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HISTORIA Y FILOSOF A DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Gordon, Scott Historia de la Filosofia de las Ciencias Sociales CAPÍTULO 7
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII El análisis de la fisiocracia del capítulo 5 se propuso principalmente esbozar el modelo económico que se expone en el famoso tablean économique de Quesnay. No constituye un estudio global de la escuela fisiocrática y sirve aún menos como exposición del pensamiento social en Francia durante la última parte del siglo xvm,' antes de la Revolución. La propia fisiocracia no gozó más que de una popularidad fugaz en los círculos intelectuale s, pero hubo muchos otros pensadores sociales franceses importantes en el período, entre los que se incluye Montesquieu, cuyo influyente análisis de la constitución inglesa examinamos en el capítulo 4. Francia era antes de la Revolución un país de un vigor intelectual excepcional: Rousseau, Voltaire, Laplace, Lavoisier, Turgot, Condillac, Condorcet, Diderot y D’Alembert son algunos de los otros nombres que aún se recuerdan hoy.
En las matemáticas, la ciencia natural y las ciencias sociales, todo parecía indicar que Francia se estaba convirtiendo, durante la última parte del siglo xvui, en la vanguardia intelectual de Occidente. La supremacía francesa sólo podía tener un rival serio: Escocia. Es indiscutible que si un observador imparcial del período tuviera que com parar a estas dos do s rivales no habría dudado du dado del resultado resu ltado final: Francia, un u n país de veinticinco millones de habitantes (el doble de la población total del Reino Unido), atrayendo su propio talento y e! del resto de Europa hacia París y la brillante corte de Versa!les; Escocia, con millón y medio de habitantes y sin ningún centro social y político comparable. Fue Escocia, sin embargo, la que se convirtió en el semillero de la ciencia social moderna, que se desarrolló allí como parte de un notable florecimiento que abarcó todos los ámbitos de la actividad intelectual. Desde la perspectiva favorable de principios del siglo xvm, Escocia parecía ser uno de los lugares de Europa con menos probabilidades de que se crease un foco de innovación intelectual. Aunque había rechazado la dominación de la Iglesia católica, había sucedido a ésta una de las formas más rígidas y fanáticas de protestantismo. John Knox (¿15147-1572), el creador del presbiterianismo escocés, era un firme partidario de la enseñanza oficial, pero consideraba que la función de ésta era inculcar una doctrina fijada, no estimular a las mentes inquisitivas. La Iglesia presbiteriana escocesa absorbía todo el talento intelectual que añoraba a la superficie en la sociedad y lo ponía al servicio de la eliminación de toda novedad considerándola herejía. Y luego, de pronto, a mediados del siglo XVIII, se despejaron las nieblas de la ignorancia y Escocia pasó de ser uno de los países más atrasados de Europa a ser uno de los más civilizados. A figurar, de hecho, durante un período, en la vanguardia de los acontecimientos que han llevado a los
131 historiadores a calificar el siglo XVIII como la era de la Ilustración. Esto quizás fuera debido en parte a los vínculos más íntimos con Inglaterra a partir de la Ley de Unión de 1707, que pasaron a ser definitivos con el fracaso de la rebelión jacóbita de 1745; y no hay duda que tuvieron cierta influencia en el asunto los cambios económicos que fortalecieron la industria escocesa en la segunda mitad del siglo XVIII. Pero los historiadores confesarán sin dudar que no se ha podido ofrecer, hasta el momento, una explicación convincente de las razones de esta ascensión de Escocia. Fuesen cuales fueran las causas, constituyó un fenómeno verdaderamente notable. Un historiador moderno de Escocia lo describe así: . : LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
Escocia avanzó muchísimo en los campos del estudio y de la erudición, de la escritura fantástica y del arte creador. Sus universidades eran admiradas en todas partes, se alababa alab aba a sus poetas, novelistas y artistas, sus filósofos e historiadores se ganaron la atención respetuosa de los pueblos civilizados y los libros y revistas que salían de sus prensas influían en la opinión pública del mundo entero (George S. Pryde, Scotlcmdfrom 1603 to thé Present Day, 1962, p. 162). David Hume, él mismo uno de los principales creadores de este fenómeno y su personalidad más destacada de importancia permanente, escribía ya en 1757: Es realmente admirable cuántos hombres de talento produce en la actualidad este país [Escocia]. No es extraño que en una época en que hemos perdido nuestros. príncipes, nuestros parlamentos, nuestro gobierno independiente, incluso la presencia de nuestra nobleza principal, y nos sentimos desgraciados por nuestro acento y nuestra pronunciación, una época en la que hablamos un dialecto muy corrupto de la lengua que utilizamos; no es extraño, repito, que tengamos que ser en estas circunstancias el pueblo que más se distingue en toda Europa por su literatura (citado por E. C. Mossner, Life Mossner, Life of David Hume> Hume> 1980, p. 370). Hume entendía por «literatura» producciones intelectuales de todo género; Escocia se distinguía en las ciencias tanto como en la filosofía y en las artes. La escuela de medicina de la Universidad de Edimburgo era tan famosa que afluían a ella en tropel los estudiantes de todas partes, incluidos los Estados Unidos. Joseph Black, médico y químico de la Universidad de Glasgow y más tarde de la de Edimburgo, contribuyó mucho al progreso de la química elaborando sus teorías del calor latente y el calor específico. Gracias a su descubrimiento del dióxido de carbono, los científicos llegaron a ia conclusión de que había más de un tipo de gas («aire»). Dos de sus discípulos descubrieron el nitrógeno y el estroncio. Black fue amigo de James Watt, al que alentó en sus trabajos para crear el motor de vapor, cuyas consecuencias prácticas fueron trascendentales. James Hutton, otro médico escocés, en un trabajo leído ante la Real Sociedad de Edimburgo en 1785, inició una revolución en la ciencia de la geología al afirmar que la historia de la Tierra se puede explicar extrapolando hacia atrás procesos que aún siguen actuando en el planeta (como, por ejemplo, ia erosión). En las artes, ia principal aportación escocesa fue en la arquitectura: ios hermanos Adam y otros escoceses dominaron la arquitectura innovadora en todo el Reino Unido durante este período. Y los escoceses merecen también mención especial como editores, pues
131 historiadores a calificar el siglo XVIII como la era de la Ilustración. Esto quizás fuera debido en parte a los vínculos más íntimos con Inglaterra a partir de la Ley de Unión de 1707, que pasaron a ser definitivos con el fracaso de la rebelión jacóbita de 1745; y no hay duda que tuvieron cierta influencia en el asunto los cambios económicos que fortalecieron la industria escocesa en la segunda mitad del siglo XVIII. Pero los historiadores confesarán sin dudar que no se ha podido ofrecer, hasta el momento, una explicación convincente de las razones de esta ascensión de Escocia. Fuesen cuales fueran las causas, constituyó un fenómeno verdaderamente notable. Un historiador moderno de Escocia lo describe así: . : LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
Escocia avanzó muchísimo en los campos del estudio y de la erudición, de la escritura fantástica y del arte creador. Sus universidades eran admiradas en todas partes, se alababa alab aba a sus poetas, novelistas y artistas, sus filósofos e historiadores se ganaron la atención respetuosa de los pueblos civilizados y los libros y revistas que salían de sus prensas influían en la opinión pública del mundo entero (George S. Pryde, Scotlcmdfrom 1603 to thé Present Day, 1962, p. 162). David Hume, él mismo uno de los principales creadores de este fenómeno y su personalidad más destacada de importancia permanente, escribía ya en 1757: Es realmente admirable cuántos hombres de talento produce en la actualidad este país [Escocia]. No es extraño que en una época en que hemos perdido nuestros. príncipes, nuestros parlamentos, nuestro gobierno independiente, incluso la presencia de nuestra nobleza principal, y nos sentimos desgraciados por nuestro acento y nuestra pronunciación, una época en la que hablamos un dialecto muy corrupto de la lengua que utilizamos; no es extraño, repito, que tengamos que ser en estas circunstancias el pueblo que más se distingue en toda Europa por su literatura (citado por E. C. Mossner, Life Mossner, Life of David Hume> Hume> 1980, p. 370). Hume entendía por «literatura» producciones intelectuales de todo género; Escocia se distinguía en las ciencias tanto como en la filosofía y en las artes. La escuela de medicina de la Universidad de Edimburgo era tan famosa que afluían a ella en tropel los estudiantes de todas partes, incluidos los Estados Unidos. Joseph Black, médico y químico de la Universidad de Glasgow y más tarde de la de Edimburgo, contribuyó mucho al progreso de la química elaborando sus teorías del calor latente y el calor específico. Gracias a su descubrimiento del dióxido de carbono, los científicos llegaron a ia conclusión de que había más de un tipo de gas («aire»). Dos de sus discípulos descubrieron el nitrógeno y el estroncio. Black fue amigo de James Watt, al que alentó en sus trabajos para crear el motor de vapor, cuyas consecuencias prácticas fueron trascendentales. James Hutton, otro médico escocés, en un trabajo leído ante la Real Sociedad de Edimburgo en 1785, inició una revolución en la ciencia de la geología al afirmar que la historia de la Tierra se puede explicar extrapolando hacia atrás procesos que aún siguen actuando en el planeta (como, por ejemplo, ia erosión). En las artes, ia principal aportación escocesa fue en la arquitectura: ios hermanos Adam y otros escoceses dominaron la arquitectura innovadora en todo el Reino Unido durante este período. Y los escoceses merecen también mención especial como editores, pues
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iniciaron en 1771 la Encyclopaedia la Encyclopaedia Britannica, que siguió siendo durante más de un siglo la publicación más importante de su género en inglés. Y la Edinburgh la Edinburgh Review, fundada en 1802, fue la primera publicación periódica de alta calidad que consiguió convertirse en característica de la vida intelectual moderna. En 1762, Voltaire comentaba: «Es de Escocia de donde recibimos normas de gusto en todas, las artes: desde el poema épico a la jardinería» (Pryde, p. 176). Esta observación pretendía ser sin duda un comentario cáustico sobre la presunción de los escoceses, pero a finales de siglo podía haberse formulado como un comentario lógico y natural. Los pensadores escoceses que más nos interesan son los que aportaron innovaciones a las ciencias sociales. Las principales, figuras fueron Francis Hutche- son, Adam Férguson, Thomas Reid, Dugald Stewart, Lord Kames (Henry Home), Lord Monboddo (James Burnet), David Hume y Adam Smith. Los dos últimos son los que tienen una significación permanente y destacada. No podemos examinar aquí las ideas de todos estos pensadores. Analizaré primero las características generales más importantes del grupo como un todo en el apartado 1 y prestaré luego atención especia! a las ideas e influencias de David Hume y Adam Smith en los apartados 2 y 3 respectivamente. 1. La filosofía moral escocesa Para el lector moderno, el término «filosofía moral» indica la rama de la filosofía que trata de la ética: una parte relativamente pequeña de una de las muchas unidades departamentales del temario de la universidad moderna. En el siglo XVIII, e! término tenía un sentido mucho más amplio; abarcaba no sólo ¡a totalidad de lo que hoy clasificamos como «filosofía», sino la mayoría de las cuestiones que incluimos hoy en las divisiones de ciencias sociales y humanidades de una universidad moderna. Los historiadores han llamado con frecuencia la atención sobre el hecho de que las ciencias sociales evolucionaron a partir de materias que anteriormente se incluían en la filosofía moral, y a veces se deduce de ahí que el origen de la ciencia social moderna fue la ética. Esto es históricamente falso, es un error debido a que se asigna el significado del siglo XX a un un término del siglo xvm. La materia temática de la filosofía moral que más tarde se convirtió en las diversas ciencias sociales no estaba totalmente divorciada de la ética, pero no tenía una conexión particularmente fuerte con ella. En realidad, la fuente principal de inspiración de los pensadores del siglo XVIII fueron los éxitos de las ciencias naturales; Se admiraba en especial el sistema de Newton como un modelo a! que debían aspirar los estudiosos. Alexander Pope, el poeta del siglo xvm, sólo exageraba un poco la opinión de los pensadores de la Ilustración cuando escribió este famoso pareado en su Ensayo su Ensayo sobre el hombre (1733-1734): La naturaleza y sus leyes estaban ocultas en lá noche; dijo Dios «hágase Newton» y todo se hizo luz.
Newton tituló su gran obra Principios obra Principios matemáticos, de filosofía natural (1687), natural (1687), ló cual demuestra claramente que el término «filosofía» no debería interpretarse en su sentido actual. Llamar a un libro de física «filosofía» parecería hoy un mal uso del lenguaje, pero en la época de Newton y a lo largo del siglo siguiente fue la terminología
133 usual. Samuel Johnson comentó una vez que un libro de cocina debería estar basado en «principios filosóficos», con lo que se refería a un conocimiento de las leyes generales que rigen los fenómenos más que a un simple conjunto de recetas que se siguen sin entenderlas. Cuando un autor del siglo XVIII califica una proposición de «antifilosófica» quiere decir que carece dp lo que llamaríamos hoy fundamentos «científicos». El uso moderno del término «ciencia» se inicia a principios del siglo xix. Cuando se utilizaba en el siglo xvm, como lo utilizó, por,ejemplo, Alexander Pope, significaba conocimiento general. H. L. Mencken, en su libro The American Language, indica que, todavía en 1890, la palabra «científico» se calificaba en Inglaterra de «americanismo innoble».• ’ Durante el siglo XVIII se hablaba mucho de ampliar la aplicación de «principios filosóficos» al campo de la conducta humana. Esto es lo que vin.o a significar aproximadamente el término «filosofía moral». El propio Newton había dicho al terminar su libro Óptica (1704) que, si se perfeccionase la filosofía natural por el uso del método.científico, podían esperarse beneficios también para la filosofía moral. Probablemente fuera esto lo que pensaba David Hume cuando escribió la mayor obra filosófica desde Aristóteles y la tituló Tratado sobre ía naturaleza humana, que es una tentativa de introducir el método experimental de razonamiento en cuestiones morales (1739-1740). Hume no entendía por «método experimental» los experimentos de laboratorio, sino, más ampliamente, el enfoque general de las ciencias, que contrastaba notoriamente con los áridos métodos a priori de la filosofía escolástica. En opinión de Hume, el equivalente del experimento del laboratorio era en los fenómenos sociales la historia, que proporciona datos empíricos. El método científico, al utilizar las pruebas de la experiencia aplicándolas a temas morales, llevaría a la creación de una filosofía moral, un cuerpo genera! de conocimientos basado en los principios de la naturaleza humana, al igual que este método, en manos de hombres como Newton, había creado la filosofía natural, un conocimiento basado en el descubrimiento de las leyes fundamentales que rigen los fenómenos naturales. ¿Cómo abordaban los filósofos morales escoceses la «naturaleza humana»? El punto principal que habría que tener en cuenta es que no enfocaban al hombre en términos religiosos o teológicos. No se consideraba al hombre como un hijo de Dios, que participaba de cualidades divinas, con derechos y deberes derivados de su condición especial en un cosmos creado por Dios. Era uno más entre las muchas especies de animales qué vivían sobre el planeta; diferente de los demás animales en aspectos importantes sin duda, pero sin el género de diferenciación categórica en que insistían las religiones que le separaban del resto del mundo natural. La palabra más importante del término «naturaleza humana» era la de «naturaleza», interpretada tal como veían la naturaleza los «filósofos naturales» (es decir, los físicos, médicos, biólogos y otros científicos). La filosofía moral no era más que la rama del estudio general de los fenómenos naturales que trataba del hombre. Esta visión del hombre no sorprende a alguien familiarizado con el pensamiento de Hume, porque Hume era un «escéptico», es decir, un hombre que dudaba de muchas cosas en las que otros creían firmemente, incluyendo, a este respecto, los artículos de fe del cristianismo y, en realidad, toda religión. Pero ese mismo punto de vista sobre ía naturaleza humana lo adoptaron también los demás filósofos morales escoceses, la mayoría de los cuales no compartían el escepticismo religioso de Hume y tendían a hablar LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
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libremente de la «Providencia» o la «Deidad» como si no dudaran de la existencia de un ser trascendente que creó en un principio y continúa'supervisando el universo. Resulta más fácil de entender cómo los hombres de fe religiosa eran capaces de adoptar el criterio de que la existencia humana y la conducta del hombre eran fenómenos naturales si tenemos en cuenta un cambio importante que se produjo en i a teología que adoptaron los intelectuales progresistas durante el siglo xvni. El problema filosófico más fundamental de la teología es el fundamento de 1a propia fe en determinados puntos de ia doctrina o, en realidad, en la existencia misma de un ser supremo. La gran polémica en tomo a esta cuestión, que se inició en el siglo xvn y se prolongó a lo largo del XVIÍI, se desarrolló entre quienes creían que la prueba de la fe religiosa la proporcionaba la revelación (es decir, por ejemplo, la obra de Dios mostrada directamente a! hombre a través de las Sagradas Escrituras, los milagros, etc.) y quienes creían que 1a prueba se hallaba en los fenómenos naturales, cuyo orden probaba que habían sido creados por un ser trascendente. Del mismo modo que la existencia de un reloj es prueba de que tiene que haber habido un relojero, la existencia del mundo natural, tan complejamente diseñado, es prueba de la existencia de un diseñador cósmico. Isaac Newton, en la segunda edición de sus Principios, comentaba que «este bellísimo sistema del sol, los planetas y los cometas sólo podría proceder del consejo y el poder de un ser inteligente y poderoso». Para Newton, estudiar la naturaleza era equivalente a estudiar-a Dios. En el sigío siguiente esto se convirtió en una defensa de la proposición más básica de la teología. Este enfoque de ia teología, al que se denominó «religión natural» o «deísmo», se hizo muy popular entre los intelectuales que se ufanaban de ser modernos, aunque las personas religiosas de mentalidad conservadora considerasen que era prácticamente equivalente al ateísmo directo. Su consecuencia fue desviar la atención de los textos sagrados y los comentarios interminables sobre ellos de generado: nes de teólogos y filósofos escolásticos, y orientarla hacia el estudio empírico de la obra de Dios en la naturaleza. De este modo el cristiano no tenía que convertirse en un escéptico para adoptar eí criterio de que hacer progresarla «filosofía moral» era estudiar las,características del hombre como un fenómeno natural. Por este medio era precisamente por el que realizaba la religión su primera adaptación a la ciencia. ' \ Pero no basta con considerar al hombre un fenómeno natural para dotar de fundamentos a la ciencia social. Si pretendemos establecer leyes generales, como los demás científicos, ha de haber una uniformidad suficiente en la naturaleza humana para justificar la validez de proposiciones generales. El rasgo más notable del pensamiento de los filósofos escoceses fue, en parte, su insistencia en ía semejanza de los seres humanos. Se apartaban con-ello de forma notoria de la opinión común contemporánea, incluso entre los cultos (o puede que sobre todo entre ellos). Cuando se encuentra, en un libro del siglo xvm, el término «pueblo», lo más probable es que el autor pretenda referirse a mucho menos de la. mitad de la población, excluyendo los «estamentos inferiores», a los que se consideraba más próximos a las «bestias» que al «pueblo» en su carácter intrínseco, y en su estatus correspondiente en el orden social. La idea de que los hombres difieren enormemente era apoyada durante esta época por una corriente continua de crónicas de viajes a tierras inexploradas en las que se destacaban, y' exageraban, las
135 prácticas desconocidas y a veces extrañas que habían observado los viajeros, que demostraban la existencia de seres que, aunque miembros de 1a especie biológica Homo sapiens, no podía considerarse que compartieran una naturaleza común con los europeos o, al menos, con aquellos europeos que escribían y leían libros. Sin embargo, los filósofos morales escoceses insistían en la uniformidad de la naturaleza humana. Las narraciones sobre tierras exóticas las consideraban prueba de la diversidad de la cultura humana, no de diferencias en la naturaleza humana básica. Francis Hutcheson advertía contra la tendencia a contemplar con asombro las prácticas de otras culturas, lo mismo que podríamos contemplar fascinados la conducta de animales extraños. Kames y Monboddo, los miembros del grupo con mayor interés por lo que hoy llamamos antropología, se tomaron esta cuestión a pecho y se esforzaron por cribar las crónicas sensacionalistas de culturas exóticas para obtener el oro auténtico: los rasgos comunes de 1a humanidad. David Hume, que fue, como historiador, uno de los creadores de la historiografía moderna, adoptó la opinión de que «ia humanidad es prácticamente la misma, en tocias las épocas y lugares, hasta el punto de que la historia no nos informa de nada nuevo o extraño a este respecto. Su utilidad principal es únicamente descubrir ios principios constantes y universales de la naturaleza humana». La adopción de este punto de vista por Adam Smith se convirtió en el fundamento de la teoría económica, como luego veremos. Es importante apuntar aquí que se convirtió también en la base de la economía normativa, pues cuando Smith investigó «la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones», incluía a todos los habitantes dentro del término «nación», lo que le llevó inmediatamente a declarar (para sorpresa de algunos de sus contemporáneos) que una nación no puede considerarse rica si sus clases más bajas (que constituyen el mayor número) son pobres. Antes de Adam Smith la actitud habitual era considerar a los miembros de la clase trabajadora proveedores necesarios de fuerza de trabajo en una empresa cuyo principal objetivo era aumentar el poder y la magnificencia de la «nación», representada por sus «estamentos superiores». Al considerar a la clase trabajadora parte integrante de la nación cuya cultura y riqueza estudiaban, Smith y el resto de escoceses prepararon las bases para el desarrollo del utilitarismo,, que se convirtió en la filosofía social más influyente del siglo xix. Fue Francis Hutcheson quien acuñó el lema «la mayor felicidad para el mayor número», frase que Jeremy Bentham y sus discípulos utilizaron como credo utilitarista. A los filósofos morales escoceses les interesaba sobre todo la conducta social del hombre. Pero se trataba de una mayor precisión en el enfoque más que una limitación del campo, puesto que, en su opinión, el hombre es por naturaleza un animal social. El hombre no es único en este aspecto, igual que no lo es en otros. Lord Kames pensaba que se podía aclararen parte la sociaíidad humana estudiando la conducta de otras especies de mamíferos que viven en grupos, e hizo algunos intentos de reunir información sobre ello. Lo que diferencia ai hombre del resto de los animales es que su vida social se desarrolla por medio de una estructura de instituciones sociales, muy complejas en lás sociedades avanzadas, que desempeñan funciones esenciales en la enculturación de los menores y organizan las actividades de los individuos en una empresa colectiva coordinada. Así pues, el gran interés de los escoceses por las instituciones sociales era reflejo de su opinión de que el hombre es inevitablemente un ser social, y que su capacidad para llevar una buena vida y mejorar en ella depende de la calidad de su organización política, social LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
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y económica. Los filósofos escoceses prestaron atención respetuosa a la tesis de Rousseau de que las instituciones sociales son perjudiciales y pervierten el carácter primario del hombre en su estado natural idílico, pero el francés con quien estuvieron más de acuerdo fue Montesquieu, que afirmaba que era puro disparate concebir al hombre como otra cosa que una criatura social. «El hombre nace en sociedad y en ella permanece», era un comentario de Montesquieu que los moralistas escoceses citaban a menudo. Para los filósofos escoceses, y para algunos otros escritores del momento, el carácter dual del hombre planteaba un problema que se relaciona con el núcleo básico de la ciencia social. Como individuos somos egocéntricos, pero como miembros de la sociedad albergamos sentimientos de benevolencia hacia otros y a veces actuamos de una forma que refleja altruismo más. que egoísmo. ¿Cómo se armonizan estas características aparentemente opuestas? Ya vimos que Hume analizaba el problema del orden social exclusivamente en función del egoísmo; los individuos egocéntricos suscriben un contrato social y se someten a un soberano, no por el bien de los demás o por algo que pudiese describirse vagamente como el «bien público», sino cada uno en beneficio propio. Este prístino individualismo no atraía a los filósofos escoceses, ni como psicología ni como ciencia social. La gran aportación de Adam Smith fue demostrar que el poder de un soberano absoluto no es el único medio de conseguir orden social en un mundo de individuos egocéntricos, pero su primer libro, Teoría.de los sentimientos morales (1759), estaba dedicado a un estudio de psicología social, y no en la tendencia del hombre a desear el bienestar de los demás. Smith no ofrece ninguna solución al conflicto evidente entre egoísmo y be-t nevolencia, dando así origen a un debate, que no ha cesado aún, sobre si los sentimientos morales y la riqueza de las naciones son o no. contradictorios en su concepción de la naturaleza psicológica de! hombre. Pero algunos de los contemporáneos escoceses de Smith sí.abordaron el problema. David Hume afirmaba, en su Tratado sobre la naturaleza humana, que todo el mundo tiene en cuenta el bienestar de las demás personas, pero que no se le da tanta importancia como al propio. La importancia que se le otorgue puede ser grande si la otra persona es un miembro de la familia, pero disminuye respecto a los menos próximos, y puede llegar a ser muy pequeña cuando se considera el bienestar de personas que pertenecen a culturas muy distintas. Lo que Hume tenía en la cabeza era la idea de lo que los sociólogos modernos llaman «distancia social». Es decir, argumentaba que, si bien no se desdeña completamente el bienestar de los demás, se desconsidera progresivamente a medida que aumenta la distancia social.. Algunos autores (entre ellos Francis Hutcheson, profesor de Smith) habían trazado ya, antes de Hume, un paralelismo entre los efectos de la distancia social y la ley de la atracción gravitatoria de Newton, afirmando incluso que la mencionada tendencia psicológica se ajustaba a la fórmula específica de éste, según la cual Ja fuerza de atracción entre,dos masas es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. La ciencia social de principios del siglo xix dejó a un lado el problema de cómo pueden armonizarse la benevolencia y el egoísmo como propiedades de la naturaleza humana, debido al predominio de la psicología utilitarista, centrada exclusivamente en e¡ propio interés, pero el problema volvió a plantearse en la sociología moderna y, recientemente, en la economía, siguiendo la misma línea de enfoque que había propuesto Hume dos siglos antes.
