La Arquitectura de Gaudí
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Caro Castro, Ricardo Arq. Abel Hurtado Taller 6 - Nivel X 15 de abril de 2011
LA ARQUITECTURA DE GAUDÍ
Gaudí está considerado como un arquitecto de alcance universal. Aporta soluciones propias con repertorios originales a los retos arquitectónicos inspirándose principalmente en la naturaleza y la artesanía. Rompe con los estilos históricos e inicia la creación de un nuevo lenguaje plástico, experimentando siempre nuevos métodos de expresión, vinculando el sentido de la belleza a la funcionalidad y a la economía, e incidiendo en el análisis de las formas sin dejar espacio a la improvisación.
Ciento cincuenta años después del nacimiento de Antoni Gaudí y a los setenta y seis de su muerte, este arquitecto ha logrado trascender el ámbito de lo local y lo nacional para devenir una de las señas de identidad de la ciudad de Barcelona y un fenómeno de alcance universal. Pero no siempre fue así. Al contrario. Gaudí y su obra se han encontrado con múltiples incomprensiones y hasta con convencidos opositores. Sólo el paso del tiempo ha permitido que, por su espectacularidad formal, su obra fuera más conocida y, por ello, analizada con detalle, con lo que su figura se ha afianzado y su aportación al arte del siglo XX se entiende, por fin, como fundamental.
Gaudí es intrínsecamente dual: artesano y artista, mago y técnico, modernista y expresionista, arcaico y moderno, sacro y profano, del siglo XIX y del siglo XX y éstas, que
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parecen fuerzas contradictorias, son a nuestro entender las que generan una energía dialéctica que da como resultado la contundencia formal y conceptual de este genio atípico, sobre el que ya se han escrito decenas de libros, pero del que aún quedan facetas por descubrir.
No hace mucho tiempo Fernando Chueca Goitia, el prestigioso arquitecto, historiador del arte y académico, hizo unas precisiones que describen exactamente el lugar que ocupa Gaudí en el arte y en la arquitectura. Se refirió a él como al «más grande artista español entre Goya y Picasso (...) del que no es fácil hablar, por tratarse de un hombre muy complejo y por las circunstancias que rodean su vida», para concluir que se encuentra «más allá y más acá de la arquitectura». Una afirmación rotunda que sitúa a Gaudí donde le corresponde en el marco de la historia del arte moderno y que subraya esta manera de hacer que caracteriza a Gaudí, que desbordaba los lindes tradicionales de la arquitectura, para atender a los procedimientos constructivos y a la habitabilidad de los espacios y mezclarla con el arte, siguiendo unas intuiciones que arrancan de la tradición pero que se proyectan hacia la innovación. Probablemente por ello Elies Rogent, director de la Escuela de Arquitectura cuando Gaudí se graduó en Barcelona en 1878, dijo a sus compañeros de claustro que no sabía si había aprobado a «un loco o un genio», porque percibió que algo de extraordinario había en aquel joven de 26 años. Es evidente que la arquitectura de Gaudí en una primera época tiene mucho de neomudejarismo y orientalismo, e incluso algo de neoclasicismo, y que, posteriormente, incluyó elementos neomedievales, pero a pesar de ello, Gaudí se distingue de sus contemporáneos porque aún manejando un vocabulario conocido aporta soluciones propias y repertorios originales. Si es un lugar común situar a Gaudí entre los grandes modernistas de su época, tanto catalanes como europeos, también hay quienes, por la rotundidad de sus formas, lo consideran más próximo
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al expresionismo. Pero Chueca va más allá y lo define como el «único arquitecto expresionista español y uno de los más grandes de Europa».
