Titulo original: L'ESPIONNAGB SCIBNTIFIQUB Traducción de RAMOÑ IZABAL Portada de
MINGUBLL
Primera edición: Febrero, 1978
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@ llbrairie Hachette @ 1973, PLAZA & JANBS, S. A., Editores
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VIrgen de Guadalupe. 21-33. Esplugas de Llobregat (Barceloña)
Este libro se ha publicado originalmente en francés con el L'BSPIONNAGE SCIBNTIFIQUB
titulo de
Prlnted in Spain - lmpreso en Bsiiáfla ISBN: 84-01-80574-0 - DepósitO Legal: B. '3$8 • 1978
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PRóLOGO
CóMO SE CONVIERTE UNO EN ESP1A CIENT1FICO.
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CAP:truw PRIMERO
TEMO LO QUE CONTIENE LA CARTERA DE LOS SABIOS • • • • • • • ~ • ~ • ,
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TERROR EN TORNO DE DUGWAY • CAPtrui.o
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III
EL ESP1A DEL M3:0 2000 • CAPÍTULO
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IV
LAS CIUDADES SECRETAS DEL ASIA CENTRAL •
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CAP1TULO V ••• Y DE S IBERIA ~
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CAPtrm..o VI TRAFICO DE SABIOS
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CAPtrm..o VII PRENSA Y MANUALES DE LA CIENCIA SECRETA •
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CAPtruLo VIII EL CONTRAESPIONAJE CIENTlFICO.
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CAPtrm..o IX LOS SERVICIOS SECRETOS CIENT1FICOS •
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HACIA UN SERVICIO DE INFORMACIONES DE LA O.N.U.
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CóMO SE CONVIERTE UNO EN ESP1A CIENTlFICO
Las espesas nubes negras de los incendios de los depósitos de gasolina, en Ruán y en El Havre, oscurecían el cielo de París en aquella mafiana de junio de 1940 cuando salía yo del Ministerio de la Guerra con una botella de agua pesada en mi cartera. Dos horas más tarde, yo mismo añ.adía algo a aquel humo negro al quemar todos mis papeles relativos a lo que más tarde se llamaría la bomba atómica. Las patentes que había registrado con André Helbronner y Alfred Eskenazi, los expedientes, los conjuntos de cálculos y de resultados experimen· tales, volaron cielo arriba, ensombreciéndolo todavía más. En aquel momento no lo sabía, pero acababa de dar térmi· no a una carrera científica, para empezar una carrera de espía. Es verdad que después realicé determinado número de perfeccionamientos o de inventos en el campo científico, como mi reactor nuclear subcrítico o el enfriamiento electrónico de las pilas nucleares. Pero soy conocido, sobre todo, por mis aventuras como espía, que condujeron a la destrucción de la base alemana de Peenemünde, y estoy orgulloso de ello. Voy a explicar el camino que seguí, porque fue el de muchos otros científicos.
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Aquel d1a de junio de 1940, pues, tomaba contacto con una: antena de servicios especiales ingleses que había quedado en Francia, para enviar a la Gran Bretaiia mi botella de agua pesada. Procedente de Noruega, me había servido para realizar experimentos sobre la posibilidad de efectuar una reacción en cadena. En Inglaterra serviría para los mismos fines. En cuanto a mí, no había ni pasado por mi mente la idea de instalar en Francia un laboratorio clandestino de investiga· clones de física nuclear. Entonces me parecía -y sigue pareciéndome- completamente imposible. Por contra, quería con· tinuar la lucha, y no en el exilio: en Francia. Por otra parte, estaba seguro de que aquella guerra acabaría haciendo uso de armas totalmente nuevas y mucho más efica· ces que los caiTos y los aviones que, sin embargo, habían bastado para derrotar a Francia. Aquella convicción seguía siendo la mía en el momento del abominable armisticio. Me quedé por algún tiempo en Vichy, antes de volver a Toulouse. Lo aproveché para entregar al almirante americano Leahy, em· bajor de los Estados Unidos cerca del Gobierno de Vichy, una nota sobre la importancia de las armas científicas y la necesidad de un servicio de informaciones que las tuviera en cuen. ta. Aquella nota ejercería una influencia considerable en la formación del servicio de informaciones americano, el O.S.s... como supe más tarde. ¿Quién sería el primero en poner a punto las nuevas armas? ¿Los ingleses y sus futuros aliados, americanos o rusos? ¿O Hit• ler? Me parecía indispensable vigilar de cerca lo que los alema· nes se proponían hacer, e informar a Londres. He dicho en otro lugar 1 cómo lo conseguí. Sin saberlo, ha· bía fundado la primera red de informaciones científicas del mundo. Después del fin de la guerra tuve necesariamente que seguh" L Asents secrets contre armss
secr~teB.
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éle muy cerca lo que estaba ocurriendo. Mientras que, en mis tiempos, los científicos -de los que yo formaba parte- eran «mendigos eruditos», después de la guerra todo el mundo intentó atraérselos. Tanto los militares como los civiles. Me acuerdo de que el presidente-director general de una sociedad muy importante me dijo, en julio de 1945: -8e:fior Bergier, es preciso que me instale usted un laboratorio de investigaciones. Le repliqué: -¿En qué especialidad, sefl.or presidente? Como usted sabe, existe un gran número de ciencias, desde la arquitectura hasta la zoología. La dotación no es la misma, ni mucho menos, si se trata de microbiología como si se trata de cohetes balísticos. -Eso no tiene importancia -me dijo-; instáleme usted 'Un laboratorio de investigaciones. La actitud de los Gobiernos era casi la misma, y continóa siéndolo. Se buscan «sabios» cuya definición no queda clara y cuyos atributos varían segón las modas. En 1945 se necesi· taban especialistas en cohetes y en energía nuclear; ahora se precisan biólogos. Fred Hoyle ha escrito que antes de veinte años todos los biólogos estarán en campos de concentración. Si dentro de veinte años existe todavía un mundo, la cosa pa· rece muy probable. Y la modesta red que yo había fundado tuvo como progenie inmensas organizaciones de espionaje cien· tífico. El comisario Mauriat, de la D.S.T., escribía recientemente: «Por un problema de interés militar que planteen los espías, hay diez científicos y técnicos.» Y todo el mundo echa barro sobre estos lodos, estos sabios sarnosos, que son inestables, difíciles de controlar y que, por añadidura, se permiten tener ideas personales. Isaac Asimov dice haber oído esta conversación entre dos policías americanos:.
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-Estábamos muy tranquflos cuando el general Groves era el único que conocía los secretos de la bomba atómica. ¿Por qué han metido a todos estos sabios en el ajo? Cuando un sabio cambia de bloque, está claro que se trata de un espía, de preferencia atómico. Así, cuando Bruno Pontecorvo pasó al Este, se declaró en seguida que era un espía atómico portador de terribles secretos. Durante afias, la Prensa sensacionalista le describió como el hombre que dominaba una ciudad atómica secreta en la U.R.S.S., rodeado de colaboradores atemorizados por el terror, y blandiendo una metralleta, Cuando pude revelar que el asunto de Pontecorvo no tenía nada de atómico, estalló la indig· nación; pero luego mis revelaciones quedaron confirmadas tanto del lado inglés como del ruso. Dicho esto, hay sabios a quienes se espía, e incluso a quienes se rapta, y también hay -como yo- sabios convertidos en espías. A este espionaje científico está consagrado este libro. Todos los hechos son exactos, pero no digo todo lo que sé, porque sobre numerosas informaciones estoy obligado a guardar secreto. Antes de entrar en el meollo del tema quisiera definir el espionaje cientf· fico con relación al espionaje militar y al industrial. El espionaje militar tiene como objetivo un orden de ba· talla, es decir, la posición de unidades militares. Estas unidades pueden consistir en algunos partisanos en la selva o en un navío espacial que lleve bombas de hidrógeno. El principio es el mismo: el espionaje militar de un pafs tiene que saber la posición, los efectivos y el armamento de t~das las fuerzas militares del mundo y, de modo especial, los de los países que puedan amenazar a aquel que posee la organización de espionaje militar en cuestión. El espionaje industrial apunta a la potencia industrial de un pafs: la capacidad de las fábricas, la naturaleza de los procedimientos y de las técnicas. Busca, sobre todo, muestras, maquetas, planos.
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¿Y el espionaje científico? El espionaje científico se interesa, sobre todo, por las ideas. El simple hecho de saber, en 1944, que la idea de una bomba atómica interesaba a los americanos, permitió a los rusos al· canzarlos, y luego rebasarlos, en 1950. Una idea nacida en un laboratorio, en los pasillos de un congreso, en una discusión entre sabios en vacaciones, o in· cluso en una narración de cienciaficción, puede cambiar la Historia del mundo. Los espías científicos vigilan, pues, las ideas. Otros espías, más competentes que ellos, las valoran y recomiendan que se efectúen encuestas o investigaciones independientes. Todos los países comprenden ahora el interés de este espionaje especial. Vamos a explicar, a lo largo de este libro, lo que se busca y cómo se busca.
CAPtruLo PRnlmRo TEMO LO QUE CONTIENE LA CARTERA DE LOS SABIOS El 6 de setiembre de 1964, Nikita Kruschev parecía absolu· tamente normal. Todos los testigos están de acuerdo sobre este particular. No se había dejado llevar por grandes crisis de rabia después de la histórica sesión de las Naciones Unidas, en 1961, cuando golpeó la mesa con un zapato. Probablemente no pensaba que la declaración oficial que iba a pronunciar sería la última. Por la tarde tenía que recibir a un grupo de periodistas japoneses, la mayoría de los cuales conocía perfectamente el ruso. Entrevista de rutina. Se esperaba que Kruschev dijera, sencillamente, que el Japón se equivocaba al ponerse totalmente a remolque de los caníbales americanos•. Lo que se produjo fue algo completamente distinto. En tono dramático, desacostumbrado en él, Kruschev, visiblemente emocionado, dijo: -Acabo de ver, no lejos de aquí, en un suburbio de Moscú, algo tan terrible que no me atrevo hablar de ello. Temo lo que contiene la cartera de los sabios. ¡Es absolutamente preciso que se mantenga la paz; de otro modo, estamos todos muer· tos; el mundo está perdido! 2 -3J17
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Y se derrumbó, temblando, en su butaca. Los despachos de los corresponsales japoneses no fueron interceptados por la censura soviética. Pero al día siguiente llegaba la desautorización: los periodistas habían interpretado mal; Kruschev no dijo aquello. Ahora bien: no dejaron hablar más a Kruschev, y, en cuanto les fue posible, lo destituyeron. Probablemente sabía demasiado, y, probablemente también, había dicho demasiado. ¿Qué vio exactamente en las afueras de Moscú? Algo nuevo en verdad: un arma creada según el estado de la ciencia en 1970, y no en el de la de 1940, como la bomba H y los cohetes. Ya en 1962 habló sin temor un sabio para advertir a la Humanidad entera. Uno de los más grandes sabios del mundo, Sir Robert Watson-Watt, el inventor del radar. Su libro se titulaba: El hombre ha encontrado el medio de poner fin a si mismo (Man's means to his end), y en él anunciaba nuevas armas, peores que las bombas atómicas, peores que los cohetes portadores de una bomba de hidrógeno. Durante mucho tiempo se esperó que estas nuevas armas. basadas en ideas igualmente nuevas, serían demasiado caras, demasiado difíciles de construir, como ocurrió con la bomba A. Pero la realidad no confirmó esta visión, aún optimista en demasía. Bastó con un hllo metálico tendido a lo largo de un cilindro de revólver, colocado en el vacío, para realizar el magnetrón de cavidades múltiples, que aseguró a los aliados la victoria en el aire y en el mar. Y los especialistas saben que basta con dejar pudrir algunas latas de conserva, para extraer suficiente toxina botúlica capaz de matar a toda la población del Globo. Y, así, se comprende la pesadilla de los militares y de los políticos: una idea nueva practicable con escasos medios. que puede trastornar el equilibrio del terror, cambiando la situación del mundo entero. Hasta ahora, los grandes han podido
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negar a los pequeños países, o les han dado con cuentagotas, las armas del tipo 1945: cohetes, bombas atómicas. Pero si estos pequeños países comienzan a fabricar por su cuenta armas 1970 y logran de este modo una paridad con los grandes países ¿adónde vamos a parar? Si cualquier pequeño país posee de pronto los medios de ejercer una política en absoluto independiente, ¿cómo manteo ner el equilibrio mundial? Y si uno de los dos bloques descubre un arma totalmente desconocida que permita un ataque sorpresa fulminante, ¿no tendrán la tentación de servirse de ella los dirigentes de aquel bloque? Así es de temer lo que contiene la cartera de los sabios. Y esto, algunas veces, en un sentido absolutamente literal. Conozco, al menos, a un sabio francés que fue a los Estados Unidos en 1966, invitado por la NASA, ¡cuyo equipaje le fue robado por tres veces! Cada una de ellas tuvo que volver a comprarse un neceser de viaje completo. ¿Eran los ladrones agentes de servicios americanos rivales, no sabiendo la mano derecha lo que hace la izquierda, y ésta, a su vez, no sabiendo lo que hace el tercer ojo? ¿O bien pertenecían los ladrones a servicios secretos de otra nación? No se ha sabido jamás. En todo caso, a fuer de sinceros, debo señalar que, en cada congreso científico, el número de carteras que desaparecen, o que misteriosamente han sido abiertas, es considerable. Evidentemente, no se trata sólo de las carteras de los sabios. También están sus laboratorios, sus discusiones, sus confidencias. Están los libros que publican como la más reciente obra colectiva sobre los armamentos modernos, publicados por la editorial Flammarion. Todo ello da multiplicidad de pistas, que los servicios de informaciones se ven obligados a seguir. Y estas pistas van más allá de los armamentos tal y como los conocemos. El espionaje que se llamaba «atómico» o el espionaje rela-
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tfvo a los cotietes, -~mo lo practiqué yo durante la guerra, · entran ahora dentro del campo del espionaje industrial. Los principios son conocidos; las ideas, admitidas. Se buscan deta· Des de fabricación en verdad importantes, pero que no arriesgan trastornarlo todo. Pero, ¿y lo demás ... ? ¿Seria, por ejemplo, la idea de trastornar a distancia, mediante ondas, los cerebros de todo un país? No invento nada: esta idea ha sido publicada por el profesor Gordon 1. F. MacDonald. El profesor MacDonald es director adjunto del «
slDa 209.
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Estoy seguro de que después de la publicación, en 1968, del texto inglés (original) de este libro, un número considerable de espías fue enviado alrededor del «Brain Research Insti-q.tte» de la Universidad de California. Porque se trata del tipo exacto del invento realmente nuevo, ingenioso, que puede asegurar la victoria sin contaminación radiactiva y por medios sencillos. En el caso que acabo de citar, se sabe, gracias a la indiscreción del profesor MacDonald, por dónde van las investigaciones. No puedo decir lo mismo para este segundo ejemplo, que someto al lector. Esta vez mi información proviene de cromores de pasillos», recogidos en varios congresos científicos, y no he podido seguir la pista lo bastante lejos como para ser capaz de descubrir con exactitud dónde tuvieron lugar las investigaciones de que voy a hablar. Creo, pues, saber que se proyecta crear una especie de campo de fuerza que, dentro de su radio de acción,, cambiaría todos los aislantes en conductores, y todos los conductores, en aislantes. Según la teoría de los quanta, ello sería completa• mente posible. En tal caso, todas las instalaciones eléctricas, comprendidos los mecanismos de detonación de las bombas atómicas, dejarían de funcionar. En un momento, un país retrocedería varios siglos en el camino del progreso técnico. No podría oponer resistencia alguna. Hablé de estas investigaciones con el periodista francoamericano Sanche de Gramont, que las mencionó en su libro sobre la guerra secreta. El Senado americano, conmovido, constituyó en seguida una comisión de encuesta. Creo que dicha comisión tuvo más suerte que yo, y que pudo dar con el origen del rumor, que procedía, simplemente, de los Estados Unidos. He aquí otra arma desconocida, cuyo principio es sólo com· prensible para los especialistas de la Física matemática. Pero esto no impide que sea realizable. ¿O realizada ya? La bomba atómica estaba basada en la teoría de Einstein, demasiado abstracta para mucha gente, y especialmente para Hitler, que
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frenes todo lo que pudo las investigaciones en este terreno, declarando que procedían del delirio judío. Y Alemania perdió la gueiTa. No se puede rechazar a priori la posibilidad del «inversor de paridad» -que así se llama el arma en cuestióncon el pretexto de que no existen en el mundo más de cincuenta especialistas capaces de comprender los cálculos necesarios para su elaboración. Sería repetir el eiTor de Hitler. Claro está que es necesario efectuar una selección. No es posible, incluso para servicios muy poderosos, lanzarse tras todas las pistas. Una consulta con científicos de espíritu abierto permite, por lo demás, eliminar las ideas en verdad deli· rantes. No por eso hay que dejar de seguir las huellas, incluso las que parezcan más fantásticas. Algunos de estos rastros -que, por otra parte, conducen a investigaciones efectuadas lejos de Francia- son el objeto de este capítulo.
EL EXPWSIVO INTERMEDIO La bomba atómica no ha puesto punto final a las investigaciones sobre los explosivos químicos. Y cada día se habla más de los explosivos intermedios, es decir, más potentes, mucho más que los explosivos químicos; bastante menos, desde luego, que los explosivos nucleares, pero lo suficiente para transformar por completo el problema de la guerrilla urbana y el de la gueiTa de los partisanos en general. Uno de estos explosivos existe y puede prepararse mezclando un detergente -que se vende en las tiendas- con polvo de aluminio. Todos los cuerpos de Policía del mundo tiemblan ante la posibilidad de que a los desvalijadores de cajas pueda oCUITÍrSeles la misma idea y, al llevarla a la práctica, reducir a polvo no sólo los puntos objeto de sus robos, sino también los barrios comerciales circundantes. Para los especialistas, indiquemos que cada kilo
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del explosivo en cuestión, que no precisa de oxígeno externo, equivale a unos cincuenta megajulios.1 Puedo indicar la fórmula de otro explosivo intermedio, porque su fabricación exige medios que no están más que al alcance de un gran país. Se trata del óxido de xenón. El xenón es un gas muy raro que contiene el aire. Los teóricos habían explicado que no se prestaba a ninguna combinación química; pero, cuando unos años atrás se intentó el experimento, se comprobó que no era así. El xenón da, especialmente, el óxido de xenón, cuya combinación con un reductor, el hiposulfito de sosa, por ejemplo, crea un explosivo intermedio del orden de 100 megajulios 2 por kilo, y que aporta su propio oxígeno. No hay peligro de que los camorristas privados, ni incluso un pequeño Estado, fabriquen óxido de xenón, operación que necesita una delicada técnica y empleo de un gas terriblemente peligroso, tóxico y corrosivo: el flúor. Pero se buscan, y con perseverancia, nuevos explosivos intermedios. También se está tratando de hallar otros que podrían transformar directamente su energía no en ondas de choque destructivas, sino en luz. Es lo que se llama el láser químico, y ni que decir tiene que en cuanto se descubre a los especialistas que se ocupan en ello, son sometidos a una rigurosa vigilancia. El hombre que investiga en el campo de los explosivos intermedios y de sus aplicaciones, no trabaja necesariamente en un laboratorio. Por otra parte, estas investigaciones sólo puede llevarlas a cabo con la ayuda de un ordenador, puesto que en la actualidad se sigue, gracias a éste, la sucesión de los acontecimientos que constituyen una reacción química Tampoco es necesario que el investigador sea químico, porque el interés se dirige hacia los explosivos intermedios de tipo eléctrico,
li.
1. Un megajulio es un millón de julios, siendo el julio la unidad práctica de energía. 2. A titulo de comparaci6n. 1 kg de T.N.T. corresponde a 4,2 megajulios.
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en los cuales se utiliza el llamado «rayo en bola», producido de modo artificial. Por consiguiente, la vigilancia de esta clase de investigaciones es sumamente difícil. No obstante, se impone. Acerca de esa dificultad, propia del espionaje científico, habremos de insistir con frecuen~
.l.
EL MICROBIO ANTIPETRóLEO
Se habla de él desde el año 1943, pero aún más, de unos años a esta parte, exactamente desde que el francés Champagnat realizó un tratamiento microbiano del petróleo bruto y lo transformó en proteínas asimilables. El microbio antipetróleo, al contrario del de Champagnat, metamorfosearía en gas del tipo metano los carburantes y los lubricantes derivados del petróleo. Al esparcirse por la atmósfera, este gas suprimiría tanto los ejércitos motorizados como el automóvil y el avión, pero no los cohetes. Si semejante microbio pudiese ser propagado en un solo país o en un solo bloque -estando protegidos por antisépticos apropiados los carburantes y los lubri· cantes del bloque agresor-, sería una guerra ganada muy aprisa. Incluso se trataría de una guerra sin víctimas, hipótesis muy agradable que tener en cuenta. Así, pues, todos los ·servicios especiales están al acecho de este invento. Parece, incluso, que ha sido ya logrado por un sabio checo refugiado en los Estados Unidos, así como que los israelíes estarían próximos a conseguirlo, caso en que sus adversarios, cuyo principal recurso es el petróleo, quedarían casi inermes. Parece que..• Un hecho cierto es que la microbiología no médica realiza enormes progresos en este momento. Se han amaestrado microbios para efectuar gran número de operaciones útiles, que van desde la síntesis química a la destrucción de detergentes
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que, de otro modo, invadirían las alcantarillas. Un microbio que de algún modo puede hacer fermentar la gasolina del automóvil, el queroseno, la gasolina de aviación y los lubricantes, no parece ser nada utópico. Probablemente exista en la Naturaleza. Aislarlo, hacerle sufrir cambios y escoger las más eficaces de estas mutaciones, son otras tantas operaciones realizables: así han sido tratados los microorganismos utili.. zados en la obtención de la penicilina. Como no hay humo sin fuego, las ideas que circulan sobre estos microbios no son, probablemente, puro producto de la imaginación. Es posible que en numerosos puntos del Globo existan hombres dedicados a tales investigaciones, así como espías que los vigilen. EL CATALIZADOR
Es una de las armas más a menudo objeto de las discusiones entre especialistas. Se trataría de un cata1izador en presencia del cual la celulosa no viva se combinaría, a una temperatura ordinaria, con el oxígeno del aire. En términos más comprensibles, ello quiere decir que todo el papel se convertiría en polvo. No más billetes de Banco; no más cartillas militares; no más documentos de identidad; no más carteles; no más libros; no más cuadros de tiro. En verdad sería el fin de la sociedad, y, de modo particular, de la sociedad militar; también constituiría el fin de los viejos libros; pero tal vez los inventores de este producto serían exterminados por los bibliófilos antes de que pudieran ofrecerlo. Evidentemente, a la larga se daría con el modo de eliminar el peligro; de todas formas, numerosos documentos, planos y mapas se imprimen ya sobre plástico indestructible. Pero el período de enloqu~ cimiento y de confusión que seguiría al lanzamiento de una ofensiva con el catalizador C contra un bloque adversario permitiría ganar la guerra muy aprisa. So:ñ.é mucho en tener
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un producto de esta clase cuando hube de destruir con bombas incendiarias documentos que hubiesen permitido a los alemanes administrar Francia, y especialmente los archivos del Servicio de Trabajo Obligatorio, en Lyon. Se hiere más fácilmente a una potencia totalitaria atacando sus montañas de papeles que a sus fuerzas armadas. De modo que el catalizador C, del que se habla con frecuencia, acaso se revelaría como un arma humana. En todo caso, sería el arma ideal de los contestatarios. Por el momento existen productos de este género, pero antes es preciso acondicionarlos para actuar sobre el papel. Esto permite fabricar papeles especiales, utilizados por los espías, que se queman tan pronto se abre bajo la luz ordinaria el sobre que los contiene. Para leer el mensaje es necesario abrir el sobre a la luz roja de un laboratorio fotográfico, lo que no parece muy factible a priori, y, por otro lado, un policía no pensará siempre en ello. De estos papeles, que efectivamente existen, a un catalizador gaseoso capaz de atacar la celulosa que no haya experimentado ningún tratamiento previo, evidentemente la distancia es larga. Pero esta distancia no es acaso mayor que la longitud de un «jergón» de laboratorio. Un investigador cualquiera, probablemente insospechado por los servicios de espionaje -no pueden conocerse todos--, descubrirá un día el catalizador C. ¿Lo comunicará a su Gobierno? ¿Se servirá de él a título personal para protestar contra la burocracia? No me atrevo a aventurar una predicción. Cito simplemente, y de modo particular, el catalizador C como un arma científica basada en la investigación, muy distinta de las armas terroríficas con las que se nos promete brindamos el juicio final. Gran número de militares deben soñar en un ataque por sorpresa que impidiera para siempre al adversario servirse del arma espantosa -cohetes, bombas H-, y se hace difícil cen· surarlos.
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BLOQUEO DE WS R/OS Y SUS AFLUENTES
El agua es un líquido, como diría Pero Grullo. Añadirla que el único medio de convertirla en sólido es la congelación. Este medio exige cantidades considerables de energía y de productos químicos, y no creo aventurarme demasiado al predecir que, en el estado actual de la ciencia, congelar el canal de la Mancha o las fuentes del Nilo no está a nuestro alcance. Pero existen otros medios distintos de la congelación para transformar el agua en un sólido. Un sólido menos duro que el hielo, pero un sólido de todos modos. Me refiero a las sustancias químicas que producen las gelatinas. Son ejemplo de ello los alginotos, derivados de las algas: los comemos en los helados y en las confituras. Otros ejemplos, son los derivados de la celulosa, que la hacen soluble. Supongamos que se inventa un producto de esta clase, particularmente potente, un gramo del cual pueda congelar diez toneladas de agua. Hasta que se demuestre lo contrario no parece imposible obtener un producto análogo, aunque nadie lo haya descubierto todavía. Supongamos que los israelíes echen algunos kilos de él cerca de las fuentes del Nilo. l!ste, bloqueado, se desborda lateralmente y no llega ya a Egipto: es el fin de aquel país. Supongamos que el mismo producto es empleado para transformar en una gelatina viscosa el agua de un estrecho cuyo paso sea necesario para las operaciones militares: el Bósforo, o el estrecho de Gibraltar, por ejemplo. Entonces estaríamos en presencia de un arma estratégica completamente nueva, un arma que ~y esto es chusco-- derivaría de los estudios llevados a cabo para mejorar la carne de membrillo o la preparación de helados. He aquí un terreno en que
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no es de esperar una aplicación militar; por tanto, no se juzga necesario vigilarlo ... No vayamos a imaginarnos que esta idea de congelación gigante sea una broma. Se ha pensado y se sigue pensando en ella seriamente. Acaso alguien se servirá un día, ante el enloquecimiento general, de esta clase de armas. Cuando el profesor ruso Deriaguine fue a Inglaterra para llevar muestras de su agua superpesada, se lo interrogó en seguida acerca de sus aplicaciones militares y sobre la posibilidad de una arma que congelara los océanos. Por razones termodinámicas muy sólidas, Deriaguine no cree en semejante posibilidad. De ser así, no hubiese revelado el resultado de sus trabajos. No deja por ello de ser menos probable que se beneficie de una estrecha vigilancia. Por otra parte, el arma de que se trata resultaría muy barata, ya que el producto consiste esencialmente en celulosa, con un número apropiado de radicales metilo y bencilo artísticamente distribuidos a todo lo largo de la molécula. 1: '
EL PARARRAYOS CONTRA LA BOMBA H
Esta posibilidad parece muy particularmente fantástica. Tan fantástica como la bomba H, a su vez, hubiese podido parecer a un hombre del siglo XIX. Voy a intentar explicar de lo que se trata, aunque ello constituya una verdadera traición a· las altas investigaciones de que se deriva esta idea. El gran físico P. A. M. Dirac, partiendo del principio de Einstein según el cual nuestro Universo sería, de algún modo, una ampolla, un espacio de tres dimensiones, que constituirían la csuperficie» de una ampolla de ctiatro dimensiones, se prE> guntó lo que había debajo de la biosfera. Demostró que flotá· bamos en un océano de energía negativa, y que este océanc era normalmente invisible por completo. Sin embargo, si se;
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practica un agujero en este océano, algo así como una ampolla de aire flotando en el agua, este agujero se hace visible. Es lo que se llama la antimateria. De este modo se han fabricado, conforme a la predicción de Dirac, toda una serie de antipartículas: antielectrón o positrón, antiprotón, antineutrón y, así sucesivamente, hasta el antihelio 3, muy reciente. La existencia del océano de Dirac es, pues, físicamente confirmada en el laboratorio. No es un sueño, sino un conjunto de hechos que se verifican todos los días. Supongamos ahora que se pueda, de algún modo, clavar un tallo en el océano de Dirac. A lo largo de aquel tallo, la energía, sobre todo si es de nivel elevado, se deslizaría y caería en aquella especie de vacío que se halla, en la escala de los niveles de energía, precisamente debajo de nosotros. Así se realizaría una especie de pararrayos, a lo largo del cual podría deslizarse y desaparecer energía de nivel elevado, igual que la energía del rayo se desliza a lo largo de un pararrayos y se esparce por todo el globo terráqueo. Si fuese posible practicar este agujero precisamente antes de la explosión de una bomba H, su energía desaparecería por ahí sin ningún efecto nocivo. Me doy perfecta cuenta de lo que esta exposición parece tener de inverosímil, pero, en realidad, no lo es más que la bomba de hidrógeno. Semejante pararrayos acaso es practicable. Su descripción acaso esté ya publicada, pero en términos de matemáticas tan avanzadas que pocas personas puedan com· prenderla. Acordémonos de lo que se dijo cuando se hizo pública la teoría de Einstein: «Sólo doce hombres comprenden la teoría de Einstein, pero ninguno de los doce conoce a los once restantes.» Un día, acaso, veamos a uno de los bloques jugar con fuego y, seguro de disponer de un pararrayos capaz de protegerlo contra las bombas H, amenazar al mundo con un conflicto nuclear. Aquel día comprenderán una decena de físicos matemáticos del bloque opuesto. Intentarán entonces poner
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en guardia a sus Gobiernos, probablemente sin éxito. Personalmente, he conocido a varios ministros de la Guerra: no hay ninguno a quien me decidiera a explicar el océano de Dirac. Para convencer el mundo de la existencia de un pararrayos contra la bomba H, probablemente será necesario efectuar una demostración. Será el fin del equilibrio del terror. Y el princi· pio de un mundo completamente nuevo.
l.A INVISIBILIDAD
Investigadores militares de reconocida seriedad estudian actualmente la posibilidad de hacer invisibles sus cuerpos. El fotón, o grano de luz, es un compuesto. Se forma por unión de partículas más pequeñas. Puede imaginarse un medio de descomponerlo al llegar a una barrera especial, y luego reintegrarlo al salir de aquella barrera. Un avión, o un navío, podrían así hacerse invisibles. A decir verdad, no se trata tanto de la invisibilidad en el espectro óptico como de la invisibilidad con· tra el radar lo que interesa a los especialistas. Los misiles de la D.C.A. tierra-aire, los antimisiles, son dirigidos por radar. Si fuese realizable convertir un avión o un proyectil en invisibles para el radar, cuyas ondas los atravesarían sin reflejarse, se obtendría un arma de extraordinaria eficacia, que sería el producto de investigaciones muy abstractas sobre los componentes del fotón llamados neutrinos y antineutrinos. Por otra parte, es posible que los autores de estas investigaciones no disciernan sus realizaciones prácticas y que ignoren que se está trabajando en aplicaciones concretas de sus trabajos. Ocurre esta clase de cosas. Como con el arma precedente, el descubrimiento militar derivará a partir de los más altos estudios físicos, y será preciso mostrarse muy competente en matemáticas para comprenderlo. Lo que limita considerable-
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mente, pero no impide del todo, en este terreno, el espionaje científico.
EL EFECTO DASER
El láser es un manantial coherente de luz fundado en la sincronización de las moléculas. Es menos sabido que existe un efecto inverso: el efecto Daser, es decir, la producción de tinieblas por sincronización de las moléculas. En este término abreviado DASER, la d proviene de la palabra inglesa darkness, que significa oscuridad. Hasta el presente, el efecto Daser no ha sido observado más que en los espacios interestelares, y no se conoce medio alguno para reproducirlo en la tierra. Esto no quiere decir, en absoluto, que no sea posible nunca. Y si un día se consiguiera, entonces se vería una zona de combate o una ciudad sumida en una oscuridad total, donde ninguna fuente natural o artificial podría dar luz. Jugando con el efecto sorpresa, se adivina que a ello seguiría la capitulación sobre el campo de las víctimas de este fenómeno. Si recordamos. el pánico que originó la gran avería eléctrica ocurrida en Nueva York en 1965, es fácil imaginar lo que desgraciadamente podría resultar de un oscurecimiento súbito en el que ninguna fuente artificial de socorro sería capaz de funcionar: ni velas, ni lámparas de petróleo, ni lámparas eléctricas de bolsillo. La presión de una opinión pública enloquecida podría inducir entonces a las autoridades a capitular. Parece bastante fantástico que la idea de un arma terrible pueda imaginarse en una observación del ciclo. Pero acordémonos que del estudio de las estrellas y del de su mecanismo interno nació la bomba H.
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PILDORA O INYECCióN QUE PROPORCIONA OXIGENO
A primera vista, he aquí un descubrimiento que se creería bienhechor. En realidad, los sabios que se ocupan y que han empezado a hablar de ello pensaban en la creación de un ma· nantial interno de oxígeno suplementario en el cuerpo humano, mediante la exploración de los planetas de atmósfera muy diluida: Marte, por ejemplo. Desgraciadamente, en seguida propusieron dos aplicaciones mortíferas. La primera consiste en la neutralización por medio de píldoras o inyecciones de drogas alucinógenas. :Sstas, en último análisis, actúan sobre todo limitando la llegada de oxígeno al cerebro. Una aportación de oxígeno suplementario neutrali· zarfa el efecto. En seguida, los que poseyeran este antídoto sentirían la sensación de servirse de nubes de psicodrogas como armas contra un adversario que no las tuviese. El efecto de semejantes armas ha sido descrito a menudo: ¡una ciudad o una importante región de un país en que no se distingui· ría la realidad de la alucinación! Experimentos efectuados tanto en animales como en voluntarios humanos confirman la existencia de estas armas psicológicas o, mejor dicho, psicoqufmicas. Un :6lm.e que tuve ocasión de ver presenta a un desgraciado gato tan enloquecido por el espectáculo de un mundo sin cesar cambiante, que queda aterrorizado ante la aparición de un ratón. Todo el mundo pensó, como fue el caso de los gases asfixiantes durante la Segunda Guerra Mundial, que aquellas armas, por temor a las represalias, no serían utilizadas jamás. Es verdad: en tanto que no hay antidoto. Pero si se descubre un antídoto, una píldora, por ejemplo, una jeringa llena y dispuesta para la inyección, a partir del momento en que civiles y militares han quedado inmunizados vuelve a ser posible la guerra de las alucinaciones. Ahora bien, se han experi· mentado eficazmente productos de este género. De modo espe-
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cial, en el teiTeno de la inmersión submarina, se habla ya de la de la cinmersión-píldora». Puede también ocurrir que se libre una gueiTa secreta alrededor del procedimiento, porque se han- registrado, tanto en Francia como en Suiza, accidentes bastari.te sospechosos. Es seguro que los científicos que trabajan en este campo están, a partir de ahora, estrechamente vigilados. Cosa ·curiosa: ciertos documentos permiten suponer que Leonardo da Vinci efectuó un ·invento de este género, pero destruyó la fórmula por temor a la posibilidad de que se utilizara con fines militares. Acaso no le faltaba razón. SOCIOLOGIA CIBNTIFICA A priori, la transformación de la sociología en ciencia exacta no podría más que acarrear nuestra adhesión. Si existe un teiTeno que no dependa más que de las «ciencias puras», es precisamente éste. Si la sociología no es aún una ciencia exacta, es porque no disponemos de un instrumento matemático que le convenga. Las diversas formas de matemáticas aplicadas, y especialmente las ecuaciones con derivados· parciales que tanto han contribuido a los estudios atómicos y a los espaciales (hasta el extremo de que ha podido decirse que los cohetes no vuelan con carburante, sino con ecuaciones de derivados parciales no Iineables), no sirven para nada en sociología. Se encuentran en él demasiadas-variables y, a menudo, las funciones no tienen derivados. Existen otros instrumentos matemáticos, como la teoría de las distribuciones, gracias a los cuales podría crearse una sociología científica experimentalmente verificable. Pero si se pudiesen manejar con carácter de experimentación los grupos humanos, se dispondría de la más terrible de las armas. Si 3-3.117
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fuese posible hacer explotar en los Estados Unidos la guerra racial, balcanizar China, transformándola en una quincena de comunidades humanas hostiles, el mundo cambiaría. Parece que se está en disposición de conseguirlo. Se habla de ello con palabras encubiertas; pero se habla. La dinámica de los grupos humanos, ayudada por los calculadores analógicos especiales, habrá hecho secretamente progresos sensacionales. Puede que algunos universitarios hayan abandonado su idílico campus lleno de policías, de porras o de gases lacrimógenos, para trabajar en think tanks o tanques de pensamiento, es decir, instituciones cerradas, controladas por varios Gobiernos, y de donde tienen que salir ideas y modos de pensar. Muy abundantes en los Estados Unidos, estas instituciones existen también en otras partes. De una de ellas, de la U.R.S.S., ha salido la idea de encerrar como locos a los adversarios del régimen en vez de encarcelarlos. Si por medio de métodos científicos que están por descubrir, se consigue lograr que unos grupos humanos adquieran cohesión o, al contrario, se ·disloquen, puede estallar una guerra de un nuevo tipo a partir de algunas ecuaciones de aspecto extremadamente teórico y de estudios que, en principio, no tienen nada que ver con la guerra. Y, sin embargo ••• MAQUINA PARA LAVAR CEREBROS
J)espués de las sensacionales revelaciones hechas, hace algunos afios, en Francia, acerca de los trabajos del profesor Cohen-Séa, que enseña «filmología» en la Sorbona, se habla un poco por todas partes de la máquina para lavar cerebros. Bs conocido el principio general: se proyectan sobre la misma pantalla frecuencias luminosas que, actuando directa· mente sobre el cerebro por mediación del nervio óptico, refuer-
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zan el efecto del filme. Es lo que el inventor, el profesor CohenSéa, llama la «subfascinación». El Gobierno de la IV República, que subvencionó estas investigaciones, proyectaba, según se dice, una especie de fábrica para lavar cerebros, donde se hubiese hecho entrar por un extremo a miembros del F.L.N.,1 que habrían salido por el otro convertidos en amigos de Francia. El Gobierno de la V República, que tal vez opinaba que se estaba jugando con fuego, suprimió el presupuesto, circunstancia que desencadenó complicaciones en que no vamos a entrar. Un poco por todas partes se han dedicado a perfeccionar el procedimiento. Especialistas norteamericanos, con quienes he hablado, consideran que ya, en su concepción actual, el invento promete ser más peligroso que la bomba H. Las realizaciones secretas deben de ser todabía más peHfrosas. El invento, es verdad, seguramente no está aún maduro, puesto que el señor Dubcek no ha confesado sus errores. Pero cuando esté a punto... A priori, nada se parece menos a un arma que una sala de proyecciones. Pero las armas más peHgrosas acaso no son las que tienen el aspecto más amenazador. En todo caso se comprende que un espía encargado de investigar sobre trabajos de este género tendrá que estudiar primero la dinámica de los grupos humanos durante un afio o dos. A menos que se utilice directamente a los sabios como espías, lo que constituye uno de los temas de este libro.
t. Frente de Liberación Nacional (argelino).
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NARIZ ARTIFICIAL tOué es el olfato? Todavía no se sabe. Determinadas teorías atribuyen el fenómeno del olfato a unas moléculas, una especie de gas superdiluido, y otros lo atribuyen a radiaciones. Acaso se conjugan los dos fenómenos para dar el complejo resultado que llama· mos olfato. Como quiera que sea, se han efectuado y se intenta perfeccionar narices artificiales, aparatos electrónicos que actWm. como nuestra propia nariz, pero mucho mejor. La primera de estas aplicaciones fue Wdcamente benefactora. Quiero ha· blar del aparato ]Jamado sniffer (husmeador), que detecta el olor casi infinitesimal que exhalan los explosivos nitrados, y que de este modo permite descubrir bombas colocadas en el pa:ñ.ol de los aviones o transportadas por pasajeros. Estos aparatos han localizado ya muchas bombas, salvando así buen ,nómero de vidas. Claro está que la inclinación natural del espf· ritu humano ha llevado a servirse en seguida del aparato para otros fines, por ejemplo, para detectar guerrilleros. El olor de un cuerpo humano no es el mismo que el de la selva, y de ahí la idea de detectar guerrilleros disimulados en una selva. Las primeras pruebas se han mantenido en secreto, pero sabemos que hay científicos que trabajan en este invento; también conocemos que se están llevando a cabo experimentos sobre el terreno. Asimismo se han publicado estudios sobre fuslles o ametralladoras dirigidas por narices artificiales. Es la guerra de los robots introduciéndose en la selva, la réplica de las técnicas a la guerrilla, que se consideraban casi invencibles. Igualmente es éste un terreno particulannente sorprendente. tOuién había de pensar que unas investigaciones sobre el olfa. to, que en principio interesaban a los perfumistas, podrían con-
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ducir a un arma? Y a un arma nada despreciable. Porque si las guerrillas pudieran darse por derrotadas, el campo anglonorteamericano tendría neta ventaja sobre el bloque soviético. EL EMISOR DELTA
Los emisores de radio lanzan sus ondas, más o menos, bien alrededor de la antena, bien en un haz algo dirigido. Teórica· mente es posible construir un emisor cuyas ondas no fueran perceptibles más que en un solo punto del Globo. En todos los demás sitios quedarían anuladas. Aún se ignora si ha sido inventado semejante aparato emisor. Se afirma periódicamen· te, pero, que yo sepa, nunca se ha cogido uno sobre un espía. A primera vista, este invento no puede servir más que para el espionaje. En realidad sería un arma extremadamente peligrosa. Un emisor Delta no podría ser detectado en su vecindad inmediata; en cambio, revelaría su posición en otro punto del mundo, y también podría servir de referencia para cohetes que tuviesen como objetivo destruir el lugar desde donde emite. La amenaza aparece como extremamente seria: todos los objetivos de perturbación tendente a desviar los cohetes de su trayectoria, o a impedirles orientarse, serían perfectamente inútiles si existiera el emisor Delta. He visto cálculos relativos a este emisor; son de una espantosa complejidad, y hacen intervenir a la vez las funciones Delta de Dirac y las teorías sobre las cargas eléctricas de alta atmósfera. Sin embargo, los trabajos de esta clase pueden ser fotografiados, como todo documento, reducidos a un micropunto, transmitidos y anali· zados por especialistas. Creo, por otra parte, que, según el estilo matemático, éstos podrían descubrir a sus autores. Los especialistas en este campo sumamente reducido, son, con verosimilitud, todos conocidos.
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Podrfa multiplicar estos ejemplos, pero no me parece útil. Séame permitido, sólo durante unas páginas, elevar un poco el debate y considerar la suerte de la Humanidad. Todo lo que acabamos de exponer es, claro está, conocido tanto en los medios científicos como en los militares. ¿Cómo reaccionan unos y otros? Por el lado científico, es el desespero. Una cita revelará el estado de espíritu: «La pregunta, pues, puede ser planteada: ¿es maldita toda la ciencia? A menos de consentir en una autodestrucción de la Humanidad, es indispensable, o eliminar la ciencia, o e1iminar la guerra.» Estas inquietantes líneas fueron escritas por Michel Magat, profesor de química física; sus trabajos conciernen principal· mente a los efectos químicos de las irradiaciones ionizantes, los polímeros y los cristales moleculares. Trabajó para la Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial, en la investigación operacional, con la «R.A.F. Fighter Command». Actualmente es uno de los miembros del «Movimiento de Pugwash». Y he aquí la opinión de un experto militar, especialista de la información, el general Charles Luquet: «El enfrentamiento generalizado entre los dos Grandes es improbable, pero ello hasta el momento imprevisible en que uno u otro de los adversarios descubra un arma más perfeccionada o una nueva técnica que le dé una superioridad absoluta y evidente, perm.i· tiéndole romper, a su favor, el equilibrio actualmente establecido.» 1 El sentido de estas dos citas es el mismo: el mundo está en peligro. Los descubrimientos inesperados, imprevisibles, de la ciencia, esta ciencia de hoy en adelante maldita, ponen en peligro a la Humanidad entera. En tales condiciones, es comprensible que se imponga una vigilancia creciente sobre los sabios, y que el espionaje cientí1. L'Burope satellis4e (Bd. Castermann).
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:fico deba extenderse más y más para mantener el equilibrio mediante la divulgación de los secretos. Igualmente es admisi.. ble que un libro como éste desempeñe un pequeño papel social al dar la alerta a la opinión. Pero, más allá del espionaje, ¿qué hacer? Michel Magat plantea brutalmente el problema: suprimir la guerra o suprimir la ciencia. Desgraciadamente, la elimina• ción de la guerra parece imposible, dada la naturaleza humana y el modo de ser del mundo, que no es el que los sabios qui.. sieran qQe fuera. ¿Se impone entonces la supresión de la ciencia? Se ha pensado en ello a menudo, ora bajo forma de una moratoria, o sea, de un paro de la investigación durante cincuenta aP.os, por ejemplo, ora por la supresión brutal. Personalmente, estoy convencido de que si ocurre una catástrofe científica cualquiera, será seguida de un Nuremberg, y, como consecuencia, ahorcarán a los sabios. :Sstos no son más invul· nerables que los reyes o los sacerdo~es, que los generales o los políticos. Ya el desafecto de los jóvenes por los estudios cien· tíficos, su negativa a abrazar una carrera científica, son un duro juicio, y la situación puede agravarse todavía. Si el Occidente pudiera tener la seguridad de que se vería seguido por el otro bloque, la reducción brutal de los créditos científicos sena ya cosa hecha. Esta imagen desfavorable de la ciencia constituye un grave problema. Dicho esto, pienso que, sin embargo, no conviene dramatizar. Por el momento, los beneficios de la ciencia sobrepasan, con mucho, sus daños, se mantienen los distintos equilibrios y no se han dado muchos casos de «Ciencia salvaje». Veremos, en las últimas páginas de este libro, los métodos de vigilancia que podrlan proyectarse en nombre de las Naciones Unidas. Los propios sabios se dan cuenta de la situación, y las actividades del «grupo Pugwash», la creciente politización de
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los sabios soviéticos son, sin embargo, muy buenos signos. Con todo, para que se mantenga el equilibrio, me parece útil la existencia de los servicios de espionaje científico, al mismo tiempo que me parece interesante, a lo largo de este libro, la descripción de su acción. Por otra parte, ¿qué puede hacer el lector ordinario no científico para protestar? ¿Cuáles son sus medios de acción? En los países libres: Francia, Inglaterra, los Estados Uni· dos... , el ciudadano ordinario puede todavía mucho. En el momento de redactar estas líneas, han sido recogidas, en tres días, cincuenta mil firmas para protestar contra las explosiones de la bomba H de Francia. La presión de la opinión pública ha obligado al presidente Nixon a renunciar del todo a las armas bacteriológicas. La pn> sión de la opinión pública inglesa (y también, es preciso decir· lo, la muerte de dos investigadores atacados por la peste) ba obligado al Gobierno inglés a reducir en gran parte sus propias investigaciones en este terreno. La evasión al Este de un sabio alemán occidental y su aparición en la Televisión, reveló la existencia de un potente laboratorio secreto que trabajaba en Alemania en la guerra química y bacteriológica, despreciando la convención de armisticio. El linchamiento, en el campus de una universidad americana, de un representante de la sociedad «Dow», que había ido a reclutar estudiantes para el laboratorio de aquella sociedad, especializada en el perfeccionamiento del napalm, redujo singularmente la dimensión de estas investigaciones, e incluso se han tenido que cerrar algunos laboratorios. Bl lector de este libro puede defenderse contra las distintas amenazas que estoy describiendo. Creedm.e: no las invento. Es probable que esta presión de las opiniones públicas afecte cada día más la conciencia de los sabios Y detenga las investigaciones sobre determinado número de armas. Es preciso no enloquecer ni caer en el desespero. Personal·
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mente, no pienso en absoluto que la ciencia sea maldita. No
creO que sea necesario volver obligatoriamente a la Edad Media y detener la investigación científica. Tanto más cuanto que considero haber demostrado que las investigaciones científicas más peligrosas en el plan militar no son, en absoluto, las investigaciones meramente militares. Creo incluso que la existencia de determinadas armas no es inútil, como escribe Jean Guitton en su libro La pensée et la guerre: cPara que la guerra absoluta no pueda nunca estallar, es preciso que pueda estallar en cualquier instante.» A condición, claro está, de que estas armas, al menos en principio, sean conocidas, y de aquí, una vez más, la importancia del espionaje científico. Prohibir la investigación, o incluso censurarla, me parece también imposible. Los sabios admiten difícilmente la censura. Me acuerdo de la época en que se impedfa a los sabios de los laboratorios americanos hablar de sus investigaciones sobre la bomba de hidrógeno. Unos censores vigilaban la palabra «hidrógeno» en todas las cartas. Lo que no impidió a un sabio escribir a su mujer: «Querida mía, trabajo en una bomba en que no se utiliza ·el uranio. No puedo decirte cuál es el elemento empleado, pero, junto con el oxígeno, da agua.» ¡Y el censor lo habfa dejado pasarl Y si un sabio quiere lanzar una publicación prohibida de modo no comprensible para el profano, por ejemplo, presentar trabajos de física nuclear en forma de una investigación mate:> mática sobre la genética (esto se ha hecho, efectivamente), na· die puede impedírselo. El poder creador, la originalidad, el sentido del humor no se controlan. Cada día habrá más y más comunicación en la gran familia de los sabios: incluso los sa· bios chinos comunican más de lo que se cree. Suprimir la guerra es imposible. Suprimir la ciencia es una política a lo Gribouille. Consiste cen tirar el rorro junto con el agua sucia de su baño». Pero es posible limitar al máximo las guerras, impedir la
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utilización de determinadas armas, deducir 11nicam.ente aplica· clones pacíficas de tales descubrimientos. Subsistirá el peligro, claro está, mientras haya locos en el poder, al mismo tiempo que particulares no menos locos en libertad. Los piratas del aire podrían ser remplazados mafiana -u hoy- por piratas del átomo. El general Charles Luquet escribe en el libro ya citado: «Los procedimientos de fabricación de la bomba A hace tiempo que fueron divulgados y, recientemente, dos empleados de una central nuclear cerca de Londres han conseguido robar determinado número de barras de ura~ nio enriquecido, que felizmente han podido ser recuperadas. En los Estados Unidos, importantes cantidades . de materias fisibles, como asegura el Wall Street Journal, son transportadas en vehículos ordinarios y sin escolta, quedando, pues, al alcance de algunos hombres decididos. No es imposible imaginar lo que podría resultar.» La hipótesis de un «camorrista» científico no debe, por tanto, descartarse en absoluto. Sin hablar de la bomba atómica de artesanía, se puede pensar con inquietud en lo que ocurriría si alguien pusiera un kilo de esos afro.. disíacos ultramodemos en el agua de una gran ciudad, puritana y respetable, y pensamos, con preferencia, en Moscú. Pero ésta no es razón para vivir perpetuamente en el temor. Si el hombre ha dominado el planeta y ha domesticado a los demás animales, es porque jugaba con fuego.
