un lado, de los principios formales de la alianza, de la descendencia y de la consanguinidad, y por otro, por las prácticas sustantivas de la división sexual da trabajo.9 Alianza y parentesco pueden ser combinados de modo diverso, dando origen a grupos estrictamente diferentes. Las familias, en cuanto grupos, están constituidas por personas que mantienen entre sí relaciones de alianza, descendencia y consanguinidad, pero no son necesariamente las unidades básicas de parentesco. Por otro lado, siendo grupos de procreación, son también grupos de consumo (aunque no necesariamente de producción) y tienden a organizarse como unidades o subunidades domésticas y residenciales, por lo menos durante parte de su existencia. En ese sentido, constituyen el lugar privilegiado en que inciden los principios de la división sexual del trabajo, en función de los cuales se determina en gran parte el grado de autonomía o de subordinación de las mujeres. La definición de familia, en esa acepción, nos lleva necesariamente a explicar la superposición y la separación de ese concepto con los de grupo doméstico y unidad
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ocurre en grupos tribales como los jóvenes que habitan la casa de los hombres, pero comen con sus familias y contribuyen a la despensa doméstica.10 Sin confundir los conceptos, es necesario analizar, en cada caso, su superposición en la definición de unidades sociales concretas, siendo familias aquellas que articulan relaciones de consanguinidad, afinidad y descendencia , en núcleos de reproducción social.
SEXO Y FAMILIA Antes de analizar más detenidamente las transformaciones que se están operando en la institución familiar, conviene pensar un poco mejor en la relación entre patrones sexuales y familia. Durante toda la argumentación que estuvimos desarrollando hasta ahora, hablamos mucho de la reproducción y muy poco de sexo —y no por casualidad. Aunque ambas cuestiones estén obviamente relacionadas poseen cierta autonomía relativa y, para la comprensión de la familia, el análisis de la reproducción es más esclarecedor que el de la sexualidad. En efecto, reconocer que la función biológica de la atracción sexual en la reproducción de la especie no debe ser confundida con la idea de que la reproducción sea la motivación individual y social para la actividad sexual: desde el punto de vista individual, la reproducción es un subproducto frecuentemente indeseado de la actividad sexual, que obedece a compulsiones propias. En casos extremos, como los de los trobriandeses, la sociedad ni siquiera reconoce la relación entre los dos fenómenos, aunque en muchas otras sea exactamente esa relación el objeto privilegiado de la reglamentación. Podríamos, asimismo, decir que las elaboraciones culturales construidas sobre los impulsos sexuales tienen básicamente en cuenta su función de placer placer cuya conciliación con la función de reproducción no es ni directa ni fácil. En ese caso, la comparación tantas veces hecha entre sexo y alimentación, es ilustrativa. Sabemos todos que la ingestión de alimentos es indispensable para la vida del organismo, pero las personas (y también los animales) no comen para mantenerse en buena forma física (a no ser los fanáticos y los atletas). Comen porque sienten deseo y la comida es un placer y por eso mismo ingieren frecuentemente sustancias peligrosas o aun nocivas. Así, en todas las sociedades, hay elaboraciones culturales frecuentemente muy refinadas, tanto en la preparación
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Como notó Lévi-Strauss, con mucha penetración, “entre todos los instintos, el sexual es el único que, para definirse, necesita del estímulo del otro” (Lévi-Strauss, 1947, p. 14), y constituye por lo tanto, simultáneamente, un avance de la cultura en el seno de la naturaleza y, en la propia naturaleza, un fragmento de la vida social. Por eso mismo, aparece como campo privilegiado del pasaje del “estado de naturaleza” al “estado de cultura”. Pero Lévi-Strauss recuerda igualmente la doble “exterioridad” de la vida sexual en relación a la sociedad, pues expresa, más que cualquier otra, la naturaleza animal del hombre y demuestra, en el seno mismo de la humanidad la supervivencia más clara de los instintos (Lévi-Strauss, 1947, p. 14). Además, se fundamenta en deseos individuales que sabemos que son los que menos respetan las convenciones sociales. Podríamos completar esas observaciones de Lévi-Strauss notando que, exactamente por exigir la presencia (cuando menos simbólica) de otro