Una de las distintas perspectivas desde las cuales se aborda la temática de la muerte durante el transcurso de la obra, es la de la vida terrenal de los individuos vista como poco más que un ente cuyo porvenir yace bajo el yugo del arbitrio de Zeus. No obstante y pese a la predominancia de la voluntad volun tad de la balanza de Zeus por sobre el destino de los hombres y el rumbo que tomaba la guerra, varios son los ejemplos de distintos dioses actuando de forma indirecta (innumerables son las las ocasiones en que los dioses bajaban del Olimpo con fin de arengar o aconsejar tanto a aqueos como troyanos) o directa dentro del campo de batalla con el fin de salvar a distintos héroes según les dicte su voluntad y simpatía por cada uno de ellos; esto se hace evidente en pasajes como: Paris siendo salvado por Afrodita ante ant e la clara derrota en el combate inicial frente a Menelao (Canto III, III, v. 370-385) o Afrodita y Apolo Apolo interviniendo en pos de la salvación de Eneas ante el combate con Diomedes (Canto V, v. 310- 345). Sin embargo, tanto inmortales como mortales tienen en claro que todo esto está siempre definido por los designios del mismo Zeus, ya que incluso el propio Héctor ,al interrumpir el combate tras determinar que los no habría un vencedor claro, ante Ayante dice: “Más “Más tarde volveremos a luchar, hasta que la divinidad nos separe y otorgue la victoria al uno o al otro” (Canto otro” (Canto VII, v. 290-293); así como si bien los dioses intervienen directamente en el conflicto una vez que Zeus da el visto bueno a la situación permitiéndoselos (Canto XXI v. 20-25) después de haber prohibido toda acción de los dioses dentro del campo de batalla cuando se pronunció ante los demás dioses en el Olimpo: “Aquel a quien vea por su voluntad se aleja de los dioses y va a socorrer a los troyanos o a los dánaos, volverá al Olimpo en lamentable estado golpeado por el rayo o lo cogeré y lo arrojaré al tenebroso Tártaro…” (Canto VIII, v. 10-14). La anterior mirada de la muerte vista como un porvenir inexorable una vez Zeus así lo decida para los mortales, se hace más que clara en el fallecimiento de Héctor durante su combate con Aquiles. A pesar de toda la ayuda que Apolo presta a Héctor y al bando de los troyanos a lo largo del transcurso del poema, una vez Zeus determina a través de d e su balanza que es Héctor quien se llevará la muerte en la contienda con Aquiles, Apolo abandona al primero sabiendo que no puede obrar en contra de los decretos de Zeus (Canto XXII, 208-213). Sintetizando lo anterior, se desprende que una de las concepciones que se abordan sobre el fin de la vida en La Ilíada, es la de un acto en el cual pueden actuar los dioses tanto en perjuicio como en beneficio de mortales, siempre y cuando Zeus así lo permita, pues su poder supera al de todo otro inmortal y ninguno de ellos podría evitar el cumplimiento de sus deseos. Otro punto desde el cual se aborda la muerte durante la obra, es la de la muerte vista como una puerta hacia la trascendencia cuando está inserta en el contexto de una contienda. Uno de los puntos donde
más se hace patente este sentimiento que existe dentro del campo de batalla, es cuando Ayante en el marco de una ventaja concedida por Zeus al bando de Héctor y sus tropas troyanas pronuncia: “Aunque nos dobleguen, que al menos no capturen sin esfuerzo las naves, de buenos bancos. ¡Ea, recordemos la belicosidad!” (Canto XV, v. 476-477); Aquiles cuando asume vengar la muerte de Patroclo pronunciaría: “Así también yo, si el destino dispuesto para mí es el mismo, quedaré tendido cuando muera. Mas ahora aspiro a ganar noble gloria…” (Canto XVIII, v. 120-121); o el mismo Héctor tras aceptar su inminente muerte en el combate ante Aquiles diría: “¡Que al menos no perezca sin esfuerzo y sin gloria, sino tras una proeza cuya fama llegue a los hombres futuros!” (Canto XXII, v. 304-305). Las anteriores citas resultan pruebas palpables de la importancia que atribuían los griegos a la muerte heroica, no temiendo al ingreso al Hades cuando se fallece en el marco de una guerra, sino que viendo esto como una situación que incluso (como resulta en el caso de Aquiles) viéndolo como una instancia provechosa para pasar a la posterioridad como un héroe y ser recordado con honores. Una tercera que se le da a la muerte, es la de un suceso que no sólo conlleva el abandono de la vida de los cuerpos, sino que todo un proceso en el cual los cadáveres de los caídos han de ser incinerados para permitir el descanso. Palpables pruebas de estas ideas griegas pueden verse manifestadas en momentos como: cuando Néstor, en el contexto de un cese a la lucha entre aqueos y troyanos, propone darse el tiempo de incinerar los cadáveres de aqueos para llevar sus huesos a hijos (Canto VII, v. 327-335); toda la lucha que se da entre aqueos y troyanos por el cadáver de Sarpedón, lo que no terminaría sino hasta que Zeus mismo envió a Apolo a rescatar su cuerpo de toda la lid y una vez hechos los cuidados debidos a su cuerpo, le depositara en su natal Licia, donde sería venerado (Canto XVI, v. 666-675); la petición de Patroclo a Aquiles, cuando aparecido en sus sueños dijo: “… ya no volveré a regresar del Hades cuando me hagáis partícipe del fuego” (Canto XIII, v. 69-76). Al mismo tiempo, el deterioro de los cuerpos y su falta de cuidado parece ser vista como un insulto, a tal punto llega esto que Héctor rogaría a Aquiles no que éste le perdonara la vida, sino que entregara su cadáver a su padre en lugar de dejarle ser devorado por los perros (Canto XXIII, v. 33 7-343). Todas estas concepciones distintas sobre la muerte, convergen en el punto de que Zeus es el máximo controlador de todo; ya que si bien los dioses pueden intervenir en el porvenir de los individuos, siempre es respetando su voluntad final y no intervienen sin que él lo permita. Más claro aún tienen los mortales que el arbitrio de Zeus es lo que dicta su porvenir, por lo que durante el combate las huestes se limitan a combatir con o sin su apoyo; los héroes claro tienen que no siempre está la balanza a su favor, por lo que no existe más por hacer que luchar con honor para conseguir la gloria que Zeus les conceda durante el combate (cese su existencia en el mismo o no). La última visión de la muerte también se ve
controlada por él, pues aún dentro de la importancia que atribuyen los mortales a los cuerpos de fallecidos y la capacidad de otros dioses de brindarles cuidados (Como sucede con Patroclo en el Canto XXIII), no es más que Zeus quien tiene la decisión final sobre si los huesos podrán volver o no con sus familias y ser conservados por sus gentes, como los griegos acostumbraban a hacer.
Nombre: Joaquín Carreño Gallardo. Edición: La Ilíada (Introducción general, traducción y notas de Emilio Crespo Güemes). Editorial: Gredos Año de Publicación: 2000.