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TERROR EN TORNO A DUGWAY Los centros de pruebas secretos de armas qu1micas y biológicas de Dugway, en Utah, Estados Unidos, ocupan una superficie de 3.144 kilómetros cuadrados. Figuran entre los focos que atraen el espionaje científico. Pero no se necesita ser espía para darse cuenta de que algo extraño ocurre en Dugway: ocho mil carneros han muerto en aquellos parajes a consecuencia de un escape de gas que no se pudo atajar. Sucesos de esta clase son cada vez más frecuentes en los Estados Unidos. Desde el S de abril de 1970, una comisión del Senado está estudiando fenómenos que se han producido, de unos años a esta parte, en el pueblo de Globe (Arlzona). Este pueblo tiene una población de seis mil quinientos habitantes. En él se extrae plata y cobre. Se cría ganado. Los acontecimientos que se han desarrollado allí en los illtimos cinco años recuerdan de modo singular la narración de Lovecraft: El color cafdo del cielo. Nacimientos anormales; animales que, al parir, dan a luz a seres que no se parecen a nada conocido; la vegetación, que sufre modificaciones extra·
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fias y alarmantes: toda la panoplia de terror de los cuentos de Lovecraft y de los filmes que de ellos se han hecho. Pero... no se trata ni de un cuento ni de un filme. En 1965, las ovejas que nacieron lo fueron, en un 60 %, muertas o disformes. La autopsia reveló quistes en los riñones e hígados mal formados. Del15 al 28 de mayo de 1966, murieron lamayor parte de los pájaros. Se observó que habían comido hojas de los árboles. En 1967, una perra parió trece pequeñ.os, todos disformes. Numerosos seres humanos cayeron enfermos. La causa parece, a primera vista, evidente: desde cinco añ.os atrás se utilizan en la región defoliantes procedentes de Dugway, los mismos defoliantes que se utilizan en el Vietnam. Se había asegurado a la población que aquel producto era totalmente inofensivo. Ya no lo cree nadie allí, sobre todo después de haber visto caer muertos a dos perros que habían recibido directamente unas gotitas. Tras la correspondiente protesta, la población constituyó un comité y dio la alarma a los representantes del pueblo. Una comisión del Senado convocó al se:fi.or Robert Finch, ministro de Sanidad, y al doctor Lee Dubridge, consejero científico del presidente Nixon. No se divulgó nada acerca de sus conversaciones. Acudieron al pueblo numerosos senadores, así como expertos independientes de la Universidad de Arizona. Fueron emitidas dos hipótesis: según la primera, se mezclaron los defoliantes para diluirlos en agua y no en fuel Diesel, como se hace habitualmente. Bajo el sol del desierto de Arizona, el agua se evaporó y, con gran perjuicio para los habitantes, resultó un producto puro. En segundo lugar (y ésta es la hipótesis más probable), a consecuencia de un error cualquiera, los habitantes de Arizona se beneficiaron, si así puede decirse, de los defoliantes militares, más eficaces y más tóxicos que los defoliantes civiles normales. Existe un informe secreto, pero cuya existencia han tenido que confesar los interesados (véase The Observer del 5 de abril
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de 1970), según el cual los defoliantes utilizados podrlan producir mutaciones y hacer que nacieran monstruos. La emoción en los Estados Unidos, después de este asunto y del de los carneros, es enorme. Ya ha llevado al presidente Nixon a renunciar oficialmente al uso de armas biológicas. Pero el asunto no hace más que empezar. Si los espías internacionales saben probablemente muy bien lo que ocurre en Dugway, la opinión pública, por su parte, lo ignora, y le gustaría estar informada. También le gustaría saber lo que ocurre en «Pine Bluff Arsenal», en Arkansas, que ocupa una superficie de siete mil hectáreas y que experimenta con armas químicas, biológicas y antimotines. Puesto que ya estamos metidos en ello, vale la pena hacer que se aprovechen las poblaciones civiles y no reservar las armas únicamente a los enemigos de uniforme. Muy recientemente se proyectó hacer atravesar los Estados Unidos por un tren transportando centenares de toneladas de los más peligrosos gases. La reacción de la opinión pública fue tal, que se tuvo que renunciar a aquel transporte. La opinión pública americana sabe ahora que se le ocultaron muchas cosas concernientes a Dugway y a los establecimientos análogos. Teme que se le oculten cosas todavía más graves. Los ingleses acaban de confesar que, durante experimentos de guerra bacteriológica, en 1944, contaminaron la pequeña isla de Gruinard, al noreste de Escocia. En 1970, aquella isla sigue contaminada. Una comisión que la ha visitado estima que la contaminación.durará todavía cien años, ¡hasta 20701 Se teme muy seriamente, en los Estados Unidos, que los investigadores de Dugway hayan contaminado, por un siglo o dos, regiones considerables del territorio. Y, una vez más, podemos planteamos la pregunta: ¿qué ocurre exactamente en Dugway? Evidentemente, y sobre ello, los espías profesionales están mejor informados que yo. Pero, sin embargo, puede decirse
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cierto n'limero de cosas, y puede sacarse determinado número de conclusiones. Sencillamente, hagamos observar que Dugway y otros centros análogos representan campos abonados para el espionaje, porque un sabio que proporciona informaciones sobre lo que all1 ocurre, puede pensar sinceramente que actúa en favor de la paz. Creo saber que se han producido casos así. Por otra parte, se ha publicado cierto número de estudios hechos con ordenadores sobre los trabajos de Dugway, especialmente en la Annual Review of Microbiology (Palo Alto, California, 1967). Allí se lee el siguiente ejemplo: en caso de ataque bacteriológico contra supuestas tropas chinas que invadieran el Vietnam, se puede estimar que una ofensiva bacteriológica que eliminara a un 75 %, mataría o dejaría inválidos para toda la vida a seiscientos mll vietnamitas civiles. Un militar podría decir que el resultado propuesto valía la pena: de todos modos, es inquietante. Lo que se hace en Dugway consiste, pues, en coger microbios, activarlos de varios modos y utilizar a continuación nubes producidas por vaporizaciones de aerosoles para desencadenar una ofensiva. Un sabio sueco muy eminente, el profesor Carl-Goran Heden, con quien he tenido .el gusto de entrevistarme recientemente en Nueva York con ocasión de una conferencia internacional, ha podido dar a la publicidad los siguientes datos: «Los cálculos teóricos hacen aparecer claramente la posibilidad de una difusión en gran escala, incluso teniendo en cuenta una degradación del orden de 2 % de partículas por minuto. Si, a medianoche, se dispersaran cinco litros por kilómetro de un líquido que contuviera diez millones (107) de partículas en suspensión por litro, a una altitud de 100 metros, a lo largo de una línea de 50 kilómetros, se obtendría -suponiendo un sistema de vaporización razonablemente eficaz,· determinadas condiciones meteorológicas y un viento de 20 kilómetros horauna nube cilíndrica que, en menos de un minuto, empezaría, en la dirección del viento, a hacer notar su acción. Una perso-
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na que respirara un volumen de 10 litros por minuto se hallaría expuesta a alrededor de 150.000 partículas. A las seis de la mafiana, sólo continuarían activas 150 de aquellas partículas. En otros términos, el agente en cuestión no tendría necesidad más que de una dosis infecciosa de 150 partículas para esparcir la enfermedad a 40 kilómetros de distancia. Una persona expuesta a la misma nube, a 120 kilómetros de distancia, a las seis de la mafiana no sería atacada más que por una dosis infecciosa de 1,5 partículas. En aquel momento, la zona cubierta sería de 6.000 kilómetros cuadrados.» Los aparatos productores de aerosoles utilizados en ataques reducidos a pequeñas zonas (Parlamentos, Cuarteles generales, etc.), serían tan pequeños que fácilmente podrían ser disimulados por un saboteador. Le bastaría con estar vacunado, y tendría tiempo suficiente para desaparecer antes que se hicieran sentir los primeros efectos. En el caso de un ataque de F. tularensis, por ejemplo, pasarían de dos a cinco días antes de la aparición de los primeros síntomas (fiebre, dolor de cabeza, malestar, dolor de garganta, dolores en los músculos y en el pecho). El papel de Dugway consiste, pues, en soltar nubes de muerte de esta clase en el interior de su polígono de pruebas. Ni que decir tiene que, como no se pueden controlar rigurosamente los vientos, una bocanada de muerte se escapa de vez en cuando. Los animales y las poblaciones civiles se aprovechan de ello, así como los espías de todas clases al acecho, que tienen que enviar a sus países de origen muestras de aire, de suelo y de agua recogidas a centenares de kilómetros de· Dugway. El testimonio sobre este tema, que voy a citar, parece, de todos modos, sospechoso; de buena gana lo reconozco. Se trata, en efecto, del testimonio de un traidor, actualmente encarcelado. Dado que este personaje no es un traidor ordinario, se puede tener en cuenta lo que dice, pero con un grano de sal. El coronel sueco Stig Wennerstrom traicionó a su país de 1943 a 1963 en favor de los rusos. Como no le era posible
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ascender en el Ejército sueco, que nunca está en gueiTa, los rusos le nombraron -secretamente- general. Si el coronel .Wennerstrom no hubiese sido desenmascarado por el contra· espionaje sueco (después de haber sido probablemente «ven· dido» por un tránsfuga soviético), a esta hora sería mariscal del Ejército soviético, pero no habría podido ponerse las in· signias de su grado más que en el secreto de su habitación, con el cerrojo echado. El coronel, juzgado en 1964, declaró en su proceso que se preparaba en Dugway, en caso de guerra, un ataque biológico contra las cosechas soviéticas. Según él, los campos de trigo de Ucrania serían destruidos por estas armas biológicas, medio de hacer sufrir hambre a la población soviética. Personalmente, considero un crimen de esta clase peor que la guerra bacteriológica: yo mismo he conocido demasiado el hambre. Sin creer en la palabra de Wennerstrom, de todos modos puedo hacer notar que la reputación de Dugway es tan mala que parece difícil rechazar a priori la posibilidad de una guerra bacteriológica contra las cosechas. En todo caso, Wennerstrom consideró la información lo suficientemente en serio como para transmitirla a su jefe de red soviético, y recibió felicitaciones por sus «suministros», de acuerdo con el término usado en materia de espionaje. Según todas las informaciones que se han podido recoger, en Dugway se estudian tanto los venenos como los gases, las drogas y la guerra bacteriológica. No parece que sea difícil el reclutamiento de sabios especia· listas en semejantes estudios. Las apelaciones a la conciencia científica, hechas por escritores científicos como Robin Clarke, no han logrado ningún efecto. Pero es lícito pensar que los científicos que trabajan en Dugway piensen sinceramente que dejarían a su pafs desarmado si rechazasen un trabajo que aceptan los sabios de los demás países. En Dugway, pues, se estudia: -Los venenos vegetales y animales. Recientemente se ha descubierto en el Japón un pez tsn tóxico, que sólo un gramo
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que lo han sido por los americanos para destruir a vietnamitas en escondrijos subterráneos. También se dice que han sido utilizados por los egipcios en el Yemen. Tanto los americanos como los egipcios lo desmienten enérgicamente. Todo lo que se puede decir es que no existe verciadera prueba de estas acusaciones. No se puede excluir a priori el invento de un gas completamente nuevo. No se sabe exactamente por qué tal o cual molécula es tóxica. No parece del todo imposible que se descubran moléculas gaseosas o líquidas mucho más tóxicas que todo lo conocido. Dugway (y todos los centros análogos en el resto del mundo) es, evidentemente, uno de los lugares en que semejante descubrimiento tiene más posibilidades de ser realizado, y por este hecho representa un polo de atracción para los espías científicos. Así, pues, vamos a intentar describir Dugway desde el interior... Nunca he estado en Dugway, pero he visitado suficientes instalaciones de esta clase para poder dar de ella una descripción que no sea completamente imaginaria. Lo primero que os llamaría la atención, si pudieseis entrar en Dugway, sería a la vez un olor especial y un fondo sonoro de gritos de animales. Porque estas instituciones hacen gran consumo de animales. Por otra parte, no hay por qué imaginarse viviseccionarios abyectos, ni la isla del doctor Moreau. Se procura, en la medida de lo posible, ahorrar a aquellos animales sufrimientos inútiles. Esto no impide que los mismos se muestren muy bulliciosos, y se los oye al mismo tiempo que se siente su olor en cuanto se penetra en un centro de investigaciones sobre la guerra bacteriológica. Lo que se observa en seguida es el sistema de insignias. Estas insignias penniten la entrada en tal o cual edificio, pero raras veces en todos: sólo los agentes de seguridad o visitantes distinguidos provistos de la suprema autorización, la clearance Q, pueden penetrar en todas partes. Los demás sólo tienen acceso a uno, dos o, algunas veces, tres edificios, y se observa
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del veneno que podrfa extraerse de él, matarla a dos mfl ho11 bres. Y se conocen venenos vegetales más potentes aún. -Las nuevas drogas biológicas, una sola de las cuales tu, cierta celebridad a consecuencia de las revelaciones de los 1 riodistas: el gas BZ. Este producto, que habría sido experimentado ya en Vietnam, produciría, según el manual técnico TM3-215 del ej cito americano, alucinaciones, vértigos, y algunas veces lleva hasta la demencia. La fórmula exacta del BZ es uno de objetivos principales de los servicios de espionaje científ Desde luego, no se puede afirmar si lo han conseguido ya. A priori, por complejo que sea, el BZ tiene que poder analizado, si se logra obtener muestras. Tampoco queda ex' da la posibilidad de que algunos fabricantes del BZ com quen la fórmula a agentes enemigos, creyendo así servir causa de la paz. En cualquier caso, probablemente se p· deducir la naturaleza del BZ del hecho de que puede ser f cado en gran cantidad y a buen precio. Ciertamente, el E deriva de sustancias ya utilizadas por la industria química fabricar plásticos, barnices o cualquier otro producto de consumo. Partiendo de los catálogos de las grandes socie1 químicas, y determinando la naturaleza de las entregas tuadas a los arsenales en que se fabrica el BZ, debe pe reconstituir con bastante facilidad la fórmula general. -Dugway debe de estudiar igualmente los distintos francamente tóxicos -y no sólo «incapacitantes»- der. de los gases alemanes conseguidos durante la Segunda ( Mundial, pero no utilizados por temor a las represalias: sarín, somán. Parece que estos gases han sido perfeccionados con rioridad, y que su estudio constituye uno de los ot principales de Dugway, y también de las distintas P' que se interesan por aquel centro. No queda complet excluido que dichos gases se empleen efectivamente. 4-3.117
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una verdadera estratificación social seg{tn el color de las insignias. Los verdes pueden penetrar donde los rojos y los amari· llos; los amarillos pueden hacerlo en su propio edificio y en el de los rojos, y los rojos deben quedarse entre ellos. Las cantinas y los locales destinados a habitaciones son distintos. Por otra parte, es preferible no hablar demasiado en la cantina, que los servicios de seguridad han atestado de micrófonos. Todo el mundo ha firmado el compromiso de guardar silencio, pero, con todo, algunos hablan: se publican artículos de periódico, son informados los servicios secretos. Evidentemente, lo que llama sobre todo la atención son las lluvias de muerte que se escapan. En el interior, ¿qué se ve? Laboratorios de investigación nada espectaculares. No se ven enormes máquinas, ni ordenadores, no se ve nada que se parezca a los laboratorios de cienciaficción y del cine. Y esta simple ausencia corresponde a una espantosa verdad: medios extraordinariamente sencillos y gastos extremadamente reducidos permiten fabricar las terribles armas de la guerra bacteriológica y de la guerra química. Y una vez puesta a punto un arma, es fácil reproducirla en grandes cantidades, a menudo en fábricas totalmente automáticas. ¿Por qué se define la puesta a punto de un arma? Por la determinación del coeficiente LD: LD quiere decir lethal dosis: dosis mortal. Esta dosis mortal está determinada, claro es. sobre los animales; pero un fácil cálculo permite extrapolar sobre el hombre. He aquí, a título de ejemplo, según una publicación reciente de Marcel Fetizon y Michel Magat, la determinación de una dosis mortal: se trata de 'Un gas llamado sarín. «La dosis mortal del sarín es unas treinta veces inferior a la del fosgeno, considerado como el más eficaz de todos los gases mortales antes de la guerra de 1939-1945. Lo que significa que la dosis mortal es de 0,01 mg por kilo humano: es decir, alrededor de 0,7 mg para un adulto y de 0,1 a 0,3 mg para un
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nifio. La dosis para un adulto puede ser absorbida en pocos minutos si la concentración de sarín es de 0,1 a 0,3 mg por litro de aire (si la concentración alcanza de 2 a 4 mg por litro, la dosis mortal puede ser absorbida en una sola inspiración). Sobre esta base es fácil ·apreciar que, para obtener una con· centración mortal en la atmósfera de una ciudad de las dimen· siones de París a una altura de 15 metros, sería necesario verter algo así como 250 tm de sarín, lo cual no es, en ningún modo, enorme, si consideramos que las reservas alemanas de sarín, en 1945, eran de 7.200 tm, y que 250 tm pueden ser transportadas hoy por veinte o veinticinco bombarderos. En los años 80 será necesario sin duda, aproximadamente, el mismo número de misiles.» En el Pentágono, como en Dugway, ·existen terribles expedientes lD con, verosímilmente, mortalidades todavía superiores a las del ejemplo que acabamos de dar. Es probable que algunos espías se empeñen, con más o menos éxito, en conocer estos expedientes, a fin de poder transmitir en seguida la descripción general de un arma química o bacteriológica y de su LD -descripción que comporta la naturaleza del microbio utilizado, la fórmula del gas y la forma en que se prevé su empleo--. Esta forma es casi siempre la misma: un aerosol, donde el producto activo está disuelto en un líquido fácilmente transformable en gotitas. Entre los proyectos, los hay que no corresponden a un .arma de destrucción masiva. Tal. es el caso, por ejemplo, del proyecto «Sanguijuela», del que se ha hablado mucho. Este proyecto consiste en encontrar un producto que rechace las sanguijuelas, que tienen tendencia a atacar a los soldados americanos que combaten en la selva del Vietnam. El carácter benefactor de este proyecto y la considerable publicidad que se ha hecho a su alrededor, no han podido, sin embargo, contrarrestar la mala reputación de Dugway. También existe, entre los proyectos Dugway de que se ha
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hablado, el denominado MAO, sin relación, a pesar de su nombre, con el dirigente chino: MAO quiere decir monoaminoo:xidasa. Es un producto que cataliza las reacciones del cerebro humano. Actuando en el sentido positivo o negativo, activando o reduciendo la acción de los MAO, se puede controlar el espíritu humano. Las distintas psicodrogas actúan sobre MAO, y la guerra de las alucinaciones, de la que se habla mucho a propósito de la guerra psicológica, consistente en reducir la acción de los MAO hasta que el cerebro acepte como reales alucinaciones producidas por muy pequeños osciladores parásitos. Teóricamente se ha considerado, y se puede entrever, una guerra en la cual se sature la atmósfera del blanco apuntado mediante drogas que neutralicen MAO. Como resultado de este hecho, las víctimas no podrían controlar sus actos. Perspectiva evidentemente inteteresante si se trata de paralizar a un Estado Mayor, pero mucho más peligrosa, me parece, cuando se trata de atacar un silo que contenga cohetes que lleven cabezas termonucleares. El personal de aquel silo puede creer que se ha desencadenado la guerra mundial y ejecutar las órdenes previstas para el caso. Como quiera que ya está almacenado en los silos conocidos por las grandes potencias el equivalente de 100 tone· ladas de T.N.T. por habitante del planeta, lo menos que puede decirse es que el juego parece peligroso. Se puede esperar que no sea jamás intentada una locura de esta clase. Entretanto, ha sido publicada una de estas dos drogas neutralizantes MAO: es el glicolato de I-etil-3-piperidilciclopentilfenil. Lo que define una droga de esta clase no es ya el LD, sino la concentración que hace perder la razón a la víctima. Esta dosis, calcu· lada para un adulto, puede, por otra parte, matar a un niño de. tierna edad o a una mujer encinta. Es preferible, pues, no hablar, a propósito de esto, de «guerra humana» o de «armas pacificadoras». Es como burlarse de la gente, a menos que aquellas armas se utilicen únicamente contra navíos de guerra
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o fortificaciones, de lo cual no tenemos ningún género de garantía. El profesor Carl-Goren Heden dice al respecto: «Lo que ha de determinar nuestra actitud es que estas armas, como todas las de destrucción masiva, no serán nunca selectivas como para preservar a los individuos que no sean responsables de la situación que las engendró. Mientras, los campeones del juego de la guerra que ponen en la balanza el coste de los misiles antibalísticos y un nÚiilero aceptable de millones de muertos, se aventurarían mucho si contasen con la deportividad de sus adversarios en lo que concierne a las armas biológicas.» No es posible que los investigadores de Dugway ignoren ·esta situación. Intentemos, pues, en la medida de lo posible, determinar sus motivaciones. · En primer término, el dinero. El dinero se presenta, por una parte, en forma de salario y, por otra, en forma de fondos para la investigación. En lo que concierne a los salarios puede citarse la cifra oficial de 35.000 dólares por año contra 11.000 para un profesor de Universidad. El dólar, recordémoslo, vale actualmente 61 pesetas, lo que arroja una diferencia de, aproximadamente, 1.600.000 pesetas. Lo que no es nada. despreciable. En lo que concierne a los créditos de investigación, mil millones de dólares, o sea, 61.000 millones de pesetas por afio, gastan los Estados .Unidos en «créditos negros», acerca de los cuales no hay que rendir cuentas. Cuando se sabe el número de papeles que hay que llenar en una Universidad para poder obtener un pH metro 1 de 5.000 francos (como ocurre en Francia), se comprende que haya quien se deje seducir. A estas ventajas se añ.ade la tentación universitaria. Un problema relacionado con la guerra del Vietnam puede llevar, en los Estados Unidos y en 1970, a un doctorado en ciencias 1. Aparato de medida de la acidez o la alca1inidad de un ambiente (pH es la abreviatura de potencial hidrógeno).
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a una velocidad extraordinaria y sin grandes dificultades. Y no sólo se puede escribir una tesis de doctorado, sino que tam· bién es fácil en extremo, una vez penetrado en el circuito de Dugway, obtener un contrato ( grant) de considerable cuantía. Un manual sobre la obtención de este contrato, redactado por un tal Harold Wooster, prueba que con un poco de imagi· nación se llega fácilmente a sacar quinientos mil dólares para investigaciones que parecen interesantes a los militares. Por lo general subsisten, después de una investigación de esta clase, bastantes subproductos publicables para conseguir, al cabo de unos años en Dugway, una carrera universitaria muy brillante. ¿Y los inconvenientes? No los hay. Los peligros de acci· dentes son muy reducidos; la opinión pública no está al corriente. La opinión científica sabe, claro está, que el profesor X hizo su tesis en Dugway. Pero también sabe que si ataca al profesor X, se arriesga uno, poco después, a verse acusado de falta de lealtad, y eliminado del circuito universitario. Y ello hasta tal punto que imaginarse que la presión de la opinión científica impedirá al profesor X estudiar la difusión de los microbios letales sobre una población civil, es dar muestras de una ingenuidad sorprendente..• El alemán medio conocía la existencia de los campos de concentración, pero ello no le impedía dormir. El sabio medio conoce la existencia de Dugway, pero tampoco esto le quita el sueño. El presidente Nixon se ha visto obligado por el hombre de la calle, por el telespectador, a renunciar a la guerra bacteriológica. El sabio medio parece encontrar absolutamente natural tra· bajar con colegas que han fabricado sistemáticamente instrumentos de muerte. No hace mucho se ha revelado que pueden otorgarse -por un primer período de un año- treinta mil dólares para terminar estudios en Princeton a quien quiera participar en la preparación de la guerra bacteriológica. Seme-
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jante consideración no deja de ejercer sus efectos sobre la mayoría de los estudiantes. Que aparezcan entre los trabaja· dores algunos escrúpulos morales es indiscutible. También es indiscutible que espías extranjeros utilizan estos escrúpulo41 para obtener informaciones, presentándose como enviados de sabios pacifistas. Esto no impide, sin embargo, que estos sabios, en su gran mayoría trabajen ostentando insignias, que quemen el contenido de sus papeleras y que no descuiden de cerrar con llave sus armarios. Las advertencias del «grupo Pugwash» no cuentan para ellos. Probablemente se consuelan diciendo que en Alemania Occidental, o en la U.R.S.S., también se efectúan trabajos de esta clase. Personalmente he oído esta ciase de argumento: «Recurro a la tortura, pero también lo hace el adversario.» El hecho de que en el Vietnam mueran niíios porque unos productos fabricados en Dugway han destruido los arrozales (un kilo arruina doscientos metros cuadrados de arrozal), no parece haber escandalizado a nadie. Más que vendarse los ojos, es mejor comprobar que Dugway existe. Es preciso, claro está, loar la decisión del presidente Nixon: puede ser limitada, pero ningún país ha hecho tanto. Tal decisión no implicó el cierre de Dugway. Incluso aquel establecimiento ha desarrollado sus tentáculos y creado satélites. He aquí la lista de los establecimientos universitarios que colaboran con Dugway: Duke University Medica! Center, Stanford University, Brooklyn College, New York Botanical Gardens, el Midwest Research Institute, el Southem Research lnstitute, la University of Maryland, el Illinois Institute of Technology, el Hahnemann Medical College, la University of Chicago, el Massachusetts lnstitute of Technology, la George Washington University y la University of Utah. Inútil decir que estos establecimientos, asf como sus relaciones entre ellos y con Dugway, ofrecen estupendos blancos
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a los espfas científicos. Dugway no desempefia sólo un papel de laboratorio y de polígono de pruebas. El gran centro sirve también de fábrica piloto, que pone a punto instalaciones reproducidas en seguida en otros lugares más secretos todavía. En particular, instalaciones para la crfa continuada de microbios. Parece que actual· mente es posible criar en fábrica de modo continuo, y no a pequeños paquetes como se hace en laboratorios, basta un kilo de microbios por veinticuatro ·horas. El presiden~ Nixon ha anunciado la suspensión de semejantes fabricaciones: ningún otro país ha seguido este generoso rasgo. Se ignora si fueron destruidos los stock.s ya fabricados. Dugway fabrica igualmente bombas que contienen microbios o virus que pueden ser transportados por cohetes cSergant» de 800 kilos de carga útil, a una distancia de 130 kilómetros. Al llegar, el cohete pone en libertad a 264 pequeños cohetes, que dispersan microbios o virus alrededor del punto de impacto. También por este lado, la producción ha sido suspendida oficialmente, y ya no se llevan a cabo, según se nos informa, más que investigaciones defensivas. Estas investigaciones revisten tres aspectos: 1.0 La fabricación de vacunas, ya establecidas contra los microbios o los virus. El objeto de estas vacunas es inmunizar a los militares. Los civiles pueden morir, sin que ello moleste a nadie. · 2.0 La fabricación de máscaras y de escafandras protectoras contra los microbios y los virus. Suecia ha conseguido máscaras que parecen perfectas, y en otros países, especial mente los Estados Unidos, en Dugway, intentan reproducirlas. 3.0 La fabricación de detectores que revelan la presencia de los microbios o de los nuevos virus en el aire o en el agua. Fascinante campo, pero que ha dejado ya de interesar al espionaje, porque los planos de esos detectores han sido profusamente publicados. La razón de esta publicación es muy
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sencilla: esos mismos detectores van a ser enviados a otros planetas para saber si allí hay vida. En principio, contienen sustancias que se convierten en luminosas en presencia de la materia viva. La señal luminosa se convierte en seguida en señal. eléctrica y es enviada por un emisor cuyo alcance puede ser muy grande. Se proyecta también detectar la vida en Marte, así como, por encima de un desierto del océano, nubes cargadas de microbios o de virus. Estas investigaciones defensivas son el pretexto oficial invocado para conservar Dugway. No es más que un pretexto. En realidad, sólo un desarme biológico completo y general podría llevar al cierre de Dugway. El con· trol de semejante desarme conducirla probablemente a la organización de un servicio de espionaje internacional que dependería de la O.N.U.: volveremos sobre ello en el último capítulo. Finalmente, también se estudian en Dugway armas que me parecen particularmente· indignantes: armas inmunológicas. Se trata de sustancias que no son ni virus ni microbios, pero que suprimen nuestra inmunidad natural contra la mayor parte de las enfermedades. Nuestro cuerpo encierra gran cantidad de microbios que no pueden perjudicarlo a causa de esta protección natural de que se beneficia. Si se suprime esta inmunidad, un país puede ser rápidamente destruido. Por penoso que sea, es preciso reconocer que están en estudio armas de esta clase. El gran escritor inglés Nigel Balchin, en su hermoso libro A sort of Traitors, denunció los medios que se emplean para obligar a los sabios a trabajar en las armas inmunológicas. Su libro es una novela, pero basada en hechos reales, y que no ha sido desmentida. Y para que no se me acuse de apoyarme con demasiada frecuencia en novelas y otras obras de imaginación, voy a citar ahora una declaración hecha al periódico Le Monde, del 25 de octubre de 1968, por Louis de Villefosse, subjefe de Estado Mayor de los F.F.L. (1941-1942), representante francés en la comisión aliada en Italia (1946-
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1947) y miembro del Comité de Acción Científica de la Defensa Nacional: «¿Y por qué no preparar un arma todavía más definitiva, más atroz, como de veinte años acá vienen haciéndolo los laboratorios americanos o rusos? Me he enterado de todos esos aspectos odiosos de una futura guerra científica: fue una de las razones que me hicieron abandonar la profesión de las armas antes de participar en la campaña propugnada desde Estocolmo. A. todo lo largo y lo ancho del mundo son innumerables las personas a quienes rebela la idea del genocidio ... » Ya he hecho notar que es preciso no exagerar el alcance de estas rebeliones morales. No por ello existen menos. Independientemente del armamento biológico, Dugway y otros centros experimentan y fabrican armamento químico: tóxicos, incapacitantes, «pacificantes». La distinción hecha entre estas armas depende, claro está, de algo puramente arbitrario. Un producto que a un adulto sano puede, simplemente, impedirle mantenerse en pie o hacerlo llorar o vomitar, es lo suficientemente letal para matar a un niño, a un enfermo o a una mujer encinta. Nunca se insistirá bastante sobre esto. Dugway es un centro piloto en esta clase de manipulaciones. Fábricas inmensas, buscadas por todos los servicios secretos, fabrican cantidades importantes de distintas armas químicas y psicoquímicas. Ya en 1959, un sabio ruso, el profesor M. Dubinin, declaraba en una reunión del «grupo Pugwash» que, en aquella época, se producían cada · año, en el mundo 600.000 toneladas de armas químicas ofensivas. Cantidad más que suficiente para destruir varias veces. toda la población del Globo, Los tóxicos, que son líquidos mejor .que gases, ahora son fabricados en gran cantidad en el mundo entero, y, entre otros países, en los Estados Unidos. Cinco mil sabios americanos conscientes de la situación se dirigieron, el 14 de febrero de 1967, al presidente de los Estados Unidos. Esta carta merece ser reproducida íntegramente:
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Qu.erldo seflor presidente de los Estados Unidos. Los sabios americanos cuyos nombres van al pie de esta carta, desean advertirle de las graves consecuencias que podría acarrear cualquier debilitación de las restricciones y de las prohibiciones concernientes al uso de las artes químicas y bacteriológicas (e y B). Las armas e y B son lo suficientemente potentes como para inftigir -muy particularmente a los civiles- devastaciones y la muerte a una escala totalmente imprevisible. Estas armas pueden llegar a ser más baratas y más fáciles de producir que las armas nucleares, colocando as1 un verdadero poder de destrucción en manos de las naciones que actualmente no disponen de ellas. Estas armas, igualmente pueden ser utilizadas por jefes de Estado desesperados, irresponsables o desprovistos de escrúpulos. Es preciso, pues, no dejar que se hundan las barreras por cuyo medio se ~ intentado limitar la utilización de tales armas. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos mantuvieron una doctr.ina clara y bien definida, segt1n la cual nuestra nación no pensarla utilizar --la primera- las armas e y B. Parece que esta posición sea menos clara ·en el curso de estos llltimos afios. A partir del fin del llltimo decenio, 1950-1960, el presupuesto de la Defensa Nacional previsto para las armas e y B ha sido aumentado en varias veces el 100 %, y ello sin que haya habido reafirmación categórica de nuestra fidelidad al compromiso contraído en 1939-1945. Más recientemente, los Estados Unidos han empezado a utilizar en Vietnam (en gran escala) armas anticosechas y antiveg&o tación. Consideramos que esta iniciativa créa un precedente cuyos peligros a largo plazo sobrepasan con mucho las ventajas militares a corto plazo. El empleo de un arma cualquiera B o C debilita las barreras que nos protegen contra estas mismas armas. Si se trata de una guerra quínrlca o bacteriológica, no creemos que sea posible hacer una distinción válida y duradera entre las ar_mas llamadas incapacitantes y las armas mortales. La gran variedad de los agentes posibles da un espectro continuo que empieza, es verdad, con armas semipeligrosas, pero que conduce también, y sobre todo, a armas en gran manera mortales. Si las ilimitaciones usuales para un tipo de arma e o B dejan de ser respetadas, será necesariamente estimulado el empleo de otras armas e y B. Por·· ello, sefior presidente, insistimos respetuosamente para que la Casa Blanca encargue a un comité de estudios definir muy
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exactamente la posición de los Estados Unidos en cuanto al uso de las armas e y B, y a la posibilidad de controlarlas. Esto a fin de mantener, e incluso reforzar, las distintas reglamentaciones que limitan, en el mundo, la utilización de las armas e y B. Insistimos igualmente en que la Casa Blanca ordene la 81& pensión de la utilización de las armas químicas en el Vietnam y que manifieste, en fin, de modo categórico, la intención de los Estados Unidos de renunciar a ser el primero en utilizar las armas químicas y bacteriológicas.
Esta carta fue escrita antes de que gases escapados de Dugway mataran a ocho mil carneros. Pone en evidencia la amenaza que representa Dugway y las instalaciones similares, amenaza no teórica o imaginaria, sino terriblemente real. Las posibilidades de la Biología, poco conocidas, son prácticamente ilimitadas. Muy recientemente, el profesor Salvador Luria, premio Nobel, célebre biólogo que trabaja en el Instituto de Tecnología · de Massachusetts, lanzaba un grito de alarma. Citaba experimentos efectuados con moscas, que pueden ser infectadas por un virus que las hace sensibles al gas carbónico. Normalmente, este gas, presente en el aire y producido por la respiración y la combustión, no es tóxico para esta clase de moscas. En presencia del virus en cuestión se convierte en tóxico. Y el profesor Luria se pregunta: «¿Qué puede ocurrir si alguien expande una sustancia de esta clase y convierte la población mundial -excepto un pequeño ·grupo de cómplices- en sensible a alguna sustancia común de la que no dará a conocer el antídoto sino a condición de ser aceptado como amo del mundo?» El profesor Luria precisaba, a lo largo de sus declaraciones, que no hacía cienciaficción, sino que discutía una posibilidad real. Otros especialistas llegan a decir que la guerra no será declarada y que tampoco será inmediatamente visible. Deseen· derán la cantidad y la calidad de las cosechas, se propagarán epidemias, algunas personas se convertirán en irritables sin
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comprender por qué, y todos estos hechos dimanarán de un ataque biológico no declarado oficialmente. El célebre escritor científico y comentador inglés de Televisión G. Rattray Taylor, escribía, en 1969, a propósito de la guerra invisible: «Creo que, tal vez, está ya en curso.»1 Otros eminentes expertos citan también como hipótesis de guerra invisible la alteración a distancia, mediante un virus, de los genes de una población, reduciendo así los nacimientos hasta un derrumbamiento que, aunque no se produjera más que al cabo de algunas decenas de años, no sería menos ineluctable. Se ha propuesto como denominación de semejante procedimiento, el de -horrible- «guerra genética». Se comprende, pues, que los servicios de espionaje se interesen por el contenido de la cartera ·y de los laboratorios de los sabios. Es natural que escojan, a partir de ahora, blancos científicos. D1,1gway representa un muy buen tipo de este blanco. Blanco.fácil, porque es sabido que Dugway existe, y dónde está situado el centro. Veremos luego blancos más difíciles de alcanzar. Pero este ejemplo demuestra cómo procedería un servicio de informaciones imaginario perteneciente a un país amigo o enemigo de los Estados Unidos (aunque no haya amigos en materia de espionaje) para obtener informaciones sobre Dugway y los preparativos americanos de la guerra química y bacteriológica. Nuestro imagi,nario servicio de informaciones empezará por hacer open intelligence, es decir, por reunir, acerca de Dugway y sus satélites, el máximo de informaciones publicadas en fuentes serias. Así es como ha procedido el autor para las exigencias de este libro. El nombre y la calidad de estas informaciones son bastante sorprendentes. Epsten decenas de volúmenes, centenares de publicaciones. Los americanos, incluso han dado al público 1. Th8 biological time bomb, Londres, p. 184.
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filmes realizados en Dugway y que concernían especialmente al gas alucinógeno BZ. En uno de estos filmes se ve, por ejemplo, a un centinela tratado con el BZ, que pide la consigna a un visitante. :nste la da, pero la consigna en cuestión no dice ya nada al soldado. Con el aire inquieto, el militar de guardia se esfuerza visiblemente para acordarse, o, al menos, para comprender la situación. En vano. Acaba entonces por sentarse lentamente y cogerse la cabeza entre las manos. El visitante no tiene más que desarmar o asesinar al soldado para entrar en la dependencia militar, colocar una bomba y volver a salir con toda tranquilidad. Claro que si el BZ actuara siempre as:t, podría admitirse que a partir de ahora constituye un arma absoluta y, en suma, menos terrorífica que otras. Desgraciadamente, igual que el LSD, el BZ no produce los mismos efectos sobre todas las personas. Según los documentos y los filmes no secretos de los que hemos tenido noticias, parece que una misma dosis de BZ puede ocasionar, según los sujetos, reac· ciones distintas: fatiga ñsica, fatiga mental, vértigos, amnesias, alucinaciones, furia incontenible. A partir de estos artículos, de estos libros, de estos filmes, es posible formarse una idea general bastante aproximada de lo que ocurre en Dugway. La segunda operación de nuestro servicio secreto imaginario consistiría en buscar, estudiando las industrias químicas y petroquímicas americanas, cuáles son las sustancias o los residuos industriales lo suficientemente abundantes y baratos para ser utilizados como materia prima con vistas a la producción de gases de combate, «pacificantes» o incapacitantes, fabricados experimentalmente por Dugway. Se comprende que, si se quiere producir un cuerpo a la cadencia de miles de toneladas por año, es preciso extraerlo a partir de una molécula que ya existe en el comercio en cantidad abundante. De otro modo, no quedar:ta más que crear una industria extremadamente costosa y fácil de descubrir. Todos los gases de combate de la Segunda Guerra Mundial eran productos copiosamente utilizados por la
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industria qufmlca, o derivaban de ella. Ocurrirá lo mismo con los gases o los aerosoles de la tercera guerra mundial. Al mismo tiempo, nuestro estudio se basaría en los crédi· tos asignados a estas fabricaciones. Créditos que fueron notoriamente aumentados por el presidente Kennedy. El aumento era del 20 por 100, y correspondía a 56.000.000 de dólares. Suma modesta en relación con la totalidad de los créditos militares, mas por este precio se pueden fabricar considerables cantida· des de un gas simple. En 1962, el Secretario de Guerra, MacNamara (actualmente director del Banco Mundial en Washington), aumentó aún más los créditos, insistiendo en el hecho de que se trataba de gases «no mortales». Los que cono-cieron íntimamente al presidente Kennedy, dicen que se interesó directamente en las posibilidades de empleo de gases en lugar de bombas atómicas. Consultando la literatura, nuestro servicio imaginario encontraría, en el verano de 1964, despachos y discusiones parlamentarias concernientes a una fábrica de Newport, en Indiana. Aquella fábrica habría fabricado un gas cuyas vícti· mas quedarían instantáneamente estranguladas por dilatadón de los músculos. La fábrica fue objeto de numerosos artículos sensacionalistas con fotografías. Nuestro imaginario servicio de informaciones se apresuraría, en 1970, a fotografiar New· port, en Indiana, con ayuda de satélites, para ver si aquella fábrica funcionaba y para intentar localizar otras fábricas. A consecuencia del escándalo de Newport, se estableció censura sobre las informaciones relativas a la guerra química en los Estados Unidos, hasta las declaraciones del presidente Nixon, en 1969. Todo lo que se sabe es que los créditos alcanzaron la suma de 200.000.000 de dólares al año. Se ignora si este total comprende igualmente la fabricación en serie de gases y de máscaras, para lo cual sería poca cosa, o si se trata simplemente de créditos de investigación, en cuyo caso es importante. Para la pequefia historia, sefialemos que la única publicación que he
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podido encontrar después del establecimiento de la censura, es un estudio demostrativo de que el sapo se revela perfecta· mente inmunizado frente a los peores gases contra los nervios. Sería interesante descubrir por qué, y hacer, acaso, suero de sapo para proteger a las poblaciones. En el Vietnam y en Parfs se han empleado versiones para el uso civil, si puedo llamarlo así, de distintos gases «pacificantes». Ha habido muertos, pero se ha explicado que habían sucum· bido asfixiados, sencillamente porque, caídos al suelo después de haber sido golpeados, se encontraron en una zona en que el gas, más ligero, había desplazado el aire. La cosa no me parece demasiado plausible. Personalmente, en lo que concierne a París, fui a husmear los gases, lo que .me costó un impermeable destruido por una granada de fósforo que recibí en la espalda. No experimenté más que los efectos de los lacrimógenos com· pletamente clásicos; sin duda no estaba en la región en que se utilizaban los BZ. Para volver a nuestro imaginario servicio de información, se ocuparía a continuación de los sabios que trabajaran en Dugway. Sería muy fácil establecer una lista de ellos y, en una segunda etapa completamente infantil, procurarse sus publica· clones, lo que daría una idea general de su trabajo. Así, si se descubre, en Dugway o en uno de los satélites de Dugway, un especialista en sapos, es fácil apostar que estudia su inmunidad para los gases. Cuando los alemanes, en 1934, emprendieron estudios a fondo sobre gases contra los nervios, buscaron por toda Europa especialistas en corazón de caracol, órgano que reacciona muy especialmente ante rastros de este gas. Dicho estudio sobre las publicaciones científicas de Dugway, probablemente sería realizado con ayuda de ordenadores y tal vez permitiría hacerse una idea general de las grandes líneas de las investigaciones en Dugway. Más allá del aspecto «investigador» de los trabajadores de Dugway, nuestro servicio de informaciones se interesaría por 5-8.117
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el aspecto «ser humano». Como en toda acción de espionaje, se buscarían los puntos débiles, lo cual permitiría obligar a algu· nos de aquellos hombres y de aquellas mujeres a dar informaciones sobre su trabajo. Como he dicho ya en el curso de este capítulo, la palanca «idealismo» sería ampliamente utilizada, y muchos científicos creerían dar informaciones al «grupo Pugwash», mientras que en realidad se trataría de un servicio · de informaciones militares de un país que no serían los Estados Unidos. Finalmente, y en último extremo, el servicio en cuestión intentaría provocar una defección, de modo que, eventualmen· te, podría mostrar, en la Televisión de su país, un sabio de Dugway arrepentido denunciando enérgicamente los horrores que allí ocurren. Recientemente lo consiguieron los alemanes del' Este en el laboratorio secreto que fabrica gases en Alema· nia Occidental. Un sabio cambió de campo, e hizo declaraciones terroríficas a los periódicos y a la Televisión de Alemania del Este sobre lo que allí se estaba preparando. Parece que se trata, en este caso, de una sucursal de Dugway, por otra parte completamente ilegal. Que yo sepa, no se ha registrado todavía ninguna defección en Dugway; si se produce una, será uno de los grandes triunfos del espionaje científico.