para su satisfacción, la manifestación de la sexualidad trae también en sí, implícitamente, la continua posibilidad de intentar transformar ese otro en un mero objeto o instrumento de placer individual. Por eso mismo, tal vez, las relaciones sexuales involucren el constante peligro de que se deslicen hacia el individualismo a-social y lleven siempre la posibilidad de violencia interpersonal directa. En el caso de las manifestaciones de la sexualidad y de su constante posibilidad de perturbación de las relaciones sociales, se debe recordar el hecho muy original de las hembras de la especie humana que no poseen un período marcado de mayor apetito sexual. En las otras especies donde eso ocurre, las hembras son simultáneamente atractivas y receptivas a los machos durante períodos muy limitados. Durante la mayor parte del tiempo quedan, por así decirlo, asexuadas. En la especie humana, al contrario, el sexo se presenta como posibilidad constante y
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pueden ser casi tan numerosas como los casos que obedecen al modelo de familia nuclear. Esas excepciones pueden ser de muchos tipos. Tenemos aquellas en que el grupo doméstico es mayor que la familia nuclear, incluyendo si se quiere otros parientes (en la mayoría de las veces, miembros de la familia de origen de uno de los cónyuges), también agregados de diferentes tipos (ahijados, amigos, pensionados o aun servidores). Tenemos también los casos en que el grupo es menor que la familia nuclear: parejas sin hijos, por ejemplo, hermanos solteros, sin padres. Pero el caso más común de familia así incompleta es el de las familias matrifocales, esto es, formadas básicamente por madres e hijos y en las cuales la presencia de un cónyuge-padre tiende a ser temporaria e inestable. Sabemos que ese tipo de familia es muy común en las capas pobres de la población. Finalmente, tenemos los casos, muy complejos y cada vez más frecuentes resultantes de la disolución de casamientos anteriores y donde la relación de la pareja con sus propios hijos, hijos de otros matrimonios de uno o de ambos cónyuges y la relación entre esos diferentes hijos entre sí, pueden dar origen a arreglos muy diversos. La variedad y amplitud de esas excepciones ha creado muchos problemas en la definición de las formas de familia que serían características de nuestra sociedad, además de plantear frecuentemente la cuestión de la disgregación de la familia y de su progresiva destrucción. En cuanto a eso, creo que sería fundamental distinguir entre tres tipos de problemas. En primer lugar, el de las excepciones al modelo de familia y su elasticidad. Por otro lado, la emergencia de modelos alternativos. Y, finalmente, la desaparición de la institución en cuanto tal. Para entender la naturaleza de esa distinción, es necesario que se deje bien claro lo que se quiere decir con la afirmación de que la familia es un modelo, un patrón cultural, afirmación ésta que está ligada a la concepción de institución que definimos anteriormente. Partiendo de la concepción de que la vida social es
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incorporar gran número de excepciones. Así el casamiento generalmente presupone fidelidad conyugal. En todas las sociedades ocurre la infidelidad. Es verdad que el grado de tolerancia para con este fenómeno, así como la frecuencia con que ocurre, es culturalmente variable. Pero la relativa tolerancia frente a los casos de infidelidad no significa la inoperancia o el abandono de la regla, ni que la infidelidad no cree problemas graves y de difícil solución. Lo mismo se puede decir de las relaciones incestuosas, en mayor o menor grado de las reglas de residencia, de las formas de cooperación, de la observancia de los patrones de la división sexual del trabajo y así por delante. Las reglas culturales ciertamente modelan el comportamiento, pero nunca lo determinan de modo absoluto. Una cosa es la regla, otra su aplicación a casos específicos que nunca se encuadran completamente en el modelo. Por eso mismo, a pesar de que la diversidad y el grado de variación de la composición de las familias concretas sea un problema fundamental de la investigación, la divergencia empírica con relación al modelo cultural no puede ser tomada directamente como indicio de su inoperancia, falla o transformación. Es necesario, en primer lugar, analizar en qué medida las variaciones corresponden a adaptaciones o extensión del modelo y hasta qué punto implican su impugnación. Lo que quiero enfatizar con esta observación