Religiosidad popular
MESA y PALABRA
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NOVENA A LA VIRGEN MARÍA «Alivio de los que sufren»
Guillermo Juan Morado
EDITORIAL CCS
OBISPADO DE TUI-VIGO
0707 i4
VICARÍA GENERAL
Vista la instancia presentada por el Dr. D. Guillermo Juan Morado el día 22 de marzo de 2007, solicitando la aprobación eclesiástica para la publicación de la "Novena a la Virgen Mana. Alivio de los que sufren" Se \e concede el NIH1L OBSTAT y la licencia para su publicación (C.830.3) Vigo, 14 de abril de 2007
Con aprobación eclesiástica del obispado de Tui-Vigo. yL->^-~->-í "*J*S
Página web de Editorial CCS: www.editorialccs.com
Jesús:
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Jesús Gago Blanco Vicario General
© 2008. Guillermo Juan Morado © 2008. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Din]ase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Diagramación editorial: Juan Manuel Redondo Diseño de portada: Nuria Romero ISBN: 978-84-9842-182-8 Depósito legal: M-14134-2010 Fotocomposición: M&A, Becerril de la Sierra (Madrid) Imprime: Print House, marca registrada de Copiar, S.A.
ÍNDICE
Introducción
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NOVENA
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Oración introductoria (para todos los días)
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DÍA PRIMERO
Escogida desde toda la eternidad
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DÍA SEGUNDO
La llena de gracia
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DÍA TERCERO
¡Dichosa tú, que has creído!
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DÍA CUARTO
La Madre de mi Señor
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DÍA QUINTO
La siempre Virgen
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DÍA SEXTO
Modelo y Madre de la Iglesia
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DÍA SÉPTIMO
Mediadora nuestra
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DÍA OCTAVO
Me llamarán bienaventurada
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DÍA NOVENO
Corazón de María, alivio de los que sufren..
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ORACIONES
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1. Oración del papa Benedicto XVI 2. Oración de Juan Pablo II: Virgen fiel, poderosa y clemente 3. Oración de san Bernardo 4. Letanía lauretana 5. Letanía al Inmaculado Corazón de María., CANTOS
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1. Salve, Regina 2. Regina caeli 3. Ruega por nosotros 4. Humilde nazarena 5. Eres más pura que el sol 6. ¡Oh María! 7. Salve, Madre 8. Bajo tu amparo 9. Santa María del Amén 10. Cristo, nuestro hermano 11. Cántico de María 12. Salve, Reina de los cielos
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INTRODUCCIÓN
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Si quisiésemos escribir una novena para cada advocación de la Virgen no nos llegarían los días de una vida entera, por larga que ésta fuese. La devoción a Nuestra Señora está tan difundida, que abarca las diversas épocas del año y se extiende por todos los territorios: «A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia», escribe Benedicto XVI al final de su encíclica Deus caritas est. Por ello, en esta Novena a la Virgen María hemos seleccionado sólo algunos motivos, algunas razones que brotan de la fe, de entre las muchas que los cristianos tenemos para honrar a la Madre de Dios. María, escogida desde loda la eternidad para ser la Madre del Señor, es la llena de gracia, la siempre virgen, cuya fe obediente se convierte en primicia y modelo de la fe de la Iglesia. La única mediación de Jesucristo incluye, subordinada pero realmente, la mediación de su Madre, de la Mujer que ya en Cana intercede por nosotros ante su Hijo. Al saludarla como Bienaventurada no hacemos otra cosa que reconocer la grandeza de Dios, cuyo poder realiza obras graneles en sus criaturas.
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En la letanía al Inmaculado Corazón de María se invoca a la Santísima Virgen como «alivio de los que sufren». El alivio es lo que aligera, lo que hace menos pesado, lo que mitiga la fatiga o la aflicción. Si pensamos en Jesucristo, sobre todo en su Pasión, descubriremos a María como el único alivio que, desde la tierra, consuela a nuestro Redentor. La Virgen está junto a la Cruz de su Hijo (cf. Juan 19,25), firme en la fe, en la esperanza y en el amor. No falta en el mundo, ni en nuestra propia existencia, el sufrimiento. El mensaje cristiano es un mensaje de alegría y de esperanza, porque confiesa la victoria de Cristo sobre el mal, el dolor y la muerte. Pero es también un mensaje de alivio, de consuelo, de compasión. Abrirse al sufrimiento de los otros e intentar, en lo posible, aligerar su carga nos hace crecer en humanidad y nos asimila al Hombre perfecto, Jesucristo, nuestro Señor. Hace ya algunos años, tuve ocasión de meditar sobre este aspecto participando en la fiesta de la Virgen del Alivio que, en septiembre, cuando ya ceden los rigores del verano, celebran en la parroquia de Santa María de Tomiño, en la diócesis de Tui-Vigo. Me parece un advocación muy hermosa. ¡Qué Nuestra Señora nos ayude a testimoniar el «consuelo de Dios»! Guillermo Juan Morado Parroquia de San Pablo. Vigo. 1 de enero de 2008 Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.
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DÍA PRIMERO
Escogida desde toda la eternidad
ORACIÓN INTRODUCTORIA (para todos los días) María, Madre de Dios, que, antes de que existiesen los siglos, has sido llamada y elegida por Aquél que nos llama y nos elige para ser hijos suyos. Ayúdanos a creer como Tú creíste, a no dejar espacio en nuestra vida a nada que no sea de Dios. Haznos dóciles en la fe, para que cada día digamos con verdad que Jesucristo es nuestro Señor. Que nuestro corazón, como el tuyo, se deje modelar por el Corazón de tu Hijo y que, en el seno de la Iglesia, madre y virgen, seamos signos vivos de la infinita compasión de Dios. No permitas, Bienaventurada Virgen, Medianera de la gracia, que seamos insensibles al dolor y al sufrimiento de nuestros hermanos. Sé Tú nuestro alivio, y haz de nosotros instrumentos del consuelo de Dios.
