Resumen texto “La medida de la realidad” – Crosby
Capítulo 1 Siglos IX y X: Europeos considerados por los musulmanes como estúpidos, groseros y brutos. Pero seis siglos más tarde, los europeos les llevaban la delantera en cuanto al desarrollo, en ciertos tipos de matemáticas y en innovaciones mecánicas. ¿Cómo fue esto posible? Grabado de Bruegel de 1560: popurrí de lo que llamaba la atención a los europeos occidentales urbanos de la época, lo q podría llamarse “el sueño renacentista de occidente”. Miscelánea muy grande, nadie se preocupaba por su coherencia interna ni lo consideraba un conjunto. Occidente empezaba a visualizar la sustancia de la realidad como conjuntos de unidades uniformes. Decidieron percibir visualmente y de una vez una parte tan grande de la realidad como fuera posible. Esta aficción a dividir las cosas, las energías, las costumbres; en partes uniformes y contarlas, puede tener el nombre de CUANTIFICACIÓN. Los antiguos definían de forma mucho más estrecha que nosotros la medición cuantitativa y solían rechazarla para adoptar una técnica que pudiera aplicarse de forma más general. Nosotros afirmamos que el peso, la dureza o la temperatura son cuantificables, pero eso no se encuentra implícito ni en esas cualidades ni en la naturaleza de la mente humana. Lo que puede medirse en términos de cuantos no es tan sencillo como pensamos nosotros, que tenemos la ventaja ex post facto que nos brindan los errores de nuestros antepasados. Más adelante, sucedió que pesar, contar y medir resultaron actividades mundanas, mientras que las matemáticas tenían cualidades trascendentales que embriagaban a quienes trataban de alcanzar la verdad atravesando la cortina de lo mundano. La ciencia podría definirse como el fruto de la aplicación de las matemáticas, con su precisión platónica, a las toscas realidades de Aristóteles. La historia indica que la norma consistió en ciclos de avance y retroceso de combinación de matemáticas abstractas y medición práctica, y luego dar cabezadas, dormirse y olvidarse. El logro intelectual distintivo de occidente consistió en juntar las matemáticas y la medición, y aplicarlas a la tarea de entender una realidad perceptible por los sentidos que los occidentales supieron que era temporal y espacialmente uniforme. El tema de este libro es el “cómo”. Cómo pasaron los europeos de sus dudosos comienzos en el terreno mensurativo hacia las rigurosas artes, ciencias y tecnologías que Bruegel presentó en su grabado. Si bien el conocimiento de la cuantificación en la civilización occidental data del neolítico, pasaron milenios antes de q se convierta en una pasión. De 1275 a 1325 se construyeron los primeros relojes mecánicos y cañones en Europa, dos cosas que obligaron a los europeos a pensar en términos de tiempo y espacio cuantificados. La señal cuantificativa apareció en la Europa occidental cerca del 1300, año del 1er apogeo del crecimiento crecimiento demográfico y económico. Esto persistió cuando Europa cayó en un siglo de derrumbamiento demográfico, guerra crónica, catástrofes naturales, descrédito de la iglesia, hambrunas periódicas e infecciones. Mientras tanto, Dante escribió la Divina Comedia, se inventaron la navaja, el reloj y las cartas de navegación. El modelo venerable – Capítulo 2 “Para un hombre entender el mundo es reducirlo a lo humano, poniéndole su sello”. Albert Camus.
