Filosofía del lenguaje Cassirer: El lenguaje como construcción del mundo.
Autora: Agustina Andrada. Institución: Universidad Nacional de San Martín. Año: 2012.
Introducción
La relación entre realidad y lenguaje, entre las palabras y las cosas, ha sido un tema muy recurrente en la historia de la filosofía. ¿Cómo debemos pensarlo? ¿Es el lenguaje una representación, un reflejo exacto de lo real? ¿Debemos aferrarnos, como los escépticos, a la idea de que ambos son totalmente diferentes y por lo tanto imposibles de relacionar? Muchas son las respuestas a estas preguntas. Los griegos tomaban a la palabra como repetición de aquello que los excedía, mientras que en el Medioevo, esta repetición se torna dudosa, puesto que las palabras son universales y las cosas particulares. Es a partir de este momento cuando se busca encontrar el nexo que las une y que hace de la palabra algo con contenido y no una flatus vocis. Luego, en la modernidad, con Kant todo esto se transforma, ya que introduce la noción de síntesis y le adjudica al sujeto la capacidad de sus representaciones. En este trabajo me propongo abordar el análisis que realiza Cassirer frente a esta cuestión, revisando su punto de vista frente a las concepciones anteriores y explicitando su propia tesis. Éste propone una solución al respecto bastante innovadora, el lenguaje es el que produce el mundo de los objetos, la representación objetiva es producto de éste y no a la inversa. Para ello me serviré de dos obras escritas por él: Antropología filosófica y “El lenguaje y la construcción del mundo de los objetos” en Psicología del lenguaje.
2
- La concepción clásica del lenguaje.
En el mundo griego el lenguaje era un reflejo de lo real, una μίμησις, una repetición que no le agregaba ningún carácter nuevo al objeto. Es decir, que la conciencia era una especie de espejo que podía reflejar exactamente aquello que la excedía. La verdad, entonces, era concebida como una adecuación entre el ser, el pensar y el decir. Un ejemplo de esto es el caso de Parménides, quien afirma que es imposible separar el ser y el pensar, ellos son la misma cosa y sin esta identidad el conocimiento no podría existir. En Heráclito podemos comprender aún más la cuestión. Propone como principio del universo y del conocimiento humano al λóγος; para poder comprender el sentido del universo es necesario el lenguaje. Sin embargo, la palabra no corresponde sólo a la esfera del hombre como tal sino que tiene una verdad cósmica universal, se corresponde con aquello que conoce. Tal como dice Cassirer: “Si analizamos la naturaleza del hombre encontramos la misma combinación de elementos que tiene lugar en cualquier parte del mundo físico. Siendo el microcosmo una réplica exacta del macrocosmo, permite el conocimiento de este último.”1
Frente a esto los sofistas decían que era imposible encontrar en los objetos una explicación del lenguaje. Es el hombre quien crea realidades a través de las palabras. Se trata, entonces, de un abordaje antropológico y no metafísico del lenguaje. Sin embargo, el propósito de ellos no era expresar la naturaleza de las cosas sino provocar ciertos estados anímicos en las personas, utilizaban a la palabra como un elemento de persuasión. -La revolución copernicana, un cambio en la visión del lenguaje.
A partir de Kant se producen ciertos cambios que influyen en la concepción del lenguaje. El giro copernicano se debe a que el sujeto es ahora el ámbito de conocimiento filosófico. En la Crítica de la razón pura, el filósofo alemán se propone estudiar los principios a priori que hacen posible la experiencia. En este análisis se introduce la noción de “síntesis”, que es propia del sujeto que conoce, “…para indicar que no podemos representarnos nada 1
Cassirer,E; “El lenguaje” en Antropología filosófica, México, Fondo de cultura económica, 1968, pág. 170.