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,3-6.11-12
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endito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gra-11-
cia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos con Cristo, seremos alabanza de su gloria. Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión Dios eligió a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo, Jesucristo, nuestro Salvador. La Virgen tiene de este modo un papel destacado en el misterio de la salvación; en el plan nacido de la bondad y de la sabiduría de Dios que ha querido, libremente y por pura gracia, crearnos, llamándonos de la nada al ser, y redimirnos, invitándonos a participar, por Cristo y con el Espíritu Santo, de la naturaleza divina. San Pablo, en la Carta a los Efesios, incluye un himno de alabanza a Dios, en el que recoge las bendiciones que contiene su proyecto de salvación: la elección para que fuésemos santos, la destinación a ser sus hijos, la herencia de su gloria (cf. Efesios 1,3-14). Todos estos bienes «espirituales y celestiales» se condensan en la persona de Cristo. Dios nos ha dado lo que más quiere, a su propio Hijo, «para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna» (Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 4). -12-
En medio del drama de la historia, en el que luchan el pecado y la gracia, la muerte y la vida, el anuncio de la salvación constituye para cada hombre y para el mundo entero el auténtico alivio; la buena noticia del ansia de Dios por tratar con nosotros para invitarnos y recibirnos en su compañía (cf. Dei Verbum, 2). Las señales externas del duelo causado por el pecado, por el que nos vino la muerte, se atenúan con la promesa de la salvación. Ya en el libro del Génesis, después del pecado de nuestros primeros padres, en el que vemos reflejada la absurda rebeldía de querer ser como Dios, sin Dios y contra Dios, se atisba esta promesa de salvación cuando el Señor dice a la serpiente: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón» (Génesis 3,15). La Iglesia ha visto proféticamente prefigurada a la Santísima Virgen en esa promesa de la victoria sobre la serpiente. Como dice la Carta a los Gálatas, «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos» (Gálatas 4,4-5). María es la mujer, la nueva Eva, que, en la plenitud de los tiempos, disipa el luto, la oscuridad del alejamiento de Dios, derramando «sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro» (Prefacio I de Santa María Virgen). Cuando se hace de noche en nuestra vida —porque la fe se nubla o se ensombrece la esperanza— María, como Es-
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trella de la mañana, anuncia de nuevo el esplendor del Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios.
7. Oración final
5. Preces
Oh Dios, que has elegido a la bienaventurada Virgen María, excelsa entre los humildes y los pobres, Madre del Salvador, concédenos que, siguiendo sus ejemplos, podamos ofrecerte una fe sincera y poner en ti la total esperanza de nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oremos, hermanos, a Dios nuestro Señor, que ha querido hacernos partícipes de su vida y, unidos a la Virgen María, digamos: BENDITO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR. 1. Por todos los cristianos, para que vivamos en actitud de alabanza y de acción de gracias, respondiendo así a nuestra vocación a la santidad. Oremos. 2. Por el pueblo de Israel, del que desciende María, la Hija de Sión, para que reconozca en Jesucristo la Luz que alumbra a las naciones. Oremos. 3. Por todos los hombres que viven sin esperanza, para que encuentren en la Virgen alivio y consuelo a sus aflicciones. Oremos.
No se dice «oremos».
8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo nial y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto.
4. Por todos nosotros, para que, sin descuidar los trabajos de la tierra, anhelemos la gloria del cielo. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras intenciones. Si se prefiere, en lugar de las preces, en este día o en los demás días de la novena, se puede recitar la Letanía Lauretana o la Letanía al Inmaculado Corazón de María.
6. Padre nuestro Con la mirada puesta en Jesucristo nuestro Salvador, oremos juntos: Padre nuestro... -14-
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DÍA SEGUNDO
El ángel le dijo:
La llena de gracia
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica Del evangelio según san Lucas 1,26-30
E
n aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
—«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: —«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: —«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: —«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel. Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: —«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
4. Reflexión
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
En la Anunciación, el arcángel Gabriel saluda a María como «llena de gracia» (Lucas 1,28); es decir, completamente poseída por el favor y el auxilio de Dios, por el mismo Dios que inhabita en su
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alma. La gracia es lo contrario del pecado. Si el pecado es desobediencia y separación de Dios, la gracia es obediencia e intimidad con Dios. En María no hay ni un atisbo de desobediencia. Desde el primer momento de su concepción, la Virgen es pura obediencia, entrega perfecta al plan salvador de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,37-28). La fe de la Iglesia ha visto en la Inmaculada Concepción de la Virgen un singular privilegio de la omnipotencia de Dios, «en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854). María no es una excepción a la universalidad de la redención llevada a cabo por Cristo. Ella, destinada a ser su Madre, es la primera redimida; la «Toda Santa», «inmune de toda mancha de pecado», «plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura» (Lumen gentium, 56). A lo largo de toda su vida, María ha permanecido pura de todo pecado personal (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 493). La Virgen es la mujer que escapa al dominio del dragón (cf. Apocalipsis 12) y «constituye un reflejo luminoso de la santidad de Dios en la historia de los hombres, marcada por el pecado» (G. Iammarrone). Cada uno de nosotros, cooperando con la gracia de Dios para derrotar el pecado y el mal, estamos llamados, a imagen de María, a la santidad, como recordó solemnemente el Concilio Vaticano II: «En la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad, según aquello del — 18 —
apóstol: Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1 Tesalonicenses 4,3; Efesios 1,4)». {Lumen gentium, 39.) Caminar en la santidad exige apoyarse en Dios más que en nuestras propias fuerzas, sintiéndonos necesitados de su gracia, de la intimidad de vida con Él, a la que accedemos mediante la oración y los sacramentos. En nuestro esfuerzo por responder a la vocación divina a la santidad, puede atenazarnos la tentación del desaliento. María constituye una señal cierta de esperanza y un alivio para nuestro cansancio. Para toda la Iglesia representa su «tipo y ejemplar acabadísimo» en la fe y en la caridad: lo que la Iglesia está llamada a ser se ha realizado ya plenamente en la Virgen. El sendero que debemos recorrer nos lo señala María, la Odigitría, la que indica el camino hacia Jesús. 5. Preces En la Anunciación del Señor celebramos el principio de nuestra salvación. Oremos con júbilo, diciendo: INTERCEDA POR NOSOTROS LA SANTA MADRE DE DIOS. 1. Por todos los que viven sometidos a la tiranía del pecado, para que pongan su confianza en el auxilio de Dios. Oremos. 2. Por todos los miembros de la Iglesia, para que su oración sea ferviente y constante. Oremos. 3. Por nosotros, que acudimos a la protección de Nuestra Señora, para que aprendamos de Ella, -19-
«Mujer eucarística», a reconocer la presencia de Cristo en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía. Oremos.