137 En cuanto ai sector de la ciencia social que había experimentado un desarrollo significativo antes de la época de la Ilustración escocesa (la teoría política), los moralistas escoceses rechazaron con firmeza la metodología imperante. Como vimos en el capítulo 4, el enfoque del análisis político que adoptaron Hobbes y Locke fue concebir la institución del Estado como una maquinaria creada por una actuación definida, un contrato o alianza acordada por individuos en el «estado de naturaleza». En mi opinión, creo que los escoceses se daban cuenta dé que Hob- bes y Locke no pretendían que se interpretara esto literalmente como descripción histórica de unos sucesos reales, pero les parecía gravemente engañoso incluso como esquema hipotético o metafórico. David Hume, Adam Smith, Adam Fergu- son y otros atacaron con firmeza el concepto de sociedad basado en un contrato. El concepto de «estado de naturaleza» se consideraba inadmisible, puesto que el hombre siempre había vivido dentro de un marco de instituciones sociales, y algunas en concreto, como el Estado, se habían ido formando de un modo natural y gradual. Pensar que hubiera podido instituirse el Estado por medio de un contrato diferenciado, o incluso pensar que constituía un contrato implícito o un contrato hipotético era, en su opinión, una forma estéril de abordar sü estudio. •Esta actitud frente a la teoría contractual de la sociedad y del Estado se gene ralizó durante el siglo xix. Aunque se seguía respetando a Locke por su filosofía empírica del conocimiento y por el impulso liberal de su teoría política, perdió apoyo el enfoque contractual. A medida que fue desarrollándose la ciencia política, fue centrándose sobre todo en la evolución de las instituciones políticas -y de sus papeles funcionales en la organización social. Ha habido en años recientes un resurgir de la teoría contractual, del que es ejemplo en el campo de la filosofía ética la obra de John Rawls Teoría de la justicia (1971), y el análisis de las instituciones colectivas que ha iniciado The Calculas of Consent (1962) de J. M. Bu- chanan y Gordon Tullock. Como indicábamos en el capítulo 4, cuando analizábamos la teoría política del siglo xvn, Hobbes sostenía que era necesario un gobierno de poder sin limitaciones para el mantenimiento del orden social, para impedir que estallase el conflicto anárquico de todos contra todos. Los moralistas escoceses no sólo rechazaban la concepción de la sociedad de Hobbes basada en una alianza entre sus miembros, sino también su concepción de! papel de! Estado en el orden social. Para ellos, la sociedad funciona como una empresa coordinada en gran parte porque se autogo bierno, ‘al igual que sucede en el mundo natural. Todo newtoniano puede argumentar sin problemas que Dios hizo las leyes de la naturaleza pero que, una vez establecidas, son esas leyes, no la intervención de Dios, quienes controlan la órbita de los planetas o la caída de una piedra. Los filósofos escoceses consideraron el campo de la conducta humana regido, de modo similar, por leyes semejantes a las leyes de la naturaleza, no por leyes hechas por soberanos o legisladores y aplicadas por la policía y los tribunales. Suele atribuirse a Adam Smith ia idea de que el sistema social se apoya en un mecanismo natural de orden espontáneo, debido a la importancia que esa idea tiene en La riqueza de las naciones, pero ésta era una concepción de la sociedad generalizada entre los moralistas escoceses y no hay ningún motivo real para atribuirla específicamente a Smith, que nunca la reclamó como suya. Como vimos en el capítulo 5, los fisiócratas tenían en Francia la misma idea. Este concepto de un LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
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orden espontáneo (orden social sin que nadie dé órdenes; orden sin estructura jerárquica) tuvo una enorme importancia en la evolución posterior de las ciencias sociales, especialmente de la economía. A partir del siglo XVIIÍ puede considerarse que toda la economía (incluida la economía marxiana) es en parte un análisis de cómo opera este orden espontáneo, como base necesaria para valorar sus funciones según los objetivos o fines previstos o como fundamento de propuestas para modificar su funcionamiento o para sustituirlo por otros métodos de coordinación, con el fin de lograr una mayor eficacia en la consecución de esos objetivos o de otros. La cuestión dte cómo se logra y se mantiene el orden social es también, claro está, un tema básico de otras ciencias sociales, y una cuestión de gran importancia en la filosofía política. La idea de orden espontáneo se analizará más detenidamente en este mismo capítulo y en el capítulo 10, donde veremos que algunas versiones de ella proceden del concepto metafísico de «armonía natural», una idea.que no es atribuible a Adam Smith ni a| resto de los filósofos escoceses. Pero tendremos que aplazar, por ahora, el análisis de esta cuestión. Antes-de dar por terminado este repaso de los escritores escoceses del siglo xvin hemos de abordar otra cuestión. He procurado no denominarlos con un término colectivo como «escuela escocesa», y menos aún con un epónimo como «hutchesonianos» o «smithianos», o algo similar. El motivo de ello es que, aunque el grupo compartía las ideas generales que hemos expuesto, discrepaban en muchas.cuestiones y estaban satisfechos de discrepar; ninguno de ellos sentía necesidad de ajustar sus opiniones a las de otro con el fin de llegar a una doctrina común. No tenían un «jefe», no formaban una secta, no hacían propaganda de un conjunto de ideas que consideraran un núcleo doctrinal. Se conocían bien entre ellos y discutían, pero sin pretender fundar ningún tipo de institución. Esto contrasta notoriamente con los fisiócratas, y, como veremos más adelante, con numerosas tendencias de la ciencia social del siglo XIX. Uno de los temas importantes que se halla presente a lo largo de la historia de la ciencia social es la tendencia de ios científicos sociales a formar facciones dedicadas a defender una doctrina o a propagarla, en vez de realizar investigación científica (y a veces como si lo fuera). Los moralistas escoceses, curiosamente, estaban libres de esta característica tan generalizada de la naturaleza humana. 2.
David Hume (1711-1776)
David Hume era e! más pequeño de los tres hijos de Joseph Hume, el cual vivía una vida desahogada desarrollando conjuntamente las actividades de abogado en Edimburgo y propietario rural de una finca modesta que había heredado de sus antepasados. El biógrafo moderno de Hume dice de la familia que «aunque no destacaban por su riqueza, los progenitores de David Hume disfrutaban de una posición desahogada y eran lo suficientemente distinguidos para transmitir cierto orgullo de estirpe a su hijo más famoso» (E. C. Mossner, The Life of David Hume, 1980, p. 7). Joseph Hume murió cuando David tenía sólo dos años de edad, así que las influencias de la primera etapa de su educación, que constituiría la base de la
139 formación del gran filósofo, deben atribuirse a su madre, que no volvió a casarse y se consagró a la administración de la hacienda y a educar a sus hijos. La instrucción inicial de éstos corrió a cargo de tutores hasta que se consideró a David y a su hermano lo suficientemente preparados como para ingresar en la Universidad de Edimburgo. Sucedió esto en 1722, cuando David tenía 1.1 años y su- hermano John, 13; en el siglo XVIIÍ los jóvenes maduraban antes que hoy. David estuvo tres años en Edimburgo y al parecer fue durante ese período cuando empezó a desarrollar las ideas que tanto habrían de influir en la filosofía occidental. David, al ser el más pequeño de los dos hijos, sabía desde la juventud que tendría que ganarse la vida, porque, de acuerdo con la institución imperante del mayorazgo, la finca familiar la heredaría su hermano mayor. Él tenía una pequeña herencia propia, suficiente para vivir, pero nada más. Decidió hacer fortuna, y hacerse famoso además,.escribiendo, y empezó a hacerlo con toda seriedad hacia los dieciocho años; dedicándose a estructurar las tesis de un libro que se publicaría diez años después con el título de Tratado sobre la naturaleza humana (vols. I y II, 1739, voi. III, 1740). Hume acabó logrando fama y fortuna, pero no como había pensado. La atención que se otorgó al Tratado fue escasa y no se vendió lo suficiente para que se publicara una segunda edición en vida del autor. Hume intentó superar la impopularidad del Tratado publicando una versión corregida y simplificada de sus ideas que tituló Ensayos sobre el entendimiento humano (1748) e Investigación sobre los principios de la moral (1751). Estos libros no tuvieron las consecuencias deseadas respecto a la popularidad de Hume como escritor, pero éste había empezado a publicar al mismo tiempo trabajos breves sobre cuestiones políticas y sociales que fueron muy bien recibidos y le proporcionaron mucha fama como pensador y como maestro de la prosa inglesa. En la década de 1750 empezó a escribir y a publicar, en volúmenes sucesivos, su Historia de Inglaterra (6 vols., 1754-1762), que consolidó su reputación en el mundo literario. Hume no fue reconocido en vida como filósofo importante: en realidad, no lo fue hasta que Immanuel Karst comprendió que había planteado el problema más im portante de la filosofía y consagró su propia inteligencia'vigorosa a dar solución a lo que pasó a conocerse como el «problema de la inducción». Gran parte del pensamiento filosófico importante de los dos últimos siglos ha girado en torno a este problema, y a otros problemas que planteó Hume. La importancia de éste en la filosofía occidental es hoy indiscutible. El que se menospreciara a Hume como filósofo durante su vida no significa * que pasasen inadvertidas sus ideas. Su filosofía era escéptica, inducía a dudar de muchas cosas que anteriorrfiente se daban por supuestas. Respecto a la religión, resultaba evidente para cualquier lector que Hume no era cristiano, que dudaba de la validez de los argumentos que pretendían demostrar la existencia de Dios y, en realidad, de que fuese demostrable por algún método racional semejante proposición. Además, es evidente que tenía una pobre opinión de las instituciones religiosas organizadas. La Iglesia católica incluyó su nombre en el índice de libros prohibidos en 1761, citando simplemente opera omnia (todas sus obras), prohibiendo así todos los escritos del gran hereje, anteriores y futuros, de un modo simple e indiscriminado. La Iglesia de Escocia intentó excomulgarle en 1755- 1757. La tentativa fracasó, principalmente porque se reconoció que se basaba en el supuesto anacrónico de que LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
140 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES Hume estaba sometido a la jurisdicción de la Iglesia. En otra época, o en otro país, Hume habría sido quemado y sus libros con él, pero en la Escocia del siglo XVIII la asamblea general de la Iglesia presbiteriana- escocesa sólo consiguió ponerse en ridículo. Sin embargo, la oposición a Hume por su escepticismo genera! y sus opiniones sobre la religión bastó para impedir que se le nombrase para un puesto de profesor universitario, cosa que^a él le habría gustado. El ataqúe más vigoroso de Hume a la religión no se publicó hasta después de su muerte, aunque lo había escrito veinticinco años'antes (Diálogos sobre la religión natural, 1119). Dentro del ámbito de este estudio hemos de limitamos a abordar el. significado de Hume para la historia y la filosofía de las ciencias sociales. La filosofía general de Hume, tratando como trata de la naturaleza del conocimiento y la condición de conceptos tan cruciales como la causalidad, no es separable de los temas fundamentales.de la filosofía de'la ciencia social, pero embarcarse en el estudio de su filosofía del conocimiento en su relación con la ciencia social, sería una'tarea demasiado ardua. Así pues, en el cuerpo general del texto que sigue me limitaré a centrarme en las aportaciones más directas de Hume a la ciencia social En las «notas» que siguen a este apartado se ofrece un breve esbozo de la filosofía general de la ciencia de Hume, y se intenta mostrar su relación con cuestiones como las que se plantearon en el capítulo 3 sobre las «leyes sociales». Ya nos referimos antes, en el apartado 1, a la tensión que existía en el pensamiento de la Ilustración escocesa entre el reconocimiento del hombre como uña criatura social y la insistencia en'su individualidad. Esta tensión ideológica es notoria en el pensamiento de David Hume. Veamos cómo intentó resolverla. El problema se centra en la dualidad de egoísmo y benevolencia en la naturaleza del hombre. Thomas Hobbes había afirmado que el hombre es una criatura absolutamente egocéntrica, tanto en el «estado de naturaleza» como, después del contrato, en la^sociedad civil. Hume rechazó la posición dé Hobbes porque según él no reconocía que la sociedad es parte de la naturaleza del hombre. ¿Significa eso que el hombre es benévolo por naturaleza con sus semejantes? Como decíamos antes, Hume sostenía, siguiendo a otros filósofos escoceses, que el hombre es egoísta en el sentido de que valora su propio bienestar por encima del de los demás. Pero no hasta el punto de que asigne un valor cero a éste. Una persona egocéntrica puede sacrificar su propio bienestar por el de los demás si la pérdida es para él pequeña y la ganancia grande para otros. Además, un individuo valoraría el bienestar de otros de forma distinta según su proximidad social a él, una idea que se relaciona con una proposición importante de la sociología social: la tendencia de la mayoría de los individuos a prescindir del bienestar de otros en
141 proporción directa con su grado de «distancia social» respecto a ellos. Partiendo de este razonamiento, se comprende fácilmente lo que Hume pensaba al afirmar que el problema de la justicia sólo surge en un mundo de escasez económica, cuyos habitantes muestran una «generosidad reducida» hacia sus semejantes. Debido a la escasez no puede aumentar el bienestar de todos de forma ilimitada, por lo que surge el problema de cómo han de distribuirse entre los individuos los escasos bienes de los' que se dispone; «generosidad limitada» no es más que la forma que tiene Hume de expresar lo que los sociólogos, modernos llaman «descuento de distancia social». Hume razonaba a veces como si las cuestiones morales no fuesen más que cuestión de costumbre y de convención, lo que parecería llevarnos a un grado de relativismo moral que pocas personas estarían dispuestas a aceptar. Pero su objetivo principal a este respecto no era socavar nuestros juicios morales, sino poner en entredicho los argumentos con que se defendían; al igual que en su examen de la religión no atacaba las doctrinas concretas del cristianismo, ni las de ninguna otra religión, sino las «demostraciones» que los creyentes esgrimían pretendiendo demostrar que sus doctrinas eran verdaderas. Hume sostenía que no es posible demostrar la veracidad (o la falsedad) de afirmaciones relativas al bien y al mal moral (o a cualquier otro juicio de valor). La primera parte del libro III del Tratado sobre la naturaleza humana, que contiene su argumentación sobre este punto, termina atacando a ios que van de afirmaciones que incluyen la forma verbal es a las que incluyen la forma verbal debería sin admitir que pertenecen a ámbitos del discurso categóricamente distintos. Esta argumentación de Hume desencadenó una polémica que se ha prolongado hasta.el presente, conocida en la literatura filosófica como la dicotomía «ser/deber» o «hecho/valor». Hay aún grandes esperanzas de que los mundos del «ser» y el «deber» puedan conectarse rigurosamente, que la moralidad pueda llegar a ser «científica», derivarse del conocimiento empírico del mundo material;, o «lógica» derivada del razonamiento deductivo partiendo de premisas axiomáticas. Nadie ha conseguido demostrar hasta el momento convincentemente cómo puede efectuarse esa conexión, de modo que parece probable que sea correcta la propuesta de Hume de que, por incómodo que pueda resultarnos, no podemos considerar los juicios morales y otros juicios de valor derivables de pruebas empíricas y/o de un. razonamiento a priori. Esto no significa que las cuestiones morales no puedan discutirse racionalmente o que el conocimiento empírico no tenga ninguna relación con ellos, y Hume proseguía en el resto del libro tercero del Tratado hablando incisivamente sobre la justicia y otras cuestiones similares. Partía para ello de que la observación de la conducta provoca en los demás ciertos sentimientos de aprobación o desaprobación, igual que otros datos sensoriales nos producen «impresiones» respecto a las propiedades físicas de los objetos. Las limitaciones de espacio que nos hemos marcado no nos permiten examinar más profundamente aquí la teoría moral de Hume, pero deberíamos añadir dos cosas sobre ella anticipando nuestro análisis posterior. Primero, la relación que establece Hume entre el sentido moral y sentimientos de «placer» y «dolor» asociados con la observación de la'buena y la mala conducta formaban parte de una vía de pensamiento que desembocaría en la filosofía del utilitarismo, que se convirtió en una influencia poderosa en la teoría y la práctica social en el siglo xix. En segundo lugar, la teoría de Hume invita a una mayor investigación de cómo desarrolla el hombre un «sentido moral». Esta investigación fue el tema de Teoría LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO'XVIII
142 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES de los sentimientos morales (1759), el primer libro de Adam Smith. .. .. ' Prestemos ahora un poco de atención a la teoría política de Hume. Vimos en el capítulo 4 cómo Hobbes atribuía la aparición del poder del Estado a las deficiencias extremas del estado de naturaleza, y cómo Locke consideraba que el Estado era una invención institucional cuya finalidad era garantizar a cada individuo el disfrute de sus derechos naturales. Hume tenía una pobre opinión de todas las versiones de la teoría contractual del Estado, y prefería considerarlo como un elemento necesario de una institución mayor (la sociedad) que. se había desarrollado de un modo mucho más espontáneo y natural de lo que ia teoría contractual presuponía. Para entender la posición de Hume a este respecto hemos de volver al concepto de escasez. He aquí un pasaje del Tratado (libro III, parte II, sección II): De. todos los animales que pueblan el globo terráqueo no hay ninguno con el que . parezca a primera vista haber mostrado la naturaleza más crueldad que con el hombre, por las innumerables necesidades y carencias con las que le ha cargado y por la debilidad de los medios que le proporciona para satisfacer esas necesidades. Pero el hombre, aunque inferior a otros animales como individuo, es capaz de aumentar su poder por asociación social: Sólo por la sociedad es capaz de superar sus deficiencias, y elevarse hasta una posición de igualdad con las otras criaturas, e incluso alcanzar una superior!• dad sobre ellas. Por la sociedad se compensan todas sus debilidades; y aunque
en esa situación sus necesidades se multiplican constantemente, sus capacidades aumentan aún más,-y' le hacen sentirse en todos los aspectos más satisfecho y feliz de lo que podría llegar a ser en su condición salvaje y solitaria. Así pues, $n opinión de Hume, Dios nunca había dado al hombre dominio sobre la tierra, ni estaba dotado el hombre con capacidad física suficiente para disputársela a otros animales, pero había alcanzado el predominio a través de la organización social. Hume se adelantó a Adam Smith al percibir que la especiali- zación funcional («división del trabajo») es el origen del gran poder productivo del hombre, al comprender que la especialización exige comercio y al percibir que un sistema de mercados no puede funcionar sin una estructura básica de normas comunes de conducta establecidas y aplicadas por la autoridad del Estado. La tarea real de ¡a ciencia política es, por tanto, estudiar las diversas formas de organización estatal para poder conseguir generalizaciones que sean independientes de las características personales de quienes ocupan cargos oficiales (véase el ensayo de Hume «Que la política debe ser reducida a una ciencia»). Desde la época de Platón a nuestros días, el estudio de la política ha sido una disciplina mixta, centrándose unos científicos políticos en personalidades y tratando cada acontecimiento político como más o menos único, y analizando otros la estructura de la organización social e intentando llegar a principios generales aplicables a muchos acontecimientos y condiciones de carácter político. Es evidente que Hume pensaba en ésto último cuando se refería a la posibilidad de convertir la política en una «ciencia». Probablemente hubiera llegado a la conclusión-de que esto es mucho más difícil de lo que suponía de haber podido examinar el desarrollo de la ciencia política en los dos
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
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siglos posteriores a su muerte. La posición de Hume respecto a la economía quizás hubiera sido diferente, puesto que ha resultado ser mucho más fácil «reducir a una ciencia» el estudio de los fenómenos económicos. Hume no escribió ninguna obra general de economía, pero algunos de sus escritos breves sobre temas económicos tienen un gran interés desde el punto de vista de la historia y de la filosofía de la ciencia social. Sólo analizaré aquí el más famoso de ellos, el de la «balanza de comercio». Este trabajo es un precedente de La riqueza de (as naciones (1776) de Adam Smith porque Hume argumenta en él en contra de las tarifas aduaneras y de otras intervenciones del Estado en el comercio internacional, pero su principal interés reside en la forma de desarrollar la argumentación, en la que se anticipa claramente a la metodología de la economía moderna. La cuestión del comercio internacional, y la política del Estado en relación con él, era uno de los asuntos dominantes de la polémica sobre el papel del Estado que tuvo lugar a lo largo del siglo xvni. Hacía mucho que las relaciones internacionales constituían un objetivo primordial del análisis político y del interés académico, pero antes del siglo xvn, en países como Inglaterra, el interés se centraba sobre todo en cuestiones como las sucesiones dinásticas, las alianzas por tratado o por matrimonio y, por supuesto, la guerra. Durante el siglo xvu la expansión del comercio provocó un desplazamiento del interés de los aspectos políticos de las relaciones internacionales a los aspectos económicos, no sólo porque el comercio en sí estaba adquiriendo cada vez una mayor importancia, sino por la notoria rele-, vancia que tenía en cuestiones no económicas, como el poder militar, la influencia diplomática, etc. Este nuevo interés por el comercio internacional como «un asunto de Estado», en palabras de Hume, formaba parte de una tendencia más general de la política económica a la que los historiadores han dado el nombre de «mercantilismo». Este término no alude a un sistema coherente de teorías e ideas económicas, sino al conjunto heterogéneo de políticas que se desarrollaron poco a paco durante los siglos xvu y xvni y que constituían, en la época de Hume, un extenso complejo de normas que afectaban a casi todos los aspectos de la actividad económica. La regulación de! comercio internacional mediante tarifas, embargos y otros instrumentos era una parte de este complicado complejo de regulación económica. Su objetivo principal era conseguir una «balanza favorable del comerció», que las exportaciones excediesen a las importaciones. Se defendía esto con varios argumentos, uno de los cuales era que esa balanza comercial favorable significaría un aflujo al país de lingotes y monedas (oro y plata), que se consideraba en cierto sentido sumamente deseable. Hume abordó esta cuestión de un modo que ha caracterizado a la economía a partir de entonces en tres aspectos importantes: 1) en vez de disputar sobre si una reserva mayor de metales preciosos es deseable o no, se preguntó si era en realidad alcanzable. 2) Para responder a la primera cuestión examinó los efectos secundarios y terciarios de un aumento de los metales preciosos. 3) Para llevar esta investigación de los efectos a una conclusión (en vez de continuar indefinidamente) utilizó un concepto de la mecánica física: el equilibrio! La argumentación de Hume puede expresarse del modo siguiente:
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HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES Inglaterra
Aumento de dinero Subida de precios Aumento de importaciones Disminución de exportaciones Salida de dinero
Ot ros países
Aumento de exportaciones Disminución de importaciones Entrada de dinero -
¿Qué sucedería si aumentara bruscamente; la oferta monetaria del‘paí s? Se
produciría inmediatamente un aumento de ios precios. Esto movería a los ingleses a consumir más productos extranjeros, puesto que pasarían a ser relativamente baratos, y los extranjeros consumirían menos productos ingleses, puésto que pasarían a ser relativamente caros. El efecto sería que Inglaterra importaría más y exportaría menos, y el metal monetario se enviaría a otros países en pago, y estos países importarían menos y exportarían más. Los precios empezarían a caer entonces en Inglaterra y a aumentar en otros países. Este proceso continuaría hasta que hubiese salido de Inglaterra metal suficiente para que en otros países subieran los precios hasta volver a la relación anterior. Del análisis de Hume se deduce claramente que éste consideraba que el mismo análisis demostraba por qué una política de restringir el comercio internacional a través de tarifas aduaneras y prohibiciones tendría efectos contraproducentes similares. SÍ Inglaterra reducía las importaciones, su exceso de exportaciones produciría un aflujo de metales monetarios que elevaría los precios, con lo que..etc., etc. Se trata de un modelo de equilibrio prototípico: presupone un, estado de equilibrio de las relaciones; introduce una modificación; sigue la cadena de consecuencias hasta que se restaura el equilibrio; compara el nuevo equilibrio con el anterior para ver cuáles son las consecuencias permanentes de la modificación, si es que hay alguna. (Hume demostró también en otros ensayos que pueden producirse acontecimientos importantes durante la transición de un equilibrio a otro, una cuestión que ios economistas no han empezado a examinar analíticamente hasta fechas recientes.) Todos los elementos individuales del modelo de Hume eran bien conocidos en su época, pero él fue el primer autor, o uno de los primeros, y desde luego el más destacado, que los agrupó en un modelo de equilibrio. Es por esto por lo que, pese a lo reducido de sus escritos económicos, ocupa un primer puesto en la historia intelectual como uno de los primeros economistas analíticos. Los fisiócratas fueron más globales en su enfoque, pero Hume fue más incisivo metodológicamente. NOTA 1: LA EPISTEMOLOGÍA DE HUME
Ya indicamos en el capítulo 4 que, aunque John Locke ejerció una gran influencia en la política occidental a través de su segundo Tratado sobre el gobierno, su importancia en la filosofía de la ciencia se debe a sus esfuerzos para determinar los fundamentos empíricos del conocimiento en el Ensayo sobre el entendimiento humano. También hemos de apuntar que la posición que Hume ocupa en la filosofía de la ciencia no nos la indica adecuadamente un examen limitado de sus obras políticas, económicas e históricas. En el capítulo 4 expusimos la teoría del conocimiento de Locke sin hacer comentarios. No
145 es posible exponer la historia y la filosofía de la ciencia social sin prestar más atención, a la aportación de Hume a la filosofía fundamental que la dedicada a Locke. En esta nota se ofrece un breve resumen de la epistemología de Hume, su teoría de cómo el hombre adquiere conocimiento, lo cual provocó en la filosofía occidental una conmoción tan profunda que. persiste aún. Hume siguió a Locke en su planteamiento de que el conocimiento se basa en la experiencia empírica, pero, en vez de proporcionamos seguridad, consideró que este hecho nos lleva a planteamos dudas fundamentales sobre las bases de nuestro conocimiento. Como dijo Bertrand Russell: «En Hume, la filosofía empirista culminó en un escepticismo que nadie podía refutar y nadie podía aceptar.» A partir de Hume, la única filosofía abierta al individuo racional no será una filosofía correcta, pues no hay ninguna, sino una filosofía que posee sólo la virtud negativa de evitar ser totalmente errónea, ridicula e irrelevante para ios intereses humanos. La epistemología de Hume es «empírica» en dos sentidos: primero, destaca que nuestro conocimiento se basa en todas las impresiones que recibimos a través de nuestros sentidos; y segundo, reconoce que la teoría del conocimiento es en sí misma, una ciencia empírica que investiga el funcionamiento de la inteligencia humana. La opinión de Hume sobre la inteligencia es que se trata de un aparato razonador, pero no tiene nada sobre lo que razonar hasta que no se lo proporcionan los datos sensoriales. En el lenguaje moderno es, en origen, como un ordenador que sale de la fábrica y aún no se le ha introducido información ni se le han instalado programas. Hume rechazaba por completo, al igual que Locke, la doctrina de que la mente estuviera dotada, por su propia naturaleza, de «ideas innatas». Incluso conceptos tan fundamentales como espacio, tiempo y la relación causaefecto procedían, según Hume, de la experiencia. Continuando su análisis de la inteligencia, Hume dividía todos los fenómenos mentales en dos categorías: «impresiones», es decir, experiencias sensoriales inmediatas; e «ideas», es decir, recuerdos de las impresiones que se han experimentado o reflexiones sobre ellas. Para Hume estaba claro que la experiencia sensorial es la materia prima de todo conocimiento; las ideas, los conceptos generales, las teorías, los universales y todas las cosas similares son secundarias o derivadas. Esta opinión, la de que todo conocimiento se deriva de la experiencia sensorial, nos lleva directamente al «problema de la inducción»: Independientemente de cuántos cisnes hayamos visto, y de los que hayan podido ver otros, no hay ninguna justificación para formular la proposición de que todos los cisnes son blancos. Si todos los cisnes que se han observado han sido blancos puedo decir esto, pero afirmar que la blancura es una propiedad de todos-,los cisnes no está garantizado, puesto que no se han observado todos los cisnes (pasados, presentes y futuros) y no es posible observarlos. Como lo que la ciencia pretende es establecer proposiciones empíricas generales, el argumento de Hume significa que los científicos están embarcados en una empresa cuyo éxito es imposible. Esto no es sólo cierto en casos triviales, como una proposición sobre el color de los cisnes, sino que es aplicable a todas las proposiciones universales, incluyendo lo que los científicos llaman «leyes de la naturaleza».1 En vez de calificar la filosofía de Hume como «empírica», quizás fuera más exacto decir de ella que muestra los límites del empirismo, lo.cual dista mucho de permitir a los científicos hacer lo que más desean, es decir, descubrir leyes universales de la naturaleza. La teoría del conocimiento de Hume tiéne cierta significación especial en relación LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
