Ensayo sobre los olores Desde los comienzos de la humanidad, los hombres primitivos desarrollaron el sentido del olfato pues era una manera de detectar peligros y de apreciar los aromas existentes en la naturaleza. El olfato es el sentido más antiguo de los vertebrados, antes de poder ver lo que se movía a su alrededor, los primeros homínidos ya eran capaces de reconocer su entorno gracias al olor. Este sentido les permitía diferenciar diferenciar a los frutos venenosos de aquellos que no lo eran y por lógica todo aquello que oliese de manera desagradable representaba representaba un peligro para su bienestar pues además de que nada en esa época contaba con una fecha de caducidad, sus capacidades neurológicas todavía no estaban desarrolladas completamente para generar una explicación lógica. Los hombres cromañones poseían características propias de las bestias como más fuerza, más pelo, un aspecto rudo y unos sentidos sensoriales superiores gracias a un cerebro primitivo que, en lugar de pensar, se dedicaba a actuar de forma impulsiva como respuesta a la información recibida recibida por sus afinados sentidos. Nos podemos imaginar a un cromañón levantando la cabeza y olfateando en el aire el olor dulzón de un buey o un mamut que se encontraba "solo" a 5 kilómetros de distancia o, sabiendo que su pareja estaba en celo al olfatear su orina. Los olores siempre han sido algo misterioso, pues no se ven, e incluso en la actualidad no se han podido clasificar, ni asociar a ninguna propiedad química o física de la sustancia que los produce. Aun en nuestros días, todo lo relativo al olor es subjetivo; siempre nos referimos a él por medio de metáforas o comparaciones, por ejemplo decimos “el dulce olor a gloria”, “huele a ajos”, etc. Al ir los olores unidos fundamentalmente a la respiración, estamos encadenados a ellos de por vida, y si nos damos cuenta utilizamos la denominación de buenos y malos olores, mientras que no utilizamos tal denominación para los ruidos o la luz. No decimos un mal ruido, una mala luz, o un mal color, y sí un mal olor. Por ejemplo, cuando hay demasiado sol y la luz resulta desagradable, podemos cerrar los ojos, usar una gorra o lentes de sol, para los ruidos muy fuertes, nos podemos tapar los oídos o usar audífonos, sin embargo, nada podemos hacer para defendernos de los malos olores, pues no podemos dejar de respirar sin dejar de vivir. Al comenzar a vivir en sociedad, el hombre empezó a oler mal. Patrick Suskind, en su novela “El perfume: perfume: historia de un asesino” asesino” describe a una hedionda Francia del siglo XVIII, en donde las calles apestaban a estiércol y se tiraban todos los desperdicios sobre ellas. Las casas estaban siempre sucias; las cocinas olían a col podrida y sebo; los dormitorios olían a sabanas sucias y a edredones húmedos de orines. Los hombres y las mujeres olían a sudor, a ropa sucia y a pies y lo mismo se olía debajo de los puentes que en un palacio. Lavarse, asear y ventilar en esas circunstancias circunstancias estaba considerado como un acto de valor y heroísmo. Era sumamente sumamente complicado obtener agua y las debido a las bajas temperaturas, temperaturas, bañarse en invierno era suicida. Por ello se buscó la forma de vivir con el mal o lor, pero disimulándolo, disimulándolo, inventándose el perfume, ya que era más fácil disimular el mal olor que combatirlo. El olor corporal proviene de las glándulas apócrinas ubicadas en nuestras axilas, rostro, pechos, genitales y ano. Es por eso que cada persona tiene un olor individual, al que fácilmente se le puede comparar como si fuese la propia huella digital. El origen del perfume fue religioso. La palabra perfume significa literalmente “por humo.” Desde la antigüedad, los sacerdotes sacerdotes usaban el humo para complacer a sus dioses, al igual que en la modernidad se utilizan los aromas para atraer, seducir y encadenar al ser amado. A lo largo del desarrollo de la humanidad, podemos encontrar civilizaciones como la griega, egipcia o