DÍA TERCERO
¡Dichosa tú, que has creído!
4. Por todas las personas que, en algún momento de su vida, sienten la tentación del desaliento, para que el Señor las sostenga con su gracia. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras intenciones.
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
6. Padre nuestro Secundando la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, nos atrevemos a decir: Padre nuestro...
Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
7. Oración final
2. Oración introductoria
No se dice «oremos».
Señor, tú has querido que la Palabra se encarnase en el seno de la Virgen María; concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. 8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto. - 2 0 -
Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica Del evangelio según San Lucas 1,39-45
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n aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—«Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vien- 2 1 -
tre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», responde María al anuncio del ángel (Lucas 1,38). La Virgen realiza así, «de la manera más perfecta», la obediencia de la fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 148). Creer es escuchar y obedecer, respondiendo con el asentimiento y con la entrega a la revelación de Dios. En todas las pruebas de su vida terrena, particularmente en la prueba dolorosa de la Cruz de su Hijo, «su fe no vaciló» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 149). La perseverancia en la fe de María es modelo para nuestra propia perseverancia. No se trata únicamente de creer un día, sino de «vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 162). Y ello a pesar de las pruebas, que tampoco a nosotros nos van a faltar: el desafío del mal, presente en el mundo; el reto del sufrimiento, propio o de los seres queridos; el escándalo de la injusticia; la amenaza de la muerte. No es fácil creer y menos aún seguir creyendo cuando experimentamos el zarpazo del dolor. María es la mujer fuerte, que ha combatido el buen combate, conservando la fe (cf. 1 Timoteo 1,18-19). Los cristianos, atribulados por las persecuciones, comenzaron, ya en el siglo ni, a dirigirse a María - 2 2 -
con una bella oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades; antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita». Una plegaria que podemos, también hoy, hacer nuestra, cuando la fe se ve asediada continuamente por una visión de la vida que no deja espacio a Dios; por una cultura que nos instala en la vana autosuficiencia del propio yo, olvidando el vínculo que nos une a Dios, nuestro Creador y Señor. La Iglesia nos enseña que, para mantener la fe, «debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente; debe "actuar por la caridad" (Gálatas 5,6), ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia» {Catecismo de la Iglesia católica, 162). En la celebración de la Santa Misa pedimos a Jesucristo, poco antes de la comunión: «No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia». En esa fe de la Iglesia nos apoyamos, a pesar de nuestras miserias. Es la fe de los apóstoles y de los mártires; es la fe de los santos. Es la fe de María, la Virgen, saludada por Isabel: «¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lucas 1,45). María es bienaventurada, dichosa, porque su obediencia a la voluntad divina «está motivada sólo por su amor a Dios» (Juan Pablo II, «Catequesis», 3 de julio de 1996). Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
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5. Preces
Demos gracias al Padre, que se nos ha dado a conocer en Jesucristo su Hijo, y digámosle: QUE SE ALEGREN LOS QUE BUSCAN AL SEÑOR. 1. Por todos los creyentes en Cristo, para que nuestra fe sea, a imagen de la fe de María, obediencia y entrega a voluntad de Dios. Oremos. 2. Por el Papa y los obispos, maestros en la fe para el Pueblo de Dios, para que testimonien con su vida lo que anuncian con su enseñanza. Oremos. 3. Por todos aquellos que ven su fe sometida a prueba, para que, afianzados por el poder del Espíritu Santo, perseveren hasta el final en la confesión de Cristo. Oremos.
tial a cuantos la invocan, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. 8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto.
4. Por todos nosotros, para que la escucha y la meditación asidua de la Sagrada Escritura nos haga progresar en la inteligencia del misterio de Cristo. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras intenciones.
6. Padre nuestro Empleando el modelo de oración propuesto por Cristo, nuestro Señor, digamos: Padre nuestro... 7. Oración final No se dice «oremos».
Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celes- 2 4 -
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Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
DÍA CUARTO
La Madre de mi Señor 4. Reflexión
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 4,4-7 ermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! Padre». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
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En la celebración de la Santa Misa, al conmemorar a los santos, «veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor». Nos unimos así a la fe de la Iglesia, que ha reconocido a María como Theotokos, Madre de Dios. El Catecismo explica la razón de este título insigne: «Aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad» {Catecismo de la Iglesia católica, 495). Al aclamar a María como «la Madre de Jesús» (Juan 2,1) o «la Madre de mi Señor» (Lucas 1,43), los cristianos profesamos nuestra fe en la verdadera Encarnación del Hijo de Dios: «El dogma de la maternidad divina de María», escribía el papa Juan Pablo II, «es para la Iglesia como un sello del dogma de la Encarnación, en la que el Verbo asume realmente en la unidad de su persona la naturaleza humana sin anularla» (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 4). Jesucristo, «nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22). Elegida para ser la Madre del Redentor, la Virgen «no fue un instrumento puramente pasivo en las - 2 7 -
manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres» (Lumen gentium, 56). La Virgen creyente es la Virgen Madre. Como escribe san Agustín: «El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añade: «Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293). Toda la vida de Nuestra Señora puede ser descrita como una peregrinación en la fe, como un continuo abandono «en la verdad misma de la palabra del Dios viviente» (Redemptoris Mater, 14). La Madre es la primera discípula, en quien se cumple de modo eminente la alabanza de Jesús: «¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan!» (Lucas 11,28). La fe «es un contacto con el misterio de Dios» (Redemptoris Mater, 17), con «el gran misterio de la piedad», que se ha hecho próximo a nosotros en la carne de Nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Timoteo 3,16). En Jesús, Dios se ha dejado ver (cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 17). Como a los Magos y a los pastores de Belén, María, «la zarza ardiente de la teofanía definitiva», sigue mostrándonos a su Hijo, el Verbo encarnado, imagen visible de Dios invisible (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 724). 5. Preces Conmovidos por la cercanía de nuestro Dios, que se ha dignado nacer de la Virgen, digamos: DI— 28-
CHOSO EL VIENTRE DE MARÍA, QUE LLEVÓ AL HIJO DEL ETERNO PADRE. 1. Señor nuestro, que por amor a los hombres, enviaste a tu Hijo, concede a cuantos te buscan reconocerte en la humanidad santísima de Jesucristo, el Redentor. Oremos. 2. Protege, Señor, por la intercesión de María, a todas las madres de la tierra y socorre a cuantas se ven envueltas en dificultades para dar a luz y cuidar a sus hijos. Oremos. 3. Tú que, en la humildad de Belén, mostraste en Jesús la salvación de los pueblos, defiende la vida de todos los que están en camino de nacer. Oremos. 4. Haz, Dios nuestro, que confesemos de palabra y de obra la fe en Jesucristo, nacido de la Virgen. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras intenciones.