3
como unido en el objeto sin haberlo primero unido nosotros mismos y que, de todas las representaciones, la unión es la única que no está dada por los objetos; ella no puede ser más que producida por el sujeto mismo, porque es un acto de espontaneidad.”2
Por lo tanto, el lenguaje ya no puede ser considerado como un reflejo exacto de lo real puesto que introduce una unidad que no es propia de las cosas sino del sujeto, hay un agregado a partir del proceso de síntesis que rompe con la claridad de la imagen. El sujeto posee una fuerza creadora, no es alguien pasivo a quien se le acercan las cosas, sino que debe actuar con ellas mediante el proceso de síntesis, sin ello no podría haber conocimiento. En conclusión, la facultad que tenemos de reducir la multiplicidad a la unidad postula, por un lado el papel activo del sujeto en la comprensión de lo real y por el otro, abre un nuevo horizonte del mundo objetivo. Entonces, podemos entender que la palabra surge de la percepción, de la unión y que no es algo propio del objeto. -La postura de Cassirer sobre lenguaje.
Siguiendo a Kant, Cassirer postula que no es la objetividad la que constituye al lenguaje sino que es el lenguaje el que forma el mundo de los objetos. Cada lengua particular construye su mundo a través de las palabras. A diferencia del resto de los animales, el hombre puede establecer otro tipo de relación con las cosas que lo exceden. Los primeros permanecen en el espacio de la acción y de la eficiencia mientras que los hombres ven al espacio como un todo unificado; mediante la representación y la construcción se imponen al mundo objetivamente. Prueba de esto son los estudios relacionados con los niños en cuanto a su actividad discursiva. A partir de que el infante se da cuenta que cada cosa posee un nombre, que todo objeto posee un símbolo sonoro que lo identifica, se abre para él un mundo totalmente nuevo. La pregunta, los por qué, reflejan las ansias de aprender estos nombres, porque con ellos obtiene un instrumento que le permite construir un mundo. Solo adquiriendo
Kant en: Cassirer, E.; “El lenguaje y la construcción del mundo de los objetos” en Psicología del lenguaje, Buenos Aires, Paidos, 1960, pág. 19. 2
4
denominaciones puede establecer representaciones. Es decir, que el aprender un nombre no implica ver cómo se llama la cosa sino lo que ella es. Un caso citado por Cassirer en su Antropología Filosófica nos permite comprender mejor el papel del nombre en la adquisición de la conciencia de la cosa. Helen Keller era una niña ciega y sordomuda que aprendió a hablar luego de numerosos tratamientos; su maestra cuenta cómo fue el día en que a aprendió a nombrar. Cuando se dio cuenta que cada cosa poseía un nombre y que ese nombre no se hallaba restringido a casos particulares sino que tenía una aplicabilidad universal, la niña quedó sorprendida y quiso aprender cada vez más porque mientras aprendía se creaba un nuevo universo en ella, un universo simbólico. Cassirer toma este ejemplo para explicar el simbolismo humano y distinguirlo de los signos o señales. El hombre ya no es más, al modo aristotélico, un animal racional sino un animal simbólico, constituido por el lenguaje, el arte, la religión y el mito. Estos hacen que el sujeto no pueda enfrentarse a la realidad inmediatamente. Como el autor dice: “La realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza su actividad simbólica.”3 Esta
actividad es la produce a la cultura. Las señales se distinguen de los símbolos principalmente por ser particulares, los animales pueden captar las señales mientras que el simbolismo es únicamente humano. Los signos forman parte del mundo físico meramente, son prácticos y no teóricos. En cambio, el símbolo tiene una validez y aplicación general. Esto nos permite pensar que el lenguaje no son signos porque si eso fuese así Hellen Keller nunca habría podido hablar, no podría haber accedido al plano del conocimiento y como vimos, esto no fue así. El material particular no importa si se capta el sentido del lenguaje. Junto con esta distinción se encuentra la diferencia entre lo que Cassirer llama “lenguaje emotivo” y “lenguaje proposicional”. El primero se refiere a los actos que comunican un estado anímico y que corresponden a los animales y a los niños antes de adquirir la capacidad de hablar. Cuando algo no les agrada lloran, o gritan para poder lograr algún propósito. Por lo tanto, se trata de expresiones sentimentales; mientras que el otro tipo de
