“La silla del Aguila”, obra menor de Fuentes La picaresca del viejo PRI
Por Carlos Ramírez
S
i de su obra narrativa no directamente
política La región más transparente es la más importante, desafiante y propositiva, en su literatura política La silla del águila quisiera ser una especie de su testamento literario. La muerte de Artemio Cruz fue una requisitoria contra la clase política que traicionó a la revolución mexicana. Cristóbal Nonato operó como una llamada de atención hacia el vendaval reaccionario en el poder. Y Los años con Laura Díaz se concretó a una revisión histórica de un siglo mexicano pero todavía visto desde fuera. En estas obras había destellos del Fuentes conocedor de las entrañas del Ogro priísta pero no se había decidido a encarar el tema de manera más directa, pero sin cuajar una verdadera obra de arte. La silla del águila puede considerarse la versión literaria de Tiempo mexicano. La intención política a priori se detectó desde la dedicatoria: “A los compañeros de la Generación Medio Siglo, Facultad de Derecho de la UNAM: la esperanza de un México mejor…” Se trataba, pues, de un libro intencionadamente político. Los personajes tenían algunos rasgos de políticos del pasado y los hechos históricos se repitieron. Al final, el libro puede leerse más como un catálogo de frases que antes deambularon por columnas políticas, mesas de café y pasillos del poder, que como una verdadera novela. Su contenido tuvo un forzado escenario político, demasiado artificial. Fuentes había quedado dominado por el contenido o la intención. No había en el libro párrafos escritos como verdadera literatura. Pareció un pastiche de sucesos políticos muy conocidos y de frases hechas sobre la política a la mexicana. La estructura narrativa de La silla del águila quiso ser novedosa: una novela que se arma a base de cartas entre muchos protagonistas. Su tiempo es futurista. En declaraciones a Héctor Aguilar Camín en el programa televisivo “Zona Abierta” de Nexos, en marzo del 2003, Fuentes confiesa que su libro fue inspirado en Maquiavelo y su modelo político fue Adolfo Ruiz Cortines. “Es una novela que escribí siguiendo muy de cerca de
Maquiavelo, leyendo mucho a Maquiavelo”. Y “la figura que representa al viejo sistema en la novela es claramente Adolfo Ruiz Cortines, que ya tendría 180 años en la novela pero que sigue sentado en el café de La Parroquia en Veracruz con un loro hablantín que dice lemas del PRI todo el tiempo y que pronuncia los lemas de su sabiduría política”. Pero el juego fue desafortunado. El libro El príncipe de Niccoló Machiavelli es un tratado de lo que debe ser la política; La silla del águila fue una novela de lo que fue la política en un caso concreto. En todo caso, la novela de Fuentes quiso tener a veces un aire de El padrino, de Mario Puzo, porque se trataría de una perversión de la política. Situada en el año 2020, el intercambio de cartas ocurrió porque el gobierno de Estados Unidos había castigado al de México por la falta de apoyo a la invasión estadunidense a Colombia y el regateo de petróleo mexicano. Como sanción, Washington desconectó los satélites que usaba México y con ello rompe con todo tipo de comunicaciones. Los mexicanos, en consecuencia, regresaron a los tiempos de las cartas entregadas por mensajeros. Aquí Fuentes falló. A pesar de su experiencia literaria, Fuentes no logró conformar un discurso de novela porque los personales no pudieron definir un contorno creativo. Tampoco pudo explotar la riqueza literaria del género epistolar tan rico en sus posibilidades pero al mismo tiempo tan desafiante en sus exigencias estilísticas. Fuentes no creó personajes autónomos. Todos dependieron de sus propias definiciones. La mano del autor fue obvia. Los personajes literarios, así, resultaron meros pretextos para dar a conocer los pensamientos del autor. En la literatura eso ocurrió con frecuencia --“Emma Bovary son yo”, declaró Gustav Flaubert--, pero la solidez de la s invenciones se sustentó