Historia Universal de la Medicina Tomo 3 .la medicina de los pueblos germanos
la medicina de los pueblos germanos JOSE LUIS PESET En la alta Edad Media occidental, confluyen tres culturas muy diversas entre sí. Por un lado, el mundo clásico lega su herencia a través de Roma y Bizancio. Por otro, el cristianismo, tras la conversión de Constantino, aporta una original doctrina de la vida y la muerte. Por fin, las incursiones e invasiones de los pueblos «bárbaros» incorporan otra distinta cultura, acaso más dispar. Sus caracteres patriarcales de nómadas guerreros, emparentados con el chamanismo norasiático, proporcionarán un tercer elemento constitutivo del primer medioevo europeo. En sus desplazamientos hacia el Sur, llevaron consigo creencias y hábitos germinados en un antiguo y amplio núcleo indoeuropeo. Intentar conocer el modo peculiar de enfrentarse con la enfermedad de los pueblos asentados en la Germania romana, Germania romana, nos puede servir para descubrir aquellos elementos que pudieron incorporar a la primera medicina medieval. Su actividad médica corresponde a una mentalidad primitiva pretécnica. La enfermedad es concebida como un castigo sobrenatural de los dioses a los hombres. El panteón germano es dominado por Odín -el «soberano terrible», señor de vida y muerte, presente en toda la mitología indoeuropea- considerado dios del sol, del aire, de la salud y la fecundidad y de la guerra. Permitía a los demonios y malos espíritus dañar a los hombres y podía fácilmente alejarlos. Algunas veces, estos espíritus se materializaban en gusanos que roían las carnes de los enfermos caquécticos. Otras veces el dios permitía la evasión del alma, según nos documenta un testimonio tardío, el Chronicon Norwegiae. Por tanto, el tratamiento de la enfermedad debía atender, en primer lugar, a aplacar el enojo del dios ofendido; el quehacer terapéutico era, en su fundamento, mágico-creencial. Para controlar la vida y la muerte, dos magias se enfrentaban, la «gran magia» y la «pequeña magia». Aquélla se consideraba fundada por el propio Odín, quien por sí mismo la practicaba sobre todo como nigromancia, y a quien imitaban los sacerdotes; ésta, sólo propia de mujeres e indigna de Odín y su culto, se consideraba corno hechicería y se ejercía por la sacerdotisa en sus artes adivinatorias y la bruja del bosque en su magia negra. Pero el nomadismo y la guerra continuos impidieron a estos pueblos la creación de una casta de sacerdotes, conocedores de la medicina. El no asentarse en poblaciones -como sucedió en los márgenes del Mediterráneo- impidió que esta casta dominase e hiciese evolucionar la medicina. Sus conocimientos quedaron en manos de hechiceros aislados, que no se transmitieron los hallazgos y novedades descubiertos. Sólo en los pueblos del Norte aparece la figura del rey-sacerdote, con fama de sanador. El poder de curar se transmitió a los reyezuelos anglosajones y normandos.