No podemos negar que Gaudí cohabita con los modernistas, en cuyo contexto vive inmerso, y que muchos de los elementos formales de esta corriente aparecen en su obra, especialmente los relacionados con lo sinuoso y lo curvilíneo, pero no es lícito afirmar que Gaudí es intrínsecamente un arquitecto art nouveau, como puede serlo el francés Hector Guimard. Quizá lo más apropiado para posicionar a Gaudí sería seguir el consejo de Cèsar Martinell, su discípulo y colaborador, y hablar del «gaudinismo» como de un estilo propio o de un «ismo» singular, porque nuestro arquitecto sobrepasa la definición y el contenido del modernismo. El modernismo supuso en el cambio de siglo el paso o la transición de una arquitectura académica a otra más moderna, distintas ambas a la concepción de lo arquitectónico que tenía Gaudí, cuya obra parte de la arquitectura histórica y evoluciona teniendo en cuenta primero el concepto y después las técnicas constructivas y los resultados de una experimentación que llevó a cabo a lo largo de su vida, porque realmente el objetivo final de Gaudí era hacer una «obra de arte total», que no distinguiera entre el mínimo detalle ornamental o la más compleja solución estructural.
Gaudí se interesó por el historicismo, pero siempre miró hacia delante, hacia el porvenir, hacia aquello que intuía que renovaría el arte y la arquitectura. Por ello no ha de extrañarnos que Gaudí convirtiera el estilo más avanzado de su época, el gótico, en el germen de unas investigaciones que le habían de permitir llegar a definir un sistema estructural propio, de arcos equilibrados y sin contrafuertes, gracias al que podría construir obras tan complejas como la iglesia de la Colonia Güell o el templo de la Sagrada Familia.
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Para Oriol Bohigas el aspecto más importante de Gaudí es precisamente su «ruptura total con los estilos históricos y la creación de un nuevo lenguaje plástico», que se pone de manifiesto en las obras que corresponden a su madurez, entre las que se encuentran el palacio Güell, la casa Batlló, la casa Milà o Pedrera, el parque Güell, el pequeño edificio de las Escuelas Provisionales de la Sagrada Familia y las ya mencionadas iglesia de la Colonia Güell y templo de la Sagrada Familia. Edificios que, sin duda, responden a una arquitectura de autor, libre, creativa, experimental, a una manera de trabajar que ya no tiene nada que ver con el posromanticismo sino con el espíritu del movimiento moderno. Y aquí es necesario recordar que Gaudí vivió en un período de grandes transformaciones en el campo de la ciencia y de la técnica, a las que no fue ajeno. Sin embargo, el sentido analítico y pragmático de Gaudí hemos de atribuirlo a dos referentes, que él mismo reconocía, según se desprende de las declaraciones del arquitecto que nos han quedado. Se trata de la naturaleza, estrechamente vinculada al paisaje de su infancia en el Camp de Tarragona, y de sus orígenes artesanos, puesto que tanto su padre como sus abuelos eran caldereros que trabajaron directamente las planchas de cobre en el yunque. De la naturaleza aprendió que lo orgánico no tiene líneas rectas, que las formas naturales no tienen solución de continuidad y que responden a una geometría interna. La práctica artesanal, que desarrolló en él el gusto por lo manual le enseñó la disciplina del oficio, las técnicas básicas de lo constructivo y, sobre todo, el pasar del plano al espacio: «Yo tengo esta capacidad de ver el espacio porque soy hijo, nieto y bisnieto de caldereros (...), es decir, gente del espacio y de la situación.» Saber ver el espacio, dominar su dimensión física y sensorial es lo que hizo que Gaudí no se limitara a las formas, sino que también trabajara los espacios que debían contener estas formas.
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Gaudí se trasladó a Barcelona para estudiar arquitectura en un momento oportuno. Por un lado se acababa de crear la Escuela Provincial de Arquitectura de la capital catalana, segregada de la antigua Academia de Nobles Artes, que daba rango superior a los antiguos maestros de obra, poseía un carácter renovador y prestaba especial atención a la formación tecnológica del arquitecto; por el otro, la ciudad estaba en apogeo, debido a una gran expansión económica, promovida por una burguesía que quería medirse con la europea. El Eixample, proyectado por Ildefons Cerdà, extendía la ciudad hacia el este y las montañas, lo que conllevó un boom constructivo que tenía el modernismo como referente y la obra de Gaudí como punto culminante. Los Güell, los Vicens, los Calvet, los Batlló, los Milà... eran las grandes familias que, movidas por el deseo de poseer una casa que se distinguiera de las demás y atraídas por la singularidad de las propuestas de Gaudí, le confiaron la construcción de sus residencias.