146 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES con el concepto de causalidad. Comentábamos en el capítulo 3 que la mayoría de los científicos no están satisfechos con simples generalizaciones empíricas o con proposiciones puramente analíticas, como las de la lógica deductiva. Buscan conexiones entre fenómenos empíricos que se ajusten a la relación particular de causa y efecto. Los científicos pretenden decir algo más que «hubo una tormenta eléctrica sobre el bosque Monroe entre las dos y las cuatro de la tarde el 16 de julio de 1960 y al día siguiente se observó allí un incendio forestal». Les gustaría decir: «el incendio forestal fue causado por la tormenta eléctrica». Según el punto de vista de Hume, esta afirmación se basa en el supuesto de que existe en el mundo real un tipo de relación, causalidad, que nuestros sentidos no pueden percibir. El propio Hume utilizó libremente los términos «causa» y «efecto». No quería extirparlos de nuestro idioma; su objetivo era aclarar su significado. El sostenía que la relación de causalidad no era una propiedad del mundo real (o, más correctamente, no puede demostrarse que sea ese tipo de propiedad), sino un fenómeno psicológico, relacionado con el funcionamiento de la mente, no del mundo material. Si observamos repetidamente dos fenómenos juntos, dice Hume, produciéndose uno regularmente después del otro, creamos el «hábito» de esperar que siempre se produzcan en ese orden, y es a esa expectativa a lo único que nos referimos cuando afirmamos que los hechos están vinculados causal mente. Si entendemos por «causa» que hay una conexión necesaria entre ios dos acontecimientos, entendemos demasiado. No podemos saber si hay conexiones necesarias en el mundo real, por tanto el concepto de causalidad sólo alude a la tendencia psicológica de extrapolar experiencias del pasado hacia el futuro: «Todos nuestros razonamientos relativos a causas y efectos se derivan sólo de la costumbre.» Así pues, concluía Hume, para gran desasosiego de los filósofos desde entonces: no es la razón la que guía la vida, sino la costumbre. Es la única que fuerza a ía inteligencia, en todos los casos, a suponer el futuro adaptable al pasado. Por muy simple que pueda parecer este paso, ¡a razón no seria capaz de darlo en toda la eternidad. (De este argumento de Hume se hace eco hoy la teoría epistemológica del «convencionalismo», que explicaremos más adelante en el capítulo 18, apartado 1.2.) Quizás resulte ya más claro para el lector por qué no se consideró en el capítulo 3 que las «leyes causales» expresaban una conexión firme y necesaria entre los hechos. El modelo INIS esbozado allí utiliza el concepto de necesidad, pero de un modo mucho más laxo. El ataque de Hume a la causalidad es-válido si.con- cebimos las «leyes de la naturaleza» como leyes del mismo tipo que las proposiciones analíticas de la lógica formal. Hume obligó a los filósofos y científicos a abandonar la idea de una «lógica de inducción», pero eso no significa que deba abandonarse por completo el concepto de causalidad. (Para un breve resumen de la epistemología de Hume, escrito por él mismo, véase su Abstract ofa Treatise of Human Nature, 1740.) NOTA 2: PSICOLOGÍA de LA ASOCIACIÓN
147 Está claro, por la corta distancia que hemos recorrido en la descripción de la historia de ía ciencia social, que un elemento decisivo de su desarrollo fue la idea de una naturaleza humana uniforme. Hume no sólo lo dio por supuesto en sus escritos políticos, éticos y económicos, sino que abordó la epistemología como un estudio psicológico, una investigación de la parte de la naturaleza humana relacionada con el funcionamiento de la mente. La insistencia de Hume en el proceso mental de «asociación» constituyó el fundamento de una importante corriente de la teoría psicológica que persiste hasta el presente. Como hemos visto en la nota i, la proposición centra! de la teoría del conocimiento de Hume es que es imposible ir más allá de los datos que aportan las impresiones sensoriales. Cuando hablamos de la existencia de relaciones necesarias (como las que hay entre el rayo y el incendio forestal) lo único que hacemos es indicar nuestra disposición psicológica a asociar impresiones sensoriales que son contiguas en el espacio y en el tiempo. Las categorías universales (por ejemplo, «todos los cisnes») son también en opinión de Hume construcciones mentales que reflejan ia disposición de la mente a asociar impresiones particulares similares entre sí. Hume utilizó mucho esta teoría psicológica de la asociación y la consideró, en realidad, el rasgo más distintivo de su Tratado. En más de una ocasión indica que considera que el principio de asociación ocupa el mismo papel en el estudio de la naturaleza humana que el principio de «atracción» (la «gravedad» de Newton) en las ciencias naturales, e indudablemente piensa en esto cuando se refiere al Tratado como «un intento de introducir el método experimental de razonamiento en las cuestiones morales». La idea de Hume es muy similar a la de la psicología conductista experimental moderna. Su análisis de «la razón de los animales» en el Tratado (I, III, XVI) es especialmente sorprendente cuando apunta la semejanza del razonamiento animal y el razonamiento humano en su uso de la asociación y el desarrollo de la conducta a través de lo que llamaríamos hoy el proceso de «condicionamiento». Si queremos profundizar un poco más en el asunto, hemos de efectuar un breve repaso de la obra de un contemporáneo de Hume, el físico inglés David Hartley (17051757). No hay ninguna prueba de qué Hartley y Hume se influyeran, ni siquiera de que se conocieran o de que mantuvieran correspondencia, pero el uso que ambos hacen del principio de asociación es tan similar que está corriente de pensamiento de la historia de la psicología se denomina a veces «teoría Hume-Hartley». Hartley leyó aLocke y se'quedó impresionado, a! igualque Hume, por la idea de que la mente elabora su interpretación del mundo a partir de lo que recibe a través de las impresiones sensoriales. Newton había dicho en su Optica (1704) que los datos visuales pasan del ojo al cerebro por medio de «vibraciones» que se transmiten a través de los nervios ópticos. Hartley generalizó esta afirmación y llegó a la conclusión de que todos los fenómenos mentales proceden de estas «vibraciones» y que nuestros procesos de pensamiento consisten en asociaciones de los fenómenos mentales que se producen de ese modo. Publicó sus opiniones en un libro titulado .Observaciones sobre el hombre: su estructura, su deber y sus expectativas^-1749). El «asociacionismo», como se denominó, se convirtió durante^un tiempo en la escuela de psicología dominante, y ejerció una gran influencia en las ciencias sociales, sobre todo a principios del siglo xix, en que la adoptaron los primeros utilitarios. El Análisis de los fenómenos de la mente humana (1829) de James LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
148 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES Mili, por ejemplo, era una exposición directa y una ampliación de la psicología asociativa de Hume y Hartley. Una de las razones de la influencia de Hartley fue que éste consiguió exponer sus ideas psicológicas de una forma atractiva tanto para los científicos como para las personas religiosas. Su uso de la teoría de las «vibraciones» de Newton atrajo a los científicos porque vinculaba fenómenos psicológicos a una función fisiológica de la «estructura» del hombre, que era como Hartley llamaba al cuerpo humano. Joseph Priestley, el famoso químico, fue un seguidor entusiasta del aso- ciacionismo y publicó en 1775 una versión reducida de las Observaciones de Hartley que influyó muchísimo en Jeremy Bentham, el fundador del utilitarismo. Al mismo tiempo, Hartley reconocía el «deber» del hombre y su «expectativa» religiosa y utilizaba su psicología para aclarar ia experiencia religiosa y para justificar la doctrina cristiana de un mundo futuro mejor. El asociacionismo se habría abierto paso sin duda en la psicología moderna sin Hartley, ya que era suñciente la influencia de Hume como filósofo, cuando se hizo poderosa, para garantizarle una consideración suficiente, pero, como consecuencia de las Observaciones de Hartley, se difundió mucho más de prisa, y quizás mucho más de lo que hubiera podido hacerlo. 3. Adam Smith (1723-1790) Adam Smith nació en el pueblo de Kirkcaldy, cerca de Edimburgo. Su padre, jefe de aduanas en Kirkcaldy, murió antes de que naciera él, de modo que Adam Smith, lo mismo que David Hume, fue educado por una madre viuda y joven que siguió siendo su amiga y compañera hasta la ancianidad. Smith, también como Hume, permaneció soltero toda su vida. A los catorce años, después de terminar sus estudios en la escuela de Kirkcaldy, se matriculó en la Universidad de Glasgow, donde estuvo sometido a la. influencia de un gran maestro y pensador, Francis Hutcheson, que fue, si es que se puede destacar a alguien, la primera personalidad sobresaliente de la Ilustración escocesa. Después de licenciarse en Glasgow, fue a Oxford con una beca y estuvo allí seis años. Oxford estaba completamente estancada por entonces y parece ser que lo que Smith aprendió durante este período, que fue mucho, se debió casi exclusivamente a sus propias lecturas. Regresó a Escocia en 1746. Én 1751 ingresó en el cuerpo docente de la Universidad de Glasgow, en principio como profesor de lógica; un año después se convirtió en profesor de filosofía moral, y fue entonces cuando estructuró las ideas que le llevaron a publicar en 1759 su primer libro, Teoría de los sentimientos morales. La fama de Adam Smith había empezado a difundirse como consecuencia de sus lecciones antes de 1759, pero la publicación de los Sentimientos morales le situó en la vanguardia de ios pensadores de Europa. Condujo directamente a la fase siguiente de su carrera: en 1764 se convirtió en tutor del joven duque de Buc- cleugh y, como era habitual, llevó a su discípulo a realizar un viaje por Europa, especialmente por Francia. Estuvo en París durante el cénit de los fisiócratas y conoció a las principales personalidades de aquella escuela así como a la mayoría del resto de intelectuales franceses destacados del período. Sus deberes como tutor terminaron en 1766, tras su regreso a Inglaterra, y Smith comenzó a trabajar en un libro que tenía pensado escribir desde que era un joven de veintitantos años. En 1776 apareció esta obra monumental: Investigación sobre la
149 naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Se convirtió en seguida en un gran éxito y continuó leyéndose y estudiándose hasta hoy. El historiador inglés del siglo xix, H. T. Buckle, decía de él que fue, por su influencia, «probablemente el libro más importante que se haya escrito». Es, por supuesto, una exageración, pero puede apuntarse la afirmación más modesta de que La riqueza de las naciones dio el primer paso efectivo para un estudio del problema básico de la ciencia social: de qué modo opera el mecanismo de mercado como sistema de organización. Se ha discutido mucho la influencia de los fisiócratas en la teoría económica de Smith, discusión estimulada por el hecho de que Smith les hubiese conocido en París antes de empezar a trabajar seriamente en .La riqueza de las naciones. Pero basta comparar la teoría fisiocrática con la de Smith para darse cuenta de que tal influencia fue, en el mejor de los casos, menor, y que Smith estaba muy por delante de los fisiócratas en la identificación de los problemas básicos de la teoría económica. La persona que más influencia general ejerció sobre Adam Smith desde el punto de vista de las ideas fue, sin duda, su gran amigo David Hume. Smith no se sintió inclinado a llevar tan lejos sus argumentaciones como Hume, pero reconoció la importancia de la filosofía de aquél y, sobre,todo, de su enfoque secular del conocimiento en el ámbito de la «filosofía moral», y el mérito de su insistencia en que quienes estudiaban'los fenómenos sociales debían utilizar el método del «razonamiento experimental» que los científicos, guiados por el espíritu del empirismo, habían demostrado ser el camino correcto para descubrir las leyes de la naturaleza. A Adam Smith se le conoce hoy sobre todo como el padre de la economía, pero hizo grandes contribuciones a la ciencia social que no podemos- menospreciar. La Teoría delos sentimientos morales y. en realidad también La riqueza de las naciones ocupan un lugar en la historia de la filosofía y la psicología social. Albion W. Small, el fundador de la sociología estadounidense, consideraba a Adam Smith el precursor de la materia ( Adam Smith and Modern Sociology, 1907). Pero en estas cuestiones Smith no es una personalidad tan única como lo fue en economía, ya que todo el grupo de pensadores escoceses del siglo XVIII colaboraron en el desarrollo de las ideas que constituyeron los fundamentos de la sociología. La Teoría de los sentimientos morales fue un libro importante en la historia de la ciencia $ocial, independientemente de que se considere en términos generales o específicamente en función del desarrollo de la sociología y de la psicología social. Los historiadores lo menospreciaron durante un tiempo, sobre todo por el mayor significado de La riqueza de las naciones del mismo autor. LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
3.1.
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Adam Smith no escribió una obra global sobre epistemología, pero cuando era joven se interesó mucho por las matemáticas y las ciencias naturales, no sólo por sus aportaciones sustantivas a nuestro conocimiento de las leyes de la natura- leza, sino también porque creía que mostraban el método apropiado para alcanzar el conocimiento en todos los campos. A lo largo de nuestro estudio de la historia y de la ciencia social, he destacado lo mucho que habían impresionado a los primeros científicos sociales los logros de los científicos naturales y su deseo de emularlos en el estudio del hombre como una criatura social. Adam Smith no fue ninguna excepción a esta concepción de la
150 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES ciencia social; fue, en realidad, uno de sus impulsores más importantes. De joven, quizás cuando era estudiante _en Oxford, Smith escribió un ensayo titulado «Los principios que presiden y dirigen las investigaciones filosóficas, ejemplificados por la historia de la astronomía». No llegó a publicarlo nunca, pero consideró que merecía la pena conservarlo, pues en cierta ocasión escribió a Hume hablándole de publicarlo en caso de que muriese, y cuando se aproximaba ya su muerte y decidió destruir su obra inconclusa, este ensayo fue una de las pocas cosas que salvó de las llamas. Este ensayo nos permite ver que Smith creía que la metodología de la ciencia debería aplicar, en todos los campos, la combinación de prueba empírica y elaboración de modelos teóricos que había introducido Isaac Newton en su exposición de las leyes que rigen los movimientos de los planetas. El sistema de Newton era, según Smith, «el mayor descubrimiento que haya hecho el hombre», no sólo porque exponía las leyes de la mecánica celeste, sino porque revelaba el objetivo y el método de todas las «investigaciones filosóficas». Una investigación es verdaderamente «filosófica» cuando se propone exponer las leyes generales que gobiernan una amplia gama de fenómenos. La superioridad de Newton consistía en que había elaborado esas leyes generales en vez de contentarse, como otros, con leyes particulares para casos particulares. La ley de la atracción gravi- tatoria se aplica a todas las masas, no sólo a los planetas. Así también, cuando Smith comenzó a estudiar los fenómenos sociales se propuso descubrir leyes generales del comportamiento humano. Los seres humanos difieren como individuos, y las sociedades difieren en sus culturas, pero de todos modos es posible elaborar proposiciones sobre la conducta que sean universalmente válidas si los seres humanos son similares entre sí en sus naturalezas básicas. Smith adoptó las ideas que Hobbes había expuesto un siglo antes: que hay una naturaleza humana común; que se puede investigar mediante la introspección; y que se puede elaborar un estudio científico de los fenómenos sociales sobre esta base empírica. Adam Smith, partiendo de su conocimiento de las ciencias naturales, formuló el método de la ciencia como una combinación de análisis teórico y prueba empírica. Rechazó a los cartesianos, que querían deducir cómo era la naturaleza, y a los baconianos, que sólo querían describir sus apariencias. Siguiendo a Galileo y a Newton, que habían demostrado cómo se podía teorizar con las matemáticas y poner a prueba con la observación de modo complementario. Resulta especialmente sorprendente cómo interpreta Smith el papel de la elaboración de modelos teóricos o, según sus palabras, la construcción de «sistemas», en la ciencia. He aquí un pasaje de su ensayo sobre astronomía: Los sistemas recuerdan en muchos aspectos a las máquinas. Una máquina es un pequeño sistema, creado para ejecutar, y también para relacionar, en la realidad, ios diversos efectos y movimientos que necesita ejecutar el artesano. Un sistema es una máquina imaginaria inventada para conectar entre sí en !a imaginación los diversos efectos y movimientos que están ejecutados ya en la realidad. Si modernizásemos un poco el lenguaje sería difícil mejorar hoy este párrafo como exposición de lo que es un modelo teórico. Sin embargo, Adam Smith habría de descubrir, como han hecho repetidamente los'científicos sociales, que construir un modelo de una sociedad no es tan fácil como construir un modelo de un sistema solar. Por
151 suerte para la historia de lá ciencia social, Smith no cometió el error de reificar, es decir, interpretar, un modelo como sí se tratara de ía cosa real o, peor aún, el error del platonismo, considerar un modelo o una teoría más cierto o más real, en cierto sentido metafísico, que el mundo de la experiencia sensorial. En La riqueza de las naciones no hay un modelo de procesos económicos trazado con precisión como el tablean économique de los fisiócratas o como el modelo de equilibrio general de los economistas modernos. Para algunos lectores Smith resulta «asistemático», pero esto se debe principalmente a que no quería llevar los modelos más allá de los límites de lo útil. Smith se hacía eco a! respecto de otra característica de la Ilustración escocesa: el reconocimiento de que las buenas teorías pueden convertirse en necedades cuando se las fuerza en exceso, se las reifica o se las platoniza. LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
3.2.
LA NATURALEZA DEL HOMBRE
El equivalente del principio de atracción gravitátoria de Newton en la elaboración de modelos de los fenómenos sociales es, tal como parecía creer Adam Smith, cierta propiedad universal de ía naturaleza humana. Nos encontramos aquí con un problema al que han prestado mucha atención los historiadores de la ciencia social. En la Teoría de los sentimientos morales la propiedad newtoniana es, digamos, lo que Smith llama «simpatía»: la capacidad del hombre para manifestar «sentimientos solidarios» hacia otras personas y la disposición a hacerlo. Pero en La riqueza de las naciones la propiedad newtoniana es el propio interés del individuo. Parece haber aquí una: contradicción: se le llama a veces el «problema de Adam Smith». Se han hecho numerosas propuestas para resolver este problema, incluyendo la idea (no del todo inadmisible) de que Adam Smith fuera realmente contradictorio, utilizando una concepción de la naturaleza humana en su análisis de la psicología moral y otra en su análisis de ios procesos económicos. Un estudio completo de ía cuestión nos llevaría demasiado lejos, de modo que me limitaré a exponer lo que creo es la concepción de la naturaleza humana que corresponde a ambos libros. Se trata de la idea de que el hombre es, ante todo, una criatura racional cuya conducta es deliberada y se dirige hacia un objetivo. Ésta es una concepción que está presente en la raíz de ias teorías del contrato social de Hobbes y de Locke, un contrato a través del cual se crea un Estado como medio de organización social, y de ia que también se sirve Adam Smith cuando intenta describir la forma de organización más automática a través del intercambio voluntario. Otros científicos sociales han destacado, como ya veremos, factores distintos, más sociológicos: las costumbres y tradiciones que controlan la cultura a través de la enculturación, la presión de los pares, etc. En cierto sector de la literatura moderna, bajo ia influencia de psicólogos como Sigmund Freud y Karl Jung, otros autores han destacado la influencia sobre la conducta humana de factores más profundos, como ía experiencia prenatal e infantil. Hoy ya sabemos que los factores determinantes de la conducta humana son muy complejos. Adam Smith simplificó, al igual que todos los científicos, con propósitos heurísticos; es decir, adoptó el supuesto de que el hombre es un animal racional por razones metodológicas: eso le permitió efectuar el análisis de los fenómenos sociales considerando que brotan de la conducta intencionada de individuos racionales, a los que se observa por introspección y considerando a los demás como homólogos de uno mismo.
152
HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Ei objetivo principal del hombre es, según Adam Smith, «mejorar su condición». Este deseo, según él, es: un deseo que, aunque en general tranquilo y desapasionado, nos acompaña desde ia cuna materna y no nos abandona hasta la sepultura. En todo el intervalo que media entre estos dos momentos, quizás no haya apenas un solo instante en el que
el hombre esté tan completamente satisfecho con su situación como para no sentir deseo de ningún tipo de cambio o mejora. Aunque este pasaje de La riqueza de las naciones se refiere concretamente a la tendencia del hombre a ahorrar con objeto de acumular riqueza, puede hacerse una interpretación más general y considerar que expresa la opinión de Smith de que el hombre es el animal insatisfecho que siempre desea mejorar. Esto se articula con otro importante aspecto del pensamiento del siglo xviu que analizaremos en el capítulo 8: la idea de progreso. El párrafo que acabamos de citar, y otros más se han utilizado a menudo para demostrar que Smith creía que el hombre sólo se interesa por el bienestar económico y sólo se preocupa de sí mismo. Ambas son interpretaciones erróneas. Que el hombre desee el progreso económico no quiere decir que no desee también progresar en otras direcciones y, además, el hecho de que el individuo desee una mejora de sus propias condiciones no significa que no otorgue ningún valor a la mejora en la condición de ios demás. Como indicamos en nuestro análisis de Hume, forma parte de la naturaleza humana minimizar el bienestar de otros comparado con el nuestro, pero esto no significa que se minimice completamente el de los demás. Así pues, ia caracterización común del concepto smithiano del hombre como un ser totalmente egoísta es, en el mejor de los casos, impropia; Adam Smith no tiene una visión tan gravemente limitada de la naturaleza humana. Pasemos ahora a estudiar el aspecto de ella que él examina bajo el título de «sentimientos morales». 3.3.
SENTIMIENTOS MORALES
Ya nos referimos en el apartado 1 de este capítulo a la hostilidad de los filósofos escoceses hacia la idea de un «estado de naturaleza»; y hacia la teoría de que la sociedad se apoya sobre una alianza o contrato. Consideraban que el hombre había vivido siempre en un estado social.y que era por naturaleza un animal social. Los dos libros de Adam Smith pueden considerarse estudios de la base de la sociabilidad, tratando la Teoría de los sentimientos morales sobre los medios por los que logra el hombre alcanzar el grado de conformidad de la conducta necesario para la existencia social, y abordando La riqueza de las naciones los medios a través de los cuales unos individuos dedicados a funciones especiales son capaces de cooperar con muchos otros, incluidos aquellos con los que no tienen ningún contacto personal. La Teoría de los sentimientos morales no es — o no es principalmente — un libro de ética, aunque ejerciera una gran influencia en este campo. El problema principal que Smith se propone resolver es explicar cómo puede albergar el hombre «sentimientos
153 solidarios» hacia otros. Es, en suma, un estudio psicológico, un examen de un áspecto concreto de los procesos mentales humanos; es un estudio de psicología social, puesto que aborda procesos mentales que se refieren fundamentalmente a relaciones interpersonales. Smith creía que una vez comprendida la psicología de este campo sería posible considerar el problema ético éti co de qué constituye co nstituye buenos sentimientos morales y sus consecuencias prácticas en casos concretos. La determinación de lo qu& qu& debería ser no puede deducirse de la investigación de lo que es, pero la filosofía de la ciencia empírica apunta que el éstudio de Jo que es resulta ser el lugar adecuado para empezar. El problema, indica Adam Smith, no es especular cómo formularía juicios morales un ser perfecto (Dios), sino cómo es capaz de hacerlo un ser muy imperfecto (el hombre), Smith rechaza la idea de que el hombre esté dotado de un sentido moral innato que le indique qué es lo justo y lo injusto. El hombre es el único animal que elabora juicios morales, pero en el análisis de Smith no hallamos ninguna alusión al relato bíblico que narra que cuando el hombre comió la manzana del Paraíso alcanzó el conocimiento del bien y del mal que q ue se transmitió a través de d e ios siglos de generación en generación. Lo único que el hombre tiene, o necesita tener, como base de los juicios morales, es el simple reconocimiento de que los otros seres humanos son similares a él. El concepto clave de la psicología moral de Smith es la capacidad del hombre para simpatizar con otros de un modo racional. Esto podría desempeñar, en el estudio del mundo moral, el mismo papel que desempeña la gravedad en el mundo físico. El concepto de «simpatía» de Adam Smith es muy parecido a lo que los psicólogos modernos llaman «empatia»: la capacidad de ponerse mentalmente en el lugar de otro y experimentar así una especie de sensación subrogada que refleja o es paralela a la experiencia directa del otro. Por este medio introducimos en nuestra mente las necesidades y deseos, placeres y dolores, esperanzas y temores de otros. «Cambiamos de lugar con ellos en la fantasía», dice Smith.-Esta capacidad no está limitada a cosas que aprobamos, sino que incluye también cosas que nos parecen reprobables, por ío que nos permite incluir todo el ámbito de los actos y los pensamientos que intervienen en ia formación de los «sentimientos morales». Esto podría dar a entender que para Smith los juicios morales son cuestión de intuición personal, pero lo que intenta es, por el co ntrario, dotar a esos juicios de una base objetiva. Sólo podemos comprender esta cuestión si tenemos en cuenta que Smith, junto con otros pensadores de la época, consideraba la introspección un proceso empírico fidedigno que podía permitir hallar verdades objetivas generales mirando hacia dentro, hacia los sentimientos y pensamientos propios. En el análisis de Hume comentábamos su teoría del descuento de distancia social (por utilizar la terminología moderna): la tendencia a minimizar el bienestar de otros en proporción, a su .alejamiento de nosotros en el tiempo, el espacio o la cultura. Smith era de la misma opinión; la consideraba, en realidad, una característica evidente de la psicología humana. Sin embargo, valorar pretensiones conflictivas en función de sus méritos morales no crea ningún problema, ya que en opinión de Smith el hombre tiene la capacidad de imaginarse como un «observador imparcial», que, al estar distanciado por igual de las partes enfrentadas, es capaz de llegar a juicios no influidos por grados distintos de descuento de distancia social. Smith era lo suficientemente optimista (o lo suficientemente ingenuo) como para creer que todo individuo tiene capacidad para considerar cuál sería el juicio de un observador imparcial en casos en que éi mismo es LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
154 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES parte interesada. Hay en la Teoría de los sentimientos morales otra tesis, más sociológica, que merece cierta consideración. Smith afirma que un individuo actúa moralmente porque valora la aprobación de los demás. En consecuencia, las motivaciones puramente egoístas se hallarían limitadas por la moralidad que goza de una aceptación general en la propia sociedad. Ya veremos más adelante, en el capítulo 15, apartado 2, cómo esta idea fue básica en el análisis de Emile Durkheim sobre el papel social de las creencias morales y en su interpretación de la religión como un fenómeno sociológico. La opinión de Smith es muy defendible como tesis sobre la sociología de la moral, pero no puede satisfacer demasiado al filósofo ético, interesado no en las normas morales que la gente sigue, gente sigue, sino en las que debería seguir. Si hubiésemos de aceptar, sin reservas, la proposición de que una persona se comporta moralmente cuando actúa de acuerdo con normas moralmente sancionadas, adoptaríamos un grado de relativismo ético que pocos filósofos, o pocas personas, estarían dispuestas a aceptar. Ningún acto sería condenado como inmoral si fuera condonado por la cultura y la sociedad propias del individuo. Hace falta algún principio «metaético» que permita un juicio de valor trascendente. Smith no analizó este problema. Pero cabe interpretar su proposición de que todas las personas son similares como la base de este principio. Dado que se trata de una proposición sobre la naturaleza humana en general, no depende de la cultura. cul tura. Pero lo que esto significa, en realidad, es que el descuento de distancia social, independientemente de su validez como proposición en psicología, o su necesidad en la-vida práctica, es éticamente inadmisible. No puedo tratar este problema aquí con más extensión, pero volveremos sobre él cuando consideremos el célebre intento de Henry Sidgwick de elaborar una filosofía utilitaria metaética (véase más adelante, capítulo. 11, apartado 2). Lo más significativo de la Teoría de los sentimientos morales de Smith en la historia de la ética no es la fuerza de sus argumentos concretos, sino el hecho de que amplía la orientación secular de la Ilustración escocesa a cuestiones que anteriormente se habían considerado de modo universal, propias del ámbito de la religión. ^ : ■ -; 3.4.