en la capacidad de dotar a los personajes de autonomía literaria. Fuentes operó como el ventrílocuo de sus personajes. Al terminar el libro, el lector se queda con la impresión de que no leyó una novela --el mundo autónomo de la literatura-- sino que dispuso de un rosario de aforismos, frases, anécdotas, pero contadas por una misma voz con diferentes nombres sin cumplir con las reglas de la autonomía de los personajes, como si la prioridad fuera decir, no contar. Si Machiavelli convirtió a su príncipe en una versión de “si yo fuera hombre de poder”, Fuentes escribió La silla del águila p ara lamentarse del mundo político que vivió y que avaló. Y peor aún: como un reclamo a los priístas que ejercieron el poder y llevaron al país a la decadencia, la debacle y la descomposición La novela La silla del águila quedó, pues, como una requisitoria de corresponsabilidad. Toda la fauna de la política mexicana desfila
en el libro: presidentes, consejeros, gabinetes, gobernadores, alcaldes, periodistas y muchos otros. La confluencia de tantos personajes extravía la novela. Y Fuentes no quiso escribir un texto que retratara el ejercicio del poder en México, sino una parodia de la política. Hay párrafos que resultan trazos superficiales de personajes y los deja como caricaturas grotescas. Por ejemplo, Javier Zaragoza Séneca le escribe a María del Rosario Galván: “soy el Pepito Grillo de su conciencia. Saco del arma rio mi colección de principios éticos. Acaso mi esperanza secreta, María del Rosario, es que mi conciencia quede a salvo aunque la realpolitik se vaya por el lado del pragmatismo. La realpolitik , sabes, es el culo por donde se expele lo que se come --caviar o nopalito, pato a l´orange o taco de nenepil--. Los principios, en cambio, son la cabeza sin ano. Los principios no van al excusado. La realpolitik atasca los inodoros del mundo y en el mundo del poder tal como es, no tienes más remedio que rendirle tributo a la madre naturaleza”. La literatura en el ejercicio de crear personajes autónomos que cuenten su realidad, no el uso de personajes como muñecos que hablan, todos, como el autor. El rango de novela política no fue alcanzado por La silla del águila. Fuentes pareció no haber leído a Fuentes. En su libro En esto creo, su diccionario de la vida, Fuentes da una definición de la novela: Es por ello que la novela no sólo refleja la realidad, sino que crea una realidad nueva, una realidad que antes no estaba allí --Don Quijote, Madame Bovary, Stephen Dedalus-pero sin la cual no podríamos concebir la realidad misma. Así, la novela crea un nuevo tiempo para los lectores. Las definiciones de novela de Fuentes son estrictas. “La novela hace visible la parte invisible de la sociedad”. Y “la novela dice lo que la historia no dijo, olvidó o dejó de imaginar”. La novela, dirían otros novelistas, es la construcción de un mundo autónomo, autosuficiente, que no necesita del mundo real para justificarse. En este contexto, La silla del águila no cumpliría los requisitos de una novela sino que sería una especie de parodia de una realidad que ya conoce el lector o que necesita estar presente para entender la obra. Al final, esta novela de Fuentes no es sino una versión literaria --fallida, pero con intenciones de novela por la ficción de sus personajes-- de su visión del mundo político mexicano e internacional. Como si años después de haber escrito Tiempo mexicano, Fuentes quisiera hacer una versión literaria de esos ensayos. Pero no lo logra. Da la impresión de que Fuentes redactó un catálogo de frases de la política mexicana y luego las fue esparciendo en cartas de políticos tomados de la realidad. En la