Vemos pues que el contexto era propicio para Gaudí. Incluso los trabajos que realizó como delineante en diversos estudios de arquitectos reconocidos fueron a su favor, ya que no sólo le ayudaron económicamente, sino que le permitieron mantener una relación muy estrecha con los talleres de cerámica, forja, fundición, con los vidrieros, los carpinteros, los yeseros, etc. Precisamente los primeros encargos que recibió en la ciudad de Barcelona estuvieron estrechamente ligados a estos oficios, ya que fueron el diseño de unas farolas para la plaza Reial, que aún subsisten, las vitrinas de la guantería Comella y diversos relicarios y objetos decorativos. Piezas, en general, arcaizantes, cargadas de simbología medieval, naturalista o religiosa pero que ponían especial énfasis en los aspectos funcionales y constructivos, que Gaudí conocía a fondo.
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Esta capacidad -nos atreveríamos a decir que innata-, para todo lo relacionado con las artes y los oficios se complementó con los rigurosos estudios de la Escuela de Arquitectura, donde Gaudí se inició en el cálculo diferencial e integral, la geometría descriptiva -básica en el desarrollo posterior de sus superficies regladas-, la mecánica racional, etc.; y con lo que aprendió asistiendo como alumno libre a las clases de estética de Manuel Milà i Fontanals y a las de filosofía de Francesc X. Llorens i Barba, catedrático de metafísica que proponía sintetizar el empirismo y el racionalismo, siguiendo la escuela del «sentido común» y el pensamiento kantiano. Una amalgama de disciplinas que pone de manifiesto que Gaudí ya en su juventud tenía claro que para él el pensamiento, el arte y la técnica iban juntos y que le permitiría acometer la profesión de arquitecto de una manera distinta, basándose en la intuición sensible, en la reflexión y en los modelos empíricos.
Si en sus creaciones arte y técnica son inseparables, ¿por qué su popularidad está estrechamente ligada a lo más epidérmico de sus edificios? Es evidente que la arquitectura de Gaudí está dotada de una gran artisticidad, tanto desde el punto de vista plástico como del morfológico. El historiador del arte Alexandre Cirici afirmaba que fue un pintor abstracto sin ser consciente de ello: «Posiblemente murió sin haberse dado cuenta del hecho extraordinario de lo precursor de su creatividad en la plástica no figurativa.» Efectivamente, las acuarelas de Wassily Kandinsky, considerado el padre de la abstracción, son posteriores. Como también lo es la obra de Pablo Gargallo y Juli González, de la que sin duda sus trabajos en forja son indiscutibles antecedentes, particularmente las barandas de la casa Milà, de las que Juan Eduardo Cirlot afirmó que eran formas «precursoras de la plástica moderna». Gaudí usó el colage, el assamblage , el trencadís , las formas dinámicas, las superficies ondulantes, los campos de color... avant la lettre , antes de que todos estos recursos fueran utilizados por los artistas adscritos a las corrientes de vanguardia.