es que el concepto de familia , a pesar de que se refiere a grupos sociales concretos, remite prioritariamente al modelo cultural y a su representación . El análisis, por otro lado, se mueve siempre en el campo de la utilización del modelo y en la organización de los grupos sociales y del comportamiento colectivo dentro de la dinámica que incluye frecuentemente la propia alteración de los modelos existentes. En segundo lugar, es necesario recordar que, en el análisis del propio modelo, podemos distinguir entre la estructura formal (que define la composición del grupo) y la organización de las relaciones sociales, que se da en función de los patrones de división sexual (y por
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Por ese motivo, el término familia puede significar, metonímicamente, toda la red de parentesco y afinidad. Retomemos ahora el problema del modelo. Dada la propia naturaleza del modelo de familia, que simultáneamente es unidad pero predestinada a la fragmentación progresiva, las parejas o viudos viejos cuyos hijos se casaron, niños huérfanos o jóvenes migrantes, son en verdad fragmentos de familia, frecuentemente incapaces, en especial cuando sus ingresos son muy bajos, de constituir unidades residenciales autónomas. Se agregan entonces a familias de parientes o amigos, donde pueden contribuir como productores y beneficiarse del esfuerzo colectivo. Alternativamente, pueden constituir grupos domésticos heterogéneos, que no obedecen al patrón familiar. Tanto en un caso como en otro, la existencia de esas excepciones, aunque frecuente, puede no afectar en nada al modelo de familia dominante que continúa siendo el ideal y la referencia básica en la ordenación del comportamiento y patrón al cual se regresa siempre que es posible. Quizás lo mismo se aplique a muchas de las llamadas familias matrifocales, tan comunes en las capas de bajo salario. Como ya mostré en otro trabajo (Durham, 1980), este tipo de familia sin proveedor masculino estable puede ser más bien una demostración de la imposibilidad de organizar la existencia en términos mínimos aceptables que, en verdad, un modelo alternativo de familia. Todo eso se refiere a la estructura del modelo. Respecto a la división sexual del trabajo a través de la cual se realizan las relaciones entre marido y mujer ocurre algo semejante. El modelo tradicional de división sexual del trabajo estipula que el trabajo remunerado es la función del marido, jefe de familia que provee su sustento. Cabe a la mujer la responsabilidad por el trabajo doméstico y por los niños. Todos sabemos que, a pesar de eso, las mujeres se sienten cada vez más forzadas y motivadas a buscar ocupaciones remuneradas dentro o fuera de su casa.
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Todos los análisis clásicos sobre la familia en nuestra sociedad destacan las transformaciones que resultaron de la pérdida de sus antiguas funciones de unidad de producción. 11 Con la emergencia del movimiento feminista, se han privilegiado nuevos problemas, especialmente los referentes a la transformación de la división sexual del trabajo asociada a la dominación masculina. La emergencia de una crítica explícita a la asimetría de la división sexual del trabajo, nítidamente percibida como forma de dominación masculina, es un fenómeno muy específico de nuestra sociedad. Eso seguramente no es accidental y debe ser relacionado, como demuestran todos los estudiosos del asunto, con el desarrollo del capitalismo. En efecto, sólo en ese modo de producción un trabajador se transforma en vendedor de fuerza de trabajo . Para un sistema que consume fuerza de trabajo, el sexo del trabajador, por primera vez en la historia, pasa a ser irrelevante. Por eso mismo, permite (o promueve) la inclusión de la mujer en el mercado de trabajo impersonal, en la categoría indiferenciada de “individuo portador de fuerza de trabajo”, y constituye la fundamentación esencial de la percepción de una igualdad y una indiferenciación absoluta entre los sexos. En ese sistema, la discriminación sexual en el empleo y especialmente en el salario, se torna absurda y pasa a ser percibida como ilegítima. Sólo se perpetúa en la medida en que las instituciones externas (y anteriores) al sistema productivo sustentan y legitiman esa institución. Y eso porque la profunda revolución en la organización del trabajo provocada por el capitalismo se dio a través de una separación radical entre la producción social, organizada por los mecanismos de mercado, y la reproducción de los hombres, que se mantuvo en esferas propias cada vez más privadas. Efectivamente, la industrialización no sólo divorció socialmente la producción de la reproducción, sino que separó esas dos esferas de la actividad social en espacios físicos muy distintos y distantes, creando de ese modo una forma