Broche vikingo de oro con filigrana Tal era el nivel de los saberes médicos entre las tribus germanas, un quehacer primitivo, ni siquiera comparable al de las primitivas culturas superiores de Mesopotamia y Egipto. El curador era por tanto un chamán o hechicero, ataviado con sombreros, disfraces y máscaras adecuados. Su bastón, cinturón y bolsa de cuero eran sus útiles mágicos, su dedo mojado en sangre del sacrificio tenía el poder de curar. A su lado actuaban algunas mujeres conocedoras de secretos y remedios. La mujer germana era muy considerada porque sabía el poder de algunas hierbas, auxiliaba en el parto e incluso era auxiliar en el sacrificio. Según Tácito -fuente de primera importancia- el hombre veía en ella «sactum aliquid et providum» y su consejo siempre era oído, al menos «quoad medicinam». Como mujer que cuida a su esposo e hijos, como sacerdotisa y como bruja del bosque, la mujer ocupa un importante papel en la vida social y médica. Para sus curaciones disponían de tres recursos: «Hierba, piedra y palabra/poseen un tesoro de grandes fuerzas» (Vrîdank). El tercero, la palabra mágica, era el remedio más importante y siempre empleado incluso cuando se recurría a otros remedios. La palabra curadora disponía de una amplia gama de matices, desde el cántico más dulce al alarido más estruendoso. La fórmula mágica, pronunciada de manera adecuada por la persona idónea, era capaz de suscitar la conmiseración o el enojo divinos, la curación o la enfermedad, la vida o la muerte. Los prisioneros germanos se preciaban de haber enloquecido al césar romano Caracalla con sus cánticos mágicos. De la misma manera podían -siempre con divina ayuda- quitar el dolor o la fiebre, propiciar un parto o ahuyentar a un demonio maligno. La magia no se limitaba a la palabra; rituales y objetos completaban las posibilidades de los curanderos. El baile, acompañado de música y canto, figuraba entre las principales medidas a emplear. Especialmente en las epidemias, estrepitosas danzas intentaban alejar a los malignos espíritus. Otro rito muy importante era el masaje de abdomen, hecho con grandes gestos y aplicando un objeto -un escarabajo, por ejemplo- al que se suponía trasmitir el dolor. Los espíritus eran con frecuencia encaminados hacia otros objetos o animales e incluso hacia el bosque, su morada habitual. También la sal y el agua eran auxiliares imprescindibles en los sacrificios y curaciones. La primera era preparada por los sacerdotes junto a los manantiales salinos. El agua fluía sobre árboles o maderos ardiendo, se evaporaba y dejaba su sal. Con ceniza y sal negra en agua
obtenían una lejía muy útil para ahuyentar demonios. También tenían termas -en Wiesbaden y Baden-Baden-, bajo la advocación de diversos dioses, donde se confunde el «baño ritual» y el «baño terapéutico». Muchos otros objetos eran empleados como amuletos, talismanes o fetiches.
Estela con la figura del Dios Odín Palabra, gesto y objeto mágicos se reunían en el sacrificio a la divinidad; la inmolación cruenta era mucho más importante que la ofrenda. La muerte de algunos animales era factor decisivo en la vida del germano y no podía faltar en cualquier adivinación o curación. Tres posibles remedios se concitaban en busca de la salud, siempre invocando el perdón y la protección de los dioses. La curación se obtenía en lucha con los demonios -en constante analogía con la vida guerrera de estas tribus- que eran obligados a abandonar el cuerpo enfermo o a dejar libre el alma de la que se habían apoderado. Juntamente disponían de algunos recursos empíricos, e incluso de algunos conocimientos médicos accidentales. Escasos datos anatómicos obtuvieron a partir de la observación de las heridas, de los sacrificios rituales y de los manejos culinarios; es, sobre todo, abundante la nomenclatura referente a los huesos e intestinos. Así como el campo de batalla da lugar a interpretaciones de la enfermedad y curación, la cocina y el telar dieron motivo a sus ideas fisiológicas. El germano no compara la digestión con una «cocción», tal como hacen los grecorromanos, sino a una «fusión». Parece deberse a que los pueblos mediterráneos utilizaban en sus condimentos aceite líquido, mientras los del Norte, por el contrario, grasa animal sólida que debía fundirse. Las observaciones clínicas son rudimentarias y escasas. Es notable la referencia a los ruidos producidos por las enfermedades del pulmón y de los huesos y articulaciones. También observaban la alteración de la morfología externa del cuerpo, el aspecto de las mucosas, piel y cabello y el color, olor y sabor de la sangre. No se acercaron a una concreta tipificación de las enfermedades humanas, tan sólo hablan de epidémicas, crónicas o agudas. En general las nombran sin más por su signo o síntoma más patente. El tratamiento empírico