DIVISIÓN DEL TRABAJO
La primera frase de la Investigación la Investigación sobre la naturaleza, y causas de la riqueza riq ueza de las.naciones revela lo que el autor considera es la causa principal de esta riqueza: La gran mejora de los poderes productivos del trabajo, y la mayor parte de la habilidad, destreza y buen juicio con que éste se dirige y aplica parecen haber sido consecuencia de la división del trabajo. . Luego, después de poner ejemplos de ello, Smith explica que dicho aumento de la productividad se debe a tres circunstancias diferentes; primero, ai aumento de destreza de cada trabajador concreto; segundo, al ahorro del tiempo que suele perderse al pasar de un tipo de trabajo a otro; y por último, a la invención de un gran número de máquinas que facilitan y disminuyen el trabajo, y permiten y permiten a un hombre hacer la'tarea de muchos.
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
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Y extrae la conclusión siguiente: Es la gran multiplicación de las producciones de todas las diferentes artes, consecuencia de la división del trabajo, lo que permite, en una sociedad bien gobernada, que la opulencia universal se difunda hasta los estratos más bajos del pueblo. Así pues, al estudiar la riqueza de una nación, incluidos sus «estratos más bajos», Smith no se centra en su dotación de tierra fértil u otros recursos naturales, en las virtudes del clima, o en el carácter de sus habitantes; destaca una característica social característica social , el grado en que la nación practica ese tipo de sociabilidad que, como dijimos en el capítulo 1, se basa en la «especialización funcional». Adam Smith no fue el primero que destacó esta característica de la sociabilidad humana y señaló sus consecuencias económicas. La especialización funcional, como ya hemos visto (capítulo .4, apartado 1), era un elemento importante de las teorías políticas de Platón y Aristóteles. Jenofonte, que vivió en la misma época (siglo iv a. C.), mencionó claramente los efectos beneficiosos de la división del trabajo en el aumento de la productividad. En ei propio siglo de Smith expresaron la misma idea antes, en 1776, Diderot en Francia, Beccaria en Italia y Mandeville en Inglaterra. Entre los próximos a Smith expusieron claramente la idea Francis Hutcheson, que fue profesor suyo en la Universidad de Glasgow; David Hume, su amigo más íntimo; y Adam Ferguson, otra de las personalidades más sobresalientes de la Ilustración escocesa. De hecho, parte del famoso análisis de Adam Smith está prácticamente, copiado de obras anteriores. Pero no hay necesidad de ser original para ser creador. Adam Smith tomó está vieja idea y la utilizó como plataforma de lanzamiento para una teoría general de la organización social. La riqueza de las naciones comienza con tres capítulos sobre la división del trabajo. Después de describirla como la fuente de la productividad, Smith indica que no puede haber especialización funcional sin intercambio. Según él, el hombre está dotado de una «tendencia a transportar e intercambiar», de modo que posee las características naturales precisas para que se creen mercados. Smith se dio cuenta claramente de que esto planteaba un problema científico fundamental: ¿cómo funcionan los mercados como medio a través del cual se coordinan las actividades diferenciadas de muchos productores individuales? Éste ha sido el problema principal que ha ocupado a los economistas desde entonces. El problema básico de la teoría de los mercados consiste en explicar los determinantes de los valores de mercado, o precios, y mostrar cómo operan en un sistema de coordinación de mercado. Ya analizaremos esto en el apartado 3.5. Una característica del análisis de Ádam Smith sobre la división del trabajo digna de mención y que conviene destacar es que no se basa en la diferenciación biológica entre personas. Muchos de los autores que han escrito sobre la división del trabajo, desde Platón en adelante, destacaron su papel en el aprovechamiento de diferencias innatas asignando a los individuos papeles y tareas para los que estaban dotados «por la naturaleza». Como los demás miembros de la Ilustración escocesa, Smith dio poca importancia a las diferencias innatas: La diferencia de talentos naturales en los diversos individuos es, en realidad, mucho menor de lo que pensamos; y e! propio talento distinto que parece diferenciar a hombres de diferentes profesiones cuando alcanzan la madurez, no es
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muchas veces la causa sino la consecuencia de la división del trabajo. La diferencia entre los caracteres más diferentes, entre un filósofo y un portero, por ejemplo, parece deberse no tanto a la naturaleza como al hábito, la costumbre y la educación. Así, en opinión de Adam Smith, la especialización es primordialmente un fenómeno cultural, no biológico, y los grandes problemas que crea (estatus de clase, desigualdades de riqueza, prestigio, poder, etc.) deben atribuirse primordialmente a instituciones sociales del hombre, que realizan funciones de encultu- ración, más que a su constitución innata. Esto abre la'puerta a .la reforma social mucho más de lo que permitirían filósofos sociales que siguieran a Platón pero, también hay que decirlo, no tanto como pretendieron abrirla algunos utópicos al afirmar que la naturaleza humana es tan flexible que es posible créar cualquier tipo de carácter individual mediante el sistema educativo adecuado (véase más adelante, capítulo 8). En los primeros capítulos de La riqueza de las naciones, que tratan de la división del trabajo, Smith no dice nada de carácter negativo respecto a ella. Pero en otra parte del libro hace algunos comentarios muy fuertes sobre sus consecuencias destructivas: En el progreso de la división del trabajo, la actividad de la mayor parte de quienes viven de su trabajo, es decir, de la gran mayoría del pueblo, se limita a unas cuantas operaciones muy simples, frecuentemente una o dos. Pero la inteligencia de ía mayor parte de los hombres se forma inevitablemente a través de sus actividades ordinarias. Aquel hombre que ha de pasar la vida realizando unas cuantas operaciones simples, cuyos efectos pueden ser además siempre los mismos, o casi los mismos, no tiene ninguna oportunidad de ejercitar su entendimiento, o de ejercitar su inventiva para hallar soluciones a unas dificultades que nunca se le plantean. En consecuencia, pierde el hábito de ese ejercicio, y en general se vuelve todo lo estúpido e ignorante que puede llegar a ser una criatura humana. La torpeza de sü mente le vuelve no sólo incapaz de disfrutar o de participar en una conversación .racional, sino de concebir cualquier sentimiento generoso, noble o tierno, y en consecuencia de formular un juicio justo, incluso respecto a muchos de los deberes normales de ía vida privada. Es completamente incapaz de juzgar sobre los grandes intereses generales de su país [...] Esa condición corrompe incluso la actividad de su cuerpo, volviéndole incapaz de ejercitar su fuerza con vigor y perseverancia, en cualquier otra actividad que no sea aquella para la que ha sido educado [...] Pero en toda sociedad avanzada y civilizada es éste el estado en elque ha de caer necesariamente el pobre trabajador, es decir, la gran mayoría del pueblo, salvo que el Estado se esfuerce por impedirlo (libro V, cap. I, parte III). Nunca se ha escrito un ataque más fuerte a la división del trabajo', ni antes ni después, y este ataque figura en el mismo libro que se ha considerado, justamente, que contiene la descripción clásica de sus virtudes. Aún resulta más sorprendente el hecho de que, en este pasaje, Smith pretende demostrar que la división del trabajo puede destruir las mismas cualidades de humanidad que ensalza en otra parte como fundamentales y únicas: ía capacidad de razonar y el ejercicio del interés solidario por ios demás. Smith no intentó resolver esta contradicción, separada por setecientas páginas en ei texto de La
157 riqueza de las naciones. No fue el único que cayó en esta ambivalencia. Sus compañeros escoceses manifestaron también dudas respecto a la división del trabajo y, a medida que el grado de especializa- ción continuó aumentando con el avance del industrialismo, hubo más autores que escribieron sobre cuestiones sociales que tendieron a considerar la división del trabajo como un mal. Una de las pocas cosas que Karl Marx explícita respecto al futuro Estado ideal del comunismo es que en él dejará de existir la especializa- ción ocupacional. La mayor parte de la literatura utópica del siglo xix adopta una posición similar y, en nuestros días, la malignidad de la división del trabajo pro porciona aún un tema habitual de crítica social y halla expresión en películas, no- velas y otros géneros populares que abordan la alienación del hombre y la degradación de la condición humana en la sociedad moderna. Pese a su importancia básica en la sociabilidad humana y a la ambivalencia de opiniones respecto a eíla, la división del trabajo no ha sido objeto directo de excesivo análisis social. En la historia de esta materia destacan tres autores: Platón, que ia relacionó con la organización política de ia sociedad; Adam Smith, que al atribuirle un aumento de la producción preparó el escenario para el estudio de la organización económica; y Emile Dürkheim, para quien la división deí trabajo es el fundamento básico de la solidaridad que vincula a los individuos en comunidades. Hemos considerado ya las dos primeras posiciones; el punto de vista de Dürkheim se analizará más adelante, en el capítulo 15, apartado 2. LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
3.5.
VALOR
En una economía de empresa privada, las empresas de producción individuales no están coordinadas por una autoridad central; actúan cada una por su cuenta. Pero esto no significa que las empresas se comporten de un modo caprichoso o arbitrario. Una empresa, para operar con éxito, debe considerar qué beneficios puede obtener vendiendo un producto y qué tendrá que pagar para conseguir el trabajo, las materias primas y ei resto de factores necesarios para producirlo. Estos ingresos y costes vienen determinados en parte por los precios de los productos y los precios de los factores de producción. La teoría general de la organización económica a través de mercados explica cómo los movimientos de estos precios ajustan la producción de artículos y la demanda de ellos entre sí. La distribución del ingreso en una economía especializada está vinculada también a los precios, puesto que lo que recibe cada individuo como ingreso no depende sólo de la cantidad de factores que e! individuo vende, sino también del precio por unidad que recibe por ellos. El ingreso que recibe un trabajador, por ejemplo, no sólo depende deí número de horas que trabaja, sino de la tasa salarial por hora. ' El análisis explícito de cómo funciona un mercado como mecanismo de coordinación (y sus defectos) es bastante reciente. Adam Smith io captó intuitivamente, y vio con claridad qué dirección tenía que seguir el análisis, pero no consiguió elaborar un modelo concreto en su propia obra. Su mayor aportación específica fue también, irónicamente, su fracaso más señalado en el análisis eco
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nómico: por una paite consiguió aclarar la significación básica de valor en la investigación de la coordinación de mercados; por otra, expuso una teoría defectuosa del valor y enturbió además, considerablemente, el problema al utilizar el término «valor» para indicar más de una cosa, sin aclarar suficientemente los diferentes usos. Un problema de vital importancia para e! análisis del mecanismo de mercado es explicar los factores determinantes de los precios como fenómenos observables empíricamente. Si, en una 'teoría que utiliza el «dólar» como medio de intercambio, nos encontramos con que en un lugar y período concretos se dan los siguientes precios monetarios: 100 manzanas (A) = 20 dólares 1 libra de judías ( B) = 1 dólar 25 yardas de algodón (C) = 50 dólares entonces cinco manzanas, una libra de judías y media yarda de algodón valen cada una de ellas 1 dólar, y podemos establecer la siguiente ecuación: 5/4=12? = 0,5C ¿Cómo se comprueba que estas magnitudes son 5, í y 0,5 y. no otras cifras cualesquiera? En un curso elemental de economía moderna se explica que «la oferta y la demanda» determinan estos valores relativos (o sus precios individuales en la unidad monetaria) según se bosquejó en el «modelo de mercado» que explicamos en el capítulo 6, apartado. 1.2. Una explicación frecuente del valor de mercado en el siglo xvm, que aparece en algunas de las primeras lecciones de Smith, utiliza la oferta y la demanda (aunque por entonces no disponían del análisis gráfico),' pero algunos autores no estaban satisfechos con ello pues ío consideraban superficial, ya que explicaba sólo las fluctuaciones de los precios a nivel diario, no:süs niveles subyacentes de carácter más permanente. Hay una curiosa carta escrita en 1767 por David Hume a A. R. J. Turgot (que más tardé llegó a ser minisífo.francés de Finanzas) en que Hume afirma que nadie niega que «la relación de'oferta y demanda [...] establece inmediatamente [...] el precio actual », pero sostiene que para entender el «precio fundamental» hay que examinar el coste de producción del artículo (E. Rotweín, David Hume: Writings on Economics, 1970, p. 211). Esta es la dirección que siguió Adam Smith para exponer su teoría del valor. La historia de la teoría del valor durante los cien años siguientes estuvo dominada por la orientación que le dio Smith. Hasta ei último cuarto del siglo XIX no empezaron los economistas a elaborar modelos explícitos de valor de mercado basados en la oferta y la demanda (véase el capítulo 17). En el siglo xvu, y durante la mayor parte del xvm, se utilizó el adjetivo «natural» en diversas ramas de la ciencia para aludir a las propiedades permanentes o «esenciales» de los fenómenos, para distinguirlas de sus características transitorias o accidentales que no son «fundamentales». Una idea de esta índole parece ser la base del interés de Adam Smith por lo que él llamaba el «precio natural». En su opinión, el precio natural de un artículo producible es el coste dei trabajo y de otros factores necesarios para su producción, y los precios naturales de los servicios de trabajo, las materias primas, la maquinaria, el uso de la tierra, etc., son, a su vez, sus costes de producción. De este modo, Smith centró la investigación de los determinantes del valor estrictamente en las
159 condiciones de producción, u oferta; los factores de ia demanda sólo se consideraban relevantes para fluctuaciones en ios precios diarios de los artículos, no para sus «precios naturales». La intrascendencia de ia demanda se justificaba indicando que no existía ninguna correlación entre la utilidad de un artículo y su. valor de mercado. He aquí el famoso pasaje de La riqueza de las naciones donde Smith expone esta opinión:LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
Las cosas que tienen ei mayor valor de uso tienen frecuentemente poco o ningún valor de cambio; y aquellas que tienen el mayor vaior de cambio suelen tener, por el contrario, poco o ningún vaior de uso. Nada es más útil que el agua: pero no permitirá comprar prácticamente nada; no se puede obtener casi nada a cambio de elia. Por e¡ contrario, un diamante apenas tiene vaior de uso; pero puede obtenerse a cambio de él con frecuencia una cantidad muy grande de otros bienes (libro I, cap. IV). Esta «paradoja del valor», como se la llamó, había sido mencionada con frecuencia antes de Adam Smith (por ejemplo, por Copémico, que escribió someramente sobre cuestiones económicas), pero fue ia influencia de Smith lo que la convirtió en un elemento importante para encauzar la atención de los economistas exclusivamente hacia los factores del lado de la oferta en su investigación del valor. La paradoja no se resolvió hasta un siglo más tarde, con la invención del concepto de «utilidad marginal», que demostraba que la utilidad de la cuantía global de un artículo podía ser muy grande, mientras que ia utilidad de una unidad extra de él podía ser muy pequeña si la oferta total de dicha mercancía era grande. Estaríamos dispuestos a pagar una suma muy alta antes de vemos privados completamente de una gota de agua, pero no mucho por un galón extra. Las transacciones de mercado se refieren normalmente a cuantías incrementadas, no a !a reserva completa de algo, de modo que es perfectamente explicable por qué el. agua es muy útil, pero muy barata, y los diamantes lo contrario. Pero antes de que fuera resuelta la paradoja del valor, se desarrollaron a partir de ia reserva smithiana de la teoría del valor diversas corrientes de pensamiento económico, en especial la economía clásica o ricardiana y la economía marxíana. Como veremos en los capítulos 9 y 13 respectivamente, estos grandes hitos de la historia y de la filosofía de la ciencia social se atienen firmemente al punto de vista de Adam Smith de que el valor está determinado exclusivamente por las condiciones de producción. Estas últimas teorías fueron en un aspecto aún más allá que Adam Smith respecto a limitar los determinantes del valor. Smith inicia su análisis comentando que en una sociedad muy primitiva, como por ejemplo una sociedad cuya economía esté basada en la caza de sólo dos animales salvajes, ios valores relativos de ambos tipos de caza estarían determinados por las cantidades relativas de trabajo necesarias para obtenerlos: «Si en una nación de cazadores suele costar el doble de trabajo matar un castor, por ejemplo, que matar un ciervo, el castor-debería intercambiarse por dos ciervos o valer dos ciervos» (libro I, cap. VI). (Un economista moderno invertiría este orden causal y afirmaría que ios productores estarían dispuestos a invertir el doble de esfuerzo por un castor que por un ciervo, porque el castor vale el doble que el ciervo, no al revés.) Pero, comenta Smith, esto sólo se da en una economía en que el trabajo sea el único factor de producción. En una economía más avanzada, con derechos de propiedad reconocidos de la tierra y de otros recursos naturales, y una acumulación de formas diversas de capital real (edificios,
160 H ÍSTORiA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES herramientas, etc.)., se incorpora al cuadro el uso de los servicios de estos factores, y los valores relativos de los artículos vienen, determinados por sus costes de producción relativos, que incluyen ahora la renta y el interés (o beneficio), además de los costes salariales. David Ricardo y, con más firmeza aún, Karl Marx consideraron que Adam Smith había estropeado una buena teoría del valor con esta enmienda. Para ellos las necesidades de producción de trabajo sólo determinan el valor de mercado de un artículo,, tanto en las economías primitivas como en las avanzadas. Fue ésa la ruta, bastante curiosa, por la que se introdujo en la teoría económica la «teoría del valor basada en el trabajo», con consecuencias trascendentales para la historia de la ciencia social en general, su filosofía, la filosofía en general, la teoría política, la práctica política y las relaciones internacionales. En las páginas siguientes-se'explicarán algunas partes de este proceso cuando continuemos con nuestra historia — más o menos — cronológica de las ciencias sociales. Adam Smith, por su parte, no propuso una teoría del valor basada en el trabajo (salvo para el «estado primitivo y tosco» de una economía cazadora), pero además del análisis de los determinantes del valor analizó otro problema, la medición del valor, en el que asignó al trabajo un puesto especial. Esto produjo bastante confusión. Muchos comentaristas de Smith le han presentado, hasta épocas recientes, sosteniendo que el trabajo es la fuente de todo valor de cambio, cuando lo único que pqede decirse que sostiene en La riqueza de las naciones es que el trabajo puede utilizarse para medir los valores de otros artículos porque posee, más que ninguna otra cosa, las cualidades precisas para ser una unidad de medición satisfactoria. Para entenderlo examinemos de nuevo los datos ofrecidos antes sobre los precios de mercado, en dólares, de manzanas (A), judías ( B) y ropa (C). Si escribimos ahora:
no se puede decir ya:
100 /l =20 dólares en 1960 1 libra de B = 1 dólar en 1970 25 yardas de C = 50 dólares en 1980 5/4 = \B - 0,5C
puesto que el valor del dólar cambió considerablemente entre 1960 y 1980. Para que algo pueda servir eficazmente como unidad de medición debe ser constante en sí en la propiedad concreta que se pretende medir. Si deseamos comparar la longitud de un escritorio y de una mesa normal, la regla que utilicemos no debe cambiar de longitud mientras pasamos del escritorio a la mesa; si queremos comparar el peso de dos cosas necesitamos una unidad de medida que sea invariable en cuanto al peso, etc. Smith tuvo profunda conciencia de esta necesidad en relación con el problema de las comparaciones de valor. En su opinión, sólo hay una cosa que se mantiene constante en su valor propio a lo largo del tiempo y en distintos lugares: el trabajo. Así pues, si se reseña el valor de algo en función de la cantidad de trabajo que puede comprar (es decir, la relación entre su precio monetario y ía tasa salarial monetaria), expresamos sil valor según una unidad constante. Smith no tenía muy buenas razones para singularizar a este respecto el trabajo. Lo más aproximado a lo que llegó para justificarlo fue la siguiente afirmación:
161 Podemos decir que cantidades iguales de trabajo son de igual valor, en todos los tiempos y lugares, para el trabajador. Éste, en su estado nonmal de salud, fuerza y ánimos, con su nivel norma! de habilidad y de capacidad técnica, ha de entregar siempre la misma porción de su tranquilidad, su libertad y su felicidad (libro I, cap. V). LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
En la economía moderna, para resolver el problema de medición de Smith, se establecen índices numéricos del «nivel general de precios», utilizando un gran número de artículos. Aunque no sea un método perfecto, es mucho mejor que singularizar una cosa apoyándose en bases psicológicas bastante dudosas, como hizo Smith. El problema de la medición es importante en el campo de la estadística económica, pero la principal consecuencia de la tesis de Smith para la historia del pensamiento social fue que introdujo una confusión considerable en la teoría del valor al no aclarar si una «teoría del valor» trata de los determinantes del valor o de su unidad de medición. John Stuart Mili expuso el problema claramente en sus Principios de economía política (1848): No debe confundirse la idea de una medida del valor con la idea del regulador o principio determinante del valor. Cuando Ricardo y otros afirman que el valor de una cosa está regulado por la cantidad de trabajo, no se refieren'a la cantidad de trabajo por la que se cambió esa cosa, sino a la cantidad necesaria para producirla [...] Pero cuando Adam Smith y Maíthus afir man que el trabajo es una medida del valor, no se refieren al trabajo que costó o puede costar hacer el artículo, sino a la cantidad de trabajo por e! que se podrá cambiar o que podrá comprar; en otras palabras, el va
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lor de la cosa, calculado en trabajo [...] Confundir estas dos ideas sería como pasar por alto la distinción entre el termómetro y el fuego (libro III, cap. XV).
Esto sería, sin duda, un grave error, pero, por desgracia, ni Ricardo ni el propio Mili se esforzaron lo suficiente por evitarlo, creando una herencia de confusión que persiste hasta hoy día. 3.6.
LA «MANO INVISIBLE»
Esta frase, que aparece una sola vez en la Teoría de los sentimientos morales y otra en La riqueza de las K naciones, es un buen candidato para el concepto más conocido y menos comprendido de la historia de la teoría social. A lo largo de los dos últimos siglos la han citado una y otra vez, en general elogiosa o burlonamente, innumerables oradores y escritores, muchos de los cuales no saben de Adam Smith más que lo suficiente para pronunciar bien su nombre y poco más. Smith expone en la Teoría de los sentimientos morales una especie de deísmo moral. La actuación de la «simpatía» y del «observador imparcial» en la psicología de los sujetos individuales forma un todo social armónico porque lo diseñó así una deidad sabia y benévola. No sería exagerado decir que si Smith hubiera utilizado el término «mano invisible» libremente en la Teoría, de los sentimientos morales se habría referido a la mano de Dios. Pero no hay razón para atribuir ninguna concepción teísta de este género a La riqueza de las naciones. La idea general de un orden natural armonioso y su relación con la teoría social y la política social es lo suficientemente importante como para merecer un tratamiento especia], de modo que aplazaremos el análisis completo de;esta cuestión hasta el capítulo 10. Aquí me limitaré a comentar brevemente la opinión de Smith sobre el papel de los mercados en la organización económica. En La riqueza de las naciones, el concepto de una «mano invisible» no es más que la idea de que hay leyes rectoras que controlan los procesos económicos, al igual que hay leyes que rigen los fenómenos naturales. La compra y venta que se produce en la economía de mercado es un sistema ordenado: aunque cada participante en el mercado persigue sólo su propio interés, al hacerlo «se ve conducido por una mano invisible a promover un fin que no formaba parte de su intención»..., es decir, a desempeñar su pape! en un sistema económico coordinado y que funciona bien. La idea de que la tarea principal de la teoría social es estudiar las consecuencias involuntarias de acciones individuales, ocupó un lugar destacado entre los filósofos escoceses del siglo xvm, y su origen puede rastrearse mucho más atrás, pero fue Adam Smith quien ia utilizó con eficacia en el examen dei mecanismo de organización de mercado, que crea orden sin autoridad coercitiva y sin exigir que los seres humanos muestren sentimientos benévolos y comportamiento altruista en grado superior a su capacidad. La principal actividad de los economistas desde Adam Smith ha sido aclarar ei funcionamiento (o el ma! funcionamiento) de esta «mano invisible» metafórica. Incluso Karl Marx consideró, como veremos, que la tarea principal de la economía consistía en analizar los procesos de mercado y descubrir sus «leyes», aunque llegase a (o partiese de) valoraciones normativas de su significado completamente distintas a las de los miembros ortodoxos de la escuela clásica de economía.