6. Padre nuestro Resumamos nuestras alabanzas y peticiones, con las mismas palabras de Cristo: Padre nuestro... 7. Oración final No se dice «oremos».
Oh Dios, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión ma-29-
terna de la que nos ha dado a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
DÍA QUINTO
La siempre Virgen
8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto.
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica Del libro de Isaías 7,10-14; 8,10 J_lm aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: —«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo». Respondió Acaz: —«No la pido, no quiero tentar al Señor». Entonces dijo Dios. —«Escucha, casa de David, ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: - 3 0 -
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Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios con nosotros"». Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión Cuando los cristianos confesamos que María es la siempre virgen no estamos profesando una verdad de fe referida, en primer lugar, a Nuestra Señora, sino a Jesucristo: la virginidad de su Madre es «el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios», concebido en el seno de María «únicamente por el poder del Espíritu Santo» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 496). Jesús no tiene un padre biológico, sino que su único origen es el Padre, la primera Persona de la Santísima Trinidad. «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», dice el ángel a José (Mateo 1,20). Se cumple así la promesa divina hecha por medio de Isaías: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (Isaías 7,14). El misterio de la concepción virginal de Jesús, y el misterio de la perpetua virginidad de su Madre, sobrepasan la capacidad de comprensión de la razón humana, pero no exceden el poder de Dios, que, por medio de su Espíritu, creó todo de la nada (cf. Génesis 1,1-2), llamando a ser lo que antes no era. También por medio de su Espíritu Dios inauguró la nueva creación, cuyo Primogénito, como nuevo Adán, es Jesucristo. Cada uno de nosotros, a imagen del Hombre Nuevo, estamos llama— 32 —
dos a nacer de lo alto (cf. Juan 3,3), por la fe y el bautismo. A semejanza de María, Virgen y Madre, que custodió, sin adulterarla, la fe en su corazón y que dio a luz al Hombre Nuevo, la Iglesia es también madre y virgen. Como enseña el Concilio Vaticano II: la Iglesia «se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo» {Lumen gentium, 64). Perdido, en buena parte, el sentido religioso de la existencia, nos cuesta, quizá, entender el valor de la virginidad, como entrega total, del cuerpo y del alma, a Dios nuestro Señor. Siguiendo el ejemplo de la virginidad de María y de la virginidad de Jesucristo, muchos hombres y mujeres, por el Reino de los cielos, se dedican a Dios con corazón indiviso en la virginidad o en celibato consagrado. Su testimonio constituye un estímulo para todos los creyentes, cualquiera que sea su estado de vida particular —solteros, casados o célibes—, en orden a transparentar en el mundo «la fidelidad y la ternura de Dios» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2346). 5. Preces Contando con la intercesión de María que, en su maternidad virginal, derramó sobre el mundo el resplandor de la gloria del Padre, Jesucristo, nues- 3 3 -
tro Señor, oremos diciendo: RENUÉVANOS, SEÑOR, CON TU GRACIA. 1. Por la Iglesia santa de Dios, madre y virgen, para que en fidelidad a Cristo, su Esposo, custodie siempre el depósito de la fe y predique sin cansancio la palabra del Evangelio para la salvación del mundo. Oremos. 2. Por todos nosotros, renacidos como hombres nuevos por la fe y el bautismo, para que seamos testigos de la belleza del amor de Dios buscando todo lo que es verdadero y noble. Oremos. 3. Por todos los que consagran su virginidad al Señor, para que con sus vidas proclamen la supremacía de los bienes del cielo. Oremos.
cas y haz que sintamos la protección de María los que la proclamamos verdadera Madre de Dios. Por Jesucristo, nuestro Señor. 8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto.
4. Por todos los esposos, para que su amor, limpio y fecundo, origine familias auténticamente cristianas. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras intenciones.
6. Padre nuestro Y ahora digamos todos juntos la oración que Cristo, el Señor, nos ha enseñado: Padre nuestro... 7. Oración final No se dice «oremos».
Dios todopoderoso, que, según lo anunciaste por el ángel, has querido que tu Hijo se encarnara en el seno de María, la Virgen, escucha nuestras súpli- 3 4 -
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DÍA SEXTO
Modelo y Madre de la Iglesia
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión 1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica Del evangelio según san Juan 19,25-27
E
n aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: —«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: —«Ahí tienes a tu madre». -36-
Uno de los prefacios que se dicen en las misas de la Santísima Virgen está dedicado a «María, modelo y Madre de la Iglesia». El libro de los Hechos de los Apóstoles deja constancia de que «los discípulos se dedicaban a la oración en común, junto con María, la madre de Jesús» (Hechos 1,14). Desde el comienzo de la Iglesia, es estrecha esta vinculación que une a los discípulos de Cristo con la Madre de su Señor. María, con su hágase, con su respuesta al anuncio del ángel, concibió virginalmente a Jesús «y al dar a luz a su Hijo preparó el nacimiento de la Iglesia» (Prefacio III de Santa María Virgen). En la cruz, Jesús la proclamó Madre nuestra, al decirle al discípulo que tanto quería: «Ahí tienes a tu madre» (cf. Juan 19,26-27). En la espera del Espíritu Santo, en Pentecostés, orando con los discípulos, María «se convirtió en modelo de la Iglesia suplicante» (Prefacio III). María es la Mujer, la nueva Eva, la Madre de los vivientes, la Madre del «Cristo total», Cabeza y miembros; es decir, de Cristo y de todos los hombres, «nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo» (Prefacio III; cf. Catecismo de la Iglesia católica, 726). Ella «colaboró con su amor a que na- 3 7 -
cieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 53).