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El grupo doméstico constituye frecuentemente una importante unidad de producción, pero además, también existen muchas veces formas diversas de trabajo colectivo con participación diferenciada de hombres y mujeres, haciendo que una complementariedad necesaria entre papeles femeninos y masculinos, permee tanto la vida pública como la privada. Hay sociedades, también como es el caso del islamismo, donde el enclaustramiento de la mujer en el ámbito de la casa es (por lo menos en ciertas capas sociales) prácticamente total. En ese caso, su posición es definitivamente subordinada, pero no contradictoria. En nuestra sociedad, al contrario, al mismo tiempo en que permanece la connotación femenina del espacio doméstico, la tendencia a la eliminación de la división sexual del trabajo en la esfera productiva dominada por el capital remodela toda la vida pública, en la cual, de modo cada vez más notorio, hombres y mujeres se enfrentan como individuos aparentemente libres e iguales. En esas condiciones, sus diferencias aparecen apenas en función de atracciones sexuales puramente individuales. De cierta manera, se puede decir que esa transformación tiende a liberar al sexo de sus controles tradicionales, vinculados al contexto de la división sexual del trabajo y de la reproducción, para hacerlo aparecer como relaciones entre individuos libres e iguales, reguladas por el placer. Por eso mismo, tal vez también
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igualitarismo individualista creado en la esfera pública, puede aparecer como amenaza de destrucción de la familia y, con ella, del único grupo primario estructurado y permanente que parece impedir la disolución de las relaciones interpersonales en el individualismo anónimo de la sociedad de masas. En efecto, la familia, último reducto alcanzado por la tendencia individualizante propia del desarrollo de nuestra sociedad, se estableció en este período como grupo básico de convivencia y solidaridad; además, firmemente estructurada en el ámbito de la vida privada, se constituye también como refugio contra el anonimato del mercado, el autoritarismo del Estado y, contradictoriamente, como espacio de libertad. 14 Todo el problema, como se ve, es muy complejo, pues, involucrando al sexo, al trabajo, y a la reproducción; involucra tanto la cuestión del desarrollo del individualismo como la naturaleza de la distinción entre público y privado en nuestra sociedad. De un lado, la problemática se desdobla —bajo el prisma de la sexualidad— que, como apuntamos anteriormente, aparece como campo privilegiado de afirmación de una igualdad individual. Por eso mismo, en ese campo, las incursiones del individualismo se manifiestan de modo especialmente claro, en la medida en que niega legitimidad a
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Otro intento de disolución de los vínculos conyugales puede ser encontrado dentro del movimiento hippie , en este caso combinado con una crítica al productivismo individualista y al consumismo propio de una sociedad de mercado. Simultáneamente, como se valoriza también la libertad individual, las soluciones se encaminan en el sentido espontáneo de una comunidad voluntaria, que asumiría la responsabilidad por los niños, manteniéndose, entretanto, su vínculo preferencial con la madre. En las comunidades en que se valoriza altamente la preservación de la libertad sexual, se puede crear alguna cosa semejante al matrimonio grupal que los antiguos antropólogos evolucionistas imaginaban que era un estadio anterior al matriarcado. Entretanto, las comunidades tienden a existir en cuanto unidades altamente estructurales y son incompatibles con el pleno ejercicio de la libertad individual. La dificultad de la solución hippie se basa exactamente en la extrema inestabilidad de esa comunidad, que deriva de su carácter no coercitivo y que acarrea un cambio constante en su composición. En esa corriente, lo que se termina recreando es un grupo formado por la mujer y sus hijos, reintroduciéndose la desigualdad básica entre los sexos apuntada anteriormente. Otro intento de solución comunitaria es la de los kibutzin , dentro de los cuales se mantienen vínculos conyugales (fácilmente deshechos y rehechos), pero los niños