novela incluyó párrafos lamentables, superficiales, inexplicables: “conozco su filosofía (carta de Séneca al presidente Lorenzo Terán). Ya pasó la época del autoritarismo, cuando sólo la voluntad del Presidente contaba, de Sonora a Yucatán, como los sombreros Tardán que se han vuelto a poner de moda, ¡la de vueltas!” Metáforas fuera de lugar, superficiales, anecdóticas. Novela, pues, fallida que revela el hartazgo y a veces el asco del autor hacia la política mexicana. Pero es el Fuentes que trabajó como embajador de Luis Echeverría en Francia, el Fuentes que participó en el consejo consultivo del PRI durante la campaña de López Portillo, el Fuentes que ha expresado su esperanza de que políticos priístas salven al país, el Fuentes que sigue teniendo fe en la recuperación del sistema político priísta. Es el Fuentes escritor, no el fallido Maquiavelli del priísmo en el poder. Como novela política, La silla del águila no cumplió sus intenciones. No pudo desbancar a La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, sin duda el punto de referencia de las novelas mexicanas sobre el poder ya institucionalizado. Y como creación quedó muy debajo de otra de las novelas políticas más contemporáneas pero mejor logradas: El dedo de oro, de Guillermo Sheridan. En La silla del águila el Fuentes ensayista no pudo ser desplazado por el Fuentes novelista. Al final, la novela sobre el sistema presidencialista quedó como una obra menor, de circunstancia, superficial y poco literaria. Los errores habían sido de origen. “El anciano del portal (Ruiz Cortines con 180 años de edad), terribles cosas, es un Maquiavelo”, le dijo Aguilar Camín a Fuentes y éste aceptó lo apretado de la conclusión. Pero se tratarían de dos personalidades diferentes en escenarios políticos distintos. Fuentes pareció hacer una lectura mecánica, acartonada de Machiavelli: el consejero del Príncipe. Pero Machiavelli fue mucho más que un simple consejero. Sus ideas fueron las de un hombre de Estado. En cambio, el personaje central de La silla del águila, el “anciano del portal”, era un simple hombre del poder y para el poder, como si personificara a caricaturas de un Machiavelli contadas en tarjetas por asesores priístas La lectura de esta novela de Fuentes dejó la impresión de haberse basado en un Machiavelli portátil , de solapas de libro, a trasmano. En la novela se revelan momentos en que se percibe el desconocimiento que tiene Fuentes de Machiavelli. El Ruiz Cortines del texto reduce al escritor florentino y todo su esfuerzo filosófico a una sola frase que, por lo demás, no se localiza en ninguna de las líneas de El príncipe: el fin justifica los medios, esencia de la aplicación de las ideas de Machiavelli en el concepto de maquiavelismo de referencia común. Los personajes políticos de La silla del
águila son ambiciosos y, paradójicamente, no cumplen las tres condiciones que Fuentes le dijo a Aguilar Camín que delineaban las ideas de Machiavelli: virtud, fortuna y necesidad. El Ruiz Cortines que domina la novela de Fuentes fue diseñado por las contravirtudes: ambición, impunidad y corrupción. La lectura sesgada que hizo Fuentes de Machiavelli llevó su novela a personajes de caricatura. La verdadera declaración del filósofo y politólogo florentino tenía una dimensión de gobierno: “haga, pues, el príncipe lo necesario para vencer y mantener el Estado, y los medios que utilice siempre serán considerados honrados y serán alabados por todos”. El objetivo de consolidar el Estado en Machiavelli es el verdadero pilar de su obra: “el príncipe no debe preocuparse de incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente se podría salvar el Estado”. Y agrega: “trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado”. La concepción de que el fin justifica los medios sería la esencia del pensamiento de Machiavelli que quiso documentar Fuentes con el caso de México en La silla del águila. El análisis de esa conclusión acreditada a Machiavelli ha generado confusiones y ha llevado al concepto de maquiavelismo como el sistema de lograr los fines cualquiera sin detenerse en los medios para conseguirlo. Se trataría, si acaso, de una conclusión parcial y manipulada para definir un subgénero del pensamiento de Machiavelli. Aún si se acomodaran las palabras escritas por el pensador