1. Para que la Iglesia, sacramento del amor de Dios en medio del mundo, se entregue sin cesar al servicio de todos los hombres. Oremos.
Desde su asunción a los cielos en cuerpo y alma, la Virgen no ha abandonado a sus hijos, sino que «acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor» (Prefacio III) y «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna» {Lumen gentium, 62).
2. Para que todos los sacerdotes desempeñen su ministerio robustecidos por el fervor de la fe y por la esperanza de la vida eterna. Oremos.
Para toda la Iglesia y para cada uno de sus hijos, María es figura y modelo de todas las virtudes; «en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo», como ya enseñaba san Ambrosio de Milán (cf. Lumen gentium, 63). Los cristianos, amando a la Virgen María, nos asociaremos más estrechamente a ella en la obra de la salvación de los hombres, avanzaremos por el camino de la santidad y contribuiremos a atraer al seno de la Iglesia a todas las familias de los pueblos. Como ha escrito Benedicto XVI: «María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva» (Deus caritas est, 42).
5. Preces Orando en común, con María, la Madre de Jesús, pidamos: FORTALÉCENOS, SEÑOR, CON TU ESPÍRITU. -38 —
3. Para que todos nosotros crezcamos día a día en humildad, y reconozcamos la acción de Dios en nuestras vidas. Oremos. 4. Para que nunca desfallezca nuestra oración, y acudamos siempre con perseverancia la misericordia de Dios. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras
intenciones.
6. Padre nuestro Digamos todos juntos la oración que Cristo, el Señor, nos ha enseñado: Padre nuestro... 7. Oración final No se dice «oremos».
Oh Dios, Padre de misericordia, cuyo Hijo, clavado en la cruz, proclamó como Madre nuestra a santa María Virgen, Madre suya, concédenos, por su mediación amorosa, que tu Iglesia, cada día más fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos, y atraiga a su seno a todas las familias de los pueblos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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DÍA SÉPTIMO
8. Conclusión
Mediadora nuestra
Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén».
1. Inicio
Si se desea, se puede terminar con un canto.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica Del evangelio según san Juan 2,1-11
E
n aquel tiempo, había una boda en Cana de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
—«No les queda vino». Jesús le contestó: —«Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora». Su madre dijo a los sirvientes: —«Haced lo que él diga». - 4 0 -
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Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: —«Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: —«Sacad ahora y llevádselo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: —«Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Así, en Cana de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión
Hebreos 7,24-25). Por esta razón, ninguna criatura —y la Virgen es una criatura, aunque la más excelsa— puede ser puesta en el mismo orden con Jesucristo, el Verbo encarnado, el Redentor. Pero, como enseña el Concilio Vaticano II, la mediación de Santa María se entiende de tal manera que no quita ni añade nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo (cf. Lumen gentium, 62). Igual que la única bondad de Dios se difunde en las criaturas, así también la única mediación de Jesucristo suscita en las criaturas una colaboración diversa; aunque siempre subordinada. Con su intercesión materna, María nos lleva a Jesús e intercede ante su Hijo para procurarnos los dones de la salvación eterna. En Cana de Galilea el Evangelio nos presenta a María intercediendo ante Jesús por aquellos esposos: «No tienen vino» (Juan 2,3). Actúa como una verdadera Madre, que muestra su solicitud hacia los hombres. San Alfonso María de Ligorio, comentando este pasaje, escribe: «El corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados [...], la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al Hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera [...]. Si esta buena Señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?» (Serm. abrev. 48, 2, 1).
La Iglesia invoca a María como «Mediadora» nuestra. Es verdad que, en sentido absoluto, sólo hay un Mediador: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Mediador único entre Dios y los hombres (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 480). Él vive para siempre para interceder por nosotros (cf.
En el cielo, María sigue intercediendo por nosotros ante Jesús (cf. Lumen gentium, 62). Con esa confianza, sus hijos acudimos a Ella y le pedimos: «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», «vuelve a nosotros, esos tus
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ojos misericordiosos, y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre». Acudiendo a María, también nosotros nos convertimos en intercesores en favor de nuestros hermanos, que son, asimismo, hijos suyos. A su protección maternal encomendamos la salud de los enfermos, la conversión de los pecadores, el consuelo de los afligidos. San Bernardo, en una preciosa oración, apela a la memoria de la Virgen, que jamás ha desoído una petición: «Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, reclamando vuestra asistencia, haya sido desamparado. Animado por esta confianza a Vos acudo, Madre, Virgen de las Vírgenes». 5. Preces María, con generosa entrega de amor de madre, nos procura, con su intercesión, la gracia de la redención y la salvación. Acudamos a su Hijo, implorando: SEÑOR, ESCUCHA Y TEN PIEDAD. 1. Por todos nosotros, pecadores, para que, acudiendo al sacramento de la Penitencia, recuperemos la vida nueva de la gracia. Oremos. 2. Por todos los cristianos, para que cada domingo acudamos a la Eucaristía, banquete de salvación. Oremos. 3. Por todos los enfermos, por los que padecen por cualquier causa, para que recurran a María, Abogada, Socorro y Mediadora nuestra. Oremos. - 4 4 -
4. Por las vocaciones al sacerdocio ministerial, para que muchos jóvenes estén dispuestos a seguir la llamada de Dios a cooperar en la obra salvadora de Jesucristo. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras
intenciones.
6. Padre nuestro Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro... 7. Oración final No se dice «oremos».
Señor, Dios nuestro, que, por misterioso designio de tu providencia, nos has dado al Autor de la gracia por medio de la Virgen María y la has asociado a la obra de la redención humana, concédenos que ella nos alcance la abundancia de la gracia y nos lleve al puerto de la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. 8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto.