indoeuropea, que evidencian el uso de aromas, perfumes y especies como el griego Megallus quien creó la esencia Magaleón: una droga curativa afrodisiaca para inspirar el amor. Incluso, es curioso confirmar que un filósofo como Sócrates viviera preocupado por el uso del perfume, por la distinción que debía marcar entre los esclavos y los hombres libres, unos hediendo a sudor y otros aromatizados con dulzura. La antigua nobleza griega perfumaba las alas de las palomas y las liberaba durante las cenas para perfumar el aire con fragancias y sonidos. Sin embargo no solo los griegos prestaron atencion minuciosa a los olores, sino que sus vecinos los romanos tenían la costumbre, en especial las mujeres, de bañarse en pétalos de rosas perfumando sus cuerpos y sus cabelleras, en baños exclusivos para los ricos. Los esclavos conocidos como “cosmetae” literalmente ungían de perfumes a los hombres y mujeres de la cabeza a los pies. De ahí que los romanos llamaran a sus amores: “mi mirra” o “mi canela”. Durante el primer siglo, Roma fue inundada de fragancias novedosas. El emperador Nerón fue sin duda quien cometió los mayores excesos, derrochando una suma equivalente a cien mil dólares para aromatizar una fiesta. Instaló tuberías disfrazadas para que esparcieran perfume sobre sus invitados y trampas en el techo que tiraban pétalos frescos. Cuenta la historia, que uno de sus invitados murió sofocado por pétalos de rosas. Los olores se encuentran arraigados a nuestra herencia cultural, en la mayoría de las canciones se expresa un sentimiento de amor hacia el olor de una persona. Tal como expresan las canciones populares mexicanas como la que dice “son tus perjumenes mujer, los que me sulibeyan” o bien como olvidar a la famosísima canción que la mayoría de nuestros abuelos alguna vez le dedicaron a nuestras abuelas: “Perfume de gardenias, tiene tu boca, perfume de gardenias, perfume del amor.” Podríamos nombrar a Carlos Gardel, Joaquín Sabina y muchos otros compositores que escribieron sobre el perfume de una mujer, sobre aquel aroma embriagante que les llenó la memoria de perfumes y caricias, de recuerdos que envenenan. Si viajamos por el pasado y nos remontamos hasta la época de antiguos mesopotámicos, podemos apreciar que en la mayoría de las culturas occidentales existía el deseo de crear un afrodisiaco capaz de atesorar los aromas más gratos de la naturaleza. Quienes inventaron el perfume en cierto sentido tuvieron éxito, creando, por lo menos, un hechizo olfativo que atrae y sin preguntar se hace presente. Hoy en día el perfume está vinculado con la historia de la humanidad y es primordial en nuestro diario vivir. Nos podemos preguntar, ¿Por qué? ¿Qué es esa magia, esa alquimia que con tanta facilidad puede arrebatar nuestras percepciones? La respuesta varía, dependiendo de quién pregunta, o de que área se trata –técnica, médica, alternativa o sensual, cada una tiene una respuesta diferente. El perfume detona recuerdos guardados en lo más profundo de la memoria, libera eventos que trascienden en el tiempo, remembranzas tan concretas y poderosas, pensamientos y sentimientos contenidos por décadas y respuestas emotivas que pasan de la sensualidad a la gastronomía, de amores olvidados a jardines de la infancia. La tía favorita; el jabón o la loción de papá; los aromas de la cocina de mamá, y así desfilan: la fragancia, el perfume, las esencias. El perfume se mete hasta lo más recóndito de nuestra mente. Se aloja invisible para siempre. Solo regresa vestido del recuerdo de una sensación, de una caricia, de un beso, de un abrazo. Todo desatado por el aroma. La memoria olfativa, la más permanente de todas, es también la más alta expresión de una mujer delicada e inocente, o bien de un hombre fuerte y poderoso. No podríamos imaginarlos la vida si olor, es posible que no necesitemos de él para sobrevivir, pero sin él nos sentiríamos perdidos y desconectados de mundo. El olfato es parte esencial de nuestras vidas, tal como lo son los latidos del corazón. Los olores despiertan recuerdos, pero también despiertan nuestros sentidos adormecidos, nos miman y envuelven, y ayudan a
definir nuestras propias imágenes, nos advierten de los peligros, nos inducen en tentaciones, alientan nuestro fervor religioso, en fin, todos tenemos nuestros recuerdos aromáticos. Los olores permanecen en la memoria más que las imágenes, los aromas los llevamos atesorados en el cerebro por años; seguimos pensando que aquello que cocinaba mi madre o en esos días sudorosos de verano. En fin, tal vez aún no hemos perdido por completo el olfato que en un principio caracterizó al hombre primitivo. Los olores se convierten en boletos para emprender un viaje en el pasado y como diría Paul Sand “El recuerdo es el perfume del alma.” El olfato nos evoca recuerdos de gente querida, situaciones vividas. Nada es tan memorable como el olor. Un aroma puede ser repentino, momentáneo o fugaz, incluso puede llevarte a un verano de la infancia junto a un lago en las montañas. Con los olores solo basta con cerrar los ojos, e imaginar que todo sigue ahí, que nada ha cambiado.