florentino para armar la frase en cuestión, el trasfondo fue siempre su concepción de Estado. En una carta enviada a Piero Soderini y fechada en el invierno de 1512-1513 (Epistolario 1512-1527, de Niccolo Machiavelli) y escrita en el contexto justamente de la escritura de El príncipe, el florentino afina sus razones en el ejercicio del poder: “débese en las cosas juzgar el fin que tienen y no los medios con que se hacen”. Al final, las propuestas de Machiavelli fueron en el sentido de crear las bases de la unidad de una nación ya no tanto en las monarquías absolutistas y corruptas sino en la institución del Estado. Su dedicatoria a Lorenzo d e Medici llevaba la intención de que usara el contenido de El príncipe como la base de un gobierno que rescatara a Italia del caos. Y la salvación sólo podría encontrarse en un príncipe absolutista que consolidara el Estado a través, ciertamente, del ejercicio de medios poco éticos en el corto plazo pero para el fin social de salvar Italia. Fuentes cometió otro error de concepción: suponer que Machiavelli era solamente El príncipe y su contexto monárquico. Pero el pensador florentino escribió otra gran obra --que de ninguna manera contradice la anterior--: Discursos sobre la década de Tito Livio,
sin duda uno de los textos fundacionales de las ideas políticas sobre una república. El primero fue un libro de recomendaciones para consolidar la fuerza de un príncipe pero en función del Estado. El segundo se concretó a recomendaciones sobre el buen gobierno en una república. En la dedicatoria a Lorenzo de Medici, Machiavelli explicó que El p ríncipe era el conocimiento apretujado en unas cuantas páginas de “cuanto yo he aprendido” para que el príncipe pudiera usarlo en el ejercicio del poder. En la dedicatoria a Zanobi Boundelmonti y Cosme Rucellai de Discursos sobre la década de Tito Livio, Maquiavelli destaca que se la dedica a quienes no eran príncipes y que no podrían ofrecerle empleo. Fuentes le dijo a Aguilar Camín que había escrito La silla del águila junto con la lectura --o relectura, se presupone-- de El príncipe. A la vista de la novela, pareciera que el mensaje del escritor mexicano había sido trasladar a la realidad de México el pensamiento y la realidad medieval de Machiavelli. Lo malo fue que no debió tratarse de una especie de remarking de una obra clásica del pensamiento político universal, sino de ajustar interpretaciones literarias. Y el primer tropiezo de Fuentes se localizó en su incomprensión de Machiavelli Fuentes leyó a Machiavelli y su príncipe como literatura, no como hechos históricos. Y llevó el esfuerzo a producir una novela que hizo énfasis en los hechos históricos de México, no en una versión literaria de la realidad priísta mexicana como un caso maquiavélico de ficción. La incomprensión de Fuentes sobre Machiavelli era subsanable. Hubiera bastado con leer las 36 páginas que le dedicó al escritor florentino su amigo y compañero de lu chas y generación en El Espectador, Enrique González Pedrero, en el libro La cuerda floja, de 1982. Estudioso de Machiavelli y Gramsci como pocos, González Pedrero El maquiavelismo no es, se concluye con la lectura del breve ensayo, un recetario de la perversidad del poder por sí misma. Machiavelli escribió en el capítulo XVIII “que hay dos maneras de combatir, una con las leyes y otra con la fuerza”. Pero el florentino nunca perdió de vista que el objetivo del ejercicio del poder era la consolidación del Estado como la instancia para garantizarle la felicidad a la sociedad. Pero no del Estado como un leviatán hobessiano, sino como una institución política. Como “nada satisface los deseos insaciables de los hombres”, los hombres mismos crearon la institución para controlar esos deseos insaciables: “Machiavelli --escribió González Pedrero-- parte de este dato para interpretar el origen de la volubilidad, de es idiosincrasia inestable de los hombres que lleva de la mano a la formación del gobierno: a la necesidad del Estado.