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DÍA OCTAVO
Me llamarán bienaventurada
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
3. Lectura bíblica Del evangelio según san Lucas 1,46-55
M
aria dijo:
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— a favor de Abrahán y su descendencia por siempre». Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión En el culto que la Iglesia tributa a María se cumplen sus palabras proféticas: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lucas 1,48). Los cristianos de todos los tiempos seguimos dirigiendo a María el saludo que le dirigió santa Isabel: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús» (cf. Lucas 1,42-45).
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Sabemos que sólo adoramos a Dios (cf. Mateo 4,10). Adorando, reconocemos a Dios como Dios, como Creador y Salvador, como Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2096). El culto especial que tributamos a María es esencialmente diferente de esta adoración, reservada únicamente a Dios (cf. Lumen gentium, 66). Al vene-
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—«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
rar a la Santísima Virgen exaltamos la grandeza de Dios que, en María, ha hecho obras admirables, ya que Ella es «el fruto más excelente de la redención» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 1172). En la celebración de la Santa Misa la Iglesia ofrece el Sacrificio Eucarístico «en comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas» (Catecismo de la Iglesia católica, 1370). En la Eucaristía, la Iglesia, a los pies de la cruz, como María en el Calvario, se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. No sólo el culto litúrgico, sino también los ejercicios de piedad mariana deben ser fomentados con generosidad. Particularmente, el rezo del Rosario sigue siendo «una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad». «Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor» (cf. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 1). El verdadero culto a la Virgen María nos llevará a que Jesús, su Hijo, sea más conocido, amado, glorificado y a que se cumplan más sus mandamientos (cf. Lumen gentium, 66). Nuestra devoción a María será auténtica en la medida en que proceda de la fe, nos lleve a reconocer la grandeza de la Madre de Dios y a imitar sus virtudes. Cuando nos - 4 8 -
acercamos a Ella experimentamos «el don de su bondad»; «el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 42). 5. Preces Elevemos nuestras súplicas a Dios, Padre todopoderoso, que ha hecho obras grandes en favor de sus siervos, diciendo: ESCÚCHANOS, SEÑOR. 1. Para que, como María, Virgen orante, ensalcemos la misericordia del Señor y convirtamos nuestra vida en una continua alabanza. Oremos. 2. Para que alimentemos nuestra fe con la escucha y la meditación de la palabra de Dios. Oremos. 3. Para que, confesando la resurrección de Cristo, aguardemos con esperanza nuestra propia resurrección. Oremos. 4. Para que, contemplando los misterios del Santo Rosario, aprendamos de Nuestra Señora a mirar a Cristo. Oremos. Se pueden añadir, si se desea, otras intenciones.
6. Padre nuestro Prosigamos nuestra oración, buscando el reino de Dios: Padre nuestro...
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DIA NOVENO
7. Oración final
Corazón de María, alivio de los que sufren
No se dice «oremos».
Señor Dios, que nos has dado a la Virgen María como modelo de amor sublime y de gran humildad, concede a tu Iglesia que, siguiendo como ella el precepto del amor, se entregue plenamente a tu gloría y al servicio de los hombres, y se manifieste ante todos los pueblos como sacramento de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. 8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz». Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén».
1. Inicio En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, puede saludar al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros». Si se desea, se puede acompañar con un canto apropiado.
2. Oración introductoria Se reza la oración para todos los días.
Si se desea, se puede terminar con un canto.
3. Lectura bíblica Del evangelio según san Lucas 11,27-28
E
n aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: —«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él repuso: —«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
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Después de la lectura se puede dejar un momento de silencio o entonar algún canto apropiado.
4. Reflexión En las letanías del Inmaculado Corazón de María saludamos a la Virgen como «alivio de los que sufren». En el Corazón de la Virgen, en el ser íntimo de la persona de Nuestra Señora, hallamos como un reflejo del Corazón de Cristo, que nos advierte: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11,29). El Misal de la Virgen María, califica el Corazón de la Santísima Virgen de inmaculado, sabio, dócil, nuevo, humilde, sencillo, limpio, firme y dispuesto. En definitiva, su Corazón, su personalidad, ejemplifica lo que ha de ser el corazón del hofnbre que sigue a Cristo, escuchando y cumpliendo su palabra, y que, colaborando con la acción del Espíritu Santo, toma en cuenta la exhortación del apóstol san Pablo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Filipenses 2,5). María es «Alivio de los que sufren», «signo luminoso de la Misericordia divina» (Juan Pablo II, «Audiencia», 19-6-1997), del amor compasivo de Dios. Honrar a la Virgen nos compromete a obedecer los mandatos de Dios, a amarle sobre todas las cosas y a ayudar a los hermanos en sus necesidades. Como recuerda el papa Benedicto XVI: «Amor a Dios y al prójimo son inseparables, son un único mandamiento» (Deus caritas est, 18).
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Cada uno de nosotros está llamado a aligerar, a hacer menos pesadas las cargas de los otros: la carga de la soledad, del dolor, del abatimiento, de la pobreza. La sinceridad de nuestro amor a Dios se prueba en la disposición a mitigar las fatigas y las aflicciones de quienes están a nuestro lado, porque «el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Juan 4,20). María brilla ante el Pueblo de Dios en marcha «como señal de esperanza cierta y de consuelo» {Lumen gentium, 68). Contemplarla a Ella, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, nos anima a «echar los cimientos de esa civilización del amor y de la paz en la que ya no haya guerra "ni muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Apocalipsis 21,4)» (Juan Pablo II, «Audiencia», 4-9-2002). Cuando pase este mundo y descienda de lo alto la Jerusalén del cielo, la nueva creación, permanecerán sólo «la caridad y sus obras» (cf. Gaudium et spes, 39). Es éste el tesoro que debemos atesorar, como nos dice el Señor, «porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón» (Mateo 6,21). 5. Preces
Imploremos, hermanos, la misericordia de Dios, que se ha manifestado en el Corazón manso y humilde del Redentor, y digamos: HAZNOS, SEÑOR, TESTIGOS DE TU AMOR.
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1. Para que la Iglesia, a ejemplo de María, esté siempre atenta a las necesidades de la humanidad, para llevar a todos el alivio de la misericordia de Dios. Oremos. 2. Para que en los pobres, en los que lloran, en los que pasan hambre o son perseguidos, reconozcamos el rostro amable de Jesucristo. Oremos. 3. Por todos los difuntos, para que puedan gozar del descanso eterno. Oremos.