CA.PtruLo III
EL ESP1A DEL .A:&O 2000 Después de haber revelado y descrito un blanco americano del espionaje' científico, vamos a hacer ver, en este capítulo, un servicio americano de información científica. Este servicio lleva· el nombre de «Bureau Buck Rogers». Buck Rogers es el héroe de dos novelas y de gran número de películas de dibujos americanas de cienciaficción. Los americanos han dado en efe. signar a todo lo que es futurista con las palabras: cHa salido de Buck Rogers.» Uno de los miembros de la oficina «Buck Rogers», que está situado en el Pentágono, ha concedido algunas entrevistas a la Prensa. Se trata del doctor Albert Parry, que pasa su tiempo leyendo cienciaficción rusa. Esta ocupación no es tan absurda como pueda parecer, porque la mayor parte de las armas nuevas, desde el rayo de la muerte hasta la bomba atómica, han sido descritas en los libros de cienciaficción. Examinando este género de literatura de un país, se puede vislumbrar el esquema de las armas que prepara. Si los alemanes y los japoneses hubiesen examinado atentamente la cienciaficción
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americana de los afios 1940-1945, a buen seguro que hubiesen tenido materia para deducir la existencia de la bomba atómica. Claro está que no toda la oficina «Buck Rogers» se limita a ocuparse en cienciaficción: lee las revistas avanzadas de vulw garización; envía agentes a participar en congresos científicos para oír lo que se dice en los pasillos; interroga a los tránsfugas; acumula las informaciones relativas a fenómenos extra· ñ.os que se producen en otros países y de las que se puedan obtener informaciones sobre armas en curso de preparación, y ejerce muchas otras actividades, que veremos en el curso de este capítulo. El objetivo del espionaje del afio 2000 radica en hacerse una idea, por vaga que sea, acerca de todo lo que va a ocurrir en el futuro de la investigación científica militar. La oficina «Buck Rogers» no prepara la guerra mundial nú· mero 3, ni tampoco ninguna guerra mundial con el núlnero que sea: intenta advertir al Gobierno americano y a las instituciones del mismo país sobre acontecimientos que acaso no se produzcan antes del año 2000, pero que cambiarán enton· ces todo el equilibrio de fuerzas. Colecciona informaciones pa· recidas a las que constituyen lo esencial del primer capítulo de este libro. Intenta evitar para América otro Hirosbima. ¿Cómo procede? Ante· todo1 por open intelligence, o sea, reuniendo material bruto de muy distintas procedencias. En primer lugar, las patentes de invención, de las que se puede deducir mucho, porque, tanto en la U.R.S.S. como en otros países, un inventor intenta protegerse mediante una patente. Luego, las publica· ciones científicas, incluso si no parecen presentar relación alguna con una aplicación próxima o lejana con el arte militar. Así fue como se vieron aparecer agentes de la oficina «Buck Rogers» bastante mal disfrazados de científicos en el C.E.R.N. de Ginebra, organización internacional especializada en la in· vestigación sobre las partículas de muy alta energía, y que está abierta de par en par a los investigadores del mundo en·
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tero, sin ningón terreno reservado. Nadie en el C.E.R.N. comprendió lo que querían aquellos agentes americanos, tanto más cuanto que América recibe todas las publicaciones del C.E.R.N. ¿Acaso deseaban, simplemente, pasear un poco por Europa? ¿Intentaban tal vez reclutar personal para las instituciones de investigación de los Estados Unidos? ¿O acaso teman informaciones que el mismo C.E.R.N. no posee sobre posibilidades de lejanas aplicaciones militares de determinadas investigaciones relativas a las últimas partículas de la materia? Quizá, sencillamente, habían conseguido un contrato para estudiar las posibilidades militares del C.E.R.N. Después de todo, !a R.A.N.D. sf obtuvo un contrato para el estudio de la distribución de las galaxias en el espacio, de lo que, en verdad, no se deriva ninguna aplicación de orden militar. Es preciso llegar a la conclusión de que se ha acordado no descuidar nada, comprendido el C.E.R.N. Las fuentes más ricas de informaciones militares, o parami· litares, están constituidas por revistas de vulgarización cientf· fica. Muchas de estas revistas están dirigidas por periodistas de espíritu abierto y orientado hacia el futuro. Particularm~ te en el caso de la Unión Soviética, de Alemania del Este y dé Rumania. El examen detallado de semejantes revistas permite ~etectar investigaciones que, por el momento, pueden parecer fantásticas, pero que, como consecuencia, podrían desembocar en aplicaciones militares. Asf, el doctor Albert Parry y sus colegas abren expedientes, y el espionaje exterior americano intenta completarlos mediante el envío de agentes a los lugares señalados. En fin, como vemos, no se menosprecia la cien~ ficción. Afiadamos a esto el examen de las informaciones procedentes de la observación electrónica de los demás países. Las explosiones atómicas, la creación de nuevas torres eml· soras, las señales producidas por la puesta en funcionamiento de máquinas eléctricas, permiten precisar informaciones y de-
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termiDar el lugar y la envergadura de los proyectos en marcha. Bn casos particulares, se llega incluso a proponer que determinado proyecto, considerado como demasiado fantástico en su pa1s de origen, tiene que ser vuelto a considerar y desarrollado en los mismos Estados Unidos. Por otra parte, y en prin· cipio, todo es demasiado fantástico. Las armas del año 2000 pueden revelarse extraordinariamente distintas de las nuestras•.Por otra parte, es preciso, sin embargo, desconfiar: el adversario puede propalar informaciones completamente falsas para desviar la atención de sus verdaderos proyectos. El único medio de verificación que existe hasta el presente es el sistema 466 L Este sistema americano utiliza estaciones de detección -en Filipinas, Turquía y Japón- de aviones sin piloto del tipo A 11 y de satélites espías. El resultado es que toda nueva fuente de energía, toda nueva fábrica, toda nueva base de lanzamiento queda automáticamente localizada, incluso si está profundamente enteiTada. El presupuesto del proyecto 466 L es fabuloso. Sólo los satélites espías han costado, hasta el presente, dos mil millones. de dólares. Se ignora el número de. satélites 1 espías, pero se sabe que de 1.940 satélites localizados, 971 han ~do declarados en la Academia Internacional de Astronáutica: ~ diferencia, ·o sea, 969, son s.atélites espías, en su mayor parte americanos, pero también seguramente soviéticos. De modo que se puede imaginar como muy probable el siguiente proceso: Un artículo de vulgarización advierte a la oficina «Buck Rogers» de la posible existencia en el futuro de una ·nueva arma en la U.R.S.S. Se abre un expediente. Un tránsfuga declara que en determinado lugar del Asia central se está construyendo esta ~. Satélites y aviones comprueban que, en efecto, en aquel lugar reina considerable actividad: han sido instaladas líneas de alta tensión; se alzan nuevas estructuras; el 1. Véase, sobre este tema, Bt espla qus viene del cielo, por Robert
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territorio está protegido por radares; han sido disparados cohetes contra los aviones espías. Entonces son enviados agentes sobre el terreno para informar un poco mejor. Estos agentes representan el tipo más avanzado del espía, porque no sólo pueden hacerse pasar por soviéticos, sino que también poseen conocimientos científicos (adquiridos o reforzados antes de la misión) que les permitirán, si consiguen aproximarse a la instalación y penetrar en ella, obtener informaciones bastante exactas sobre lo que allí ocurre. En fin, han seguido cursos de sabotaje que les permitirán, si vuelven, establecer un .proyecto detallado de sabotaje de la instalación localizada. Nada es demasiado fantástico como para que no pueda constituir el punto de partida de un expediente. Si se dice a los americanos que el astrónomo soviético N. A. Kozyrev ha conseguido poner a punto una máquina para producir energía. ~ partir del flujo del tiempo (esta máquina existe, yo no lo he inventado, pero se halla en el primer estadio de. laboratorio), abren un expediente. Si se dice a los americanos que el profesor Popov ha recibido señales inteligentes que proceden de los extraterrestres (ahora invento), abren un expediente. Si se dice a los americanos que ha sido capturado en la U.R.S.S. un platillo volante (personalmente, y a priori, pensaré que se trata de un delirio), abren un expediente. Todo ello, claro está, está orientado únicamente hacia las posibilidades militares. Los rusos lo saben, y manifiestan determinada. ironía. Un artículo soviético relataba recientemente una visita imaginaria de un agente de la oficina «Buck Rogers» a un centro de investigación soviético dedicado a acumuladores muy ligeros. El visitante americano sopesa un objeto de la dimensión de un encendedor. Se le informa de la cantidad de megajulios que contiene. El americano exclama: «¡Pero esto bastaría para destruir un inmueble de diez pisos!» Y el soviético replica: «¿Para qué quiere usted destruir un inmueble de diez pisos?Jt
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Esta ironfa no impide a los soviéticos multiplicar las lla· madas a la vigilancia socialista. Recientemente ha sido distri· buido un folleto en el que se advierte que se recele de los estudiantes y los turistas extranjeros en todos los institutos de investigación de la U.R.S.S. Una circular solicita de la pobla· ción que llame inmediatamente a las fuerzas de seguridad si ve a alguien que embotelle agua o tierra. Ello, por otra parte, está perfectamente justificado, porque tales muestras permiti· rían, entre otras cosas, situar una fábrica atómica profundamente enterrada u obtener muestras de armas biológicas. Es evidente que sobre todos los proyectos futuros localizados por la oficina «Buck Rogers», uno sobre diez mil, acaso, dentro de veinticinco años dará un arma nueva. Pero este proyecto solo puede ·cambiarlo todo. Si se precisan las informaciones, se pone en marcha un estudio sobre los gastos .que representaría para los soviéticos el acabado de un arma dada o de un determinado sistema de defensa. Porque un buen medio de ganar o de impedir la guerra sería el de recargar la economía soviética de tal modo que se hundiera bajo su propio peso. Recientemente han sido publicadas estimaciones sobre este tema -por el Servicio de Prensa de la aviación americana-, según la8 cua· les los soviéticos estudiarían un sistema de defensa contra aviones americanos que volaran por debajo de los haces de radar soviéticos. Estos aviones no existen aún. Pero -prosi· gue el comunicado de la aviación americana- es preciso fabricarlos. El anna defensiva estudiada por los soviéticos les costaría 21.000.000.000 de dólares que habrían de gastar en cinco años, lo cual arruinaría su economía. En cambio, si no se esfuerzan los soviéticos en poner a punto esta nueva arma, la defensa antiaérea de su territorio no les costaría más que la bagatela de 6.000.000.000 de dólares para el mismo período. El comunicado no dice a cuánto se elevaría el coste del avión y cuáles serían los beneficios de las distintas sociedades ame-ricanas que los construyeran. Por otra parte, parece que estas . i
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sociedades tienen mucha necesidad de este trabajo, porque en el momento de redactar este libro, la Prensa financiera nos informa de que es muy grave la crisis en la aviación americana y que suntuosos aviones de transporte· se enmohecen en sus hangares, porque las compafüas de aviación no están en disposi· ción de adquirirlos. Evidentemente, sería más sencillo, como, por otra parte, propuso Kruschev en determinada época, intercambiar mutuamente informaciones y evitar arruinar a ambos países. Es el objeto de las famosas conversaciones Salt actualmente en cur· so. Pero mientras se espera el éxito de estas conversaciones, el espionaje científico no puede detenerse ni un solo instante. Los que están encargados de valorar los resultados obtenidos (los superespías de gran envergadura que sepan utilizar los ordenadores y analizar los informes) tienen que seguir entregados a razonamientos de esta suerte: Si los rusos llegaran a economizar veinte mil millones de dólares derribando cohetes y aviones con «rayos en bola» dirigidos, emitidos por proyectores poco costosos, entonces podrían gastar ese dinero en bienes de consumo, lo que disminuiría la oposición al régimen. Es preciso, pues, estudiar de cerca las investigaciones soviéti· cas sobre los «plasmas en bola». Es preciso, pues, hacer traducir al inglés el número especial de diciembre de 1969 de la revista soviética Física teórica y experimental. Es preciso, pues, incoar expedientes sobre los sabios que se ocupan en esto: Abrikosov, Filimonov, Pitajevski, Veinstein, Gorkov. Es preci~ so, pues, estudiar las recepciones de ondas electromagnéticas procedentes de la U.R.S.S., para ver si se detectan radiaciones especiales que permitan mantener un plasma esférico. Y así sucesivamente ... El rayo en bola dirigida acaso esté ya a punto; puede que lo esté dentro de veinte años; puede que nunca. Pero si este dispositivo permite un día a los soviéticos economizar veinte mil millones de dólares sobre sus D.C.A., si por añadidura lo distribuyen a sus amigos, conviene abrir un ex·
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pediente y estudiar de muy cerca este asunto. En realidad, es lo que se ha hecho ya. Alguna vez ocurre que la oficina de «Buck Rogers» acierta una buena jugada, como, por ejemplo, hacia 1960, cuando un general soviético llamado Oleg Penkovski traicionó a su país y pasó al servicio de los aliados. El general Penkovski era un importante eslabón en la cadena de transmisión entre el equivalente soviético de la oficina «Buck Rogers» y el Ejército rojo. Redactaba lo que los rusos llaman svodka, síntesis informativas para el Ejército soviético acerca del desarrollo prospectivo de las ciencias y de las técnicas. Es decir, que fue, para los americanos, una auténtica mina de. plutonio. Desenmascarado por el servicio de contraespionaje soviético, sufrió la suerte de los traidores, en 1963, ante un pelotón de ejecución. No sabemos nada de sus motivos. El Diario póstumo que se le atribuye, publicado en los Estados Unidos, es visiblemente una falsificación, puesto que el autor no parece conocer el ruso, lo cual es un extremo sorprendente para un general soviético. Acaso se trate de notas que fueron entregadas a un rewriter que conociera tan mal el ruso como el inglés. Pero esto no es seguro. Penkovski tenía todas las posibilidades para refugiarse en el extranjero. No quiso hacerlo. ¿Era porque estaba seguro de que la justicia de Smertch (organización de contraespionaje soviético cuya abreviación significa «muerte a los espías») le alcanzaría en cualquier parte del mundo, como ha hecho a menudo con otros? ¿O bien pensaba que su deber le obligaba a quedarse en su puesto hasta la muerte? Faltos de documentos, sus motivos se nos escapan. No resulta descabellado considerar a Penkovski como un héroe de los tiempos modernos, animado por la voluntad de evitar la catástrofe general. Debió de haber visto y transmitido a los americanos, en estado de proyecto, lo que Kruschev des-
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cubrió en 1964 en la cartera de los sabios. Los soviéticos no parecen haber detectado al agente que consiguió tratar con Penkovski. Un negociante inglés que servía de correo fue detenido, y luego intercambiado. Es fascinante pensar que un agente occidental haya podido tener el valor de abordar a un general ruso y pedirle que trabajara para los aliados, sabiendo que el general podía hacerle torturar y fusilar. El espionaje científico, como el espionaje en general, no es cosa de broma, y los mejores resultados se han obtenido con sangre y sacrificios. ¿Actuaba Penkovski para salvarnos a todos? ¿Quería vengarse? ¿Era uno de los actores de estas terribles luchas intestinas, de estos complots que todavía existen en la Unión soviética como en tiempos de los zares? Falto de pruebas, no diré más. Los casos análogos al de Penkovski son raros. La mayoría de los científicos de la U.R.S.S. estiman que su deber es servir a su país. El modo como tienen que hacerlo ha sido precisado recientemente por el mariscal Zacharov, jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas de la U.R.S.S. y viceministro de Defensa Nacional: «Si los imperialistas nos obligan a entablar la guerra de cohetes nucleares, huelga decir que dispondremos de un tiempo de preparación sumamente reducido. Ello exigirá de nosotros bases matemáticas muy sólidas. Nuestros mandos locales tendrán que conocer perfectamente los principios generales que tendrán que aplicar. Claro está que no exijo de cada comandante conocimientos comparables a los de un ingeniero. Por otra parte, tenemos suficientes ingenieros y técnicos agregados a los distintos Estados Mayores. Con todo, cada jefe local deberá poseer conocimientos sobre el conjunto de la ciencia militar, así como acerca de las ciencias y las técnicas en general. Por ejemplo, el comandante de una unidad ofensiva dotada de cohetes estará obligado a conocer las variaciones del campo magnético terrestre, así como el efecto de los rayos cós·
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micos sobre la atmósfera. Espero haber demostrado asf que la ciencia no es una teoría para aprender con miras a un examen, sino que forma parte de la práctica militar.» :asta es la doctrina oficial soviética por lo que respecta a la ciencia. Bs preciso añadir que, para los soviéticos, la crea· tividad tiene que ser puesta a la disposición de la defensa na· cional. Bl sabio, el ingeniero, incluso el ayudante que descubre una nueva idea aplicable a las técnicas militares, da parte de ello a las autoridades superiores por medio de buzones colocados un poco en todas partes. La idea es examinada con benevolencia, y, muy a menudo, realizada. Los soviéticos consi· guen así, en su país, una fructífera pesca de ideas, de las que ponen en práctica el mayor número posible. Lenin concedía a ello extrema importancia, y la pesca que él organizó fue lo que hizo descubrir al oscuro profesor Konstantin Tsiolkovski, el inventor de los cohetes interplanetarios, a quien el zar no qui· so apoyar. Ahora estamos muy lejos de la toma de posición de los sabios franceses que se negaron a trabajar en la force de frappe, o de la actitud de alguno de ellos paseando por Mar· coule con una pancarta de hombre-sandwich en la que denunciaba la bomba H. Es muy probable que la mayoría de los sabios e investiga· dores soviéticos continúen proporcionando ideas, que vean estas ideas examinadas con la mayor seriedad y optimismo, y en seguida realizadas concretamente. Bn el capítulo siguiente se leerán algunas indicaciones sobre el modo en qtie se desarrollan los ·proyectos salidos de estas ideas. De la lectura de la Prensa soviética se desprende claramente que las armas del año 2000 son ya conocidas, que tal vez existen ya en laboratorio y que es preciso apoderarse de ellas desde ahora. Cada vez que hojeo las revistas soviéticas, no puedo dejar de pensar que la seguridad de su país está mal asegurada, y que sus revistas dicen demasiado. Pero no conoz. co sus problemas. ¿Acaso el solo medio de difundir la infor·
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maci6n en un inmenso país y de mantener las relaciones con millones de investigadores radica precisamente en la publicación de revistas con una tirada de varios millones de ejemplares y que se leen atentamente? Entretanto, el problema para los americanos consiste, por lo que respecta a la U.R.S.S. y a China, en espiar el futuro, en ver en qué condiciones y en qué forma se transformarán los descubrimientos de 1970 en armas futuras. Ya la fecha exacta de esta perspectiva se presta a discusiones. Antes era necesario un cuarto de siglo para que un descubrimiento de laboratorio se transformara en una realidad desarrollada a escala industrial, civil o militar. Pero ahora se ha comprobado una extraordinaria aceleración del progreso. Para no citar más. que un ejemplo, una primera reacción en cadena fue realizada en Chicago en diciembre de 1942. Sólo dos años más tarde, en agosto de 1945, la bomba atómica caía sobre el Japón. Evidentemente, esta aceleración no puede ser siempre constante, y nada prueba que, en determinados casos, no sea necesario un cuarto de siglo o más para concretar una investigación. La pri· mera operación que debe emprenderse cuando se ha detectado una amenaza, consiste en determinar la fecha exacta en que esta amenaza puede materializarse. Para ello, se utiliza un método salido de las investigaCiones de la corporación R.A.N.D. y que se llama el método «Delphi». Simplificando considerablemente, he aquí cómo se procede: Se reúne a los mejores expertos en determinada especialidad, se les facilita la más completa documentación relativa al E&. tado en que se efectúan las investigaciones de laboratorio sobre un proyecto determinado. Y se les pregunta: «¿Cuándo piensa usted que se verá realizado efectivamente este tema de investigación?» Esos expertos son, por lo general, diez o quince. La experiencia demuestra que se dividen casi siempre en dos grupos, y que cada uno de ellos -trabajando cada experto de modo
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completamente independiente- es partidario de una fecha. Esta fecha, claro está, puede ser «nunca». Una vez registrada la fecha que se da más a menudo en sus respuestas, se pide a la minoría que se reúna, que exprese su punto de vista y lo comunique a la mayoría. Una vez que la mayoría ha tomado nota de la opinión minoritaria, se vota de nuevo. El proceso se vuelve a empezar varias veces, hasta que se llega a la unanimidad. La experiencia demuestra todavía hasta el presente que las predicciones así realizadas se acercan mucho a la verdad. Determinado número de predicciones «Delphi» sobre el plan civil han obtenido, en Francia, abundante publicidad. Una vez lograda una predicción «Delphi» sobre un invento soviético o chino, queda todavía por efectuar un trabajo serio, y, en primer lugar, poner en marcha investigaciones americanas que permitan avanzar a soviéticos y a chinos. Esta empresa, evidentemente, no entra ya en el campo del espionaje, aunque sea misión del contraespionaje proteger estos trabajos. Además, si el método «Delphi» anuncia que, a condición de lanzar un programa, de prioridad máxima, parecido al que condujo a la realización de la bomba atómica, los rusos pueden realizar el invento en cuestión en un plazo relativamente corto _:dnco afias, por ejemplo-, incumbe entonces a los servicios de espionaje saber si semejante programa está ya en un principio .de ejecución. Es relativamente fácil. No parece posible, cualesquiera que sean los recursos de un gran país como la U.R.S.S., poner en marcha varios programas de la envergadura del programa Manhattan (bomba atómica) o del programa Apolo (conquista de la Luna). Es conveniente, pues, una vez tomada la decisión de buscar un programa de urgencia lanza. do en la U.R.S.S., analizar sistemáticamente todas las informaciones que puedan-llevar a su descubrimiento. Se trata entonces de espionaje industrial más que de espionaje científico, y
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no insistiré en demasía, contentándome con recomendar al lector mi libro Espionaje en la industria.1 Lo que, en cambio, queda dentro del campo del espionaje científico, es saber cuáles son los científicos soviéticos o chinos capaces de adoptar por su cuenta una idea nueva, de defenderla ante los políticos y los militares, de obtener, por fin, los enormes medios materiales necesarios para su puesta en práctica. Según el fichero general, a menudo es posible decir: cEsta idea no prosperará. El gran especialista en su· terreno no gusta de los jóvenes ni de las nuevas ideas, no le agrada arriesgarse. En este sector, no habrá nunca programa prioritario.» Si una indicación psicológica de esta clase impugna los resultados de un programa cDelphi», se tendrá en cuenta a su pesar. Porque un resultado «Delphi», obtenido por consulta con expertos americanos, quiere decir, simplemente: «Si se nos dieran los medios, a nosotros, americanos, para realizar este in· vento, he aquí el tiempo que emplearíamos.» Y nada más. Esto es ya muy interesante. Evidentemente, sería mejor llegar a una predicción objetiva que no sufriera la influencia de la mentalidad americana. Dos investigadores de la Universi· dad de Illinois, Charles Osgood y Stuart Umpleby, se esfuer· zan en ello desde 1967. Utilizan ordenadores, y su método con· siste en un juego disputado entre el investigador humano y el ordenador; este juego tiene que desembocar en una predicción formulada por el ordenador, al que se han planteado preguntas más o menos precisas. Teóricamente, veinticinco de estos juegos independientes tendrían que conducir a una predicción mejor que la de «Delphi». Hasta el presente, al menos que yo sepa, el método toda· vía no está perfeccionado. Pero creo que, si lo estuviese, se guardarían muy bien de hacerlo público. 1. Publicado por esta Editorial en esta colección «Tn"bUDa».
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Una vez eliminados los proyectos sobre los cuales se tiene la seguridad de que razones psicológicas les impedirían transformarse en prioridad número uno, los servicios de informaciones científicas intentarán eliminar los que no les parezcan compatibles con el nivel técnico de la U.R.S.S. o de China. En este caso es conveniente actuar con mucha prudencia. Tanto el «Sputnik» como el satélite chino sorprendieron completamente a los servicios de información americanos. Es preciso desconfiar del racismo técnico: ingenieros no siempre procedentes de los grandes institutos americanos pueden, no obstante, realizar grandes cosas, y es absurdo querer explicarlo todo por la utilización de sabios alemanes... Por otra parte, en el caso del satélite chino se han guardado de hacerlo. Sin embargo, el argumento del nivel técnico insuficiente tiene algún valor si se trata de la producción en masa de armas que son el resultado de un perfeccionamiento de las ya conocidas. En cambio, si se consigue establecer, de modo cierto, que los chinos no fabrican ni transistores ni circuitos integrados, se podrá admitir razonablemente que, incluso si se está sobre la pista de un chino que haya descubierto la idea de un ordenador inteligente, él no la verá realizada. Incluso en tal caso es necesario seguir desconfiando: los rusos han inventado máquinas de calcular que no· utilizan la electricidad, sino el flujo de un líquido.1 Cuando se trata de un descubrimiento absolutamente nuevo, el argumento del nivel técnico no se impone en absoluto. Si un soviético concibe la idea de un obús corrosivo capaz de perforar el blindaje más grueso con pocos gramos de un producto, y que este producto sea completamente nuevo, el hecho de que la industria química soviética en general presente cierto atraso no prueba nada. Concentrando las competencias en l. Cuando la presión de este líquido en un recipiente llega a determinado nivel, correspondiente a x veces la presión unidad, se abre una válvula y establece un contacto eléctrico.
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un sector determinado, podrfan crearse muy aprisa fábricas capaces de fabricar mil toneladas por afio de un producto hasta el momento inexistente. El gran problema del espionaje científico en este terreno sigue siendo, evidentemente, un problema de selección. Todos los métodos de que hemos hablado, asf como el espionaje directo, acumulan gran nmnero de ideas sobre los despachos de «Buck Rogers»• .Una primera selección, de la que asume la responsabilidad el servicio de informaciones de sfntesis, debe eliminar las que revelan ser demasiado demenciales. Esta selección, necesariamente, tiene que dar pruebas de ser muy tolerante, porque lo que puede parecer extravagante a un servicio de informaciones, puede no serlo en realidad. El servicio de informaciones alemán no creyó en la utilización de tanques en la Guerra Europea, y el Intelligence Service, en la Segunda Guerra Mundial, lo hizo todo para demostrar que no existía· la V 2. No por ello es menos necesaria esta primera selección. A continuación, las pistas interesantes se someten a los consejeros científicos de la oficina «Buck Rogers»; estos consejeros, entre los que se cuentan tanto sabios «convencionales» como escritores de cienciaficción y especialistas del futuro, tienen que eliminar, entonces, 999 informaciones de entre 1.000, para llegar finalmente a la que merecerá que se tire de la señal de alarma. Esta señal de alarma se manifestarla del modo si· guiente: «Determinado invento, o investigación, o idea, como máxi· mo amenazaría a los Estados Unidos en un futuro relativa· mente próximo, del orden de cinco a diez afios, con un Pearl Harbor científico y técnico.» Este temor de un Pearl Harbor preocupa, con mucho, el pensamiento científico y militar a partir de 1941. Evidentemente, el Pearl Harbor científico y técnico no es el único posible. Se puede imaginar un Pearl Harbor polftico: un vuelco de alianzas, en el que Europa, comprendida 6-3.117
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Inglaterra, pasarla al campo soviético. Se puede imaginar un Pearl Harbar subversivo: una sublevación de los negros americanos armados y equipados por los soviéticos, y otras tantas eventualidades que pienso examinar en un próximo libro acer· ca del espionaje y la guerra subversivos. Por ahora, no salga· mos de un Pearl Harbor científico y técnico, y precisemos su significado. Parece asaz evidente que semejante Pearl Harbor no podría proceder de un arma nueva, porque ya los ameri· canos poseen con qué destruir Rusia y matar cuarenta veces a cada ruso. Las represalias, en caso de empleo de un arma nueva por poderosa que fuera, serían rápidas y terribles. Una consecuencia evidente se deduce: la única posibilidad de un Pearl Harbor reside en la neutralización por los soviéticos de la mayor parte de cohetes americanos. Esta neutralización puede adoptar dos formas: -Una, ya clásica: bombardeo y destrucción de las armas americanas en la primera fase de una guerra, pero poco probable, a causa de la dispersión de estas armas. El 24 de octubre de 1968, el secretario de Estado americano para la Defensa, Clark Clifford, declaraba que los Kstados Unidos disponían de 1.054 misiles intercontinentales, contra 900 de los soviéti· cos; de 656 misiles mar-tierra (sistema cPolaris») y de 4.206 cabezas nucleares estratégicas; además, están almacenadas en Europa 7.200 cabezas «tácticas». Un ataque sorpresa capaz de destruir todos estos armamentos de un solo golpe raya en la utopía. -La otra forma, al contrario, se revela perfectamente vero· símil. Consistiría, para la U.R.S.S., en poner a punto un ingenio capaz de interceptar y destruir los cohetes americanos, mientras que América, por su parte, quedaría expuesta a los cohetes rusos. Por consiguiente, esta segunda forma es la que tiene que constituir la principal preocupación del espionaje científico americano. La obstinación con que los americanos buscan la
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xnás leve idea sobre la interceptación y la destruccl6n ae los cohetes, queda demostrada por la forma en que han querido, a cualquier precio, conseguir un ejemplar de la novela de Belaev: La gue"a en las tie"as. Debieron de quedar muy decepcionados cuando, al llegar al final, comprobaron que el tema del libro no era más que un suefio. Sin poseer las informaciones de que disponen los servicios americanos de espionaje cient1· fico podemos ~aminar, sin embargo, en una enumeración incompleta, los elementos del espectro que compone cada una de las posibilidades de ataque adverso. Tales posibilidades pueden llegar, en un caso extremo, hasta UIUi investigación con mucha probabilidad de éxito, por ejemplo, la reproducción del «rayo en bola». Hemos dado ya las referencias ·soviéticas sobre este tema. En cuanto al conjunto del problei;Da, se puede consultar un libro inglés reciente de C. Mawell Cade: The Taming of the Thunderbplts. En el otro ~o del espectro se podrla proyectar una investigación en que la probabilidad de .éxito parece absolutamente .nula, por ejemplo, la que tiene por objeto el desvío de cohetes por efecto psicocinético, es decir, mediante la acción directa ·del pensamiento. Entre estos dos casos límites, los americanos tienen que mantenerse al acecho de que surja la más mfnitt;~a idea, aunque parezca extremadamente difícil de realizar, como, por ejemplo, la creación de una barrera o de una pantalla con fuerza sufi. ciente para detener los cohetes. CQnsagré a este tema, unos quince afios atrás, un libro titulado Les murailles invisibles.1 Después se ha oído hablar, en distintas ocasiones, de fuente soviética, de realizaciones de esta· clase de laboratorio. Las varias «botellas magnéticas» utiliza· das para aprisionar el plasma en las máquinas termonucleares podrlan ser, de algún modo, inyertidas y fabricadas en mayor l. Bcl. Del Daca.
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escala. Mol&:ulas de aire podrfan ser cargadas y formar una muralla invisible. Unas cincuenta ideas parecidas han sido emitidas y, sin duda alguna, los americanos las examinan todas y las someten a un estudio cDelphi». Un láser aerotransportado podría incendiar los cohetes enemigos mientras atravesaran la estratosfera. Han sido r&gistra· das numerosas gestiones en este sentido, y hay que sefialar que dos sabios soviéticos, Basov y Prokorov, han obtenido el premio Nobel por sus descubrimientos en el terreno del láser. Un cohete anticohete capaz de barrer con su láser la estratosfera y de incendiar as1 a decenas de cohetes enemigos antes de terminar su carrera, parece posible. Más dif1cilmente rea· Iizable que el crayo en bola», pero posible, a pesar de todo. igual que la existencia de una bomba eléctrica cuya acción ser1a producida por la explosión de un condensador y que desequilibraría por inducción, a una distancia considerable, . todos los. mecariismos electrónicos de un cohete. Notemos, a propósito de esto, que el soviético Wul está en la base de las investigaciones modernas sobre los· condensadores de muy alta capacidad. Una bomba de rayos X o de neutrones capaz de bombardear los cohetes enemigos, es menos probable que el cohete láser, sin que por ello quede excluida su posibilidad. Una modificación cualquiera de la atmósfera, que aumentara la viscosidad en una región determinada y que cambiara también y por completo la trayectoria de los cohetes del enemigo, tampoco tiene nada que ver con la fantasía. Seguramente se han tenido en cuenta muchas de estas posl· bilidades. Indudablemente, a cada una de ellas corresponde un expediente detaliado con minuciosidad. Por otra parte, no se excluye que la solución que adopten los soviéticos no forme parte, realmente, de la pequefia lista que acabo de enumerar. Bs perfectamente posible que haya pasado ante mis ojos, que
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la haya rechazado como impracticable o demasiado fantástica, pero que no se haya escapado a espíritus mejor informados que yo. Precisa no olvidar que más de cien métodos tecnológicos de previsión son utilizados por el Ejército americano, y que, entre las sociedades encargadas, actualmente y a título privado, de desarroiiar algunos, se pueden citar: .t\.S.E.A. (Suecia), The Bell System, Boeing, Elliot Automation, Esso (Gran Bretaña), General Electric, I..C.I. (Gran Bretaña), I.B.M. Lock· heed, Minnesota Minning and Manufacturing Company, North American Aviation, R.C.A., Shell, Unilever, Union Carbide, Vickers (Gran Bretaña), Westinghouse, Xerox (Gran Bretafia)~ etc. Es muy probable que las secciones militares de estas diversas organizaciones, obligadas por el secreto profesional, hayan sido ya consultadas sobre el problema de la interCeptación de los cohetes. No pienso adelantarme demasiado al decir que, a mi parecer, la vida o la muerte de Occidente dependen de la solución de este problema. Para dar prueba de fair play, mencionaré, sin embargo, que mi amigo Pierre Nord piensa en un Pearl Harbor muy distinto: la invasión de Alaska por los soviéticos, con medios convencionales, y el avance de sus blindados por el continente norteamericano, donde no sería posi· ble utilizar las armas atómicas sin daño para las poblaciones civiles. Este efecto de sorpresa se parecería al causado por la penetración alemana en Sedán, en 1940. Los distintos cohetes de cabeza nuclear serían entonces, para el año 19... , el equivalente de la línea Maginot. Personalmente, no creo en esta hipótesis, pero también debo decir que estaba seguro de la victoria francesa en 1940. En cualquier caso, caemos aquí en el campo del espionaje clásico, en el que Pierre Nord ha destacado tanto, y no ya en el del espionaje cient1fico.1 Sigue siendo evidentemente posible un trastorno total de las 1. Vt1ase Pierre Nord, La ronde des espions polaires, Bd. Fayard.
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nociones de la guerra científica por un invento radicalmente nuevo, sin relación de la interceptación de cohetes. El espionaje científico americano puede y debe ocuparse en ello. Por otra parte, hay que tener en cuenta que las consecuencias de un descubrimiento completamente revolucionario siguen siendo en absoluto imprevesibles. Supongamos, por ejemplo, el invento de un dispositivo capaz de asegurar el vuelo individual a grandes distancias con medios sencillos. En el estado actual de la técnica no se ve en modo alguno cómo se podría llegar a ello, pero admitamos ... A primera vista, esta técnica permitiría la invasión de los Estados Unidos por unidades imposibles de destruir, que harían su aparición en la retaguardia de las tropas americanas; apoderándose de los centros vitales, como hicieron los paracaidistas alemanes cuando la toma del sistema fortificado de Eben Em.ael, en Bélgica, en 1940. Pero considerándolo desde otro punto de vista, un dispositivo de vuelo individual permitiría también a determinado número de soviéticos escoger la libertad. De modo que podemos preguntarnos si el régimen podría sobrevivir. :esta es la razón por que no parece posible ni provechoso para un servicio de información entregarse al estudio de especulaciones demasiado fantásticas. Se toma nota de ellas cuando aparecen en los libros de cienciaficción soviéticos, pero sin mirar más allá. Acaso es un error, pero los recursos, incluso los de la C.I.A., no son ilimitados. ¿Cómo prever, por ejemplo, lo que podría ocurrir si una nueva religión, dinámica, como la del Islam, apareciera de pronto en Africa o en Asia? 1 Quedarían barridas las actuales piezas del tablero. Pero la psicología colectiva no está madura como para poder analizar el nacimiento de religiones nuevas, menos aún para evaluar sus posibilidades de expansión. Para citar un ejemplo real, es posible que el Subud, nueva religión nacida recientemente en IndoL Bl maofsmo podr1a ser semejante religión.
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nesia, se revele tan importante como la bomba termonuclear, pero también cabe la posibilidad de que dentro de diez años no se hable de ella. La dinámica de los grupos humanos se reconoce por el momento en que se es incapaz de prever, y mucho menos de regular, fenómenos de esta clase. Para terminar este capítulo, examinemos también un terreno en el que las nuevas ideas, sin estar ligadas, propiamente hablando, a lo militar, pueden, sin embargo, llevar a la conquista del mundo, a la ruptura del equilibrio entre los dos bloques. Quiero hablar de la ayuda a los países del Tercer Mundo en vías de desarrollo. Por ahora, esta ayuda es sumamente difícil, costosa, y plantea problemas a ambos bloques. Si uno de ellos encontrase el medio de ayudar muy rápidamente, y a buen coste, al Tercer Mundo, se aseguraría el dominio del planeta para el año 2000, a más tardar. Precisa, pues, vigilar las ideas también en este campo. Citemos algunas: -Un medio inédito y realmente económico para desalar el agua del mar. Enormes regiones del Globo, y especialmente todos los desiertos, podrían así convertirse en fértiles. Los especialistas pretenden que es imposible, y que siempre será necesario un mínimo de energía para separar el agua de las sales disueltas, sea por congelación, por calentamiento atómico, por electrodiálisis o por cualquier otro medio. Pero el agua es un fluido sumamente extraño, del que aón sabemos muy poco. Contiene energías que apenas empezamos a sospechar. Puede polimerizarse y dar un fluido completamente distinto, como Deriaguin, en la U.R.S.S., ha demostrado recientemente. Si, un día, un ruso descubriera un medio de utilizar energías aún desconocidas -contenidas en la misma agua- para purificarla, Rusia podría, con preferencia a los Estados Unidos y China, imponer sus ideas al Tercer Mundo. Asimismo, una técnica que permitiera producir azúcares y grasas a partir
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de los humos de fábrica y de la atmósfera, resolverla los problemas de la subalimentación y daría al mismo tiempo un enorme poder político al país que la hubiese creado y difun. dido. Semejante técnica no resulta nada imposible. Es probable que una forma cualquiera de bombardeo electrónico o nuclear pueda convertir el gas carbónico de los humos de las fábricas, el agua y el nitrógeno de la atmósfera en grasas y azúcares. Han sido realizados con éxito experimentos de laboratorio en este sentido. También por ahí se adivina la incidencia de un éxito semejante sobre la política del país beneficiario. He aquf por qué semejantes investigaciones merecen la vigilancia de los espías científicos. Un último ejemplo de invento, sin interés militar y, sin embargo, digno de atención, porque podría cambiar todo el problema de los países subdesarrollados, tiene relación con la utilización de la energía solar. Teóricamente es posible sacar casi un kilovatio de energía de una radiación solar que cayera sobre una superficie de un metro cuadrado en los países tropicales. En efecto, existen dispositivos que producen energía de este modo. Se emplean para alimentación de energía a los satélites artificiales. Pero aún cuestan extraordinariamente caros. Si se consiguiese encontrar un dispositivo, sencillo y barato, capaz de producir energía sobre el terreno en gran número de países, se podrían asf hacer funcionar bombas para elevar el agua a la superficie del suelo, alimentar las máquinas agrícolas y los refrigeradores, y acaso también aplicar directamente un campo eléctrico a las plantas para facilitar su crecimiento: en este sentido se han intentado experimentos muy concluyentes en la U.R.S.S. También en este aspecto sería la revolución técnica verdadera fuente de beneficios, rembolsables, sobre todo, por la aceptación de determinada influencia política. Sin formar parte del arsenal militar, la energía solar ha llamado ya la atención de los servicios de informaciones científicas.
CAPtrm.o IV LAS CIUDADES SECRETAS DE ASI.t\ CE.NTRAI;
No sé más que de dos personas, extranjeras en Rusia, que hayan visitado la ciudad secreta de Baikunur, de donde parten las astronaves soviéticas: el general De Gaulle; luego, el presi· dente Pompidou. Si es conocida la existencia de Baikunur, no es más que sospechada la de otras ciudades secretas de Asia central, al menos por el gran público del que yo formo parte. Bs probable que se las distinga en las fotografías tomadas por satélites, pero estas fotografías no están a mi disposición. Se oye hablar a menudo de ellas por los tránsfugas, ·por expertos militares más o menos competentes, por periodistas. Existe toda una literatura sobre este tema, y parece bastante dificll separar la novela de la realidad. Por otra parte, hablando de novela, es Preciso sefialar un hecho curioso: a los autores de la literatura de cienciaficción soviética contemporánea les parece perfectamente natural que haya ciudades de esta clase en Asia central, o en Si'beria, y que estas ciudades escapen al control de la autoridad suprema, que no las co~ todas. Bs decir --extrafla
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comprobación-, que el mito existe tanto en la Unión Soviética como fuera de ella. Las novelas que divulgan esta sorprendente hipótesis circulan libremente y, que yo sepa, sus autores no han sido jamás objeto de persecuciones. La existencia de centros secretos «salvajes», donde podría desarrollarse cualquier cosa, parece perfectamente normal al lector soviético.1 Este mito debe de estar fundado en realidades sumamente distintas unas de otras. Con ello quiero significar que los soviéticos deben de poseer ciudades secretas científicas de muy variados tipos. Centros científicos secretos, sólo controlados por la policía política, donde los investigadores son detenidos políticos sometidos a un régimen bastante duro (acaso no tan duro como pretenden los tránsfugas, e indudablemente menos duro que en los campos de concentración puramente políticos de Mordovia). Igualmente, centros de investigación pura, verdadero paraíso en que los sabios se benefician de todas las condiciones deseables y viven en plena quietud. Entre ambos, existen, desde luego, todos los intermediarios posibles. Igual ocurre por lo que al secreto respecta. El grado del secreto, en efecto, varía de modo considerable. Los president~ De Gaulle y Pompidou, solos, entraron en Baikunur; pero, que yo sepa, el acceso a Ferghana es libre. Hace algún tiempo, la Prensa soviética dio a conocer ciertos trabajos, procedentes de Ferghana, que en apariencia superaban todos nuestros conocimientos en electromagnetismo y que habían llevado al descubrimiento de máquinas giratorias sin estator, ¡gravitando el rotor en su propio campo magnético•••! 2 1. Un ejemplo de novela de esta clase es la de Alexei Poleitchuk: Bl dfa en que el sol se volvió loco, en la revista de cienciaficción soviética, NF, 1970, número 8. 2. El efecto Fergbana fue descubierto por el profesor Rafael Grigorievich Sigalov, que publicó, en 1965 y en 1967, en Tachkent, dos libros resumiendo sus trabajO&. Estos libros, difíciles de encontrar, pasaron inadvertidos en Ocddente. Se puedo leer un resumen muy c1arD do estos trabaJos, ast como
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Sé perfectamente que esto no es posible, pero he visto artículos y fotografías en que se trataba de estos ingenios y se representaban gráficamente. Por otra parte, cierto número de especialistas en la U.R.S.S. parecen tan sorprendidos como yo, y han escrito, en varias revistas que recibo, cartas en que preguntan si no se trataba de un error. La discusión continúa. La única contribución que yo pueda aportar reside en observar que en Francia no se hubiese permitido a un investigador emprender los experimentos de Ferghana. En Francia, todo el mundo sabe que un rotor no puede dar vueltas en su propio campo magnético: ¡se sabe tan :firmemente como se estaba convencido de que lo más pesado que el aire no volaría ..• ! Si mis noticias son exactas, existirían ya en la U.R.S.S. centros secretos que utilizarían los generadores de Ferghana. Servirían para fabricar aerotrenes más eficaces que los nuestros, taladradoras para las perforaciones petrolíferas .o científicas, y acaso también -¡quién sabe!- lanzadores electromagnéticos de cohetes que economizarían el carburante. Claro está que todos estos dispositivos caen, en principio, dentro de la más alta fantasía, pero si los rusos consiguen ponerlos a punto, resultará, para ellos, una ventaja más en su lucha para la dominación del mundo. Baikunur, como Ferghana, ilustran a la perfección dos particularidades del espíritu ruso: la originalidad y el secreto. una bibliografía completa, en Teknika Molodeji, 1968, n.• 12, p. S. El instituto en que trabaja el profesor Sigalov lleva el titulo de Instituto Pedagógico de Fetghana. No creo que se trate de un enmascaramiento: sencülamente, es posible en la U.R.S.S. hacer investigaciones originales de Física en un institu· to no especializado en física, y publicarlas. El efecto Sigalov parece real· mente existir, así como que se han construido cerca de doscientos aparatos utilizando este efecto. Según las últimas noticias, un motor Sigalov giraría tanto con corriente alterna como continua. Es bastante extraordinario que UD descubrimiento de esta clase y de tal importancia, que, a partir de 1967, ha sido objeto de publicaciones, no sea más conocido. Veremos que es UD hecho bastante característico de la investigación sovi6tica.
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Los cohetes de Tsiolkovski, como las máquinas de Ferghana, se caracterizan por una absoluta originalidad para su época, y por el hecho de que nadie había oído hablar de ellos antes del momento favorable. Parece que el Asia central está sembrada de centros en que se experimentan o se ponen a punto ideas absolutamente originales. Es bastante probable que los S.R. científicos americanos estén bien informados sobre este punto, y desde luego mejor que yo. Sin embargo, puedo citar algunas de las investigaciones de las que he oído hablar. Por ejemplo: existe un método para transportar el petróleo sin petrolero ni tubo de nilón remolcado por un petrolero. El petróleo se cargarla eléctricamente, y a continuación sería remolcado por electrodos que lo atrajeran. Así, se pueden imaginar, después de la puesta a punto de este procedimiento, auténticas corrientes de petróleo en los ríos o en los mares. Estas corrientes de petróleo se dirigirían desde la fuente de aprovisionamiento hasta el aparato o ingenio destinado a utilizarlo; el petróleo, extraído de un pozo litoral o submarino, sería cargado de electricidad, atraído y transportado sin ningún recipiente material. Es preciso recordar también las investigaciones que parten de los trabajos de Deriaguin acerca del agua superpesada. No se trata de la combinación del oxígeno como uno de los isótopos pesados del hidrógeno, sino de hidrógeno y de oxígeno ordinarios, combinados no según la fórmula ILO, sino según la fórmula (HzO)n, siendo n bastante grande. Es, pues, una polimerización, y el agua superpesada demuestra ser tan distinta del agua ordinaria, como el polietileno sólido, con el que se hacen botellas, se muestra distinto del etileno, que es un gas. No se ven, a priori, las eventuales aplicaciones militares de este trabajo, pero no por ello quedan excluidas~ En otro terreno, sefialemos que si fuese posible remplazar toda el agua de un organismo por agua superpesada, este organis-
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mo podría ser puesto en estado de hibernación sin que se formara hielo, porque el agua superpesada no se hiela más que a -600. Así, sería posible conservar seres humanos a muy baja temperatura, y sobrevivirían indefinidamente. No olvidemos las investigaciones sobre el neutrino, última partícula de la materia. Para poder entregarse a estas investi· gaciones, y no, como se escribió erróneamente, para hacer espionaje atómico, Bruno Pontecorvo abandonó Occidente para pasar a la U.R.S.S., donde, por otra parte, obtuvo el premio Lenin. Pontecorvo, en un centro de investigaciones del que no se ha revelado la situación exacta, pero que no estaría muy lejos de Ferghana, estudia un telescopio a base de neutrinos que permitiría detectar estas partículas cuyo poder de penetra· ción parece realmente extraordinario. Si consigue realizar este telescopio, podrá localizar, a través de toda la masa de la Tierra, cualquier fuente de neutrinos y, en particular, todas las pllas atómicas y todos los stocks de bombas H. Sería igual· mente posible radiografiar el mismo globo terrestre, emitiendo un haz de neutrinos captado en seguida en los antípodas. Este descubrimiento conduciría a aplicaciones militares tan importantes, si no más, que las aplicaciones puramente científicas. Mencionemos también la utilización de los hologramas, imágenes de tres dimensiones que imitan la realidad, como memoria y como dispositivo, para hacer entrar la información en un ordenador y hacerla salir de él. El padre del láser N. G. Basov, escribía recientemente que, de esta forma, se construirían máquinas que pudiesen realizar hasta 1.020 operaciones elementales por segundo. A su vez, estas máquinas de calcular permitirían, a un mismo tiempo, un mando más preciso sobre los misiles y una previsión más exacta del futuro, especialmente en el campo militar. Por otra parte, se ha hecho notar, a propósito de este problema del registro y de la utili· zación rápida de la información científica, que los soviéticos no habían sido capaces de reproducir la cámara Polaroid, en
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lo sucesivo, clásica, y que se ocupaban muy seriamente por conseguirlo: es uno de los raros ejemplos de retraso tecnológico de los soviéticos. No olvidemos los estudios sobre la modificación del clima. La destrucción de los hielos polares ha sido seriamente propuesta en la U.R.S.S. por sabios indiscutibles como, por ejem· plo, Horen Petrovich Pogosian. Estima que esta destrucción no ocasionaría catástrofe alguna -en efecto, se ha calculado que de la fusión total de los hielos polares no resultaría más que una subida de ocho milímetros del nivel actual de los mares-, e incluso después de la desaparición de los casquetes glaciares de los polos la atmósfera terrestre aún dispondría de recursos suficientes de energía para asegurar su circulación. Parece que existen en Asia central al menos un instituto para el estudio teórico de las modificaciones de clima y, eventualmente, para el estudio de la meteorología militar y de la guerra meteorológica. Se habla también de un laboratorio de Biología cósmica. Allí se estudiaría, en particular, atmósferas semejantes a la atmósfera primitiva de la Tierra en un pasado muy lejano y conteniendo hasta un 4 por 100 de gas carbónico COz. Cosa curiosa, estas atmósferas pueden ser soportadas por el hombre por tiempo que a veces alcanza las dos horas. Este resultado, en extremo sorprendente, es de alcance considerable. Se pueden multiplicar los ejemplos de esta clase. De modo general, los institutos de Asia central parecen ocuparse en descubrimientos, mientras que los institutos de Siberia estarían con preferencia orientados hacia las aplicaciones. En Asia central se persigue, sobre todo, a lo que parece, alentar las ideas absolutamente originales, capaces de abrir perspectivas de las que ni se sospechaba la existencia. De acuerdo con lo que yo sé, estos estudios se siguen en centros secretos, e investigan en todas las direcciones, conocidas o menos conocidas,
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algunas de las cuales penetran en el campo de la parapsicología. ¿Cuántos centros existen? Las estimaciones varían: la cifra más elevada es del orden de treinta, pero, personalmente, la estimo exagerada. La mayor parte de los centros se situaría en el territorio de la República tadjik. El pueblo tadjik reveló ser, quince siglos atrás, uno de los más civilizados de la Tierra: matemáticos, astrónomos, quúni· cos, eran allí numerosos y muy activos. Ahora, en la Unión Soviética, se ha resucitado esta antigua cultura, y el pueblo tadjik se encuentra de nuevo a la vanguardia de la civilización. Numerosos investigadores entre los más avanzados son tadjiks, y este fenómeno cultural no es desde luego extrafio a la creación de numerosos centros en Asia central. Además, existe una Academia de Ciencias muy activa en la República tadjik. Claro está que estos centros están vigilados por los espías científicos. Sobre todo, por los americanos. El asunto Powers, y la reciente desaveniencia entre los Estados Unidos y el Pa· kistán 1 han tenido como consecuencia unas publicaciones que permiten hacerse una idea de lo que ocurre en este sector del espionaje científico. El espionaje americano (probablemente anglo-americano) en el Asia central, operando a partir del Irán, del Pakistán (clandestinamente) y del Afganistán (todavía más clandestina· mente por cuanto Afganistán es, de modo oficial, completa· mente neutral), utiliza a la vez medios ultramodemos, y otros cuyo romanticismo evoca los mejores tiempos de la información clásica. Se reúnen los medios científicos a bordo de aviones de reconocimiento A 11. Este tipo de aparato remplazó al Ul l. En otofio de 1965, los Estados Unidos suspendieron su ayuda militar al Pakistán, para poner de relieve su neutralidad en la guerra de Cachemira. Como represalia, el Pakistán ordenó evacuar los centros de escucha americanos.