El Estado surge para encauzar, satisfacer en lo posible y también poner límites a . Un gobierno ”. La clave de Machiavelli, por tanto, radica en el concepto del Estado. Y no se trata de un ogro filantótropico ni de un Leviatán sino de un conjunto de instituciones para el bienestar de la persona. González Pedrero le otorga e special importancia al capítulo XVIII de El príncipe porque ahí el gobernante enfrenta la necesidad de usar la fuerza y el mal pero para buscar el bien. En esas circunstancias, el gobernante no deberá de olvidar las “cinco cualidades”: piadoso, leal, íntegro, compulsivo y religioso. De nueva cuenta en esta parte del libro Machiavelli regresa a la dialéctica del fin y los medios. “De las intenciones de los hombres, y más aún de los príncipes, como no pueden someterse a apreciación de tribunales, hay que juzgar por los resultados. Cuanto haga un príncipe por conservar el poder y la integridad de sus estados se considerará honroso y lo alabarán todos, porque el vulgo se deja guiar por las apariencias y sólo juzga por los acontecimientos”. En este contexto, La silla del águila no tuvo ninguna comparación con El príncipe o los Discursos de Maquiavelli. El escritor florentino acuñó una especie de manual para el ejercicio del poder en función de la búsqueda del bienestar de los ciudadanos. Fuentes, en cambio, escribió un libro para recuperar el perfil de un político mexicano que nunca quiso ser un príncipe al estilo de Machiavelli y sólo se quedó en un maniobrero del poder para encumbrar a una clase política mexicana en las estructuras del poder y en contra de los intereses de los ciudadanos. La relación entre el príncipe de Machiavelli y el Ruiz Cortines de Fuentes fue superficial y respondió sólo a una lectura maniquea de la obra del pensador florentino. Los personajes del mexicano no alcanzaron la dimensión de arquetipos sino que se agotaron en meras referencias picarescas con algunos políticos del pasado priísta reciente justificados con algunas frases aisladas de Machiavelli. El México de Fuentes sería, así, la anti Italia de Machiavelli. En el florentino hubo razonamiento, conocimientos históricos, percepción inteligente de las monarquías, escenarios históricos y propuestas de ideas políticas originales. En el mexicano existieron sólo algunas frases del anecdotario político de los políticos, todos ellos caricaturizados hasta la ignominia. Machiavelli definió los contornos de un Estado como contrapunto de las monarquías absolutistas y decadentes y Fuentes apenas dibujó las pillerías de políticos sin ninguna educación filosófica
ni política, el Estado brilló por su ausencia y el contenido de su novela no serviría ni para gobernar alguna alcaldía en cualquier parte abandonada de México. Fuentes no llegó más allá de Ruiz Cortines, el “anciano del portal”, sin duda el anti príncipe machiavelliano. Algo ha jalado a Fuentes hacia ese político veracruzano que gustaba de jugar dominó y que fue recordado por sus frases picarescas sobre los políticos. En el ensayo “Radiografía de una década”, en Tiempo mexicano, Fuentes fue muy generoso con Ruiz Cortines: “Practica la castración con guante blanco de todo impulso pasional que ponga en peligro el estado de cosas institucional. Promueve la dignidad exterior de las instituciones y sus representantes; si han de hacerse negocios, que sea a la chita callando y sin boato. Asimila la autoridad presidencial con el destino de la Patria, operación que exige apelar a toda una retórica que identifique al poder presente con los grandes nombres y luchas del pasado, aunque en definitivas uno y otros se excluyan. Convence a los enemigos de la leyenda revolucionaria de que la obsecuencia formal al mito en n ada menoscaba sus derechos adquiridos, siempre y cuando éstos se dediquen a prosperar en silencio y no se levanten, con una ideología expresa, contra el estilo gubernamental