8. Conclusión Si quien dirige esta oración es un ministro ordenado, bendice y despide al pueblo de la forma acostumbrada: «El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios todopoderoso... Podéis ir en paz»Si quien dirige la oración no es un ministro ordenado, puede decir: «Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén». Si se desea, se puede terminar con un canto.
4. Para que nunca pasemos de largo ante el sufrimiento de nuestros hermanos. Oremos. 6. Padre nuestro Alabemos a Dios nuevamente y roguémosle con las mismas palabras de Cristo: Padre nuestro... 7. Oración final No se dice «oremos».
Señor, Dios nuestro, que hiciste del inmaculado Corazón de María una mansión para tu Hijo y un santuario del Espíritu Santo, danos un corazón limpio y dócil, para que, sumisos siempre a tus mandatos, te amemos sobre todas las cosas y ayudemos a los hermanos en sus necesidades. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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ORACIONES
1. Oración del papa Benedicto XVI Santa María, Madre de Dios, tú has dado al m u n d o la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios. Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de u n m u n d o sediento.
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2. Oración de Juan Pablo II: Virgen fiel, poderosa y clemente ¡Oh Virgen naciente, esperanza y aurora de la salvación para todo el mundo!, vuelve benigna tu mirada maternal hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias. ¡Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y estuviste dispuesta a recibir, conservar y meditar la Palabra de Dios!, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro preciado transmitido por nuestros padres.
3. Oración de San Bernardo Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
¡Oh Virgen poderosa, que con tu pie aplastas la cabeza de la serpiente tentadora!, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las que hemos renunciado a Satanás, a sus obras y seducciones, y sepamos dar al mundo un gozoso testimonio de esperanza cristiana. ¡Oh Virgen clemente, que siempre has abierto tu corazón maternal a las invocaciones de la humanidad, a veces lacerada por el desamor y hasta, desgraciadamente, por el odio y la guerra!, enséñanos a crecer, todos juntos, según las enseñanzas de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial. Amén.
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4. Letanía I au retan a Señor, t e n p i e d a d . Cristo, t e n p i e d a d . Señor, ten p i e d a d . Cristo, ó y e n o s . Cristo, e s c ú c h a n o s . Dios, Padre celestial, Dios, Hijo Redentor del mundo, Dios, Espíritu Santo, Trinidad Santa, un solo Dios, Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las vírgenes, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, Madre de la divina gracia, Madre purísima, Madre castísima, Madre virginal, Madre inmaculada, Madre amable, Madre admirable, Madre del buen consejo, Madre del Creador, Madre del Salvador, Virgen prudentísima, Virgen digna de veneración, Virgen digna de alabanza, Virgen poderosa, Virgen clemente, Virgen fiel, Espejo de justicia, Trono de sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual,
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ten piedad de nosotros ten piedad de nosotros ten piedad de nosotros ten piedad de nosotros ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por, nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros. ruega por nosotros.
Vaso digno de honor, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, Auxilio de los cristianos, Reina de los Angeles, Reina de los Patriarcas, Reina de los Profetas, Reina de los Apóstoles, Reina de los Mártires, Reina de los Confesores, Reina de las Vírgenes, Reina de todos los Santos, Reina concebida sin pecado original, Reina asunta al cielo, Reina del Santísimo Rosario, Reina de la familia, Reina de la paz, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
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ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega ruega
por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros, por nosotros.
perdónanos,
Señor.
escúchanos,
Señor.
ten piedad de nosotros. para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
5. Letanía al Inmaculado Corazón de María Señor, ten piedad... Cristo, ten piedad... Señor, ten piedad... Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos Dios P a d r e celestial, Ten misericordia de nosotros. Dios Hijo R e d e n t o r del m u n d o , Ten misericordia de nosotros. Dios E s p í r i t u S a n t o , Ten misericordia de nosotros. Santa Trinidad, u n solo Dios, Ten misericordia de nosotros. (La r e s p u e s t a será: ruega por
nosotros.)
Santa María, Corazón Inmaculado de Marta, Corazón de María, lleno de gracia. Corazón de María, vaso del amor más puro. Corazón de María, consagrado íntegro a Dios. Corazón de María, preservado de todo pecado. Corazón de María, morada de la Santísima Trinidad. Corazón de María, delicia del Padre en la Creación. Corazón de Marta, instrumento del Hijo en la Redención. Corazón de María, la esposa del Espíritu Santo. Corazón de María, abismo y prodigio de humildad. Corazón de María, medianero de todas las gracias. Corazón de María, latiendo al unísono con el Corazón de Jesús. Corazón de María, gozando siempre de la visión beatífica Corazón de María, holocausto del amor divino. Corazón de María, abogado ante la justicia divina. Corazón de María, traspasado de una espada. -64-
Corazón de pecados. Corazón de Corazón de Hijo. Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de Corazón de
María, coronado de espinas por nuestros María, agonizando en la Pasión de tu Hijo. Marta, exultando en la resurrección de tu María, Marta, María, María, María, María, María, María, María, María, María, María, María,
triunfando eternamente con Jesús. fortaleza de los cristianos. refugio de los perseguidos. esperanza de los pecadores. consuelo de los moribundos. alivio de los que sufren. lazo de unión con Cristo. camino seguro al Cielo. prenda de paz y santidad. vencedora de las herejías. Reina de Cielos y Tierra. Madre de Dios y de la Iglesia. que por fin triunfarás.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Perdónanos Señor. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Escúchanos Señor. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Ten misericordia de nosotros. V. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios. R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
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CANTOS
1. Salve, Regina
Salve, Regina, mater misericórdiae; vita, dulcédo et spes nostra, salve. Ad te clamámus, éxsules fílii Evae. Ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimárum valle. Eia ergo, Advocáta nostra, illos tuos misericórdes óculos ad nos convérte. Et lesum, benedíctum fructum ventris tui, nobis post hoc exsílium osténde. O clemens. O pía. O dulcís Virgo María. 2. Regina caeli
Regina caeli, laetáre, allelúia: Quia quem meruísti portare, allelúia: Resurréxit sicut dixit, allelúia: Ora pro nobis Deum, alléluia. 3. Ruega por nosotros
Ruega por nosotros, amorosa Madre, para que tu Hijo no nos desampare. 1. De tus ojos penden las felicidades; míranos, Señora, no nos desampares. 2. Bien veo, Señora, madre de mi alma, que por mis pecados lágrimas derramas. -69-
4. Humilde nazarena 1. Humilde nazarena, ¡oh María! Blancura de azucena, ¡oh María! Salve, Madre Virginal. Salve, Reina Celestial. Salve, salve, salve María. 2. Lucero de la aurora, ¡oh María! Consuelo del que llora, ¡oh María! Dios nació en u n portal, floreciendo en tu rosal.