163 Entre la visión de Adam Smith sobre el orden social y la de Thomas Hobbes hay una diferencia evidente. En el Leviathan de Hobbes, la tarea prioritaria es evitar que los hombres se hagan violencia mutuamente;- en La riqueza de las naciones de Smith, el foco principal es la necesidad de facilitar la cooperación. Según Hobbes, lo que hace falta es un policía; según Smith, un mecanismo que coordine las acciones individuales. Hobbes no explica, en realidad, por qué es deseable tener orden social, salvo cuando reconoce de un modo bastante impreciso que es necesario,para «una vida cómoda». En el primer capítulo de La riqueza de las naciones, Smith afirma que esa vida cómoda se logra con la especialización y reconoce que es necesario un mecanismo coordinador. Así pues, su punto de vista nos lleva.en una dirección muy distinta al de Hobbes: al estudio de los mercados, en vez de al estudio deí ejercicio del poder soberano. Esta distinción aún sigue presente en un grado considerable en las diferentes tendencias de los economistas y los científicos políticos modernos en relación con el problema del orden social. La investigación que realizó el propio Smith sobre los mecanismos del mercado no te llevó a la conclusión de que pudiera actuar como un sistema que generara orden por sí solo. Las actividades individuales no se coagulan en un todo coordinado más que cuando existe un marco general de costumbre o ley que establece normas de justicia. (Es evidente que la competencia entre productores que intentan hallar cada uno medios de producción más eficaces no es la misma si cada uno de ellos intenta prender fuego a los establecimientos de los demás.)Por eso es necesario el Estado, pero las funciones propias del Estado no se limitan al mantenimiento de la defensa nacional y a la administración de justicia interior. Smith confiaba mucho en el mecanismo de mercado, pero no creía que funcionara perfectamente. Si leyéramos La riqueza de las naciones y tomásemos nota de todos los casos en que Smith exige actuación estatal, cuando llegáramos al final del texto habríamos recopilado una larga lista de funciones económicas públicas. Pero si el lector apuntara cada vez que Smith sostiene que el Estado realiza una intervención económica innecesaria o perjudicial, también reuniría una larga lista. Estos pasajes han llevado a algunos lectores a sacar la conclusión de que Smith se oponía como norma a la intervención. Es cierto que Smith tenía una opinión muy pobre de «ese animal insidioso y astuto, al que vulgarmente se denomina estadista o político», pero también tenía una opinión pobre de los hombres de negocios, que, según él, andaban siempre conspirando contra el interés público al restringir la competencia y presionar a las autoridades paia obtener privilegios especiales. Una gran parte de La riqueza de las naciones constituye un alegato contra el «mercantilismo», ai que Smith atacaba no simplemente por ser un sistema de intervención económica, sino por sus objetivos erróneos y sus bases científicas deficientes. El objetivo principal de Smith era mejorar la política económica del Estado proporcionando una base sólida para el análisis económico. Su conclusión fue que podría lograrse una gran mejora desmantelando gran parte del aparato de intervención pública que había crecido en Inglaterra, pieza a pieza, desde la época de los Tudor. Quien haya estudiado la legislación económica del siglo XVIIÍ, difícilmente podrá afirmar que Smith no tenía razón. Había normas muy amplias, que no abarcaban prácticamente todos los aspectos de la actividad económica, pero que carecían de cualquier base racional defendible, o incluso coherente. Si tenemos en cuenta que estas normas las aplicaba una burocracia estatal ineficaz y corrupta, resulta más evidente que las críticas-de Adám Smith iban bien dirigidas. Pero la cuestión principal es que LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
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Smith era un pragmático; su consejo respecto a la política económica no se basaba enla observación y el análisis, no se basaba en el-principio general de laissez-faire dogmático que se le ha atribuido con tanta frecuencia. 3.7.
La CONCEPCIÓN ECONÓMICA DE LAS ETAPAS HISTÓRICAS
Comentábamos antes, en este mismo capítulo, que durante el siglo XVIII hubo un aumento del interés por la historia. Esto se debió en parte a la idea expresada por Hume de que la historia proporciona un laboratorio de experiencias empíricas para el estudio de las ciencias sociales,. Debido en parte también á una mayor conciencia del lugar que uno ocupa en la sociedad en un continuo temporal, y debido también en parte a un factor que examinaremos en el capítulo siguiente: el desarrollo de la idea de progreso. En La riqueza de las naciones hay mucho material,histórico, que probablemente habría hecho famoso a Adam-Smith como historiador si no hubiera quedado eclipsado por el análisis económico abstracto de la primera parte del libro.. En está-materia histórica no se propone explícitamente ninguna teoría histórica, pero las transcripciones de las lecciones de Glasgow de Smith muestran'que se inclinaba claramente por la idea de que una sociedad evoluciona necesariamente a través de ciertas etapas diferenciadas; que estas etapas se caracterizan por una forma predominante de actividad económica (caza, pastoreo, agricultura y comercio); y que los aspectos sociales, políticos, artísticos 7 de otros tipos de una sociedad son consecuencia de las características económicas de la etapa en la que esa sociedad se halla, Al parecer, Smith creía que al proponer esta tesis avanzaba en una dirección que posibilitaba un estudio de la historia científico, siguiendo los métodos de investigación ideados por Newton. La historia no debía limitarse a ser una narración de hechos curiosos e interesantes, sino que debía ser un estudio de las fuerzas básicas de la evolución social y de las leyes que la rigen. Es posible que el interés de Smith por la economía naciera de la idea de que los factores económicos son los determinantes reales de la historia. Hubo varios filósofos escoceses del siglo XVIIÍ que adoptaron este planteamiento general de la historia, que consideraron que debía ser científica o, como ellos decían, «filosófica», y que tenían también una visión por «etapas» de la historia y consideraban fundamentales los factores económicos. La idea de las etapas aparece también en escritos franceses e italianos dei siglo xviii Así pues, en este sentido, como en muchos otros, la importancia de Adam Smith no se debe a la originalidad de sus ideas, sino al grado especial de influencia que les atribuyó. Desde el punto de vista de la historia y la filosofía de la ciencia social, el aspecto más interesante de las teorías históricas de Smith no-fue el de sus orígenes, sino él hecho de que reaparecieran de nuevo a mediados del siglo xix en las obras de Friedrich Liszt y, sobre todo, de Karl Marx. Analizaré estas cuestiones al estudiar la teoría social de Marx en el capítulo 13 y al examinar el problema filosófico de la explicación histórica en ei capítulo 14. En el capítulo 12, en el que se estudia el positivismo del siglo xix, vereremos la famosa teoría de Auguste Comte de que ia historia humana es una historia de evolución de la humanidad a través de etapas que se caracterizan no por la organización económica de la sociedad, sino por el desarrollo intelectual y la visión filosófica del hombre. miento occidental durante el siglo xix, fue una suerte que estuviera presente el énfasis
utilitarista en los valores epicúreos mundanos para actuar como contrapeso de la visión romántica de las virtudes trascendentales que quedan fuera de la comprensión de los hombres vulgares y exigen, para su plasmación, que el artista sea rey.
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Capítulo 12
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA Sería muy útil comenzar este capítulo con una definición clara del término «positivismo», pero esto no es posible porque desgraciadamente ha sido, y sigue siendo, utilizado de formas diversas. En el marco del pensamiento social francés, las expresiones «ciencia positiva» Ny «filosofía de la ciencia positiva» fueron introducidas por primera vez por madame de Staël, novelista popular y figura destacada del romanticismo francés, en un libro que ejerció una gran influencia, De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales (1800). De Staël, más inspirada por el utopismo de Condorcet que por el enfoque analítico de las cuestiones sociales de Montesquieu, fue centro de un grupo de intelectuales franceses que sostenían que la perfectibilidad del hombre y la sociedad és posible, puesto que todos los problemas sociales pueden resolverse utilizando métodos científicos-y aplicando e! conocimiento científico en un Estado gobernado por científicos. Como veremos luego, una opinión similar desempeñó un papel básico en'el desarrollo del positivismo por Saint-Simon y Comté. Pero esto es todo lo lejos que se debería llegar en el intento de definir el primitivo positivismo francés decimonónico de un modo general. Es mejor dejar que su significado aflore de un examen concreto de las ideas de sus figuras principales. El término «sociología» es casi tan problerñátíco como «positivismo» cuando se intentan descubrir sus «orígenes». Algunos historiadores de la sociología empiezan con los antiguos griegos, o antes incluso (véase, por ejemplo, H. E. Bames, An introduction to the History ofSociology, 1948). Mientras que otros se resisten a retroceder incluso hasta principios del siglo XIX, como hacemos en este capítulo (véanse, por ejemplo, los artículos sobre «sociología» de la International Encyclopedia of the Social Sciences, 1968). La materia temática de la sociología es mucho más difícil de concretar que la del resto de las ciencias sociales. Cuando un autor analiza el arancel, o la oferta de oro, o los precios de mercado, sabemos al menos que está hablando de cuestiones económicas y es relativamente fácil determinar si utiliza un modelo teórico o si utiliza sistemáticamente algún otro método. Pero cuando un autor analiza la familia, o la delincuencia, o la cultura, puede estar haciendo sociología, pero no necesariamente, ya que el marco de su discurso puede ser la teología o la filosofía política, Ja estética, la ética, la psicología, o... Y aunque se refiera en realidad a fenómenos sociológicos, no siempre es fácil determinar si opera de un modo sistemático, puesto que estos fenómenos no se prestan al grado de cuantificación conceptual y empírica que puede alcanzar la economía mediante el uso del numerario común de la medición monetaria. Además, ia sociología abarca prácticamente todos los fenómenos sociales y las fronteras que se impone
son puramente convencionales. La actividad intelectual humana es en sí un fenómeno social, por lo que la sociología incluye dentro de su materia temática el estudio de la organización social de la ciencia, incluida la ciencia social, sin excluirse a sí misma. Este punto tiene un interés que no es simplemente pasajero, puesto que, como veremos, una de las características más importantes del pensamiento de los primeros sociólogos franceses fue cen trarse en la organización y la evolución de la ciencia y de otras actividades intelectuales como fenómenos sociales. La, tesis principal de Auguste Comte es que había-leyes de la evolución intelectual que regían el desarrollo de la mente humana. Utilizó el término «positivismo» para describir la culminación epistémica de este proceso e inventó la palabra «sociología» para indicar la ciencia que éí mismo crearía como síntesis final de todo conocimiento. Indicábamos en el capítulo 1 que el hombre es un animal extraordinariamente «altricial», necesitando el vástago de la especie muchos años de crecimiento y adiestramiento preparatorio antes de poder asumir las funciones del individuo adulto. Durante este periodo se produce un proceso de..«enculturación» que prepara al sujeto para la vida en una cultura o sociedad concretas. Indicábamos también que el hombre, como animal social, tiene la propiedad exclusiva de ser «multisocial», es decir, el individuo puede pertenecer simultáneamente a numerosos grupos sociales, como asociaciones ocupacionales, asociaciones religiosas, asociaciones recreativas, etc., cuyas pertenencias pueden solaparse. Si consideramos que la disciplina de la sociología es la rama de la ciencia-social que se interesa concretamente por estos aspectos de la sociabilidad humana, los inicios de la sociología deberían emplazarse probablemente en la Escocia y la Francia del siglo xvm. En Francia habría que mencionar al marqués de Condorcet, dado que su insistencia en el desarrollo del conocimiento y la inteligencia del hombre como un fenómeno de evolución social se centra en el aspecto de la sociabilidad, que se convirtió en elemento básico de la sociología de Comte. Su Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos deí espíritu humano (1795) fue una de las grandes obras literarias que reflejaron el estallido de entusiasmo por la reconstrucción social del primer período de la Revolución francesa y, a través de Saint-Simon y de Comte, una de las más influyentes. Pero fue más importante como sociólogo Montesquieu, cuyo Espíritu de las leyes (1748) influyó más en 1a teoría y el pensamiento social en Escocia y en Estados Unidos que en Francia. La insistencia de Montesquieu en el papel enculturador de las instituciones sociales, la gran diver
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sidad de estas instituciones» su papel causal en los acontecimientos históricos y su interacción dentro de una cultura que puede considerarse un sistema total, apoya la tesis de algunos historiadores de que debería considerársele el primer sociólogo. Los moralistas escoceses de la segunda mitad del siglo XVIII han sido analizados ya (capítulo 7, apartado 1) y es evidente que debe considerárseles como mínimo precursores de la sociología moderna. Historiadores recientes han singularizado a Adam Ferguson y sus Essays on the History of Civil Sociéty (1767), pero hay también buenas razones para mencionar a todas las principales figuras de la Ilustración escocesa, incluidos David Hume y Adam Smith. Los títulos de los capítulos del libro de selecciones de las obras de los escoceses de Louis Schneider (The Scottish Morahsts, 1967) es casi como el programa de un cursof de introducción a la teoría sociológica. Sin embargo, no/abundaremos más sobre Montes- quíeu y los escoceses. Una ciencia «comienza», como fenómeno social, cuando puede trazarse una línea de desarrollo continuo hasta un origen. Es en este sentido en el que puede considerarse a Montesquieu, Hobbes y Locke iniciadores de la ciencia política, y a Adam Smith el fundador de la economía. Siguiendo el mismo criterio, puede decirse que debería considerarse a Saint-Simon y a Comte los fundadores de ía sociología. Pero deberíamos indicar una vez más que muchos sociólogos modernos rechazarían cualquier deuda intelectual con Saint-Simon y Comte, y el historiador no tiene ninguna justificación para endosar a quienes practican una ciencia un linaje que rechazan. La sociología de Saint-Simon y de Comte era muy diferente de la que se encuentra hoy en un programa universitario, moderno, especialmente en Estados Unidos. Su equivalente moderno más próximo es la sociología académica y de investigación de la Unión Soviética y de otros países marxistas. Saint- Simon y Comte se dedicaron a lo que podría llamarse «gran sociología», un intento de elaborar una teoría global que abarque en una síntesis unificada todos los aspectos de la sociabilidad humana y su evolución histórica hasta el presente y más allá, en el futuro. El aspirante más notable a esta síntesis fue Karl Marx, pero deberíamos incluir también a James Frazer, Herbert Spencer e historiadores como Oswald Spengler y A. J. Toynbee como practicantes no marxistas de la «gran sociología». Émile Durkheim y Max Weber no tienen una visión tan amplia de la sociología, pero la disciplina no empezó en realidad a perder su grandiosidad dé miras hasta el siglo xix. Hoy los sociólogos, exceptuando de nuevo a los marxistas, dan preferencia a la investigación empírica y, en la medida en que utilizan elaboraciones teóricas que son más que instrumentos de investigación empírica ad hoc, emplean lo que Robert K. Merton ha denominado acertadamente «teorías de alcance medio». La teoría social que examinaremos en este capítulo pertenece a un período de la historia de Europa occidental en el que se culminó la transición de un mundo a otro: de un mundo antiguo de agricultura reducida, industria artesanal y comercio limitado, localismo social y comunidad íntima, y poder político limitado a una pequeña oligarquía hereditaria, a un mundo nuevo de industria mecanizada en gran escala, comercio ubicuo, urbanización y proletarízación de la fuerza de trabajo, una psicología social nacionalista y el ascenso de nuevas clases a posiciones de influencia y de poder político. Puede afirmarse sin excesiva exageración que las ciencias sociales son producto deí cambio social, que constituyen respuestas intelectuales a modificaciones grandes y rápidas de las formas tradicionales de organización social y al desorden, salpicado a menudo por la violencia, que las acompañaba. La ciencia política moderna puede considerarse sin excesiva distorsión como un producto de la guerra civil inglesa del siglo XVII y de la guerra de Independencia de Estados Unidos del xvín, la economía como un producto de la Revolución industrial, y la sociología como un producto de la Revolución francesa.
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La destrucción del anclen régiine en 1889 produjo en Francia un gran aluvión de literatura que proponía todo tipo de teorías sociales y de grandes planes para la reconstrucción del orden social, que continuó en avalancha a lo largo de las sucesivas fases de la revolución, la dictadura napoleónica y después de Waterloo. La guerra civil inglesa generó un aluvión semejante, pero en el análisis de los inicios de la teoría política moderna del capítulo 4 nuestra atención se limitó a los autores que tuvieron una importancia sobresaliente en la evolución subsiguiente de la disciplina: Thomas Hobbes y John Locke. Asimismo, en este capítulo nos centraremos únicamente en las dos personalidades principales, Henri de Saint-Simon y Auguste Comte, pasando por alto a otros que, en una historia más completa, exigirían atención. No me plantearé aquí esbozar los antecedentes históricos generales de la sociología y el positivismo franceses diferenciados del examen concreto de Saint-Simon y de Comte pero, antes de terminar esta introducción, es conveniente hacer un breve repaso del sistema francés de educación superior. Saint-Simon y Comte adoptaron ambos una idea de Condorcet, qüe a su vez la había tomado de Francis Bacon: la concepción de un orden social utópico regido por hombres de ciencia. En la Inglaterra de la época de Bacon se consideró que esto exigía la creación de una gran institución nueva con una autoridad, un prestigio y un estatus indiscutibles, la cual se haría realidad unos treinta años des- pués de la muerte de Bacon, con la fundación de la Royal Society. En la Francia decimonónica, la estructura necesaria existía ya, en opinión de Comte, y era el Institut de France, sus-diversas academias y el sistema de escuelas especiales, entre las que destacaba la École Polytechnique. La política de Estado de la Francia decimonónica patrocinó la creación de instituciones superiores especializadas para la instrucción y la investigación al margen de las universidades tradicionales, que, por estar enraizadas en el humanismo renacentista y en la escolástica medieval, se consideraban inadecuadas para la adecuada promoción de la ciencia y la tecnología. La gran escuela de ingeniería de obras publicas, la École des Ponts et Chaussées (Escuela de Caminos y Puentes) se creó en fecha tan temprana como 1715. En la época de la revolución había en Francia más instituciones superiores de ciencia y tecnología, y mejores, que en ningún otro país de Europa. Eran instituciones prestigiosas y el ingreso en ellas constituía por sí solo un certificado de superioridad intelectual y, debido a que estaban promocionadas por el Estado, no sólo pretendían ingresar en ella - quienes deseaban practicar una profesión, sino también los hijos de familias que querían elevar su prestigio social y asegurarse un puesto mejor en la jerarquía del poder político. La aristocracia, viendo amenazado así su estatus tradicional, procuró, con cierto éxito, restringir la admisión a los hijos de familias nobles, pero esto, como el resto de! aparato del anden régime, lo barrió la revolución. Pero no las escuelas mismas; se valoró su importancia y fueron apoyadas por los sucesivos regímenes revolucionarios, por Napoleón y por los gobernantes de Francia posteriores a Waterloo. El historiador moderno de la Écóle Polytechnique, Terry Shinn ( L’École Polytechnique, 17941914,1980), indica que durante el medio siglo posterior a 1830 los graduados de las escuelas especiales, que procedían ya principalmente de la cíase media, no sólo dominaron los sectores profesionales de la sociedad francesa, sino que ejercieron una gran influencia política. Éste fue,el período en el que Auguste Comte elaboró su filosofía positiva.
1. Henri de Saint-Simon (1760-1825)
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Henri de Saint-Simon nació en una familia de la nobleza, pero de estatus social y medios económicos modestos. Fue un joven rebelde y, aunque era el primogénito, su padre no le dejó nada en herencia cuando falleció en 1783. A los dieciséis años obtuvo un puesto de oficial en el ejército francés y, después de ascender hasta el grado de capitán, se presentó voluntario para servir en la fuerza expedicionaria enviada para ayudar a los colonos británicos del norte de América sublevados contra la Corona inglesa. Estuvo en América sólo dos meses, pero correspondieron a la fase decisiva de la guerra y participó como oficial de artillería en la batalla de Yorktown en 1781. En años posteriores tendió a exagerar su papel como uno de los fundadores de la libertad estadounidense, pero más importante que su influencia en el nacimiento de los Estados Unidos fue la influencia que su experiencia americana ejerció sobre él. Le impresionó muchísimo aquella sociedad que carecía de aristocracia, que podía incluso alcanzar grandes éxitos militares con un ejército que estaba dirigido por oficiales procedentes del pueblo. La importancia que otorga en sus escritos posteriores a la capacidad y el talento individuales, no limitados por la casta hereditaria, se debió a su breve experiencia americana además de a su rebelión personal contra su familia. Cuando estalló la Revolución francesa en 1789, Saint-Simon fue uno de los primeros que renunciaron a su título de nobleza y que se identificaron con los revolucionarios. Pero esto no ie libró del Terror. Fue detenido en 1793 y escapó por muy poco a la guillotina. Sus once meses de cárcel, bajo el temor constante de la ejecución, le causaron una impresión perdurable, que se refleja en la insistencia en sus obras posteriores en los males de la anarquía y en la suprema importancia del orden social. El pensamiento social de Saint-Simon, como el de Thomas Hobbes, cuya teoría política estuvo condicionada por las agitaciones y la inseguridad de la guerra civil inglesa, estuvo permanentemente dominado por.su propia experiencia, más personal, de las consecuencias del desorden civil. Su estancia en la cárcel tuvo también efectos psicológicos duraderos, o sirvió para exacerbar la neurosis que ya padecía. Sufrió alucinaciones, en una de las cuales se le apareció Carlo- magno y le predijo que se convertiría en un gran filósofo cuyas ideas regenerarían la civilización de Europa. En años posteriores experimentó repetidamente alucinaciones similares y se consideró en ocasiones la reencarnación literal de Sócrates o Descartes, un mesías destinado a cambiar el mundo a través del poder de las ideas, como había hecho Carlomagno por la fuerza de las armas. En 1812 padeció una crisis nerviosa y pasó varios meses en una institución mental. En .1823 intentó suicidarse. El investigador moderno de sus escritos y de. las actividades de sus discípulos que esté familiarizado con su historia personal, se siente fácilmente tentado a calificar las doctrinas saint-simonianas de locura, pero, si lo fueron, hay que reconocer que fue una locura que tuvo profundas consecuencias-en el pensamiento social moderno. Durante los primeros años de la revolución, Saint-Simon se entregó a actividades especuladoras relacionadas sobre todo con la venta de tierras y propiedades confiscadas a la Iglesia y a la aristocracia.'-Estas actividades fueron la causa inmediata de su encarcelamiento. Tras la caída de Robespierre reanudó sus especulaciones y se enriqueció. Pero gastaba pródigamente, agasajando a personas de elevado estatus, entre las que se incluían sobre todo profesores de la École Polytechnique. Su suerte en los negocios se acabó también, y en 1805 estaba arruinado. Pero por entonces había empezado ya a escribir sobre cuestiones sociales y la materialización de la predicción de Carlomagno en la cárcel se convirtió en el objetivo principal de su vida. Obtenía dinero donde podía y sin escrúpulos* pero sólo para cubrir las necesidades esenciales para realizar su gran obra.