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deliDfortunado Powers. (Recordemos que éste, denibado sobre la U.R.S.S. en 1960, fue intercambiado varios afios después por el coronel •bel, uno de los jefes del espionaje soviético en los Bstados Unidos.) Existen dos variantes de A 11: con plloto o con pllotaje automático. La variante robot automático no es teledirigida, sino pllotada por dispositivos que utilizan el giroscopio con láser. El A 11 resulta estar perfectamente equipado para el espionaje electrónico. Integrado en el sistema de espionaje electrónico 466 L, registra los radares, las emisiones electrónicas, las emisiones radiactivas y, probablemente, gran nó.mero de otros fenómenos. Además, fotografía. De vez en cuando, los rusos derriban uno, pero no provocan ningón escándalo, no deseando envenenar más sus relaciones con los Estados Unidos. Los chinos, menos discretos, han afirmado haber derriba· do 26 A 11 automáticos, a partir del 1.0 de enero de 1967. Afirmación probablemente fundada. El espionaje «clásico» en el Asia central adopta una forma I"'JDántica, rara en nuestro siglo. y que hace pensar en las novelas de Rudyard Kipling, J'ohn Buchan y Talbot Mundy. A un americano le costaría trabajo hacerse pasar por un tadjik o cualquier otro ciudadano de las distintas repúblicas del Asia central. Un iranio, un pakistan1, un afgano o, en rigor, un turco, encuentra mucha menos dificultad, sobre todo cuando se trata de un musulmán -y el Islam, contra el que los soviéticos luchan enérgicamente, sigue todavía muy vivo y muy poderoso en Asia central-. A la inversa, un ciudadano soviético musulmán del Asia central puede hacerse pasar fácilmente por egipcio, y esta facilidad permite integrar a los soviéticos en el Ejército egipcio sin llamar demasiado la atención. Pero ésta es otra historia, como muy bien decía Kipling. Agentes secretos cabalgando en un camello, como en la bella época del Intelligence Service, consiguen, pues, pasar la frontera de Asia central y pasearse por la vecindad de las
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bases, lo que debería permitir situar éstas. Así, los americanos pueden enviar correspondencia o recibirla de sus agentes en las bases. Porque ninguna organización humana es perfecta, e, incluso entre el personal cuidadosamente escogido de las bases del Asia central, debe existir un pequefi.o porcentaje de adversarios del régimen que encuentran medio de comunicar con los americanos y los ingleses. Evidentemente, queda por saber si las informaciones así transmitidas son siempre tomadas en serio. Porque es seguro que muchos proyectos del Asia central deben de ser extraordinariamente fantásticos. La tarea de los que tienen que evaluar la información sobre esto es sumamente ardua. Es ya difícil admitir una idea enteramente nueva, y lo es todavía máS cuando se dispone sólo de informaciones vagas y exageradas que provienen de agentes que intentan hacerse valer. Me acuerdo de mi sorpresa cuando, por primera vez, me hablaron de los proyectos del astrónomo soviético Kozyrev relativos a la utilización del flujo del tiempo como fuente de energía. Dos afi.os más tarde, después de haber recibido el libro de Kozyrev sobre la mecánica causal, fue cuando comprendí que su proyecto era una aplicación perfectamente legítima de la relatividad y de la mecánica de los quantas.' Intentemos ahora aclarar, a partir de los «rumores» que constituyen las distintas relaciones de tránsfugas, de sabios alemanes «traidores» y de periodistas, la información válida sobre lo que realmente existen en Asia central. Es cierto que allí está el polígono de ensayo en que explotó la primera bomba atómica soviética el 29 de agosto de 1949. Igualmente tuvieron lugar en la misma región los experimentos sobre las primeras bombas termonucleares de la U.R.S.S., experimentos continuados luego en Siberia. En 1958, Kruschev 1. Bn determinadas condiciones es constante el producto de la energía de una partícula por el tiempo local. Si se modifica el tiempo local, puede producirse liberación de energía. 7-3.117
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anunciaba que tenían a punto el proyecto de una bomba de 100 megatones, tan devastadora que no se atrevían a continuar las pruebas. En 1960, el público era informado, por una declaración del mariscal Malinovski, que los experimentos preliminares de Asia central y de Siberia habían demostrado que aquellas grandes bombas podían reducir a cenizas una superficie de 2.000 kilómetros cuadrados por megatón. La bomba que no se atrevieron a probar hubiese podido, pues, ¡reducir a cenizas un superficie de 200.000 kilómetros cuadrados... 1 Algunos rumores dejan suponer que los rusos han probado armas de esta c;lase detrás de la Luna. El o los polígonos de pruebas del Asia central, en 1970, parecen haberse especializado en pruebas, a pequeña escala, de armas nucleares todavía más terribles: bombas de neutrones, bombas de antimateria. Se trataba, probablemente, de experimentos de principio tendentes a demostrar su posibilidad. Una vez establecida esta posibilidad de realización, se convertirá, con toda probabilidad, en efectiva, en Siberia, la realización de estas armas. · Indudablemente también se halla en Asia central el centro de lanzamiento y preparación de las armas anticohetes tipo «Galoch». Dichas armas, en principio, tiene que poder interceptar cohetes con cabeza termonuclear lanzados, sea a partir del territorio de los Estados Unidos, ·'sea a partir de submarinos armados con cohetes «Polaris», cruzando el océano Atlántico. Probablemente funciona alrededor de Moscú un sistema de protección «Galoch». Otro protegería Leningrado, a partir de la costa oriental del Báltico. En Asia Central habría también un laboratorio experimental para la producción del «rayo en bola» dirigido, que constituiría el arma anticohete perfecta. Recordemos que es igualmente en aquella parte del mundo donde está instalado el centro de lanzamiento de Baikunur, de donde salen los cohetes cósmicos y los satélites. Es posible que dicho centro haya sido reducido, y que ahora existan tres
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o cuatro del mismo tipo. Es cierto también que se encuentran en Asia Central los principales centros de telecomunicación espacial que reciben las informaciones procedentes de los satélites-espías soviéticos (ver el libro de Robert Clarke ya citado). El centro de obser· vación radioastronómico pasa por ser el más potente del mundo. No lejos de su emplazamiento en Birukán, han sido dadas recientemente varias conferencias sobre la posibilidad de comunicar por radio con otros planetas. Especialistas soviéticos de telecomunicación han declarado que estaban preparados para captar señales procedentes de no importa qué punto de la galaxia, y que podían responder a ellos..• He aquí lo que se sabe a ciencia cierta sobre las instalaciones científicas de Asia Central. Volvamos a los rumores. Necesariamente son rumores bastante vagos, como los que los alemanes hubieron de recoger, sin creer en ellos, durante la Segunda Guerra Mundial, acerca de las ciudades secretas de Hanford y de Oak Ridge. Aquellas ciudades americanas habían sido creadas por el general Leslie R. Groves, que murió, el 13 de julio de 1970, a la edad de setenta y tres años. Fueron gastados dos mil millones de dólares para crear unas ciudades donde trabajaban seis· cientos mil ingenieros y técnicos. No lo sospecharon ni los servicios secretos de los alemanes, ni los de los japoneses. Esto demuestra las posibilidades de acción de que se goza cuando se dispone de un buen sistema de seguridad, e indudablemente la lección no ha sido desaprovechada por los soviéticos. Incluso cuando estas precauciones no son observadas íntegramente, sigue siendo bastante difícil detectar determinados centros. Los americanos, en la conferencia de desarme de Gi· nebra, dieron un buen ejemplo, el 15 de julio de 1970. Para determinar las posibilidades de un sistema de inspección capaz de impedir la fabricación de gases de combate, procedieron por
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sf mismos a la vigilancia aérea y del suelo de tres fábricas químicas situadas en territorio americano. Dos de estas fábricas fabricaban productos normales para la industria química; la tercera, el terrible gas antinervios VX. No fue posible saber, ni por observación aérea ni en el suelo, cuál de aquellas fábricas producía el VX. No obstante, a los observadores les fueron dadas toda clase de facilidades. Y se trataba de detectar una fábrica y no un centro de investigaciones, que muy bien hubiese podido ser enmascarado. Todo esto es para decir con qué reserva es preciso acoger las informaciones procedentes de indiscreciones; ¡ni que decir tiene que las informaciones auténticas de los agentes que operan en Asia Central no están a mi disposición! Sin embargo, puedo proporcionar algunas indicaciones que probablemente no se alejan demasiado de la realidad. Parece que funcionan, en Asia Central, centros de investigación orientados hacia la guerra bacteriológica y la guerra química, muy parecidos a los de Dugway. Determinadas informaciones procedentes de estos centros son difundidas con profusión entre la población soviética, con un objetivo de defensa pasiva y de contraespionaje. Unas organizaciones, sean civiles, sean paramilitares, animadas por miembros del Komsomol, preparan la defensa pasiva contra todo ataque bacteriológico y qufmico. El centro de investigaciones bacteriológicas de Asia Central, no lejos de Samarcanda, posee también un buen servicio de documentación, probablemente relacionado con los servicios soviéticos de espionaje exterior. Tan pronto como, con razón o sin ella, se sefialan preparativos de guerra bacteriológica en cualquier lugar del mundo, se ven aparecer inmediatamente, de fuente soviética, artículos de propaganda denunciando estos preparativos. Esos artículos están notablemente documentados y muy bien difundidos. Sin dicha Prensa, no se hubiese sabido que el Japón se entrega
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actualmente a importantes preparativos de guerra bacteriológica. Los soviéticos se muestran muy especialmente vigilantes en lo que concierne a los japoneses. Aseguran que éstos procedieron a experimentos a gran escala de guerra bacteriológica contra los chinos durante el segundo conflicto mundial. Esta acusación parece ser, al menos parcialmente, confirmada por la publicación, el 7 de julio de 1955, en el New York Times, del relato de un testigo japonés que declara haber asistido, en la región de Harbin, en Manchuria, a experimentos de guerra bacteriológica con tres mil prisioneros chinos. Estos centros habrían sido íntegramente destruidos por los japoneses, inmediatamente después de la declaración de guerra al Japón por la Unión Soviética, en 1945. Las fuentes oficiales chinas y soviéticas que, sin embargo, a menudo no están de acuerdo, confirman el hecho. Se comprende que, desde entonces, los soviéticos vigilen al Japón. Pero es difícil creer que los centros soviéticos de guerra bacteriológica, y sobre todo el de Asia Central, se limiten a una acción defensiva. Es muy probable que aquel centro no tenga nada que envidiar a Dugway. Parece que concuerdan informaciones relativas a un centro de investigación sobre la antigravitación, situado no lejos de Tachkent y en conexión con el centro alemán oriental de Leipzig, que estudia los mismos problemas. Los soviéticos se manifiestan menos pesimistas que los sabios oficiales occidentales sobre la posibilidad de la antigravitación. Incluso creen haber comprobado efectos antigravitacionales en determinadas aleaciones enfriadas en la vecindad del cero absoluto. Es cierto que la gravitación revela una integración débil, mucho más débil que las interacciones electromagnéticas. No queda, pues, excluido, a priori, el hecho de que fuerzas electromagnéticas, aplicadas de modo determinado, puedan neutrali·
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zarla. (Sobre este particular, permftaseme citar un incidente personal, al que, por otra parte, no concedo mucha importancia: Recibí de la U.R.S.S. un número de una revista soviética que contenía uno de mis artículos. En aquel ejemplar, alguien había introducido una hoja de papel escrita a mano en que se me anunciaba que un centro de estudios sobre los platillos volantes había sido creado en Asia Central, después de la caída de uno de estos aparatos, y que ya habían sido obtenidos efectos antigravitacionales. El desconocido autor de la nota añadía que a partir de entonces estaba prohibida cualquier investigación privada sobre el asunto. En efecto, algunos días después, la Pravda publicaba un comunicado de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. en que negaba por completo la existencia de platillos volantes, afí.adiendo que quedaba suspendida toda investigación sobre el tema. La coincidencia me parece curiosa, pero continúo sin creer en los platillos volantes. El número del periódico había sido depositado en Correos, en Moscú, y no tengo medio alguno de identificar al expedidor. No creo que la Policía soviética pueda dar con él con sólo esta débil indicación, y por ello me limito a relatar el incidente, sin tomarlo verdaderamente en serio.) Determinadas indicaciones dejarían suponer la existencia, en Asia central, de un instituto secreto que estudiaría el radar a muy larga distancia. Normalmente, las ondas del radar se propagan, como la luz, en lúlea recta, y, por tanto, no es posible observar en el radar un objeto oculto por la curvatura de la Tierra. Pero el inventor de la alta fidelidad, G. A. Armstrong, antes de suicidarse, exasperado por los trusts americanos, que le habían despojado, dejó el principio de un radar que utilizaría no impulsiones breves de ondas cortas, sino ondas largas continuas para detectar objetos situados a gran distancia en cualquier lugar del Globo. Dichas ondas regresaD después de haber dado varias veces la vuelta al mundo, por reflexiones múltiples sobre la
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falda de Heaviside, y vuelven modificadas si encontraron deter· minados obstáculos: objetos metálicos, nubes radiactivas, regueros de gases dejados por los cohetes, etc. A continuación, unos sabios soviéticos demostraron que el rayo emite una secuencia de ondas, y que la detección de las tempestades permite comprobar, después de cada estallido del rayo, ecos sumamente reveladores. En la actualidad se proseguirían estas investigaciones en un instituto muy secreto, pero que, traicionado por sus emisiones, fue detectado en 1964 por aviones cU 2» americanos con base en Peshawar, en el Pakistán. Es probable que después del abandono por los americanos de la base oficial, en 1965, haya quedado en Peshawar una sóli· da base secreta de la C.I.A.1 Prisioneros de guerra japoneses liberados por los soviéticos declararon haber sufrido un clavado de cerebro» en un campo situado en Asia central. Por desgracia, la Policía japonesa y la C.I.A. les pusieron en seguida la mano encima, de modo que se han publicado pocos documentos relativos a este extremo. Sin embargo, el hecho parece estar bien establecido. El problema del lavado de cerebro, de la implantación de ideas políticas sobre el terreno virgen que constituye el hombre medio, siempre interesó muy vivamente en todos los países comunistas. Es asaz comprensible que semejante centro de detención y de tratamiento haya sido creado en Asia central para el uso 1. Para los escépticos sobre la posibilidad de enviar en 1970 agentes asiá· ticos del Pakistán, o del Afganistán, a Asia central, recordaré que el primer servicio secreto moderno fue fundado en la India por el emperador Akbar, ¡en 1596! La red de Akbar comprendía cuatro mil agentes y abarcaba India, Afganistán y Asia central, así como el Tibet. Esta tradición de los servicios secretos ha sido conservada en la India, donde redes clandestinas que cubrían toda Asia existieron hasta la marcha de los ingleses. Estas redes, controladas por los británicos, han debido pasar, más o menos parcialmente, bajo control americano. Todavía deben de subsistir algunos circuitos de los ,tiempos de Akbar, yendo de Peshawar a Tachkent. Estos circuitos pueden servir, y en realidad sirven, para transportar correo procedente de agentes que trabajan en el interior de los centros soviéticos. Recordemos que, de 1954 a 1966, 365 soviéticos importantes, entre ellos sabios y agentes secretos, cambiaron de campo.
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de japoneses: un nipón que se evadiera del centro y se encontrara en !sia central, no podría ir muy lejos. ¿Existe todavía este centro? No lo sé. Se habló de desertores americanos del Vietnam a quienes cogió por su cuenta una red que dijo que los ayudaría y desaparecieron a continuación en alguna parte detrás del telón de acero. Las pruebas de estas afirmaciones son vagas. En todo caso, no se posee relato alguno de un desertor tratado y que luego explicara su historia. Acaso la partida sólo está aplazada. Es posible que un día se escuche a este desertor en la radio soviética o en la da Hanoi. También se ha hablado mucho de ciudades seudoamericanas construidas en la U.R.S.S., y en las cuales se entrenaría a agentes destinados a ser enviados luego a los Estados Unidos. No estoy demasiado seguro de que existan estas ciudades; me parece muy fantástico. En todo caso, se las sitúa por lo general cerca de Kuibichev y no en Asia central. Estas ciudades per·mitirían fabricar seudoamericanos, tan familiarizados con los drugstores y demás detalles de la vida americana, que no arriesgarían el dejarse coger una vez enviados a los Estados Unidos. En realidad, la idea no es estúpida: sé de casos en que murieron americanos e ingleses, después de haber sido lanzados en paracaídas en la Francia ocupada, porque ignoraban que se podían obtenér 250 gramos de nabos contra el ticket BK. Perdidos en aquel otro planeta que era la Francia ocupada, fueron detenidos a las primeras de cambio. La hipótesis de ciudades seudoamericanas me parece, pues, factible a priori, pero ignoro en absoluto si ha sido efectivamente realizada, y desde luego no he oído hablar de ella a propósito de Asia central. En cambio, la existencia de un centro ultrasecreto de lingüística militar, en Asia central, parece bien fundamentada. Es bastante sorprendente ver a la lingüística convertirse en una ciencia militar.
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He aquí la razón: la ciencia de la criptografía o del desciframiento de los mensajes secretos, ha hecho enormes progresos en los últimos diez años. Si se dispone de una instalación fija inviolable, Embajada o navío de guerra, por ejemplo, es posible emitir y recibir mensajes totalmente indescifrables. Y ello gracias al procedimiento de la codificación óptica, que permite transformar un mensaje en un conjunto de curvas desprovisto de todo significado y que no se puede volver a poner en claro más que con una máquina especial que posea miles de miles de millones de combinaciones. Pero cuando se trata de un mensaje emitido por un agente en país enemigo que deba pasar por un «pianista»1, la situación es muy distinta. Es preciso emplear un· código o una cifra, y códigos y cifras,· cualquiera que sea su complicación, no resisten a la potencia de desciframiento de un ordenador de gran capacidad. Sin embargo, es necesario programar el ordenador a este fin, emitiendo una hipótesis sobre el lenguaje en que está redactado el mensaje. Si en lugar de una lengua conocida se utiliza otra que lo sea poco, el mismo ordenador puede fracasar. Los americanos han utilizado mucho el navajo, una lengua india. Los soviéticos se han servido profusamente del tadjik. Resulta, pues, interesante, para cifrar mensajes, desenterrar una lengua poco conocida u olvidada y disponer de buenos profesores capaces de enseñarla a un agente en tres semanas. Por otra parte, a fines de desciframiento, es útil que los especialistas del contraespionaje, para programar los ordenadores, aprendan lenguajes poco comunes, como las antiguas lenguas celtas o los dialectos indios. Tal es el objetivo, que parece haber sido alcanzado, del centro de lingüística militar de Asia 1. Así se llama en el ambiente de los servicios secretos un operador clan· destino de radio. Durante la Segunda Guerra Mundial, el enemigo bautizó con el nombre de «la orquesta roja» a una organización a la que yo habfa proporcionado decenas de puestos emisores.
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central. Para la pequefia historia, digamos que las lenguas raras se emplean también en las comunicaciones militares, y que han sido captados mensajes absolutamente incomprensibles por los americanos en Turquía y registrados en bandas magnéticas. Estos mensajes constituyen lo que dio origen a la persistente leyenda de contactos secretos entre los rusos y los extraterrestres ... Claro está que los americanos también disponen de centros de lingüística y que probablemente han podido traducir estos mensajes, pero demasiado tarde para utilizarlos. Otro centro, en la misma región, que ha sido definitivamente localizado, se ocupa en espeleología militar. La utilidad de este centro es evidente. Representando las cavernas el imico abrigo seguro contra la bomba de hidrógeno (un submarino en inmersión profunda se encuentra también al abrigo, pero difícilmente puede servir de base importante), su detección, tanto en la U.R.S.S. como en el extranjero, y su utilización con fines militares, fue objeto de importantes estudios. Por otra parte, es probable que, después de los acontecimientos de Checoslovaquia, se proceda a establecer un censo muy detallado, e incluso a una exploración para examinar numerosas cavernas checas, imico medio de impedir a los checoslovacos instalar allí bases de resistencia y almacenar armas. En todos los países del mundo, y para lo suc~sivo, las cavernas se buscan minuciosamente, sobre todo cuando son lo suficientemente vastas y profundas para permitir una instalación permanente. En el caso de una destrucción de Moscú o de Washington, Gobiernos ya preparados tomarían el relevo y continuarían la guerra. La espeleología militar representa, pues, una de las ciencias más importantes, aun cuando raras veces se le da estado oficial. Según informaciones serias, también se hallaría en Asia central el foco de selección en que se interroga en primer término a los sabios tránsfugas procedentes de Occidente.
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La situación de un tránsfuga es, evidentemente, en extremo dificil. Quien ha traicionado una vez, puede hacerlo dos veces. Puede también haber sido, desde el principio, un agente occidental que intentara introducirse en los centros de investigación soviéticos. A mucha gente le choca la idea de un sabio convertido en espía o traidor. A tal efecto, voy a reproducir, en su honor, un telegrama que acabo de leer en el New York Heraid Tribune del 18 de julio de 1970:. ISRAEL CONDENA COMO ESP1A A UN SABIO
Tel-Aviv, 17 julio 1970 (Agencia Reuter ). Un sabio extranjero acaba de ser condenado aquí a dieciocho aiios de cárcel por atentado contra la seguridad de Israel. De fuente jurídica local se declara que es la sentencia más dura que haya sido impuesta en este país. Pierre-Jean Sellam ha sido condenado por mantener contactos con agentes extranjeros y por haber conspirado e intentado hacer espionaje en perjuicio de la seguridad del Estado de Israel. La pena máxima prevista para este crimen es de veinte afios de cárcel. El proceso se ha desarrollado a puerta cerrada ante un tribunal del distrito de Tel-Aviv. Todos los detalles de las actividades de Sellam, su na.. cionalidad, las condiciones de su captura y el tipo de informaciones que perseguía, así como la nacionalidad de sus patronos, forman parte de las informaciones cuya publicación acaba de ser totalmente prohibida.
Para evitar incidentes de esta clase, los sabios tránsfugas son interrogados por especialistas, no lejos de Tachkent. Luego se les pregunta lo que querrían estudiar en la U.R.S.S. A menudo se detectan también personas extremadamente válidas que acaban por obtener la naturalización soviética. Uno de ellos, Bruno Pontecorvo, recibió el premio Lenin. Recordaré que no se entregó jamás a actividades de espionaje y que si escogió ir a la U.R.S.S. fue porque en Occidente no quisieron
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creer en las enormes posibilidades de sus investigaciones sobre el neutrino. El centro seleccionador, cerca de Tachkent, elimina, pues, a los agentes occidentales, a los farsantes y, en la medida de lo posible, a los locos. Existe aún gran número de personas útiles, que quedan clasificadas en dos categorías: - aquellos cuyas investigaciones interesan poco a los militares, como Pontecorvo, o determinados teóricos puros, como Infeld, colaborador de Einstein: -aquellos cuyos trabajos ofrecen UD interés militar. Desaparecen para ir a trabajar en Asia central, en Siberia o en otras partes. En el capítulo titulado «Tráfico de sábios» volveremos sobre este problema de los tránsfugas y de los mercenarios de la Ciencia. Digamos sencillamente que estos tránsfugas son más numerosos de lo que se cree, pero que para el Occidente demuestran ser rara vez peligrosos. Los que, en cambio, representan UD peligro real, son los que permanecen en su sitio y continúan informando a los soviéticos. La mayoría de ellos, no habiendo sido identificados, siguen en libertad. El coronel Abel, por ejemplo, transmitía informaciones atómicas de la máxima importancia. En realidad no fueron los espías atómicos del tiempo de la primera bomba A quienes le in· formaban; aquéllos fueron detenidos hace tiempo. Se servía, pues, de informadores científicos muy calificados, Que yo sepa, todavía no ha sido descubierta su identidad. ¿Lo será acaso algún día? Evidentemente, la primera pregunta que se plantea a los tránsfugas es: «En los centros de investigación en que trabajó usted, ¿conoce a simpatizantes con quienes podríamos, de su Parte, ponemos en contacto?» Incluso si el tránsfuga resulta mediocre por sí mismo, puede también facilitar a los servicios
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de información soviéticos, especializados en la Ciencia, indicaciones sumamente preciosas, que hubiera podido conseguir por casualidad. A este propósito quisiera citar un libro 1 en que el autor a menudo se deja llevar por la pasión política, pero donde se encuentran informaciones útiles. Un sabio francés, con quien se encontró el autor en el curso de una cena política, no se imaginaba el posible alcance de una reflexión suya, en 1967, si algún agente de la U.R.S.S. hubiese estado presente entre los comensales. Hablando en un ambiente supuestamente amigable, se lanzó a reflexiones antigaullistas y se quejó de que una colaboradora de su instituto, enviada a Moscú, fuera demasiado parlanchina. Sin duda alguna, arrastrada por el tema, ¡revelaría inconscientemente algunos de nuestros últimos secretos! La verdad es que los que la habían enviado a Moscú, dentro del marco de la «cooperación» franco-soviética, sabían muy bien lo que hacían. ¿Qué secretos? Nadie le preguntó. Pero el sabio, llevado por su ímpetu, continuó. Explicó -hoy puede decirse, porque revistas especializadas han aludido al tema recientemente-- que su grupo había descubierto los medios técnicos para establecer contactos por radio desde la tierra hasta submarinos a muy grandes profundidades. Ni los Estados Unidos ni la U.R.S.S. lo habían conseguido aún más allá de cierto nivel. Así corren los secretos, a mundo traviesa, y así es como agentes extranjeros pueden localizar el campo de sus investigaciones. No faltan oídos en Francia para captar semejantes informaciones, aunque a menudo se consideren las historias de espionaje como cosa manida, o como el fruto de la imaginación de novelistas mitómanos.
Una sola información de esta clase, que un tránsfuga obtenga por casualidad, que retenga en la memoria y se la sonsaque un interrogador hábil, justifica las inversiones de dinero y de tiempo que representa el estudio de un centenar de tránsfugas. l. Pierre de Villemarest: L'espionnage soviétique en France. Nouvelles Editions Latines, 1970, p. 13.
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Un centro situado en la región de Samarcanda, puede casi asegurarse que hubo de ser suprimido. Era el centro para el estudio y entrenamiento de los combatientes de guerrillas. La U.R.S.S. retiró su participación en las distintas guerrillas, y el centro dejó de existir. Al parecer, otro centro de este género ha sido creado en Siberia: allí se entrenaría a chinos estalinistas para una eventual guerrilla contra Mao en el Sinkiang. Pero esta noticia sale del marco del presente volumen, y será tratada en mi libro sobre el espionaje subversivo. Si un día, a consecuencia de un hallazgo de archivos, puede hacerse una publicación completa sobre el Asia central, indudablemente se conocerá la existencia de institutos de investiga· ción completamente extraordinarios. Pero pasemos ahora del Asia central a Siberia, para visitar otras ciudades secretas y conocer otros institutos de investigación.
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••• Y DE SIDERIA Hablar de Siberia desde el punto de vista exclusivo del espionaje científico, es ver un poco las cosas con el catalejo pues· to al revés. En realidad, allí se está creando una nueva civili· zación: la civilización de la ciencia. El fenómeno ha sido des· crito en numerosos libros. Sin embargo, no disponiendo de es· pacio, y para no apartarme de mi tema, en el presente capítu· lo hablaré únicamente del espionaje científico, empezando por una observación destinada a dejar clara mi posición: No he visitado nunca la U.R.S.S., porque pienso que una sencilla visita no me enseñaría mucho. Sin duda sería necesa· ria una estancia de varios años, con libertad absoluta de movi· mientos, para formarse una opinión completa. Según las infor· maciones que he podido recoger, la Unión soviética no es un paraíso ni un infierno. Es un universo cualitativamente distinto del nuestro, y muy vario. Así, en Siberia existen tanto ciudades de ciencia, libres como Akademgorodsk, o la ciudad en construcción cerca de Novosibirsk, y campos de concentración, como el tristemente célebre presidio de Vorkuta. El fenómeno
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es el mismo que en Asia central, pero a11n más variado. Lo que parece difícil de comprender para un occidental, es que se en~ cuentren sabios tanto en los campos de represión como en las ciudades libres. Un sabio detenido en un campo de represión puede continuar haciendo trabajos teóricos, que podrá publicar cuando salga... Los que realmente han ido demasiado lejos y, por tanto, se han convertido en amenazadores para el sistema, no van a Siberia ni a Asia central, sino que son encerrados en manicómios. Es lo que le acaba de ocurrir al biólogo Medvedev, internado en junio de 1970, y luego, en julio, puesto en libertad a consecuencia de vehementes protestas de determinado número de sus colegas, entre los cuales figuraba el fisico Kapitza, el bioquímico Engelgardt y el biólogo Astaurov. Medvedev escribió un libro: Progreso y decadencia de T. D. Lyssenko,1 que había conseguido que le publicaran en Estados Unidos; este libro relata una de las historias más aterradoras que yo conozco: El biólogo T. D. Lyssenko, todopoderoso bajo Stalin, hacía enviar sus adversarios cientfficos a campos de concentración. Su brazo derecho era un tal Prezent, que reclamaba sin cesar nuevas carretas de deportados. Un día, alguien dijo a Prezent: -Camarada, los hombres cuya cabeza pides combatieron al invasor hitleriano con las armas en la mano durante la gran guerra patriótica de 1941-1945. Y Prezent respodió: -Exacto. Pero lo hicieron emp1rlcamente: Es cierto que detenciones arbitratrias como la de Medvedev provocan, entre los investigadores soviéticos, un descontento que se apresuran a explotar los servicios de información occidentales. Pero veamos antes lo que, en términos generales, ocurre en Siberia.
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Que yo sepa, Siberia posee la única civilización que baya comprendido el interés de la investigación científica pura, sin aplicación. Sin embargo, siempre es rentable semejante estu· dio, y un día acaban por aparecer las aplicaciones que no se buscan. Desgraciadamente, puede descubrirse ser tanto pacíficas como militares, como fue el caso de la explotación de las reservas de energía de los núcleos atómicos. He aquí por qué me parece útil describir algunos de los problemas en las fronteras de la Ciencia pura. Hablaré, sobre todo, de los problemas de Física y de Ouími· ca, porque la Biología molecular y la Genética revelan cierto retraso en la U.R.S.S., precisamente a causa de Lyssenko, que pasó a cuchillo a los biólogos y a los genetistas y que, especial· mente, hizo sucumbir en «campo de represalias» al académico N. l. Vavilov (1887-1943). Actualmente, una comisión está buscando, por cuenta de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., y para la redacción de la biografía de Vavilov, a personas que le hayan conocido. Es de temer que los encuentren con la mayor frecuencia en los campos... En la actualidad, el problema fundamental de la Física consiste en construir máquinas que puedan crear partículas de energía muy alta, del orden de los 100 GEVy aún más. Gracias a máquinas de esta clase, se han producido recientemente en la U.R.S.S., los primeros átomos de antimateria. E igualmente se persigue fabricar -siempre con estas máquinas- polos magnéticos libres, considerados como teóricamente imposibles, hasta que los teóricos hayan cambiado de parecer. Si se consiguiera aislar los polos magnéticos libres en una masa apretada, sólo cinco o diez veces superior a la del protón, se trastornaría la Ciencia y se resolvería gran número de misterios de la materia. Se explicaría, en particular, por qué la carga eléctrica elemental, la del electrón, permanece constante cualquiera que sea la velocidad de la partícula o cualquier otra condición ex-
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perimental. Ahora bien, las máquinas aceleradoras son cada vez más caras. Tanto los centros de investigación soviéticos como los americanos, o el C.E.R.N., empiezan a sufrir penuria de créditos. En Siberia se estudia, bajo la dirección del profesor G. l. Budker, aceleradores que podrían resultar relativamente baratos, dado que no comportarían prácticamente ningún elemento material: ¡las partículas se acelerarían por si mismas en el vacío! Es el tipo exacto del invento renovador completamente revolucionario. Por el momento no se le ve aplicación práctica, al igual que en el siglo XIX, las aplicaciones de la electrónica o de la nucleónica -ciencias que no existían- correspondían a conceptos e incluso a palabras que no figuraban en el idioma. Otro ejemplo de investigación pura y no convencional: los experimentos de telepatía entre Novosibirsk y Moscú. Se ha transmitido determinado número de imágenes -especialmente un guante aislante de electricista- con tal preci· sión, que es dificil imaginar más explicación que la de un fraude o una verdadera transmisión. Considerándolo bien, no pudo ser obra del azar. Huelga decir que, en Francia, esta clase de investigación es simplemente inconcebible. De la Física a la Parapsicología, nos llegan rumores procedentes de Siberia relativos a experimentos sobre las reacciones termonucleares en plasmas en suspensión en el aire. Se trata de una variación a gran escala de los experimentos sobre el crayo en bola», de que ya hemos hablado. Se proyectaría, con la ayuda de soles artificiales -una bola de plasma en la que se produce una reacción termonuclear-, cambiar totalmente el clima de Siberia, e incluso hacerlo tropical ... Determinados investigadores siberianos estimarían más fácil de construir un sol artificial que un generador termonuclear que produjera corriente. Es cierto que la transformación de Siberia en un país tropical y explotable seria algo fantástico, más allá de lo que pueda imaginarse. ¿Quién sabe~ incluso, si semejante transfor·
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mación siberiana no desencadenarla una ofensiva inmediata por parte de los chinos para apoderarse del nuevo mundo así creado? Y, sin embargo, ¿quién se atrevería a atacar un pueblo capaz de lanzar soles termonucleares? Unos científicos siberianos, con ocasión de una visita a Francia, me dijeron que en caso de éxito de semejante experimento se pensaba seriamente en invitar a los negros americanos a ir a colonizar Siberia para escapar al racismo. Parece que, ya desde ahora, se ha puesto matemáticamente a punto la teoría de semejante plasma, lanzado a la atmósfera para permanecer allí durante miles de años y, de ser necesario, poder ser alimentado de «combustible» para mantener la reacción. Su realización práctica tal vez sorprenderá al mundo antes de pocos años. Otro objetivo de Ciencia pura estudiado en Siberia es el muonio, sustancia teórica que hasta hoy no ha sido realizada más que por átomos aislados, de efímera vida. Un átomo de hidrógeno está compuesto de un protón al que se halla unido un electrón. Por su parte, el átomo de muoDio, está compuesto por un protón al que está unido un muon~ partícula dotada de la misma carga que el electrón, pero mucho más pesada. Se encuentran muones en el bombardeo cósmico, y también se pueden fabricar artificialmente. El estudio del muonio representa, al parecer, el ejemplo tipo, clásico, de la investigación pura. Sin embargo, los estudios teóricos tenderían a demostrar que, si fuese posible estabilizar el muonio, se dispondría de una sustancia sumamente densa y a punto de fusión particularmente elevado. Una capa de algunas moléculas de muonio protegería una astronave contra el bombardeo cósmico. Una cúpula de muonio protegería un objetivo contra la bomba de hidrógeno. La investigación sobre el muonio tal vez pueda un día romper por completo el equilibrio del terror. Los trabajos relati·
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vos a los polímeros que comprenden átomos distintos del carobono y del silicio, parecen igualmente, a primera vista, derivar de la más pura ciencia. El vidrio, primera materia plástica conocida, está constituido a base de silicio. Se trata de un termoplástico, es decir, que se ablanda en contacto con el calor. Los plásticos industriales que, por su parte, se hallan constituidos a base de carbono, son termoplásticos o termoendurecibles. Los sabios siberianos se inclinan muy particularmente por los plásticos que utilizan otras sustancias: hierro, aluminio, germanio. Investigación pura... que ya ha dado sus frutos, puesto que ail1 han obtenido plásticos perfectamente transparentes, a pesar de lo cual resisten hasta unos 6000 C, a enormes presiones. Su primera aplicación ha consistido en la armadura individual para combatientes: chaleco a prueba de balas y casco. Pero pueden imaginarse cohetes y submarinos fabricados a partir de estas nuevas materias plásticas. La investigación pura es siempre rentable. Las propiedades del agua forman parte de los temas que interesan a priori a los institutos siberianos de investigación. La estructura del agua, como hemos indicado ya, todavía es desconocida. Se encuentran a menudo, en la Prensa soviética, alusiones a agua activada de tal modo que casi pueda disolver no importa qué. A partir de aquel momento, las perforaciones, por ejemplo, se efectuarían no con herramientas, sino con agua activada bajo presión. Gran número de otras aplicaciones son fáciles de imaginar. Pero la estructura del agua en sí es lo que interesa sobre todo a los sabios siberianos. La misma natura· leza de la vida se encuentra en estrecha relación con el problema así planteado. Citemos, en fin, como ejemplo de investigación parcialmen· te hecha pública en Siberia, los trabajos fundamentales sobre la naturaleza de la radiactividad. Setenta a:fi.os después de su
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descubrimiento, la radiactividad natural sigue siendo todavía un misterio. Algunos años atrás se descubrió en Siberia un nuevo tipo de radiactividad natural en que el núcleo inestable emite un protón y no rayos alfa, beta o gamma. Este tipo de radiactividad era, hasta ahora, desconocido. Los soviéticos se preguntan también, a consecuencia de los trabajos del francés Jean Thibaud, si las desintegraciones radiactivas se desencadenan realmente al azar o si, por el contrario, se producen durante lapsos de tiempo particularmente favorables. Investigación típicamente «pura» ... Pero, sin embargo, no olvidemos que de la radiactividad nacieron la bomba A y la bomba H. Investigación, pues, que seguir. He enumerado algunos de los trabajos semiabiertos. De los relatos de los tránsfugas de la U.R.S.S., más o menos deformados por los «rumores que circulan», he recogido algunos ecos sobre institutos más secretos. Por otra parte, su existencia en Siberia está confirmada de modo indirecto. En primer lugar, tiene que existir al menos un polígono de tiro para las armas A y H. La U.R.S.S. ha renunciado a las explosiones al aire libre, pero efectúa numerosas explosiones subterráneas. Luego, se ha anunciado que las bombas H, teóricamente posibles, habían llegado a ser tan potentes que la U.R.S.S. no se atrevía a experimentarlas más ... De fuente soviética, esta suspensión de los experimentos super-H dataría de 1960. Por lo que respecta a las bombas ya realizadas, el mariscal Iván Yakubovski declaraba, el 24 de febrero de 1969, que cada una de ellas transportaba una carga más potente que la totalidad de los explosivos empleados durante la Segunda Guerra Mundial. Indudablemente han tenido lugar pruebas de estas bombas, en el suelo y en el espacio, a partir del polígono siberiano. Su fabricación se efectúa también parcialmente en Siberia, y se sabe que la mano de obra utilizada para la construcción de los cohetes depende directamente de la Policía po-
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lítica. Es probable que, gracias a los satélites artificiales, los americanos conozcan de modo preciso el emplazamiento de estas bases. Tampoco es improbable que de vez en cuando, desafiando las dificultades, se escape alguien y llegue a Alaska. Pero está .claro que los americanos protegen cuidadosamente a los tránsfugas de esta clase, y no se oye hablar de ellos. Volveremos sobre el asunto en el capítulo sobre el tráfico de sabios. Citemos, sin embargo, cifras de procedencia americana: un tránsfuga aceptable recibe 35.000 dólares a la llegada, y luego 10.000 dólares anuales. Comparada con la paga asignada por la Policía, que no asegura más que un plato de kasha al día, la remuneración es, con mucho, superior. También parece ser cierta la existencia, perfectamente natural en Siberia, de centros de estudios especiales para la guerra polar. Las desastrosas campañas de Hitler contra la U.R.S.S. probaron que la guerra a baja temperatura plantea problemas técnicos sumamente delicados. La gasolina tiende a descomponerse. Los lubricantes se endurecen. El equipo electrónico ya no es fiable. También se estudia con el mayor cuidado, en el instituto especial siberiano, los lubricantes a base de siliconas, los aditivos que impiden la descomposición de la gasolina, las técnicas de fabricación de los componentes electrónicos independientes de la temperatura, o termostáticos, etc. Parece bastante verosímil que antes de pocos años veamos el empleo de estos progresos técnicos contra los chinos. También es muy natural que el Instituto de Estudios sobre el empleo del litio esté implantado en Siberia, puesto que el yacimiento principal de litio se sitúa en la península de Kola. El litio, sea directamente, sea por mediación del tritio, que puede obtenerse por transmutación de este metal, es el elemento fundamental a partir del cual se fabrican las bombas de hidrógeno (el otro elemento es el deuterio, o hidrógeno pesado). Pero el litio, ofrece muchas otras aplicaciones. Puede servir
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para elaborar supercarburantes para cohetes. Puede entrar en la fabricación de acumuladores eléctricos sumamente ligeros, desempeñando la función de uno de los polos, siendo el otro el tluoruro de sodio. Se manifiestan otras realizaciones prácticas, según el curso de los estudios emprendidos sobre este extraordinario metal. Las minas de Kola están ampliamente capacitadas para fabricar un número casi ilimitado de bombas termonucleares. Y todavía queda bastante para otras aplicaciones. Señalemos, de paso, este hecho insuficientemente conocido en mi opinión: por el hecho de haberse puesto a trabajar en la bomba de hidrógeno litio-deuterio, más pesada que la bomba de hidrógeno deuterio-tritio, los rusos pudieron poner a punto los potentísimos cohetes que les aseguraron, durante mucho tiempo, un considerable avance en la conquista del espacio. También se sitúa en Siberia la faetona de fabricación de gases contra los nervios Tabin G.A. Los soviéticos apresaron y transportaron a Siberia la fábrica alemana que producía estos gases, y ya en 1959 tenían almacenadas 50.000 toneladas de los mismos. En aquellos años, el 15 por 100 de sus municiones estaban compuestas de gas, y además de la gran fábrica de Siberia, otras cincuenta estaban en curso de construcción. La situación ha debido evolucionar a partir de 1959. Tanto más cuanto que China produce igualmente gases e incluso ha exportado a Egipto y al Vietnam del Norte. Los soviéticos, pues, tienen que preparar gases, al menos como arma de disuasión. Este último ejemplo agota la lista de los institutos cuya existencia parece cierta a un occidental. Existirlan, además, dos institutos especializados en las nuevas armas. No se trataría, como creo comprender, de institutos de investigación, sino de desarrollo. Es decir, que una vez una nueva arma está experimentada por un instituto que fabrique prototipos, en Asia central o en otra parte, los dos institutos siberianos proceden en-
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tonces a la puesta a punto tecnológica, que les permite producir esta arma en pequeña escala. Así se hizo probablemente con los cohetes cSAM 1» y «SAM 3». De hecho, no se deduce la realidad de estos centros, sino porque existen zonas, rigurosamente prohibidas, incluso para los ciudadanos soviéticos, sin hablar de los diplomáticos y de los periodistas extranjeros. Estos centros representan probablemente blancos ideales, objeti· vos de prioridad número 1 para el espionaje científico. En asuntos de espionaje nadie puede nunca enorgullecerse de un éxito, y es bastante difícil saber si los servicios occidentales han podido penetrar en el interior de estos centros. No parece que entre su personal haya prisioneros poltticos: se trata de organizaciones puramente militares, cuya seguridad está garantiza. da por los mismos militares. Con todo, el Ejército soviético no está más al abrigo de infiltraciones que cualquier otra orga· nización; prueba de ello: el asunto Penkovski. Al releer estas 1tneas me percato de que el lector tiene derecho a manifestar cierto escepticismo y a objetarse: «
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de tanque, tiene un alcance de setecientos cincuenta kilómetros y produce una carga termonuclear de un megatón. -Los batallones soviéticos equipados con cohetes, a los que los agentes occidentales han dado el nombre cifrado de cFrog», hasta el presente comprendían tres compañías. Su número acaba de ser elevado a cuatro. El «Frog» es un cohete táctico capaz de alcanzar su objetivo a una distancia de sesenta kilómetros. -Rusia prepara una operación aerotransportada que podrá movilizar rápidamente sesenta divisiones. -China construye un nuevo polígono de prueba de cohetes cerca de Pekín. Está destinado al tiro de cohetes experimentales con combustible líquido, con un alcance de tres mil kilómetros, en la región de Sinkiang. -China produce actualmente 400 cMig 19» por año. -Un nuevo cuartel general militar chino, establecido en la región de Wuhan, al sur de Pekín, está destinado a coordinar la defensa de China en caso de ataque. Para quien ha conocido un poco el espionaje militar, es evi· dente que esta clase informaciones no puede ser obtenida únicamente a partir de satélites o de aviones de reconocimiento. Por tanto, unos agentes han debido operar sobre el terreno. Las redes de la C.I.A. funcionan, pues, tanto en China como en Siberia; y esto es lo que quería demostrar. Ahora imaginemos que estamos en Langley, sede de la C.I.A., y que entramos, en el momento del informe, en la sección que se ocupa en Siberia. ¿Cómo opera esta sección para vigilar aquella inmensa región? Ante todo, precisemos que gran número de unidades de vigilancia de Siberia no están en la propia Siberia. Operan a distancia, muy lejos de Siberia. No se trata de unidades de reconocimiento fotográfico, que desempefian también un importante papel, sino de unidades de detección. Actualmente, una explosión H en superficie queda inmedia-
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tamente detectada y localizada. El métoCio utilizado, por otra parte completado por gráficas sismográficas, que yo sepa no ha sido descrito a menudo al gran público, y puede ser útil hacerlo aquí. La capa ionizada de la alta atmósfera y la Tierra forman un condensador eléctrico. La explosión de una bomba H atraviesa este condensador y provoca un cortocircuito. Esta «herida» del condensador terrestre se cura en menos de una millonésima de segundo. Pero la señal que se produce en el momento de la perforación puede ser detectada y localizada. Revela el lugar de la explosión, con una diferencia de algunos centenares de metros en más o en menos. Lo mismo ocurre con las explosiones subterráneas. El único medio de evitar esta localización consistiría en operar en el momento exacto en que se produce un temblor de tierra. Teniendo una bomba en todo momento preparada, su explosión sería inmediatamente desencadenada tan pronto como se registrara en la región una onda de la suficiente potencia, nacida de un temblor natural de tierra. Incluso entonces, la explosión subterránea produciría ·fisuras, de las que escaparía una radiactividad característica. Esta radiactividad sería detectada, a miles de kilómetros, por aviones que recogerían muestras de aire. Hoy en día es suficientemente conocida la circulación de las corrientes atmosféricas para que se pueda prever el lugar adonde llegará, dentro de algunos días, el aire que hoy estaba por encima del lugar bien definido de la Tierra. Unos aviones se dirigen hacia aquel lugar y toman muestras de aire, que serán analizadas. Este análisis es tan exacto, que pueden ser descubiertas huellas de radiactividad y de gases, de microbios o de toxinas. Así se localizan factorías de fabricación de gases de combate. Además, radares especiales de largo alcance, operando por encima de la curvatura de la Tierra, son capaces de registrar los gases de salida de los cohetes. Tan así es, que, sin acercarse a Siberia, se pueden tener nociones bastante exactas de lo que aW ocurre desde
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el punto de vista de la guerra atómica, de los colietes, de la guerra química y bacteriológica. Dado que los satélites artifi. ciales seíialan igualmente las líneas de alta tensión, y que todo centro de investigación y de puesta a punto tiene necesidad de energía, tanto si la reciben como si él mismo la produce, todos estos centros tienen que ser ahora localizados. Para saber más, es preciso «infiltrar» agentes en Siberia. En principio, esta operación no presenta dificultades. Sibería, todavía hoy, no es ni lo suficiente explorada, ni enteramente conocida. Años atrás, unas tribus que no se había conseguido localizar, seguían trayendo, con regularidad, abrigos de pieles como regalo para los zares, ignorando la revolución. Infiltrar agentes en la región no es nada imposible. Mucho más lo es el problema -hasta llegar a ser el más difícil- de que sean útiles estos agentes en Siberia, como el espionaje científico exige. Porque, en mi opinión, no podrán acercarse a más de cincuenta kilómetros de uno de estos centros sin que los cojan. Alrededor de tales centros vigilan incesantes patrullas: hombres, perros, jeeps, helicópteros. Me parece prácticamente imposible poder escapar de ellos. Evidentemente, estas patrullas no cubren más que la .periferia inmediata de los centros, y un agente, con los papeles en regla y un buen motivo para el viaje, puede llegar hasta allí y quedarse durante unas horas, incluso un día entero, en la vecindad de uno de ellos. Pero, ¿qué sabrá de este modo? Poca cosa, creo yo. A condi· ción de que el centro no esté enmascarado en un bosque, y en caso de que la topografía del lugar se preste a ello, puede tomar algunas fotos para confirmar las obtenidas desde el aire. También puede comprobar la radiactividad ambiente. En rigor, podría ver el disparo de cohetes, el despegue de aviones especiales o el «rayo en bola». Observaciones útiles, claro, pero muy limitadas. A menos que ... A menos que el agente obtenga una entrevista con uno de los trabajadores del centro, que le permi·
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ta enviar un informe. Ocurren cosas de esta clase. ¿Cómo son posibles? Sencillamente, porque los americanos captaron a los agentes «durmientes» del servicio de información de Hitler. Estos agentes fueron puestos a su disposición por el general Gehlen y su sucesor, Wassel.l Un agente durmiente es un agente que se envía a un país con la misión de no hacer nada, de no comunicar información alguna, de establecerse en el lugar, de confundirse con la población y de seguir allí una carrera normal esperando órdenes. Cuando Hitler atacó la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, el país estaba atestado de agentes durmientes. La Policía política de la época, el N.K..V.D., inutilizó, para que no causaran más dafíos, a quellos que los servicios alemanes habían activado. Pero muchos escaparon a la captura. El general Gehlen dio la lista a los americanos, y el general Wassella completó. Existe, pues, en la Unión Soviética, determinado número de hombres de cincuenta a setenta añ.os, aparentemente soviéticos pero en realidad alemanes, que siguen carreras de todo orden. Entre estas carreras, muchas son científicas y técnicas, porque el servicio secreto de Hitler comprendía ya perfectamente la importancia de la Ciencia. Determinado número de estos hombres o de estas mujeres han tenido que llegar, automáticamente, a los centros más secretos de Siberia. Y entonces habrán podido comunicar con sus nuevos amos, los americanos. Además, estos últimos, de 1945 a 1950, habían reclutado determinado número de soviéticos en los campos de personas desplazadas, los habían entrenado en campos especiales en Alemania, y luego les habían hecho pedir su repatriación a la U.R.S.S. Una ley americana prevé que cuando semejantes personas tienen que evadirse de la U.R.S.S. y consiguen llegar a l. Véase, sobre este tema, el excelente libro de A1ain Guérin Le générat
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los Estados Unidos, son natural y discretamente naturalizados americanos, sin más trámites. En consecuencia, los americanos disponen en la U.R.S.S. de cierto número de agentes seguros. Y las instrucciones de estos agentes deben de ser las de presentarse, en lo posible, voluntarios para Siberia, a fin de infiltrarse en los centros allí situados y proporcionar informaciones. No hay que imaginar que dichos agentes constituyen una red parecida a las que existían en Francia durante la Segunda Guerra. Mundial. Aquella técnica hace tiempo que fue abandonada, como peligrosa, por los servicios de información. No sobrevive más que en las novelas de espionaje. Cada agente tiene un contrato individual con la agencia que lo emplea. Este contrato indica la persona que debe beneficiarse de una suma de dinero, a menudo muy importante, en caso de muerte súbita del agente. Si éste sobrevive, él mismo cobrará la suma. Ni que decir tiene que estos agentes no disponen, en el interior de los centros, de emisores de radio que les permitan enviar mensajes a los Estados Unidos: a los treinta segundos serían localizados. Podemos imaginar, pues, sin novelería, a dos hombres que se encuentran en un desierto rincón de la taiga. Sólo cambian algunas frases, pero que pueden ser terriblemente reveladoras. Por ejemplo: «Este centro estudia la bomba antimateria. El director es el general-profesor X.» Tal vez no se encuentran. Uno de ellos se limitará a colocar en un lugar convenido un microfilme bien disimulado, que el otro irá a recoger después. Desgraciadamente, esta segunda versión me parece demasiado novelesca: el acceso a los dispositivos de microfilmaje, a las máquinas de fotocopiar, incluso a las máquinas de escribir, es estrechamente vigilado. Como quiera que todos estos aparatos están provistos de contadores, cualquier uso clandestino queda automáticamente localizado. Además, tanto el correo como el agente que trabaja en el centro se arriesgan a que los registren ciertos especialistas a los que
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nada escapa. Decididamente, la transmisión no puede ser más que verbal. Los correos de la C.I.A. han sido sujetos a UD entrenamiento especial de la memoria y pueden registrar comu· nicaclones muy largas. Están capacitados para retener un mensaje, incluso si no lo comprenden. Si el correo escapa a las trampas, si el submarino americano llega a la cita en el Artico o si el helicóptero de la C.I.A. consigue violar la frontera soviética, el correo pasará y el mensaje será transmitido. Así, en la C.I.A. tendrán al menos una vaga idea del centro en cuestión. Evidentemente, esta idea puede quedar precisada si se tiene la suerte de colocar UD agente en el circuito de la información. Imaginemos, por ejemplo, UD agente que, después de haber trabajado primero para los alemanes, luego para los americanos, es encargado de censurar las cartas escritas a su familia por los cientfficos del centro. Este agente no necesita ser, a su vez, UD científico: puede ser UD policía de rango subalterno, antiguo combatiente soviético de la Segunda Guerra Mundial. Este agente recibe instrucciones para censurar las cartas que traten de determi· nados temas. Y estas instrucciones pueden darle ya una muy buena idea de lo que ocurre en el centro, incluso si ignora los detalles científicos y técnicos. Un jefe de a)macén, un agente técnico encargado de trasladar los pedidos de material, una normalizadora o una telefonista pueden tener, o transmitir, ideas muy preciosas sobre lo que ocurre, incluso si no poseen conocimiento científico alguno. La menor información, aunque sea de naturaleza general, puede resultar muy importante, sobre todo si se trata de un centro fundado después de 1961. El12 de abril de 1961, el traidor Penkovski comunicó una primera lista de centros de investigación soviéticos.1 Detenido 1. Tenía que haber dado una lista completa de aquellos centros el 20 de abril 1961 en el «Mount Royal Hotel», de Londres, a cuatro agentes secretos occide.Dtales, cuyos seudónimos eran Grllle, Miles, Alexander y Olaf.