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Incluso hay algunos historiadores del arte que asocian a Gaudí con el surrealismo, el cubismo, el expresionismo o ciertas corrientes abstractas... pero todos sabemos que él vivía totalmente alejado de lo que era el mundo de las vanguardias y que el único punto de coincidencia entre el arquitecto y estos artistas es el afán de experimentar nuevos modos de expresión y encontrar nuevas soluciones plásticas para sus inquietudes creativas. Pero esto no nos puede hacer caer en el equívoco de considerar a Gaudí un artista plástico. Es más, su particular sentido de la belleza siempre estaba vinculado a la funcionalidad, a lo práctico y a lo económico. Para Gaudí la apariencia externa de las cosas «no ha de ser nada más que el reflejo de las necesidades de orden utilitario, mecánico y constructivo». Por esto estudió a fondo la geometría, el mundo de las estructuras y los procedimientos constructivos. Primero se centró en los materiales y las técnicas tradicionales como el ladrillo y la volta catalana , un mundo cercano que el valenciano Guastavino exportó a los Estados Unidos, y a partir de los arcos parabólicos en madera que utilizó en la Cooperativa La Obrera Mataronense (1883) y, muy especialmente, de las experiencias que realizó en la iglesia de la Colonia Güell, Gaudí decidió ir más allá de las tipologías de la construcción tradicional, para crear formas nuevas y ampliar el repertorio de soluciones constructivas.
La capacidad de innovación de Gaudí era tanta que incluso sorprendía a sus colaboradores, cuando utilizaba pilares en lugar de muros, columnas inclinadas, modelos catenarios, arcos equilibrados, intersección de bóvedas, etc. soluciones que él justificaba con estas palabras «mis ideas estructurales y estéticas son de una lógica indiscutible», por ello hacía coincidir la forma con la estructura, eliminando cualquier tipo de contrafuertes o de muros de soporte, basándose fundamentalmente en superficies regladas acopladas.
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«Soy geómetra, es decir, sintético», «yo lo calculo todo», «la geometría, en la ejecución de las superficies, no complica sino que simplifica la construcción», «para que una obra arquitectónica sea bella, es preciso que todos sus elementos sean justos en situación, dimensión, forma y color» son otras afirmaciones de Gaudí que no se pueden ignorar, puesto que si analizamos detenidamente cualquiera de sus chimeneas, edículos, pináculos o construcciones exentas descubriremos que la potente y expresionista morfología que las caracteriza esconde una lógica, un cálculo, un sentido de la mesura que funde el arte y la técnica.
Este Gaudí, que se asemeja más a un hombre de ciencia que a un artista, es el que se nos revela en su obrador o taller de la Sagrada Familia, una construcción muy precaria, formada por superficies alabeadas que fue transformándose con el paso del tiempo, y donde Gaudí realizó los estudios más interesantes de su carrera, a lo largo de los últimos catorce años de su vida. Gracias a la revista Gaseta de les Arts se conserva un amplio reportaje fotográfico que nos muestra el interior y el exterior de este taller y que nos ayuda a entender la manera de trabajar de Gaudí, de la que sólo teníamos constancia mediante las notas que nos han legado sus discípulos y colaboradores.
Mesas de dibujo, planos, modelos geométricos tridimensionales, maquetas de edificios, fotografías, mosaicos venecianos, elementos ornamentales, moldes y contramoldes de figuras destinadas a la fachada del Nacimiento del templo de la Sagrada Familia... todo se amontona en un pequeño espacio, concentrado, donde se pone en evidencia que nada se improvisaba, que todo era estudiado y experimentado previamente. Al punto que, según dejaron escrito quienes le conocieron, el edificio que albergaba este laboratorio tenía techos y ventanas movibles para regular la entrada de la luz, en función del recorrido del
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sol o del tipo de fotografía que quería ejecutar, e incluso, si lo requerían las necesidades operativas del momento, Gaudí hacía abrir nuevas ventanas y levantar el nivel de los techos.
Aunque ésta sea la faceta menos divulgada de Gaudí es probablemente la que muestra el sustrato de su rica morfología y, sin duda, es el secreto de su obra, que definitivamente no es resultado de un arbitrario impulso estético, sino de un profundo análisis de las formas, que armoniza las exigencias funcionales con los opciones estéticas.
Esto es lo que han pretendido demostrar las actividades (exposiciones, congresos, itinerarios, publicaciones, cursos universitarios, talleres, etc.) que se han estado celebrando a lo largo de 2002, propiciando un nuevo encuentro con Gaudí, de manera que la leyenda desmesurada que le envuelve dé paso a una lectura reflexiva y contemporánea del conjunto de su obra.