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Sin embargo, Saint-Simon no pensó que su misión fuera la de un filósofo académico dedicado a construir, completamente solo, un nuevo sistema de pensamiento social. Carlomagno no había conquistado Europa él solo; rae el genio dominante que inspiró a otros y que les organizó para la tarea. Del mismo modo, Saint-Simon consideraba que su papel era asumir la jefatura de una cruzada intelectual que realizarían, bajo su dirección, ios mejores científicos y sabios de la época. A lo largo de su vida como escritor pretendió convertirse en empresario y director de una gran empresa cooperativa que pretendía conseguir una sistematización completa de todo el conocimiento sobre nuevas bases filosóficas. A diferencia de los otros científicos sociales estudiados hasta ahora, sus ideas no pueden localizarse en un solo gran tratado ni en unas cuantas grandes obras principales. Derrochó su energía escribiendo folletos, panfletos y artículos, y no completó nunca una exposición metódica o global de sus ideas. Sin embargo, en esas páginas desordenadas hallamos un sistema de ideas o, como mínimo, los elementos embrionarios que se convertirían en la filosofía positiva de Auguste Comte. Saint-Simon era, al parecer, un conversador brillante y fue su charla más que sus escritos lo que empezó por fin a atraer a los discípulos que anhelaba. Augustin Thierry, que más tarde se haría famoso como historiador popular, se convirtió en su ayudante en 1814, y tres años después le sucedió Comte. Durante los últimos años de Saint-Simon se agrupó en torno a él un núcleo de jóvenes intelectuales, que formaron después de su muerte un movimiento dedicado a crear una nueva religión y a difundir sus doctrinas por toda Europa, dirigido por Prosper Enfantin, un ingeniero que se había formado en la Ecole Polytechnique. Al cabo de unos años se incorporaron al movimiento varios cientos de jóvenes graduados de la Ecole y, durante un período, pareció que el sueño de Saint-Simon de una nueva religión basada en la ciencia barrería Europa. Los saintsimonianos enviaron emisarios evangélicos a Inglaterra, y a otros lugares, publicaron numerosos periódicos y revistas y dieron conferencias públicas que atrajeron numeroso público. Pero las disensiones internas y la adopción de pintorescos rituales que bordeaban el ridículo y provocaban repugnancia debilitaron el movimiento. Enfantin, que pasó a llamarse «Padre de la Humanidad», fue detenido y encarcelado, junto con otros dirigentes, y el movimiento desapareció prácticamente en 1832. El saint-si- monismo revivió en la década de 1840 y obtuvo el apoyo de Napoleón III en la de 1850, pero decayó de nuevo cuando murieron los discípulos originales. Su principal influencia sobre el pensamiento social moderno la ejerció a través de Auguste Comte y de Karl Marx. El carácter endeble y desordenado de los escritos de Saint-Simon, comparados con los tratados sesudos y sistemáticos de Comte, invita a restar importancia al papel de Saint-Simon en eí desarrollo del positivismo. Pero la revalorización de Saint-Simon por los historiadores modernos ha demostrado su valía por encima de cualquier duda razonable. Los rudimentos del positivismo están presentes en sus primeros escritos, antes incluso de que Thierry se convirtiera en su ayudante. Comte conoció a Saint-Simon cuando tenía diecinueve años y fue un discípulo devoto durante cuatro años. A pesar de su insistencia posterior en que no debía nada a Saint-Simon, es improbable que su experiencia como joven ayudante de éste, recién salido de la École Polytechnique, entusiasmado por verse libre de una disciplina estricta y un denso programa de estudios, fuese algo insignificante en su evolución intelectual. Sin embargo, hay que reconocer que los escritos de SaintSimon, antes de iniciar su relación con Comte y después, sólo contienen los elementos sin desarrollar ni sistematizar del positivismo, y no pretenderemos considerarlos más que eso. Una de las características desconcertantes del positivismo como filosofía de la ciencia es que parece ser al mismo tiempo racionalista y empirista. El filósofo moderno, se llame «positivista» o
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no, tiende a resolver este conflicto reconociendo los papeles complementarios de la teoría y el dato empírico en el progreso del conocimiento. El propósito de Saint-Simon era diferente. El consideraba que una teoría a príori y eí estudio a posteriori de los datos actuaban no como métodos complementarios, sino como formas temporalmente alternativas de investigación científica. Ésta es la «ley de alternatividad » saint-simoniana. La ciencia europea, en opinión de Saint-Simon, había permanecido en una fructífera fase de empirismo durante más de un siglo, bajo la influencia de Newton y de Locke, pero su potencial constructivo estaba ya agotado y era preciso pasar a la. otra alternativa y avanzar hacia una nueva síntesis racionalista. Se consideraba el dirigente que debía impulsar ese proceso. Los escritos de Saint-Símon no contienen nada de interés sobre ningún tema sustantivo de la ciencia física o de las matemáticas, y sabía muy poco de ellas en realidad. Sus conocimientos científicos consistían sólo en lo que espigó en la charla de sobremesa de los científicos a los que había agasajado cuando era rico, antes de embarcarse en su misión de regenerar la civilización de Europa. Pero estaba convencido de que su talento trascendía la actividad prosaica de los científicos y que su visión señalaría el camino a seguir por aquéllos. La admiración de Saint-Simon por las ciencias en sus primeros, escritos era una idolatría que él no sólo celebraba como una convicción personal, sino que recomendaba para su adopción general. En su primera publicación, Cartas de un residente en Ginebra a sus contemporáneos (1803), anunció la fundación de una «religión de Newton» y recomendó la creación de un «Concilio de Newton» compuesto por veintiún científicos, eruditos y artistas distinguidos que, inspirándose en la ciencia física, constituirían el sacerdocio autoritario de un nuevo orden social. Saint-Simon, como madame de Staél y su círculo, albergó !a esperanza durante algún tiempo de que el instrumento de ese nuevo orden fuera Napoleón, pero ia decepción posterior no altèro sustancialmente su visión utópica. La misma idea esencial de un mundo regido por una élite según los principios de la ciencia aparece en su última obra, publicada poco antes de su muerte, Nuevo cristianismo (1825). Entre su primer y último escrito se produjo, sin embargo, un cambio significativo en el p ensamiento de SaintSimon, que pasó de considerar la física el paradigma de la ciencia social a considerar que debían serlo la biología y la fisiología, y de los intelectuales como élite a una élite formada por los grandes hombres de la industria y el comercio; pero no modificó su convicción inicial de que los especialistas debían, convertirse, y se convertirían, en los gobernantes de la sociedad, y de que la paz, el orden y. la justicia y el bienestar de las masas exigían que tuvieran una autoridad ilimitada. El papel de esta élite, a diferencia de la élite aristocrática que había detentado la autoridad política tradicional, lo describió en un impresionante pasaje que ha venido a llamarse la «parábola de SaintSimon»: Supongamos que Francia pierde de pronto cincuenta de sus médicos de primera categoría, cincuenta químicos de primera categoría, cincuenta fisiólogos de primera categoría, cincuenta banqueros de primera categoría, doscientos de sus mejores comerciantes, seiscientos de sus agricultores más destacados, quinientos de sus metalúrgicos más capaces, etc. [...] Considerando que estos hombres son sus productores más indispensables, los que fabrican sus productos más importantes, al perderlos la nación degenerará en un mero cuerpo sin alma y caerá en un estado de debilidad lamentable a los ojos de las naciones rivales, permaneciendo . en esta posición subordinada mientras persista la pérdida y sus puestos sigan vacantes. Hagamos otra suposición. Imaginemos que Francia conserva a todos sus hombres de talento, en las artes y en las ciencias, o en las técnicas e
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industrias, pero tiene la desdicha de perder en el mismo día al hermano del rey, al duque de Angulema y al resto de los miembros de la familia real, a todos los grandes funcionarios de la corona, a todos los ministros del gobierno, estén o no a la cabeza de un departamento, a todos los miembros del consejo privado, a todos los mariscales, cardenales, arzobispos, obispos, grandes vicarios y canónigos, a todos los prefectos y subprefectos, a todos los empleados dei gobierno, a todos los jueces y, además de eso, a cien mil propietarios, la crema de la nobleza. Esta catástrofe abrumadora afligiría sin duda a los franceses, pues son una nación de buenos sentimientos. Pero la pérdida de ciento treinta mil de los individuos más afamados del Estado daría origen a un pesar de un carácter puramente sentimental. No causaría la menor molestia a la comunidad (citado del L’Organisateur, 1819, por Charles Gide y Charles Rist en A History ofEconomic Doctrines, 1915). A pesar de la experiencia de su' temporada en América, Saint-Simon no consideró que una república pudiera ser también una democracia. A los dirigentes de hombres se les puede reclutar entre ei pueblo, pero dében gobernarlo con poder ilimitado. La teoría política de Saint-Simon estaba estrechamente relacionada con su filosofía de la ciencia. En su opinión, es un profundo error considerar que el conocimiento científico aumenta por la simple acumulación de los resultados de la investigación metódica. Los numerosos trabajadores de la ciencia deben recibir normalmente la inspiración del genio filosófico que, de un modo intuitivo, capta ei sentido interno de los fenómenos de la naturaleza. Sin él no puede haber ningún progreso científico. Asimismo, la élite gobernante de la sociedad debe estar unida poruña dedicación común a la materialización de la visión social del genio único que comprende la esencia de los fenómenos sociales y es capaz de captar las leyes que rigen la historia humana, ocultas a hombres de menos valía. Este genio no tiene por qué ser un científico o un erudito; su penetración intuitiva aporta verdades de un tipo más profundo que las que pueden'descubrirse con la investigación metódica. Esto no es una mera especulación, pues estos hombres de talento han pisado ía tierra antes y ahora ha venido de nuevo uno a salvar a Europa en su hora de crisis... ¿Quién puede ser sino el propio autor de estos pensamientos? En la megalomanía de Saint-Simon vemos que se unen la filosofía de la ciencia y la ideología política, o, más exactamente, que la primera se subordina a la segunda, fenómeno que reaparece repetidamente en la historia de la filosofía social y de la ciencia social de los siglos xix y xx. En la literatura moderna de la filosofía de la ciencia hay una polémica continuada en tomo al papel de esta disciplina: si debe limitarse a describir la metodología de la práctica científica, o bien si debe intentar determinar las normas de la práctica correcta y emplearlas como criterios básicos y normas prescriptivas. En el positivismo francés de principios del siglo xix, las orientaciones descriptiva y prescriptiva de la filosofía de la ciencia se fundieron en la idea de que el desarrollo intelectual del hombre opera necesariamente a través de tres etapas: la «teológica», la «metafísica» y la «positiva». Esta es la llamada «Ley de las tres etapas», una columna básica de la filosofía de la historia de Comte. Según esta tesis, positivismo no sólo es un término descriptivo de la etapa más reciente, sino también una prescripción de normas metodológicas que deberían regir toda práctica científica. Los elementos esenciales de la ley de las tres etapas aparecen en escritos de Saint-Simon de 1813, cuatro años antes de que conociese a Comte. Una de estas publicaciones de 1813 se titula Memoria sobre la ciencia del hombre. En opinión de Saint-Simon, eí estudio científico de los fenómenos sociales humanos debe adoptar la metodología de las ciencias naturales. Saint-Simon había sostenido esta opinión desde sus primeros
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escritos sobre cuestiones sociales, y puede que incluso antes, ya que ésta pudo haber sido una deJas razones de que, cuando era rico, se instalara cerca de la Ecole Polytechnique y buscara la compañía de sus distinguidos científicos y matemáticos. Pero la filosofía de la ciencia de Saint-Simon no se limitó a afirmar que el estudio dé los fenómenos sociales podía realizarse con mucha mayor eficacia siguiendo el modelo de las ciencias naturales. Estaba convencido de que todos los fenómenos, físicos, químicos, biológicos o sociales, eran consecuencia de la actuación de un principio único. Después de largas consultas a su intuición llegó a la conclusión de que este principio monista era la ley de la atracción gravitatoriade Newton. Pero, siguiendo su costumbre; no lo explicó, siho que escribió un folleto, Estudio sobre la gravitación universal (1813) en el que instaba a los científicos a seguir su intuición y aseguraba que si lo hacían podía salvarse la civilización de Europa. Las expresiones que describen la ciencia de la sociedad como «física social» o «fisiología social» en las primeras obras positivistas, antes de que Comte introdujera el neologismo «sociología», son un reflejo del monismo epistémico de Saint-Simon. Es evidente, desde sus primeras ideas sobre cuestiones sociales, que Saint- Simon creía que podía, y debía, crearse una nueva ciencia social que fuera «positiva», como ¡a ciencia natural moderna. Pero después de unos cuantos años de relación con los ingenieros y matemáticos de la École Polytechnique, que no mostraban entonces la menor inclinación a convertirse en discípulos suyos, cambió su residencia á las cercanías de la Ecole de Médecine y cultivó la compañía de médicos, fisiólogos y biólogos. Pasó entonces a creer que la sociedad es un organismo viviente, no una máquina o un sistema planetario, y que una ciencia social científica debía estructurarse siguiendo ei modelo de las ciencias de la vida. La visión de la sociedad como una especie de superorganismo, en el que hombres individuales y clases de hombres desempeñan papeles parecidos a las células y los órganos, puede remontarse hasta la antigüedad griega, pero no empezó a desempeñar un papel destacado en el pensamiento social hasta el siglo XIX. Ei primer filósofo de gran influencia que propuso esta tesis fue el jefe del primer movimiento romántico alemán, Johan Gotfried von Herder, sobre todo en su obra en cuatro volúmenes ¡deas para una filosofía de la historia de la humanidad (1784-1791). Lo más probable es que Saint-Simon no leyera a Herder, ni a Hegel, que expuso una visión similar de la sociedad, pero adoptó ía jdea de la sociedad como organismo y fue un conducto importante a través del cual esa idea penetró en ia ciencia social y en la filosofía social. A Auguste Comte y, posteriormente, a Emile Durkheim y a Herbert Spencer les influyó profundamente. A Durkheim, en particular, ie causó honda impresión la idea de Saint-Simon de que una sociedad, al ser un organismo, posee una conciencia,propia, que trasciende y, de hecho, determina la de sus miembros individuales (véase más adelante el capítulo 15, apartado 2). El concepto de conciencia colectiva o, en su forma más extrema, ía idea de una «mente de grupo», fue ampliado posteriormente por Garl Jung, al que sólo supera en importancia Sigmund Freud como padre del psicoanálisis, que sostuvo que cada sociedad tiene también un subconsciente colectivo, que yace por debajo de. las creencias compartidas y Jas perspectivas mentales que constituyen su cultura sensorial, que preserva en la memoria subliminal su historia pasada como colectividad. La influencia de este conjunto de ideas en el arte y ía literatura modernas, y en sus concepciones de los fenómenos sociales, ha sido enorme. Los conceptos de organismo y mecanismo han luchado entre sí a lo largo de la historia moderna de la ciencia social y aún siguen haciéndolo. El conflicto entre holismo y reduccionismo como metodologías de la investigación social es, en una medida considerable, un reflejo de estas
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dos concepciones metafísicas alternativas de la sociedad. Esto también caracteriza a una de las diferenciaciones importantes entre sociología y economía como ciencias sociales, tendiendo la sociología ai organicismo y el holismo, y la corriente principal de la economía al mecanicismo y el reduccionismo. Digo la «corriente principal» de ía economía porque una de las características sobresalientes de ía economía marxiana, la escuela histórica, ei ínstitucionalismo y la historia social, ha sido la insistencia en los rasgos orgánicos y evolucionistas de la sociedad. Pero ni siquiera ía corriente general de ía economía ha sido inmune al atractivo deí holismo y el organicismo. En las obras de Aifred Marshaíí, la figura más importante en el desarrollo inicial de la economía neoclásica, vemos que concebía sus propias aportaciones a ía mecánica económica como una etapa preliminar para el desarrollo de una teoría orgánica de la sociedad. A los científicos sociales siempre les ha planteado problemas el concepto de «sociedad», debido en gran parte a que se han mostrado reacios a considerar la sociedad como una entidad existencial categóricamente diferenciada. Algunos científicos sociales tienden a considerar ías sociedades simples agregados de individuos, mientras que otros las consideran organismos, o al menos «parecidas» a los organismos. La guerra entre estos dos conceptos es un reflejo del monismo que caracteriza a la filosofía académica, pretendiendo cada bando ser el verdaderamente metafísico. Pero los organismos no son lo mismo que los mecanismos y las sociedades no son tampoco lo mismo. El pluralismo metafísico no es claro, pero uno de sus méritos es que nos permite ver las sociedades como sociedades, y estudiar su organización sin depender excesivamente de muletas analógicas. La concepción orgánica de la sociedad se fundió estrechamente con la teoría de la evolución en el período que siguió a la publicación de El origen de las especies (1859) de Charles Darwin, pero hay una conjunción similar de organicismo y evolucionismo en los escritos de Saint-Simon medio siglo antes, e incluso más atrás, en la filosofía de la historia de Herder. Hay, sin embargó, una diferencia fundamental entre Herder y Saint-Simon en este punto. Para Herder, cada época y cada sociedad tiene su propio carácter único, al igual que cada especie orgánica es distinta de las demás. En consecuencia, la historia es un registro del desarrollo pluralista de sociedades culturalmente diferentes. Por otra parte, Saint-Simon consideraba que la variedad de culturas era meramente superficial. Todo el desarrollo social se produce de acuerdo con un plan subyacente; la historia humana está regida por la ley monística al igual que los planetas en sus movimientos. Saint-Simon no fue el primer autor que sostuvo esta concepción de la historia, pero fue el primero que afirmó que el conflicto entre clases económicas constituye la fuerza dinámica fundamental de la evolución social. Concibió la idea de la historia dialéctica independientemente de Hegel e identificó antes que Marx los aspectos de clase económica dé la sociedad como su fundamento. Puede considerársele, por tanto, el iniciador del materialismo dialéctico. Saint-Simon creía firmemente que el futuro social del hombre estaba regido por leyes al igual que su pasado. Las leyes de la historia son las leyes del destino, que conducirá inevitablemente a la sociedad a un fin determinado: el orden social perfecto que su visión intuitiva le había revelado. Pero Saint-Simon no era un determinista absoluto. Esto sería equivalente al fatalismo y haría absurdo cualquier programa de actuación social como el que propugnaba constantemente. Las leyes generales de la historia son inquebrantables y su fin último es inevitable, pero él hombre tiene capacidad para influir en los detalles y, sobre todo, para facilitar y acelerar la actuación de las leyes. Además, no sólo puede el individuo influir en la dinámica histórica, sino que está moralmente obligado a actuar en armonía con la ley histórica. Es un crimen moral intentar paralizar o modificar la fuerza de la historia y una virtud moral colaborar con ella y acelerarla. Por lo tanto, estamos
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obligados a reconocer a Saint-Simon como señor y gurú y a incorporamos al movimiento, saintsimoniano. Hay muchas cosas en el pensamiento de- Saint-Simon que recuerdan opinionesexpresadas más tarde por Karl Marx y desarrolladas luego por sus discípulos. Marx y Lenin criticaron a Saint-Simon por lanzarse a trazar un esbozo utópico de la estructura detallada del orden social futuro, pero, pese a ello, aún se alza hoy en la plaza Roja de Moscú un obelisco que incluye el nombre de Saint-Simon entre los precursores significativos del marxismo-leninismo. En la teoría marxista moderna se establece una distinción entre «socialismo» y «comunismo» y entre «socialismo utópico» y «socialismo científico». El término «comunismo» se reserva para el fin último del proceso de evolución social, mientras que «socialismo» designa el período de transición que sigue a la revolución y que precede a la instauración del «comunismo». La diferenciación entre socialismo «utópico» y «científico» en la teoría marxiana refleja la diferencia bá~ sica que según Marx y Engels existía entre ellos y la larga serie de autores que examinamos antes en el capítulo 8, apartado 2, que trazaron esquemas, y a veces planos detallados, de un orden social perfecto. Quien lo expuso con mayor claridad fue Engels en su Socialismo utópico y socialismo científico (1880), dirigido en principio contra los escritos de Eugen KarI Dühring, un crítico alemán de Marx, pero que era también un ataque general a todos los utópicos. La elaboración de planes para un orden social nuevo es, en opinión de Marx, y Engels, especulación ociosa, sin ningún fundamento científico. Un socialismo verdaderamente científico no se preocupa por eso, sino que se concentra en el análisis de los procesos dinámicos que provocarán la destrucción de! capitalismo y la instauración de una nueva era histórica. Así pues, «socialismo científico» no significa, en terminología marxiana, que la nueva era se caracterice por la organización científica de la sociedad, como propugnaban Saint-Simon y Comte, sino que hace referencia a las «leyes de la historia» descubiertas por la ciencia marxista, que demuestran que es inevitable el advenimiento del socialismo. Engels mostró mayor simpatía hacia Saint-Simon que Marx, quizás porque percibió en los escritos desordenados del conde, además de la descripción de un nuevo orden social, la idea de que estaba también prediciendo un proceso histórico que tenía que suceder. Saint-Simon no reúne en realidad las condiciones necesarias para que se le considere precursor del «sociálisqp científico» márxiano, dado que ofreció poco en apoyo de esta predicción, aparte de revelarla como una . visión intuitiva. Pero, desde sus primeros escritos hasta su última obra, se esforzó denodadamente por describir, con considerable detalle, cómo estaría organizada la nueva sociedad. En consecuencia* Saint-Simon fue, en este aspecto, un «utópico». Si debemos o no llamarle «socialista» es una cuestión en la que los intérpretes discrepan. La primera aparición en Francia del término socialistes ha sido atribuida por los historiadores al periódico saint-simoniano Globe en 1832, donde se utilizaba para describir a quienes creían en eí Nuevo Cristianismo. Pero «socialismo» y sus términos emparentados, como la mayoría de las etiquetas políticas, han pasado por diversas transformaciones durante el último siglo y medio, y es una pérdida de tiempo discutir sobre si es exacto caracterizar al saint-simonismo con una palabra que ahora abarca una miscelánea polimorfa de ideas. Ya dijimos anteriormente que a Saint-Simon su período de encarcelamiento durante el Terror le convenció del valor supremo del orden social. Este orden exige, en su opinión, que el poder soberano del Estado ejerza un control sin límites. Saint-Simon rechazaba la idea de orden espontáneo, tesis básica de la economía política clásica, y se mostraba hostil al liberalismo pluralista que arraigaba en Inglaterra. La nueva sociedad por la que abogaba, y que predecía, tenía que ser autoritaria y totalitaria, con todas las actividades de sus miembros sometidas al control y a la dirección de una élite gobernante. Saint-Simon aportó los fundamentos de esto en sus propias obras,
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en ias que alegaba constantemente que la solución de todos los problemas del hombre ha de buscarse en la organización de la sociedad mediante una'planificación general deliberada y una dirección administrativa detallada. Saint-Simon y sus seguidores, como todos los utópicos, tenían poco que decir sobre la economía de la nueva sociedad. Su opinión negativa del sistema de mercado fue suficiente para convencerles de que sería superior una economía planificada, pero no se puede encontrar en sus escritos ningún análisis de los problemas técnicos de la planificación económica y cómo habían de resolverse. Algunos historiadores del saint-simonismo lo han considerado una teoría económica, pero esto es erróneo. Es ante todo una teoría política y sociológica, cuyas esporádicas alusiones a temas económicos no aclaran nada. Saint-Simon, ai igual que muchos utópicos, es un tanto ambiguo en su visión del Estado. Poruña parte, el Estado es el instrumento que controla y dirige a la sociedad; por otra, la plena madurez de la nueva sociedad se caracterizará por modificaciones tan profundas en el hombre que dicha sociedad funcionará tranquilamente sin necesidad de coerció n. En él saint-simonismo hallamos el germen de la idea de Marx de que en el comunismo pleno el Estado «se extinguirá», y la idea de Lfenin de que la planificación económica centralizada es una cuestión de simple «administración» burocrática. Dejando a un lado estas visiones del final, el bosquejo de Saint-Simon sobre la organización de la nueva sociedad es un modelo para un totalitarismo autoritario. Pero difiere del anden régime en dos aspectos importantes: la élite dirigente se reclutará en todos los sectores de la sociedad, de acuerdo con el talento más que con el nacimiento, y el deber de la élite es gobernar en beneficio de todos. En las obras de Saint-Simon hallamos citada con frecuencia la fórmula de Bentham «la máxima felicidad del máximo número» y la primera expresión de la regla que Marx hizo famosa después: «De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades.» No hallamos, sin embargo, ningún reconocimiento del problema de James Mili, cómo estructurar un orden constitucional de manera que los gobernantes, independientemente de cómo se les seleccione; actúen en favor de los intereses del conjunto. Saint-Simon, a diferencia de Mili, opinaba que se podía confiar en que los gobernantes de la nueva sociedad prescindirían'de sus intereses personales y cumplirían sus deberes como representantes de la sociedad conscientemente. La nueva sociedad sería una sociedad de desigualdad. La élite gobernaría y la masa obedecería. Esto, en opinión de Saint-Simon, estaría en armonía con la naturaleza, ya que los hombres son por naturaleza desiguales en sus dotes y habilidades. Saint-Simon pensó'en sus primeros.escritos en científicos,-eruditos y artistas como los miembros de la élite natural; más tarde insistió, más en los capitanes de la industria, el comercio y las finanzas concibiéndolos como ingenieros que son capaces de resolver los problemas prácticos del nuevo orden social. Saint-Simon pensaba que debía quedar claro que esta organización de la sociedad tenía por finalidad velar por los intereses de las masas, y dirigió al principio su mensaje ai proletariado además de a ios licenciados de. las escuelas especiales. Pero más tarde llegó a la conclusión de que el proletariado era demasiado ignorante para apreciar su filosofía. Convencido de la eficacia de la religión como instrumento de control social, propugnó la creación de una religión nueva que cumpliera esta función en el nuevo orden social. La élite serían ios devotos de la filosofía positiva, maestros refinados de la ciencia pura y aplicada; pero al proletariado se le adoctrinaría en una fe que se correspondiese con sus capacidades limitadas y diseñada para adaptarles a su papel de trabajadores complacientes. Esta fe, de acuerdo con el título de su último folleto, habría de ser un «Nuevo Cristianismo». SaintSimon se consideraba cristiano, pero es dudoso que le atribuyera algún sentido teológico o que
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creyera en ía existencia de un ser supremo, no digamos ya en la divinidad de Jesús. En lo que él creía en realidad era en la historia, y estaba convencido de que había sido elegido para cumplir su gran papel. Ningún medio estaba prohibido para alcanzar este fin trascendente. Algunos intérpretes modernos de-Saint-Simon le han situado en ia historia intelectual y política de los siglos xix y XX de diversos modos: como precursor de Marx; como defensor de la planificación económica centralizada y adversario del sistema de or ganización económica basado en el mercado; como precursor del fascismo y de otras formas modernas de filosofía social totalitaria; como uri temprano filósofo político de la tecnocracia, la doctrina de que eí mundo debería estar regido por ingenieros; como el iniciador del «cientismo», la idea de que la metodología de las ciencias naturales es la adecuada para el estudio de los fenómenos sociales; y como un temprano filósofo metafísico del «historicismo», la concepción según la cual el pasado y el futuro del hombre están regidos por «leyes de la historia» de carácter general. Nuestro repaso de las ideas de SaintSimon muestra claramente que hay bases sólidas para todas estas tesis. Como no dejó ningún tratado integrado filosóficamente, es difícil captar los diversos elementos de su pensamiento con un solo término. Pero aún hay otros que consideran que el papel de Saint-Simon en la historia y en la ciencia social puede determinarse reconociendo la estrecha afinidad de sus principales ideas con las esbozadas en el apéndice del capítulo 11, y clasificándolas bajo el encabezamiento de «romanticismo». En aquel análisis indicamos la antipatía de ios románticos hacia la creciente economía de mercado de su época y hacia la economía política clásica y el utilitarismo; su insistencia en el gran valor que tenían para la sociedad sus escasos miembros dotados de talento creador y del don de la penetración intuitiva; su afirmación de que las normas ordinarias de conducta.no se aplican a esos «héroes», utilizando el término de Carlyle; su opinión de que la masa de la humanidad debería, por su propio interés verdadero, adorar a esos hombres de genio y someterse a su gobierno; su concepción de la sociedad como un organismo sano y feliz cuando cada parte de él desempeña e! papel adecuado en el conjunto comunal. Muchas de las ideas de SaintSimon pueden exponerse en términos similares. Su teoría política, sobre todo la idea de que es necesaria una religión del Estado reconstituida que se corresponda con una sociedad orgánica, se parece mucho 'a La constitución de la Iglesia y del Estado (1830) de Samuel Tayior Coleridge, ei tratado político más importante del movimiento romántico inglés. Algunas de las opiniones de Saint-Simon parecen oponerse al romanticismo, en especial sus opiniones sobre la industria y la ciencia, pero cuando se las examina más de cerca también tienen rasgos románticos. Muchos de los románticos eran hostiles al creciente industrialismo de su época y ensalzaban la civilización de períodos anteriores, especialmente la Edad Media, en que la vida era en su opinión más sencilla y más comunitaria, la sociedad más orgánica y jerárquica, y el individuo estaba menos alienado. Fueron ellos quienes iniciaron la práctica, aún notoria en el pensamiento social, de deformar el pasado para condenar el presente. Saint-Simon alabó los méritos del industrialismo, pero la nueva sociedad que imaginaba era una sociedad en la que se restaurarían a través de un nuevo co- munalismo las grandes virtudes de la época medieval. Se oponía a la idea de la Ilustración de que había habido progreso, argumentando que el auténtico progreso se produciría cuando surgiera un orden social perfecto en el que la economía industrial moderna se incorporaría a un sistema político y social que sería una visión centralizada del feudalismo medieval. Los románticos eran hostiles a la ciencia y sobre todo a la idea de un estudio científico del hombre y de la sociedad, mientras que Saint-Simon admiraba la ciencia natural e instaba a la aplicación de su epistemología «positiva» a los fenómenos sociales. Pero Saint-Simon fue rigurosamente crítico con
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la economía política clásica, igual que los románticos, y, cuando examinamos la cuestión detenidamente, vemos que los científicos naturales y los científicos sociales no ocupan la posición más alta en' su jerarquía del talento. Esa posición está reservada para el «genio» que descubre la verdad por intuición y no a través de investigación metódica y modelos analíticos. El movimiento romántico y la evolución de la ciencia social durante el siglo XIX suelen considerarse corrientes de pensamiento social antitéticas y antagónicas. Lo fueron’, hablando en términos generales, pero Saint-Simon constituyó un conducto a través del cual el romanticismo penetró en la ciencia social. Puede que sea ingenuo creer que, si no hubiese sido por Saint-Simonla ciencia social moderna no estaría infestada de romanticismo, pero no cabe duda de que fue él quien desempeñó el papel histórico de difundir ese elemento patógeno por toda Europa.
2.