se basaba fundamentalmente en las hierbas y la cirugía. Conocían buen número de plantas con acción farmacológica, nombrándolas -y agrupándolas- por su propiedad predominante. Toda una larga serie, desde las alimentarías hasta las venenosas, eran manejadas por el chamán y la mujer-sabia. Tenían narcóticas; contra el dolor, la cólera y la locura; purgantes... ; útiles en las enfermedades de cuello y pecho; en afecciones cutáneas; en la curación de heridas; en dolores agudos... El gran aprecio de estos remedios constituyó la buena fortuna de la mujer germana, como su experta conocedora. También motivó su empleo en los sacrificios y rituales mágicos. Incluso puede hablarse de una «magia de las hierbas»; las plantas eran llevadas como objetos mágicos, colgadas o atadas en lugares propiciatorios, muchas veces alejados de la afección. Los germanos practicaron también notables actividades quirúrgicas. Sin duda, en un pueblo ganadero y guerrero, las curaciones, castraciones y sacrificios de animales, por un lado, y las heridas y sus tratamientos en el campo de batalla, por otro, constituyeron importante escuela. Primero con piedras afiladas y pulidas y luego con metales, ejercían su actividad curadora. Son numerosos los hallazgos de cráneos trepanados en toda la Europa por ellos ocupada. Perforaban el hueso craneal en busca del demonio causante de la enfermedad y, quizá pensando en otra vida tras la muerte, reemplazaban luego el hueso destruido. Más importante fue entre los germanos el conocimiento y curación de las heridas. Eran valoradas y clasificadas, incluso sabían de la mayor inocuidad de las espadas limpias y afiladas sobre las sucias o melladas. Las heridas eran limpiadas, se cortaban trozos de carne, se chupaban y se lavaban. Luego eran aplicados hierbas o ungüentos y se disponía un vendaje. Algunas, sobre todo las abdominales, incluso se suturaban con agujas, cerdas o hilos hechos con pelos; otras veces se cauterizaban. Las hemorragias se cortaban con emplastos de pez hirviente, por taponamiento y compresión o con tela de araña, si eran pequeñas. Los curanderos conocían también la sangría, cortando una vena con un pequeño cuchillo o con una espina. Las luxaciones se reducían con masajes y tracciones. Consolidaban las fracturas atando los miembros a varas flexibles y resistentes, incluso se almohadillaba con hierbas; los errores eran remediados con muletas. Se asociaban prácticas mágicas a todos los tratamientos quirúrgicos; oraciones, exorcismos, ofrendas y sacrificios contribuían a la salud del enfermo. Inversamente se desarrolló también una «magia de la piedra» o del metal. Dientes, huesos, anillos, flechas, pedernales... eran usados como talismanes mágicos . La ayuda al parto era escasa, quedaba encargada a las mujeres. La posición habitual era en cuclillas, sentándose la curandera entre las piernas de la parturienta. Los remedios eran primordialmente mágicos, complicados secretos propiciaban al parto. Quizá conocían la versión externa e incluso la cesárea. Los niños nacidos de estas formas anómalas o bien prematuros, tardíos, con dientes... eran considerados favoritos de los dioses, incluso héroes. Por el contrario, los anormales eran frutos de amores demoníacos y eran por tanto abandonados. El instinto de rechazo ante la enfermedad, favorecido por su condición de nómadas guerreros, les obligaba a abandonar con frecuencia niños, enfermos y ancianos. La vida entre los germanos era muy dura. Tácito dice de ellos que permanecían días enteros junto a las cenizas del hogar, en estrechas cuevas, construcciones lacustres o viviendas semienterradas. Ahumados durante el día, dormían por la noche en estancias insanas, obligados a superar de esta manera el período invernal. Enfermos y diezmados por las epidemias, sólo en la primavera eran liberados por el sol, al que saludaban como dios sanador. No es extraño que las ricas campiñas, el ardiente sol y la más elevada cultura del sur les atrajese imperiosamente.
Pero antes de entrar en contacto con la medicina hipocrática, sus conocimientos no pasaron del más primitivo nivel. El éxito de sus curaciones se basaba -como dice Laín Entralgo con respecto a las mentalidades pretécnicas- simplemente en «quién» curaba (chamán) o en «cómo» (fórmulas y rituales) o «donde» (termas bajo advocación divina, lugares de sacrificio) se actuaba. Sin embargo, hay tres características que parecen marcar la medicina germana: a) su imposibilidad de llegar a constituir una casta de sacerdotes-médicos; b) la importancia de la mujer como curandera, adivina o bruja; y c) el importante desarrollo de su cirugía, especialmente en el campo de batalla. Pero, en último término, se trata de un pueblo primitivo más, a pesar de la sobrevaloración, por parte de algunos historiadores, de la antigua cultura indogermana.