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reproducción y de la responsabilidad para con los hijos, privilegiando la subordinación del individuo a los intereses colectivos de la familia. Las soluciones “radicales” privilegian a la participación igualitaria de la mujer en el mercado de trabajo y la liberación de la sexualidad intenta resolver la contradicción disolviendo el modelo de la familia conyugal: destruyendo el vínculo conyugal y disociando uno de los compañeros sexuales o ambos de la responsabilidad para con la prole. Retomemos un poco la perspectiva comparativa. comparativa. Sabemos que un gran número de culturas permiten un grado de libertad sexual (femenina) mucho mayor que las que constituían, en el pasado, la norma tradicional en nuestra sociedad, sin que eso implique ni la destrucción de la familia, ni la exacerbación del individualismo. Aquí, por ejemplo, dos observaciones se hacen necesarias: en primer lugar, en esas sociedades, la libertad sexual, cuando existe, frecuentemente constituye una fase juvenil que debe anteceder al casamiento y cesar (o por lo menos ejercerse con discreción) después de él. En segundo lugar, la generalización de la infidelidad tiende siempre a ser un factor de desestabilización del grupo conyugal, y por eso mismo es más tolerada en sociedades matrilineales, en las cuales la responsabilidad por la prole está o puede ser investida por el hermano de la madre (o su sustituto), o alternativamente, donde el grupo doméstico es extenso y matrilocal. Tanto en un caso como en otro, el cambio de compañeros conyugales no afecta de modo tan
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valorización del modelo de los grupos conyugales, cuya preservación está asociada al mantenimiento de la dicotomía público-privado. Desde esa perspectiva, la respuesta consiste básicamente, de un lado, en la tendencia a disolver el rígido monopolio de la sexualidad femenina por parte del marido, tendencia ésta amparada en el desarrollo de las técnicas anticonceptivas; y del otro, en el intento de encontrar modelos de división sexual del trabajo en la esfera doméstica que sean más igualitarios y permitan simultáneamente, la inserción de la mujer en el mercado de trabajo. En ese intento, se recurre con frecuencia a la esfera pública del Estado para que asuma parcialmente la responsabilidad por los niños, a través de guarderías y otras instituciones que no eliminen ni la responsabilidad ni los derechos de las parejas sobre los hijos. Persiste, entretanto, el conflicto básico: de un lado la libre expresión de la individualidad tanto en la carrera profesional como en la vida amorosa, que debilita el vínculo conyugal, y de otro la responsabilidad conjunta en relación a los hijos comunes, que exige su fortalecimiento. La dificultad básica de esa propuesta está en que, simultáneamente, sobrecarga y debilita la relación conyugal. La competencia individual de cada cónyuge en el mercado de trabajo establece para cada uno de ellos, separadamente, un conflicto entre el tiempo dedicado a las tareas domésticas y el tiempo de trabajo
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Con respecto a la permanencia y vitalidad de la familia, cabe una observación. Mucho se ha dicho al respecto de la reproducción de la familia en nuestra sociedad. Realmente hubo una clara tendencia a la disminución del número de hijos y, en ese sentido, la familia se ha tornado menor. Pero, paralelamente, se ha creado también, especialmente en el Brasil, cierta mitología en torno de la desaparición de una supuesta familia patriarcal extensa y su sustitución por la familia nuclear o conyugal. En verdad, el modelo de la familia conyugal es muy antiguo y difundido tanto en nuestra sociedad como en la europea a no ser entre la población propiamente campesina. Con eso quiero referirme a la tendencia al abandono del hogar paterno por los hijos e hijas casadas, que
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BIBLIOGRAFÍA Bender, Donald R.: “A refinement of the concept of household: families, corresidence and domestic functions”, en American Anthropologist , Vol. 59, N° 5, 1967, pp. 493-504. Durham, Eunice R.: A reconstitução da realidade: um estudo sobre a obra etnográfica de Bronislaw Malinowski, São Paulo, Atica, 1978. Durham, Eunice R.: “A familia operaria: consciencia e ideología”, en Dados , Revista de Ciencias Sociais , Vol. 23, N° 2, 1980, pp. 201-214. Fox, Robin: Kinship and marriage , Harmondsworth, Penguin Books, 1967.