Auguste Comte (1798-1857)
Auguste Comte nació en una familia burguesa en Montpellier, en el sur de Francia, un año antes de que acabase la Revolución francesa con el coup d’état de Napoleón. Sus padres, que se habían mantenido obstinadamente fieles a la monarquía borbónica durante la revolución, eran también ardientes católicos y bautizaron al niño con los nombres de Isidore Auguste Marie François Xavier, incluyendo como vemos entre su bagaje para este mundo el nombre del fundador de la orden de los jesuitas. Comte renunciaría sin embargo al catolicismo siendo aún un niño y se pasaría la vida echando los cimientos de una nueva religión que, aunque no consiguió convertirse en el credo oficial de las naciones civilizadas como esperaba su autor, ha tenido una influencia grande, y aún la tiene considerable, en eí pensamiento sociai de Occidente. Tras realizar sus primeros estudios en Montpeliier, Comte consiguió ingresar en la École Polytechnique de París en 1814. Era un estudiante brillante y probablemente habría continuado en la institución hasta convertirse en miembro del cuerpo docente, o habría pasado a una de las otras prestigiosas escuelas especiales, de no haber quebrantado la estricta disciplina de! centro acaudillando una rebelión estudiantil. Fue expulsado poco antes de que pudiera presentarse a los exámenes finales. Pero sus relaciones con la Ecole no se rompieron del todo; se le permitió trabajar como profesor particular de matemáticas para alumnos de la institución. Antes de convertirse en ayudante de Saint-Simon, y después de romper sus relaciones con é¡, Comte se ganó la vida de este modo, y más tarde como examinador de la escuela, lo que le dejaba el tiempo libre que necesitaba para sus escritos. Después de que.su obra empezó a conocerse pudo ya contar con anticipos y derechos de autor y con esporádicas donaciones de admiradores para mantener su modesto estilo de vida. Comte se casó en 1825, pero.no fue un matrimonio feliz. Un año después sufrió una crisis mental que culminó' con un intento de suicidio. Se recuperó, pero no deí todo, y su vida estuvo marcada a partir de entonces por períodos de desequilibrio mental y poruña melancolía que ni siquiera su fe en el advenimiento del nuevo orden social podía disipar. A los cuarenta y siete años se enamoró apasionadamente de una mujer cuya muerte un año después le dejó desconsolado. Cuando aún era estudiante en la Ecole Poíytechnique, Comte concibió la idea de que la filosofía podía estructurarse sobre fundamentos puramente científicos y que podían aplicarse ios métodos científicos a los problemas sociales con resultados tan precisos como los de !a física, la química y las matemáticas, con lo que se pondría fin a las diferencias de opinión que son fuentes tan
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poderosas de conflicto social y de inestabilidad política. Comte creía que los pocos años que había estado en la École Polytechnique íe habían equipado con todo lo que necesitaba saber sobre la ciencia. Además, temía que un genio creador como él corriera el riesgo de contaminar su originalidad con demasiadas lecturas de las obras de otros y practicaba lo que llamaba «higiene cerebral», leyendo únicamente un poco de poesía cuando estaba entregado a la composición de sus propias obras. Esto, como reconocerían en seguida los investigadores y científicos modernos, tiene sus peligros. Por muy buena que sea la formación inicial que uno tenga, y por muy inteligente que uno sea, se queda rezagado enseguida si menosprecia el trabajo de otros. Algunos de los comentarios de Comte sobre la ciencia contemporánea lo demostraron sobradamente. Se opuso, por ejemplo, a la teoría celular en biología; al cambio propuesto por los astrónomos de la medición solar de la rotación de la Tierra al uso de las estrellas fijas como puntos de referencia; al desarrollo de la teoría de las probabilidades; y desdeñó, en general, el uso de procedimientos experimentales para obtener datos empíricos y para demostrar teorías. Estas opiniones, y su propia confianza en la intuición y en la metodología
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a priori, hicieron que su «fiiosofía positiva» no resultara atractiva para los científicos en activo, pero .fue concretamente su idea de que sabía suficiente ciencia como para elaborar una fiiosofía científica y una ciencia de la sociedad lo que hizo que acudieran a él como discípulos hombres de inclinación literaria y artística a quienes les atraía poco el trabajo de laboratorio o la elaboración de modelos analíticos. Estar convencido de que se puede desdeñar sin problema el contenido sustantivo de la ciencia y hablar sin embargo de las propias opiniones afirmando que tienen la autoridad de la ciencia era (y es) un gran consuelo. Tres siglos antes Giordano Bruno se había burlado de los teólogos que consideraban que ellos no tenían ninguna necesidad de ciencia para valorar la teoría de Copémico. «La ignorancia es la ciencia más encantadora del mundo — comentaba — porque se adquiere sin esfuerzos ni dolores y aparta la mente de la melancolía.» La alta tasa beneficio-coste de semejante «ciencia» se redescubrió en el siglo xix, con gran ayuda del positivismo_comtiano. ' : . Comte escribió muchísimo. A diferencia de Saint-Simon, era metódico y exponía sus ideas en tratados extensos y sistemáticos. El primero de ellos fue el Curso de fdosofía positiva, que se inició como una serie de clases en 1826 y se publicó finalmente en tres volúmenes entre 1830 y 1842. En esta obra revisaba todo el conocimiento científico, intentaba estructurar la filosofía general del positivismo e iniciaba su aplicación a las cuestiones sociales. El libro que ocupa el segundo lugar por su importancia fue El sistema de la política positiva, que apareció en cuatro volúmenes entre 185 L y 1854. Comte expone en él su concepción de una sociedad organizada de acuerdo con principios positivistas. Cuando murió en 1857, estaba trabajando en otro gran tratado sobre tecnología. ■ Ha habido algunas diferencias de opinión entre los historiadores sobre el carácter único y original de las principales ideas de Comte, y en especial sobre su deuda con Saint-Simon. Comte fue ayudante de Saint-Simon durante siete años antes de iniciar su propia obra y, en mi opinión, todas las proposiciones básicas de lo que hoy se llama «comtismo» aparecieron antes en Saint-Simon. El lector descubrirá que el esbozo que sigue de las ideas de Comte guarda paralelismos con el que se expuso en el apartado 1 y que las diferencias son secundarias. Comte y Saint-Simon se separaron en 1824, pero no existe ninguna prueba de que>hubiera discrepancias importantes entre ellos sobre temas de doctrina filosófica, análisis social o concepción del nuevo orden social. Su ruptura se debió más ai hecho de que, como dijo Shakespeare, «cuando dos hombres montan en un solo caballo hay uno que debe montar detrás». Ni Saint-Simon ní Comte, que tenían ambos personalidades megalomanfacas, estaban dispuestos a ocupar el segundo lugar en el Panteón de la grandeza. Comte vivió, como Saint-Simon, bajo la sombra oscura de la Revolución francesa. No sufrió la experiencia personal de pasarse días y días esperando a que le llevaran- a la guillotina, como SaintSimon durante el Terror, pero tenía,un miedo parecido a! de éste al desorden social. La fuerza motriz de su pensamiento social fue la suprema importancia que tenía en su opinión evitar el tipo de anarquía política y social que se apoderó de Francia después de 1789 y que había sido sólo imperfecta y temporalmente reprimida por Napoleón. Cuando empezó a escribir el Curso estaba convencido de que había descubierto una filosofía que haría desaparecer el desorden de la civilización humana para siempre y que la haría permanentemente armoniosa, justa y próspera. No era, o eso pensaba él, una filosofía política o ética, sino una filosofía científica, tan sólidamente fundamentada en la realidad como las leyes de la física de Newton. Comte ía llamó «filosofía positiva» porque quería destacar su exactitud absoluta, característica que la diferenciaba de todas las demás filosofías concebidas anteriormente. Comte nunca formuló una definición sucinta del positivismo, suponiendo quizás que cualquier
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lector que sepa lo que es la ciencia sabrá qué es el positivismo. No hay en todos sus voluminosos escritos ningún análisis amplio y significativo de los problemas que han ocupado la atención de los filósofos bajo el encabezamiento de «epistemología», de modo que no podemos comparar sus opiniones concretas directamente con las de Hume o Kant, o con el «positivismo lógico» moderno ni con cualquier otra escuela, de la filosofía de la ciencia. Pero deja clara su posición, en términos generales. Bajo el encabezamiento de «El carácter de la filosofía positiva», escribe en el Curso: La primera característica de la filosofía positiva es que considera que todos los fenómenos están sometidos a Leyes naturales invariables. Nuestra tarea es [...] determinar con exactitud esas Leyes, con objeto de reducirlas al número más pequeño posible. El ámbito de esas leyes abarca los fenómenos humanos y sociales además de los fenómenos físicos y biológicos, pues todos forman parte de un orden inconsútil de ia naturaleza. En opinión de Comte, la tarea del filósofo positivo en lo que se refiere a las materias sociales y humanas es descubrir las leyes que han regido y seguirán rigiendo la evolución histórica de la civilización. Comte no consideraba que esto exigiera una investigación de la historia económica o de 1a historia política. Las leyes fundamentales afectan a la historia intelectual del hombre, a la evolución de su forma de pensar sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea. Con esta reducción, Comte estaba convencido de que había cumplido las exigencias básicas de la filosofía positiva descubriendo lo que él llamaba 1a ley de las tres etapas y su corolario, la jerarquía de las ciencias. Como indicamos en el capítulo 7, la idea de que la historia humana opera según una pauta y que esta pauta es básicamente una sucesión de «etapas diferenciadas» está presente en los escritos de los moralistas escoceses del siglo XVÍIÍ. Comte aplicó esta idea, familiar en su época, al desarrollo intelectual. Tuvo en esto precursores en Turgot, Condorcet y Saint-Simon, además de ios escoceses, pero 1a idea se asocia ya indeleblemente al nombre de Comte debido a su amplia exposición de ella en el primer volumen del Curso y a su utilización de ella como piedra angular de 1a filosofía positiva. Conviene sin embargo destacar que Comte no concibió la ley de las tres etapas como un instrumento heurístico construido por el investigador para que le ayudara a estudiar la historia, sino que consideró que constituía la naturaleza esencial de la evolución histórica. Él no había inventado la ley de las tres etapas, lo mismo que Newton no había inventado la ley de la gravedad. La ley llevaba operando desde que se había iniciado la vida del hombre en la Tierra. Comte no era su inventor sino su descubridor. Es importante tener muy en cuenta este punto porque a lo largo de la historia de la ciencia, y quizás más significativamente de la ciencia social, se ha mantenido una diferencia fundamental de opinión respecto a la naturaleza de las leyes científicas, considerando unos que representan propiedades intrínsecas dé la naturaleza y pensando otros que son artilugios elaborados por el hombre, hipótesis que se utilizan para intentar determinar las propiedades de la naturaleza. Comte pertenece claramente a la primera categoría como filósofo de la ciencia. Como dijo él mismo sucintamente: Del estudio del desarrollo de la inteligencia humana, en todas direcciones y a lo largo de todas las épocas, aflora el descubrimiento de una gran ley fundamental, a la que se halla inevitablemente sometido, y que tiene un fundamento sólido de prueba, tanto en los hechos de nuestra organización como en nuestras experiencias históricas. La ley es ésta: que cada una de nuestras concepciones rectoras (cada rama de nuestro conocimiento) pasa sucesivamente a través de tres condiciones teóricas diferentes: ja teológica, o ficticia; la
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metafísica, ó abstracta; y la científica o positiva. [...] ' En el estado teológico, la mente humana, que busca la naturaleza esencial de los seres, las causas primeras y finales (él origen y finalidad) de todos los efectos [...] en suma, el conocimiento absoluto [...] supone que todos los fenómenos se deben a la acción inmediata de seres sobrenaturales. En el estado metafísico, que es sólo una modificación del primero, la inteligencia supone que, en vez de seres sobrenaturales,, actúan fuerzas abstractas, verdaderas entidades (es decir, abstracciones personificadas) intrínsecas a todos los seres y capaces de producir todos ios fenómenos. Lo que se llama la explicación de los fenómenos consiste sólo, en esta etapa, en referir cada uno de ellos a su entidad correspondiente. En el estado final, el estado positivo, la inteligencia ha abandonado la búsqueda vana de nociones absolutas, del origen y el destino.del universo y de las causas de los fenómenos, y se aplica el estudio de sus leyes, es decir, sus relaciones variables de sucesión y semejanza. El razonamiento y la observación, debidamente combinados, son los medios de alcanzar este conocimiento. En otras palabras, Comte creía que en la etapa primera la visión que tenía el hombre de la naturaleza era una visión teísta o animista; los fenómenos naturales se consideraban todos ellos resultado de la actuación de fuerzas básicamente similares a los poderes humanos de voluntad y acción, ya ejerciese-estos poderes un solo ser sobrenatural o bien lo hiciesen espíritus particulares que habitan en piedras, árboles y otros objetos naturales. Esta «etapa teológica» se prolongó en Europa hasta el siglo xiv. La «etapa metafísica» se caracterizó por la creencia en «esencias» aristotélicas. Los fenómenos de la naturaleza no se atribuyen a fuerzas semejantes al hombre, sino a propiedades abstractas que son parte de la naturaleza intrínseca de los objetos físicos. Según Comte, esta etapa dominó el pensamiento europeo desde el siglo xiv hasta la Revolución francesa. La verdadera significación de la revolución no estriba en ser un hito en la historia política de Europa, sino en que fechó el inicio de una transformación trascendental de la inteligencia humana, el principio de ía «etapa positiva», la edad madura de la ciencia, que explicaría a su debido tiernpo todos los fenómenos en función de la actuación de leyes de la naturaleza e introduciría un nuevo orden social. Hay otro pasaje del Curso de Comte que merece la pena citar: El progreso de la inteligencia individual no sólo es .un ejemplo, sino una prueba indirecta del de la inteligencia general. Al ser e¡ mismo punto de partida el de! individuo y el de la raza, las fases de la inteligencia de un hombre corresponden a las épocas de la inteligencia de la raza. Ahora bien, todos sabemos, si volvemos la vista atrás y examinamos nuestra propia historia, que fuimos teólogos en ia infancia, metafísicos en la juventud y filósofos naturales en la edad madura. Todos los hombres que llegan a la edad madura pueden ratificarlo por sí mismos... Comte generalizaba aquí su propia evolución intelectual, tal como él la veía, su paso personal de la etapa teológica a la metafísica cuando renunció a la religión de sus padres a los trece años de edad y su maduración hasta alcanzar la etapa positiva durante sus estudios en la École Polytechnique o poco después de ellos. Como ratificación de la iey de las tres etapas, Cómte citaba su experiencia -personal durante sus ataqúes de melancolía: se daba cuenta de que regresaba a la etapa metafísica y luego a la teológica, invirtiéndose el proceso cuando se recupe-
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raba. Es evidente que consideraba la introspección un procedimiento empírico fidedigno, pero recurría a él para obtener datos de ámbito mucho más cósmico que los que indicamos antes en nuestros estudios de Hobbes y Adam Smith. Vemos también aquí indicios de la visión organicista de Comte sobre la sociedad humana, y anticipos de las teorías que desarrollarían más tarde Durkheim y Jung, que atribuyeron a la sociedad la propiedad de una «mente» colectiva con componentes conscientes y subconscientes. Comte era un buen matemático y en sus primeros años se sintió atraído por la idea de Laplace de que podía construirse un modelo matemático del universo físico que, si se le suministraban los datos exístenciales necesarios, podría predecir perfectamente todos los fenómenos futuros y reconstruir completamente el pasado. Al principio del Curso, Comte jugó con ia idea de Saint-Simon de reducir todos los fenómenos a la «ley de gravitación universal». Nunca perdió su fe en la visión cósmica de Laplace del poder de la ciencia, pero llegó a la conclusión de que las matemáticas y la física, aunque necesarias, son insuficientes para abordar la historia humana. Las matemáticas son entre todas las ciencias las que poseen un carácter más general, son una base necesaria para la astronomía, que es, a su vez, una base necesaria para la física, y así sucesivamente, con la química y la biología ocupando una detrás de otra posiciones más elevadas, tratando de fenómenos cada vez más complejos. Esta es la teoría de la «jerarquía de las ciencias». La historia del desarrollo de las diversas ciencias ejemplifica la ley de las tres etapas, habiendo pasado todas ellas a través de las etapas teológica y metafísica en su primer desarrollo, y siendo ahora disciplinas maduras, es decir, «positivas». Una véz logrado esto, dice Comte, es posible ya completar la etapa positiva de la inteligencia humana elaborando la ciencia culminante de la jerarquía, lá ciencia del hombre como criatura social, que desvelaría las leyes que rigen la historia humana. Esta nueva ciencia, que el propio Comte se propuso crear, se denominó en principio «física social», pero más tarde, en el volumen cuarto del Curso, Comte compuso con raíces latinas y griegas un nuevo término: «sociología». - Conviene señalar que la economía no figura en la jerarquía de las ciencias de Comte. No .consideraba importantes para la historia humana los aspectos económicos de la sociedad y tenía una opinión muy pobre de la economía política clásica. Fue Marx quien dio peso a la idea de que la clave-para interpretar las leyes de la historia se halla en eí análisis de las relaciones económicas de la sociedad en sus diferentes etapas de evolución económica. Marx «materializó», utilizando su propio término, la sociología de Comte. A Comte hay que considerarlo, en tanto que sociólogo, como un practicante de lo que he llamado «gran sociología», la cual muchos sociólogos occidentales modernos, especialmente en Estados Unidos, considerarían una forma demasiado especulativa para merecer siquiera el nombre de sociología. Pero hay algunos elementos de su pensamiento que proporcionan bases más sustanciales para considerarle, al- menos, un protosocióíogo. A diferencia de los economistas clásicos, Comte no abordó el estudio de los. fenómenos sociales examinando la conducta del hombre como individuo, sino que insistió en considerarlo, comó había destacado Montesquieu, intrínsecamente social por naturaleza. Para Comte la sociología es el estudio del todo social, que no se puede reducir a sus miembros individuales. En realidad, el individuo, al estar moldeado por su cultura, no es una entidad independiente, y. tratarlo como tal es enredarse en eí tipo de abstracción característico de la etapa «metafísica» del desarrollo intelectual. La sociedad como un todo es más primaria y, por tanto, más concreta que las personas individuales. Aunque llevó su holismo a
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extremos, Comte atrajo la atención hacia el hecho de que la sociedad humana no es un mero agregado y que, para poder entender su funcionamiento como estructura organizada, debemos examinar los elementos estructurales que crean solidaridad social y sirven para integrar la conducta de los individuos en una empresa comunal. Comte sobrecargó este aspecto de la conciencia humana, que es innegable como simple cuestión de hecho, con su organicismo más bien místico, pero los que le consideran progenitor incluso de la sociología estadounidense pueden encontrar un apoyo en su opinión de que necesitamos saber cómo los individuos ven su mundo, cómo piensan, y qué creen, para poder entender y predecir cómo se comportarán. En la etapa tercera o «positiva» de la evolución humana de Comte se introduce la sociología como la «reina de las ciencias», pero el papel del sociólogo no se limita a una soberanía puramente intelectual. Como indicamos al principio de nuestro examen de su pensamiento, impulsado por el convencimiento de que el desorden social es el mayor de todos los males, se ianzó a escribir el Curso convencido de que había hallado una cura completa y permanente para esa enfermedad recurrente del cuerpo social. Pretendió desde el principio de su obra que la nueva ciencia fuera una ciencia práctica, que tuviera ia misma relación con la política que la fisiología con la medicina. En un aforismo famoso proclamó que «conocer es predecir y predecir es actuar». Examinaremos a continuación las características principales del nuevo orden social que propuso como remedio para la enfermedad de la civilización. Igual que las diversas ciencias formaban naturalmente un orden jerárquico, así también, en opinión de Comte, !o formaban los diversos elementos de una sociedad. Un orden social progresista y pacífico debe basarse, por tanto, en la diferenciación social. Esto se consideraba no sólo deseable, sino inevitable, pues el estudio de la historia revela que cuando las sociedades evolucionan se produce a la vez una especialización creciente de las funciones individuales y una integración creciente del conjunto. Comte rechazaba el liberalismo pluralista en creciente auge en la sociedad inglesa. En su opinión, esto sólo serviría para que la sociedad se viera atormentada por repetidas convulsiones' Llamaba a este tipo de individualismo la «enfermedad del mundo occidental». A Comte le atrajo después de Waterloo, durante un breve período, la doctrina del liberalismo económico y 1a idea de una economía edificada sobre 1a empresa competitiva y organizada a través- de mercados. Era íntimo amigo de Jean Baptiste Say (1767-1832), llamado a veces «el Adam Smith francés», pero pronto comprendió que el liberalismo económico era incompatible con su filosofía social y llegó a considerar la actividad económica competitiva un síntoma del desorden de la sociedad más que un mecanismo ordenador, como sostenía la economía política clásica. Comte siguió la tradición utópica de hablar muy poco de cómo funcionaría la economía de la nueva sociedad. Teniendo en cuenta su teoría política general, cabe suponer que tendría una dirección centrálizada, como todas las demás cosas. A diferencia de Marx, no le pareció especialmente significativa la cuestión de la propiedad de la industria, puesto que en la nueva sociedad sus pro pietarios prescindirían del egoísmo individual, como el resto de los miembros de los estamentos superiores de la jerarquía-, y dirigirían su propiedad animados por un espíritu de administración social. El papel del gobierno es un tanto ambiguo, como ya hemos visto, en la concepción de la nueva sociedad de Saint-Simon, pero no en la de Comte. El Estado no se «extingue», sino que refuerza sus poderes y amplía el ámbito de sus deberes, haciéndose de hecho autoritario y totalitario en los sentidos más completos de esos términos. Hay que prescindir de todos los derechos privados en pro de los intereses dei organismo social, pues el orden exige que el individuo se subordine a
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la vida del organismo social. Esta armonía sólo se puede lograr por la fuerza, en opinión de Comte. Las instituciones no estatales, las costumbres y las convenciones son poderosos instrumentos a través de los cuales se puede ejercer la fuerza, pero son poderes secundarios, que sólo funcionan eficazmente bajo la supervisión, el control y la dirección de los dirigentes del Estado, soberano. Comte sólo reconocía a un filósofo político de peso en los veintidós siglos que habían transcurrido entre Aristóteles y él: Thomas Hobbes. No es extraño que John Stuart Mili, al que había impresionado mucho la teoría del desarrollo intelectual de Comte, retrocediera horrorizado al ver la dirección política que tomaba la filosofía positiva. El nivel más alto de la jerarquía social, de Comte debían ocuparlo los filósofos positivos, el inferior, la masa del proletariado. Comte no creía que hubiera descontento en una sociedad tan rígidamente estratificada, pues el proletariado sabría apreciar los beneficios que le proporcionaría un orden social que eliminaba la guerra y el conflicto interno. Aceptarían su estatus inferior, sin quejarse y desempañarían sus papeles tranquila y eficazmente en una sociedad, capaz de alcanzar un grado de solidaridad social desconocido hasta entonces. De' hecho, Comte consideraba al proletariado el elemento de la sociedad existente que forzaría su transmutación en el nuevo orden. Su falta de instrucción, unida a sü miseria, íes haría receptivos al mensaje de la filosofía positiva, Comte jugó a veces con la idea de que el nuevo orden pudiese establecerse desde arriba, con la conversión de Napoleón III o del zar Nicolás I de Rusia, pero no recibió apoyo suficiente de esos sectores. Sin embargo, las «leyes de la historia» son inevitables, y no .dependen de las acciones de los individuos. La transmutación de la sociedad se produciría,: en caso necesario, desde abajo, a instancias del proletariado o, más bien, a través de la alianza de los intelectuales con el proletariado en una causa común: unáunión de «ce-, rebros y números» utilizando el título feliz de un libro sobre el comtismo (Christo- pher Kent, Brains and Nwnbers: Eütism, Comtism and Democracy ¿n mid-Victoriah England, 1978). A través de esa unión la clase intelectual, o al menos los miembros de ella que abrazaran el positivismo, hallarían al fin una misión digna de su capacidad y dejarían de estar alienados de la sociedad, aceptando gratamente el deber de convertirse en sus futuros gobernantes una vez completada esa misión. En la visión comtiana del orden social positivista los nuevos gobernantes no serían «filósofos»-en el sentido de Platón, sino que se parecerían más a lo que habían imaginado Francis Bacon y Condorcet. Procederían de la capa más alta de los científicos, los doctores'de la nueva ciencia de la sociología, que-dominarían todas las demás disciplinas de la jerarquía de las ciencias. Comte no preveía un gobierno de hombres de superioridad ética o de sensibilidad artística refinada, como proponían muchos románticos. Tenía que ser un gobierno de especialistas, una tecnocracia. El propio Comte estaba dispuesto a asumir, claro, el papel más alto. No explicó qué habría que hacer en aquellos períodos de locura en los que regresaba a las nieblas de la metafísica y la teología abandonando la claridad positivista. Si hubiera abordado este problema, puede que hubiera realizado una importante aportación a la teoría política de la dictadura totalitaria. Como indicamos antes, Comte depositaba grandes esperanzas en el papel del proletariado en la tarea de entronizar la sociedad positiva, y se refirió a ia complacencia con que cumplirían su misión en ella una vez entronizada. Los científicos y tecnólogos de la nueva sociedad crearían, a su debido tiempo, una nueva especie de hombres que necesitarían poco alimento, se reproducirían sin relaciones sexuales y estarían mejor adaptados en todos los sentidos que el Homo sapiens para ser miembros de ia sociedad positiva (como la nueva especie de Un mundo feliz de Aidous Huxley),
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pero entre tanto los filósofos positivos tendrían que abordar al hombre tal cual es, y el realismo obligaba a reconocer que el proletariado podría no aceptar sin queja su papel subordinado. La estabilidad de la nueva sociedad exigiría un control hábil y cuidadoso de la mente proletaria. Para conseguirlo, Comte propuso la creación de una nueva iglesia que adoctrinara adecuadamente a las capas inferiores de la sociedad en lo que él llamaba la «religión de la humanidad». Comte, por su parte, era ateo, y lo fue desde los trece años de edad, en que rechazó el catolicismo, pero valoraba el poder de la religión como medio de control social. En el esbozo de su propuesta de religión de la humanidad reprodujo muchos rasgos del catolicismo (un foco de culto trinitario, mediación sacerdotal, vestimentas, sacramentos, himnos, catecismos) destinados a producir sobrecogimiento y veneración, y una aceptación acrítica de la doctrina. Los sacerdotes de bían ser sociólogos positivistas, libres de cualquier ilus'ión relacionada con las pretensiones trascendentales de la doctrina religiosa, pero capaces de apreciar el poder de la propaganda y hábiles en su utilización. En todo esto repetía y ampliaba el argumento de Platón que, viviendo también en una época de desorden social, propuso la reconstitución de Atenas como una autocracia bajo la jefatura de un rey filósofo y, reconociendo que a los de las capas inferiores habría que convencerles para que aceptaran su estatus inferior, aconsejó ia elaboración y proclamación de un mito religioso que justificara la posición y el poder de la élite. «Debe otorgarse un alto valor a la verdad — dice el protagonista de la República de Platón — ; la falsedad sólo es útil a los hombres como medicina y, evidentemente, el uso de la medicina debe quedar limitado a nuestros médicos.» El ciudadano normal debe ser veraz siempre, pero a los «guardianes» de la sociedad les está permitida una «noble mentira» porque es necesaria para garantizar la obediencia y el orden social. El sacrificio de la verdad al poder por los intelectuales que están seguros de que saben qué es lo mejor, no es ningún proceso nuevo; ha sido un elemento destacado de la filosofía política occidental desde sus inicios en la antigua Grecia.
3.