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el 22 de octubre de 1962, fue fusllado en la tarde del 15 de mayo de 1963. Cortada aquella fuente, no es seguro que los servicios secretos occidentales hayan podido remplazada eficazmente. La menor información sobre un nuevo centro, y del que no haya hablado Penkovski, puede tener enorme importancia. Una vez identificado un centro, los servicios americanos establecen un cuestionario sobre él, tarea en sí misma bastante fácll. No existe gran número de especialistas en un sector dado de la investigación. Es fácll saber cuáles de ellos han desaparecido de la circulación, cuáles han dejado de publicar, cuáles noviajan ya por el extranjero. El cuestionario preguntará, pues, .si determinado profesor, cierto investigador, no ha sido visto en el centro. Pedirá, a continuación, cuáles son las materias primas que entran en el centro, cuál es la naturaleza de los aparatos, la superficie útll del centro, etc. En seguida empieza la verdadera dificultad: hacer llegar el cuestionario al agente y recibir una respuesta de éste. El problema, capital para todo servicio de información, no es tanto reunir las informaciones como hacerlas llegar a su destino. Cuantas más preguntas se plantean al agente, más a menudo tiene que encontrarse con su contacto, y más aumenta su peligro. Incluso· aumenta rápidamente de modo exponencial, como se dice en matemáticas. Esta actividad puede acabar pronto, para el agente, con una breve mención fijada en el tablero de información general del centro: «El camarada Y, habiendo burlado la vigilancia socialista, se entregó a actos de espionaje contra la patria. Ha sido condenado a muerte por el tribunal especial apropiado. La sentencia ha sido ejecutada.» Así, se intenta preservar a los agentes y obtener informaciones por «banda», haciendo infiltrar agentes en los centros científicos prácticamente libres. Evidentemente, allí no se dis-
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cute lo que pasa en los centros secretos. Pero, con todo, puede obtenerse una información, al azar de una conversación, en un boletín confidencial, o, sencillamente, al redactar la orden de misión de un sabio que abandona el centro libre para pasar algún tiempo en otro centro secreto. Esta clase de trabajo resulta muy peligrosa, pero, con todo, la mortalidad de los agentes es menor que en los centros ultra· secretos. Por otra parte, un agente que trabaje en un centro libre puede ir a una gran ciudad, encontrar alli un agente o un cómplice que vaya al extranjero y entregarle un microfilme. Por ello, incluso en 1970, no gusta que los ciudadanos soviéticos viajen al extranjero. Una penosa experiencia ha demostrado a las autoridades que no sólo microfilmes, sino también manuscritos voluminosos, han escapado a las autoridades para ser publicados luego en el extranjero. Lo que inquieta en la U.R.S.S. no es tanto el contenido del manuscrito como el hecho de que se puedan expatriar trescientas páginas dactilografiadas sin que las inter· cepte la Policía. Una masa considerable de microfilmes podría contener, con muchas otras informaciones, un informe tan importante como el de Penkovski... También se busca, en Occidente, situar los centros siguiendo el trayecto del material científico comprado en el Este, o productos químicos raros. Cuando los soviéticos presentaron en Le Bourget un modelo de «Sputnik 1», se comprobó en él la presencia de la copia exacta de un instrumento científico inventado por los americanos, y del que habían sido comprados por los rusos determinado número de ejemplares. Por tanto, si un instituto científico soviético «abierto• encarga cantidades completamente anormales de material, se puede intentar seguir la pista y ver si esta pista conduce a un instituto oculto. Llegado aquí, me gustaría que se me permi· tiera una pequeñ.a digresión personal. Amigos que trabajaron conmigo en la Resistencia y que
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actualmente ocupan importantes puestos en los servicios secretos occidentales, me dicen a veces: «Puesto que eres tan mali· cioso, ¿qué harías en tal caso?» Una de mis respuestas se ha hecho célebre. Me preguntaban lo que habría hecho de encontrarme en el lugar del aviador Powers, acusado de espionaje, en el momento de su interrogatorio. «Hubiese esperado -repliqué- la entrada en la sala del segundo o del tercer interrogador, y me hubiera abalanzado sobre él gritando: »-¡Vamos, Johnny, también te han atrapado! -Luego los servicios soviéticos hubiesen necesitado meses para desembrollar la historia, después de haber detenido al interrogador.» Me preguntaron cómo procedería si me encargaran realizar una encuesta sobre los centros secretos de Siberia. Respondí que haría el truco del revizor. (Recordemos la comedia de Gogol, en la que llega a una ciudad. un falso inspector de la Administración, y nadie se atreve a pedirle una orden de misión o una prueba de que efectivamente es un revizor.) Pues bien, yo me presentaría en Siberia con toda frescura para inspeccionar los establecimientos secretos, y estoy persuadido de que nadie me pediría una orden de misión, y que podría proceder a la inspección y volver a Moscú y a Leningrado sin dificultad. Brindo esta extravagente idea a cualquier autor de novela de espionaje que quiera servirse de ella mediante el pago simbólico de un franco. Aparte un golpe de audacia de esta clase, nos podemos preguntar si no sería más económico, una vez en posesión de la idea general, montar un centro de investigación sobre el mismo tema en los Estados Unidos, más que intentar la penetración en los centros soviéticos, sobre todo, los centros siberianos. Evidentemente, la literatura sensacionalista se ha permitido carta blanca en lo que concierne a estos centros siberianos y, en particular, ha descrito varias veces el de Atomgorod, que, sin embargo, parece que no existe. Por mi parte, no conozco 9-3.117
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relato alguno realmente convincente de un tránsfuga que haya trabajado en un centro secreto de Siberia. He visto algunos pasar rápidamente, pero nunca han vuelto a verme con artículos o temas para libros. Probablemente los servicios especiales se los guardan como oro en paño. Un alemán que llevaba el nombre poco verosímil de Adalbert Warwolf publicó en París un libro, sobre estos centros secretos, titulado: Il ne reste plus qu'a prier. Por desgracia, este libro no me inspira confianza alguna. No tengo la impresión de que el autor se haya acercado a Siberia más allá de la biblioteca central de Nueva York. El problema de los centros siberianos se revela muy particularmente interesante, porque realmente está situado en el corazón del espionaje científico: no encontraremos, en este libro, problema más difícil. Se trata de una región inmensa, en que una ciudad entera puede pasar inadvertida, disimulada en pueblecitos de apariencia normal. Se trata, en su gran mayoría, de investigadores que unen la pasión de la Ciencia y el patriotismo, convencidos de que edifican un mundo nuevo, y dispuestos a proteger sus descubrimientos contra los ladrones imperialistas.1 Por tanto, si no se dispone de agentes en los mismos centros, no se puede olfatear que allí pasa algo más que porque, a su alrededor, hay una zona prohibida. Y nada impide a la Policía secreta soviética, que no está compuesta ni mucho menos por idiotas, establecer zonas prohibidas alrededor de un punto sin interés, para complicar todavía más el trabajo, ya difícil, de los espías. Por otra parte, las autoridades americanas prel. Digo en su gran mayoría, porque guardo la narración de un visitante que vivió algún tiempo en un centro semilibre. Aquel visitante afirma, y le
dejo la responsabilidad de su afirmación, que el domingo, al volver a casa, es preciso saltar por encima de los sabios que están estirados en el umbral de la puerta, completamente borrachos. Si esta historia es verídica, un buen medio de penetrar en los centros sería presentarse all1 como organizador de
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tenden que, cuando localizan una instalación importante en Siberia, alguna vez preguntan a los rusos, por vía diplomática, de lo que se trata. Parece, igualmente, que se obtienen respuestas por el télex rojo. Mortunadamente es cierto que, gracias al perfecto equilibrio del terror, existe una determinada complicidad ruso-americana, y que la guerra secreta se hace en un estado de espíritu en que se busca minimizar las pérdidas de ambos lados. Kruschev incluso propuso reunir los dos servicios secretos, diciendo públicamente en la Televisión americana: «¿Por qué pagar dos veces a los agentes que trabajan tanto por nosotros como para vosotros?» Pero después de la destitución de Kruschev, el16 de octubre de 1964, por razones de «conspiración demencial, frases jactanciosas y mentirosas, métodos de trabajo en el interior de su despacho sin contacto con la realidad», el régimen soviético escogió el endurecimien· to. Checoslovaquia es sólo el primer ejemplo. ¿Es debido este endurecimiento a la confianza absoluta en las nuevas armas puestas a punto en institutos secretos y ahora producidas en serie? Esta pregunta y su respuesta son las más importantes de todas las que ahora quedan en suspenso. Que los servicios secretos occidentales desembrollen este problema; lo que consigan saber puede resultar tan capital como el descubrimiento, en 1942, de la base alemana de cohetes, en Peenemünde.
C.APtruLo VI
TRAFICO DE SABIOS BOSTON, 29 de abril de 1970: Está reunida la Sociedad Americana de Microbiología. Más de cuatro mil congresistas, mil cuatrocientas comunicaciones. Se levanta un sabio. Se llama Jonathan :aeckwith, y es profesor en Harvard. En pie, desafía a la sala: «La Institución Cientffica ha querido comprarme. ¡Pero yo no me dejo comprar! Entrego la totalidad de mi premio a las Panteras Negras!»
Tumulto sin nombre y sin precedentes en la sala, que nu· merosos congresistas abandonan en señal de protesta. Más de un millar de ellos se levantan y aclaman a Beckwith. Otros llegan a las manos. BERKELEY, marzo de 1970: Un caballero vestido con un traje. de franela gris, símbolo del hombre de negocios en los Estados Unidos, deambula por las avenidas del campus. Acaba de anunciar que el gran trust químico «Dow» le ha encargado
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reclutar a jóvenes y brillantes estudiantes para los laboratorios y la administración científica de la sociedad. Bruscamente resuena un grito: c¡Maol ¡Maol ¡Mao Tsé-tungl» Estudiantes de uno y otro sexo se precipitan sobre el caballero, lo derriban y lo muelen a golpes. Las chicas se muestran particularmente encarnizadas. En seguida el elegante traje de franela gris no es más que un harapo. Sobre el campo de batalla, o, mejor dicho, de agresión, se hallarán dientes de oro y gafas rotas. Dejando al caballero K.O., los estudiantes, chicos y chicas, se alejan diciendo: cEsto le enseñará a querer reclutar sabios... » MAYO DE 1970: Un automóvil cPorsche» corre por la Selva Negra. Bruscamente, salen de detrás de los árboles ráfagas de metralleta. El coche, en llamas, da tumbos; en el interior quedan los cadáveres de dos sabios alemanes que iban a fabricar cohetes para Egipto. La encuesta, sin profundizar demasiado, revelará, sin embargo, que las balas fueron disparadas por una metralleta china. Muchas gentes poseen metralletas chinas utilizadas por los terroristas del mundo entero. No prosigamos la encuesta: al fin y al cabo, no somos ni alemanes ni policías. 1962: Un avión aterriza en el único aeródromo internacional del Estado de Ghana, en Africa. De él desciende un hombre que fue célebre: el espía atómico Allan Nunn May. Este inglés, que vendió a los rusos los secretos atómicos de los anglo-americanos, fue detenido el 4 de marzo de 1946 y condenado a diez años de cárcel. Pero al cabo de seis fue puesto en libertad por buena conducta. Ghana necesita un sabio, y el pasado de Allan Nunn May le es indiferente. Los soviéticos, claro está, aplauden y ofrecen a Ghana un importante material
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científico. Oficialmente profesor de física, Allan Nunn May se entrega a determinados estudios secretos. Vigila de modo particular, por cuenta de los soviéticos y de los Estados africanos, los experimentos atómicos en el resto del mundo, y las investi· gaciones en el continente africano. En el hotel del Neva, en la Invalidenstrasse, en Berlín-Este, un .chino recibe a unos sabios que quieren ir a trabajar a China. Las condiciones de trabajo son buenas, y los emolumentos, elevados. Acuden a visitarlo personas de todas las partes del mundo. En un lujoso apartamento de un gran hotel de París, un hombre de negocios americano, después de haber gastado una fortuna en anuncios en la Prensa francesa, interroga a los candidatos. Busca científicos por cuenta de un patrono acerca del cual se muestra sumamente discreto. El autor de este libro, después de haber sufrido el test verbal, hizo constar en el lugar correspondiente del informe: «antiguo agente de los servicios de información». Esto no impidió que se le ofreciera un empleo ¡para estudiar el enfriamiento. electrónico de las piezas esenciales en los aviones de combate! Esta historia ocurría en 1967, pero el personaje vuelve todos los veranos y pone su anuncio en los periódicos distinguidos. Acabamos de leer algunos episodios -y podría explicar muchos más- sobre el tráfico de sabios. Este tráfico es de tal amplitud, que un informe oficial inglés, el informe dones 1967», estima que el fenómeno constituye un peligro muy serio para Inglaterra. Al año siguiente, un reclutador de la compañía americana «Westinghouse» intenta comprar a unos especialistas ingleses que trabajan en el centro de investigaciones de Dounreay, donde se ocupan en pilas «incubadoras» de neutrones rápidos. Ninguna ley lo prohíbe. Sin embargo, los
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ingleses deciden hacer algo. Asf, el ministro de Tecnología, Anthony Wedgwood Benn, obra por su cuenta~ Escribe personalmente a cada uno de los interesados: «Apelo a usted, como un inglés patriota apela a otro inglés. Le prometo personalmente que el Gobierno sostendrá a fondo sus investigaciones. No se marche usted. Se lo ruego, como se lo habría rogado a los combatientes durante la guerra. Es igualmente grave.» En 1967, Jacob Burckhardt, presidente del «
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incluso si acaban de salir de la cárcel. Un estudio del sociólogo inglés Richard Titmuss, fechado en 1967, revela hasta qué punto es provechoso el tráfico de sabios, fundándose, por ejemplo, en el hecho de que los sabios importados a los Estados Unidos, de 1949 a 1957, hicieron ganar a aquel país ¡cuatro mil millones de dólares .•. / Sin duda alguna, más que el rendimiento económico de todos los esclavos llevados a los Estados Unidos a partir del siglo xvu, incluso mucho más. El mercado moderno de esclavos es rentable. Independientemente de los beneficios puramente materia• les, aparecen algunas necesidades absolutas: para un Estado como Ghana, es esencial saber si, cuando se producen las explosiones atómicas amenazan la salud de su población. Antes de pocos años, el mismo Ghana tendrá sus sabios atómicos: brillantes estudiantes terminan sus estudios en el mundo entero. Pero a partir de ahora es cuando Ghana necesita un atomista. Porque el peligro es para hoy. No pudiendo hacerlo de otro modo, irán, pues, a buscar atomistas a la cárcel, y esperarán hasta que salga. En otro campo, se busca un especialista en el alimento de los animales. A los cubanos les faltan proteínas en el preciso instante en que tienen que rendir un trabajo físico extremada· mente duro. Se importa de Escocia un especialista: T. R. Prestan. :E.ste descubre un nuevo alimento para el ganado, a partir de la melaza de azúcar y de la urea. Triplica la producción de carne por unidad de superficie. Si el régimen de Castro sobrevive, lo deberá en gran parte al profesor Preston. Pero era necesario saber que existía aquel profesor, y reclutarlo. :E.l reclutamiento, pues, prosigue en todas partes. Es una batalla a la vez científica y política. Empieza, claro está, por la información. Antes de reclutar a los sabios, es preciso saber dónde viven. Hay países, como Inglaterra, en que esta encuesta es elemental: basta consultar un Directory, donde se encuentran los
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nombres de todos los sabios ingleses. En otros países, el problema es más difícil: no existe una obra análoga con respecto a los sabios franceses, por ejemplo, y, por tanto, es preferible, en Francia, gastar dinero en anunciar y, de ser posible, hacerse personalmente una opinión. Hay países en que incluso esto es muy difícil: la mayor parte de los países del Este. Ni hablar de reclutar sobre el terreno, a menos que desee uno encontrarse ante un pelotón de ejecución. El reclutamiento se hace, pues, sobre todo, en los congresos internacionales, y así es comprensible que los países del· Este no se den prisa en exportar sus sabios por aquel camino. Prefieren organizar congresos en su propio país. Pero no son menos inevitables los congresos científicos internacionales, y ·a menudo ocurren extrañas cosas en los pasillos. Se ve a un grupo de sabios del Este, por lo general de bastante edad, mezclados con hombres más jóvenes, que, visiblemente, pertenecen a los servicios de seguridad. A los sabios no les gusta esto, y se esfuerzan en dejarse absorber por la naturaleza mientras los servicios de seguridad ahogan su pesar en el vodka. Me acuerdo de una reunión de astronáutica en París, donde todos buscamos a un eminente sabio soviético: yo, para pedirle me autorizara la reproducción de uno de sus estudios de vulgarización, y los servicios de seguridad, porque no les gustaba verlo desaparecer por un día entero. ¡Volvió al anochecer para anunciarnos que había ido a jugar a las carreras! Sin embargo, se producen defecciones, no en el mismo con· greso, donde se ha llegado a un acuerdo, sino en otra ocasión. Alguna vez es preciso meter mano al interesado en su propio país. Lo que me recuerda una anécdota de familia. En 1921, un tío mío se había especializado en ir a buscar gente a Rusia para transferirla a Polonia. Su tarifa era de trescientos dólares en caso de éxito de la operación, y de quinientos, cuando la persona no quería ir de buen grado. Si me permito este recuerdo de familia, es con objeto de
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abordar el tema del secuestro de sabios. Los alemanes pretenden que el sabio que denunció sus trabajos sobre la guerra bacteriológica fue raptado y obligado a hacer revelaciones. De ello resultó este telegrama de la agencia francesa de Prensa, de 21 de julio de 1970: Ginebra (A.F.P.) Una «declaración» del Gobierno de la R.DA. sobre asuntos de desarme, difundida el lunes en Ginebra, afirma que armas químicas y bacteriológicas están puestas a punto en la República federal «siguiendo instrucciones directas del ministro de Defensa» y que «armas químicas o bacteriológicas importadas de los Estados Unidos, o ya producidas en la República federal, están puestas a la disposición de la Bundeswehr».
Bonn lo desmintió, evidentemente, como era de esperar. El primer deber de una agencia de reclutamiento de sabios, sea del Este o del Oeste, consiste en establecer un archivo mundial de sabios. Este trabajo es ya sumamente difícil, pero deben existir ejemplares oficiosos de esta obra, sea bajo forma impresa, sea en la memoria de un ordenador. Una vez efectuado semejante censo, el servicio de reclutamiento puede ocuparse en los problemas particulares. :Sstos son de género muy distinto. Puede que se haga sentir una necesidad extremadamente general de científicos; o de científicos en una especialidad muy concreta; o, en fin, de uno o varios científicos muy conocidos, perfectamente localizados, y que a veces importa obtener a cualquier precio. La utilización de estos científicos reviste, también, formas muy variables. Puede haber cambios: un pequeño país, que depende de uno mayor, recibe la siguiente sugerencia: «Tendríais que prestarnos al profesor X. Vosotros carecéis de los medios necesarios para facilitarle ·un laboratorio conveniente, mientras que, con
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nosotros, ganará en seguida el premio Nobel (o el premio Lenin); en cambio, os prestaremos media docena de metalúrgicos, que necesitáis mucho.» No se pregunta su opinión ni al profesor X ni a los metalúrgicos. No tienen más que obedecer. Puede haber alquiler: el profesor X o el ingeniero Y firman un contrato por diez años, renovable, con un país. Después, este contrato puede ser transferido a una organi· zación particular en el interior del país en cuestión: sociedad industrial o trust del Estado. Puede haber venta: el sabio comprado cambia de nacionalidad y de nombre; se quedará para toda la vida en su nueva patria, y, probablemente, se hará naturalizar. No hay modo legal de denunciar semejante contrato. Sólo queda la fuga. Un sabio que haya sido raptado, prácticamente se verá obligado a firmar esta clase de contrato. Aprovechemos· ahora para mencionar la objeción clásica que provoca este tipo de operación: «No se puede obligar a hacer una investigación científica por medio de la coacción; la creatividad desaparece si se ejerce una presión.» Esta objeción no siempre es válida. Existen temperamentos para quienes una amenaza aplicada enérgicamente provoca un asombroso aumento de la creativi· dad. Algunos de los sabios alemanes raptados por los soviétivos han dado prueba, durante su cautiverio, de una creatividad perfectamente notable. Es el caso, por ejemplo, del barón Manfred von Ardenne. También se da, a menudo, en el sabio y en el técnico, el gusto por la obra bella, por el trabajo bien hecho, que .persiste incluso en el cautiverio. Esta situación fue explotada por Pierre Boule en su famoso Puente sobre el río Kwai: unos técnicos europeos, prisioneros de los japoneses, se sienten tan encariñados con un puente que han construido para aquéllos, que acaban protestando contra su sabotaje... Para asegurar un sistema de reclutamiento, evidentemente es preferible recibir a sabios venidos de buena gana, pero, llegado el caso, se prescinde muy bien de su consentimiento.
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tVenidos de buena gana? ¿Cuáles pueden ser las razones de semejante decisión? En primer término, la ambición. Es el motivo de buen número de marchas hacia· los países en vías de desarrollo. Un sabio que, tercer asistente de un «mandarín», no tenía perspectiva alguna de promoción, se convierte bruscamente en director general de investigaciones en otro país. Así crea un imperio de la investigación, que crecerá constantemente a medida que consiga fonnar estudiantes que regresen· del extranjero. Evidentemente, precisa que este sabio sea competente: los egipcios todavía se acuerdan de un alemán que les prometió comprar un instrumento o de solicitar un producto sin tener la bomba de hidrógeno, pero que, en realidad, lo ignoraba todo de la física nuclear y había construido una bomba que contenía hidrógeno a presión y transportable en avión. Desgraciadamente, había anunCiado ya su «éxito» en la Prensa, provocando un enloquecimiento general. Pero un sabio auténtico puede montar y desarrollar, en un país nuevo, una vasta empresa de investigación, que satisfará, si lo tiene, ·su gusto de poder. Segundo motivo de emigración: la reacción de los sabios contra las condiciones de vida en que se desenvuelven en su país. De acuerdo con las indicaciones serias que puedo poseer, la seguridad es tan cuidadosamente adoptada en los institutos semipúblicos de la U.R.S.S. (¡cómo debe de ser en los demás ••. !), que es preciso obtener una autorización firmada por la Policía para entrar en la biblioteca. Es muy posible que el sabio desee un mínimo de libertad, y semejante vigilancia debe animarle a la defección. Finalmente, institutos parecidos son fábricas de tránsfugas. Un sabio puede querer marcharse por razones raciales, como, por ejemplo, un judío de un país del Este o un ibo de Nigeria, pero también -se ha dado el caso-, porque se le
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hombre m4s a menudo de lo que se piensa. Claro está qu~ también hay que tener en cuenta las simpa· tías ideológicas como la de los ex y de los neonazis para con el régimen de Nasser, la pro.:soviética de los sabios «espías atómicos», la de numerosos chinos criados y educados en los Estados Unidos para con la madre patria. El programa de los cohetes chinos lo debe todo a científicos chinos que estudiaron en California (en cambio, el programa atómico chino lo debe todo a alumnos de Joliot-Curie, quienes, por su parte, se marcharon del modo más regular). Es preciso no dejar de citar los intentos de reclutamiento en serie. Tenemos un ejemplo de ello en la Universidad «Patricio Lumumba», fundada en la U.R.S.S. para estudiantes africanos, que tiene como objetivo sacar provecho de las élites africanas y el establecimiento de puestos de reclutamiento en toda Afri. ca. En la actualidad no se habla mucho de ella, e incluso se dice que fue teatro de incidentes raciales. ¿Por qué grandes países, como los Estados Unidos y la U.R.S.S., principales beneficiarios de la «huida de cerebros», tienen aún necesidad de reclutar? En principio, tendríamos que poseer sabios en número suficiente. Evidentemente, no faltan las explicaciones. Una de ellas sería la ambición personal. Grandes directores de investigación intentan construir imperios con un máximo de· científicos a su disposición. Ocurre a menudo que les faltaA sabios para la producción corriente, y entonces los bus~ tanto en organismos competidores como en el extranjero. Existe también el desarrollo fulminante en determinados campos en los que estas grandes naciones están atrasadas. Por ejemplo: los soviéticos menospreciaron los ordenadores, y ahora buscan desesperadamente y por todos los medios procurarse especialistas. Igual como los americanos, que descuidaron im· pulsar la miniaturización, tienen ahora que comprar, para su aviación, receptores de televisión japoneses portátiles, porque su industria no está equipada para producirlos ••• , y, en conse-
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cuencia, a reclutar japoneses en este terreno. Al llevarse un sabio de un país no sólo se aprovechan de él, sino que también sabotean el esfuerzo de investigación de su país de origen. 'última explicación: el argumento utilizado por los constructores de imperios en cada uno de los supergrandes, y ·que consiste en echarse la responsabilidad uno sobre otro: «¿Va· mos a abandonar los planetas a los soviéticos... ? ¿Vamos a dejar que los americanos conquisten los océanos... ?» (o a la inversa). El almirante Rickover, el padre del submarino atóínicoNautüus, ha escrito que si supiese que en la U.R.S.S. enviaban un ciudadano soviético al infierno, reuniría en una tarde, por medio de una comisión apropiada del Senado americano, una suma de mil millones de dólares para lograr que un ciudadano americano se uniera al soviético en los dominios de Satán. De modo que es fácil imaginar cómo el director de un oscuro instituto en la U.R.S.S. se presenta con una documentación en la que se indica que el instituto correspondiente en los Estados Unidos cuenta con quinientos investigadores mientras que él sólo dispone de diez, para llegar a la conclusión de que necesi· ta cuatrocientos noventa más, aunque tengan que reclutarse en el ~tranjero. Esta anécdota es auténtica.
Siguiendo los principios generales del tráfico de sabios, estudiemos en detalle un caso particular. He escogido, como ejemplo, el asunto John Huminik. A decir verdad, ni los servicios secretos americanos ni los soviéticos tienen por qué enorgullecerse. Pero este caso presen· ta, desde mi punto de vista, una gran ventaja: acerca de él se poseen declaraciones bajo juramento, ante una comisión del Senado americano, del principal interesado, de los mentís solO- 3.117
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viéticos detallados en Izvestia y, finalmente, de un libro: Agen-
te doble. 1 El héroe de nuestra historia, John Huminik, nacido en Washington, en junio de 1935, de padres rusos emigrados, es un químico distinguido, autor, especialmente, de un libro fun. damental: Revestimientos inorgdnicos resistentes a alta temperatura. Se trata de revestimientos que impiden que ardan los cohetes al volver a la atmósfera. El interés de estos revestimientos, tanto en el aspecto astronáutica como en el militar, se revela considerable. Como oficial de la reserva, Huminik forma parte de la unidad de defensa 213 contra las armas radiológicas, químicas y bacteriológicas. Puesto de responsabilidad, que lleva aparejado el. ~cceso a los manuales secretos. Huminik dirige una sociedad, la cChemprox». Bl mismo admite que esta sociedad no es sumamente próspera, pero cree s.er un investigador más que hombre de negocios. Químico eminente, Huminik preside dos importantes asociaciones profesionales de ingenieros en Washington: la «American · Society for Metals» y la «American Welding Society». Estas asociaciones organizan congresos internacionales, y la aventura empieza en marzo de 1961. Dos consejeros científicos de la Embajada de la U.R.S.S., el doctor Sergei N. Stupar y Alejandro Izvekov, son invitados a asistir a reuniones de la «Sociedad americana de los Metales», ya mencionada. Empiezan a manifestar una admiración sin límites por los trabajos de Huminik. Hasta el extremo, que éste pone sobre aviso al F.B.I. Recibe la visita de un agente secreto, un hombre cortés, serio, cuyo nombre no ha sido jamás revelado. Bste aconseja a Huminik que sostenga los máximos contactos con los rusos y que le tenga al corriente. Son puestos a su disposición dos agentes de enlace y, en efecto, en marzo 1. Por Jobn Humfnlll:.
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de 1964, dos rusos, llamados Butenko y Zorov, visitan a Hum.lnik y comienzan por solicitarle informaciones al tiempo que le proponen pasarle pedidos sumamente importantes para su sociedad. He aquí a nuestro distinguido químico convertido en agente doble, trabajando a la vez para los servicios de espionaje de la U.R.S.S. y para el F.B.I. Es preciso reconocer que la situación le encanta. . Pronto recibe la visita de uno de los más importantes agentes soviéticos, Valentín A. Revin, miembro de la Embajada soviética en Washington como asistente del agregado científico. Revin explica a Huminik que, mejor que pasarle pedidos, se le proponen diez mil dólares al año como mínimo para comunicar a los rusos informaciones, en interés de la paz mundial, claro está. Al mismo tiempo, Hnminik recibe otra proposición seductora: ir a la República Dominicana en representación de importantes grupos industriales americanos. Los soviéticos están entusiasmados con este proyecto: le piden que les proporcione informaciones sobre la situación general en Santo Domingo, la revolución en curso, relaciones de fuerzas. En cuanto al F.B.I., también encantado, le proporciona un pasaporte ilegal para ir a Santo Domingo. en una época en que no sólo no se autoriza a los americanos a entrar en el país, sino que los evacuan. Nuestro agente doble se marcha; pues, llega en plena revolución y, finalmente, es evacuado por los americanos en el momento preciso. Proporciona informes tanto a los rusos como a los americanos, y todo .el mundo manifiesta su satisfacción. Los rusos. deciden entonces proponerle ampliar todavía más el campo de su trabajo de agente secreto científico, asignándole créditos importantes. Huminik les hace observar que arriesga treinta años de cárcel por espionaje en tiempo de paz.. Revin responde: «No le cogerán nunca. Le evacuaremos a la U.R.S.S. Tenemos un canal de evasión. De hoy en adelante, para comunicarse con nosotros pegará un estuche vacío de chicle en el
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buzón más próximo a su domicilio. Asf sabremos que quiere usted vernos.» Le ofrecen, además, un buen fajo de dólares, una cámara para fotografiar documentos confidenciales y un soberbio cronómetro. Y le precisan sus intenciones: «Le evacuaremos a Rusia al cabo de algunos afios de traba· jo por nuestra cuenta. Tendrá usted un puesto importante. Le haremos conocer mujeres maravillosas y encantadoras, una de las cuales le enseñará el ruso. Le gustará Rusia, ya lo verá.» Revin le entrega, quince días después, un cuestionario que enloquece al F.B.I.: los rusos saben mucho más de lo que deb~ rían sobre el cohete automático cSurveyor» que se posó sobre la. Luna. Por otra parte, le piden les proporcione listas de los sabios e ingenieros americanos que vayan a la U.R.S.S. y con quienes, eventualmente, se podrían poner en contacto. La vida es hermosa. Desgraciadamente, el 1.0 de setiembre de 1966, un agente del F.B.I. va a visitar a Hnminik y le dice: «Vamos a acabar con Revin.» Hnminik no está contento; ya se ve participando en una batalla homérica con crepitar de metralletas y «Cadillac» negros del F.B.I. persiguiendo a los agentes soviéticos a través de Washington. Como todo el mundo, ha leído a James Bond... ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! El agente del F.B.I. continúa: «Ya tenemos bastante de Revin. Vamos a expulsarlo.» Hnminik está tan decepcionado, que llora al volver a su casa. Se acabaron las hermosas espías. No más citas secretas. Todo esto es tan triste... Le piden que no diga cuál ha sido su papel, y los periódicos anuncian que Valentfn A, Revin ha sido declarado persona non grata por el D~ partamento de Estado y que se le expulsa de los :Sstados Unidos. El30 de octubre de 1966, los rusos, locos de rabia, publican en Ir.vestia un articulo titulado Made in the F.BJ. El artículo
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descubre todo acerca de las actividades del siniestro Hnminik, espiando a los soviéticos en América con pretexto de relaciones culturales, difamándolos y, en fin, queriendo enemistar a los dos grandes países: «La Historia -escribe V. Maxhorov- juzgará al infame Huminik.» El 5 de noviembre de 1966, Izvestia vuelve a la carga. Huminik, que era la perla, el agente secreto soviético favorito, se ve ahora tratado de víbora lúbrica que abusó de la buena fe de la ingenua checa. El Senado americano, con el golpe, se inquieta. El 6 de abril de 1967 el Congreso convoca a Hnminik en sesión especial y le pide que exponga su historia. Recibe autorización para publicar su libro. En cuanto a Revin, la opinión general es que el desgraciado ya no pertenece a este mundo ..• He aquí cómo se desarrolla, en realidad, esta clase de aventura. En cuanto a los soviéticos, estudiaron con cuidado la estructura administrativa de la Embajada de los Estados Unidos en Moscú, descubrieron un personaje llamado Ronald R. Lesh, y lo expulsaron de la U.R.S.S. por espionaje, sabotaje y conducta indigna de un diplomático. Los Estados Unidos protestaron con energía, pero, sobre todo, como simple formalidad. De vez en cuando, todavía se leen en !aPrensa rusa acusa· ciones contra Huminik, el cual sería al parecer, además, fabricante de armas químicas y bacteriológicas. Huminik, por su parte, afirma que no se ocupa más que en desoxidantes, especialmente del ácido 707, para la limpieza de metales raros oxf· dados. De acuerdo con lo que se sabe del pasado científico de Huminik, que nunca se dedicó a la bacteriología, su versión parece muy probable. ~ moraleja de esta historia es que si se contratan sabios amencanos para trabajar en su propio país, es preferible no escogerlos entre los espías. En el presente caso, los soviéticos lo aprendieron a su costa.
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Imaginemos que Huminik aceptara las proposiciones de tos rusos y que se hubiese puesto a trabajar en los problemas de protección de cohetes contra la combustión al volver a la atmósfera, en uno de los centros secretos de los que hemos ha~ blado. Indudablemente hubiese utilizado los contactos referi~ dos más atrás para transmitir a los americanos informaciones sumamente importantes relativos a la Defensa nacional de la U.R.S.S. Acaso es mejor que el asunto haya finalizado por la vía diplomática. ¿Pueden citarse otras historias en sentido inverso? Sí, pero sin mencionar nombres. Empezaré, por ejemplo, con la aventura de un sabio checo que se marchó justamente ant.es de la invasión de su país, llevándose todo el conjunto de estructuración y de organización de las redes de informaciones checas que trabajaban en el territorio de los Estados Unidos. Aquel sabio tenía categoría de general, y de ahí su importancia. Se puede citar también al sabio alemán que sobrevoló en gl~ bo el muro de Berlín para escaparse. No invento nada: si yo fuese miembro del jurado para la atribución del premio Nobel de la evasión, que desgraciadamente no existe, votaría por este personaje. Digamos, en términos generales, que el país de donde se evade más gente es la U.R.S.S. Viene luego Checoslovaquia. El trabajo de los reclutadores resulta -ya hemos llamado la atención sobre ello- mucho más difícil que en los Estados Unidos, ·donde sus colegas no arriesgan más que la expulsión. Evidentemente, la desconfianza es también mucho mayor. Muy recientemente, un folleto, que es algo así como un toque de atención contra los estudiantes extranjeros, ha sido distribuido a todos los científicos de la U.R.S.S. Este folleto afirma que los estudiantes extranjeros intentan provocar defecciones entre los sabios soviéticos con quienes toman contacto. Es, pues, preferible -sigue el folleto- evitarlos. Por lo que a mí atafie, me permitiré afiadir que en este momento se puede prestar un
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buen servicio a un sabio soviético, de quien se posea la dirección privada, no escribiéndole. Si se desea comunicarle algo o enviarle, aunque fuere un libro, es mejor dirigirse al secretariado de la Academia de Ciencias a la que pertenezca el sabio en cuestión. La competencia parece evidentemente grande en el tráfico de sabios. Un sabio de un país neutral que haya conseguido una «penetración» en el terreno científico, se arriesga a recibir proposiciones de los dos Grandes. Lo que podría muy bien ocurrirle, por ejemplo, al sabio italiano que acaba de conseguir una técnica que permite extraer el oxígeno de las rocas lunares y, por tanto, colonizar eventualmente la Luna. A menos que el país que no forma parte de los dos bloques se haga con el poder necesario para proteger sus inventos. Así ocurre, en este momento, con la Unión Sudafricana. Mientras anuncia que dispone, a partir de ahora, de un procedinliento totalmente nuevo para separar los isótopos del uranio, la Unión 'Sudafricana se niega a dar los nombres de los sabios que· han llevado a cabo esta técnica, como igualmente rehuía dar la menor información sobre la naturaleza de la misma. Es muy probable que se adopten las mayores precauciones para asegurar la seguridad de este centro contra el espionaje extranjero y para evitar que se marchen los sabios y los ingenieros, atraídos por uno de los dos Grandes. Seguro que el· inventor del procedimiento y sus· colaboradores ·han recibido ya proposiciones para emigrar a tal o cual gran país, aun antes de haber dejado completamente perfeccionado su descubrimiento. No se han dejado seducir por el canto de las sirenas, y han hecho ·bien, porque la realización de su invento cambiará el destino de su patria. La puesta en marcha de semejante fábrica necesita un número considerable de ingenieros y de técnicos. La declaración del ministro Worster sobre el particular, prueba que la República Sudafricana no sólo ha conseguido impedir
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la fuga de .cerebros de su territorio, sino que también ha logra· do importar ingenieros y técnicos extranjeros (¿acaso israelíes?). El nuevo centro sudafricano de separación de los isótopos constituirá sin duda un blanco ideal para el espionaje científi· co internacionaL Su misma existencia prueba que, a pesar de la fuga de cerebros y el tráfico de sabios, la Ciencia y la técnica no son aún propiedad exclusiva de los dos grandes bloques. Los aparentes éxitos de China lo prueban cumplidamente. Digo exactamente «aparentes», porque nada indica que China .no viva del capital clejado por los sabios y los técnicos soviéticos y que no utilice para sus experimentos (como por otro lado para el lanzamiento de su satélite) cohetes interceptados con ·destino a la defensa de la República Democrática del Vietnam. . Como quiera que sea, los chinos hacen lo posible para recu· perar a los científicos de .origen chino que todavía se hallan en los Estados Unidos. Se conocen al menos. dos casos en-los que ellos mismos han denunciado a unos sabios como comunistas, provocando su exclusión de la comunidad científica americana y facilitando así su recuperación. Es conocida la historia de aquel sabio chino ·a quien se ha· bfa prohibido· salir para su país y que consiguió huir metién· dose en el interior de un féretro que repatriaba a aquella na· ción el cuerpo de un chino que habfa muerto en los Estados 'Unidos. En Estados Unidos se teme que esta fuga de cerebros hacia China no haga .más que crecer y multiplicarse; y que no se le afiada próximamente una huida con destino al Japón entre los nisei (americanos de origen japonés). Sea como fuere, China se ha esforzado al m8ximo para obtener el concurso de especialistas el$'anjeros. Fue un austra· llano, Wilbur Christiansen, el que ayudó a los chinos a realizar un gran radiotelescopio cerca de Pekín. Para construir este radiotelescopio se acordó dejar tranquilos a los sabios que se
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ocupaban en el trabajo, a:fiadiendo, por otra parte, que había querido oponerse a esta realización el grupo disidente de traidores de Liu-Chao-chi, que había querido oponerse a esta realización. En 1966, un comunicado oficial del Partido Comunista chino precisó que los sabios que no habían sido setialados como traidores activistas, tenían que seguir su trabajo en paz. Quedaba claro que cualquier intento de abandonar China debía ser considerado como un caso de flagrante traición. Pocos nombres de sabios chinos son conocidos en Occidente. Una excepción: Wang Ying-lai, que ha conseguido la síntesis de la insulina en Shanghai, uno de los más importantes éxitos de la química orgánica desde su origen. No parece que exista, hasta el momento, una fuga de cerebros a partir de China. Pero la situación puede cambiar si se mantiene la tendencia actual de los chinos hacia una igualdad total y a la destrucción de todas las élites, comprendida la científica. En efecto, según algunas recientes declaraciones oficiales, cel más humilde de los campesinos vale lo que el más genial de los sabios», y cel sabio tendría que postrarse ante el pueblo». Si continúa este estado de espíritu, se producirá una fuga de cerebros, probablemente hacia los Estados Unidos, donde ya existe una importante colonia china. Ello no sería, por otra parte, más que un justo retomo a los orígenes. Pero es probable que, aun proclamando la más completa igualdad, los chinos se acordarán de la observación de uno de los personajes de George Orwell en 1984: «Todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros.» Queriendo demostrar que los sabios son más iguales que otros ciudadanos, ¿puede China esperar que se queden? El gran tráfico de sabios alemanes, del que se habló mucho durante los diez atios que siguieron a la guerra, está ahora rebasado. Los que no se han vuelto a instalar en una de las dos Alemanias, han encontrado cobijo en otra parte, especialmente en los Esta· dos Unidos.
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Si contintla el desorden de la Universidad en Francia, .la situación en el país cambiará totalmente. Mientras que ahora, como hemos dicho, la fuga de cerebros parece muy débil, pudiera ocurrir que asistiéramos a una marcha masiva de sabios y de investigadores, cansados de sufrir coacciones y de tener que abandonar su laboratorio a cada instante para ir, bajo amenaza, a participar en la «contestación». Muchos científicos franceses me han dicho que ya han tomado contacto con los representantes de un bloque o del otro, según su preferencia. El peligro es en realidad muy serio. Otro peligro, débil pero no despreciable, es el que representa el cambio completo de ideas de un sabio que se con· vierte en enemigo del sistema de la nación en que trabaja y que se dedica a sabotear o a hacer espionaje. Ningún país está exento de una última contestación de esta clase. Un solo sabio «vuelto al revés» en su lugar constituye una amenaza diez veces superior a la de un sabio que se limita, simplemente, a abandonar su país. Porque, claro está, el «tránsfuga» que permanece en su puesto es el más difícil de descubrir.
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PRENSA Y MANUALES DE LA CIENCIA SECRETA: «Si no tenéis derecho a consultar este texto, devolvedlo a quien os lo ha transmitido, bajo pena de muerte. La revolución mundial no es una broma, sino una realidad que se propaga por el hierro y por el fuego.» Así empezaba el famoso manuscrito distribuido por el grupo «Sinarquía» y que circuló secretamente en la Francia de 1940. En realidad, contenía una buena parte de bluff, especialmente en las amenazas. No por ello es menos cierto que existen manuales técnicos cuya posesión no autorizada está castigada con la muerte, y ello en gran número de países, en particular en la Unión Soviética y en los Estados Unidos. ¿Qué describen estos manuales? La conservación, la reparación, la puesta a punto de las nuevas armas. Estas armas no pueden y no deben ser jamás totalmente automáticas. Varias decisiones humanas sucesivas son necesarias para su entrada en acción, si se quiere evitar el riesgo de horrorosos incidentes que podrían desembocar en una tercera guerra mundial y en la destrucción de la Humanidad entera. De esta overkill
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(supermatanza) comienzan a hablar algunos técnicos de entre los más avanzados en la destrucción masiva. Tenemos, por ejemplo, el lanzamiento de una bomba de hidrógeno. Coloquémonos a bordo de un avión americano portador de una bomba H (en este momento no vuelan, y esto nos permite una descripción exacta). Contrariamente a lo que han podido escribir algunos novelistas propensos a dramatizar, la decisión no es ni automática ni ciega. Empieza por el presidente de los Estados Unidos, pasa por el comandante en jefe de la Fuerzas Armadas, luego por el comandante local, para llegar, finalmente, al avión. Todo en diez segundos aproximadamente. A bordo del avión, una «caja negra», dispositivo electrónico secreto entre los mejor guardados del mundo, pide automáticamente confirmación. Transmite en seguida esta primera confirmación al comaiJ.dante de a bordo, quien solicita una segunda por otro circuito. Una vez obtenida esta segunda confirmación, arma la bomba. No lo puede hacer solo: dos miembros de la tripulación y la caja negra tienen que estar de acuerdo. Una vez armada la bomba, el comandante y la tripulación del avión no tienen que hacer más que cumplir su deber de soldados: está claro que no deben discutir las decisiones políticas. Ahora bien: todas estas operaciones suponen que el mecanismo que sirve para armar la bomba, así como el ingenio interior de la misma y la caja negra, están en perfecto orden de funcionamiento. Es preciso, pues, verificarlos regularmente, y ello a partir de un manual. Esta clase de manual tiene que tener una tirada de un número bastante considerable de ejemplares, puesto que hay bombas de hidrógeno a bordo de submarinos, a bordo de aviones, en silos, acaso también en el espacio y, en todo caso, probablemente almacenadas. El extravío de uno de estos manuales tendría consecuencias sumamente graves, y se com-
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prende que esos folletos sean particularmente guardados, transportados únicamente bajo la vigilancia de un oficial responsable y con la expresa anotación que indique se trata de un secreto de importancia máxima y que cualquier indiscreción será considerada como un crimen merecedor de la pena de muerte. Esta anotación está clasificada en cuatro categorías: TOP SECRET, SECRET, ·CONFIDENTIAL, FOR OFFICIAL USE ONLY. Sólo la variante TOP SECRET implica la pena de muer· te. Esta «clasificación» de los manuales y de los documentos americanos motivó críticas. El periodista científico John S. Tomkins, del Busines W eek, dio una lista de las razones que; según él, pueden conducir a la clasificación de un documento:
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1.0 La información contiene secretos técnicos o comercia· les de una sociedad que trabaja para la Defensa nacional. Asf se llega a clasificar como secreto militar la fórmula de una sopa en conserva... 2.0 La información es peligrosa en el plan político, segón que: a) revele detalles sobre la rivalidad entre . los distintos servicios mllitares; b) pueda crear antagonismo entre los distintos servicios militares; e) pueda inducir al pánico a los desgraciados civiles (por ejemplo, una referencia a la guerra química); d) moleste a los grupos de presión (por ejemplo, la utiJi.. zación de animales para pruebas de nuevas armas); e) parezca ridícula, por lo cual el Congreso podría interesarse por ella; f) el partido de oposición política esté a su favor; y g) pudiera vejar a aliados o a neutrales. 3.0 La información está clasificada, porque no se sabe de lo que se trata:
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a) nunca oí hablar de ello, pero no quiero que se sepa; asíimpediré que circule; y b) como no sé si ha sido clasificada ya, voy a hacerlo yo mismo, a lo que salga. 4.0 La información implica un auténtico secreto militar, y su revelación dafia al país. Este cuarto aspecto de las informaciones científicas es el que nos interesa en este capítulo, que, por otra parte, no se limita en ningún modo a los Estados Unidos. El problema del manual consiste, ante todo, en proporcionar informaciones muy condensadas y muy exactas. Si se trata de armar una bomba atómica que ·desencadene la tercera guerra mundial, es preferible que esté en buen estado y que se sepa cómo servirse de ella. Porque, si después de un ultimátum implacable al adversario, se deja caer una bomba que no explota, se pierde toda la ventaja de la operación. Son necesarios, pues, manuales de entretenimiento y de verificación. Con mayor motivo, si se dispone de un arma de la que nadie, ni el mismo que la va .a utilizar, ha oído hablar nunca. En los primeros tiempos de la bomba atómica, los aviadores a quienes se enviaba a lanzar maquetas de bombas sobre el Pacífico se quejaban de que aquellos artefactos no eran aerodinámicos, y redactaron un informe en el que se decía ¡qué aquella clase de. bomba no haría mucho daño al enemigo ... 1 En su día será preciso informar, de ser necesario en el mismo campo de batafia, a los hombres que se sirvan de un arma nueva, y aprovecho la ocasión para citar, de fuente japonesa, una regla general acerca del secreto: «En enero, los americanos anuncian un nuevo invento. En febrero, los rusos proclaman que veinticinco años atrás hicieron ya ellos semejante descubrimiento. En marzo, los japoneses empiezan a exportar a los Estados Unidos el producto fabricado a escala industrial.»
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Admitiendo que se trate de un arma realmente secreta, el manual se impone. Supongamos, por ejemplo, que los americanos hayan puesto a punto ya la bomba N; una bomba N es, en principio, un arma nuclear que no emite ni calor ni ondas de choque. Toda la energía está libre bajo forma de neutrones rápidos que matan a todo el mundo a varios kilómetros de distancia, incluso a través de paredes de metal. Subsiste una débil radiactividad, que. desaparece en veinticuatro o en cuarenta y ocho horas. Pasado este tiempo, se puede ocupar sin peligro la ciudad muerta y la base, privadas de toda vida humana, pero donde las instalaciones han quedado intactas. Evidentemente, si un arma de esta clase explota en una base americana, el desastre será de lo más espantoso. Es preciso, pues, que los especialistas del equipo de mantenimiento posean un manual en el que, después de tener en cuenta los avisos sobre la pena de muerte --que, por otra parte, firmaron antes de recibir el manual-, puedan leer: «Se trata de una nueva arma que funciona del modo siguiente... » «Los efectos de esta arma son los siguientes ... » «Puede comprobarse si está en buen estado, viendo, en el circuito A, tal señal... » «Si el arma está en buen estado, tal señal se manifestará en el circuito de salida B... De lo contrario, avisar inmediata· mente a la autoridad militar de grado superior del sector en que se encuentre usted.» «Para armar el aparato es preciso hacer accesible el circuito C y enviar allí señales que serán comunicadas en el momento de la declaración de guerra. Puede comprobarse que este circuito de entrada está abierto, del modo siguiente... » Siguen los datos sobre la sensibilidad del aparato a los factores externos: variación de temperatura, vibraciones, densidad de la irradiación cósmica, etc.