que tiende a satisfacer todas las exigencias de clase: con una retórica permanente y alguna concesión oportuna --ya que no con un programa radical—las del pueblo y con una concesión permanente --aunque sin una retórica que necesariamente tendría que contradecir la oficial) las de la burguesía. Ni el radicalismo de Cárdenas ni el derechismo de Alemán: el gobierno mexicano se ubica en el espacio puro, vacío e ilocalizable del centro. Desde ahí dirime, obsequia, advierte, cumple funciones de árbitro y padre benévolo de todos los mexicanos, sin distingos de clase o de ideología; levanta el templo de la unidad nacional, iglesia que distribuye hostias a unos cuantos, tacos a la mayoría, sermones idénticos a todos, excomuniones a los descontentos, absoluciones a los arrepentidos, conserva el paraíso a los pudientes y se lo promete a los desheredados. Tal es el estilo oficial de la década: el del régimen clásico mexicano presidido, sucesivamente, por Ruiz Cortines y López Mateos”. La fascinación de Fuentes por Ruiz Cortines no pareciera tener una explicación lógica. Un escritor tan duro con sus críticas hacia el sistema político priísta logró encontrar a un gobernante paternal, una especie de Corleone de El padrino de Mario Puzo: malo pero bueno, asesino pero con sentimientos paternales. Por eso puso a Ruiz Cortines como el hilo
conductor del sistema político de La silla del águila. Se vio en el libro una especie de nostalgia hacia los buenos de un sistema político priísta malo. ¿De dónde salió esa atracción fatal de Fuentes por Ruiz Cortines? No hay elementos racionales. Ruiz Cortines formó parte de la clase política que traicionó a la revolución mexicana y por tanto debió de haber sido incluido en las críticas severas. José Revueltas fue implacable con Ruiz Cortines en su ensayo México: una democracia bárbara, publicado en 1958 y en el que analizó la sucesión presidencial de Ruiz Cortines a Adolfo López Mateos y en el que nació como instrumento de política mayor el fenómeno del tapadismo, la forma en que el presidente saliente esconde a su verdadero sucesor para evitar el canibalismo político de los otros aspirantes. En el prólogo a la primera edición, Revueltas destacó el renacimiento de la conciencia obrera - -marxista, al fin-- y las movilizaciones de telegrafistas, maestros, ferrocarrileros y campesinos y la reactivación de la izquierda como la única fuerza capaz de oponerse realmente al PRI. En su ensayo --que sin duda debió de haber sido leído por Fuentes--, Revueltas llega a la definición del Estado priísta: “Estado ideológico total y totalizador ”, porque “el secreto de esta dominación total no se encuentra en otra parte que en la total manipulación por el Estado del total de las relaciones sociales”. ¿Cómo puede un gobernante con estos defectos haber atraído la benevolencia de un crítico del sistema priísta? La única pista se localiza en la relación de Fuentes con Miguel Alemán Velasco, hijo del ex presidente Miguel Alemán. Veracruzanos los dos, Ruiz Cortines recibió el poder precisamente de Alemán. Fuentes y Alemán pertenecieron al grupo del Medio Siglo, a quien está dedicada precisamente la novela La silla del águila en la que tiene a Ruiz Cortines como el prototipo del príncipe bueno. Fuentes y Alemán se conocieron en la Escuela de Derecho y editaron una revista que se llamó precisamente Medio Siglo. A ese grupo pertenecieron también Sergio García Ramírez y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros. Alemán, por cierto, escribió una biografía política no analítica sobre Ruiz Cortines Fuentes, por tanto, navegó entre dos aguas: las de la izquierda con El Espectador y Política y las del sistema con Alemán. Y L a silla del águila pertenece a ese Fuentes institucional, vinculado al PRI y al sistema priísta.
Publicado en 18 Brumario # 23 del miércoles 14 de diciembre de 2011. www.noticiastransicion.mx