1. Con el ángel de María las grandezas celebrad; inundados de alegría sus finezas publicad. 2. Quien a ti ferviente clama halla gloria en el pesar; pues tu nombre luz derrama, gozo y bálsamo de paz.
Salve, salve, salve, María.
3. Pues te llamo con fe viva, muestra, oh Madre, tu bondad; a mí vuelve, compasiva, esos ojos de piedad.
3. Tú eres nuestra madre, ¡oh María! Levantas al que cae, ¡oh María! Salve, alivio en el dolor, salve, Madre del Amor.
4. Hijo fiel quisiera amarte, y por ti sólo vivir, y por premio de ensalzarte, ensalzándote morir.
Salve, salve, salve María. 7. Salve, A/ladre 5. Eres más pura que el sol Eres más pura que el sol, más hermosa que las perlas que ocultan los mares. Ella sola entre tantos mortales del pecado de Adán Dios libró. Salve, salve, cantaban, María, que más pura que tú, sólo Dios. Y en el cielo u n a voz repetía: más que tú, sólo Dios, sólo Dios. 6. ¡Oh María! ¡Oh María, Madre mía! ¡Oh consuelo del mortal! Amparadme y guiadme a la patria celestial. - 7 0 -
Salve, Madre, en la tierra de mis amores te saludan los cantos que alza el amor. Reina de nuestras almas, flor de las flores: muestra aquí de tu gloria los resplandores, que en el cielo tan sólo te a m a n mejor. Virgen santa, Virgen pura, vida, esperanza y dulzura del alma que en ti confía, Madre de Dios, Madre mía, mientras mi vida alentare, todo mi amor para ti, mas, si mi amor te olvidare,
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Madre mía, Madre mía, aunque mi amor te olvidare, Tú no te olvides de mí. 8. Bajo tu amparo Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados. Líbranos de todo peligro. Oh siempre Virgen gloriosa y bendita.
María, alégrate. (2) Aleluya... 3. Porque en Cristo, nuestro hermano, hemos renacido. María, alégrate. (2) Aleluya... 4. Porque en Cristo, nuestro hermano, todos somos hijos. María, alégrate. (2) Aleluya... 11. Cántico de Mana
9. Santa María del Amén Madre de todos los hombres, enséñanos a decir «Amén»: 1. Cuando la noche se acerca y se oscurece la fe. 2. Cuando el dolor nos oprime y la ilusión ya no brilla. 3. Cuando aparece la luz y nos sentimos felices. 4. Cuando nos llegue la muerte y tú nos lleves al Cielo. 10. Cristo, nuestro hermano 1. Porque Cristo, nuestro hermano, ha resucitado. María, alégrate. (2) Aleluya, aleluya, aleluya. (2) 2. Porque Cristo, nuestro hermano, nos ha redimido. -72-
Mi alma glorifica al Señor, mi Dios, gózase mi espíritu en mi Salvador. Él es mi alegría, es mi plenitud. Él es todo para mí. 1. Ha mirado la bajeza de su sierva, muy dichosa me dirán todos los pueblos, porque en mí ha hecho grandes maravillas el que todo puede, cuyo nombre es santo. 2. Su clemencia se derrama por los siglos sobre aquellos que le temen y le aman; desplegó el gran poder de su derecha, dispersó a los que piensan que son algo. 3. Derribó a los potentados de sus tronos, y ensalzó a los humildes y a los pobres, los hambrientos se saciaron de sus bienes y alejó de sí vacíos a los ricos. 4. Acogió a Israel, su humilde siervo, acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros padres, a Abrahán y descendencia para siempre. - 7 3 -
12. Salve, Reina de los délos 1. Salve, Reina de los cielos y Señora de los ángeles, salve, raíz; salve, puerta, que dio paso a nuestra luz. 2. Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella, salve, oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros
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MESA Y PALABRA 1. Novena a María Auxiliadora. A. García-Verdugo. 2. Novena bíblica al Sagrado Corazón de Jesús. E. Alburquerque. 3. Novena a Nuestra Señora de la Salud. G. Juan Morado. 4. El sufrimiento de una madre. M.Á. Juez. 5. Novena a Don Bosco. T. Bosco. 6. El sentido cristiano del dolor. X. Thévenot. 7. Un m e s con Don Bosco. T. Bosco. 8. Novena a san Francisco de Sales. E. Alburquerque. 9. El Vía Crucis de Jesús y nuestros Vía Crucis. C. Romero. 10. Vía Crucis con los Padres de la Iglesia. E. Vincenti. 11. Novena de oración por la vida. G. Juan Morado. 12. Cartas a una cristiana casada. M. P. Ayerra. 13. Así vivo yo como cristiana. M. P. Ayerra. 14. Una historia sobre el maltrato y la homosexualidad. M. Lozano Cañizar. 15. Repensar los funerales. C. Biot. 16. En la hora de la muerte. Á. Ginel. 17. Novena a la Virgen María. G. Juan Morado. 18. Novena a Domingo Savio. M. Pardos. 19. Novena a la Inmaculada. G. Juan Morado. 20. 30 días con Don Bosco. P. Borelli E. Calvetti. 21. El camino de la cruz. E. Alburquerque. 22. Viernes Santo: Arbolada. Á. Ginel. 23. Novena a san Telmo. G. Juan Morado. 24. Caminando con Jesús: Vía Crucis. P. Josico. 25. Treinta y un días de mayo. G. Juan Morado. 26. Mes de las flores. P. Josico.