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La redacción de estos manuales es sumamente deUcada. Se ha anunciado varias veces que este trabajo fue enc8rgado a escritores célebres de cienciaficción. En efecto, es preciso poseer una imaginación capaz de prever lo inteligible, al mismo tiempo que buenos conocimientos científicos y técnicos. Estos manuales son más o menos los mismos en todos los países; sólo varían las penas en que se incurre: en la U.R.S.S., el solo hecho de haber mencionado la existencia de semejante manual puede llevar a uno ante el pelotón de ejecución. Un segundo tipo de libros científicos secretos, más biteo resantes que los manuales, está constituido por la exposición de resultados, que por el momento no se pueden publicar, pero que se ·piensa hacerlo UD día, para· hacer justicia a los sabios y a los investigadores que obtuvieron estos resultados, y para servir de propaganda de ·las extraordinarias posibili· dades de la Ciencia en el país considerado. Un caso clásico de este género de exposición viene ilustrado por el famoso «
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entrep'ban el expediente a las personas ,encargadas de verifi.. cario y censurarlo, esperaban que hubiesen terminado de leerlo, volvían a poner su «Colt» en el bolsillo, el informe en su cartera, y se marchaban de nuevo. Entretanto, el F.B.I. se entregaba a una encuesta detallada. sobre las mecanógrafas a qUienes se había encargado escribir a máquina el informe. Se estudió su pasado hasta nueve meses antes de su nacimiento, porque un nacimiento ilegítimo podía convertirse en instru· mento de chantaje para agentes enemigos~ El 28 de enero de 1945 quedó terminado el informe. Bl 2 de agosto se decidió su publicación. Bl 6 de agosto. explotó. la bomba. Bl 12 de agosto se publicó ·el informe. Aportaba prodigiosas revelaciones científicas, al ~smo tiempo que hada justicia a todos los que habían contribuido a la construcción de la bomba. Un éxito. peifectamente caracterizado. Claro está que no se puede llegar a la conclusión de que la investigación cienttfica se detuviera aquel día. Muchas 'investigaciones secretas no se manifestarán más. ·que cuando se juzgue necesario hacerlo. Existen cantidades de «
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porque es preciso estar bastante cerca del cohete, pero demostraría ser el mejor que se pueda imaginar. Se puede pensar también en aplicaciones aeroespaciales de condensadores ultrapotentes y ultraligeros, y aplicaciones submarinas: por ejemplo, un flash luminoso de tal potencia que se pueda fotografiar bajo el agua a gran distancia. O también una onda de choque producida sobrecargando un cristal a partir de un condensador y capaz de matar bajo el agua, a distancia. En una palabra, los condensadores ultraligeros representan un material básico extremadamente importante. Es muy probable que haya sido impreso un libro secreto en el que se rinda justicia a todos los inventores del procedimiento. Como quiera que soy optimista a ultranza, me permito esperar que la relación de mis trabajos de pionero en este terreno, efectuados en 1948 sobre las mezclas bario-estroncio, figure acaso en aquel libro. POR EL LADO SOVIllTICO
Seguramente existe un informe cuya publicación dará ocasión, en su día, a una inmensa distribución de condecoraciones (se concedieron dieciocho mil de una sola vez para el cSputnik 1»), y que concierne a la síntesis directa del azúcar y de las grasas a partir del gas carbónico de las fábricas y del aire. Se trata, en resumen, de remplazar la planta y su clorofila por radiaciones apropiadas. Sena lícito preguntarse por qué guardar el secreto sobre un invento tan beneficioso. Por una razón política completamente evidente y actual: el azúcar de síntesis es el fin de Cuba. En el momento en que estoy dictando este capítulo, oigo por la radio que Fidel Castro ha hablado de dimitir ante el desastre que constituye el déficit de la cosecha azucarera de 1969: millón y medio de toneladas. Sin embargo, Cuba ha producido ocho millones y medio de
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toneladas de azúcar, la mayor parte c;lestinada a la exportación. Si este azúcar no se puede vender, Cuba, el único país socialista de la zona americana, está perdido. Y aquella revolución, a la que ayudaron mucho los soviéticos, se hundirá. ¡La Unión Soviética no puede, pues, degollarsel Con todo, creo saber que existe el procedimiento de fabricación del azúcar de síntesis, como lo describí en mi libro Visa pour demain, en 1952, y que en tiempos mejores se tendrá en cuenta. Aquel día verá la luz pública un relato acerca de la vida y la lucha de los hombres que han realizado este gran descubrimiento. POR EL LADO SUDAFRICANO
Indudablemente se está preparando el informe relativo a la gigantesca fábrica de separación de isótopos del uranio, fundada en un principio completamente nuevo, y de la que se acaba de revelar la existencia. La historia de esta fábrica o, al menos, lo que se sabe de ella, merece ser contada. En 1941, el profesor George W. Bain, sabio americano que enseña Geología en el «Amherst College», tuvo la idea de estudiar un espécimen de mineral de oro sudafricano procedente de su colección. El profesor Bain estaba al corriente del proyecto de bomba atómica y pensó que era su deber de buen ciudadano señalar todas las fuentes posibles de uranio. ¡Su experimento le dio la razón! El mineral de oro sudafricano contiene uranio, y en 1959 la República Sudafricana exportó por valor de 150 millones de dólares de uranio. Luego evolucionó la situación política. Sometida a un embargo, la República Sudafricana no quiso dejar de procurarse un máximo de armas. La cantidad de uranio es limitada; este mineral existe, en efecto, bajo una forma bastante difusa: los residuos de oro contienen aproximadamente 3/10.000 de óxido de uranio. Es poco, pero, de todos modos, explotable. El uranio ordinario 238
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constituye naturalmente un manantial de uranio 235, explosivo nuclear. Claro está que se ha negado a los sudafricanos cualquier información técnica sobre las distintas fábricas que, a lo ancho del mundo, efectúan la separación isotópica. Actualmente se ignora si los sudafricanos han practicado brillantemente el espionaje científico, o si han inventado un procedimiento original para la separación de los isótopos. Sobre el papel, existen procedimientos de esta clase que no han sido explotados porque se oponen a ello intereses ya sólidamente establecidos. Si en Francia, por ejemplo, se hubiese querido desmontar «Pierrelatte» para instalar allí técnicas más eficaces, se habría chocado violentamente con potentes grupos de presión. Entre estas técnicas revolucionarias hay una que utiliza los ultrasonidos; la tengo a la disposición de quien me la pida: en Francia ha sido ya excluida cuatro veces, y no la voy a presentar por quinta vez. Sea como fuere, la historia de la fábrica sudafricana de separación de isótopos debe resultar tan apasionante como la del «Proyecto Manhattan», y es lícito esperar que un día veamos su publicación. POR EL LADO ;AMERICANO
Los nuevos derivados del opio Se han buscado y todavía se buscan, en los Estados Unidos, nuevos derivados del opio capaces de expulsar la heroína o la morfina del organismo, permitiendo así una cura de desintoxicación que no sea un infierno. Se han obtenido ya algunos resultados, especialmente con la N-alilmorfina. Pero me han dicho que en el curso de las investigaciones se había descubierto, en una Universidad americana, un derivado de la morfina de efectos tan terribles que el sujeto se
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convierte en un toxicómano inveterado después de una sola inyección. A.quel expediente fue destruido, pero los trabajos prosiguen en el mayor misterio. Acaso un día sea posible publicarlos y rendir homenaje a los químicos orgánicos cuyos descubrimientos hubiesen merecido un premio Nobel de Quí. mica, pero que han tenido que ser soterrados. Por otra parte, toda esta historia valdría la pena de ser contada, así como una historia aneja, la del proyecto de guerra bacteriológica contra las drogas: se propuso lanzar un virus que destruiría la adormidera, que es, por otra parte, una planta completamente inútil. No se quiso hacer, por miedo de que los chinos, grandes productores de morfina y de heroína, repli· caran con virus que atacaran los cereales, por ejemplo. Informes secretos sobre el particular existen en U.S.A., pero por ahora no se piensa publicarlos. Acaso el lector se interrogue sobre el destino que reservan los americanos a los informes militares que no clasifican. Respuesta: los guardan en un establecimiento llamado cClearinghouse for Federal Scientific and Technical Informa· tion», en Springfield, Virginia. Dicho organismo recibe diaria· mente dos mil informes no clasificados, y actualmente totaliza un millón de ellos. Su presupuesto asciende a doce millones de dólares al año. Cualquier persona que tenga la ciudadanía americana, o que no haya sido sorprendida nunca en flagrante delito de comunismo, de izquierdismo o de socialismo progresista, puede dirigirse allí para recoger gratuitamente informaciones científicas que valen millones de dólares. Muchas industrias americanas lo hacen. Así es como se ha preparado el famoso método PERT,1 para programar un sistema de operaciones. Dicho método salvó a los astronautas del cApolo XIII», en t. Project Bvaluation Research Technique.
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apuros, programando su regreso, Su aplicación ha permitido economizar centenares de millones de dólares a los Estados Unidos, y sumas bastante considerables, a otros países. Algunos estiman que PERT es la «recaída» más importante de la investigación científica americana. Pero existen otras en gran número, que no han sido explotadas. A menudo me he preguntado si el examen sistemático de estas recaídas científicas, como se pueden encontrar en Springfield, no permitiría, por deducción, obtener informaciones sobre los mismos trabajos secretos. Creo que este examen ·puede llevarse a cabo con la ayuda de un potente ordenador. La bomba de implosión gravitacional
Observaciones astronómicas han revelado que, en presencia de la materia, un campo gravitacional que alcanza un determinado valor, tiende a derrumbarse sobre sí mismo, liberando enormes energías. Simplificando mucho, se puede explicar que la materia que se encuentra en el campo tiene tendencia a condensarse, fenómeno que aumenta, a su vez, el campo, y así ·sucesivamente hasta una implosión que libere cantidades fantásticas de energía. Actualmente no se consigue producir artificialmente un campo de condensación gravítica; sin embargo, algunos resultados permiten esperar su posible realización. Repetidas veces, autoridades competentes han anunciado que se hallan en curso trabajos de esta clase. Claro está que los comunicados se muestran extremadamente circunspectos. Sin embargo, el profesor H. L. Nieburg, en su libro In the Name of Science (Chicago, 1966), alude a la bomba gravitacional, considerando ésta como un proyecto seriamente estudiado por la aviación americana desde 1966.
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Si este proyecto llegara a beneficiarse de una prioridad número 1, sería completamente posible que se desarrollara en secreto, como el proyecto de la bomba atómica, hasta su conclusión. En este último estadio, la mayoría de los militares y de los políticos americanos, todavía en la ignorancia sobre el tema, tendrán que ser puestos al corriente. Entonces veremos nacer un informe secreto, del tipo «Smyth», describiendo lo que ha ocurrido y destinado al uso tanto de americanos como del mundo exterior.
POR EL LADO SOVI:aTICO
La trágica historia de la bomba antimateria La antimateria, como es sabido, está compuesta de núcleos negativos alrededor de los cuales dan vueltas unos positrones.
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Teóricamente se destruye en contacto con la materia normal. Pero otra teoría, igualmente válida, sostiene que la antimateria no se destruye más que en contacto con la materia normal de estructura inversa. Dicho de otro modo: el antimercurio explotaría con mucha violencia en contacto con el mercurio, pero podría ser conservado dentro de hierro o cualquier otro elemento. De comprobarse esta segunda teoría, una bomba de antimateria se lograría con bastante facilidad, a condición de disponer de antimateria. Oficialmente, los soviéticos, que en este terreno llevan la delantera a todo el mundo, hasta ahora no han podido producir más que algunos átomos de antihelio 3, teniendo un núcleo compuesto de un antiprotón y de un antideutrón mantenidos juntos por fuerzas que no conocemos bien, y a cuyo alrededor giran tres positrones (antielectrones). Oficiosamente, determinadas narraciones de tránsfugas pre-
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tenden que han sido elaboradas. cantidades mucho más consi· derables de .antimateria. Se dice que una primera explosión de una bomba experimental de antimateria habría matado al mariscal Nedelin, así como a un determinado número de cien· tfficos muy importantes y técnicos soviéticos. Los mismos tránsfugas afirman que el anuncio de esa catástrofe habría desencadenado en la persona de Kruschev la crisis de histeria que le hizo quitarse un zapato para golpear sobre la mesa, en la O.N.U. Teniendo en cuenta que Kruschev no confirmó esta anécdota es difícil verificarla. Sea como fuere, eminentes especialistas americanos de la información, y de modo especial el almirante Arleigh Burke, enviaron una carta al presidente Johnson, mediado el afio 1966, para pedirle activara las inves· tigaciones americanas acerca de la bomba antimateria, de modo que América no se deje sobrepasar. Parece, pues, has· tante probable, que un proyecto «Bomba antimateria» exista en la U.R.S.S. y que su historia, acaso trágica, está en curso de redacción. ¿Qué ventaja ofrecería la bomba antimateria? La respuesta es sumamente sencilla. La bomba de hidrógeno, la más eficaz, transforma en energía, según la relación de Einstein, el 8 % de su masa. La bomba antimateria transformaría en energía el 200 % de su masa, porque no sólo se destruiría totalmente la antima· teria, sino que también destruiría una masa equivalente de materia normal. Así, se llega a proyectos de cabezas explosi· vas antimateria para cohetes. Estas cabezas explosivas tendrían una potencia fantástica que podría llegar, eventualmente, ¡a millones de megatones .. .l Un único ejemplar de esta arma destruiría un continente. Sólo la amenaza de semejante cataclismo, seguida del envío de un expediente a una comisión científica americana, podría provocar la capitulación de los Estados Unidos y aseguraría a la U.R.S.S. la dominación del mundo. O al revés. Decir, como
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han hecho algunos científicos franceses, que no es posible por· que la bomba antimateria es inconcebible, equivale a practi· car la política del avestruz. Los soviéticos han sido los primeros en lograr la bomba termonuclear utilizando el litio. Han sido los primeros en lanzar un satélite artificial de la Tierra. Si han conseguido una «abertura» permitiendo producir antimateria no por medio de grandes aceleradores, sino por una reacción en cadena controlada, acaso sean los primeros en conseguir la bomba antimateria. Por analogía se puede hacer observar que de haberse limi· tado a fabricar con ciclotrones los isótopos necesarios para la elaboración de la bomba atómica, ésta no habría nacido jamás. Una reacción en cadena controlada que produjera antimateria no es de ningún modo inconcebible, y ésta puede -como hemos dicho ante~ ser estable en determinadas con· diciones perfectamente definidas. Sería de desear, evidentemente, que no se llegara nunca a realizar la antimateria. Es posible que la Unión Soviética, una vez tenga en su poder antimateria en cantidad, se limite a anunciarlo para disu¡1dir a cualquier agresor eventual, y entonces dirija sus esfuerzos a la explotación del cosmos. Sabios soviéticos, como Staniukovich, han publicado proyectos de astronave interestelar utilizando la antimateria. Este artefacto, que ha sido ya bautizado con el nombre de «bomba volante», permitiría alcanzar las estrellas. Si llega el día en que los rusos pongan a punto la bomba antimateria y amenacen servirse de ella, estos trabajos tienen que ser, indudablemente, objeto de rigurosa vigilancia. No menos deben conducir a un manual secreto y a una historia invisible. Acaso se encontrará un día un Penkovski para comunicar este gran secreto a Occidente. Pero ello parece poco probable.
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POR EL LADO AMERICANO
Proyecto espejo Hasta 1969, los americanos hablaron mucho, y oficialmente, de un proyecto bautizado con el nombre de «espejo». Después se anunció su abandono. Sin embargo, no puede asegurarse que este proyecto no haya vuelto, sencillamente, a la clandestinidad. Sin duda, los estudios estaban ya muy avanzados y dispuestos para desembocar en una aplicación militar inmediata. ¿En qué consiste el proyecto espejo? Todo el mundo ha visto un rodillo extremadamente delgado y sólido de película plástica. Este rodillo puede ser metalizado y refleja la luz casi tan bien como un espejo. Los experimentos (americanos y soviéticos) efectuados en el espacio han demostrado que, desplegada o tensa, esta película podría constituir uno o dos espejos en el espacio. A falta de pesadez, esta materia no necesita soporte, basta con desplegarla. El proyecto espejo consiste en realizar un espejo solar lo suficientemente vasto y capaz, gracias a los rayos asf reflejados, de suprimir la noche en una porción notable del Globo. Colocado en el espacio, más allá del cono de sombra de la Tierra, el espejo podría proyectar su luz sobre la cara oscura de nuestro globo, y la noche desaparecería de ella. · Algunas publicaciones americanas comentaban ya con entusiasmo una ofensiva en el Vietnam efectuada a favor de una supresión total de la noche, que permitiría a los bombarderos operar sin interrupción. Esta perspectiva pareció provocar cierto entusiasmo entre los «halcones» del Pentágono, cuando, bruscamente, se declaró que los consejeros científicos de la aviación americana habían acordado finalmente que el proyecto no tenía interés y que el grupo de estudio «espejo» queda-
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ba disuelto. ¿Quién sabe si aquel grupo no continlaa trabajan· do -sin juego de palabras- en la sombra... ? El mundo podría comprobar bruscamente, con sorpresa, la desaparición repentina de la noche, a título de advertencia, en tal o cuál región de interés estratégico para los Estados Unidos. El acontecimiento sería, simplemente, precedido de muy poco por la entrega al presidente Nixon de un informe impreso en secreto e igualmente comunicado a los miembros de las distintas comisiones de Defensa nacional en el Congreso y en el Senado americanos. Algún tiempo después se publicarla toda la historia secreta del «proyecto espejo». POR EL LADO INGL:aS
El informe secreto sobre la investigación bacteriológica ''
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Casi se puede tener la seguridad de que semejante informe existe y que fue redactado por investigadores del establecimiento «Portan» para uso del Ejército británico. Se sabe también que cuando Lord Ritchie Calder, el eminente escritor cien· tífico inglés, premio Kalinga, quiso pronunciar unas conferen· cias en Gran Bretaña en las que tratarla de un arma que él llamaba cel microbio del Juicio Final», se le hizo comprender discreta pero firmemente que sus conferencias eran indesea· bles. Tuvo que renunciar a darlas. Se invocó, como razón ofi· cial, el hecho de que el público estaba ya suficientemente aterrorizado por las múltiples amenazas resultantes de las cien· cias físicas, que verdaderamente era inoportuno horripilarlo más hablándole de la guerra bacteriológica. «Portan» es un establecimiento donde se dice que no se trabaja más que en la defensa contra la guerra bacteriológica, es decir, en la inmunización de la población en caso de ataque biológico lanzado por un enemigo. El doctor C. B. Gorden
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Smith, su director, declaró que numerosos sabios que trabajan bajo su autoridad se marcharían en caso de emprenderse estudios ofensivos. Por aquellos días murieron dos de los diez sabios, víctimas de un nuevo bacilo de la peste bubónica, contra el que actualmente no existe defensa alguna. No se marchó ningún sabio. Aparentemente consideraron que la realización de mutaciones microbianas contra las que el organismo humanó está desarmado es un trabajo puramente defensivo. Robín Clarke escribe sobre esto, en The Silent Weapons (Las armas silenciosas, Nueva York): «Si los sabios quieren arrastrarnos al mundo de la guerra bacteriológica, es preciso que asuman la responsabilidad. Porque no pueden pretender que su vida esté amenazada si no se ocupan en la guerra bacteriológica.» Evidentemente, los sabios pueden dar como coartada que, en otros países menos libres, sus colegas trabajan bajo amenaza para conseguir el mismo objetivo, y que es necesario que ellos se preocupen a su vez del asunto. Sea como fuere, los progresos ingleses en materia de guerra bacteriológica parecen ser muy considerables, y deben de existir manuales secretos que se refieran a estas nuevas armas y a los medios de luchar contra sus efectos. Según las últimas informaciones, la gente se puede proteger contra la nueva peste bubónica mediante inyecciones secretas que habrían de ponerse dos veces al afio. Eventualmente, todo el Ejército británico será vacunado, y me imagino que entonces tendrá que ser difundido el manual secreto y puesto al alcance de todos los médicos militares. En cuanto a la historia incógnita y completa de la investigación bacteriológica inglesa deberá publicarse algún día. Un aspecto de la investigación invisible, más extraordinario que los manuales secretos, se destaca con la publicación de revistas secretas, pero de las que, sin embargo, la tirada puede alcanzar los diez mil ejemplares. Debo reconocer que no he
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sabido de revistas de esta clase desde 1945, cuando vi algunas de ellas difundidas entre determinados cuerpos del Ejército americano del aire. Pero estoy completamente seguro de que existen, aun cuando no puedo publicar fotografías de ellas. ¿Por qué razón existen semejantes publicaciones extraordi· narias? Considero tres. En primer lugar el hecho de que, a pesar de todo, lo que se dice sobre los equipos de trabajo, las nuevas realizaciones siguen siendo obra de individuos más que de una colectividad. Más de una vez se ha combatido el mito del equipo, y de modo especial Nigel Calder en su libro Technopolis. Aquel mito, sin embargo, se resiste a morir. No obstante, todos los investigadores están de acuerdo acerca de la frase de Churchill: «Un camello es un caballo que ha sido preparado por un comité.» Aquellos investigadores individuales que son responsables del arranque de inmensos proyectos, desearían que sus colegas les hicieran justicia. Pueden prescindir de la opinión del gran público, pero la de sus pares les es indispensable. A falta de aclamaciones del mundo entero se satisfacen con las de los sabios comprometidos, cada uno en su país, en la misma clase de investigaciones que ellos mismos. Y por ello escriben artículos en revistas secretas de escasa difusión. La segunda razón de ser de estas revistas radica en el hecho de que es preciso, con todo, repartir periódicamente determinadas informaciones sobre centros que pueden estar alejados entre sí toda la distancia que separa Siberia y Crimea, o Alaska y la zona de Panamá. Publicación regular significa revista. En fin, tercera razón, si se desea que los técnicos y los cien· tíficos absorban informaciones, es mejor que les sean propor· clonadas en una revista que tenga aspecto profesional. Porque el sabio (o el ingeniero) está acostumbrado a revistas profesionales muy bien hechas, bien llustradas, bien presentadas. Eso es lo que se intenta ofrecerle con estas revistas secretas.
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Por otra parte, el grado de secreto de estas revistas varía. Para algunas, sencillamente, no se aceptan suscripciones con destino a países presumiblemente hostiles; incluso ni para otros países que no sean el de origen; para otras, se prohíbe rotundamente, en el país en que se publican, la venta por números sueltos, y la suscripción no se acepta más que después de una encuesta. En fin, para las revistas realmente secretas, su reproducción, su exportación o su difusión pueden llevar a uno hasta la pena de muerte. Estas revistas existen: -en el campo de la información, en que los· agentes y determinados antiguos miembros de los servicios de información reciben publicaciones de las que son responsables; -en el interior de las ciudades secretas o de centros ocultos, como los hemos visto; -en bases u ·organismos militares, donde están destinadas a tener al corriente a determinados investigadores, sin que éstos puedan guardar las revistas. Tienen que firmar una ficha, leerla y devolverla a los archivos por correo especial. Se recomienda no tomar notas y, especialmente,· no fotografiar ni fotocopiar, bajo pena de muerte. ¿Qué contienen estas revistas? 1.0 Artículos originales con ideas nuevas. 2.° Consideraciones sobre el campo que interesa al país que publica la revista. 3.0 Resúmenes relativos al campo que interesa a la reviso ta en el área del presunto enemigo y de los neutrales. En los países del Este, las revistas secretas publican, además, listas de condecoraciones y llamadas a la vigilancia socialista. En particular, se recomienda al lector que denuncie a sus propios colegas si su comportamiento parece sospechoso, lo que, ciertamente, no deja de mejorar la atmósfera de trabajo en los centros de investigaciones secretas ... Ni que decir tiene que los agentes de los servicios de infor-
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mación científica se esfuerzan en transmitir, sobre micropuntos o sobre microfichas, reproducciones de estas revistas que representan evidentemente un material en extremo precioso. Pero el interés de semejantes revistas, para el país que las produce, es suficientemente importante para justificar el riesgo de algunos -y muy raros- escapes.
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CAP1TuLo VIII
EL CONTRAESPIONAJE CIENT1FICO El espionaje científico es relativamente reciente: se pueden fijar sus primicias hacia mediados de 1942, cuando organicé la primera red de esta clase y transmití las primeras informaciones sobre Peenemünde. El contraespionaje científico es todavía más joven, y no siempre alcanza el nivel de sutileza del contraespionaje dicho. Pierre Nord explica, en el libro Mes camarades sont morts,1 que el contraespionaje no consiste, de ningún modo, en detener a los espías, como ingenuamente podría creerse. Consiste en localizarlos, en manipularlos, de modo que pasen al enemi· go informaciones falsas. Es lo que se llama la intoxicación. El desembarco del 6 de junio de 1944 fue así posible, inundando de antemano a los alemanes de informaciones falsas que ten· dían a hacerles creer que las operaciones se desarrollarían en el Canal de la Mancha. En este sentido se pueden fechar los primeros y tímidos 1. Tomo «Contraespionaje», col «J'ai lu», Ed. Ditis.
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comienzos de la «intoxicación cientffica» en 1944, cuando los alemanes inventaron el Pillenwerfer. Aquel clanzapíldora• era un artefacto colocado en el intt? ri.or de un submarino y que, por interferencia de ondas, creaba un submarino «fantasma» capaz de fijar los rayos de los dt? tectores aliados y de permitir la fuga del auténtico submarino. Los ingleses supieron los detalles de esta intoxicación en el curso de interrogatorios de prisioneros alemanes y encontraron, a últimos de 1944, un medio de neutralizarla. Es curioso señ.alar que personas aparentemente serias consideraron la bomba atómica de agosto 1945, durante cierto tiempo, como una intoxicación por parte de los americanos. Algunos periodistas franceses, cuya excusa era su ignorancia, compartían esta opinión con sabios alemanes, prisioneros de los aliados, quienes, por su parte, no tenían excusa alguna. Cuando estos sabios alemanes acabaron por comprender, el shock fue muy duro. Otto Hahn intentó suicidarse, pero al fin prefirió emborracharse. Obró bien, porque los agentes del espionaje americano, que escuchaban todo lo que se decía por medio de micrófonos instalados en la granja en que estaban internados los sabios alemanes, hubiesen intervenido y sin duda les habrían practicado un lavado de estómago. Una vez reconocida la existencia del espionaje científico apareció la necesidad de protegerse contra él mediante varias medidas. Muchas de estas medidas eran, y continúan siendo, torpes. Se han repetido mucho, al oído, ciertas anécdotas, convertidas en clásicas, y de modo especial, la .de una investigación del F.B.I. según una información que decía, a propósito de un sabio: «He is well read» (es muy erudito, ha leído mucho ... ) y que se tranformó en «He is very red», probablemente a consecuencia de una transmisión telefónica errónea. Así, sospechoso de ser «muy rojo», el sabio en cuestión sufrió molestias considerables.
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Se conoce también el caso del profesor Fritz Zwicky, el eminente astrofísico,• a quien se prohibió la entrada en su propio laboratorio porque era ciudadano suizo y no americano. Como quiera que aquel laboratorio estaba igualmente vedado a cualquier persona que no fuera Zwicky, con el pretexto de que se ocupaba en secretos que concernían a la Defensa nacional americana, me imagino el espesor de la capa de polvo que, desde entonces, se acumula alli. Citemos también aquella mmortal historia del sabio americano excluido de sus trabajos en los cohetes porque, durante la guerra de Espafia, su mujer tomó a una española refugiada como sirvienta. En cuanto a los soviéticos, se repite, riendo hasta no poder más, la historia de un comisario polftico que inspecciona el laboratorio de un importante astrónomo. Ve sobre las paredes unas fotos que representan varias nebulosas y otros objetos extragalácticos, y dice: «Está muy bien, camarada. ¿Tomas esto al magnesio?» Otra versión atribuye la pregunta a Kruschev. Ahora, este folklore pertenece al pasado. Se ha acabado por comprender, en Occidente, que el hecho de haber enviado un dólar a la Cruz Roja Internacional no constituye a priori una prueba de comunismo a pesar de que figure la palabra croja» en la denominación de dicho organismo. Se empieza a comprender, en el Este, que un sabio puede ser un gran patriota, incluso si no está siempre de acuerdo con la política de su Gobierno. & realidad, ideas polfticas avanzadas no impiden de ningún modo el patriotismo, como lo ilustra el caso de Frédéric Joliot-Curie que terminó por dar, un poco a pesar suyo, la bomba atómica a la Francia de De Gaulle. Las razones que 1. Puede leerse uua biograffa del profesor Zwick;r en mi libro ~
hommes, un secret (Gammard).
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hacen que un sabio se pase al otro bando son ahora perfectamente conocidas, y hemos hablado de ello con profusión. El contraespionaje científico se ocupa en los siguientes problemas: -En primer término, y de toda evidencia, limitar la circulación, por medio de un amurallamiento apropiado de las informaciones científicas; -Impedir la publicación prematura de estas informaciones; -Encargarse de y controlar a los espías científicos del campo enemigo; -Hacer transmitir falsas informaciones ·a estos agentes adversarios; -Proporcionar informaciones falsas a la Prensa científica, tanto en el própio país como en el extranjero, para complicar así la acción de los espías científicos; -Y, último grado de sutileza, hacer publicar informaciones sobre pretendidos trabajos efectuados en el extranjero, a fin de permitir a los sabios y técnicos de su propio país obtener créditos que normalmente ni siquiera hubiesen podido solicitar. La lectura de los informes de los debates en el Senado y en el Congreso americanos es en extremo instructiva con respecto al particular. La mayor parte de estos debates no se mantienen secretos. En sus actas, difundidas entre el público, se descubren a veces cosas muy curiosas. En 1969, por ejemplo, se desarrolló un debate en el Con· greso americano, en el que se propuso desbloquear créditos considerables para estudiar los platillos volantes, con el pretexto de que los rusos lo hacían. Después de esto se dio lectura a un largo testimonio, enviado por telegrama, del profesor Donald H. Menzel, el cual, por su parte, había visto a los rusos y certificaba que .no se ocupaban en absoluto de platillos volantes. Se puede pensar que la proposición sometida al Con·
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greso formaba parte de un sistema de intoxicación destinado a obtener créditos. En los Estados Unidos, el problema del contraespionaje se encuentra complicado por el hecho de que, si se revelan dema· siadas cosas, se informa al enemigo, al mismo tiempo, pero si se esconde demasiado, inverosímiles abusos quedan al abri· go de toda acción gubernamental y de toda protesta pública. Es preciso no olvidar que, en aquel país, las armas más secretas las fabrica la industria privada. Una reciente encuesta del comité Bell, del Senado americano~ ha demostrado que, en sociedades americanas que se ocupan en programas aeroespaciales, hay personas que reciben cien mil dólares al año ¡por escribir «folletos»... ! Ahora bien, el salario medio de un científico empleado por el Gobierno americano se sitúa alrededor de los 8.600 dólares, lo que, comparado con los 100.000, revela, evidentemente, una diferencia considerable. El mismo dire<> tor de la Oficina Nacional de Pesas y Medidas no gana más que 19.000 dólares al año. En estas condiciones, algunos senadores han preguntado qué clase de folleto podían redactar personas que cobraban 100.000 dólares al año. Se les replicó que era imposible revelarlo, incluso en un debate a püerta cerrada. Si se trata de manuales secretos, de los que he hablado en el capítulo precedente, presento mi candidatura: seis millones de pesetas al año por escribirlos, es una tarea que no me disgustaría. A menos, claro, que en realidad se trate de trabajos ultrasecretos que se pagan espléndidamente a fin de evitar a sus autores cualquier tentación. · Puede ser, también, que alguien haya encontrado un buen enchufe... El profesor H. L. Nieburg, ya mencionado, al comenzar su encuesta sobre el informe Bell,1 recibió un día una llamada telefónica de una sociedad californiana que le proponía, para un 1. Informe hecho en 1964 por el Senado americano sobre el complejo militar-industrial científico en los U.S.A.
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trabajo, el doble de su sueldo de catedrático universitario. Rechazó, estimando que sus investigaciones sobre lo que él llama «el estado contractual» son más importantes para la nación que el trabajo de pura forma que le hubiesen confiado para que se callara: ¡el dólar no es el dios de todos los americanos ... ! Uno de los primeros problemas de los servicios del contraespionaje científico americano consiste, pues, en dejar que prosigan libremente operaciones de control que permitan una mejor utilización del· dinero de los contribuyentes. al mismo tiempo que velar para que el documento publicado contenga un máximo de falsas informaciones y un mínimo de notas auténticas, pudiendo hacer el juego a. un eventual. enemigo. Un segundo problema estriba en vigilar al máximo a los científicos que informan al presidente de los Estados Unidos y que, por su parte, en principio tienen que saber todo o casi todo. Por el momento, que yo sepa, estos científicos constituyen una comisión especial que .no es responsable más que ante el presidente, y está dirigida por Donald Hornig. Este profesor fue seleccionado por el presidente Kennedy, pero a consecuencia del asesinato de este último, hasta el mandato de Johnson no tomó la dirección del consejo científico de la presidencia. Ensefia quimica en la Universidad de. Princeton y, por lo que puede saberse, actualmente dirige el grupo oficioso que determina la política científica de los Estados Unidos, siendo el consejero oficial el doctor Lee A. Du-Bridge. Seis o siete sabios, en total, aconsejan al presidente. En el momento de la redacción del presente capítulo, este peque:fío grupo acaba de anular el proyecto de viaje a Marte, provocando así la dimisión de Mr. Paine, director de la N.A.S.A. El contraespionaje científico americano tiene que vigilar a estos hombres muy discretamente¡ pero sin dejar nada al azar.
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Falto de espacio, y para no levantar polémicas, no deseo tomar posición aquí sobre el asunto Oppenheimer. Es sabido que fueron los servicios americanos de información los que provocaron su eliminación e impidieron que se convirtiera en el consejero personal de ningún presidente americano. El asunto revela ser más complejo de lo que parece, y no es éste el lugar ni el momento para volver sobre él. ¿Quiénes son estos espías científicos americanos? Anónimos, escogidos únicamente entre los agentes del F.B.I. La C.I.A., en efecto, no tiene poder alguno en la materia y, en principio, el territorio de los Estados Unidos queda fuera de su jurisdicción. Hemos visto el modo de trabajar de esos contraespías, por medio del método llamado de «larga cuerda», en el asunto Huminik, que hemos explicado en un capítulo anterior. No existen, que yo sepa, científicos propiamente dichos en· tre los agentes que oficialmente forman parte del F.B.I. Todo lo que se les pide es un diploma de experto-contable, absolutamente indispensable, siendo muy facultativos la prá(> tica ·del karate y el tiro con pistola. Pero gran nlÍlllero de científicos americanos aportan su concurso al F.B.I. por motivos patrióticos. No pongo nada de ironía en esta palabra: la supervivencia de los Estados Unidos está ligada al mantenimiento de su avance científico y a la protección de sus secretos. Ayudar al F.B.I. no representa, para la mayoría de los americanos, un acto de delación, sino una necesidad vital en un mundo que se parece a una selva. Los científicos que han ayudado al F.B.I. conservan el anonimato durante bastante tiempo. Pero se pueden citar recuerdos del inventor y escritor de cienciaficción Murray Leinster. Explica que, durante el año 1944, cuando había prestado ya determinados servicios confidenciales al F.B.I., fue convocado por aquel servicio. Le dieron a leer una novela corta aparecida en la revista Analog (cDeadline», por Clive Cartmill), que descri-
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bía con los mayores detalles una bomba atómica, y le preguntaron: «¿Piensa usted que puede tratarse de un soplo?» Leinster no tenía contacto alguno con el proyecto de la bomba atómica, pero comprendió en seguida: «Un sudor frío ·me corrió por la espalda», dice. Pudo explicar a los agentes del F.B.I. cómo trabajaban los autores de cienciaficción y consiguió convencerlos de que la hipótesis de un soplo carecía de sentido. El contraespionaje científico del F.B.I., como, por otra parte, todo este organismo, guarda una relativa independencia con respecto al partido que está en el poder en Estados Unidos en determinado momento. Pero, dada la personalidad de Edgar J. Hoover, el F.B.I. está constantemente orientado hacia las derechas, para no decir las extremas derechas. Es decir, que allí no se aprueban particularmente los proyectos de los sabios ni los de policía científica internacional, que evocaremos más adelante. Por lo que respecta a los soviéticos, el contraespionaje científico entra dentro del campo de la «oficina D», oficina sobre la que se poseen algunas informaciones recogidas de boca de los tránsfugas. «D» quiere decir «desinformación», es decir, lo contrario de la información. El papel de la «oficina D» consiste, de una parte, en intoxicar a los demás países proporcionando informaciones falsas acerca de inventos soviéticos prodigiosos que permitirían ganar una guerra instantáneamente. Por otra parte, en hacer destacar y en difundir, por medio de agentes soviéticos o satélites, o también de periodistas neutrales, todas las informaciones sobre la puesta a punto, verdadera o falsa, en otros países que no sean la U.R.S.S., de armas de las que se sabe que pro· vocan la censura de la opinión pública: armas atómicas «SU· cías», guerra química y bacteriológica, conversión de seres humanos en robots, etc. La información revela -ni que decir tiene- que nunca, ni
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en ningún caso, emplearía la U.R.S.S. armas de esta clase, que no las fabrica y que ni tan sólo las estudia. Sobre el plan de la protección de secretos, la «oficina D» insiste sobre una regla absolutamente formal y aplicada sin excepción: Ningún sabio en posesión de informaciones relacionadas con la Defensa nacional debe, con ningún pretexto, salir de la U.R.S.S. La aplicación de esta regla da a veces resultados extraños. Así, dejaron ir al Congreso de astronáutica a sabios, en algún caso muy eminentes, pero que no participaban en la construcción de astronaves y no sabían nada del programa espacial. No por ello dejó la Prensa occidental de bautizar a algunos de ellos como «padres del "Sputnik"», lo que los dejó perplejos. Igualmente, con ocasión de las recientes conversaciones SALT sobre el desarme entre los americanos y los rusos, comenzadas en Helsinki y que prosiguen en Viena, la delegación americana comprobó que sabía más sobre los armamentos soviéticos que la misma delegación soviética. Dicho de otro modo: las informaciones proporcionadas a los americanos por sus servicios de espionaje científico eran mejores que las facilitadas a los soviéticos por su propio Gobierno. Evidentemente, este procedimiento disminuye, para estos últim.os, las consecuencias que se derivarían si se fuese de la lengua uno de sus delegados en Viena, tras una orgía en «Sachertorte». Pero reconozcamos que, con todo, no facilita la prosecución de las discusiones. · En el interior del país, la «oficina D» utiliza métodos extremadamente enérgicos. Detiene, juzga y condena sin que pueda intervenir ninguna autoridad judicial o política. Por otra parte, no abusa de esta facultad. La «oficina D» no es infalible: el asunto Penkovski lo prueba. Con todo, la U.R.S.S. sigue siendo el país en que los secretos científicos están mejor guardados, incluso mejor que en China. (A excepción de Israel, aunque en cualquier país pequeño, y además en guerra, parece más fácil proteger algunos
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institutos que vigilar y defender buena parte de Europa y de Asia.) Evidentemente, es bastante difícil saber hasta qué punto las informaciones, o, mejor dicho, las desinformaciones de la «oficina D» influyen en los servicios de información occidentales. En cualquier caso, obtienen resultados sobre la Prensa occidental. A menudo se publican en ella, procedentes de la «oficina D», noticias muy extrañas relativas a la U.R.S.S. La más estupenda, a mi entender, sigue siendo la que describía el centro de lanzamiento de satélites y de cohetes soviéticos: «Un enorme tren eléctrico, corriendo alrededor de una colina, servía para lanzarlos, lo que economizaba carburante.» En la versión que leí, la información iba acompañada de un dibujo en colores, sobre dos grandes páginas... Por otra parte, los soviéticos podrían replicar que una «agencia» italiana parece estar especializada en la descripción de lanzamientos de astronaves soviéticas que jamás se han llevado a cabo, y del fin de astronautas que no existieron jamás. Esta «agencia» italiana, como Juana de Arco, oye voces; las voces de cosmonautas soviéticos perdidos en el espacio y que lanzan desgarradores llamamientos. Nadie más ha oído nunca estas voces, y los soviéticos podrían decir que todo este asunto emana de un equivalente americano de la «oficina D». Ni la «oficina D» ni el F.B.I. deben de apreciar los contactos directos en la cumbre entre soviéticos y americanos, contactos que, en particular, han llevado a la reducción voluntaria, por parte de sus países, de la producción de plutonio. Evidentemente, estos contactos han sido precedidos de intercambios de informaciones que debieron de desagradar mucho tanto al F.B.I. como a la «oficina D». La «oficina D» puede impedir a los sabios soviéticos que vayan al extranjero, pero es muy difícil que les prohíba reunirse con sabios extranjeros cuando éstos van a la U.R.S.S.
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para asistir a congresos. Le es igualmente dificll oponerse a operaciones como la que fue anunciada oficialmente por la «Compañía Thomson C.S.F.» (Telonde, z.o trimestre, 1970, número 4):
«Instrumentos cienttficos franceses para la U.R.S.S.
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»Después del Instituto de Química orgánica de Irkutsk, la Universidad del Estado de Kazán ha escogido, para equipar sus laboratorios, un instrumento de análisis francés. Se trata, en los dos casos, de espectrómetros de resonancia paramagnética electrónica concebidos y realizados por "Thomson C.S.F.n, con la ayuda del C.N.R.S. (Centro nacional de la Investigación científica) en el cuadro de una acción concertada de la D.G.R.S.T. (Delegación general para la Investigación científica y técnica). Estos aparatos, que permiten el estudio a fondo del estado físico y químico de átomos o de moléculas, pueden, en particular, ser utilizados para investigaciones en Física, en Química, en Biología o en Medicina. En un espectrómetro de resonancia paramagnética electrónica, el cuerpo que se estudia está sometido simultáneamente a un campo magnético de intensidad elevada y a un campo electromagnético correspondiente a muy pocas longitudes de onda (tres centímetros, por ejemplo, o sea 9.600 MHz). Para los análisis, los especím.enes se colocan en células adaptadas a la vez a su naturaleza y a la temperatura de experimento, que puede oscilar entre los alrededores del cero absoluto a unos 3500 C. Estas células son introducidas, a su vez, en una cavidad sometida a alta frecuencia, enteramente metálica, dispuesta en el entrehierro de un electroimán que proporciona un campo magnético estático.» Es cierto que los científicos soviéticos que pasaron estos pedidos van a ser estrechados a preguntas por la Policía y la «Oficina D». En realidad, los americanos conocen la existencia
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de. un Instituto de Química orgánica en Irk:utsk, en Siberia, y el pedido en sí no dice mucho. Sin embargo, si los lazos científicos entre la U.R.S.S. y Francia continúan estrechándose, las instituciones científicas francesas responsables van a verse vi· giladas de muy cerca por los espías americanos. Ciertamente es posible espigar informaciones científicas interesantes sobre la U.R.S.S. reuniendo algunos centenares o algunos millares de informaciones como la que precede. Recientemente, uno de los ministros de los servicios científicos de la U.R.S.S. estuvo en Francia, al frente de una importante delegación. Parece que algunos de los miembros de esta delegación (dos o tres, no más} constituyen una excepción .a la regla de la «oficina D», según la cual ningún científico soviético que esté al corriente de los secretos de la Defensa nacional puede salir de la Unión soviética. La «oficina D» censura todas las publicaciones soviéticas de naturaleza científica o técnica. Personalmente, pienso que no las censura bastante, porque se ven pasar informaciones que pueden interesar a los enemigos de la U.R.S.S. y que no parecen haber sido puestas allí por la «oficina D», por la sencilla razón de que se ven confirmadas en otras partes. ¿Qué explicaciones dar a estos escapes? Además de las que hemos mencionado ya, ¿está acaso la «oficina D» compuesta, después de todo, por policías sin competencia -científica? Si los sabios soviéticos dan, a menudo, pruebas de patriotismo y se decla· ran dispuestos a trabajar -incluso con entusiasmo- en problemas de defensa nacional, no por ello dejan de detestar a la Policía. El F.B.I. puede contar, en sus filas, con auxiliares científicos de gran calidad, pero no así la «oficina D», y cuan· do los sabios rusos tienen ocasión de causarles disgustos, es seguro que no dejan de hacerlo. Esto crea un clima muy par· ticular, que complica todavía más el trabajo de la «oficina D» con relación a su homólogo el F.B.I. La «oficina D», direcCión general del contraespionaje cien·
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tífico, está también encargada de la protección de los lugares sensibles del Imperio soviético contra los micrófonos, las minicámaras y otros aparatos de espionaje electrónico, y asegura esta protección con la mayor firmeza. Un especialista alemán del espionaje electrónico, localizado tan pronto como llegó a Moscú, en 1968, fue inyectado con una jeringa hipodérmica que contenía tóxico, en una iglesia de Moscú. Gracias a la rápida intervención del médico de la Embajada de Alemania federal salvó la vida, pero es inútil añadir que se marchó precipitadamente en cuanto estuvo en condiciones de hacerlo. De modo general, la «oficina D» no retrocede ante la ejecución sumaria, incluso dentro del estilo de los filmes de James Bond. Recientemente, los franceses, para referirnos sólo a ellos, han experimentado la. pérdida de dos coroneles: uno, «suici~ dado» en Moscú; el otro, aplastado por un coche en Rumania. Es evidente que semejantes incidentes arriesgan ensombrecer la amistad franco-soviética, pero es esencial que se comprenda bien que la «oficina D» no bromea. No se trata, para la oficina, de la farsa cinematográfica de los servicios secretos, sino de la implacable guerra secreta. Me permitiré, pues, cerrar esta exposición sobre las activi~ dades de la «oficina D» con un cqnsejo amistoso a los turistas en la U.R.S.S.: . Si un ciudadano soviético os pide, en nombre de la caridad humana, transmitir un pliego a un pariente ·suyo en el extran· jero, no aceptéis el recado. Si no es una provocación de la «oficina D», se trata de una operación de los servicios de espionaje que opera contra la U.R.S.S., probablemente america~ nos o ingleses. Ahora bien, esta guerra no es la vuestra, y es mejor no mezclarse en ella si no queréis pasar una temporada, larga y merecida, en una cárcel de seguridad máxima. He insistido acerca de la rama científica del F.B.I. y sobre
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la «oficina D», porque me parecen dotadas de una originalidad cierta. Claro está que existen, en todos los países, Francia comprendida, servicios de contraespionaje científico. Tienen menos de pintoresco, pero acaso más eficacia que las dos grandes organizaciones que acabo de citar. Y en todos los países, comprendida asimismo Francia, un sabio o un ingeniero que se vea objeto de ofrecimientos, de amenazas, o de presiones, de dondequiera que procedan, tiene el máximo interés en adverth· a la Policía, que tomará las medidas necesarias. En Francia se recomienda dirigirse a la D.S.T., calle Saussaies, n.o 13, París. Como hemos dicho antes, en todos los países el contraespionaje se interesa muy particularmente en los cuestionarios sobre los que trabajan los agentes de espionaje. Estos cuestionarios, lo más detallados posible, establecidos por especialistas; son muy preciosos. Entrar en su posesión permite deducir lo que ya sabe el adversario y proporcionarle a continuación informaciones falsas. Estas falsas informaciones, en materia de espionaje científico, pueden llegar igualmente solas, como consecuencia de una idea fija. Durante la Segunda Guerra Mundial, determinado número de agentes aliados siguieron, así, las huellas de. un alemán que acumulaba stocks. de torio. Este metal, utilizado en los manguitos dé los mecheros de gas, podría, como el uranio, ser empleado en la fabricación de bombas atómicas, pero, que se sepa, y después de dificultades imprevistas, no se ha conseguido todavía. En 1944 podía pensarse. que los alemanes habían resuelto este problema. Después de la ocupación de la región alemana en que operaba aquel hombre, unos agentes del grupo antiatómico americano «Alsos», dirigido por un personaje que no quiso dar nunca su nombre y que se identificó como «el misterioso comandante», convergieron sobre el pueblo a donde conducía la pista. El Herr Profesor Von X no estaba allí. Pero se decubrió un hangar que contenía stocks de óxido de torio. Este óxido de torio había sido transformado en pasta dentífrica, acondicionada en
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tubos que llevaban la inscripción: «¡Comprad la pasta dentf· frica Von XI Vuestros dientes brillarán como el radio.» Todo el mundo puede equivocarse. En cuanto se entra en posesión de un cuestionario del en~ migo y se dispone de un circuito que permita transmitirlo -lo más a menudo se trata de un chuzón muerto», es decir, aquel en que se pueden echar cartas, pero que no se utiliza de modo permanente-,1 hay que arreglarse para pasar al enemigo informaciones tan lisonjeras como sea posible para la Ciencia del país que se defiende. En caso de guerra, este método puede suscitar graves inconvenientes, como fue el caso de los cohetes egipcios que resultaron ser puramente imaginarios durante la guerra de los Seis Días, porque no habían existido más que en la imaginación del contraespionaje egipcio ... En cambio, puede también, inquietándolo, disuadir al en~ migo de recurrir a la guerra. Si los checos hubiesen •podido hacer creer a los soviéticos que poseían la bomba atómica, aeáso en la hora actual vivirían libres. La manipulación, por el contraespionaje, de un espfa científico localizado, va alguna vez extremadamente· lejos. Se puede hacer llegar a un sector cuestionarios que permi· tan saber lo que sabe el adversario acerca de las realizaciones científicas. A este adversario pueden comunicársele falsas informaciones, ¡transformando una inofensiva fábrica en un taller de puesta a punto del arma absoluta! Puede anunciarse que un sabio muy importante estaría dispuesto a cambiar de campo, pero que quiere negociar esta ·op~ ración al más elevado nivel. Se provoca así ·la venida de un emisario, a quien, además, se puede detener y guardar como moneda de cambio. Se aprovechará la ocasión p~a anunciar 1. No puedo resistir la tentación de citar el caso, durante la Segunda Guerra Mundial, de la red francesa uno de cuyos «buzones»-¡era wí carterol 13-U17
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-no pudiendo desmentirlo el interesado- que determinado sabio ha cambiado de bloque, porque no podía soportar más las persecuciones de que son objeto los intelectuales en la U.R.S.S., o que no quería trabajar más con los imperialistas yanquis. Si es necesario, se le presentará en la Televisión, explicándole bien que si se aparta del programa previsto {por otra parte, registrado de antemano) se producirá un incidente técnico, y a raíz de este incidente podría ocurrir que recibiera una bala en la nuca. Evidentemente, lo mejor de lo mejor consiste, cuando se tiene una pista que conduce a los servicios secretos del adversario, en anunciarles que un científico importante, al corriente de muchas cosas, está dispuesto a cometer una traición y que enviarán aquel científico allí, con contactos que le permitirán sobrevivir y transmitir informaciones. Semejante operación, claro está, es en extremo difícil: precisa de un sabio buen comediante, muy patriota, que posea el gusto de la intriga y que haya hecho el sacrificio no sólo de su vida, sino también de su integridad física, porque arriesga, a la vez, la tortura y la muerte. Con todo, existe un aceptable porcentaje de éxito. Por el lado americano, se encuentra a veces en la Prensa una información de esta clase: «El profesor Smith, investigador en un laboratorio americano, desapareció misteriosamente, durante la noche última, en una carretera desierta. Se le busca activamente.» Veamos ahora un suelto más sensacional: «¿Ha sido raptado por platillos volantes un investigador americano? Un borracho, que estaba acostado en una cuneta la noche en que desapareció el sabio, vio unas luces en el cielo... » En fin, se publica el mentís: «Si el investigador americano Smith ha desaparecido, ciertamente es debido a que fue atacado de amnesia. Su psicoanalista ha declarado que se consideraba culpable y responsable del asesinato de Sharon Tate. Por otra parte, no participaba más que en investigaciones de
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escaso interés ... » Después de ello no se oye hablar más del asunto, hasta el extremo de que uno puede preguntarse por qué aquel personaje que no sabía nada ocupaba un puesto tan importante en un centro tan secreto... Y queda el silencio. Ahora bien, es lícito imaginar a Smith en algún lugar de la U.R.S.S., trabajando en un centro siberiano y dando noticias suyas al mando de tal aparato o de tal instrumento o produciendo determinado fenómeno detectable en los Estados Unidos: descarga accidental de un supercondensador, por ejemplo. Por el lado de la U.R.S.S., la Prensa no menciona, por lo general, la desaparición. Acaso se sepa algunos aíios después que en 1961 el contraespía científico alemán del Este, Guenther Maennel, salió para los Estados Unidos con informaciones extremadamente importantes, especialmente relativas a la gu&o rra secreta submarina. En términos generales, se estima que el 99 por 100 de los tránsfugas soviéticos son auténticos, pero que el último es enviado por la e oficina D» para proporcionar desinformación. Así, se procede a un filtraje severo en Camp King, cerca de Frankfurt del Main. Cualquiera que sea la región del imperio soviético de donde llegue el tránsfuga, se verá conducido a esta base americana en Alemania e interrogado durante seis meses. Después lo llevarán a Inglaterra o a Estados Unidos, donde será interrogado de nuevo. Pero, esta vez, el interrogatorio se desarrollará en un terreno completamente amistoso. Para él no tendrá importancia alguna. El agente encargado tiene que mantener, simplemente, una atmósfera amable y confiada, con continuados brindis, en lo posible. En cambio, el filme sonoro y en color, tomado durante la entrevista por registradores invisibles, será examinado atentamente por dos clases de expertos: por una parte, científicos, para ver si las infor· maciones dadas tienen valor en su ámbito, y, por otra parte, psicólogos especializados que buscarán descubrir la más ínfi·
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ma mentira en las declaraciones del tránsfuga. Este plan del interrogatorio, la medida exacta de la dilación entre la pregunta y la respuesta es en extremo significativa: en general, la mentira va acompañada de un ínfimo retraso, del que ni el mismo mentiroso tiene conciencia, pero que revela el registro metódico de una base de tiempo a lo largo de la banda de sonido del filme. También se puede, sin saberlo el sujeto, medir, por medio de un dispositivo de infrarrojos, muy ligeras variaciones de la temperatura de su piel. Si estas técnicas lo hacen sospechoso de mentir, se le someterá luego, con la ayuda de drogas apropiadas, a un nuevo interrogatorio, durante el cual los agentes volverán a intentar detectar irregularidades en el tiempo de sus respuestas. En el mismo orden de ideas .se puede precisar que las señales enviadas o recibidas por los submarinos americanos «Polaris» son emitidas, ocurra lo que ocurra, a intervalos estrictamente regulares. Si no se tiene nada que decir en el momento de emitir la señal, se dan noticias de las familias de los tripulantes o resultados deportivos. Pero nunca y en ningún caso se debe,· modificando en más o en menos la frecuencia de las emisiones, señalar a la atención del adversario acontecimientos importantes o una tensión cualquiera. Este examen sistemático permite localizar finalmente a los auténticos tránsfugas. Más tarde se consigue conocerlos mejor. Así, conocemos ahora la historia, ocurrida en 1963, del coronel polaco Michael Goleniewski. Esta historia se sale un poco del marco del espionaje científico, pero la cito porque me parece verdaderamente asombrosa. Goleniewski hizo revelaciones sobre la. situación que reinaba e),l la Embajada de los Estados Unidos en Varsovia en el año 1963. Dicha situación no tenía ningún punto en común con las descritas en las novelas y en los filmes. Todos los marines encargados de la seguridad material de
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la Embajada frecuentaban a encantadoras polacas, las cuales estaban afiliadas a los servicios de espionaje de su país. Bn el interior de la Embajada no evolucionaban menos de doce espías a sueldo de Polonia, y entre ellos figuraba el segundo secretario, Irvin C. (Doc) Scarbeck, que luego fue condenado en los Estados Unidos a treinta años de prisión. Otro funcionario importante de la Embajada, especializado en la información secreta, llevaba veinte años perteneciendo a los servicios de espionaje soviéticos. En conjunto, la Embajada funcionaba más como una sucursal de «Z 2». (servicio de espionaje polaco) que como Embajada americana. Añado, entre paréntesis, que lo que sobresalía sobre todo de las revelaciones de Goleniewski era que, en cuanto a la cantidad de bares y de mozas, Varsovia no tiene nada que envidiar a los Campos Elíseos (tengo las ·informaciones detalladas y las direcciones a la disposición de cualquier autor que quiera publicar «Les mauvais lieux de Varsovie»). Aquella situación de la Embajada aparecía, pues, como deplorable, tanto más cuanto que la flota polaca se encargaba gustosamente de la transferencia de los sabios tránsfugas de Occidente. Así, el navío polaco Jaroslaw Dabrowski tomó a bordo, en 1954, al doctor Joseph Cort, sabio atómico americano de la Universidad de Birmingham, en Alabarna. Convocado por el F.B.I., Cort prefirió escoger el bloque del Este antes que encontrarse frente a molestias y complicaciones en los Estados Unidos. El Jaroslaw Dabrowski estuvo también a punto de evacuar a los espías del Almirantazgo inglés, pero Scotland Yard los detuvo antes. El estado dramático de la Embajada de Varsovia había escapado totalmente -no se sabe por qué- a la aten· ción de la C.I.A. El Departamento de Estado americano se vio obligado a enderezar directamente, no sin drama, la situación. Aparte sus detalles procaces, esta historia ofrece, con todo, gran interés, porque prueba que cualquier servicio de un país puede infestarse de agentes enemigos. Sin duda, el
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caso es excepcional. No por ello es menos cierto que el agente soviético Scarbeck, ciudadano americano y oficial de Clave americano, envió, durante afios, informaciones secretas contra América ¡utilizando el emisor de la Embajada! Seguramente transmitió también gran número de mensajes procedentes de la «Oficina D», que no dejaron de incitar a los americanos a lanzarse a investigaciones para imitar rea1izaciones soviéticas puramente imaginarias. Este contratiempo sirvió sin duda de lección, al menos podemos pensarlo asf, pero la historia se repite indefinidamente••• Un poco por todas partes se encuentran agentes occidenta· les o agentes del Este manipulados y que transmiten informaciones fantásticas. Por el momento, Occidente conserva ligera ventaja, porque todos los jefes del servicio de información checo pasaron a los Estados Unidos antes de la invasión de Praga, en 1968. Pero la situación puede cambiar. Todos los días deben de producirse contactos clandestinos Este-Oeste, con dobles, triples, múltiples juegos. Más que enseñar el karate a los agentes secretos, seria preferible iniciarlos en las sutilezas del juego de ajedrez: este estudio les sería más 11til.