La influencia del positivismo
El lector ha debido de darse cuenta ya de que el autor tiene una pobre opinión de Saint-Simon y de Auguste Comte. Esta opinión la comparte en general la corriente principal de los científicos sociales académicos de Occidente, aunque algunos investigadores de la historia de la sociología podrían decir que he sido excesivamente puntilloso en lo de indicar las características pintorescas y necias de su pensamiento y que no he valorado lo suficiente sus aportaciones constructivas, el haber destacado la unidad de sistemas sociales y el papel de las-instituciones sociales como intermediarias entre el individuo y. la sociedad como un todo. Los historiadores de la ciencia social, sean hostiles o rio al positivismo francés, coinciden en considerar que ha ejercido una gran influencia en el pensamiento social moderno, y es indispensable analizar este aspecto Sí se quieren esbozar las líneas generales de la historia y la filosofía de la ciencia social. Para examinar la influencia del primer positivismo francés estableceremos una diferenciación ente su influencia en Ja filosofía social y política y su influencia en el contenido sustantivo de la ciencia social académica o profesional. No puede trazarse una línea clara de demarcación entreestas materias, pero analizaremos'Ia influencia del positivismo francés centrándonos sucesivamente en cada una. Si América del Sur hubiera sido más importante en el pensamiento social del siglo xrx de lo que lo fue, el historiador hubiera tenido que dirigir la atención hacia allí, puesto que el positivismo
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llegó a ser especialmente popular entre intelectuales que se oponían al papel de la Iglesia católica en la sociedad latinoamericana. Pero las ideas sociales son mucho menos cosmopolitas que los descubrimientos científicos. La importancia general de las proposiciones de la filosofía social, e incluso de la ciencia social, depende en gran medida del lenguaje en que se expresen y del país del que provengan. A mediados del siglo xix ninguna filosofía social podía tener amplia difusión a menos que su lenguaje fuera el francés, el alemán o el inglés, y sus protagonistas vivieran en Francia, Alemania, Gran Bretaña o, cada vez más, Estados Unidos. Donde, el positivismo tuvo mayor influencia en un principio no fue en Francia, su lugar de origen, sino en Inglaterra. Muchas de las principales personalidades de la vida intelectual inglesa se sintieron atraídas por Saint-Simon y más tarde por Comte. Thomas Carlyle tradujo algunos de los escritos de Comte para que pudieran ejercer sus efectos benéficos entre los ingleses que, entonces como ahora, no se molestaban en aprender otros idiomas europeos. Harriet Martineau, a la que conocimos en el capítulo 10 como publicista del laissez-faire, compendió y tradujo el Curso de Comte. George Eliot, la gran ensayista y novelista victoriana, se consideraba positivista. Su .marido de hecho, G. H. Lewes, editor, crítico y distinguido biógrafo de Goethe, escribió un libro sobre la filosofía de la ciencia de Comte y muchos más exponiéndola y aplicándola a cuestiones filosóficas y sociales. John Morley, biógrafo de Voltaire, Rousseau, Cromwell y otros, y director de la influyente Fortnighíly Review, desempeñó un papel activo en el movimiento positivista inglés. George Grotte, autor de una Historia de Grecia (1846-1856) en doce volúmenes, que se convirtió en un clásico de la erudición histórica, era un benthamiano pero le impresionó también profundamente la obra de Comte. Lo mismo se puede decir de John Stuart Mili, que aludió a Comte en los términos más favorables en su libro sobre la filosofía de ia ciencia, Lógica (1843), fomentó la lectura del Curso entre los miembros de su círculo intelectual, mantuvo larga correspondencia con Comte y recaudó ayuda financiera de admiradores ingleses cuando éste perdió su puesto de examinador de la École Polytechnique. La presencia de Grotte y Mili en esta lista parece apoyar una relación entre positivismo y utilitarismo, pero si se examina la cuestión detenidamente se ve que no es así, puesto que, como muchos otros que admiraron a Comte, los dos distinguían entre su filosofía de la ciencia y su filosofía social, y dejaron claro que su apoyo se limitaba a la primera. Ninguna de las personas antes citadas ocupaba un puesto en una universidad inglesa, pero el centro principal del positivismo inglés estaba en realidad allí, y concretamente en Oxford,-donde había un grupo de positivistas bajo la dirección de Richard Congreve. Además de Comte y Congreve, era fuente de inspiración del grupo Thomas Arnold, que había fundado la gran escuela «pública» inglesa, Rugby, como una institución dedicada a formar una élite destinada a gobernar Inglaterra y que, durante el breve período que fue profesor de historia moderna en Oxford, enseñó que las naciones son como organismos y la historia es la ciencia que investiga las leyes de su desarrollo. Comte, decepcionado por el poco caso que le hacían en su país natal, estaba encantado con su éxito en Inglaterra. Empezó a soñar que se iniciaría allí el nuevo orden positivista y ofreció consejo y asesoramiento a sus discípulos ingleses. La Inglaterra de mediados de la época victoriana fue el medio más hospitalario de Europa para la recepción directa de las ideas positivistas. Entre los seguidores de Comte se incluían personas que gozaban de gran prestigio en los círculos intelectuales ingleses y algunas de ellas estaban dispuestas a dedicar todas sus energías a la promoción del positivismo, sobre todo Congreve y su discípulo Frederick Harri- son. Pero a pesar de unos inicios tan auspiciosos, el positivismo no arraigó con firmeza en la vida política inglesa. Su influencia no se extendió mucho más allá de un pequeño grupo de intelectuales burgueses. Congreve fundó la
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Sociedad Positivista de Londres en 1867 como el brazo evangélico y la administración central del movimiento. Ese año se convirtió en uno de los.grandes hitos de la historia política inglesa, pero por una razón distinta; el Parlamento aprobó la segunda Ley de Reforma, que ampliaba notablemente eí derecho al voto y situaba a Inglaterra de modo claro en la vía de la democracia con participación plena. La.esperanza de Comte de que se inaugurara una nueva era política a través de la unión del proletariado y los filósofos positivistas no se cumplió. Los positivistas ingleses se reunieron en Londres para celebrar un gran Festival de la Humanidad en 1881, pero resultó ser un vano intento de implantar el movimiento como una fuerza política significativa. Desapareció prácticamente del mapa poco después, aunque la influencia de Comte en 1a Universidad de Oxford persistiera hasta bien entrado el siglo xx (véase Alón Kadish, The Oxford Economists in the Late Nineteenth Centuiy, [ 982). El movimiento positivista inglés del período Victoriano parece, retrospectivamente, una aberración bastante extraña de la historia intelectual de Inglaterra. El apoyo para la tesis de que el positivismo francés ejerció una gran influencia en la filosofía política y social moderna hemos de buscarlo en otra parte, en Karl Marx y Friedrich Engels y en el desarrollo tras ellos de lo que se llama hoy «marxismo-leninismo». Ya se ha indicado varias veces en este capítulo las similitudes entre el pensamiento de Saint-Simon y Comte y el. de Marx y Engels y se harán más patentes en nuestro estudio de la teoría marxista del capítulo 13. El marxismo, como movimiento revolucionario, consiguió.crear una unión efectiva del proletariado y de los intelectuales. En ¿Qué hacer? (1902) de Lenín hallamos una reformulación de la idea positivista de la dinámica de la historia y un reconocimiento similar al de Comte del papel especia! que debe jugar en ellaun pequeño cuadro de intelectuales firmemente dedicados a la doctrina y hábiles en el arte de manipular a las masas. El rástreo de influencias filosóficas es un asunto muy incierto, puesto que puede llegarse independientemente a ideas sumamente similares o incluso idénticas. El marxismo podría haber surgido y\haberse desarrollado aunque Saint-Simon hubiera perecido en la guillotina y Comte hubiera tenido éxito cuando intentó ahogarse en .el Sena. Pero dejo este asunto sin más comentarios, porque plantea cuestiones importantes y difíciles en las que no podemos entrar aquí: la valoración de la causalidad histórica y el papel de las ideas en la evolución de la sociedad humana. La influencia del positivismo francés en el desarrollo de las ciencias sociales es sólo un poco menos problemática. Respecto a la sociología, hay considerables discrepancias sobre cuándo puede decirse que nació, y muchos sociólogos modernos consideran a Comte sólo el que bautizó la disciplina, no el que la fundó. Concediendo menos crédito aún a Saint-Simon. Pero hay una diferencia considerable en la práctica, actual de la sociología en los diferentes países y hay una diferencia correspondiente de planteamiento respecto al papel del positivismo francés en su historia. En la propia Francia, se considera a Émile Durkheim (1858-1917) la figura clave en el desarrollo de la sociología, y este punto de vista es compartido por algunos sociólogos ingleses y estadounidenses. Durkheim fue el primer sociólogo académico francés, y dio clases primero en. la Universidad de Burdeos y más tarde en la Sorbona de París. Fundó y dirigió UÁnnée Sociologique, revista que tuvo una importancia enorme en el desarrollo de la sociología europea. Pero no está claro qué debe el pensamiento sociológico de Durkheim a Saint-Simon y Comte. Algunos autores consideran a Durkheim prácticamente un conducto a través del cual las ideas de los anteriores se incorporaron a la sociología posterior, mientras que para otros su influencia sobre él fue sólo cosa de entusiasmo juvenil y que más tarde la rechazó. El editor de ia traducción inglesa de Socialismo y Saint-Simon (1958) de Durkheim, Alvin W. Gouldner, le considera empeñado en una «polémica de fondo» con Comte en sus obras principales, mientras que Anthony Giddens considera fundamental
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la influencia de Comte sobre Durkheim («Positivism and its Critics», en el libro de Tom Bottomore y Robert Nisbet, eds., The History ofSociological Analysis, 1978). Ya hemos dicho antes que Durkheim adoptó el organicismo de Saint-Simon y de Córate, y ya se verá la importancia que tuvo en su pensamiento cuando estudiemos la sociología de Durkheim en el capítulo 15. Pero Durkheim no hizo uso alguno de la teoría de la historia de Comte, de la ley de las tres etapas ni de la jerarquía de las ciencias. La influencia del positivismo francés en la sociología inglesa y estadounidense ha sido menor que en Francia. La sociología como disciplina académica independiente apenas se desarrolló en Inglaterra hasta mediados del siglo xx, debido en parte, sin duda, a la dudosa reputación de los positivistas ingleses. De modo que la influencia del positivismo en la sociología allí fue negativa, retrasando su desarrollo. Hoy hay algunos sociólogos ingleses que juzgan favorablemente a Saint-Simon y a Comte, y son sólo quienes se consideran marxistas. En Estados Unidos, donde se inició la investigación sociológica cuantitativa, la influencia del positivismo francés ha sido escasa. Lester F. Ward (Í841-1913), botánico y geólogo convertido en sociólogo, fue un admirador declarado de Comte. Compartió su tesis de que era necesaria una ciencia de la sociedad que debería ser la reina de todas las ciencias y que serviría como guía para la regeneración total del orden social, poniendo fin a la anarquía y al individualismo capitalistas. Ward fue elegido en 1906 presidente de la Sociedad Sociológica Estadounidense, recién fundada, pero su obra cayó poco después en un olvido casi total entre los sociólogos. Otro candidato a fundador de la sociología moderna es Aíbion W. Small (1854-1926), que ocupó la primera cátedra de sociología en una universidad de Estados Unidos, en la Universidad de Chicago, recién fundada, en 1892, donde creó un departamento de notable calidad y de prolongada influencia en la sociología del país; Fundó en 1895, y dirigió durante treinta años, la American Journal of Sociology, la principal publicación académica de la disciplina. Fue crítico con el capitalismo, como Ward, y, aunque es visible en él la influencia de Marx, se mostró hostil hacia el positivismo francés y criticó a Ward por proclamar el «mito» de que la sociología estadounidense estaba en deuda con Comte. En opinión de Small, la sociología se inició con la psicología social de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales. Pero la metodología de Small era, como la de Ward, no cuantitativa, y su influencia sobre la investigación sociológica moderna fue escasa, a pesar del papel destacado que desempeñó en el asentamiento de la sociología como una disciplina académica independiente. El país donde el positivismo francés ha tenido, y sigue teniendo, una mayor influencia sobre la sociología académica es la Unión Soviética, donde se considera que la tarea del sociólogo consiste en proporcionar una visión global de la sociedad (principalmente capitalista) como un todo y de bosquejar, además, las leyes de la historia. Este estilo de sociología, la «gran sociología» como la hemos llamado, debe su inspiración inmediata en la Unión Soviética a Marx, de modo que cualquier valoración de su deuda con el positivismo francés depende de lo que se crea que debe Marx a Saint-Simon y a Comte. Saint-Simon y Comte escribieron antes de que se desarrollaran las diversas ciencias sociales, pero había una que era ya reconocida como una disciplina esta
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blecida: la economía, o la «economía política» como se llamaba entonces. Así pues, la cuestión de la influencia del positivismo francés sobre la economía merece una breve consideración. Saint-Simon sabía muy poco de economía política clásica. Un comentarista suyo dice que dejó esta rama de la ciencia social a Comte. Pero Comte no se interesó tampoco por el tema. No hay en todos sus numerosos escritos un solo análisis amplio de ninguna de las cuestiones que consideramos en el capítulo 9, y es probable que supiese poco, si es que sabía algo, sobre Jas teorías clásicas del valor, la renta, lapoblación, el comercio internacional o, pese a su profundo interés por las leyes de la evolución histórica, la teoría ricardiana del desarrollo económico. Comte fue hostil a la economía política clásica sin conocer su contenido específico, extremando aún más su. actitud al hacerse más intensa su. aversión al capitalismo de mercado. En consonancia con su idea de la unidad de toda la ciencia, criticó las tentativas de los economistas clásicos de crear una ciencia de la economía independiente y, especialmente, su uso del concepto de «hombre económico», que divorciaba las actividades económicas de su marco social y-cultural. La nueva ciencia principal, la sociología, incluiría la economía dentro de, una teoría general de la sociedad sin molestarse por cuestiones.insignificantes como la formación de los valores de mercado, el comercio internacional, etc. Hay ciertas semejanzas entre la idea de Comte sobre la economía y la de J. C. L. Simonde de Sismondi (1773-1842), cuyos Nuevos principios de economía política (1819) eran un ataque generalizado contra la economía de Ricardo, pero no hay muchas pruebas de que Comte recibiera una influencia directa de Sismondi. Los positivistas ingleses, siguiendo a Comte, asumieron como parte importante’de su pro grama combatir lo que consideraban la influencia destructora de .la economía política clásica en el pensamiento social inglés. Las tentativas de este tipo pueden haber ejercido cierta influencia en el proceso del estudio de la economía política en Inglaterra (y en Estados Unidos) que, hasta fecha muy reciente, estuvo dominado por investigadores hostiles a la construcción de los modelos analíticos de la economía ortodoxa y que prescindieron en su trabajo del uso de la teoría económica. Aparte de su influencia sobre los historiadores económicos y sobre los que se autodenominan instituciorialistas o economistas sociales, la influencia del positivismo en la economía fue escasa. La corriente principal de la disciplina siguió empleando la metodología introducida por Ricardo. John Stuart Mili mostró, como hemos visto, una actitud favorable hacia Comte e hizo alusiones a él muy halagadoras en su libro sobre la filosofía de la ciencia, Lógica (1843), pero es difícil hallar influencias de la filosofía comtiana en sus Principios de economía política (1848), que dominaron el estudio de la economía en Inglaterra y en Estados Unidos hasta finales de siglo. J. E. Cairnes, a quien sólo aventajó Mili en la economía clásica posterior, lanzó un ataque frontal contra Comte en la Fortnightly Review en 1870. Le contestó Frederic Harrison en nombre del movimiento positivista, pero la corriente general de los economistas se alineó con Cairnes. Una de las características sorprendentes de la ciencia social moderna es la diferencia del punto de vista entre la economía y la sociología en el enfoque de la investigación de los fenómenos sociales. Según algunos sociólogos, entre ellos Alvion Small en el siglo pasado y Dennis Wrong y Jonathan Turner en el presente, la sociología nació como protesta contra los métodos y el contenido de la economía tradicional. Raymond Aron atribuye la hostilidad constante entre sociólogos y economistas en las universidades francesas a la aceptación por los primeros de la idea de Comte de que la teoría económica es excesivamente abstracta y establece una separación inaceptable entre las
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materias económicas y otros fenómenos sociales. Es dudoso que esto se deba al positivismo comtiano como filosofía de la ciencia social, pero es indudable que ni los sociólogos modernos sienten^ demasiado respeto por las disciplinas de los economistas ni éstos por las de aquéllos, y esto no sucede sólo en Francia. A los estudiantes que se licencian en sociología en las universidades estadounidenses no se les exige, ni se les anima siquiera, a seguir cursos de economía. Ni se aconseja a los estudiantes de economía seguir cursos de sociología. Tanto la economía como la sociología modernas son fuertemente empíricas y destacan el uso de métodos cuantitativos refinados, pero los economistas consideran que la sociología es demasiado descriptiva, que bordea el empirisma grosero, mientras que los sociólogos consideran que la eco-- nomía es demasiado descaradamente teórica y bordea la metafísica. Esto puede deberse en parte a los orígenes positivistas de la sociología y a la conexión de la economía con el utilitarismo pero, en mi opinión, se debe principalmente al hecho de que la economía sigue siendo muy rigurosamente reduccionista y adopta el individualismo metodológico como un principio fundamental de la ciencia, mientras que'la sociología es más holista e insiste en las propiedades emergentes de las asociaciones sociales. Ante una serie dé datos que muestran, por ejemplo, que la asignación de ingreso de la familia para diferentes usos (la proporción gastada en la casa, la alimentación, las diversiones, etc.) difiere entre familias de ingresos diferentes, es probable que .el sociólogo considere que se debe a que ios diferentes grupos o clases sociales tienen diferentes estilos de vida, y que el economista saque la conclusión de que diferentes artículos y servicios tienen diferentes «elasticidades rediticias de la demanda». Para el sociólogo la explicación de las diferencias de conducta se halla en la estratificación y la diferenciación social, mientras que el economista se aferra tenazmente a la idea de que todas las personas son básicamente iguales. Cuando F. Scott Fitzgerald comentó a Emest He- mingway: «Los ricos son distintos de nosotros», estaba pensando como un sociólogo, y cuando Hemingway contestó: «Sí, tienen más dinero», estaba expresando el punto de vista del economista. Los economistas institucionaíistas y ios economistas sociales han realizado tentativas de unir la sociología y la economía, y también lo han hecho los sociólogos modernos que utilizan el paradigma de «intercambio» de la conducta social. Forzando las cosas sólo un poco, podríamos interpretar la insistencia de John Stuart Mili en la ordenación institucional en sus Principios de economía política y su esperanza en que se desarrollaría algún día un estudio científico de la formación del carácter humano («etología» íe llamó) y la insistencia de Alfred Marshall en el carácter filosófico del lado de la demanda del mercado y su suposición de que la teoría económica podría convertirse en una ciencia global de «biología económica», como pasos hacia la unión de la economía y la sociología, y como un medio de fomentarla. Pero hemos de volver de nuevo al marxismocomo el intento más importante de crear esa unión. La economía analítica de Marx continuó en la tradición establecida por Ricardo, como veremos en el próximo capítulo, pero Marx enfocó la economía en un marco mucho más amplio. La teoría del desarrollo económico de Ricardo no tiene el carácter cósmico de la teoría de la historia de Marx ni la trascendencia de sus «leyes del desarrollo del capitalismo». La amplia perspectiva de Marx puede considerarse ün intento de elaborar una teoría global de la sociedad a través de una unión de la sociología de Saint-Simon y de Comte y la economía de Ricardo (liberada de su utilitarismo y su individualismo). Hallar un agente emulsificante para esta gasolina y esta agua intelectuales continúa siendo un tema básico de la ciencia social marxista moderna.
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A pesar de su respeto por láciencia y de su insistencia en que el estudio de los fenómenos sociales debe ser científico, ni Saint-Simon ni Comte analizaron ningún aspecto.de la epistemología más que de un modo superficial, y no es posible sintetizar una filosofía de la ciencia coherente a partir de sus escritos. Los intérpretes modernos del positivismo francés muestran a veces una audaz seguridad al describir y valorar su filosofía de la ciencia, pero lo hacen centrándose en ciertos aspectos de la obra de Saint-Simon y de Comte y pasando por alto otros, o esforzándose por encajarlos a la fuerza en la interpretación histórica del autor. Algunas interpretaciones aceptan literalmente ,1a petición de Saint-Simon y de Comte de que la metodología de la investigación considere ia realidad objetivamente-existente, independiente de nuestras concepciones previas, e interpretan el positivismo francés como una continuación del empirismo del siglo xvm, Pero ya ha quedado claro; después de nuestro examen de Saint-Simon y de Comte en este capítulo, que la tradición del empirismo en la filosofía de-la ciencia y el positivismo francés son polos opuestos. Cualquier semejanza entre ellos se reduce a las exhortaciones retóricas de Saint-Simon y de Comte y no es visible en su propia práctica metodológica. El hecho de que no siguieran sus propios preceptos epistemológicos no descalifica por sí solo a Saint-Simon y a Comte como filósofos de la ciencia, pero nos impide recurrir a sus escritos para ampliar y aclarar sus posiciones epistemológicas. Aunque la ausencia de un análisis directo de la epistemología de la ciencia en los escritos de Saint-Simon y de Comte obstaculiza la identificación de su filosofía de la ciencia como una norma prescriptiva, tiene de todos modos cierta significación histórica. Saint-Simon y Comte, igual que muchos otros autores de su época, y otros posteriores, no consideraron necesario esbozar los principios de la investigación histórica; consideraban que palabras como «ciencia» y «científico» eran, por sí mismas, designaciones completas y perfectas de . aquellos principios, que no necesitaban más ampliación. La significación histórica del positivismo francés en este sentido es que contribuyó notablemente a la tendencia a utilizar las palabras «ciencia» y «científico» como etiquetas encomiásticas para la propia doctrina, independientemente de su contenido. Ya vemos cómo se utilizan hoy términos como socialismo científico, ciencia cristiana, creacionismo científico, cientología, ciencia de la astrología, ciencia espiritual, etc.; todos y cada uno de los sectores del cuadrante intelectual moderno pueden calificarse de «ciencia». A lo largo de los capítulos anteriores hemos visto la poderosa influencia que ejerció sobre el pensamiento occidental el progreso de las ciencias físicas. No sóío hizo posible que se separara la investigación social de la teología y la ética, y que se liberara del control de la autoridad política y religiosa establecida, sirio que proporcionó también inspiración metodológica. La enumeración de los primeros científicos sociales que intentaron seguir los pasos epistemológicos de la física y la astronomía clásica es equivalente casi a una lista completa de los nombres importantes, y sólo es un poco más reducido el número de los que se calificaron ex plícitamente a sí mismos de los galüeos o los nevvtons de la ciencia social. En este sentido, Saint-Simon y Comte no hicieron más que continuar una tradición bien asentada, pero su invocación a la «ciencia» muestra gráficamente que no está nada claro qué se quiere decir al afirmar que la investigación social debería seguir la pauta de las ciencias físicas. Puede ser útil aquí anticipar algunas cuéstiones epistemológicas que no podremos valorar plenamente hasta haber avanzado algo más en nuestra investigación de la historia de la ciencia social. Afirmar que el estudio de los fenómenos sociales debe seguir la dirección marcada por las ciencias físicas puede encerrar una serie de planteamientos distintos, que son los siguientes:
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1) La visión más simplista es que las ciencias sociales deberían imitar la metodología de las ciencias naturales de una forma acrítica. Cuando un científico social reclama credenciales científicas para su obra indicando que en física, o en biología, o en alguna otra rama de la ciencia natural, se utilizan procedimientos similares, está utilizando la ciencia natural como la norma básica de referencia terminológica. Esta posición no es defendible, puesto que significa que.las credenciales de la ciencia social se derivan de la práctica de la ciencia natural sin referencia a sus credenciales. Esto es recurrir al prestigio de la ciencia natural, no a sus bases epistemológicas. Además, los científicos naturales trabajan de muchas formas diversas. Los métodos de investigación de la astronomía, de la química orgánica, de la biología ecológica y de la geología de tectónica de placas tienen poco en común aparte del reconomiento de que hay un mundo objetivo, y hasta esto parece desvanecerse en algunas de las teorías de la física moderna. Un científico social que no sea más que moderadamente inteligente no tendrá dificultad alguna para hallar trabajos cié investigación en alguna parte de las ciencias naturales metodológicamente similares a los suyos. ■ 2) Una idea relacionada es que las ciencias naturales son cuantitativas y la investigación social es científica en la medida en que es también cuantitativa. Pero no podríamos sostener que datos falsificados tengan mérito científico, de modo que este criterio de la ciencia tiene que remitirse a otras directrices de buena práctica científica, y engañar no es el único procedimiento que dicha práctica prohíbe. Los datos cuantitativos, aunque hayan sido obtenidos honradamente, pueden ser insignificantes o intrascendentes. Una vaga proposición cualitativa puede ser empíricamente más útil que una numérica precisa. ■ 3) En años recientes los científicos sociales, guiados por la economía, han mostrado mucho entusiasma por las posibilidades que ofrece la construcción de modelos matemáticos y a veces se oye decir que el sello, identificador de una proposición científica es que pueda expresarse en lenguaje matemático. Esto descartaría sin duda gran parte del trabajo de los científicos naturales, reduciendo el cuerpo de la ciencia restante. Además, ese cuerpo no séría necesariamente empíricoo incluso significativo, puesto que se pueden decir disparates en cualquier lenguaje, incluido el matemático. 4) Una opinión más extendida entre los filósofos profesionales de la ciencia que cualquiera de las anteriores .es la de que hay principios generales de epistemología válidos que son aplicables a todos los campos de la investigación empírica, y lo significativo, de las ciencias naturales no es que ellas mismas aporten los criterios de la ciencia, sino que los ejemplifican más claramente. Esto sería un argumento poderoso sí hubiera una coincidencia, incluso moderada, sobre lo que son esos principios generales, pero los filósofos de la ciencia mantienen hoy muchas posiciones diferentes a ese respecto (véase el capítulo 18, apartado 1), La idea de que hay principios generales de epistemología que se pueden descubrir, aunque no se hayan descubierto aún, tiende a degenerar en el punto 1) anterior, puesto que muchos filósofos proceden de formas que parecen implicar que esos principios pueden descubrirse analizando los métodos de investigación de la ciencia natural, especialmente de la física. La idea de que hay principios epistemológicos generales aplicables tanto al mundo natural como al mundo de la conducta humana y de los fenómenos sociales ha sido ardorosamente rechazada, sobre todo por F. A. Hayek, que ha calificado despectivamente esa posición de «cientismo», remontándola a Saint-Simon y Comte (The Counter-revolution of Science: Stu- dies in the Abuse ofReason, 1955). 5) Otro enfoque de la ciencia social es que ésta sólo.puede alcanzar auténtico estatus