Cassirer, E.; “Una clave de la naturaleza del hombre: El símbolo” en Antropología filosófica, México, Fondo de cultura económica, 1968, pág.48. 3
5
lenguaje posee una estructura sintáctica y lógica, que se aleja de una necesidad particular para expresar una idea. En primera instancia el niño se relaciona con el nombre como si fuese un signo, es decir, cree que se refiere a cada cosa particular hasta que luego se da cuenta de que un mismo nombre puede hacer referencia a cosas distintas. Por lo tanto, luego de todo este análisis, podemos llegar a la conclusión de que lenguaje tiene una función productiva y no meramente reproductora. Ahora bien, no sólo constituye al mundo objetivo en términos de representación sino que también influye en la construcción del yo personal y del mundo social. Las sensaciones comunicadas a través de expresiones vocales, que permanecen en el plano del lenguaje emotivo, sufren un cambio cuando se explicitan con proposiciones. El yo deviene objeto de la subjetividad. Lo que sucede es que de a poco la conciencia simbólica va quitándole terreno a la emotividad. “…con el lenguaje el hombre no sólo adquiere un nuevo poder sobre las cosas, sobre la realidad objetiva, sino también un nuevo poder sobre sí mismo.”4 Esto ya se veía en la moral griega en donde se debía subsumir a las
pasiones a las ordenes y leyes del logos. También el lenguaje constituye el mundo social. Un niño necesita construir su lengua no sólo desde sí mismo sino en colaboración con el otro. La pregunta por el nombre de las cosas es una prueba, ella instala la relación social y no se trata de una pregunta para poseer el objeto sino para adquirir un conocimiento. El saber se obtiene mediante la pregunta, estamos abiertos a la comprensión del mundo sólo si abandonamos la instancia inicial de afectividad y formulamos la pregunta sobre el por qué. Por consiguiente, el lenguaje hace posible la relación entre un individuo y su comunidad. El hombre que no comparte la misma lengua con su entorno queda excluido también de la comunidad social, tal es el caso de los extranjeros.
4
Cassirer, E.; óp. cit., pág. 34.
6
Conclusión
Una vez realizado todo este análisis podemos llegar a la conclusión de que el lenguaje es constitutivo del mundo de los objetos, al igual que del mundo del yo y del mundo social. Es difícil quizá despegarnos de la concepción antigua que concebía al lenguaje como un mero reflejo de las cosas, nos resulta extraño pensar que tenemos esa capacidad de producir. Pero lo brillante del trabajo de Cassirer es la posibilidad de recurrir a casos concretos en donde se corrobora lo dicho. Por lo tanto, frente a todas estas preguntas que nos hacíamos al comienzo del trabajo sobre la relación entre lenguaje y realidad, podemos decir que la única manera que tenemos de hacer referencia a lo real es nombrarlo. El lenguaje es algo que subyace a todo tipo de reflexión, algo que va a estar siempre que intentemos argumentar sobre cualquier cuestión. Se trata de una herramienta que nos permite no sólo expresar nuestros conocimientos sino nuestras experiencias cotidianas y como tal, refleja la manera de representarnos todo aquello que nos excede. Por consiguiente, nuestro lenguaje está asociado a una metafísica, a una forma de creer cómo son las cosas. Por esto mismo, creo que ante cualquier planteo filosófico debemos recurrir a él. Cada lengua expresa una manera de concebir al mundo diferente del resto por ello cuando aprendemos un idioma no sólo tenemos que aprender su vocabulario sino que tenemos que pensar en esa lengua. Sin darnos cuenta cuando hablamos llevamos en sí una manera de ver las cosas y eso es algo imposible de cancelar.
7
Bibliografía
- Cassirer, E; “El lenguaje” y “Una clave de la naturaleza del hombre: El símbolo” en Antropología filosófica, México, Fondo de cultura económica, 1968.
- Cassirer, E.; “El lenguaje y la construcción del mundo de los objetos” en Psicología del lenguaje, Buenos Aires, Paidos, 1960.
8