CAPiTULO IX
LOS SERVICIOS SECRETOS CIENT1FICOS
Antes de entrar en el detalle de este capítulo tengo que quitar, desgraciadamente, al lector, algunas ilusiones. Generalmente se imagina a los sabios como a espíritus puros (o casi), desarraigados de las contingencias del mundo y no interesados más que, en sus trabajos. Nada más falso. Georges Duhamel y Jules Romains dieron al mundo una imagen mucho más realista de los ambientes científicos. Muy recientemente, el libro del premio Nobel James Watson, publicado en Francia con el título de La double hélice,1 pinta estos ambientes como son: la lucha por el poder se revela en ellos más viva que en los peores ambientes políticos e industriales. La violencia de estos combates disimulados es increíble. Por término medio, un sabio pasa más tiempo combatiendo a sus colegas que trabajando. Este fenómeno parece ser general, tanto en los países occidentales como al otro lado del telón de acero. Es una lucha implacable, incesante. Se ha visto, y se ve de conti· 1. Ed. Robert Laffont. [Publicado también por Plaza & Janés, en su colección «La Vida es Rio»: La doble hélice.]
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nuo, sabios soviéticos denunciar a la Policía a colegas suyos que no comparten sus ideas científicas. El jurado del premio Nobel recibe con mucha frecuencia cartas de sabios que lo ponen en guardia contra tal o cuál de entre sus colegas que no profesa ideas completamente «ortodoxas». Esta práctica es particularmente extendida en Francia, lo que explica que se hayan dado tan pocos premios Nobel a este país. Se ha visto a sabios inventar, para facilitar su carrera, ciencias falsas, y tan dementes como peligrosas, como, por ejemplo, el concepto de las «razas», Viviendo en semejante ambiente, la gente se endurece hasta el extremo de que, cuando un sabio empieza a ocuparse en problemas de espionaje, ha adquirido ya toda la dureza necesaria para adaptarse a este otro terrible ambiente. Queda un punto por precisar antes de entrar en el fondo del asunto: este capítulo se refiere a espías, no a traidores. Se trata, pues, de sabios que trabajan para su propio país, empu· jados por motivos evidentemente muy varios, pero, en principio, generalmente considerados como «nobles». La nueva actividad de un sabio convertido en espía puede revestir distintos aspectos. En primer término puede -algunos piensan que debe- dar informaciones ocasionales, obtenidas de contactos personales, de lecturas, de viajes. Siempre son preciosas. Sin el viaje a Africa de un sabio americano, sus compatriotas no hubiesen sabido, en 1952, que allí se encontraban yacimientos de circonio, metal del que tenían necesidad urgente para su primer submarino atómico. El sabio pasado a espía puede franquear una etapa. Cada vez que un problema que afecte a su especialidad interesa a los servicios de información, éstos recurren al sabio, que se convierte entonces en un H. C. (u honorable corresponsal). No sólo tiene derecho al agradecimiento de su patria, sino también a determinada ayuda de los servicios secretos. A.yuda particularmente preciosa en país socialista; permite, en particular, abonarse a
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revistas extranjeras, comprar libros en el exterior, obtener suplementos de créditos para su laboratorio. En los países «capitalistas» esta ayuda puede ser igualmente muy útil. Progresando un poco más en la carrera de espía, un sabio puede conseguir verse empleado, a pleno rendimiento, en un servicio de informaciones. El caso es muy frecuente en los Estados Unidos. Tienen constantemente al día un fichero en extremo detallado de todos los sabios! En los. Estados Unidos, un fichero de carácter muy particular lo tiene establecido el grupo MENSA, el cual reúne a personas de un cociente intelectual que pasa de 140. El fichero MENSA permite al Gobierno tener a su disposición, si lo desea, científicos de todas las disciplinas, botánicos o arqueólogos, por ejemplo, de una inteligencia muy superior a la media. Estos sabios «superdotados» son utilizados en puestos particularmente bien remunerados. El titular de semejante puesto se compromete a guardar el más absoluto secreto, incluso con relación a sus parientes más próximos, a quienes se limita a decir «que trabaja para el Gobierno». El número de estos sabios en los EE.UU. es secreto de Estado. Franqueando, en fin, el último peldaño de la escala, un sabio puede aceptar convertirse en un espía activo, y él mismo llevar a término una misión en país enemigo. La primera de esta clase fue llevada a cabo en 1937 por Sir Robert Watson-Watt, el inventor del radar y de la investigación operacional. Hoy parece absolutamente increíble que se hubiese enviado al más importante d~ los sabios ingleses, en el plan militar, ¡en misión a la Alemania nazi! Semejante iniciativa raya en el delirio. Si Sir Robert hubiese sido detenido por la Gestapo, probablemente Inglaterra habría perdido la guerra y yo no estaría aquí escribiendo este libro, como buen número de lectores tampoco estarían para leerlo. Pero esto ocurría en 1937. Recordaré que l. Semejante fichero existe también en Inglaterra, donde es publicado: Directory of British Scientists, Londres, Emest Benn, Ltd.
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la primera red de espionaje científico no seria organizada por el autor de este libro hasta 1942, y su importancia no seria comprendida hasta 1944, cuando cayeron sobre Londres los primeros cohetes «V 2». Volvamos a esta primera misión de espionaje científico; la aventura merece ser contada. Bl mismo Sir Robert lo hizo en sus Memorias, con el título de Fui espfa para Chamberlain. Bn 1937, un espía (no científico) señaló en Alemania instalaciones en apariencia parecidas a la instalación ultrasecreta inglesa de Bawdsey. Bl Intelligence Service no disponía entonces de agentes capaces de distinguir una antena de radar de una locomotora. Sir Robert y su esposa, Margaret, se ofrecieron, pues, y se fueron hasta lo más remoto de la Prusia Oriental. Circulaban en bicicleta (¡todavía no había visto la luz el automóvil de James Bond!). El único instrumento científico que se llevaron consistía en un pequeño telescopio enmascarado de lámpara eléctrica: entonces no se disponía de bomba atómica disfrazada de encendedor. ¡En la guerra como en la guerra y, en el mundo real, se hace lo que se puede! Como dice Aragon:
••. Les uns la font en dentelles, D'autres comme vous voyez ... Así, pues, Sir Robert y St1 esposa «abordaron» una Prusia oriental tan apartada que el último extranjero que se había alojado en la posada había inscrito en el registro, como nacionalidad: bávaro. Aparte un campo de trabajo de la R.S.H.A. de «La fuerza por la alegría», ninguna huella de radar. Los dos espías aficionados volvieron a marcharse, recorrieron otras regiones de Alemania sin observar nada más interesante que un transformador en lo alto de una torre, y luego volvieron a Inglaterra. En opinión de Sir Robert, el agente inglés vio, en la misma Inglaterra, una instalación de la clase de la de Bawdsey, e inventó, para redondear su mensualidad, algo análogo
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en Alemania. Pascal habla de la nariz de Cleopatra, que hubiese podido cambiar la faz del mundo; Sir Robert dice haber encontrado dos veces al mismo ciclista alemán en el curso de sus paseos. De haberse fijado en él aquel ciclista, le hubiese denunciado a la Gestapo, y tal vez viviríamos hoy en un mundo muy distinto ... ¿De qué depende el destino? De la falta de curiosidad de un ciclista... Sin Robert termina así su narración: « ••• Doy las gracias a las tres Parcas que tejen la tela del destino ... » Todas estas variedades de sabios-espías, asf como los funcionarios necesarios para explotar sus trabajos, acaban por constituir servicios considerables. Notas debidas a indiscreciones de tránsfugas y a informes de procesos proporcionan detalles sobre uno de estos servicios. Es americano, y se lo conoce por la sigla N.S.A. (National Security Agency; no confundir, sobre todo, con la N.A.S.A., agencia americana del espacio). Las actividades de la N.S.A. afectan a un campo menor, pero importante, del espionaje científico: las telecomunicaciones. Asegura, a la vez, el desciframiento de mensajes enemigos y el control de la red de telecomunicaciones de las fuerzas armadas americanas. La instalación de esta red costó dos mil millones y medio de dólares. Transmite doscientos cincuenta mil mensajes al día. La N.S.A. tiene que asegurar su protección. Este organismo fue creado el 4 de noviembre de 1952 por el presidente Truman. Dos aíios después, sus servicios se instalaron en un edificio completamente nuevo en Ford Mead, Maryland. Concebido según la forma de la letra A, el edificio costó treinta y cinco millones de dólares. En mayo de 1963 se le agregaron algunos anexos, y este conjunto de edificios hace de él el tercero en orden de importancia y dimensiones en la Administración americana, siendo los dos primeros, respectivamente, el Pentágono y el Departamento de Estado.
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Quince mil sabios y empleados trabajan allí, sin contar los dos mil que tienen su puesto en el extranjero. Además, la N.S.A. dispone de consejo, u honorables corresponsales, que, aunque conservando su empleo en la Universidad o la industria, aconsejan la organización en campos muy distintos: Matemáticas, Electrónica, teoría general de las comunicaciones, e incluso Filosofía... La N.S.A. depende directamente del Ministerio de Defensa Nacional, y fiscaliza también la actividad de los jefes de Estado Mayor, quienes, aparentemente, no deben tener acceso a todos sus secretos. El presupuesto de la N.S.A. se eleva a mil millones de dólares al año, o sea, sesenta y un mil millones de pesetas. La cifra revela la importancia de las actividades de esta organización. Por desgracia, hay perros sarnosos en todas partes, y la existencia de la N.S.A. ha suscitado en el mundo varios escándalos. En lo sucesivo se han reforzado las medidas de seguridad. Periódicamente se hace releer a todos los miembros de la organización la ley federal 513 sobre la alta traición. El primer resultado de esta obligación es que se murmura en todas las esquinas de Washington que N.S.A. significa, en realidad., Never say anything: No decir nunca nada. La N.S.A. está siempre bajo las órdenes de un coronel o de un almirante. El último, el general Marshall Sylvester Carter, profesor de la Escuela Superior de Guerra y especialista en asuntos extremoorientales, fue antes director adjunto de la C.I.A., al servicio americano del espionaje exterior. Probablemente será remplazado por un científico en razón del aspecto cada vez más matemático de los problemas de la N.S.A. Actualmente se habla de destinar a este puesto a un profesor de la Universidad jesuítica de Chicago, cuyo nombre no puedo citar. La opinión general de los especialistas es que, en materia de ordenadores, la N.S.A. demuestra ser más potente incluso que las mayores sociedades, por ejemplo, I.B.M. Tanto por sus sabios permanentes como por sus honorables corresponsales, la N.S.A. debe constituir, en 1970, la
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organización de investigadores mds considerable ael mundo para la informática y las ciencias que de ellas se derivan. Sesenta y un mil millones de pesetas al año ... Quince mil empleados permanentes ... ¡Estamos muy lejos de Sir Robert Watson-Watt y de su bicicleta... ! Y, sin embargo, la N.S.A. no figura entre los organismos más importantes que se ocupan en el espionaje científico. En los mismos Estados Unidos deben de existir organismos que se interesan por el espionaje atómico, cósmico, y, por lo general, en las nuevas armas. En la U.R.S.S., como en China, deben de haber establecimientos de esta clase, incluso mayores, y, sobre todo, que reúnan mayor número de sabios. Porque los sabios de la N.S.A. son, en principio, voluntarios. En cambio, en los países totalitarios, un sabio se encuentra incorporado a un sistema de espionaje científico sin haber tenido la oportunidad de negarse, lo que, por otra parte, no impide que pueda haber voluntarios. En el interior de cada organización de espionaje científico se desarrolla una áspera lucha por el poder entre los sabios y los militares, y todo induce a creer que, en esta lucha, la ventaja es para los cientí· ficos, cada día más, y en todos los países. El poder político de los científicos se acrecienta sin cesar. Algunos de ellos han conseguido recientemente, tanto en China como en la U.R.S.S., hacer salir de la cárcel a algunos de sus colegas, que habían encerrado los políticos. En contrapartida, los hombres puestos en libertad, ¿se ven obligados a realizar algunos servicios? Desde ahora, los organismos de información científica exceden en importancia a los servicios clásicos de información y de acción, tan poderosos, sin embargo, que, refiriéndose a ellos, se ha llegado a hablar de «gobierno invisible», Tan sólo hay que pensar que, en un país totalitario, un servicio de información científica puede perfectamente hacer cerrar un instituto de investigación científica o cambiar todo el personal, simplemente informando al Gobierno de que, en el.
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extranjero, un instituto similar ha obtenido resultados mucho mejores. El poder de los servicios de información científica se extiende, pues, desde la investigación fundamental y aplicada hasta la alta política, pasando por la estrategia general de los grandes países. Sin que todavía se pueda hablar con certeza, con referencia a ellos, de gobierno invisible, es fácil, sin embargo, de descubrir, ya que forman, imperceptiblemente, un verdadero imperio. En los Estados Unidos depende directamente este imperio del complejo industrial bajo control militar que gobierna, en realidad, todo el pafs. En la U.R.S.S. depende de la policía política (K.G.B.), y en China, directamente de la presidencia del Partido. En los tres casos se trata de instituciones exuemadamente poderosas, cuyo papel no se limita a la información. Se entregan también en gran escala a la investigación independiente. El servicio soviético de información científica lanza dos satélites al mes, mientras que el de China ha edificado ciudades enteras. Es verdad, con respecto a los tres grandes -U.S.A., China Y U.R.S.S.-, que existe una tendencia a centralizar los servicios de información científica y a agruparlos bajo la autoridad de un director único, con el rango, el poder y la responsabilidad de un ministro. Un ministro sin cartera oficial, que no figura en las listas de un Gobierno, y, sin embargo, el más poderoso de todos. Evidentemente, a los militares les gustaría más que fuera un general o un almirante; los políticos se inclinarían por una eminencia gris del grupo instalado en el Poder. Ni uno ni otro ocupará este puesto envidiado: se lo llevará un científico. Este científico no tendrá en modo alguno necesidad de ser omnisciente. La ciencia es una actitud del espíritu y no un mandarinato. Durante la Segunda Guerra Mundial fue un especialista de la vida sexual de los monos quien descubrió el
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método más eficaz de lucha contra los submarinos. No era almirante, no procedía de un escuela naval; en cambio conocía el método científico. Así, porque la corriente parece inevitable, veremos constituirse, en los tres últimos decenios del siglo xx, servicios encargados de la investigación de las informaciones y de su explotación, y también en la investigación secreta basada en estas informaciones, servicios que representarán una de las ramas más importantes de la organización de los Esta· dos muy poderosos, y absorberán hasta el 10 % de su presupuesto. Esta nueva situación exigirá de los Gobiernos muchas acrobacias en el arte de enmascarar los presupuestos. Se tratará, en efecto, de varias decenas de miles de millones de francos al año, que habrá que disimular bajo el vago título de «fondos especiales». Se conseguirá, ciertamente: ante escándalos como la reconstrucción de los mataderos de La vn.. lette o la reglamentación del Languedoc-Rosellón, se comprueba hasta qué punto es fácil, en democracia, hacer juegos malabares con los fondos del Estado. Los países totalitarios deben de poder aumentar en un 10% su presupuesto de Defensa nacional sin que sea necesario entrar en detalles. Un peligro se ofrece a la mente, que, por otra parte, preocupa mucho a los sabios y a los políticos: ¿Qué ocurriría si un servicio de información científica diri· giera sus formidables medios de información y de acción hacia el mismo país en que se encuentra? ¿Qué ocurriría si la N.SA utilizara sus superordenadores para consignar en fichas la vida privada de todos los americanos? ¿Qué ocurriría si los servicios de espionaje científico chino lanzaran satélites encargados de fotografiar en detalle la inmensa China, mostrando así el esta· do de todas las cosechas, la situación de todos los maquis; Y luego guardaran estas informaciones para ellos, para utilizar· las a su gusto? Muy grandes talentos han estudiado los problemas así planteados. El escritor científico inglés Lord Ritchie Calder,
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premio Kallnga de w.lgarizaci6n científica, propuso, en 1968, programar todos los ordenadores de modo que .su memoria pudiera ser destruida automáticamente en caso de una amenaza de golpe de Estado totalitario (declaración ante la Televisión inglesa B.B.C., de 18 de enero de 1968). Otros expertos en el campo de la aplicación de la Ciencia y de las técnicas han obtenido la creación de una comisión especial de la U.N.E.S.C.O., que estudia las consecuencias y el peligro de los medios de información científica. Sin embargo, no se ve muy bien lo que podría hacer un voto piadoso de la U.N.E.S.C.O., o de la O.N.U., contra organismos que ya captan todos los mensajes emitidos tanto en la Tierra como en el espacio, analizan todos los nuevos inventos, los reproducen en laboratorios secretos... Parece cierto que, tarde o temprano, los militares y los políticos perderán, al menos parcialmente, su control, pero sólo percibiremos indirectamente los ecos. Abandonemos, pues, la anticipación. Volviendo al presente, intentemos estudiar en detalle el funcionamiento de estos servicios tan especiales. La primera pregunta que se plantea es la siguiente: e¿ Un sabio que se consagra al espionaje científico, no se arriesga a añorar el ti~mpo en que se dedicaba únicamente a la investigación?» Tras numerosas conversaciones con sabios que se encuentran en este caso, puedo responder que no lamentan nada. Se encuentran mejor en sus servicios de informaciones que en el laboratorio. Y ello por una razón muy sencilla: el objetivo de un verdadero sabio está en S(l.ber. Lo que cuenta, para él, es encontrar y no buscar. La investigación representa un medio para ir hacia el conocimiento, que no es, para el sabio auténtico, un fin en sf. Ahora bien, dirigiendo un servicio de investigación le ocurre a menudo que aprende más cosas que en el laboratorio. Asf, los sabios que trabajan para los servicios
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de información americanos saben actualmente m4s sobre la antimateria que sus colegas de laboratorio. Esta pasión de saber, este deseo de aprender siempre más, esta sed de conocer todavía más de lo que se puede aprender durante una vida normal de investigador, hace que los investí. gadores se vuelvan a menudo, desgraciadamente, hacia las ciencias llamadas cparanormales». Como no. están siempre preparados para esta clase especial de encuesta, a veces cometen errores graves y se engañan fácilmente. Un sabio que quiera lanzarse a la investigación paranormal tiene que ser, además, un buen prestidigitador. En efecto, conozco a investigadores que son miembros de pleno derecho de la sociedad de pres. tidigitadores. Pero son raros.1 El general Groves, que dirigió el proyecto americano en la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial, declara en sus Memorias que esta «curiosidad» de los sabios representó para él uno de los mayores obstáculos. Conocía mal este aspecto de la mentalidad científica, y se vio obligado, para dar cumplimiento a sus propias reglas de seguridad, a imponer una implacable ley del silencio. Personalmente, creo que esta medida le hizo perder mucho tiempo y dinero, y que, de haber . establecido .las interconexiones necesarias, hubiese conseguido la bomba atómica más aprisa y más barata. El sabio, cuando trabaja en un grado lo suficientemente elevado ·de un servicio de espionaje científico, posee, además, otro instrumento para satisfacer su pasión de saber: dispone de enormes medios de investigación y de control, comprendidos los ordenadores para verificar las informaciones que ha recibido. Se puede, ya desde ahora; simular en un ordenador el comportamiento de un avión, el desarrollo de una reacción qumuca, el funcionamiento de una nueva antena de radar. A partir de informaciones generales, es posible proceder a 1. Me· propongo volver sobre este tema en un libro que estoy preparando. 14 -3J17
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semejantes experimentos. Estos experimentos hechos en el interior del ordenador dan, en principio, el mismo resultado que experimentos reales y, por tanto, pueden remplazarlos a menudo. El trabajo de un sabio espía empleado con carácter permanente consiste, sobre todo, en establecer síntesis, en deducir, a partir de fragmentos de informaciones, lo que ocurre en un centro de investigaciones en tierra extranjera, al que no tiene acceso. Esta capacidad de sintetizar tiene que ser su principal cualidad. Es necesario que se rodee de un pequeño equipo, muy seguro, con el que pueda discutir con plena libertad las nuevas ideas, por fantásticas que parezcan. Sin equipos de esta clase, ni los japoneses ni los alemanes sospecharon la existencia de la bomba atómica americana durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso en un servicio secreto científico, que emplea de modo permanente a diez o quince mil personas, cada equipo tiene que cubrir probablemente un campo muy vasto de las ciencias y de las técnicas, porque el desarrollo acelerado de las ciendas multiplica muy rápidamente· el nú· mero de los temas que merecen ser estudiados. Demos un ejemplo preciso, que se remonta a diez años atrás. El padre de la bomba de hidrógeno americana, el profesor Teller, para defenderse de los ataques de que era objeto en los medios intelectuales americanos, publicó en la revista Science un artículo muy indiscreto en el que explicaba que no había sido el único en poner a punto la bomba de hidrógeno. As1, buscaba «mojar» a algunos de sus colegas para demostrar que no era el único sabio americano al servicio de la destrucción. El artículo de Teller dio a conocer al mundo, asombrado, que, entre los grandes responsables de la bomba de hidrógeno, estaba el matemático americano Stanislaw Ulam. A priori, los trabajos de Ulam no tenían relación alguna con la bomba de hidrógeno. Trasladémonos ahora, con el pensamiento, a un servicio de
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información científica en un lugar cualquiera del mundo y sigamos el desarrollo de la encuesta. Primera etapa: ¿Quién es Stanislaw Ulam.? Se abre una ficha, e incluso un expediente. De ello resulta que los trabajos de Stanislaw U1am se han dirigido, sobre todo, al campo de la topología. Segunda etapa: ¿Qué es la topología? La topología es una rama de las matemáticas. Esta rama
estudia, para empezar, las relaciones geométricas independien· tes de la naturaleza de la superficie en que son trazadas las figuras. Un teorema de topología sigue siendo verdad incluso si se trazan las figuras sobre un pañ.uelo y éste se estruje de cualquier modo. A partir de ahí, la topología se subdivide en ramas extremadamente abstractas y que se sitúan en la van· guardia del pensamiento matemático. La topología algebraica proporciona uno de los ejemplos. Al informe siguen dos apéJl. dices a) la lista de los trabajos topológicos de Stanislaw tnam: b) la lista de los matemáticos topólogos más avanzados del mundo entero. Para la pequeña historia, el nombre del marroquí Ben Barka, ya fichado por otras razones, figura en esta lista. Tercera etapa: ¿Qué relación existe entre la topología Y la bomba de hidrógeno? Hipótesis de trabajo: la posición en el espacio de los distintos elementos en relación unos con otros es tan importante para la construcción de la bomba de hidrógeno como la com· posición química y nuclear de sus elementos. Este hecho nuevo, capital, permite, eventualmente, ganar años y economi·
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zar miles de millones en la construcción de una bomba de hidrógeno. Desde ahora es preciso establecer un informe en el grado más elevado.
Cuarta etapa: Verificar con un ordenador la hipótesis de trabajo de la tercera etapa. a) Si no se dispone de un ordenador suficientemente potente, arreglárselas para utilizar uno. Muy urgente, absolutamente prioritario; b) eventualmente, verificar el trabajo del ordenador haciendo estallar uno mismo una bomba de hidrógeno. Quinta etapa: ¿Es empleado el mismo .principio por otros además de los americanos? Verificarlo por todos los medios: detección a distancia, fotografía por medio de satélites, análisis del aire contaminado por explosiones de hidrógeno, envío de espías sobre el terreno. Conclusión: Asunto que seguir. Determinar las modificaciones que se precisan aportar a los estudios cada vez que se perfecciona la bomba de hidrógeno. Por ejemplo: ¿se aplica el principio de Ulam cuando se enciende una bomba de hidrógeno, no con una bomba atómica, sino con un láser? La encuesta completa habrá necesitado mucho tiempo y costado gran cantidad de dinero, acaso vidas humanas. Si Teller no hubiese cometido su indiscreción, probablemente el mundo seguiría ignorando que la topología interviene en la bomba de hidrógeno. El profano podría creer, a consecuencia de esta clase de encuesta, que de ahora en adelante se vigilan todas las matemáticas puras para conocer sus posibles aplicaciones militares. En realidad, es completamente imposible. De entre diez mil trabajos de matemáticas puras, sólo tres pr~
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sentaD alguna relación con el mundo real. En cuanto a los demás trabajos, si existe alguna relación, escapará probablemente para sie,mpre a nuestra detección. Sólo cuando se sabe que un trabajo de matemática pura ha encontrado una aplicación militar (que tanto puede ser la bomba de hidrógeno como la criptografía), se piensa en organizar una encuesta como la de que acabamos de describir el desarrollo. La bicicleta de Sir Robert Watson-Watt, luego la encuesta sobre Ulam: he ahí dos tipos de fuentes utilizables para los sabios convertidos en espías: el informe de un agente secreto en el primer caso, una información científica publicada libremente en el segundo. Con toda evidencia, existe gran número de otras fuentes, de las que se ha tratado varias veces en este libro, así como la información que precisa ir a recoger sobre el terreno. Nuestro sabio, convertido en espía, tendrá entonces que asumir algunos riesgos. Estos riesgos, a primera vista, pueden parecer pocos sino se trata más que de ir a participar en un congreso científico en un país neutral o amigo. Pero se convierten en enormes cuando se trata de salir sólo en misión, con una falsa identidad, para recoger informaciones en un país extranjero (o para provocar allí la defección de un colega). En realidad, y sin buscar paradojas, se podría decir que la primera misión es tan peligrosa, en realidad, como la segunda. Poroque las misiones que ofrecen más riesgos ven atenuado su peligro por las precauciones que obligan a adoptar. Un simple contacto con un sabio extranjero en los pasillos de un congreso puede llevar finalmente a peligros graves que una misión secreta bien enmascarada. Pero, en ambos casos, el principio es el mismo. Cuando no existe ningún indicio visible y tangible de una actividad particular en un sector dado de la investigación científica, un sabio-espía puede adivinar, por intuición, trabajos en curso capaces de amenazar a su país. Puede saber, charlando con ocasión de un congreso científico en país extranjero, que deter-
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minado profesor ha desaparecido de la circulación. Una encuesta de las redes clásicas del espionaje exterior permitirá localizar al personaje. Fotografías tomadas y transmitidas por satélite darán precisiones sobre el centro, acaso nuevo o secreto, en que el mismo trabaja. ¿Acaso, finalmente, será necesario intentar una misión peligrosa sobre el terreno para confirmar sencillamente unas sospechas? Sólo en este estadio empezará verdaderamente la encuesta que, por otra parte, puede que nunca.llegue a una conclusión; muy simplemente: porque los indicios pueden ser interpretados de distintos modos. Por ejemplo: después de haber sabido que determinado número de científicos de disciplinas varias trabajan en común en un centro secreto muy bien vigilado, se acuerda obtener una fotografía por satélite. Las primeras pruebas se malogran a consecuencia de condiciones atmosféricas desfavorables, pero al cabo de algunos intentos se registran al fin una serie de buenas fotografías de detalle, que analizará un especialista. S.ste llega a la conclusión de que el centro recibe cisternas de hidrógeno líquido. Entonces le llega el turno al sabio-espía. Ahora bien, el hidrógeno líquido puede ofrecer numerosos empleos.
-puede servir para la propulsión de los cohetes portadores de satélites o misiles estratégicos; -puede servir para la obtención de muy bajas temperaturas, resultado que, gracias al fenómeno de la superconductividad, permite numerosas aplicaciones, especialmente en la fabricación de imanes para aceleradores de partículas y la de memorias para ordenadores; -también puede ser solidificado para obtener hidrógeno metálico de propiedades completamente extraordinarias. No existe medio alguno para saber a qué aplicaciones de laboratorio o de fábrica-piloto va destinado el hidrógeno que
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recibe el centro. Si se trata de cohetes, las rampas de lanza· miento pueden estar en otra parte. El problema, pues, no puede ser resuelto ni por el espionaje ordinario ni por los ordenadores. Precisa intuición y casi genio: reunir gran número de detalles a fin de sacar una conclusión; verificar esta conclusión, eventualmente confirmándola por reinvención del aparato o por procedimientos estudiados en el centro en cuestión. :e.sta es una actividad esencialmente científica, tanto como la de un sabio «normal»; además, puede implicar un aspecto arriesgado capaz de seducir a un hombre joven. Conozco a científicos ingleses que participaron en expediciones muy peligrosas de alpinistas en el Himalaya, para ver partir, al otro lado del Tibet, cohetes experimentales chinos. Arriesgado, pero apasionante. Claro está que pára encon· trar un científico idóneo es preciso poseer un fichero completo, con no sólo su especialidad, sino también sus gustos deportivos. Los anglosajones .confeccionaron ficheros en que se mencionan los deportes preferidos, así como los hobbies, las pequeñas manías y muchos otros detalles gracias a los cuales los servicios secretos intentan determinar sobre todo el gusto del riesgo, que puede ser descubierto gracias al pasado militar, la práctica de los deportes peligrosos y, ni que decir tiene, las respuestas• dadas a los tests. No hay por qué asombrarse de la existencia del gusto por la aventura y el riesgo en los científicos. El prototipo del sabio moderno se p~ece más ~ astronauta que al profesor Toumesol. A menudo he tenido ocasión de hablar largamente con astronautas· soviéticos ·o americanos. Me ha impresionado su sentido de la discreción: era evidente que habían sido formados en la escuela de los servicios secretos. De modo que no deben encontrarse muchas dificultades en el reclutamiento de científicos para los servicios secretos si, aparte otras ventajas, se hace 'brillar a sus ojos el riesgo y la aventura. Esto explica que se encuentre~ ~abios a bordo de los aviones-espías, de los navíos~pías, en expedí·
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clones pellgrosas, e incluso solos, en misión en un país hostil. En cualquier caso se trata de voluntarios perfectamente informados de los peligros que corren. Su participación permite. descubrir actividades en que los agentes de informaciones militares o los militares, simplemente, no hubiesen pensado nunca. Una curva extrafia que hace su aparición sobre un radar, un contador de radiaciones que enloquece sin razón, una extrafia coloración del mar o del cielo pueden despertar la atención de un científico, que interpretará estos fenómenos, los cuales .no significarían nada para un profano, incluso para un especialista de la información. En cambio, el científico necesitará del especialista de la información para organizar su misión, y eventualmente para hacerse rescatar en caso de contrariedad. Si no se consigue recuperarlo, el científico, como cualquier otro espía de la suficiente importancia, conserva la esperanza de beneficiarse de un· cambio. Pongamos el caso de dos sabios-espfas; uno, soviético; el otro, americano,.e·intentemos conocer con más detalle el desarrollo de su existencia. Claro está que se trata de personas imaginarias, y cualquier parecido con seres reales no puede ser más que _mera coincidencia, como se dice en las novelas o en los filmes. lván Kusnetzov(no·tod,os los l'U$OS se llaman Popov) nació ei1 1920•. En 1941, cuando acababa de pasar brillantemente una tests de doctorado en Física. teórica, se presenta voluntario para el frente. Su petición es rechazada, pero en 1943 se le autoriza para incorporarse y proceder a ensayos de nuevas armas. Herido dos .veces, es titular de numerosas condecoraciones. Promovido a coronel en 1945, vuelve a una Universidad y continúa investigando. En 1950 es profesor. Entonces el Ejército le pide que dirija un instituto de investigación sobre las nuevas armas. General en 1955, solicita espontáneamente
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una especialización en la información, lo que se le concede de buena gana. Ocupándose en la aplicación de las máquinas electrónicas, en la investigación y en la evaluación de las informaciones, expresa el deseo de llevar a cabo misiones en los Estados Unidos para documentarse personalmente acerca de las má· quinas americanas similares. Efectuará misiones de esta clase en 1957, 1960 y 1961. Después de lo cual se le pedirá que escoja entre el ascenso a la dignidad de mariscal y la continuación de sus trabajos en el campo de la información. Escogerá esta última opción, expresando el deseo de conservar su título de profesor y dar cursos a estudiantes que preparen tesis. Este título de profesor facilitará, por otro lado, con relación al adversario, sus viajes al extranjero. En 1970 no se sospechaba que. perteneciera a los servicios secretos soviéticos. Sin em· bargo, a veces alguien se asombra de que no haya hecho una carrera científica más brillante. lll, sin embargo, se declara completamente satisfecho. Veamos ahora una vida de americano. John Smith nació también en 1920. Después de haber hecho brillantes estudios de Química, se dedicó durante la Segunda Guerra Mundial a investigaciones sobre los gases de combate. De 1944 a 1948, los servicios secretos americanos le encargan efectuar investigaciones acerca de los trabajos de los químicos alemanes y con respecto a las armas secretas que han sido su resultado. Al regresar a los Estados Unidos es nombrado profesor de Uni· versidad. En 1956 le proponen tomarse un sabbatical year, es decir, el afio de vacaciones a que tiene derecho un profesor americano al cabo de cierto tiempo. Igualmente se le sugiere que podría pasar este afio, disfrutando de un salario muy elevado, en un servicio de informaciones americano. Acepta, y encuentra ese trabajo tan satisfactorio que presenta su dimisión de la Universidad para continuar su carrera en la información. A los ojos de todos ha entrado al servicio del Gobierno, sin más comentarios. En 1960, una misión en Che': i : j
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coslovaquia le permitirá tomar contacto con colegas checos a quienes persuadirá para pasar a los Estados Unidos. En 1965 va al Vietnam, donde dirige las pruebas de un gas paralizante, pero muy poco tóxico. En 1967 se lo ve en Formosa, donde negocia, por mediación de agentes, la vuelta de un sabio chino a los Estados Unidos, donde nació, y que lamenta haber abandonado. Entonces ocupa, en el Ejército, el rango de general. Enseña en escuelas de altos estudios militares y dirige un importante servicio de investigación de informaciones sobre la gueiTa química. También se declara complacido de su estado y de su trabajo. No he inventado íntegramente estos ejemplos, sino que he reunido, en cada uno de los casos, fragmentos de varias carreras que conozco. Como se ve, estamos muy lejos de James Bond. Es cierto que se trata de personas que aceptan unos riesgos y corren aventuras, pero su motivo principal sigue siguiendo la curiosidad científica. Semejantes hombres constituyen la mayor parte del efectivo de los servicios secretos científicos, servicios que, huelga decirlo, no funcionan en el vacío, puesto que mantienen lazos _constantes con las siguientes instituciones: - el contraespionaje, a fin de asegurar, en el interior de su país, su protección en determinadas investigaciones de las que sus actividades de espionaje le han enseñado la importancia; - el espionaje exterior, de estilo clásico, para la transmisión de correos, de muestras, y, eventualmente, la organización de misiones; - el Ejército, para las pruebas de armas y la explotación de las informaciones; - finalmente, y sobre todo, las más altas autoridades del país para el que trabaja cuando la indagación de las informaciones sobre el extranjero revela la parte esencial y la más di· fícil de las actividades de los servicios secretos científicos.
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En efecto, es inútil captar informaciones sin par, si la más alta autoridad no adquiere conciencia de su interés. He explicado en otra parte mis altercados con el Gran Estado Mayor interaliado, durante la Segunda Guerra Mundial, y lo que me costó hacerles admitir la realidad de los cohetes «V 2». Acerca de ello puedo añadir una discusión relativamente reciente con una autoridad francesa a quien llamaba la alta atención sobre determinadas investigaciones relativas a la antigravitación. c¿Puede esto servir para los motores del Concorde?», me preguntaron. En otros países las autoridades superiores están más al corriente. Sin embargo, es extremadamente difícil hacerles admitir la importancia de descubrimientos inesperados. De buena o mala gana, los científicos, y en particular los que se ocupan en información científica, de la que puede depender la salvación del país, tienen que hacer política, lo que no es fácil, y muchos de ellos preferirían consagrarse a otra cosa. Pero no sirve para nada recoger informaciones si no se puede hacer admitir su importancia a los políticos. Desgraciadamente, éstos han evitado durante demasiado tiempo todo contacto con los científicos, a quienes imaginan, con razón o sin ella, absolutamente incompetentes en el plan político. Recientemente se ha sabido que, en mayo de 1943, el sabio atómico Niels Bohr que, con peligro de su vida, acababa de evadirse de Dinamarca, solicitó una entrevista con Winston Churchill para llamar su atención sobre los problemas internacionales que planteaba el control de la energía atómica. Habiendo sido denegada su entrevista, Bohr pidió si, al menos, podía someter un informe a Churchill. Y Churchill replicó: «Me sentiré siempre muy honrado en recibir una carta del profesor Bohr, a condición de que no me hable de política.» Y ahora estamos en el equilibrio del terror, mientras que, de haber escuchado a Bohr en 1943, hubiera sido fácil ponerse de acuerdo con los rusos ... Es probable que los científicos que forman parte de los servicios especializados sean más escuchados que los demás
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por sus Gobiernos. No por ello es menos cierto que, cuando se habló al Gobierno americano, en 1957, de los satélites soviéticos, la primera reacción fue de total incredulidad. Y es lícito preguntarse lo que ocurriría si bruscamente se presentara a los políticos uno de los inventos completamente inesperados de los que se ha hablado en el curso de este libro. Entre los científicos que se ocupan en información, muchos estiman que ahora deben dedicar parte de sus esfuerzos a las ciencias humanas, a fin de poner a punto técnicas de comunicación y de persuasión capaces de convencer a sus dirigentes políticos acerca de la importancia de las informaciones que les suministran. Por otra parte, estos políticos pueden encontrar a su vez grandes dificultades para explicar a quienes los rodean las decisiones tomadas sobre la base de informaciones científicas. Todos los dirigentes del mundo temen tener que reunir un día su gabinete para anunciar: «Nuestros consejeros científicos acaban de decirme que el bloque opuesto ha hecho un descubrimiento que soy incapaz de comprender. Se trata de una ecuación que da a nuestro adversario un poder absoluto sobre el mundo fíSico. Estoy obligado a prever nuestra capitulación, según unas modalidades que tenemos que determinar. Siento que la Historia me haya asignado esta tarea.» Se puede esperar, con independencia de toda idea política, que esta pesadilla no se realizará nunca. Pero, por ahora, todo parece prepararnos a ello. A la inversa, es fácil imaginar que un jefe de Estado anuncie a su Gabinete que su país, hasta entonces potencia de segundo o tercer orden, se ha visto promovido, a consecuencia de un nuevo invento, al rango de primera potencia militar del mundo. El papel de los servicios es, evidentemente, el de mantener el equilibrio del terror, evitando esta clase de ruptura súbita. Lo que, evidentemente, no quiere significar que todos los días, en el informe presentado al presidente de los Estados Unidos (o en la Svodka, una síntesis facilitada cotidianamente
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a los dirigentes de la Unión Soviética) se lean informaciones revolucionarias y terroríficas. Sin embargo, esta eventualidad debe producirse con bastante frecuencia. Pero la mayor parte del trabajo de información científica y de la información en general no se compone ni de revelaciones prodigiosas ni de misiones peligrosas. Al igual que la investigación científica, la información científica es un arte de observación de los detalles, de sumisión a los hechos, y, sobre todo, de síntesis. Un arte apasionante. Como el detective de las novelas, el espía científico tiene que establecer la comparación entre observaciones accidentales sin relación evidente, como, por ejemplo, observaciones astronómicas por un lado, variaciones de la composición del aire, por otro, y también informes de agentes, textos de patentes de invención, etc., para sacar de estas informaciones, aparentemente dispares, conclusiones que pueden resultar importantes para el destino del mundo. Es una de las razones por las que en esta profesión se encuentran hombres de absoluto primer orden a quienes no duele el sacrificio de una carrera de investigador puro. Claro que el espionaje científico tiene igualmente su aspecto decepcionante. Los servicios de informaciones científicas recogen informaciones que no son confirmadas jamás, se plantean problemas que no son nunca resueltos. Y cuando, por medio de una explosión atómica o de hidrógeno, del lanzamiento de un satélite o de un cohete, el mismo adversario revela lo que preparaba, sin que se hubiese sospechado siquiera, los políticos no se callan sus virulentas críticas. En las actas del Congreso y del Senado americanos se pueden leer severos comentarios por parte de diputados o de senadores que plantean la siguiente pregunta: «¿De qué nos sirve mantener servicios de informaciones que cuestan miles de millonel) si siempre nos dejamos sorprender?» Si aquellos estimables hombres políticos supieran cuán difícil es acercarse a una simple papelera, serían más indulgentes. Es cierto que los métodos
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Bs probable que el desarrollo de los servicios de investigaciones científicas progrese de modo .constante a expensas de la ciencia clásica y de la investigación ordinaria, que sufrirán un auténtico cbombeo» de cerebros en su favor. Pero estamos en 1970 y, ya desde ahora, todos los que están al corriente de la extensión y del desarrollo de los servicios secretos científicos, se hallan convencidos de que en ello hay, como en general en la competencia internacional, un enorme, un fantástico despilfarro de actividad. Si en lugar de vigilarse los unos a los otros, los mejores sabios del mundo dirigieran su atención hacia los fautores de guerra, acaso se podría, a fin de cuentas, ganar una paz duradera. Si el espionaje científico sirviera no para el provecho de una causa, sino para actuar contra los regímenes totalitarios, los fautores de guerra y todos aquellos que amenazan al resto de la Humanidad, acaso esta última podría respirar y progresar. Si las informaciones proporcionadas por el espionaje científico estuviesen verdaderamente consagradas a la causa de un desarme general, las economías realizadas sobre los gastos militares permitirían hacer de la Tierra un verdadero paraíso. Ahora bien, semejante perspectiva no procede, de ningún modo, de la utopía. En efecto, se han emprendido esfuerzos para transformar el espionaje científico en una inspección constante que permita mantener los armamentos a un nivel razonable y asegurar la paz del mundo. Se han hecho intentos no desprovistos de éxito con el propósito de unir a los sabios del mundo para facilitar una vigilancia acerca de las investigaciones y las producciones relativas a la guerra, a cuenta de un organismo internacional que podrían ser las Naciones Unidas. No queda excluido del todo que los agentes de quienes hemos hablado en este libro se conviertan, según la vigorosa expresión de mi amigo Pierre Nord, en «los espías de la primera paz mundial». Del examen de estas tentativas tratará el próximo y último capítulo de este libro.