Palabras que nacieron respondiendo a la llamada de las nuevas tendencias, instituciones y descubrimientos: pantometría, millón, América. Visión antigua: Modelo venerable. Monopolizó el sentido común europeo durante muchas generaciones porque poseía el sello propio de la civilización clásica y porque en conjunto cuadraba con la experiencia real. Además respondía a la necesidad de una descripción del universo que fuera clara, completa y debidamente formidable sin causar estupor. El modelo venerable presentaba estructuras y procesos con los que una prsona podía vivir emocionalmente, además de comprenderlos intelectualmente. Por ej, un tiempo y un espacio de dimensiones humanas. La realidad tenía dimensiones que los seres humanos podían comprender y funcionaba de maneras que las personas podían entender o a las que podían resignarse, pero eso no significaba que fuera esencialmente uniforme. Los seres humanos percibían la realidad como una cosa desigual, heterogénea. La posibilidad de predecir la realidad no se derivaba de ella misma per sé, sino de Dios. No hay que pensar que el sentido común ha sido común a lo largo de los siglos. El texto va a examinar tres facetas del modelo venerable: el tiempo, el espacio y las matemáticas (que hoy nos parecen un medio muy útil para medir y pensar esas dimensiones). Tiempo: Los europeos no pensaban que hubiera mucho tiempo. Se consensuaba que el día del juicio final estaba mucho más cerca que el principio. Pero a pesar de eso, los europeos medievales prestaban poca atención a los detalles del tiempo. La forma del tiempo medieval y renacentista era solo aproximada. El tiempo era un escenario en el que se representaba un drama mayor: el de la salvación contra la condenación. Los europeos no tenían un concepto vívido de la causalidad a través del tiempo (una sucesión de factores, cada uno de los cuales conduce a otro que lleva a cabo cambios significativos). Las transiciones de una edad a otra se veían como bruscas y arbitrarias. Pasar de antepasados que vivían siglos a nosotros, pequeños y de vida breve, en unos cuantos miles de años no era imposible si se contaba con un dios omnipotente. De a poco, comenzó a surgir primero el calendario juliano de 365 días, luego se decidió que el año del nacimiento de Cristo sería el año 1, y paulatinamente comenzó a dividirse el calendario en meses, días y semanas. Las horas eran las unidades más pequeñas de las cuales se ocupaban las personas. Sabían que había períodos más cortos, pero improvisaban formas de ocuparse de ellos: por ejemplo, instrucciones de cocina que indicaban que un huevo debía hervir “durante el tiempo que se tarda en decir un miserere”. Por un tiempo, los europeos contaban con un sistema de horas desiguales, que se
hinchaban y deshinchaban, con el fin de que hubieran 12 horas en el día y 12 horas en la noche. El modo de ocuparse del tiempo de los europeos medievales tenía mucho que ver con valores simbólicos y poco que ver con la precisión. La ignorancia dictaba que la cartografía tenía que ser sencilla. Durante mucho tiempo fueron muy apreciados los mapas T-O del mundo, con Jerusalem en el centro. Se decía que era improbable que hubiera gente viviendo en otras partes del mundo que no fueran Europa, África y Asia. Estos mapas eran intentos no cuantitativos y no geométricos de facilitar información sobre lo que estaba cerca, lo que no estaba lejos, lo que era importante y lo que no lo era. Era más un retrato expresionista que una foto de identificación. Estaba dirigido a los pecadores, no a los navegantes. Nuestra forma de pensar es extremadamente distinta a la de los occidentales de la edad media y renacimiento especialmente en lo que refiere a las designaciones de cantidad. Ellos no tenían un gusto desarrollado por las expresiones exactas de cantidad. Había muy pocos números. “Un poquito más” y “un trozo de tamaño mediano” eran expresiones suficientes para la precisión requerida. Los europeos
medievales usaban los números por su efecto y no por su precisión. El sistema de expresión numérica, heredado del imperio romano, era apropiado para el mercado semanal y la recaudación de impuestos, pero no lo usaban para cosas de mayor envergadura. Para nosotros, los números son neutros en sí mismos. Pero para los europeos, los números eran cualitativos además de cuantitativos. San Agustín teorizó que el universo fue creado en 6 días por ser un número perfecto, que el 3 también lo era junto al 4, el 7 también era perfecto, el 10 simbolizaba la ley (mandamientos) y el 11 era transgresión o pecado. Mientras hoy utilizamos números cuando queremos señalar precisión máxima, los antiguos europeos preferían un enfoque amplio y se conformaban con la imprecisión porque querían abarcar tanto como fuera posible de lo que pudiera ser importante. Lo que pretendían no era comprender la realidad material, sino encontrar una pista de lo que pudiera haber más allá de la cortina de la realidad. Eran tan poéticos con los números como lo eran con las palabras. El modelo venerable es dramático, melodramático y teológico: Dios y el designio se ciernen sobre todo. Hoy esto nos choca porque buscamos explicaciones de la realidad desprovistas de emoción, destiladas. Del dramatismo de la “creación” del mundo se pasó al big-bang. Pero los europeos de la edad media querían explicaciones concluyentes, inmediatas y satisfactorias desde el punto de vista emocional. Anhelaban un universo que pueda “amar y sufrir”. Y en ese universo, los instrumentos de medición no tenían utilidad práctica. El universo de los antiguos europeos era de cualidades y no de cantidades.