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El lector encontrará, en los anexos de este libro, el certifi· cado remitido al autor por el mariscal Montgomery, en reconocimiento de los servicios prestados durante la Segunda Guerra Mudial. Este certificado ofrece la interesante particularidad de estar redactado no en nombre de una sola nación, sino en el de las Naciones Unidas. Así, las actividades de espionaje del autor pueden ser consideradas como llevadas a cabo al servicio de las Naciones Unidas. ¿Cómo, entonces, no considerar la existencia de un servicio de informaciones cien· tfficas de las Naciones Unidas, servicio que trabajara por la paz y contra la guerra, contra todas las guerras? Excelentes talentos estiman que la creación de ¡semejante ,servicio aparece no sólo como posible, sino también indispensable. Una inspección y una vigilancia internacionales del mundo entero, para localizar las investigaciones con objetivo militar y los prepa· rativos de guerra, son absolutamente ~ece~aria.~ si no se quiere arriesgar la destrucción de todo vestigio de vida sobre el Globo. 15-8.117
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Existe un movimiento internacional, uno de cuyos objetivos consiste en desarrollar esta idea: es el «Movimiento Pugwash». Tracemos brevemente su historia. Albert Einstein y Bertrand Russell publicaron, en 1955, un manifiesto que Einstein apenas tuvo tiempo de firmar: moría dos dfas después. Dicho manifiesto, publicado en Londres, amenazaba de destrucción a la Humanidad entera si proseguían las investigaciones militares, y de modo especial las relativas a la bomba H. Terminaba con estas palabras: «Publicamos este llamamiento como seres humanos que se dirigen a otros humanos. Acordaos de vuestra humanidad y olvidad lo demás. Si lo conseguís, queda abierto el camino de un nuevo paraíso. Si no, se presenta ante vosotros un peligro de muerte universal.» Este manifiesto tuvo resonancia mundial. Un multimillonario americano de ideas generosas, Cyrus Eaton, propuso reunir a sus expensas una conferencia en el pueblecito en que había nacido, Pugwash, en Nueva Escocia. Tuvo lugar una pri· mera reunión en julio de 1957. Los chinos, como los soviéticos, estaban presentes. A pesar de todas las dificultades políticas, las conferencias continuaron. Pugwash, en un principio considerado como una siniestra maquinación comunista, ha acabado por ser reconocido como un importante movimiento en favor de la paz. En numerosas reuniones se propusieron proyectos de paz. Todos estos proyectos llevaban aparejados inspecciones internacionales y nuevos métodos de espionaje científico: localización, por cuenta de la O.N.U, de submarinos atómicos; detección de las explosiones atómicas subterráneas y de las nubes cargadas de microbios patógenos. Entre los resultados ya obtenidos por Pugwash, se puede citar la ayuda aportada a las siguientes negociaciones: - prohibición de las explosiones nucleares al aire libre; :- neutralización de los océanos;
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- no-proliferación de las armas atómicas; - conferencia de París para la paz en el Vietnam; - discusiones bilaterales entre la Unión Soviética y los Estados Unidos para la limitación de las armas estratégicas (negociaciones SALT: Strategic Arms Limitation Talks). Este balance se afirma ya como muy favorable. Pero las ambiciones de Pugwash van más lejos. Biólogos designados por Pugwash inspeccionaron laboratorios para determinar si se preparaban armas biológicas. Dinamarca, Suecia y Checoslovaquia, antes de agosto de 1968, autorizaron semejantes inspecciones. Las informaciones reunidas por Pugwash acerca de las armas biológicas resultaron ser tan inquietantes que el presidente Nixon renunció, de modo unilateral, a estas armas. A consecuencia de ello, varios miembros del «grupo Pugwash» declararon que una legislación internacional debía procurar ayuda y protección a cualquier tránsfuga que abandonara su país de origen si se pretendiera obligarlo a fabricar armas bacteriológicas. Centralizadas las informaciones proporcionadas por semejantes tránsfugas podrían ya constituir la base de un servicio de informaciones científicas de la O.N.U. Pero han salido ya a primer plano proposiciones más generales y de mayor alcance. En una reunión, en 1967, el muy eminente físico soviético Lew Artzimovich propuso un tratado internacional según cuyos términos todos los Estados pondrían fin a las investigaciones de armas de destrucción masiva. En cada uno de ellos, los sabios pertenecientes a aquel país se comprometerían a informar a un organismo internacional acerca de las investigaciones efectuadas en su propia patria. No se sabe todavía cómo proteger a dichos sabios contra una reacción de sus conciudadanos, que podrían considerarlos como traidores si informaran a Pugwash o a las Naciones Unidas. Sin embargo, la proposición de Artzimovich es estimada, por Gobiernos responsables, como interesante en grado sumo. Incluso se ad-
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mite que coilstituye el ónico medio de impedir la aparición de algunas de las armas a que hemos aludido en estas páginas. Aquella reunión de setiembre 1967, que tuvo lugar en Ronneby, Suecia, revistió aspectos en extremo asombrosos. Tres meses después de la guerra de los Seis Días, israelíes y árabes estaban presentes. Los chinos estaban ausentes, pero se esperaba que volvieran. Luego, de la institución de Pugwash ha nacido determinado número de organismos, especialmente un Instituto Internacional de Paz, en Suecia, creado para conmemorar el ciento cincuenta aniversario de la neutralidad sueca. El fu. turo hablará, tal vez, de los hombres de Pugwash que salvaron al mundo, y honrará de modo particular al secretario general administrativo, Joseph Rotblat, un polaco que vive en Inglaterra y que, al tiempo que ensefia en la Universidad de Londres, consagra todo su tiempo libre a Pugwash. Pueden citarse muchos otros nombres, y en particular el del profesor Maarcovich, del «
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trol internacional en este aspecto se muestra muy difícil, como resulta de la reciente experiencia de control de la O.N.U., a lo largo del canal de Suez. Y, con todo, se puede y se debe conseguir. Tal propósito necesita, en mi opinión, una serie de medidas progresivas que acaso precisen de decenios, siendo la primera encontrar, para la O.N.U., recursos financieros a escala planetaria. Estos recursos podrían provenir de la explotación de los océanos. A la vista de un aumento del poderío de las Naciones Unidas, han sido propuestos varios proyectos de explotación de los océanos. Algunos de ellos se benefician del acuerdo de principio de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. La idea de base de estos proyectos sigue siendo la misma: que el fondo de los mares y de los océanos, cualquiera que sea su profundidad, pertenece a las Naciones Unidas. La O.N.U. concede entonces autorizaciones de explotación tanto a sus países miembros como a las naciones que no forman parte de ella, como, por ejemplo, la China nacionalista o la República democrática de Alemania. Claro está que los países que han iniciado ya explotaciones conservarían sus concesionas. El beneficio así obtenido quedaría a disposición de la O.N.U. para darle una estructura financiera sólida y permitirle emprender operaciones de gran envergadura. Estimo que, entre estas operaciones, la prioridad número 1 tendría que ser para un servicio de espionaje científico de la O.U.N. Claro está que sería conveniente valerse de otra pala~ bra que no fuera la de espionaje, para no herir susceptibilidades. Por ejemplo, la de «Servicio de Información pacífica de la O.N.U.». Este servicio, ya desde su punto de partida, tendría que beneficiarse de un presupuesto comparable al de las grandes organizaciones de espionajes científicos nacionales. Digamos diez mil millones de francos actuales por año. La cifra puede parecer enorme. Sin embargo, no representa más que una débil fracción de los beneficios obtenidos en la explotación de los
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océanos. Si de verdad se quiere proteger al mundo del azote de la guerra, no hay que ser cicateros. Sentado ya lo del presupuesto, pasemos al reclutamiento del personal. :Itste deberá disfrutar de la más absoluta protección, tener pasaportes diplomáticos que le permitan ir por to· das las partes del mundo y que le aseguren absoluta salvaguardia en caso de arresto por un país cualquiera. Deberá ser reclutado tanto en los grandes países como en el «tercer mundo» o entre los neutrales. No se excluye, a priori, que los Estados Unidos o la Unión Soviética contribuyan a constituir este personal, según los mismos principios que informan la inspección, por satélite o por avión, de la zona del Próximo Oriente en que en este momento se desea establecer la paz, o, al menos, un auténtico armisticio. Una vez constituido el personal de referencia será necesario proceder por etapas, pudiendo extenderse cada una de estas etapas hasta un decena de años. Este plazo puede parecer largo, pero es necesario no imaginarse que se pasará, merced a un toque de V'arita mágica y en pocos meses, de la época de los espionajes nacionales a la era de un control de los armamentos por la O.N.U. Será necesario un continuado esfuerzo y una gran paciencia. Sin embargo, el resultado final no pa· rece ser nada utópico. La gran catástrofe que implicaría una guerra moderna puede ser evitada. Las dos mayores potencias del mundo, la U.R.S.S. y los Estados Unidos, comparten la misma opinión acerca del asunto. E incluso China acabará, tal vez, por ser razonable. La primera etapa, pues (imaginemos, para fijar las ideas, fechas arbitrarias: 1975-1985), consistiría en el estudio, por uno de los laboratorios dependientes de la O.N.U., de los apa· ratos capaces de inspeccionar un territorio sin penetrar en él. La base jurídica de este trabajo podría ser una resolución votada por la O.N.U. en abril de 1969. A petición de la India, la .1\.saiiJ.blea General propuso que las srandes potencias faci·
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litaran a todas las naciones el acceso a la tecnología espacial y, especialmente, a los métodos de observación. Durante las discusiones, el delegado italiano propuso un equitativo reparto, entre las naciones del mundo, de las observaciones obtenidas por los satélites-espías. Contra el servicio de investigación que propongo se ha objetado el hecho de que la O.N.U. podría, así, estar técnicamente adelantada sobre los Estados miembros. A mf, me parece, por el contrario, excelente esta eventualidad, porque la superioridad técnica hace la fuerza. Pero nada impediría a la O.N.U. publicar y distribuir a todo el mundo los resultados obtenidos en sus laboratorios de la paz. Algunas investigaciones utilizables en este futuro laboratorio se han efectuado ya en los Estados Unidos dentro del marco del proyecto Cloud Gap, que significa «un agujero en las nubes», en recuerdo del presidente Kennedy, que declaró: eMe gustaría mucho abrir un agujero en las nubes de la guerra.» El proyecto en cuestión tiene un presupuesto de unos nueve millones de dólares al año, suma mínima, evidentemente, comparada con la que necesita el espionaje científico. Con todo, por ahí se empieza. Cloud Gap ha estudiado, en el plan teórico, la inspección internacional de las explosiones nucleares subterráneas. Según dicho estudio, podrían vigilarse las explosiones atómicas en el mundo entero, con una red de cien· to ochenta estaciones de vigilancia sísmica. El coste de la cons~ trucción de semejante red, realizable en seis años, se elevaría a unos dieciocho mil millones de dólares. Su funcionamiento ascendería a tres mil millones de francos al año. Estas cifras corresponden actualmente a cincuenta veces el presupuesto anual de las Naciones Unidas en cuanto a inversiones, y a ocho veces el presupuesto anual de las Naciones Unidas por lo que respecta a gastos de funcionamiento. Es, pues, evidente, que la puesta en marcha de este sistema exige recursos financieros suplementarios considerables para las Naciones Unidas, y de
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ahíla obligación de discutir de antemano la explotación de los océanos. Antes he hablado de ello. Uno de los primeros trabajos que propongo, a efectuar por el laboratorio de la O.N.U., consistiría en estudiar los medios de realizar este sistema proyectado y, eventualmente, valorar su coste. Otros dos objetivos de investigación serían: uno, la utilización pacífica de los satélites-espía; 1 otro, la puesta a punto de aparatos sencillos y automáticos para recoger muestras de aire en terreno neutral o por encima de los océanos. Han sido propuestos ya aparatos de esta clase por la «Sociedad sueca para ayuda al Pugwash». Si uno o varios de estos aparatos detectaran en el aire microbios, virus o sustancias radiactivas o tóxicas, una encuesta detallada que utilizaría el conocimiento -mejorado, sin cesar- que actualmente tenemos de la atmósfera permitiría localizar la fuente. Otros estudios se dirigirían hacia sistemas de detección que habría de permitir localizar fuentes anormales de radiaciones de todo orden. En fin, una proporción importante de los fondos de este laboratorio de la paz sería destinada a investigaciones de carácter completamente nuevo. Por ejemplo, si se demostrara ser posible la puesta a punto de un detector simple de neutrinos, partículas muy penetrantes emitidas por todos los radioisótopos beta, se conseguiría localizar, incluso a través del espesor de la Tierra, todas las fuentes beta, comprendidas las pilas atómicas y los stocks de bombas H, lo que simplificaría considerablemente el problema de la limitación de las armas nucleares. La segunda etapa (1985-1995) consistiría en hacer admitir a todas las naciones la posibilidad y la necesidad de control de su territorio por inspectores científicos de la O.N.U. El problema es extremadamente difícil y lleva años paralizando la Conferencia del Desarme de Ginebra. Semejante control necet. Véase, sobre esto, el excelente h"bro de Robert Clarke.
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sita un gran número de inspectores, un número tan elevado que constituye una verdadera violación de la soberanía nacional. Por ejemplo, se ha calculado que para comprobar seriamente que los Estados Unidos no aumentan el número de sus cohetes intercontinentales, ¡serían necesarios veinte mil inspectores! Inútil decir que no se puede pedir a los americanos que admitan en su territorio a veinte mil «espías» soviéticos, y, recíprocamente, para los rusos. ¿Se admitiría más fácilmente una inspección internacional? Tal vez, pero sería necesario darse cuenta, entonces, de que los servicios de inspección de la O.N.U. ¡tendrían que contar con cincuenta mil a cien mil agentes conocidos! Agentes que tendrían que estar dispuestos a ir no importara dónde, y no importara cuándo, a través del mundo. Su reclutamiento mismo plantearía problemas. En cuanto a su salario, sus gastos de desplazamiento, su dotación, no podrían estar garantizados más que por un presupuesto serio. Además de los océanos, la O.:N.U. tendría que disponer de beneficios netos de la explotación del espacio. Se podría también pensar en una patente de invento mundiaJ con un impuesto sobre los inventos. Cada inventor contribuiría a sufragar los gastos de la O.N.U con un pequetio porcentaje del beneficio de su invento. La O.N.U. se alimentaría de las mismas fuentes del progreso. No parecen excesivos diez atios para implantar semejante sistema. Y probablemente será necesario que el presupuesto de la O.N.U. precise un subpresupuesto para la creación de un servicio de acción psicológica encargado de actuar sobre la opinión mundial con objeto de hacerle admitir la idea de la inspección. Esta idea, sin embargo, gana terreno, y es verosímil que en 1995 parezca muy natural. Ya en 1964, en un informe al Congreso de los Estados Unidos, el organismo americano «Arms Control and Disarmament Agency» admitía la posibilidad de semejante inspección sobre el mismo territorio de los Estados Unidos. Varios científicos
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soviéticos Importantes se han· pronunciado asimismo en favor de semejante inspección. Será necesario llegar ahí para abordar la esencial tercera fase (1995-2005): la creación de un servicio de investigaciones científicas de la O.N.U. Todos los ex· pertos están de acuerdo en decir que los servicios de espionaje constituyen el mejor medio de controlar una limitación de ar· mamentos. :Sste es, en particular, el criterio del eminente especialista americano John S. Tompkins en The Weapons of World War 111 (Las armas de la Tercera Guerra Mundial). Otros expertos han propuesto ofrecer una protección total y una ·prima considerable a cualquier persona que proporcione informaciones acerca de proyectos militares secretos de un país o de un grupo. Como dice, con mucho acierto, Tompkins, el hecho de que, en una sociedad abierta como los Estados Unidos, el avión espía «U 2» haya podido ser fabricado y utilizado secretamente durante años, prueba que un grupo resuelto está en condiciones de enmascarar, con éxito, fabricacioñes de armamentos. La única respuesta a operaciones secretas de esta clase sigue siendo, finalmente; el espionaje. Han sido · publicados numerosos proyectos de espionaje científico, pacífico e internacional. Por ejemplo, se ha propuesto que la O.N.U. establezca un registro completo de los sabios del mundo· entero, de ambos lados del telón de acero. Si se comprobara que un gran número de sabios, en una especialidad y en un país, no trabajaban ya en los lugares mencionados en el registro, se podría llegar a la conclusión de que habían sido enrolados, de buena gana o a la fuerza, para un proyecto secreto. Otras proposiciones van más allá del establecimiento del registro. Por ejemplo, la de conceder a los inspectores de la O.N.U. el poder de inteiTOgar a los sabios, de someterlos, si es necesario, al detector de mentiras o al narcoanálisis, para establecer que no participan en investigaciones secretas con objetivo militar. Estas proposiciones no parecen realistas, ni para una época
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futura ni para la nuestra. Van demasiado en contra de los principios de libertad individual y de la inviolabilidad de la vida privada, que precisamente se quiere defender por mediación de una O.N.U. reforzada. En cambio, un servicio de espionaje cientffico de la O.N.U. que reuniera algunos de los mejores cientfficos del mundo, parece que sería la solución más favorable. Todos los países están resignados, actualmente, con la idea de saberse espiados. Recientemente, la D.S.T., en Francia, estimaba que en 1970 cuarenta mil espías operaban sobre el territorio francés y se interesaban sobre todo en las investigaciones cientfficas y técnicas. Francia tolera más o menos este estado de cosas, sin romper cada vez sus relaciones con el país del que se detiene o expulsa a los espías. Pienso muy seriamente, y no creo hacer paradojas, que en los albores del siglo XXI los países se acostumbrarán a la presencia, en su territorio, de agentes de un servicio sin ninguna existencia oficial: el Servicio Secreto de las Naciones Unidas. Como los Estados, las Naciones Unidas dispondrán en su presupuesto (que se alimentará, al empezar el siglo XXI, con los enormes recursos procedentes de los océanos) de una parte sustancial aplicada a las secciones secretas, muy enmascaradas, que permitirán el mantenimiento de un importante servicio de espionaje. Se me puede objetar que la O.N.U. arriesga así, convertirse en el Gobierno oculto del mundo. A esto no puedo responder más que precisando que creo en la instalación de Gobiernos ocultos, de criptocracias que remplacen, tanto los Gobiernos democráticos como las dictaduras comunistas. Y, en mi opinión, es mejor que reine un Gobierno oculto en el mundo que no varios. Oficialmente, este servicio no tendrá existencia. Oficiosamente, una propaganda hábil, como la que los ingleses han sabido crear alrededor de sus servicios especiales con mitologías como la de los Biggles, de James Bond, habrá hecho populares a estos guardianes de la paz.
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Les serin consagrados novelas, filmes, emisiones de televisión.• Este servicio de espionaje de la O.N.U. dispondrá de sus propios aparatos aéreos, versiones perfeccionadas del actual «S. R. 71» americano, y acaso dispondrá también de sus propias estaciones en el espacio, Pero, sobre todo, estará compuesto de hombres dispuestos a correr todos los riesgos. (Con ello no quiero significar que no implique riesgos la utilización de los aviones espías: en los últimos veinte años, veintiséis aviones americanos han sido derribados en varios países, y ciento ocho miembros de sus tripulaciones han resultado muertos o hechos prisioneros.) Evidentemente, el servicio de espionaje de la O.N.U. utilizará todos los recursos del espionaje soviético de que hasta ahora hemos hablado. Pero, sobre todo, sus agentes llevarán a cabo periódicamente misiones de control en todos los países del mundo. Cualquier país técnicamente importante será en seguida objeto de sospechas, porque muy bien podría abrigar, voluntariamente o contra su voluntad, a un grupo extremista decidido a preparar, con ayuda de una de las armas secretas aludidas a lo largo de este libro, un Pearl Harbor que aseguraría al «vencedor» el dominio del mundo. Porque, incluso en el interior de una paz más estable que la que conocemos, menos turbada por guerras locales, todavfa existirán tensiones y preparativos secretos con vistas al. dominio del mundo. La principal tarea del servicio de información científica de la O.N.U. consistirá en impedir semejantes intentos, cuyas consecuencias podrían resultar catastróficas. Tendrá que disponer de un personal muy numeroso y de un presupuesto enorme. Citemos, para dar un orden de magnitud, las más recientes declaraciones oficiales americanas que se refieren al conjunto de los servicios secretos americanos, conforme se presentaba en mayo t. ¿Es necesario decir que en este momento estoy trabajando, para la Televisión francesa, en una serie de tNce filmes en colores, acerca de las aventu· ras de un agente especial de la O.N.U. llamado Jacques Prudence?
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de 1970. Aquel servicio contaba entonces con Uil presupuesto anual de 17.500.000.000 de francos franceses. Su personal alcanzaba los 136.000 agentes, fijos o en misión. Es preciso retener semejantes cifras en la mente cuando se piensa en el servicio científico de la O.N.U., servicio cuya tarea primordial consistirá en vigilar de modo eficaz el mundo entero. La creación de este servicio planteará, evidentemente, problemas en extremo difíciles, tan difíciles, por otra parte, como el de asegurar la paz del mundo. Para dirigirlo, se necesitará un comité poco numeroso, pero con gran poder. Los miembros de este comité, que contarán entre los hombres más influyentes del mundo a principios del siglo próximo, tendrán que ser directamente nombrados por el secretario general de las Naciones Unidas, o, más probablemente, por una dirección colegiada. (Actualmente, el secretario de las Naciones Unidas es un funcionario sin poder. Si se le dieran poderes reales, serían, a mi entender, demasiado importantes para quedar concentrados en las manos de un solo hombre; sería mejor disponer, al menos, de una «troica».) Estos hombres no serán responsables más que ante el secretario general de las Naciones Unidas. Tendrán que crear, y luego sostener, un cuartel general, instalación en extremo importante, que comprenderá unos veinte mil empleados permanentes y que, sin embargo, ¡tendrá que ser ignorada por el mundo entero! Problema difícil, pero no insoluble. Es bastante probable, según estudios publicados en la U.R.S.S. y en los Estados Unidos, que antes del afio 2000 podrán ser construidas bases submarinas absolutamente indetectables; El cuartel general, la central del servicio de espionaje científico de la O.N.U., se instalarían probablemente en una de aquellas bases. De este Gran Estado Mayor dependerán organizaciones que vigilarán al resto del mundo entero, es decir, los continentes, el espacio, los océanos y, acaso también, la Luna ... Porque la posibilidad de una base secreta instalada en la Luna y amena-
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zando la Tierra, no procede necesariamente de la cienciaficción delirante. Para sus allegados y colegas, los sabios-espías y los agentes de la O.N.U. no serán más que funcionarios de la organización internacional que trabajarán en uno de sus numerosos laboratorios. Sus informes serán entregados a la central, la que hará la síntesis cotidiana para uso del secreta· rio general. El lector escéptico podría objetarme: «¿Y qué decidirá entonces el secretario general? ¿No cree usted que, con todo, la O.N.U. dispondrá de un ejército?» No, no lo creo. Los ensayos de pacificación «cascos azules» han fracasado totalmente hasta ahora y supongo, personalmente, que van a renunciar a ellos. Sin embargo, si la Humanidad sobrevive hasta la época bastante próxima en que (¡2005 está más cerca de 1970 que 19001), será porque las distintas naciones habrán preferido sobrevivir antes que intentar conquistar el mundo. En estas condiciones, estoy persuadido de que bastará al secretario general de las Naciones Unidas con denunciar a su país de origen de las actividades de un grupo del que se sospecha que prepara en secreto una guerra de agresión, para que este grupo pierda la posibilidad de causar daño antes de que estalle la guerra mundial. Pero el sectetario general de las Naciones Unidas deberá probar sus acusaciones con pruebas irrebatibles, y para ello tendrá necesidad de un servicio de informaciones independiente que trabajará para la O.N.U., es decir, para la paz, y no para un país particular. Quisiera precisar, de paso, qU.e evidentemente no ignoro los defectos de la O.N.U. Pero la Organización de las Naciones Unidas tiene el mérito de existir. Puede que en 2005 la sustituya un organismo más realista, más eficaz, como la misma O.N.U. remplazó a la Sociedad de Naciones. En estas condiciones, todas las observaciones precedentes se aplicarán igualmente al nuevo organismo. Pero una institución internacional que disponga de su propio servicio de información, que deberá nacer de un modo u otro. O bien pereceremos.
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Sería preciso imaginar, pues, un servicio de la importancia de nuestros servicios nacionales, con un presupuesto anual que se contara por decenas de miles de nilllones de francos, con un personal de, al menos, cincuenta mil, incluso más probablemente, de ciento cincuenta mil funcionarios. Claro está que ningún racismo tendría que intervenir en la selección de este personal y, como en la O.N.U. actual, el «tercer mundo» su· ministraría determinada proporción. Dicho esto, sería necesario que el organismo no se convirtiera en una institución inter· nacional, como existen demasiadas, completamente paralizada por ·el veto de unos o el sabotaje de otros. El comité directivo --los «UN-Men» (término propuesto por el escritor americano Paul Anderson, por analogía con los G-men)- tendrá que retener un poder tan indiscutible. como indiscutido; el de los jefes de los servicios secretos nacionales. Sería de desear que este poder no pudiera dar ocasión a ningún abuso. Se ha dicho que el espionaje es .una profesión de señores. Los dirigentes de los servicios secretos de la O.N.U. tendrán que acordarse de ello. Es probable que los conflictos entre las naciones y este servicio constituyan una parte esencial de la política internacional al empezar el siglo XXI. Delegaciones nacionales en la O.N.U. pasarán su tiempo denunciando la intolerable interven· ción de aquel organismo en sus asuntos internos, amenazarán con retirarse, exigirán la dimisión del secretario general. l!ste replicará, probablemente, negando totalmente la existencia de su servicio de informaciones científicas y rechazando dar indicación alguna sobre la procedencia de las informaciones que habrá utilizado para denunciar a un grupo cualquiera de fautores de guerra. Semejante actitud podrá parecer poco democrática, pero yo no me siento nada demócrata. Quedando esto así ·de claro, no intento imponer mis opiniones a nadie. Todos los cuerpos de Policía del mundo proceden igual cuando niegan oficialmente la existencia de sus confidentes.
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Bl servicio de Informaciones científicas de la O.N.U dfs. pondrá, pues, de tres fuentes de información que correspon· den, grosso modo, a las tres etapas de su constitución: En primer término, los instrumentos de detección cuyas informaciones darán cuenta al servicio sobre explosiones atómicas subterráneas, hechas con flagrante violación de las con· venciones, acerca de consumos anormales de energía, de fuentes inexplicadas de radiación, de impurezas inexplicables en el aire, de actividades no autorizadas en los océanos, en el espacio, en la Luna. Bste espionaje científico, efectuado por robots, podrá localizar gran número de empresas sospechosas. Ya en 1970, los instrumentos de que disponemos son de una sensibilidad extraordinaria. Existen detectores que, en la noche lunar, registrarfan, a partir de la Tierra, el fuego de una cerilla que brillara en un cráter de nuestro satélite natural. Existen dispositivos para el anáHsis del aire capaces de descubrir· algunas moléculas de un virus por litro· de aire. A pesar de todas las precauciones tomadas, es imposible disimular a los detectores modernos la menor explosión subterránea. Se pueden multiplicar estos ejemplos. Digamos simplemente que, disponiendo de redes evidentemente muy costosas, el espacio interior y exterior del planeta estarfa vigilado con absoluta precisión. Como ha dicho· un experto americano: celos océanos podrían ser convertidos en transparentes del todo•. Incluso en el interior de la Tierra, en las más profundas cavernas, detectores especiales serian capaces de revelar cualquier actividad insólita. No hago cienciaficción al examinar esta {tl.tima actividad oculta. Existe un documento oficial americano, no secreto y fechado en 1964, en que se pone de manifiesto que, ya a partir de ahora, se buscan los abismos subterráneos. Sus autores: G. A. Kiersch y W. D. Gunther. Su tftulo A preliminary Geologic Assessment of selected Sites in the United States that may be suitable for deep underground Command and Control Gen-
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ters, Bedford, Massachusets: MITRE Corporation, 1964 • MITRE SR-110 Contract AF 19 628 2390 Project 6121 • Unclassified. Es decir: Evaluación geológica preliminar de algunos lugares escogidos en los Estados Unidos,. que podrt.an ser útües para el establecimiento de centros subterrdneos profundos de mando y de control.· Los inspedl;ores de la O.N.U. formarán la segunda oleada de informaciénes de que dispondrá el servicio. Acaso, en aqueo lla época, recorrerán .el mundo entero cincuenta mil o cien mil... Dichos inspectores proporcionarán, lo más a menudo, informaciones de tipo R.A;S. (nada que señalar), porque su papel consistirá,. sobre ·todo; en verificar que no hayan cinco silos de lanzamiento· de cohetes donde la convención no prevefa más que cuatro. Por lo general se piensa que, antes de .fin de siglo, conversaciones del tipo de las del grupo SALT actual habrán desembocado en «congelar» los armamentos en su nivel de 1980. Lós soviéticos y los americanos están completamente de· acuerdo en este punto.. Bajo su presión, los países del «Pacto de VatS'"~a» y los de la O.T.A.N. seguirán el movinrlento. Y se puede e$perar, con cierto optimismo, que China, después de su entrada· en la O.N.U., consentirá también en semejante «congelac\ón». En estas condiciones, el papel de los inspectores consistirá en verificar si los fabricantes de armamentos no sobrepasan este nivel, es decir, si se Iilnitan a remplazar (en presencia de los inspectores de la O.N.U.) el material defectuoso y· a perfeccionar· el que existe, pero tam· bién, .de una parte, cuantitativamente, si no se aumenta el número de misiles o de submarinos atómicos, y de otra parte, asimismo, cuantitativamente, si no se iritroducen nuevas armas de destrucción masiva. La inspección de la O.N.U. también tendrá que hacer respetar los tratados sobre la neutralidad del espacio cósmico y de los océanos. Me parecen útiles al~as precisiones acerca de este tema: gran número de países hán fumado, a petición de las Naciones t6- 3.117
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Unidas, un tratado sobre la neutralización del espacio cósmico. Pero, ¿qué se quiere designar, exactamente, por espacio cósmico? · El artículo 4 del Tratado dice textualmente: «Los Estados parte del Tratado se comprometen a no poner el órbita alrededor de la Tierra ningún tipo objeto portado~ de armas nucleares o de cualquier otro tipo de arma de destrucción masiva, a no instalar semejantes armas sobre cuerpos ,celestes, a no colocar estas armas, de cualquier otro modo que sea, en el espacio extraatmosférico.» Este texto no menciona absolutamente las bombas que no describirían más que una fracción de órbita. Ahora ,bien, semejante bomba, llamada bomba F.O.B.S. (abreviación de la .expresión inglesa Fraptional Orbit Bombardment System), des.cri· biendo media órbita puede llegar a los Estados Unidos por el Sur, o a Rusia por el Este, evitando así las redes radar e inipi· diendo todas las contramedidas. Bombas F.O.B.S. fueron lanzadas por los rusos en julio de 1970, lanzamiento que parece fue precedido por experimentos prelimiwJ'es bastante. numerosos. Esta situación no es alentadora para el ·respe.. to posterior del Tratado; es preciso esperar qu~ se publique, en un futuro próximo, un texto más ·completo 3 más detallado que el de 1967. Por lo que respecta al tratado que neutraliza los océanos, todavía no se ha firmado. Los americanos y los rusos han hecho, sobre este asunto, numerosas proposiciones, pero, por el momento, no han salido del estado de propuestas. Se espera que un tratado de neutralización de los océanos vaya seguido de la puesta a disposición de la O.N.U de los océanos y de los fondos marinos, lo que le aseguraría, para los años 1980-1990, una renta de varias decenas de miles de millones de dólares al año, según un estudio de Nigel Calder. Suponiendo la ratificación de estos-dos tratados, se im~ne un control. El «grupo Pugwash» ha estudiado, con el mpyor detalle, las posibilida·
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de$ técnicas de la vigilancia por la O.N.U., o por un organismo internacional, del esp!:!.cio y de los océanos. Bastará con poner en práctica estos estudios. Finalmettte, denuncias e informes de agentes constituirán la -tercera fuente de informaciones. Es evidente que no habrán desaparecido todos los antagonismos y que numerosos Estados gozarán, ante 1la O.N.U., acusando a un Estado vecino o rival de violar estós diversos tratados. Se observan ya las primicias , de esta clase. de nueva política en el Próximo Oriente, donde. cada uno de los< adversarios denuncia a su oponente por cometer una nu~va violación de las convenciones de armisticio, aproximadamente una vez al día. Uno de ellos no parece tener toda la culpa, p.orque las violaciones cometidas por Egipto están reconocidas por todo el mundo. No todas estas denuncias estarán fundadas, pero todas tendrán que ser examinadas, del mismo modo que en el curso de tma encuesta política la Superioridad se ve obligada a leer todas las cartas anónimas. Los informes {e agentes serán, en principio, más serios .que las denuncias. Es. probable que un agente de la O.N.U., al ser detenido, sufra 1ils mismas penas por espionaje que un ·agente al ·servicio d~ ·un país cualquiera. Estas penas podrían ser particularmente graves en los Estados que no forman parte de la O.N.U., sea porque nunca fueron admitidos en ella, sea porque se retiraron de la organización. Inútil decir que semejantes Estados serán muy particularmente sospechosos y vigilados. Expuestas en sus más mínimos detalles, las predicciones del futuro caerán siempre en el ridículo. No me atreveré, pues, a predecir que en 2005, un país determinado que actualmente está fuera de la O.N.U. será su más firme pilar, y que otro, que actualmente .forma parte de ella, se retirará con pérdidas y estrépito. Recordaré, simplemente, que en 1970 el secretario general de ·la O.N.U. era un birtnano, lo que, para un político del siglo XIX, hubiese parecidh completamente demencial. Los
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agentes del servicio secreto de la O.N.U. chocarán, pues, con los mismos problemas y correrán los mismos riesgos que los agentes secretos de nuestra época. Pero, con todo, tendrán la satisfacción, en primer término, de servir a 1~ causa de la paz, y luego,· de comprobar que la cantidad d~-~ olaciones de los distintos tratados disminuye progresiv ente. Podrán esperar verlos descender, un poco más tarde, e el curso del siglo XXI, a un número limitado de casos, y este rkunero quedar estacionado al cabo de los años. Es· posible, por otra parte, que, en varios países;· las autoridades de la Policía o del contraespionaje presten su ayuda al servicio de ~ormaciones de la ·O.N.U., menos por moralidad que para proteger su régimen contra un golpe de Estado científico. Sobre este particular, es preciso observar que, en una de sus hipótesis sobre el futuro, el célebre experto Hermann Kahn cree posible la .utilización, en las guerras civiles, de stocks de bombas atómicas tácticas (cuando todo el mundo disponga de ellas). El guión de Hermann Kahn es apro~damente éste: Un pequeño país, políticamente inestable, pone a punto la fabricación de bombas · atómicas por u)l procedimiento simplificado. Un grupo político o similar de aquel país decide apoderarse del poder.· Entonces· declara, á través. de la Prensa y de los medios masivos de información, que el país está amenazado por un agresor externo. Los componentes de aquel pronunciamiento deciden, pues, contraatacar y apoderarse del stock de bombas atómicas destinado a la defensa del país. Evidentemente, la agresión exterior no se produce, pero los revolucionarios que disponen del stock de bombas atómicas amenazan bombardear sus propias ciudades si es conminada su dictadura, y así aseguran la estabilidad de un régimen totalitario que, a continuación, puede desencadenar una guerra atómica contra sus vecinos. Para quienes situaran este guión entre las lucubraciones de la ciene\aficción, recordemos que cuando el pronunciamiento de los generales, en 1961, en Argel,
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dichos generales hubiesen podido muy l:>ien apoderarse de las bombas atómicas en curso de experimentación en Reggane. Puedo afirmar que aquellas bombas eran operacionales. Recordemos también que el sueco Sigvard Eklund, director de la Agencia Intel\racional de Energía atómica declaró oficialmente que en 1980 varios países, todavía no dotados de armas atómicas, per~preparados para construir reactores nucleares, producirían p}Qtonio bastante para fabricar ¡cien ·bombas atómicas por semanal En 1970, la agencia atómica nuclear inspeccionó ya los reactores nucleares de veintinueve países, a petición propia, a fin de garantizar que no fabricaban bombas con el material suministrado por la agencia. Así son inspeccionados periódicamente setenta reactores nucleares. Incluso existe un tratado en que se estipula que la América latina constituye una zona donde no se fabricará y no. se alm,acena:rán bombas nucleares. La Agencia Internacional efectúa comprobaciones periódicas para asegurarse de que se respeta aquel tratado. Este ejemplo nos permite creer ~e la organización de la Q.N.U. -en cuya creación pensamos- ~o procede, en modo alguno, de la utopía, y que muy bien podría ver la luz incorporando a su organización servicios de ilitspección que. ya existen. . Agentes de la O.N.U. tendrán indudablemente a su. cargo, cuando funcione el servicio, la misión de buscar instalaciones clandestinas de separación de los isótopos del uranio. Por desgracia, con el constante progreso registrado en este terreno, se puede ahora considerar, para antes que acabe el siglo, la sustitución de las inmensas fábricas ya caducadas del tipo «Pierrelatte» por instalaciones de separación que cabrán en un peque:fío espacio, si es necesario subterráneo o submarino. La función de los agentes estribará en detectar esta clase de instalación, lo que muy probablemente los obligará a inspeccionar sobre el terreno una vez que los detectores hayan permitido determinar la región cm que se halla la instalación.
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También será función de estos agentes localizar instalaciones biológicas, fábricas de gas, y, de modo general, todas las nuevas armas secretamente puestas a punto por los distintos Estados. Podemos preguntarnos si, en la época quet.!tamos considerando, un tratado impedirá' el desarrollo las ·nuevas armas de destrucción masiva•. Incluso si existe . semejante tratado, es poco probable que sea respetado. S( un grupo lo suficientemente importante, político, militar o ilidustrial, cree poder dominar una región del Globo con una· guerra relámpago, utilizando las nuevas a:rmas, lo hará. Para soslayar este riesgo se impondrá una vigilancia constante.,. Evidentemente, esta vigilancia costará no sólo dinero, sino también vidas. A pesar de todo, sería pagar un precio bastante módico a cambio de un sistema capaz de evitar una conflagración ·general. Como he· dicho ya, técnicas psicológicas perfeccionadas tendrán que ser empleadas ·para crear una mitología de los servicios. secretos y suscitar para los ·mismos un clima favorable en la opinión' mundial, a reserva de lev~~; para ello, una parte del secreto que rodea estas org&1ñzaCiones. Acaso un best-seller del primer decenio del siglo se titulará: Yo fui
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espf.a de la O.N.U.
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En el mismo orden de ideas conviene-anotar que los soviéticos, después de haber rodeado 8us servicios de informaciones con uri fantástico muro de protección, acabarán por érear sellos con la efigie de Richard Sorg~, ·para hacer escribir artículos de vulgarización y rodar filmes :por el cororiel Abel. ¿Sintieron la ·necesidad de crear un mito positivo altededor de sus servicios de informaciones? El caso es que , lo han hecho, y que la O.N.U. se verá probablemente obligada a seguir el movimiento. La mejor reputación no impedirá de nirigún modo que los agentes de la O.N.U. sean detenidos, enca:teelados e incluso asesinados .. Sea a car~o de la O.N.U. o al de un Estado, el espionaje científico no ·tiene nada de broma. Bs posible, ya desde ahora, iuJ.a~ con cierta precisión de qué l
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misiones podrían verse encargados los agentes de la O.N.U. Evidentemente se verán facilitadas por la implantación de la .o.N.U; en el mundo entero y por numerosas complicidades en la mayor.J):ll1e de los países.·· En cambio, serán obstaculizadas por .las~recauciones extremadamente severas adoptadas por. sus adversérlos. Cada vez que la O.N.U. haya eliminado un grupo de fautores de ·guerra sefialándolos a su propio Gobierno y aJa. opiniólfj;){tblica mundial, los grupos siguientes se aprovecharán del.ejem.plo ·para redoblar sus precauciones. Y aún máS, la preparación de· los golpes de Estado militares y de las guetras relámpago tendrán · por autores a elementos ·severamente enclaustrados que se benefician de un enmascaramiento llevado a la perfecéión. -, ¿En qué clase de luchas secretas se encontrarán compra:¡ metidos los servicios científicos de la O.N.U.? Vamos a reg. ponder explicando un ·caso imaginario. . Nuestro objetivo no reside en construir una cienciaficción Un.a anticipac~~~..it las técllicas que·consideramos son las de hoy y no las futura$. del año 2005. El país en cuestión se sitúá en algún lu~ de Europa, sin precisar más.
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Expediente· bomba de argón Documento ndmero 1; informe del agente ndmero •••
De acuerdo con las instrucciones recibidas, repaso los cálculos efectuados por el Centro de Cálculo de... Algunos de estos cálculos~ de los que adjunto duplicado sobre banda per-forada, me parecen inquietantes. Me da la impresión de que se trataide una bo~ba de hidrógeno,· muy fácil de reaUzar, y que se enciende mediante un láser. Solicito un examen de estos cálculos a cargo de vuestros competentes servicios. Documento ndmero 2: informe· del servipio de Fisica aplicada /
Los cálculos que nos han sido 36metidos corresponden a
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un nuevo procedimiento de utilización de una bomba de argón, para llevar a cabo el encendido de una bomba H. El principio data de 1969: un cartucho de explosivos clásicos comprime en su onda de choque al gas argón contenido.~!}.un tubo. La luminosidad de este gas se encuentra converpua en un haz concentrado por un láser químico. :este está c~puesto físicamente por un serpentín lleno de colorante y d.rollado alred& dor de un tubo que contiene argón. El destello· luminoso del láser provoca la explosión de .deuteriuro de· .litio. La potencia de la bomba no está limitada más que por la cantidad, de deuteriuró de litio puesto en juego. Un nuevq concepto de la geometría de este dispositivo, muy ingenioso, permite la realización, por medios industriales muy reducidos;· de bombas de hidrógeno de gran potencia. Documento número 3: De la Central al agente número ... ·;Descubrir el origen del pedido de bálculo pasádo al Centro. ' ' ¿Quién ha pagado? ¿Qttién ha recibido los¡;e;álbiti'os? /
Documento número 4: Agente número ...1 a Central. Estos cálculos fueron pedidos por una: sociedad privada que produce tubos de. televisión. Su fábrica e~tá .situada en X..• Oficialmente fabrica un tubo de televisión de memoria especial utilizado en el radar. Documento número 5: Central al Servicio Acción. Organizar una misión para conocer la naturaleza de los trabajos efectuados en la fábrica de la que damos las coord& nadas. Documento número 6:. Servicio Acc/¡ón a Central, Nuestro agente, que iqteptaba emplearse en la fábrica en
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cuestión, ha muerto aplastado por un vehículo cuyo conductor no detuvo la máquina. Creemos en un asesinato. Proponemos un desvalijamiento .de la fábrica por un equipo especializado. Documento·mtmero,'7:, Informe del Servicio Acción. HelllOS efectuado _la. operación .anunciada utilizando Un. gas paralizante. Adjuritamos fotogra&s. tomadas en un taller sQbte®eo de .lª,fábrica, q,l:le no figüraba en el' plano.. B~t'as fotografías nos 'muestran artefactos .que parecen corresponder a bombas de hidrógeno, eón encendido láser· arg6n. Nuestro equipo ha podido volver a pasar, sin pérdidas, 1a frontera del país. . . . ·· · . ·. t. • '· ·· . • . ·· · • · .
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· El seeretario general de las Naciones Unidas denuncia una conspiración muy grave. Bombas de hidrógeno ·«de bolsillo')), de una potencia' ·de 'un megatón, estaban .siendo fabricadas clandestinamente en una .fábrica de. la que 1revela el emplazamiento~ Ha comunicado al Consejo de Seguridad, así como' krl Gobierno interesado, fotografías de. un stock de estas bombas. ·:Se ·temen grt:hres •acontecimientos. . '
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han llevado a ca'Qc;>. numerosas de~enciones, ~to en la capitaJ. como en varios distP,tos de X-~·~ _. .. · . ~ Estas detencion~ · re'\j'elan la .existencia .d~ una. potente red de conspiradores d~ididos a hacerse con. el Poder, en pxjmer térn;üno bombardeando la$ bases milit~res, .y luego anunciando que estps bomb_u:deos procedían del eXtranjero. ,Entonces sería desencadenada una ofensiva contr~ · tres países vecinos con el propósito de recuperar unas provincias consideradas como perdidas. ·
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Ha sido constituido un nuevo Gobierno de salud p11blica.. Este Gobierno invita a las Naciones Unidas a· ·inspeccionar el conjunto del país, para comprobar que no existen ya stocks de bombas H. Las bombas capturadas serán destruidas en presencia de inspectores de la O.N.U.,'de acuerdo con el tratado. que ha sido firmado. Interrogado por nuestro corresponsal, así como por la Prensa mundial, el secretario de las Naciones Unidas declara: «Ha sido evitado un gra"e peligro,. pero quedan ~tros. Una vigilancia perpetua. es el precio de la libertad.» . , · · · ..
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Todos los afios se producirán viltios inCidentes de 'est~ clase. Serán dados a conocer lo más a menudo posible a toda la opinión mundial._ Bn otros casos, el s~tario de las Naci~ nes Unidas advertirá secretamente' a 'Gobierno,. el cual. tomará ·medidas· igualmente secretas. Bn otros, avisará a los Gobiernos, los cuales, amenazando con sus cohetes· al· ppís sospechoso, lo obligarán ·a destruir sus fabricaciones de guer.ra.. Claro que también p.odrá ocUrrir que la vigiha,Dcia del servicio secreto ,de la ·O.N.U. falle, y que un grave, incidente, que conducirá a la conquista ·de .un país por uno de s.us :vecinos, demuestre una vez más, a la O.N.U. como .al mundo, que n~ se pone atención bastante. Porque, cada día.~, el escaso lugar que ocupan las armas atómicas miniaturizadas, la posibilidad de utilizarlas sin cohete ni avión, depositáildolas, por ejemplo, en una coDsigrui de estación, la extrema facilidad con que sé pueden elabotat armas químicas o 'biológicas; tentarán a los ambiciosos Y' a los futuros dictadores. No se puede esperar más que en uná disminución constante del n11mero 'de estos incidentes. El secretario general de las Naciones Unidas podrá juzgar ·Ia eficacia de su servicio por el resultado obtenido. ¿Puede temerse que este servicio secreto científico de las Naciones Unidas se convierta en una superpolic1a mundial, al
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servicio de una O.N.U. dictatorial? A menudo se desconfía de un eventual abuso de poder por parte de •los sabios internacionales. Pero, por otra parte, se ha podido decir que la tecnocracia internacional constituye seguramente la mejor posibilidad de paz mundial. Personalmente, soy de esta opinión. Pienso que una organización esencialmente técnica no intentará acceder al Poder, como no lo hace, en 1970, el Ejército americano. Evidentemente, .éste . constituye una importante· fuerza política. Pero está muy lejos de controlar el conjunto de los Estados Unidos, y su mando supremo está en las manas de un hombre político, elegido presidente · de los .Estados Unidos. Conozco perfectamente .todos los reproches que se · pueden formular. en contra del sistema· 'democrático de elección, consistiendo el principal en recordar: que Hitler subió al Poder por una elección democrática. Pero, mientras no se eneuentre algo mejor, un mundo futuro en el que las naciones, con las mismas fronteras y los mismos· regímenes de hoy, hubiesen dejado de recurrir a la guerra, es ya deseable. Y en este mundo será necesario que una policía vigile a. las naciones; como las policías actuales vigilan a los individuos. y a los grupos· crimi· nales.. Pienso haber dicho ·con suficiente. claridad que este servicio de ,vigilancia ·y de información; del que· estoy ·casi seguro de que verá la luz, no retendría•ningún poder de intervención directa y que se limitaría a enviar informes al secretario general de, las Naciones Unidas, con la· obligación, para este áltimo, de obrar en consecuencia por vía diplomática normal o por cualquier otro medio secreto. CreO útil: aiiadir que· en. ningún caso pienso que el servicio secreto· de las. Naciones Unidas tel)ga derecho al sabotaje. In· cluso si estuviese absolutamente seguro de. que en determinado lugar se prepara un arma nueva y terrible, nunca tendría que proceder por si mismo al sabotaje de la instalación en cuestión. Ello, constituirla un acto de guerra de la O.N.U. contra un
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país, acto de guerra que podría acaiTear terribles consecuen· ci,a,s, incluso .el propio fin de esta organización. En el m¡m:o de sus limitaciones, el servicio secreto científico de la O.N.U. permitirla seguramente la supervivencia de la Humanidad, incluso en una época en la que todo el mundo podrá construir sus bombas H en pequeñas fábricas. El lector escéptico me dirá: «¿Cree usted, pues, para antes de cincuenta años, en esta utopía de una Tierra en que sus habitantes vivirán todos en paz?» Respondo: «No es eso exactamente.» Sencillamente espero un mundo en el que todos los p,aíses mantengan entre sí las relaciones que, por ejemplo, existen actualmente entre los Estados Unidos y Canadá. . ., Es preciso haber visitado aquellos dos países para comprobar la hostilidad que existe entre americanos y canadienseS tanto a nivel mdi:vidwil ·como entre los dos Gobiernos, y en·el plan político y económico. El Gobierno canadiense constantemente adopta medidas para reducir las inversiones americana$j. p~ disminuir la influencia americana, para impedir la difusión de costumbres americanas. Por otra parte, los americanos influyentes no dejan de criticar al Canadá. Las grandes ciudades americanas están al alcance de los cohetes canadienses .armados con bombas termonucleares. Las divisiones blindadas americanas podrían invadir el Canadá en pocas horas. Y, sin embargo, un -conflicto armado entre los dos países parece:algo absolutamente inconcebible. ¿Por qué? ·Porque en aquellas dos naciones existen personas razonables, -lo suficiente razonables ·para que todos los problemas que puedan plantearse por los unos o por los otros se resuelvan por la vía de las negociaciones. Estados .Unidos y Canadá se detestan cordialmente, pero viven y vivirán en paz. Contemplo un mundo en que todos los países mantengan entre sí relaciones análogas. ¿Es pedir demasi~do?
ANEXO I París, 23 julio 1948.
INSTITUTO DE FRANCIA ACADEMIA DE CIENCIAS Quai de Conti, n.0 23 Tel.: Danton 02-80 Los secretarios perpetuos de la Academia de Ciencias tienen el honor de enviar a Monsieur Jacques Bergier y a los herede~ ros de Messieurs André Helbronner y Alfred Eskenazi ·copia del informe de la comisión encargada de examinar los pliegos sellados de Messieurs André Helbronner, Jacques Bergier y Alfred Eskenazi: «La comisión de· la Academia de Ciencias encargadas de examinar los pliegos sellados de Messieurs An· dré Helbronner, J acques Bergier y Alfred Eskenazi ha reconocido que estos documentos contenían, junto a gran número de inexactitudes y de afirtnaciones sin fundamento, determinadas sugerencias interesantes, especialmente en lo que atañe al empleo del deuterio y del berilio como disminuidores de neutrones. · •. »Pero estas sugerencias han sido examinadas antes del depósito de dichos pliegos sellados por otros especialistas, de modo particular por Messieurs Frédéric J oliot, Halban, Kowarski y Francis Perrin en una patente depositada en 1939 a nombre del Centro Nacional· de la Investigación Científica. Además, la cuestión ha evolucionado considerablemente a partir de 1940, de modo que las sugerencias hechas en aquella época no tienen hoy el mismo interés. »Por estas razones, la comisión de la Academia, al hacer constar que Messieurs André Helbronner y Jacques Bergier y Alfred Eskenazi, en la persona de sus herederos, proporciona• ron nuevas ideas relativas al empleo del deuterio y del berilio
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· -como disminuidores de neutrones, ideas contenidas en los pliegos sellados recientemente abiertos, no ha creído de su deber hacer constar en las actas el contenido de estos pliegos. · »R. CoURRIER LoUIS DE BROGLm. » El lector habrá observado la reacción de la Academia de Ciencias ante el pliego sellado que el autor y sus colaboradores depositaron antes de abandonar París en 1940. Las «inexactitudes y afirmaciones sin fundamento» de que habla la docta ·Academia, constituían una teoría completa acerca de Ja bomba H. Así; el autor estuvo encantado de no verlas .publicadas.
Bythis
•
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CERTIFICATE OF SERVICE I reeord my appreciation of. the aid ·rendered by BERGIER Jacques as a volunteer in the service of the United Nations for the great cause of Freedom.
B. L.
MoNTGOMERY ·
·Field Marshall . Date 6 mai 1946•. Commandel'-in-Chief, 21st. Army Group. Serial N.o F/0073 · Ssta es la copia del certificado librado al autor por las Naciones Unidas. El autor está persuadido de que en nuestros días podrían encontrarse ~Oinbatientes para arriesgar la muerte y la tortura al servicio .de la H~anidad entera. Tam:poco considera una utopía la idea del sei-vi.cio secreto de las Naciones- Unidas, idea lanzada en el presente libro.